Un Día Horrible

...sentía como su vagina se humedecía, sus piernas se tensaban, su respiración se aceleraba y sus pechos pesados y hambrientos de caricias se balanceaban cada vez que se metía la polla hasta el fondo de su garganta...

Había que joderse. ¿Y para eso se había puesto sus mejores galas? Se había pasado dos horas haciéndose aquellos complicados tirabuzones en su pelo, maquillándose con esmero y poniéndose el conjunto de lencería color turquesa que tanto le gustaba, con medias, liguero y aquellos zapatos de tacón tan altos e incómodos pero que estilizaban sus piernas. Tanto el largo vestido de crepé color azul índigo que se pegaba a su piel realzando su figura, como la gargantilla de plata y jade eran nuevos y le habían costado un riñón, pero nada era suficiente para su hombre. Y ahora, después de esperarle casi una hora sentada en la mesa del restaurante, estaba cortando con ella por wasap.

"Lo siento, cariño. Te quiero mucho, pero sencillamente creo que no congeniamos. No es culpa tuya, soy yo..."

"Ya sé que eres tú, mamón. No hace falta que me lo digas. —tecleó furiosamente— Lo que te pasa es que eres un gilipollas que no aguanta las bromas de sus colegas porque tu chica es más inteligente, más ingeniosa y gana más dinero que tú"

"Alto ahí, puta loca. Eso sí que no te lo admito. Si te dejo no es porque tu ganes más, sino porque me lo estés restregando todo el tiempo por las narices"

"¿Solo porque por tu cumpleaños te pagué la entrada de ese Porsche por el que llevabas tres años suspirando? Hay que ser majadero. Cualquier otro hombre estaría besando el suelo que yo piso"

"Eso es lo que quieres, controlarlo todo"

"¿Controlar qué, gilipollas? —replicó ella adornando la pregunta con un montón de emoticonos furiosos— Si siempre hacíamos lo que te daba la gana, hasta esta cena era idea tuya. Ya me imagino lo que ha pasado. Ibas a cortar conmigo en el restaurante para que no montase follón y luego ni siquiera te has atrevido a hacerlo. Todavía no entiendo por qué puñetas me enamoré de ti."

Estaba harta, lo último que le apetecía era seguir hablando con aquel gilipollas. Con las lágrimas pugnando por escapar de sus ojos bloqueó a su ya exnovio en el wasap y metió el móvil en el bolso. Respirando un par de veces profundamente hizo una seña al camarero y le pidió la carta.

—Al final me temo que voy a ser solo yo. —dijo ella intentando que no trasluciese su tristeza.

—¿Su pareja no ha podido llegar? —preguntó el camarero con una sonrisa aduladora mientras intentaba atisbar el nacimiento de sus pechos a través del escote.

—Han desviado su vuelo y me temo que tendré que cenar sola. —desde luego no pensaba renunciar a aquella reserva en Chez Louise que tantos favores le había costado conseguir.

—Si yo fuese su novio, me hubiese tirado del avión en pleno vuelo de haber sido necesario. —replicó el camarero lanzándole otra mirada nada casta  mientras tomaba la comanda.

Una vez se hubo ido el camarero, se levantó y se dirigió al baño, pausadamente, dejando que todos los presentes admirasen su vestido y el cadencioso movimiento de sus caderas. Una vez traspasó la puerta y se aseguró de que no había nadie dentro, le dio una patada a la papelera con todas sus fuerzas sin miedo a descantillar la delicada puntera de sus zapatos de marca y se encerró en uno de los cubículos. Durante dos minutos lloró en silencio. ¿Por qué todos los hombres tenían que ser gilipollas? Era la historia de su vida, parecía estar en el día de la marmota. Invariablemente e independientemente de lo que hiciese, todos los hombres con los que se relacionaba acababan abandonándola. Cuando se sentían intimidados, su forma de reaccionar era la misma, en vez de intentar mejorar para ponerse a su altura, todos acababan huyendo como conejos.

Al fin desahogada, salió del cubículo, se lavó la cara y se recompuso el maquillaje. Solo cuando estuvo perfecta de nuevo, salió del baño y se sentó a la mesa.

