Un día largo
Recordó como se había sentido rodeado por sus brazos, con su espalda contra la puerta, una vez estuvieron dentro y cerraron
Abrió los ojos sin saber muy bien donde se encontraba. Lo primero que notó fue un terrible dolor de cabeza. Por un momento no reconocía su propio dormitorio. Miró hacia el despertador. Todavía faltaba más de una hora para que sonase. Sintió los pies fríos y se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. También notó el peso de un brazo fuerte sobre su pecho. Giró la cabeza hacia su derecha y lo vio.
Dormía plácidamente. Con la boca ligeramente abierta, apoyado sobre su costado izquierdo y pasándole un brazo por encima del pecho. Por un momento se perdió mirando su perfil. Sus rasgos marcados, sus cejas pobladas, su nariz perfectamente definida, esos labios que lo habían vuelto loco la noche anterior. Le escuchaba respirar, era una respiración pausada, regular, a veces podía percibir un ligero ronquido. Quedaba claro que estaba durmiendo profundamente.
Tuvo ganas de besarle. Anoche lo habían pasado bien después de cerrar el bar. Parecía que se entendían. Después de un buen rato de charla en el bar, habían subido a su piso casi quitándose la ropa por las escaleras. Recordó como se había sentido rodeado por sus brazos, con su espalda contra la puerta, una vez estuvieron dentro y cerraron. Recordaba el sabor de su boca, esa boca que ahora parecía tan accesible, a unos centímetros de distancia.
Vio que él tampoco llevaba nada de ropa. Vio sus hombros, anchos y fuertes, asomando por encima del edredón. Intuyó parte de su pecho. Ese pecho en el que se había perdido la noche anterior, ese pecho que había acariciado, lamido e incluso mordido. Estuvo tentado de levantar el edredón para apreciar su cuerpo desnudo, pero si ya con el edredón encima él tenía los pies congelados, le pareció un castigo demasiado cruel para su compañero, que dormía a su lado.
Envidió la cadencia en su respiración, la relajación de sus músculos, de todo su cuerpo, esa paz que emanaba de su rostro. Pero supo que él no sería capaz de volver a dormirse. Siempre le había pasado. Aunque se hubieran acostado tarde y no hubiera dormido más de tres horas. Una vez abría los ojos, era como si no hubiera marcha atrás. No supo si debía quedarse en la cama o intentar salir de ella. Pensó que quizá lo despertaría y no le agradaba la idea. Pero quedarse allí, despierto y sin poder volver a dormirse tampoco le atraía nada.
Intentó salir como pudo. Se puso de pie haciendo el menor ruido posible. Cuando salió de la habitación después de haber recogido la ropa que estaba por el suelo y vio como se daba la vuelta y se acomodaba para seguir durmiendo, supo que lo había conseguido.
Se habían liado varias veces, algunas de ellas habían acabado en su piso, pero era la primera vez que se despertaban juntos. No era algo que le resultara cómodo normalmente, pero esta vez parecía diferente. Hablaban mucho, a diferencia de lo que le ocurría con otras personas con las que lo prioritario siempre era el sexo.
Con él era distinto. Charlaban, se reían y discutían sobre cualquier cosa con la que no estuvieran de acuerdo. Y no eran pocas cosas en las que tenían puntos de vista opuestos. La rutina de ir a tomar una cerveza después de trabajar se había convertido en una de las mejores partes del día. Y más desde hacía unas semanas, desde que todos los gestos estaban cargados de un significado especial, desde que todas las miradas decían mucho más, desde que todas las frases tenían un doble significado.
Echó un último vistazo antes de salir de la habitación. No era su tipo, eso estaba claro. Era diferente a todos los chicos con los que alguna vez había tenido algo, o por los que se hubiera sentido atraído. Pero tenía algo, eso no lo podía negar. Tenía un cierto aire misterioso, parte de su encanto, y una apariencia de tipo duro, muy lejos de la realidad.
Salió y se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha. Estaba de pie, delante del espejo, cuando oyó su móvil. Sin pensarlo se puso los pantalones que había recogido del suelo y corrió a cogerlo llevando una camiseta en la mano.
