Un día especial con mi hijo

Este fue el día en que cedió mi última barrera.

Un día especial con mi hijo.

He decidido continuar mis relatos sobre la vida íntima que llevamos con mi hijo Luis, luego de que incurriéramos en algunos desenfrenos sexuales, que ya he relatado anteriormente. Para quien quiera saber como empezó esta relación incestuosa entre madre e hijo sugiero que lean los dos primeros relatos: "Mi hijo estudia Bellas Artes" y "Mi hijo estudia Bellas Artes (2)". En cuanto a los desenfrenos a que me refiero recomiendo leer: "Desenfreno con mi hijo". Después pasaron unos meses en que yo decidí terminar nuestra relación, pero no tuve la voluntad de mantenerla y volvimos a caer en lo mismo, lo que relato en "Con mi hijo no aguantamos más". El presente relato se refiere a cómo continuó nuestra historia, pero en este caso a un día en especial.

Aquella mañana de un día domingo, amaneció lloviendo. Mi hijo no estaba, volvería cerca del mediodía, así que sin nada que hacer decidí quedarme en la cama un rato más de lo habitual. Sentir el silencio de la casa en soledad y algunos pensamientos, me llevaron a comenzar a acariciarme lentamente presintiendo desde el principio que terminaría masturbándome. No quiero abundar en detalles sobre este acto que ya todos conocen, pero lo extraño fue que en algún momento cuando estaba ya desnuda sobre las sábanas, muy excitada, con mis piernas levantadas y mis dedos recorriendo mi clítoris, y a punto de tener mi primer orgasmo, me invadió una infinita tristeza. Noté que las lágrimas corrían por mis mejillas y empecé a sollozar. En ese momento debía decidir entre tener mi orgasmo o detenerme. Y allí, casi terminando, rompí en llanto. Sentía una profunda soledad y algunos recuerdos de mi infancia aparecieron de pronto. Entre sollozos decidí esperar a mi hijo para tener un día especial.

Luis volvió cerca del mediodía y enseguida notó que algo me pasaba. Insistió que le dijera qué me ocurría, así que durante el almuerzo le relaté lo que me había pasado esa mañana y la tristeza que había sentido. Su comentario fue:

  • Me dices que fueron recuerdos de tu infancia los que te atormentaron. Cuéntame de qué se trata. – Dijo preocupado. Siempre los dos estábamos atentos a la reacción del otro ya que al ser nuestra relación poco normal, teníamos el temor de causarnos perjuicios sicológicos.

  • Mira Luis es algo muy íntimo así que olvidemos el asunto.- Y tratando de cambiar la conversación. – ¿Cómo te fue con tus amigos? – Pregunté.

  • No, ahora no me vas a dejar así.- Respondió, y levantándose de la mesa me tomó de la mano y me llevó amorosamente hasta el sillón del living, donde me sentó sobre sus rodillas y acariciándome el cabello y mis pechos, dijo:

  • Mi psicólogo dice que lo que se queda adentro se pudre, así que cuéntame. Entre nosotros ya no hay secretos. ¿Qué puede ser tan terrible?

En ese momento yo sentía la misma tristeza de esa mañana pero también estaba caliente. El tenía la habilidad de ponerme así. De manera que recostándome sobre su pecho le conté:

  • Conoces a tu tío Esteban y sabes que somos mellizos. ¿No?

  • Si, claro.

-Bueno, no me preguntes por qué pero nuestros padres nos hicieron compartir la misma habitación hasta que él se casó y se fue de casa a los veintiún años. Desde muy pequeños, te diría que desde los siete u ocho años mantuvimos juegos sexuales.

  • ¿Con el tío Esteban? – Preguntó mi hijo con cara de asombro.

  • Si. Todos los chicos lo hacen. Tú no has tenido hermana por eso te resulta extraño, pero es bastante normal en la infancia.

A todo esto Luis ya me había levantado la remera y acariciaba alternadamente mis pechos desnudos y mis piernas ya que llevaba un pantaloncito corto (para provocarlo). Sentada sobre su falda ya podía sentir su erección.

  • Tú dices juegos sexuales, pero, ¿en qué consistían? – Preguntó mientras me sacaba la remera.

  • Eran tonterías de chicos, pero cuando pienso en ello siento culpas y remordimientos y eso me pone muy triste. ¿Entiendes? Y lo peor es que casi no recuerdo bien qué hacíamos. - Respondí con voz de nena, recurso infalible para excitarlo. Luis pensó un rato mientras yo me refregaba sobre él.