A pesar de que la comida era tan deliciosa como le habían comentado, todo le sabía a ceniza y su mente no dejaba de volver a su flamante ex. No lo entendía. Otras veces lo había visto venir, pero está vez, a pesar de que había sido consciente de las tensiones, le había pillado totalmente desprevenida. Sobre todo por el hecho de que en la cama funcionaban de maravilla. Su novio la excitaba tanto que era capaz de hacer cualquier cosa por él y a cambio el la ponía siempre en órbita. Solo de recordar como la arrinconaba cuando llegaba a casa cansada y furiosa del trabajo y sin dejarla tiempo ni de posar el maletín en el suelo, la abrazaba y le bajaba las bragas lo justo para colarle la polla dentro se estremecía de placer... y de frustración. Aquel cabrón era el mejor amante que había tenido, la poseía con una violencia y una desesperación que le hacían olvidarse de todo. Aquellos polvos, con ella agarrándose al mueble del recibidor mientras era penetrada hasta que se corría, eran liberadores. Luego ya no importaba si la llevaba a la cocina para cenar algo o si la cogía en brazos para seguir follándola el resto de la noche, el día había vuelto a arreglarse.

Cuando terminó el segundo plato ya ni siquiera tenía ganas de postre. Había empezado tan tarde que apenas quedaban un par de clientes, así que optó por pedir el café directamente. Afortunadamente el camarero que le había servido hasta aquel momento había desaparecido, probablemente al ver que no tenía nada que hacer con ella y el camarero que le sirvió el café  y le entregó la cuenta era más discreto y profesional.

Para terminar de arreglar el día había empezado a llover. No era una lluvia intensa pero sí fina e insistente. Se colaba por el escote del vestido y le empapaba el pelo que tanto le había costado peinar, además venía acompañada de un viento desagradable que se la lanzaba a la cara. Le daban ganas de gritar de frustración. Se puso el chal de seda sobre la cabeza, se acercó al borde de la acera e intentó llamar a un taxi pero tras cinco minutos lo dio por imposible. El metro no estaba demasiado lejos, así que optó por caminar hacia la estación más cercana mientras rezaba para que un taxi salvador apareciese por una esquina.

Aquella parte de la ciudad, de calles estrechas y tortuosas siempre la desorientaba y la lluvia fina e insistente, que le daba en la cara obligándola a entrecerrar los ojos, terminaron por provocar que se perdiese. Exasperada sacó el móvil del bolso y convocó a San googlemaps.

En ese momento un coche se acercó y paró a su lado. Por un momento creyó que estaba salvada, pero el vehículo no era un taxi, era un astroso Opel desde cuyo interior le sonreía el camarero baboso del restaurante con suficiencia.

—¿Te llevo a algún sitio, cariño? —le preguntó el hombre apartando un flequillo de pelo negro y grasiento como el petróleo de su cara.

—No, gracias. Prefiero que me dé un poco el fresco. —respondió ella ajustándose el chal en torno a la cabeza en un inútil intento de conservar el peinado.

—Vamos, muñeca. Sube a mi carroza y deja que te lleve a casa. Te aseguro que pasarás una noche inolvidable.

—Si te soy sincera no te tocaría ni con un palo. Ahora vete a meneártela a casa y déjame en paz, hoy no estoy de humor.

Por fin google había terminado de pensar y le marcaba el camino más rápido para llegar a la estación de metro. Afortunadamente no se había desviado demasiado. Sin esperar réplica se alejó del coche y comenzó a caminar a paso ligero. Aquel tipo no le daba buena espina. Solo la forma que se había fijado en como sus pezones hacía relieve en su vestido mojado le había producido un escalofrío.

Desde luego que aquel no era su día. No necesitó volver la cabeza para oír como el coche del camarero arrancaba con un violento acelerón. Lo vio pasar por delante de ella y estaba a punto de suspirar de alivio cuando le vio aparcar en un espacio vacío treinta metros por delante de ella.

