Un día más a los pies de Lizzie
Hola a todos, les traigo un relato basado en una de mis fantasías, espero lo disfruten :P
Un día más, pero que podía hacer? Sólo seguir adelante esperando que los días pasen más rápido.
Desperté ese día sin ánimos, deseando únicamente que no pasara nada tan malo, que por la noche pudiera llegar a dormir de nuevo con el poco orgullo y dignidad que me quedaban. Claro que eso era pedir demasiado.
Era domingo, sabía lo que eso significaba. Ya habían pasado dos semanas desde aquel horrible día. Lizzie (Elizabeth, como estoy obligada a decirle) lo había descubierto. Mis calificaciones nunca fueron tan buenas, eso de estudiar nunca fue lo mío. Desgraciadamente necesitaba una excelente calificación en mi examen de literatura si planeaba mantener la beca por jugar futbol. El deporte es mi mayor disfrute, tenía que aprobar a toda costa. Todo habría salido bien si Lizzie no me hubiera descubierto robando los exámenes y convenientemente me tomara la fotografía que podría arruinar toda mi vida escolar. Si me delata, estoy muerta. Adiós beca, adiós futbol, adiós universidad. Probablemente me expulsen y ni hablar del lío que armaría con mis padres.
La fotografía ni siquiera era necesaria, yo sabía que nadie dudaría de su palabra; hasta los profesores la admiran, y cómo no hacerlo? Lizzie es la encargada de la clase, trabajo que ha desempeñado sin problemas, es la favorita de los maestros, la de las calificaciones más altas y por si fuera poco, la capitana del equipo de atletismo; claro también es la más rápida del equipo y se destaca en prácticamente cualquier actividad que realice. Como broma pesada de los dioses, Lizzie es sin duda la chica más asediada por los chicos y esto no tiene nada que ver con sus múltiples cualidades, es simplemente porque tiene la cara más linda del instituto, el cabello más largo y brillante y ni hablar de su cuerpo; su cintura sería la envidia de una modelo y su pecho es copa C. De verdad que Dios es injusto.
Ahora, porque ese domingo yo estaba tan desanimada? Fácil, Lizzie prometió no decir nada, pero no era gratis, las últimas dos semanas me la pasé complaciendo hasta el más mínimo capricho de esa chica. Comenzando por llamarla Elizabeth frente a toda la escuela cuando todos la llaman Lizzie, tuve que aguantar todas las miradas mientras lo hacía. Tuve que cargar su mochila por toda la escuela, comprar su almuerzo, hacer sus tareas, lavar su ropa sucia de deportes y básicamente cualquier cosa que me ordenara. Y así es cómo sabía que los domingos eran especialmente horribles, es su día libre; puede dedicarse a hacer lo que quiera. El primer domingo la tuve que acompañar a ir de compras y cargar todas sus bolsas, para después llevarlas a su casa, donde me hizo cocinar para ella y limpiar su casa (me sorprendió descubrir que vive sola).
Estaba pensando que ese domingo sólo sería una repetición de aquel infierno, nunca me imaginé lo que pasaría. Estaba lavándome los dientes cuando recibí su mensaje, tenía que ir a su casa. Al llegar resultó que ella no estaba, llego cerca de 5 mins después vistiendo con ropa deportiva, lo identifiqué de inmediato. Usaba una blusa blanca de tirantes que delineaba bastante bien su busto, lo hacía verse incluso más grande dado que se ajustaba por completo a su cuerpo y permitía lucir también su cintura perfecta. Traía unos shorts muy cortos y ajustados con los colores del instituto y claro sus tenis de la suerte.
-Tuviste práctica hoy? – Pregunté sin mucho interés y con envidia por ese maldito cuerpo que lucía tan bien.
-Sí, estoy agotada. Entra – Contestó con su tono de siempre, el tono que me decía que yo no era más que un entretenimiento pasajero para ella, que no me consideraba como su igual.
Yo ya había estado en su casa antes, no era muy grande y sabía donde estaba la sala. Entré desanimada y me senté en el sillón.
-No te he dicho que te sientes – Dijo molesta.
No comprendí por completo lo que dijo, pero más me valía obedecer sus caprichos, me puse de pie. Al mismo tiempo que ella se sentó en el sillón individual, quitándose sin pensar la blusa, los shorts, los tenis y los calcetines. Se quedó en ropa interior frente a mí. Muerta de pena volteé hacia otro lado, supe que si lo había hecho era porque me daba tan poca importancia que le daba igual lo que viera.
-Me duelen los pies – Dijo mientras recostaba la cabeza y apoyaba los brazos en el sillón.
-Ajá – contesté sin interés.
- Me duelen los pies – Respondió con mayor énfasis.