  • ¿Sabes qué haremos? Jugaremos el juego del teléfono. Tú le hablarás al tío Esteban y le preguntarás qué es lo que hacían cuando eran chicos.

  • Estás loco Luis. No lo haré. – Respondí dudando.

  • Sí lo harás. – Me respondió, mientras me desnudaba y se desnudaba. – Esto hará que termines con tus tontas culpas. Hazlo que yo sé de estas cosas. Lo haremos desnudos, teniendo sexo, y tú pondrás el teléfono en altavoz para que escuchemos ambos. Acto seguido, desnudos los dos, con su miembro apuntando al techo, me alcanzó el teléfono en el que acababa de marcar el número de Esteban.

  • Bueno, está bien, pero no hagas ruido. – Le dije. Activé el altavoz y lo puse sobre la mesita del living. El teléfono sonó un par de veces y atendió Esteban.

  • Hola Esteban habla Sol. ¿Cómo andan por allá?

  • Hola Sol, por aquí todos bien. ¿Y ustedes?

  • Bien, todo bien. ¿Puedes hablar tranquilo porque necesito hacerte unas preguntas? – Le pregunté, mientas mi hijo me besaba el cuello y refregaba su pene por fuera de mi vagina que estaba ya muy mojada.

  • Sí, espera que voy hacia mi escritorio… Bueno, ya está. ¿Qué necesitas?

  • Mira Esteban tengo algunos recuerdos poco claros de nuestra infancia y desearía saber si tú recuerdas mejor algo que hacíamos.

  • ¿A qué te refieres?

  • Bueno… te parecerá algo extraño… pero me refiero a esos juegos raros que jugábamos de chicos. – Luis me introdujo lentamente su pene pero cuando quiso empezar a moverse yo me senté firmemente sobre él y no lo dejé hacerlo, haciéndole señas para que se quedara quieto. Esteban guardó silencio un momento y respondió:

  • ¿Te refieres a… eso…?

  • Sí… a eso

  • ¿No sería mejor olvidarlo, Sol?

  • ¿Sabes? He estado pensando mucho en eso y creo que recordarlo me hará bien para poder olvidarlo verdaderamente. ¿Me entiendes? – Con mi hermano mellizo siempre hubo una conexión muy especial, así que como tantas veces, él me entendió y comenzó a decir:

  • Creo que todo comenzó cuando teníamos unos ocho años. Una amiguita de nuestra misma edad nos introdujo en estos juegos. Luego ella se cambió de barrio y nosotros continuamos haciéndolo por años. Siempre a la hora de la siesta cuando nuestros padres dormían. ¿Qué más quieres saber?

Mientras Esteban hablaba, Luis se desesperaba por moverse, así que le dije al oído:

  • Me moveré sobre ti pero si me prometes no terminar. Terminaremos esta noche. ¿De acuerdo? – A lo que asintió con su cabeza. Entonces yo empecé a moverme suavemente viéndolo cómo quería más rápido, pero sin darle gusto. En voz alta le respondí a Esteban:

  • Cuéntame qué hacíamos y cuándo fue la última vez. Por favor… ¿Sí?

  • Nos tocábamos los genitales, pero todo era un juego. No había excitación sexual sino una mutua exploración. Creo que a mí no se me paraba y ninguno tenía asomo de vello púbico. Pasábamos horas desnudos en el piso o sobre nuestras camas. Oye Sol, esto es muy extraño. ¿Quieres que siga? ¿Estás segura que esto te hará bien?

Lo que me estaba haciendo bien era la excitación de Luis y la cara que ponía mientras Esteban avanzaba con su relato. Yo le repetía al oído: - No termines. – Mientras me movía sobre él, esperando que tuviera el suficiente control.

  • Si hermano, continúa. ¿Cuándo y cómo recuerdas que fue la última vez?

Luis me levantó, me sentó sobre el respaldo del sillón y metió su cabeza entre mis piernas. Su lengua lo recorría todo. Se introducía muy adentro y luego masajeaba mi clítoris. Con mi cabeza echada hacia atrás cada vez me costaba más retener el orgasmo, pero temía que Esteban sospechara algo.