Como decía Federico el Grande, por muy mal que fueran las cosas, siempre podían empeorar. Sin pensarlo cogió por una estrecha callejuela que se abría a su derecha con la esperanza de darle esquinazo, pero los pasos apresurados resonando sobre el pavimento mojado eran como disparos. Lo que había empezado como un caminar apresurado se había convertido en un trote tan rápido como sus tacones se lo permitían. Oía los pasos del camarero cada vez más cerca.

Por un instante pensó en deshacerse de los zapatos, pero pensó que ya era tarde. Si se paraba, aquel cabrón la alcanzaría. Su única esperanza era aguantar lo suficiente hasta encontrarse con alguien, pero al doblar la siguiente esquina el alma se le cayó a los pies. El callejón terminaba en una pared de ladrillo.

—¡Vaya! Qué lugar tan íntimo. Me parece aun mejor que tu casa. —dijo el camarero acercándose.

—Como des un paso más gritaré y... —le amenazó.

El camarero no le dio tiempo y antes de pudiese terminar la frase se abalanzó sobre ella tapándole la boca y arrinconándola contra la pared. Temblando de miedo intentó deshacerse de su agresor, pero él era mucho más alto y fuerte. La dominó con facilidad y la cogió por el cuello apretando lo justo para demostrarla que iba en serio.

—Si te mueves o gritas te rompo el cuello como a un pollo. —dijo su agresor apretando un poco más la mano mientras que con la otra le sobaba los pechos.

—Por favor. No me hagas daño. —suplicó— Tengo dinero en el bolso y puedes coger el reloj y el collar...

—No quiero tu dinero, puta. —dijo él arremangándole el vestido y colando la mano entre sus piernas.

Se sentía herida y humillada. Quizás en otras circunstancias hubiese opuesto mayor resistencia, pero ahora se sentía totalmente indefensa. Aquel día que había empezado tan prometedor, no sabía cómo, se había convertido en el peor día de su vida. Inerme, lo único que pudo hacer fue llorar y suplicar, cerrando los muslos con toda la fuerza de que era capaz, mientras su agresor hurgaba entre sus piernas intentando quitarle el tanga.

Al final el tipo se cansó y apretando aun mas su cuello la zarandeó con fuerza. Asfixiada, tosió e intentó coger aire sin éxito.

—Abre las piernas de una puta vez.

Había que joderse, ahora había dejado de llover... Si es que parecía que la había mirado un tuert...

Unos dedos gordos y callosos entrando en su sexo y cortaron el hilo de sus pensamientos. Con un grito se puso rígida mientras el camarero sonreía y la exploraba con descaro.

—¿Verdad que te gusta, putita? Todas vosotras sois iguales. Con estos vestidos y estos aires de fulanas remilgadas os creéis por encima de los demás, pero un par de dedos en el sitio adecuado y en cuestión de segundos estáis jadeando como perras. —dijo aquel cabrón mientras recorría su cuello con la lengua.

Aquello no podía estar pasando, simplemente era una pesadilla... —pensó mientras el hombre seguía hurgando en su interior y lamiéndole la oreja.

—¡Hola! ¿Algún problema? —se oyó una voz justo detrás de ellos.

El camarero giró la cabeza sin sacar sus dedos de dentro de ella.

—Lárgate, esto no es asunto tuyo. —replicó el agresor apretando un poco más el cuello de ella para que no pudiese pedir auxilio.

—Prefiero que me lo diga la señorita, si no le importa. —replicó el desconocido.

A pesar de su incómoda postura se retorció y miró preguntándose quién era su salvador. La luz de una farola cercana le daba de frente, así que no pudo vislumbrar más que un figura espigada que, parada frente a ellos, les hablaba con aire despreocupado.

—Vamos, no seas idiota. Si no la sueltas, voy a tener que cascarte, y un vez que empiezo es muy difícil pararme. —añadió su salvador golpeándose sonoramente la palma con el puño de la otra mano.

Estaba claro que el camarero no solía encontrarse en ese tipo de situaciones y dudó. La mano que tenía cogida por el cuello se aflojó un poco, pero fue suficiente para que el oxigeno llegase a su cerebro y la ayudase a pensar. Agarrándose a los hombros de su agresor lo separó un poco y levantó la rodilla con todas sus fuerzas. El golpe alcanzó al camarero justo en el centro del objetivo y se derrumbó agarrándose los testículos en un gesto de dolor.