La voz de su compañero casi sonaba peor que la suya propia. Había rumores de que el entrenador de baloncesto abandonaba el club, después de haber hecho el equipo a su antojo y después de tan solo tres jornadas de competición. Menuda manera de despertar un martes por la mañana. Miró el reloj y pasaba poco de las nueve.
Le dijo que no había problema, el se daba una ducha e iba a cubrir la rueda de prensa. Intentaría pasar la información lo más rápido posible para que se pudieran empezar a dar más datos en los próximos informativos.
Si en algún momento se le había pasado por la cabeza la idea de comer algo y ver si podía dormir un rato más en el sofá, había quedado completamente descartada.
Preparó la cafetera y fue a darse una ducha de dos minutos. Entró lo más despacio que pudo a coger ropa interior y pantalones limpios. Cuando se iba a poner la camiseta se dio cuenta de que no era la suya, y aunque después de acercársela a la cara y olerla estuvo tentado de ponérsela, pensó que no era la mejor opción.
Volvió a entrar en su dormitorio y cogió un polo oscuro. Esperaba que con eso y la chaqueta fuera suficiente. Iba a ser un día de locos y el ajetreo siempre le daba calor. En la cocina, quitó la cafetera del fuego, se sirvió una buena taza y la bebió junto con una pastilla para el dolor de cabeza. Iba a ser una mañana larga, cuanto antes se le pasara mejor.
Casi en la puerta recordó que él seguía durmiendo en su cama. No quería despertarlo, había cerrado tarde el bar y aún tardaron un buen rato en irse a la cama una vez en su piso. No le parecía buena idea echarlo a la calle de aquella manera. Pero tampoco sabía si tenía la suficiente confianza como para dejarlo en su piso solo… Como había poco que pudiera sacar de allí, decidió no despertarlo. Pero… ¿lo dejaba durmiendo y se iba sin más? ¿Le escribía una nota? ¿Le mandaba un mensaje? ¿Le llamaba en un par de horas?
Normalmente no se tenía que enfrentar a estas situaciones y estaba muy perdido. Pensó que lo mejor sería dejarle una nota. Cogió un trozo de papel y un boli y pensó por un segundo.
“He tenido que salir, movida en el trabajo. Te llamo luego y te cuento. No he querido despertarte. Hay café y puedes buscar algo para comer si quieres, pero no creo que tengas mucha suerte. Ya hablamos. Ten un buen día”
La miró y la releyó. No estaba mal. La dejó encima de la cama, junto a su ropa. Pensó que sería un buen sitio para que la viera. Después cogió la bolsa con su ordenador, la chaqueta y salió casi corriendo. Si después de todo llegaba tarde a la rueda de prensa podía ir despidiéndose de su amado trabajo.
Cuatro horas después, por fin, pudo mirar el reloj. Eran cerca de las tres, había cubierto la rueda de prensa, había podido hacer alguna pregunta, teniendo en cuenta el poco margen que les habían dado, pudo adelantar algo en el informativo de las doce y llegó con tiempo a la emisora para montar el audio y poder dar la noticia en el de las dos.
Todavía con los cascos colgando del cuello se estiró en la silla. Vaya locura de martes, pensó. Sacó el móvil y leyó detenidamente el mensaje que le había dejado Óscar. Le agradecía las horas de sueño y lo invitaba a comer si le apetecía cuando hubiera acabado. Miró la hora y supuso que ya habría comido, pero aún así lo llamó. Quién sabe.
Le dijo que no había comido y lo citó en una de las cafeterías de la universidad. No le pareció una mala idea rememorar sus días de estudiantes y se dirigió hacia allí. Cuando llegó vio que estaba bastante lleno. Le había dicho que estaba en una de las mesas de fuera, donde daba el sol y se estaba bien. Echó una ojeada rápida y lo distinguió entre la multitud.
Había ido a su casa a cambiarse porque no llevaba la misma ropa que anoche. Llevaba una camiseta verde que destacaba el ligero toque moreno de su piel y contrastaba con sus ojos y su pelo oscuro. Los vaqueros no sabría decir si eran los mismos, pero si no lo eran, tenían un corte parecido. Quizás estaban más desgastados y parecían más claros, un poco más anchos de como él los solía llevar y un poco deshilachados en los bajos. Llevaba unas zapatillas oscuras.