  • Teníamos entonces quince o dieciséis años. Hacía un año que habíamos dejado de hacer estos juegos. Esa siesta nos encerramos en el cuarto, cada uno en su cama. Ya anticipábamos lo que vendría. Yo temblaba como una hoja. En aquel entonces suponía que era de frío pero era… disculpa, pero debo decirlo: Calentura. Tú, desde tu lecho me preguntaste qué me pasaba y yo te respondí que tenía frío, ante lo cual te levantaste y me pusiste una frazada, preguntándome por qué tenía tanto frío. No sé, te respondí y te pedí que te acostaras a mi lado para darme calor. Ambos sabíamos lo qué pasaría. ¿Lo recuerdas?

  • Creo que sí. Continúa por favor.

Luis estaba como loco. Yo había vuelto a sentarme sobre su pene. El lamía mis pechos y frotaba mi clítoris con una mano, mientras yo me levantaba y caía nuevamente sobre su pene, erecto como una roca. Yo también tuve que controlarme para no terminar sobre él. Y Esteban continuó:

  • Te acostaste a mi lado, dándome la espalda y yo comencé a acariciar tus pequeños pechos y tu zona genital. Te saqué la bombacha y tú te apretaste hacia atrás. Mi pene era pequeño pero se deslizó entre tus nalgas. No te penetré vaginalmente. Sólo entre tus nalgas. Todo estaba muy mojado y entonces, moviéndome sólo unas pocas veces, terminé allí. – ¿Eso es todo? – Preguntaste. Y yo casi sin contestar te dije: - Vete a lavar. - Eso fue todo y fue la última vez. Dormimos en la misma habitación cinco años más hasta que yo me casé, pero nunca más lo hicimos.

-Creo que ahora recuerdo algo. – Le respondí, y era verdad. – Me quedaré pensando en esto. Una última pregunta hermano. ¿Todo esto no te hizo daño?

  • No, Sol. Lo recuerdo como travesuras y eso eran. No te preocupes más por favor que me haces sentir mal.

  • Bueno gracias, y disculpa por esta tontería. Te mando un beso. Saludos a Sara y a los chicos.

  • Un beso también para ti y para mi sobrino que ya debe estar enorme.

  • No sabes lo grande que está. Adiós. – Me despedí mirando el pene de Luis que sí que estaba grande. Y corté la comunicación.

  • No lo puedo creer. – Dijo Luis.

  • Como tampoco tu tío podría creer si le cuento lo que hago contigo. – Le respondí con gesto pícaro, mientras me levantaba. Su pene hizo un ruido húmedo cuando lo expulsé de mi interior.

  • ¿Qué haces? Sigamos.

  • Esta noche, te dije, tendremos algo especial. Me voy a bañar. – Y me dirigí hacia el baño dándole el espectáculo de mis caderas moviéndose a la altura de sus ojos. Cuando volví mi cabeza, él se masturbaba. Lo miré con lujuria y le dije:

  • Hazlo, pero no termines. – Le dije señalándolo con mi dedo índice, y entré al baño.

Abrí la ducha y el agua tibia cayó sobre mi cuerpo, mi cara y mis cabellos como un bálsamo. Reconozco que la conversación con mi hermano me había dejado más tranquila. Siempre pensé que él podría estar cargado de culpas, tal como a veces me sentía yo, pero había comprobado que esto no era así. De pronto la cortina de baño se abrió y apareció Luis. Creo que él no comprendía bien lo que había logrado con su juego del teléfono.

  • Ma. ¿Me puedo bañar contigo?

  • Seguro. Pasa y jabóname la espalda.

Su cuerpo se pegó al mío y lo dejé hacer. Comenzó jabonando mis pechos, mi espalda, mis nalgas, mis brazos y se detuvo más de lo necesario en mi zona genital. Podía sentir su pene en mi espalda y todo estaba muy resbaloso por el jabón. Su mano pasó de mis genitales a mi ano en el cual se detuvo también más de lo necesario. La punta de su dedo quería introducirse pero con un movimiento de caderas yo no se lo permitía. De pronto dijo:

  • Déjame. – Ambos sabíamos a qué se refería. Quería introducir su dedo en mi ano, ya que su pene nunca estuvo allí. Yo estaba muy caliente y aquello que nunca harías un día normal puedes hacerlo en este estado. Lo pensé un rato y le respondí:

  • Bien. Puedes hacerlo como un anticipo de esta noche, pero debes saber que todo lo que me hagas, lo haré contigo. ¿Entiendes eso?