Sin pensarlo echó a correr y se lanzó en brazos de su salvador.

—Gracias, ese hombre estaba a punto de violarme. —dijo ella.

—No parece que necesitases ayuda. —replicó él echándole un vistazo a aquella masa gimiente en el suelo del callejón— Pareces una mujer de armas tomar.

Ella sonrió tímidamente y se separó un poco cohibida.

—Será mejor que nos vayamos antes de que se despeje ese idiota, si te soy sincero, nunca me he peleado con nadie. —añadió él hombre empujándola suavemente por la espalda fuera de aquel callejón.

Ella se dejó llevar con suavidad y con paso apresurado siguió al desconocido. Una vez en calles más concurridas el efecto de la adrenalina se disipó en unos instantes y empezó a sentir las piernas de goma. A punto de caer se agarró a su salvador, que dándose cuenta de lo que pasaba, la cogió con suavidad por el talle y medio en volandas la llevó hasta el interior de una cafetería.

Si la preguntasen sobre la cafetería, diría que no se acordaba prácticamente de nada. Solo venía a su mente la barra de acero inoxidable, los fluorescentes que le daban al establecimiento un ambiente enfermizo y el camarero que les atendió con un palillo en la boca y una ceja arqueada con curiosidad.

Ambos recogieron su café en la barra y se sentaron frente a frente en una mesa, en una esquina de la cafetería, lejos de las miradas inquisitivas del camarero. El primer sorbo de café la revivió y por fin, tras apartar la taza de la cara, pudo mirar a su salvador.

Lo que más llamó su atención fue su boca amplia de sonrisa fácil. La verdad era que si se lo hubiese cruzado por la calle, apenas habría reparado en él. Era un hombre corriente de pelo castaño y ojos oscuros, bastante alto, pero no tan musculoso como se había imaginado cuando lo vislumbró por encima de los hombros de su agresor.

Aun así tenía algo que le hacía singularmente atractivo. Probablemente fuese la forma desenvuelta en que había tratado al agresor y en la que se había quitado meritos, como si lo que había hecho no tuviera importancia.

Una gota helada escurrió de su pelo y la devolvió a la realidad. Inmediatamente pensó que debía estar echa una pena con el rímel corrido y el pelo pegado a la cabeza. Aun así el desconocido la miraba con intensidad.

—Soy Lucas. —dijo él rompiendo el silencio.

—Yo Mika. Gracias otra vez por lo que has hecho por mí.

—¡Bah! Cualquiera en mi lugar hubiese hecho exactamente lo mismo, sino más.

Ella lo miró preguntándose si aquella modestia era verdadera o solo una mera pose. Aquel rostro alargado de mandíbula cuadrada y pómulos altos le resultaba difícil de descifrar. Si a eso se le unía aquella sonrisa irónica estaba totalmente despistada. Aun así, no sabía por qué, aquel hombre le resultaba realmente atractivo.

Lucas, ignorante de sus pensamientos, bebió otro trago sin apartar los ojos de ella.

—No me mires así.  Ya sé que estoy horrible.—dijo ella tocándose el pelo incómoda.

—Al contrario, tengo la suerte de verte tal como eres...

—¿Una bruja con el pelo revuelto y churretones de rímel corriendo por su cara? Creo que voy a ir un momento al baño a quitarme estos pegotes, luego quizás me veas tal como soy.

Sin esperar respuesta dio otro trago aquel delicioso café y se dirigió a los servicios sintiendo una mirada insistente acariciando su culo.

La imagen del espejo era peor de lo que esperaba. Los churretes de rímel recorrían sus mejillas hasta la barbilla y sus preciosos tirabuzones habían desaparecido. Ahora tenía el pelo totalmente mojado y el agua que rezumaba escurría por su cuello empapando su ya de por si mojado vestido.