La miré confundida, no sabía que intentaba decirme.
-Quiero un masaje, ya.
QUEEEE?!?!?! Gritó mi cerebro al escuchar eso. Había hecho cosas humillantes por ella antes, pero esto cruzaba la raya. Quería que le diera un masaje a sus pies que claramente debían estar muy sudados después del entrenamiento. Y por si fuera poco ella estaba en ropa interior. Acaso se podía poner más humillante que eso?
Lizzie notó mi indecisión, me miró impaciente.
-Olvídalo, supongo que enviaré la foto al director, veremos qué pasa.
-No, espera, lo haré. – Simplemente no podía arriesgarme a que cumpliera su amenaza, mi vida dependía de mi beca.
Me hinqué frente a ella, por lo que ya no pude evitar ver lo que mis ojos querían esquivar. Tenía la lencería más sexy que yo hubiera visto, un sostén y unos panties de color negro con encaje. Fue rápido, pero lo vi, vi su cuerpo casi desnudo y cubierto de sudor. Realmente parecía sacada de catálogo de Victoria’s Secret. Me puse nerviosa, no lo pude evitar, mi corazón empezó a latir más fuerte.
Hincada frente a ella, tímida e insegura, tomé uno de sus pies. Lo primero que noté es que, como sospeché, estaba bañado en sudor, el olor llegaba fuerte a mi nariz, no olía mal, de hecho el olor se sentía bien en mi nariz. Puse la planta de su pie frente a mi cara. Para colmo de males, e incrementando mi rencor hacia Dios por su injusticia, el pie de Lizzie no desentonaba para nada con su apariencia; igual que todo, era muy lindo, tenía la típica apariencia de un pie que ves en todas las revistas. La forma, el tamaño, el color, todo parecía perfecto.
Puse mis pulgares en su arco y comencé a presionar fuertemente. Así los pude observar con más detenimiento, tenía la esperanza de encontrar un defecto, pero claro, no lo encontraría en su pie. La planta frente a mí era blanco en algunas partes y muy rosa en otras. Calculé su talla, un 3 tal vez. El arco realmente parecía trazado con un compás, trazaba una curva perfecta uniendo su talón con la parte superior de su pie. Sus 5 dedos deliciosamente formados se movían inquietos al sentir mis manos.
-Mmmm – Soltó Lizzie – Qué rico.
Había caído muy bajo, aquí estaba yo, la gran jugadora del instituto, hincada frente a una chica presumida humillándome rogando por mi beca.
Proseguí con mi masaje, mis manos se humedecían por su sudor. Moví sus dedos hacía atrás y adelante. Con mis nudillos presioné su talón, cosa que la sobresaltó, me imaginó que le gustó.
Hice lo mismo con su otro pie y me levanté.
-A dónde vas? No te he dicho que te pares.
Fastidiada, me volví a agachar frente a ella, de nuevo el olor de sus pies inundó mis sentidos.
-Están sucios – Me dijo con una sonrisa
Ahora sí que no sabía lo que quería, tenía que limpiarlos, lavarlos?
-Límpialos – Se rió
-cómo?
-Con tu lengua – Su sonrisa creció aún más.
No! No, no, no, no. Eso era demasiado, no iba a caer tan bajo, no iba a lamer esos pies sucios y llenos de sudor.
-Pero…
Tomó su teléfono sin decir una palabra, iba a llamar al director. Decidida a detenerla cerré los ojos, tomé valor y puse mi lengua en su planta. Lo que sentí en ese momento es imposible de describir, sentí la mayor humillación que había sentido jamás, quería llorar, eso no podía estar pasando.
Pase mi lengua muy lentamente por su arco, hacia su talón. De su talón, de vuelta hacia sus dedos. Lamí el área debajo de sus dedos, el sudor se había acumulado ahí, así que tenía un sabor muy especial.
-Así me gusta- Dijo un tanto indiferente, pero había algo en su voz, algo que me decía que no me detuviera.
Continué con mis movimientos ascendentes y descendentes, una vez que creí haber acabado esa área, metí su dedo gordo por completo a mi boca y lo chupé una y otra vez. Algo había despertado en mí, algo nuevo, mi cuerpo estaba raro, me sentí desorientada, mareada y con un frenesí, un frenesí por seguir chupando sus dedos, así que metí de uno por uno a mi boca y cuando terminé, los separé con mi mano y lamí el espacio entre ellos. No era suficiente, tenía que saborear más, lamer más.
-Bien, ya están limpios, ve y lava mi ropa. – Dijo apartando sus pies de mi cara.