  • Mejor explícamelo.

  • Bien si me metes el dedo ahora, yo te haré lo mismo y si esta noche quieres mi cola, podrás tenerla, pero luego tu cola será mía con un consolador. Así que decide. – Le dije mirándolo a los ojos y frotando su pene. Quedó pensativo y creí que no molestaría más, pero su respuesta fue:

  • Está bien. Estoy dispuesto a pagar el precio.

Asombrada por su respuesta y ya sin argumentos me di vuelta, me incliné tomándome de las manijas del agua y le ofrecí mis nalgas enjabonadas. El fue frotando mi ano e introduciendo su dedo hasta la primera falange, moviéndolo suavemente. Cuando intentó meter su dedo más adentro, le dije:

  • Recuerda que lo que hagas te será hecho.

  • No me importa contestó. – Y acto seguido metió todo su dedo en mi ano. Al principio lo dejó quieto viendo como reaccionaba yo. Luego empezó a meterlo y sacarlo, besándome la espalda y el cuello. Esto duró como dos minutos. Entonces me di vuelta y le dije:

  • Es tu turno.

El, como un caballero que cumple su promesa, me ofreció sus nalgas peludas y musculosas. Tenía que darle una lección a este muchacho. Comencé a jabonar su ano y a meter mi dedo mientras que con la otra mano lo masturbaba. Se quejó al principio, y también luego cuando metí todo mi dedo en su ano. Allí hice lo mismo que él, comencé a entrarlo y sacarlo rápidamente pero masajeando hacia arriba, sobre su próstata. Mi acción duró mucho menos ya que estuvo a punto de terminar dos veces. Lo volteé y lo besé apasionadamente bajo el agua tibia mientras su pene se deslizaba entre mis piernas.

  • Esta noche tendrás el resto. – Le dije. Cerré la ducha y lo dejé que secara todo mi cuerpo. Extrañamente su miembro estaba flácido aún sin haber terminado. Eran casi las cuatro de la tarde.

El resto de la tarde transcurrió lánguidamente. El clima había empeorado y llovías copiosamente. Luis salió un rato con sus amigos y luego fue a visitar a su novia. Cuando se despidió de mí, le dije en un susurro al oído:

  • No llegues más allá de la medianoche. – El me miró a los ojos y asintió con su cabeza.

Alrededor de la 11 de la noche, luego de haber cenado frugalmente, me bañé, me perfumé con esencias florales, me puse una remerita sin el corpiño, por abajo sólo una pequeña bombacha, sin calzado ya que disfruto de andar descalza por toda la casa y me dispuse a esperar a mi hijo. Serían las 11:45 cuando escuché su llave en la cerradura. Entró me besó y se sentó conmigo en el living diciéndome que ya había cenado. Al sentirlo expectante, me hizo un poco de gracia su ansiedad, así que comencé a explicarle como serían las cosas en esa noche especial:

  • Hoy tendremos una velada especial, como no la hemos tenido nunca. Te diría que lo que he pensado se parece más a una ceremonia que a un acto sexual rápido o casual. Debes saber que estás a punto de profanar la última puerta y si así lo decides tú serás profanado también. ¿Estás de acuerdo? ¿Tu decisión no ha cambiado? - Algo extrañado por mis palabras respondió con firmeza:

  • Es lo que más quiero de ti, porque hasta que no profane esa puerta, como tú dices, sentiré que no te has entregado a mí en forma total. No me gusta mucho, pero pagaré el precio que has puesto.

  • Bien, no hay más que hablar, vete a duchar que yo prepararé mi habitación.

Luis se duchó en diez minutos y cuando entró en mi habitación yo lo esperaba parada al lado de la puerta y desnuda. El tenía sólo sus calzoncillos. Mostró un poco de asombro al ver tres velas encendidas, una a cada lado y la otra en el suelo a los pies de la cama. Un humo de incienso llenaba el cuarto de un olor acre y dulzón. Entonces con una sonrisa le expliqué:

  • Te dije que esto sería una ceremonia. Tú antes de profanar la puerta que deseas debes percibirme con tus cinco sentidos. Ya te diré cómo. Luego debes hacerme el amor y tratar que yo termine tres veces y tú sin eyacular. Entonces recién, podrás penetrarme analmente. Pero recuerda las dos condiciones ya que si alguna no se cumple, la ceremonia terminará sin que esto ocurra: No debes eyacular y debes procurar que yo termine tres veces. Luego podrás eyacular en mi ano. Después yo te penetraré y te haré lo mismo que me hagas a mí. ¿Está claro? ¿Podrás hacerlo?