Lo del vestido era aun peor, La lluvia había hecho que se le pegase aun más al cuerpo revelando sus pezones erectos por el frío e incluso las trabillas del ligero. Intentó secarlo un poco pero enseguida se dio por vencida. Lo único que pudo hacer fue quitarse los restos del maquillaje y  después de escurrirlo lo mejor que pudo, recogerse el pelo y dejarlo caer por la espalda con la esperanza de que se fuese secando poco a poco.

Una última gota escurrió de su melena y corrió por su espalda hasta desaparecer por debajo del vestido provocándole un escalofrío. Tras echarse un último vistazo al espejo se retocó los labios, el único resto de maquillaje que le quedaba y salió de los baños.

Lucas seguía al lado de su café y aunque intentó disimularlo recorrió su cuerpo con los ojos produciendo una cálida sensación de placer en su sexo. Parecía mentira, pero después de aquel día estaba empezando a excitarse.

—Bueno, Lucas. ¿Y a qué te dedicas?

—Instalaciones eléctricas, me subo a los postes de la luz, empalmo cables, reviso aislantes... esas cosas...

La conversación se desarrolló con naturalidad y no pareció demasiado intimidado cuando ella le hablo de costes, beneficios y sus carteras de inversiones, es más hasta pareció sinceramente interesado.

El tiempo se pasó en un instante. Se sentía realmente cómoda con Lucas y cuando miró el reloj y vio que eran casi las tres de la madrugada. Se sorprendió.

—Vaya, es cierto. —dijo él interpretando erróneamente su expresión—creo que va siendo hora de que nos retiremos.

A regañadientes se levantó, siguió a Lucas fuera del establecimiento y ambos miraron a su alrededor.

—Vaya, los taxis siguen sin aparecer. —dijo ella, esta vez complacida.

—Si quieres te acompaño hasta el metro. Hay una parada a un par de manzanas de aquí.

—Sí, por favor. —respondió ella agradecida. Estoy harta de sorpresas.

Caminaron juntos, con los cuerpos en contacto, pero sin llegar a cogerse de las manos, ambos deseosos de contacto, pero sin saber muy bien como iniciarlo.

Apenas habían recorrido unos metros cuando volvió a empezar a llover. Pero esta vez no fue una lluvia fina, era un verdadero diluvio. A ella ya le daba igual todo, solo quería volver a casa y quitarse aquella ropa mojada, pero Lucas la envolvió con la cintura y la llevó hasta un portal cercano.

Mika no dejó pasar la oportunidad y en cuanto llegaron al portal se colgó del cuello de Lucas y lo besó. Él no pareció muy sorprendido y estrechándola contra ella le devolvió el beso con suavidad. Sus lenguas se rozaron y sintió como todo su cuerpo se calentaba con aquel intenso abrazo. Se apretó contra aquel cuerpo firme con el suyo temblando de frío y excitación.

—Vivo cerca de aquí. —dijo Lucas entre besos— Quizá quieras venir cuando pase el chaparrón y ...

Ella no le dejó terminar. Lo besó de nuevo y tiró de él fuera del portal. Cogidos de la mano avanzaron en medio de la tempestad, con los cuerpos chorreando y los zapatos hundiéndose y salpicando en los profundos charcos, riendo y parando para besarse y tocarse cada pocos metros.

Cuando llegaron al portal, cualquiera les hubiese confundido con un par de peces, pero ya no les importaba nada que no fuesen ellos. Subieron por las escaleras del vetusto edificio a empujones, parando en cada rellano para besarse y magrearse. Las manos de Lucas incendiaban su cuerpo haciendo que se estremeciera y se retorciera apretándose y frotándose instintivamente contra el de él.

Al fin llegaron al tercer piso y se pararon delante de una baqueteada puerta de madera. Lucas sacó las llaves y ella se acercó y tanteó su entrepierna. Cogido por sorpresa Lucas se estremeció y las llaves volaron por el aire. Con un movimiento, que a ella le pareció muy divertido, Lucas intentó atraparlas en el aire. Las llaves rebotaron entre sus dedos y finalmente cayeron con un tintineo. Él se agachó y las cogió mientras lo miraba traviesa y acariciaba su culo incapaz de estarse quieta. Deseaba aquel cuerpo y lo deseaba ya.