Estuvo un rato parado antes de acercarse. Tenía un libro entre las manos y parecía concentrado. El ceño un poco fruncido le daba un aspecto todavía más apetecible, a su modo de ver. No se había planteado que aquello fuera nada serio, pero estaba empezando a acostumbrarse a hacer planes con él.
Avanzó hacia la mesa que ocupaba y sin darse cuenta golpeó con la bolsa de su ordenador una silla e hizo que cayera al suelo. El ruido hizo que levantara la mirada del libro y la dirigiera hacia él. Vio como sonreía al verle. Mientras levantaba la silla se preguntó cómo debía saludarle. Quizá un apretón no era lo más adecuado, no hacía ni doce horas estaba corriéndose encima de su pecho, como para ahora darle la mano… Pensó que un ligero abrazo estaría bien, como dos amigos con cierta confianza. La confianza la tenían, eso lo tenía claro, pero para él lo de amigos quedaba un poco más lejos.
Se acercó torpe hacia su mesa. Cerró el libro y ya no le quitó el ojo de encima. Cuando estaba a menos de un metro se levantó, se acercó decidido y le besó. El sintió el roce en sus labios, fue más una caricia que un beso, pero el gesto fue lo que le dejó impactado. Por un momento sintió como se ponía colorado, y si ya sin ese gesto iba tirando sillas… Sonrió. Lo volvió a mirar y esta vez, ya de pie, pudo apreciar mucho mejor los detalles.
Pensó que era todo un misterio saber qué habría visto en él. Pensaba en sí mismo como en alguien con un atractivo limitado. Intentaba cuidarse, pero es cierto que odiaba el gimnasio. Siempre se planteaba salir a correr, pero al final no pasaba de algún partido esporádico de fútbol o baloncesto con algunos amigos. Medio se mantenía en forma porque comía bien y andaba mucho. Si no fuera por eso…
Pero él… Él estaba más que en forma. Cuando lo tocaba podía sentir sus músculos, no muy marcados, pero se dejaban ver. Eran más o menos igual de altos, pero donde él parecía algo desaliñado y muy poquita cosa, su compañero era todo lo contrario. La camiseta dejaba intuir una buena espalda y aunque los vaqueros eran anchos, no cabía duda de que tenía unas buenas piernas. Y él podía confirmarlo. Las veces que habían acabado en la cama lo había comprobado, y con cierta vergüenza se había privado de admirar su cuerpo para que él no tuviera que avergonzarse del suyo.
A veces lo pensaba y no sabía de qué le había servido el cumplir años. Tenía la sensación de tener los mismos complejos que cuando iba al instituto.
Óscar se ofreció a ir a recoger la comida para que él se quedara en la mesa cuidando de las cosas. No quiso coger el dinero que le tendió para pagar su menú y le convenció diciendo que así tenían otra excusa para quedar otro día, puesto que él debía pagar una.
Se sentó y tuvo la excusa perfecta para seguir mirándole cuando se dirigía hacia la entrada de la cafetería. Pensó que con una talla menos de vaqueros y dejando ver algo más el tremendo trasero que tenía tendría que quitarse a los tíos de encima.
Entonces se fijó que en la mesa de al lado, unas chicas que debían de ser de primero, hablaban sin poder quitar la vista de su espalda. Cuando vio que dirigían breves miradas hacia él no pudo menos que erguirse en la silla y sacar un poco de pecho, sintiendo como por un momento le envidiaban.
No tardó en volver con la comida. Y cuando la tuvo delante se dio cuenta de que después de la locura de día que había tenido y solo con el café que se había tomado por la mañana en el cuerpo estaba muerto de hambre. Devoró el primer plato casi sin hablar con él, y cuando mató un poco el gusanillo y pudo empezar a comer más despacio, fue capaz de comportarse como las personas normales, comiendo relajadamente y dando un poco de conversación.
Volvió a sentir lo fácil que le resultaba hablar con él. Lo rápido que habían cogido una complicidad que había echado en falta con algunas de sus parejas. Lo bien que se sentía cuando reía abiertamente y él podía seguirle sin ningún reparo.
Después de la comida tomaron un café. Y antes de que pudiera darse cuenta, estaban sentados en el césped, con las piernas estiradas y la cara girada hacia el sol que todavía se dejaba ver.
