Un día en la vida - Parte 4: Las Visitas
Es la hora de alimentar a los tres chicos en entrenamiento para perro, para luego jugar un poco con ellos ayudados por las visitas.
Al llegar a casa, lo primero que ve el amo es a sus dos esclavos haciéndole una reverencia. Ambos se acercan y le besan los zapatos antes de quitárselos junto a sus calcetines, para besarlo nuevamente pero ahora directamente en el pie desnudo. El amo disfruta ocasionalmente de un baño de saliva en sus pies, particularmente tras un día difícil, pero este día se siente más ansioso que nada por evaluar a los candidatos que sabe que le esperan, como se lo indicó su esclavo alfa en un mensaje. Se dirige al patio.
Ahí les encuentra, los tres mirándolo cada uno con expresión diferente: uno de ellos parece temeroso, el otro serio y el último curioso. Es la primera vez que se ven en persona.
“Que tal, perros. Como ya les he dicho a cada uno de ustedes, me interesa adoptar un perro... hay tantos allá afuera, ¿saben? Algunos de ellos son trabajadores, otros ejecutivos, estudiantes u obreros. No todos se dan cuenta de lo que son, del corazón de perro que tienen que les lleva a emocionarse cuando tienen alguien a quien pertenecer. Pero ustedes están aquí. Ustedes saben que disfrutan estar aquí. Y eso ya les separa del resto”.
Hace una pausa. Tiene la atención entera de los tres candidatos y de los dos esclavos, que le miran desde la entrada a la casa.
“Actualmente tengo dos esclavos bajo mi servicio. Ya los conocieron. Son buenos esclavos, pero ellos no son perros... son mis esclavos. Ellos me sirven y se encargan de las tareas. Ustedes, en cambio, son perros, y como tales me entretienen como animales que son. Se espera menos tareas de ustedes, pero también habrá menos confort en sus vidas. Es una diferencia importante y confío no la olvidarán.” Otra pausa. “Ahora bien... sólo tengo espacio disponible para adoptar a uno de ustedes, por lo que les pondré unas sencillas pruebas para evaluar su desempeño en este rol. Al final elegiré a uno con el cual quedarme, así que espero mucho de ustedes. Lo más importante no es el nivel de experiencia, sino su disposición. Bien, ¿alguien tiene alguna pregunta?”
Ninguno de los tres responde, ninguno de ellos le cuestiona por haberlos hecho esperar durante horas.
“Bien, entonces podemos comenzar. No quiero escuchar ni una sola palabra saliendo de ninguno de ustedes a menos de que yo expresamente se los indique, se comportarán como los perros que son. Ahora, primero que nada muero de hambre, así que acompáñenme a la cocina porque vamos a cenar. Síganme.”
Una vez desamarrados, los tres perros caminan detrás de él a cuatro patas. Rody, el más grande los tres, va al frente moviéndose de forma sorprendentemente ágil para su tamaño, mientras que José se mueve de forma lenta y deliberada. Omar, en cambio, camina lenta y torpemente. El rol de observador de los dos esclavos aún no concluye, es necesario prestarles atención puesto que aunque el amo no lo haya mencionado, la cena se trata de una prueba más para ellos.
Antes de sentarse él mismo a comer, el amo sirve la cena para los perros: de la alacena saca una bolsa de trocitos de carne en su jugo, del tipo que se les da a los perros cuando se les quiere premiar por haber hecho un truco, y la sirve en un plato hondo. No ha acabado con ella; pone el plato en una silla y ante la atenta mirada de los candidatos se baja la bragueta y sin quitarse el pantalón saca por la abertura su flácido miembro. Lo toma con una mano y apunta flojamente al plato para comenzar a orinar, como si se encontrase en un urinal cualquiera; el fuerte olor acre invade la habitación, el chorro cae sobre la comida, mezclándose con los jugos de la carne y formando espuma al borde del plato. El chorro disminuye en intensidad hasta volverse un pequeño chorro, tras lo cual el amo sacude su pene para deshacerse de las últimas gotas.
La comida, de apariencia menos que apetecible, ha quedado condimentada con su particular sabor.
El plato es colocado frente a los tres perros. Ninguno de ellos parece particularmente dispuesto a ser el primero en comer; el amo les observa a los tres sin comentario alguno, impasible.
El primero en acercarse al plato es Rudi. Titubea un poco, inclina la cabeza y sin usar las manos toma en su hocico una gran porción de la carne sazonada por los jugos del señor. Alza la cabeza para masticar tras agarrar un gran bocado, su cara ha quedado manchada por la salsa roja y un poco de líquido escurre por las comisuras de su boca. El amo le dedica una sonrisa y estira la mano para acariciar el cabello del muchacho, quien le mira orgulloso.
“¡Buen chico! Algo me decía que serías el primero...”, ríe de buena gana. “Y es que... ¡Pareces más un puerquito que un perro! Ya decía yo que tenías buen apetito. Anda, a comer puerquito, sólo intenta no acabarte todo porque los demás también necesitan comer.”
Sin dejar de reír, le dedica una fuerte nalgada y se sienta a la mesa para ser atendido por sus esclavos. El comentario hace que el chico baje la cabeza, volviendo a agarrar otro bocado del plato. El siguiente en hacerlo es José, cerrando los ojos y evitando en lo posible aspirar al hacerlo; es con visible inconformidad que mastica, de forma más refinada y con movimientos lentos que le evitan mancharse como Rody. Tras masticar a consciencia, con gran pesadez de su parte pasa saliva para tragar la carne, haciendo un gesto al hacerlo.