Finalmente él se irguió y se apresuró a meter la llave en la cerradura antes de que Mika pudiese hacer otra travesura. Con las manos temblorosas comenzó a dar vueltas a la llave mientras ella desde atrás le abrazaba y deslizaba una mano dentro de los pantalones de Lucas acariciándole la polla.

Él no le dejó que siguiese sintiendo como la polla de Lucas crecía en sus manos. con un último empujón abrió la puerta y entraron los dos a trompicones. Una vez dentro, Lucas la arrinconó contra la puerta y le remangó el vestido hasta la cintura. La tela empapada se quedó pegada a su piel mostrando su ropa interior transparente por la humedad.

Lucas dio dos pasos hacia atrás para observar sus piernas y el suave mechón de pelo que cubría su pubis. Ella no podía esperar más y agarrándole por la pechera lo acercó a ella y le abrió los pantalones. Hambrientos se besaron y sus manos se cruzaron camino del sexo del otro.

Unos dedos esta vez suaves y calientes entraron en su coño, acariciando su interior y buscando sus puntos más sensibles. Parecía mentira que pocas horas antes otro hombre estuviese haciendo lo mismo y estuviese totalmente aterrada. Ahora podía sentir como todo su cuerpo se estremecía y se humedecía tanto por dentro como lo estaba por fuera.

Deseosa de que él sintiese lo mismo empujó a Lucas poniéndole de espaldas a la puerta y se apartó, no sin sentir como su cuerpo protestaba al percibir que aquellos dedos escapaban de su sexo hambriento.

Lentamente se apartó un par de metros por el pasillo y se exhibió ante él, cogiendo el vestido y quitándoselo por la cabeza. Lucas no dijo nada, pero por la forma en que abrió los ojos sabía que le gustaba lo que estaba viendo. Todo su cuerpo le decía que se apresurase, pero no lo hizo, simplemente se acarició los costados y fingió colocarse los pechos dentro del sujetador. Jugó un poco con ellos y se bajó las copas para que Lucas pudiese ver sus pezones oscuros y erectos.

Las manos de Mika bajaron por su cuerpo acariciándose las caderas las nalgas y tirando de las trabillas del liguero. Lucas, mientras tanto, sin perderse ni uno de sus gestos se deshacía de su ropa precipitadamente. Su cuerpo no era todo músculo como el de su ex, pero era más estilizado y apenas tenía vello. Poco a poco se acercó a él le cogió el paquete acariciándolo con suavidad.

Lucas aprovechó para cogerla por la nuca y besarla descargando todo el deseo en su boca. Todo su cuerpo se estremeció aun más al sentir aquella polla dura palpitar contra su vientre. Deseaba tenerla dentro de ella, sentir su calor, su dureza, su sabor...

Mika deshizo el beso y dando dos pasos atrás separó las piernas e inclinó el torso. Cogiendo la polla de él, se la acercó a los labios y rozó el glande con ellos. Lucas se estremeció de arriba abajo cuando se metió la polla en la boca. Con deliberada lentitud le chupó el miembro sintiendo su dureza y su calor, sintiendo en su lengua como todo el cuerpo de su amante reaccionaba y se incendiaba. Mientras le comía la polla, ella también sentía como su vagina se humedecía, sus piernas se tensaban, su respiración se aceleraba y sus pechos pesados y hambrientos de caricias se balanceaban cada vez que se metía la polla hasta el fondo de su garganta.

Incapaz de retrasar más el momento, se irguió y dando la espalda a Lucas se cogió el tanga y se lo bajo hasta las rodillas. En ese momento Lucas se abalanzó sobre ella y la abrazó frotando su polla ardiente contra la raja que separaba sus nalgas. Empujándola contra la pared le separó las piernas y le metió la polla de un solo golpe.

El miembro de Lucas de deslizó con facilidad en su interior. Mika se estremeció y retrasó las caderas mientras apoyaba su frente febril contra la pared.

—¡Dame polla! —gimió ella desesperada.