Movió su mano para acomodarse un poco y topó con la suya. Sintió como él, en lugar de retirarla, entrelazaba ligeramente sus dedos con los suyos. Le pareció un gesto tan tierno, que no pudo evitar ser él quien esta vez se acercara para rozar suavemente sus labios.
Estaba embobado, escuchándole hablar, viendo como sus labios se movían y sintiendo todavía sus dedos sobre los suyos, cuando empezó a sonar su móvil. Resopló. Le habían dado una tregua de poco más de una hora, pero la noticia bomba que había saltado esta mañana todavía tenía consecuencias.
Leyó varios mensajes, intentando contestarlos todos lo más brevemente posible. Esto de las redes sociales no hacía más que añadir más trabajo al que de por sí ya tenían. Parecía que había que había que comentarlo todo al segundo de producirse.
Mientras que él se incorporaba para trajinar con su móvil, Óscar se acostó, apoyando un codo en el césped y sin apartar su vista de él. Protestó entre dientes, haciendo algún breve comentario sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que ocurriría a partir de ese momento y sobre todas las hipótesis que habían saltado a la espera de que el club confirmara alguna. Aunque sabía que él no seguía mucho el baloncesto, parecía que le escuchaba atentamente.
Una vez hubo acabado, adoptó una posición más cómoda. Se tumbó completamente estirado y cruzó sus brazos por debajo de su cabeza. Cerró los ojos y se le pusieron todos los pelos de punta al sentir como le acariciaban el interior del brazo, lentamente.
Quiso abrir los ojos, para mirarle y sonreírle. Pero estaba tan bien así… Por un momento no existía nada más. Ni ruedas de prensa, ni programas de radio, ni entrenadores que abandonan, ni trabajo… sólo estaban ellos. Tumbados sobre el césped. Sin ningún tipo de obligación. Como si tuvieran todo el tiempo del mundo.
Cuando abrió los ojos había pasado algo más de una hora. Óscar seguía a su lado, pero había vuelto a abrir los libros, como cuando lo vio esperándole en la cafetería. Él volvía a tener el móvil lleno de mensajes. La realidad se le había venido encima. Se levantó y se puso la chaqueta. La siesta le había venido de cine, pero había cogido frío. Estuvo tentado de abroncarle por haberle dejado dormirse tanto tiempo, pero volver a verle con ese gesto de concentración extrema hizo que lo reconsiderara.
Entre el tiempo que habían estado hablando y la siesta, se había hecho la hora de que él fuera al programa especial de la radio, y Óscar se fuera a trabajar al bar. Quedaron en hablar más tarde y buscar un hueco para verse otro día.
No tenía muy claro cómo había surgido lo de verse otro día, y por un momento se sintió molesto porque él no insinuara siquiera verse esa misma noche. Es cierto que había sido un día largo, y que probablemente fuera mucho mejor así, pero a pesar de eso le fastidió.
Como todavía le quedaban varias horas por delante, intentó quitárselo lo más rápido posible de la cabeza para poder volver a llenarla de baloncesto. Era lo que tocaba hoy.
Cuando por fin cerró la puerta de su piso, consciente de que habían pasado más de doce horas desde que la había abierto esa mañana, se sintió agotado. Había sido un día largo, de mucho estrés y de mucho trabajo. Y ahora por fin estaba en casa. Podía ducharse, tumbarse en la cama y dormir doce horas seguidas.
Preparar algo de cena le pareció algo que no podía afrontar en ese momento. Se conformó con calentar una crema en el microondas y comérsela de pie, en la cocina. Ducharse se le antojó entonces más complicado incluso que la cena. Así que pensó que la ducha le vendría mejor por la mañana para despejarse.
Lo único que tenía en mente era su cama. Su almohada. Su edredón. Y con esa idea en la mente fue hacia su dormitorio. Mientras se quitaba los zapatos sentía que los ojos se le caían de sueño. Sus párpados eran como pesadas persianas que cada vez le costaba más mantener levantadas. Se quitó los pantalones, los calcetines y se deshizo del polo. No veía mejor idea que meterse en la cama tal cual.
Pero su vista la encontró. Estaba en el suelo, casi debajo de la cama, pero una vez pasó sus ojos por encima, ya no pudo ver otra cosa. Era la camiseta de Óscar. Una camiseta de manga corta que llevaba anoche. Probablemente no la habría visto esta mañana y se hubiera tenido que ir sólo con la sudadera. La recogió. Pensó en lavarla y en devolvérsela el próximo día que se vieran.