  • Si. – Respondió.

  • Bueno, hay algo más. En la primera etapa hasta que yo termine tres veces, si lo logras, deberás tratarme como a una diosa o una virgen si lo prefieres. No hablarás y serás muy delicado. Yo te iré guiando, pero tú, ni una palabra. En la segunda etapa yo seré tu prostituta y estaré a tu merced. Allí podrás insultarme y maltratarme como te plazca, luego yo me vengaré. ¿Empezamos?

  • Si. – Dijo una vez más. Pude observar que su calzoncillo ya no podía contener su miembro.

  • Date la vuelta que vendaré tus ojos Y ataré tus manos a tu espalda.

Coloqué una venda sobre sus ojos y até firmemente sus manos. Le saqué sus calzoncillos. Tenía una erección que hacía palpitar su miembro. Parada frente a él, a un costado de la cama, nuestras sombras bailaban en las paredes, a la luz de las velas. Todo era muy extraño, tal como lo había planeado. Debí contenerme para no acariciar su pene.

  • El primer sentido que usarás para disfrutar este acto será el oído. Escucharás atentamente mis palabras y seguirás mis instrucciones. Primera pregunta: ¿Quieres entrar dentro mío? Responde sólo con tu cabeza, recuerda que no puedes hablar. – El asintió.

  • Ahora usarás el sentido del olfato. Acércate pero trata de no tocarme. Huele. Siente por tu nariz. – El se acercó y yo le hice oler mi pelo, mi cuello, lo agaché un poco e hice que oliera un pezón y luego el otro. Bajé su nariz por mi vientre hacia mi vello púbico. Luego, ya de rodillas en el piso, hice que olfateara mi sexo. Su respiración se hizo más agitada. Yo me moría de ganas de tocar su pene, pero la ceremonia debía continuar.

  • Ahora usarás el sentido del gusto. Prueba mis labios. – Sus besos fueron suaves y apasionados. Su lengua exploraba ansiosa mi boca. - Ahora mis pechos. – Continué. El pasaba de un pezón a otro y lo tuve que apartar un par de veces, ya que se venía encima. – Todavía no. – Le dije, autoritaria. Tomé su cabeza y lo fui bajando hasta que encontró nuevamente mi sexo. Me lamió. Me chupó. Metió su lengua. Yo me moría y creo que él también. Giré y le ofrecí mis nalgas, las que abrí un poco con mis manos. El lamió golosamente mi ano.

  • Basta. – Dije. – Ahora podrás verme y gozar con el sentido de la vista. – Quité la venda de sus ojos pero dejando sus manos atadas aún, y me recosté en la cama.

  • Mírame. Te deseo tanto como tú a mí, pero usa sólo tu vista, recórreme. Empieza por mis ojos. Eso que ves es lujuria pura, como la que veo en los tuyos. Mira mis labios e imagínatelos rodeando tu pene. Mira mis pechos, esos que te amamantaron y ahora vuelves a ellos. Baja por mi vientre, allí estuviste nueve meses. Ahora mis piernas. ¿Te gustan? – El asintió nuevamente. – Ahora detente en mi sexo, míralo bien, presta atención a todos sus detalles, esa es la puerta por la que viniste a este mundo, y la que ya has profanado muchas veces. – Le dije mientras abría mis piernas y con mis manos mis labios vaginales. Al realizar algunas contracciones pude sentir un flujo tibio que se escurría lento hacia mi ano. Después de unos momentos me puse boca abajo, le mostré mis nalgas y le dije. – Esta es la última puerta que te falta profanar y que si logras cumplir tu consigna, será tuya esta noche. Fíjate bien. – Le dije mientras abría mis glúteos con mis manos y le mostraba mi ano, que contraía también espasmódicamente para que lo apreciara mejor. Después que dejé que me contemplara un buen rato, incorporándome, comencé a desatar sus manos y le dije:

  • Ahora es el turno del sentido del tacto. Siénteme. Soy tuya, pero recuerda que debes tratarme como a una diosa, con tus cinco sentidos. Ahora puedes hacerme lo que quieras. Pero no te abalances como una bestia, ve muy despacio.