Lucas obedeció y le dio una serie de duros pollazos a los que ella respondía crispando todo el cuerpo y gimiendo de placer. Disfrutó como una loca de aquel miembro profundamente alojado en su sexo, de los dedos hincados en su culo, de la respiración cálida de Lucas acariciando su espalda hasta que no pudo más y se corrió con un grito.

El placer golpeó su cuerpo atenazándola, pero sin lograr apagar su deseo. Cogiendo las manos de Lucas las guio a sus pechos y movió las caderas al notar que el dejaba de empujar.

—Vamos, quiero más. —exigió ella con la voz ronca.

En ese instante se vio alzada en el aire. Lucas la cogió en brazos y la llevó hasta el dormitorio mientras ella recostaba la cabeza en su pecho y jugaba con sus tetillas. Con ella aun en brazos se sentó en borde de la cama y la besó. Sus lenguas se acariciaron, agudizando de nuevo su deseo. Ansiaba sentirle de nuevo dentro de ella. Se sentó sobre él, mirándole a los ojos y abrazándole con las piernas. Sus sexos contactaron y ella, agarrándose a su cuello, comenzó a balancear las caderas sintiendo aquel miembro palpitante rozar y golpear su clítoris hasta volverla loca de deseo.

Sobrepasada por la lujuria se separó lo suficiente para poder meterse la polla hasta el fondo.

—Dios, eres deliciosa. —dijo él cogiendo uno de los pechos de Mika y metiéndoselo en la boca.

Ella gimió y comenzó a balancear las caderas dejando que su amante explorara su cuerpo, acariciase su espalda, su culo y sus piernas a través del líquido tejido de las medias.  Cuando se dio cuenta estaba saltando sobre él con todas sus fuerzas. Quería que aquello no acabase nuca. Su vagina se retorcía de placer sintiendo aquel miembro cálido y ligeramente curvado dilatarla y colmarla de placer. Volviendo a la realidad, se paró unos instantes, consciente de que debía darle una tregua a su amante.

Lucas aprovechó y le quitó el sujetador para poder besar y sopesar sus pechos con libertad. No sabía qué era lo que más la excitaba si tener aquella estaca dentro de ella o los pechos bailar y estremecerse con las caricias, los besos y los chupetones de Lucas.

Con delicadeza él la cogió de nuevo en el aire y la depositó boca arriba sobre la cama. Sin apresurarse le besó los labios, el cuello, los hombros y fue bajando por los pechos y el vientre excitándola cada vez más. Sus manos y sus labios pasaron de largo por su pubis y se concentraron en sus piernas. Acompañado por los suspiros de Mika, Lucas le quitó los zapatos y beso y mordisqueó sus dedos empapados. Con una sonrisa traviesa ella liberó uno de sus pies y acarició su polla con él.

Mika cerró los ojos y le dejó hacer. Poco a poco las caricias fueron avanzando de nuevo hacia su sexo hasta que sintió como la boca de su amante se cerraba entorno a su vulva y su lengua, jugaba con su clítoris y sus labios menores. De nuevo su cuerpo se incendio, las oleadas de placer eran cada vez más frecuentes e intensas hasta que un segundo orgasmo explotó en su cuerpo. Con un largo gemido se arqueó mientras empujaba la cabeza de Lucas dentro de sus piernas.

—¡No pares! ¡No pares! —le suplicaba sin parar de mover las caderas.

Cuando el orgasmo pasó, Lucas se deslizó sobre ella y ella lo acogió con las piernas abiertas, ansiosa por tenerlo dentro de nuevo. Hasta el peso de su cuerpo sobre ella la excitaba. Con un gesto fluido la polla de Lucas se abrió paso de nuevo en su interior y ella la recibió con un largo gemido. Agarrándose con uñas y dientes a su cuerpo, dejó que la penetrara con lentitud, disfrutando de cada centímetro, y sintiendo como a pesar de estar exhausta su cuerpo reaccionaba de nuevo.

—Levanta, quiero verla... quiero ver como entra. —le pidió a Lucas.

Con una sonrisa él apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo de Mika y alzó el cuerpo de manera que lo único  que les conectaba era la polla de su amante. Agarrándose a sus bíceps observó aquel miembro duro entrar en ella colmándola de placer.