La dejó sobre la cómoda y se dirigió a la cama. Y entonces una idea cruzó su mente. Estaba claro que se la iba a devolver. Y lavada, por supuesto. Pero no lo iba a hacer esa misma noche. Y la camiseta seguía oliendo a él. Se la pondría para dormir. Sería una bonita forma de recordar la tarde que habían pasado.
No se lo pensó dos veces. Se la puso y se metió en la cama. Se tapó con el edredón y buscó una postura cómoda para dormirse. Cerró los ojos. Pero no se dormía. Olía a él. Era un olor agradable, pero le despertaba demasiadas sensaciones. Tantas que empezó a sentir una pequeña erección. No se lo podía creer. Si estaba agotado.
Dudó entre ignorar las reacciones de su cuerpo e intentar dormir o hacerle caso y que esa sensación de excitación se apoderase de él. La elección fue más sencilla de lo que creía. Y antes de que fuera consciente, su mano ya estaba acariciando su pene. Por encima de su ropa interior. Sentía como iba creciendo. Despacio. Metió la mano para poder sentirlo mejor. Y sin pensarlo se sacó rápidamente los calzoncillos para poder masajearlo a gusto. Todavía no estaba duro y se entretuvo retirando toda la piel y dejando su glande fuera para luego volver a cubrirlo. Una vez, y otra, y otra.
Lo sentía crecer, como se iba endureciendo. Y luchó contra sí mismo para no coger un ritmo frenético y acabar en dos minutos. Quería disfrutarlo. Volvió a inspirar fuertemente para seguir reteniendo su olor. Y le pareció que era algo casi automático, sentir su olor más intensamente equivalía a incrementar su excitación.
Soltó su pene unos segundo para pasar la mano por sus testículos. Aunque era su mano, era otra sensación que también le volvía loco. Otra vez cogió aire con fuerza y sintió como su olor se le metía dentro. Su polla palpitaba sin que él tuviera que hacer ningún movimiento. Aunque decidió hacerle caso, se lo estaba ganando.
Volvió a rodearla con su mano, pero esta vez fue más rápido en sus movimientos. A los pocos segundos de empezar con un ritmo más rápido sintió que iba a correrse e intentó bajar la intensidad para que el momento se prolongara, pero sin darse cuenta había llegado a un punto de no retorno. Ya no tenía esa opción. Siguió masturbándose, cada vez más rápido, con más ganas. No era capaz ni de reprimir los sonidos que salían de su garganta, casi gritos.
Hasta que finalmente eyaculó. Intentó cubrirse con su mano, y cuando la sintió pringosa pensó que había conseguido no mancharse. Pero cuando se destapó, agobiado por el edredón, por el calor que estaba sintiendo y por su respiración entrecortada, vio que había manchado su pecho, e incluso la camiseta. No había estado tan rápido como había pensado.
Volvió a mirar la camiseta manchada. Mientras su respiración se iba calmando y el latido de su corazón intentaba volver a la normalidad. Se levantó para ir al baño y vio la hora en el despertador. Pensó que probablemente todavía estaría en el bar. También le vino a la mente la camiseta, que todavía llevaba puesta, y que como por arte de magia no parecía estar tan cansado.
De vuelta del baño alcanzó su móvil. Buscó su número y le puso un mensaje: “Tengo tu camiseta y dormiré sólo con ella a no ser que vengas a buscarla”. Ya se había metido de nuevo en la cama y se había tapado con el edredón. Iba a dejar el móvil encima de la mesilla cuando vibró entre sus manos.
“Sería una pena no verlo”, decía el escueto mensaje que le había mandado. No sabía si contestarle para que fuera más concreto o dejarlo estar pensando que estaría cansado cuando de nuevo sintió su móvil vibrando. “Voy en quince minutos. Podrás esperar?”
Quince minutos, pensó. Y por un momento se arrepintió de la estupenda paja que acababa de hacerse. Por suerte su pene no pensaba como él y parecía mucho más despierto.
“Que sean diez o empezaré sin ti”, fue su breve respuesta. Por suerte, el día iba a acabar mucho mejor de lo que había empezado.