Diciendo esto me acosté nuevamente y él comenzó a recorrer mi cuerpo con sus manos. Su pene quedó muy cerca de mi cara así que comencé a saborearlo lentamente, lamiendo, chupando. El lamía mis muslos y luego mi sexo fue pasto de su ansiosa boca. Yo sentía todo muy mojado. No distinguía si era su saliva o mis flujos. De pronto, mientras acariciaba sus testículos, sentí un pequeño chorrito de su líquido seminal en mi boca. Lo degusté con mi lengua, lo tragué y continué chupando su miembro con deleite..

  • Penétrame. – Le susurré, al cabo de un rato.

El se puso encima mío y su miembro ingresó en mi vagina que apreté como atrapando su pene para que no saliera nunca más. Comenzó a moverse. Al principio lentamente y luego con penetraciones lentas y profundas. Cada vez más profundas. Al sentir sus testículos golpeándome, no aguanté más y tuve mi primer orgasmo. El seguía moviéndose ahora con más rapidez, mientras me besaba amorosamente y chupaba mis pechos alternativamente. Yo levantaba mis piernas para que entrara más profundo. Se oía un chapoteo como quien pega en el agua y tuve mi segundo orgasmo. Entonces Luis se apartó y suavemente me dio vuelta y me penetró vaginalmente desde atrás, mientras que con su mano libre masajeaba mi clítoris. Sus acciones fueron cada vez más rápidas y entonces llegó. Un orgasmo bestial. Tuve que hacer que mi hijo sacara su pene ya que de mi vagina brotaba inagotable un chorro que nos mojó a ambos mientras yo gemía roncamente y contraía los músculos de mis piernas, arqueando mis pies con los dedos abiertos. Luego vino otro chorro y luego otro. Las sábanas eran un charco. Luis había cumplido su faena. Aún no había eyaculado. El pobre resoplaba por el esfuerzo. Con los últimos ramalazos de mi orgasmo, le dije con voz ronca:

  • Ahora soy tu prostituta. Toma lo que tanto quieres. Deja salir tu animal para que entre en mí. – Le grité ofreciéndole mi cola.

El acomodó su glande en mi ano y con mucho cuidado fue metiéndolo hasta que toda su cabeza estuvo adentro. Había tomado mis cabellos y me los tiraba fuertemente obligándome a echar mi cabeza hacia su pecho, mientras que con su mano libre apretaba desconsideradamente uno de mis pechos, el que parecía que iba a reventar.

  • Dime que te gusta. Dime que eres una puta. – Dijo.

  • Si, si. Me gusta dámela toda que soy tu puta.

Cuando escuchó esto empujó casi con rabia y su pene se introdujo completamente hasta su base, abriendo mi orificio anal como nunca pensé que me lo harían. Sus embestidas se sucedieron una tras otra, provocando en mí grititos de dolor y placer mientras me decía al oído cosas que casi no recuerdo o que fueron tan soeces que he tratado de olvidar, tales como:

  • ¿Te gustaría otro por adelante? Esto te lo voy a hacer todos los días. Traeré un amigo para que te lo hagamos entre dos. – Y otras tantas barbaridades, hasta que en una embestida final sentí una serie de chorros calientes en mi interior mientras yo le movía mi cola para excitarlo aún más. Se quedó quieto, transpirado y muy agitado y al cabo de un par de minutos comenzó a acariciarme dulcemente mientras yo sentía que la flacidez envolvía su miembro. En un momento más salió expulsado de mi ano. Pasaron unos minutos de exquisita comunicación entre besos y caricias y preguntó:

  • ¿Ahora me lo harás a mí?

  • No querido, te lo haré otro día. Esa será otra ceremonia que nunca olvidarás. Ahora vete a bañar. – Le dije. Miré el reloj de la mesita de luz. Eran las tres de la mañana.

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Debo decir que luego que escribí este relato, dudé en publicarlo ya que a pesar de que he cambiado el nombre de mi hermano, él se daría cuenta quienes son los protagonistas de esta historia y la relación con mi hijo es un secreto. Confío en que él no conozca este sitio y nunca lea estas líneas. Obviamente, el final de la historia de este día la relataré en otra entrega, para no hacer ésta tan extensa. Ruego a los lectores que califiquen el relato y si les fuera posible, incluyan algún comentario. Las que escribimos necesitamos saber las sensaciones que les provocamos y si son de su agrado.