—Dime algo... ¿Soy hermosa? —exclamó entre gemidos solo por escuchar su voz grave y serena.

—Claro que eres hermosa. —respondió el con una sonrisa— Jamás había estado con una mujer tan dulce y apasionada a la vez. Todo en ti me parece excitante. —continuó sin dejar de entrar en ella pausadamente— Tus ojos brillantes, tus labios rojos y ansiosos, tus pechos cremosos, tu vientre y tus costillas agitándose con mis caricias y mis besos, tus piernas suaves y tus pies pequeños y sensuales.

—¡Oh sí! —exclamó ella tan excitada por las palabras como  por el miembro que la apuñadaba sin descanso.

—Y me gusta tu sexo cálido y aterciopelado. —añadió él tumbándose sobre ella y hablando a su oído mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones— Me encanta como acoge mi polla hambriento e incasable, la acaricia, la envuelve y la retuerce con sus contracciones.

Las palabras se convirtieron en roncos gemidos a medida que aumentaba el ritmo. Mika se agarró a su amante y le clavó los dientes en el hombro mientras él la embestía como un toro furioso hasta eyacular dentro de ella. El calor de su semen terminó por desatar un nuevo y glorioso orgasmo. Mika se encogió al recibir las oleadas del placer sin dejar de pedirle que no parase. Lucas siguió follándola con intensidad hasta que el orgasmo pasó y su cuerpo logró relajarse. Aun así el no se apartó. Ella tampoco le apremió para hacerlo disfrutando del calor   y el peso de su amante sobre su cuerpo y de su miembro relajándose poco a poco dentro de ella.

Finalmente se separaron y ella no pudo evitar un sentimiento de desconsuelo. Había sido todo tan intenso y tan bonito que no sabía cómo podría mejorar, pero él lo hizo. Lucas se levantó y desapareció unos instantes. Inmediatamente se oyó el sonido de un grifo abierto.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que aun tenía puestas las medias empapadas y sin la presencia de su amante, su cuerpo temblaba no de excitación, sino de frío.

Se deshizo del liguero y de las medias y justo cuando salía de la cama apareció el por la puerta de la habitación. Ella se acercó y se colgó de su cuello apretándose contra aquel cuerpo cálido y reconfortante.

Con facilidad él enderezó la espalda y la levantó en el aire. Mika le rodeó con sus piernas. Él apoyó las manos en sus caderas y la llevó en volandas hasta el servicio. El agua de la bañera humeaba tentadora y la luz parpadeante de varias velas arrancaban destellos dorados de su superficie. Con aparente facilidad se metió con ella en la bañera y se sentó abriendo las piernas. Mika le dio la espalda y se sentó en su regazo. El agua caliente la envolvió templando su cuerpo aterido y relajando sus miembros. Tras sumergir todo su cuerpo bajo el agua se arrellanó entre las piernas de su amante y dejó que él la abrazase y entrelazase las manos con las suyas. Totalmente relajada cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras él la abrazaba por la cintura y le besaba la cara las orejas, el cuello y los hombros.

—¿Haces esto con todas las mujeres? —no pudo evitar preguntar.

—Claro. Aparezco cuando están en apuros, las convenzo de que las he salvado cuando no he hecho absolutamente nada y luego, aprovechándome de su vulnerabilidad, las follo hasta que se me cae la picha a cachos. —dijo él.

—¿Te sientes culpable? —le preguntó abriendo los ojos y mirándole.

—La verdad es que un poco sí. —admitió él— Si esto no hubiese pasado, no creo que te hubieses fijado en mí.

—Es probable, pero tampoco hubiese descubierto que me gustaban Arcade Fire si no hubiese sido porque alguien se dejó un pendrive en un coche alquilado. —replicó ella besándole suavemente— Realmente ha sido un día horrible y tú has sido lo único bueno que me ha pasado...

—¿Te gusta Arcade Fire? A mí me encantan. —la interrumpió— ¿Cuál es tu canción favorita? Mi preferida es Afterlife.

—Es buena, pero a mí me gusta más Electric Blue, no sé por qué pero hay veces que no puedo dejar de escucharla una y otra vez...