Este movimiento me permitió verlos de nuevo, ahora bañados en mi saliva, sus pies brillaban y curiosamente, se veían incluso más hermosos que hace apenas unos minutos. Quería seguir, no tenía idea de porqué, pero quería seguir. No les quité la vista de encima hasta que Lizzie interrumpió mis pensamientos.
-Ya sabes dónde está la lavadora.
Cierto, no lo hago porque quiero, tengo que hacer todo lo que ella diga. Tomé su ropa sucia del suelo y me dirigí al cuarto de lavado. Entré y cerré la puerta. Seleccioné el ciclo de lavado y puse el jabón. Antes de poner la ropa dentro, la miré fijamente, miré sus calcetines con curiosidad. Quería averiguar si olían igual que sus pies. Los tomé y los presioné fuertemente contra mi nariz, los olí profundamente.
El olor era idéntico al de sus pies, el olor de Lizzie. Mis piernas fallaron, terminé sentada en el suelo. Tomé otra bocanada de aire, intentaba absorber la mayor cantidad de ese olor, quería olerlos tanto como fuera posible. Sabía que mis acciones no tenían sentido, pero mi cuerpo actuaba solo, mis pensamientos me habían abandonado.
Abrí mis piernas ligeramente y metí mi mano en mi entrepierna, debajo de mi pantalón. Empecé a tocarme, me sorprendió todo lo que sentía, la sensación nueva que causaba ese olor en mí. Estaba mojada a los pocos segundos, eso lo hacía aún mejor, entre más me tocaba más sentía, entre más olía más tenía que tocarme y no podía dejar de oler esos calcetines empapados en el sudor de esa chica.
Lizzie entró sin aviso.
-Porqué tardas tanto? – Me miró muy sorprendida al ver lo que estaba haciendo. –Ummm, así que es eso.
Me arrebató los calcetines rompiendo el estado de locura en que me encontraba. La miré de nuevo. No podía creer lo que veían mis ojos, esas curvas, esos senos, esa cintura y todo frente a mí. Pero sin duda, lo que se robaba mi mirada eran sus pies, esos pies que parecían hechos con molde, tan suaves, tan deliciosos. No tuve tiempo de admirarlos por demasiado tiempo, antes de darme cuenta puso su pie en mi cara con violencia.
-Quítate la ropa – Me ordenó
No lo pensé y obedecí. Reconocí lo que me pasaba, estaba excitada, más de lo que jamás había estado. Noté lo agitada que estaba mi respiración y lo caliente que estaba mi cuerpo.
Me arrinconó y presionó su pie frente a mi cara, lo lamí sin pensar. Me estaba volviendo loca, lo llené de saliva tan pronto como pude así que ella cambió de pie.
-Esclava, de ahora en adelante, los lamerás a diario. Sin quejas, sin objeciones.
-Sí, mi ama. – Nunca sabré porqué contesté así, pero lo hice. Realmente no había nada en mi cabeza, sino el pensamiento de adorar sus hermosos pies.
-Sígueme.
Me llevo de nuevo a la sala, donde se acostó en el sillón y se quitó el sostén. Me dejo ver sus senos perfectos, redondos y firmes. Sentí el deseo de lamerlos también, pues pude ver sus pezones duros y erectos.
No tuvo que decirme nada, me lancé directo a sus pies y los besé como si fueran el objeto más preciado de toda mi vida. Ella los movió hacia mis senos y comenzó a masajearlos. Si yo no estaba ya lo suficientemente excitada, eso me volvía loca. Puse mis dedos en mi clítoris, que ya estaba muy lubricado, lo moví de arriba hacia abajo, cada vez con más fuerza. Los gemidos salían de mi boca por si solos. Levanté la cabeza, pues mi espalda estaba fuera de mi control.
Me pateó con fuerza y me tiró al piso. Se paró sobre mí y con su pie comenzó a estimular mi entrepierna. Yo sujeté mis senos con fuerza y los apretaba frenética. Pude ver después de un tiempo que ella hacía lo mismo, le gustaba, le gustaba tenerme a sus pies. Puso sus dedos en su clítoris y lo estimuló sin parar. Pude escuchar sus gemidos, que solo me hacían excitarme más.
-Me vengo, me vengo y más te vale que lo hagas tú también.
No paso mucho tiempo antes de que lo sintiera, ella eyaculó sobre mí, me llenó con sus fluidos.
Eso era lo único que faltaba, al sentir el calor de su eyaculación sobre mí llegué al orgasmo, al mejor de todos. Mis ojos giraron hacia atrás de mi cabeza, mi espalda se arqueó como nunca y mis piernas se movían sin control.
Terminé agitada, agotada, viendo únicamente a la mujer parada junto a mí, a mi nueva y única ama, a la que serviría por siempre.