Entre los dos perros el plato se va vaciando. Omar no ha sido participe de la cena, aún titubea y se mueve inquieto de un lado a otro, como buscando una entrada para comer también del plato. Se mete entre los dos, quienes se hacen a un lado para permitirle el paso, y sin pensarlo mucho da un pequeño mordisco a la comida, el cual escupe al suelo casi inmediatamente. El amo interrumpe su propia cena y le mira intensamente. El candidato, cohibido, se inclina y agarra el pedazo de carne medio masticado del piso. Aprieta la quijada más de lo necesario con cada mordisco que da, pero termina tragando todo sin mayor incidente.
Ahora que todos los cachorros comen del mismo plato es necesario turnarse para evitar pegarse entre sí. Pronto dejan vacío el plato, quedando en él solamente un poco de la orina del amo, la cual ninguno de los tres busca acabar. Esperan a que se les indique su siguiente instrucción, mientras que el amo acabó su cena sin prisas.
Quince minutos más tarde, los perros esperan en la sala. Desconocen qué es lo que esperan, el amo no les ha concedido hablar para cuestionarle de qué se trata y tampoco cuentan con la compañía de ambos esclavos, quienes ahora toman su cena. Esperan sentados sobre sus talones y con las manos al frente apoyadas en el suelo, pero solo José logra estar completamente quieto. Los perros voltean al instante cuando suena el timbre de la casa, anunciando la llegada de alguien.
“¡Oscar, Uriel, ya era hora!”, el amo saluda a sus visitas, recibiéndoles personalmente. Omar da un pequeño alarido al ver entrar a dos desconocidos y se oculta detrás del sillón para evitar ser visto, pero al contrario el ruido atrae la atención de las visitas, quienes interrumpen sus saludos para dirigirse a los perros.
“¡Oye, no están nada mal! Me gusta este cachorro. Aún no están entrenados, ¿verdad?” dice uno de los dos, inclinándose sobre Omar. Es alto y delgado, de cabello corto cuidadosamente peinado para ocultar sus entradas. Viste con pantalón Dockers, zapatos cafés y camisa desabrochada de dos botones. Su acompañante, en cambio, usa ropa más casual: pantalones de mezclilla raidos y una apretada playera blanca que marca sus bíceps. Ambos aparentan tener alrededor de treinta y tantos años.
“Así es, no están entrenados así que ten cuidado no te vayan a morder”, le dice el amo con una sonrisa. “Apenas elegiré a uno, para eso me van a ayudar.”
“Tú y tus juegos raros”, le recrimina sonriendo también Uriel, el de playera apretada. “Pues si no hay remedio...”
Se acerca a los chicos. Omar, oculto detrás del sillón, parece haber olvidado su rol de perro; encogido contra el suelo, se tapa sus genitales avergonzado de ser visto de esa forma por aquellos desconocidos; Oscar, el otro visitante de ropa más formal, le revolvió el pelo y le dedicó una sonrisa, encantado con el cachorro.
“Estás hecho una bola de nervios, pero apuesto que con el entrenamiento necesario podrías volverte un buen perrito faldero. A ver, cachorrito, dame la patita”, extiende la mano cara arriba esperando respuesta del perro. Omar le dirige una rápida mirada al amo, quien le indica con un gesto de cabeza que regrese el saludo. Oscar mantiene la posición mientras el perro le extiende una pata indecisa, saludándole de la forma que un verdadero animal haría pero sin dejar de cubrirse con la otra mano su miembro, ahora semi-erecto.
El otro visitante por su parte centra su atención en Rody, a quien agarra bruscamente de las lonjas, provocándole un salto y un chillido.
“¡Este perro está fuera de forma! No sé si te convenga, yo creo que no puede hacer mucho, apenas empieces a jugar se va a cansar.” Le aprieta las capas de grasa extra que tiene consigo en los costados provocando incomodidad en el chico, quien se remueve en su lugar y da pequeños gemidos. Uriel le agarra sin miramientos, posando sus velludas manos en su pecho y apretándole firmemente hasta que Rody se intenta hacer para atrás, pero la visita sólo lo agarra más firmemente del área como si se trataran de las tetas de una mujer, juntando y apretando uno contra otro. “¡Pero al menos es divertido! Eh, Oscar, ¿ya viste a este animal?”
Oscar, su acompañante, sigue jugando con Omar como si de un perro pequeño se tratara. Tras enseñarle cómo debe dar la mano, le ha mostrado también cómo es que debe hacerse el muertito y saludar. Asiente en dirección a Uriel respondiendo a su llamado, y decide él también enseriarse y comenzar a revisar al cachorro con el que juega.
“Bien, buen chico. Ahora quédate quieto, vamos a ver si es que tienes pedigrí”, le dice Oscar al perro. El pelirrojo asiente, sin darse cuenta de lo poco natural que es ese gesto en un animal, y se coloca en la posición de espera en la que había estado previamente: hincado y con las manos al frente apoyadas en el suelo.
Oscar camina en un círculo lento alrededor de él. Se acerca mucho pero no lo toca; Omar tiene un escalofrío al sentir el aliento en su cuello cuando Oscar se inclina a sus espaldas para mirarlo de cerca. Lo revisa sin prisa, saboreando el nerviosismo del chico. Observa con detenimiento las pecas en su espalda desnuda, la manera en que alza el culo en su posición actual, y la forma en que muerde su labio cuando más nervioso se pone. El mismo Oscar se relame los labios al ver al chico.
Mientras ambas visitas revisan a los perros, el amo se acerca al tercero de ellos que ha quedado: José le espera con la cabeza alzada, mirándolo a los ojos cuando se acerca. El amo no pierde tiempo explicándole que él mismo lo revisará, simplemente le agarra de la quijada y le hace abrir el hocico. Con la mano con que le agarra, le manipula para que baje la cabeza y que los dientes inferiores queden expuestos a la luz de la habitación, los cuales observa con detenimiento. Le introduce su dedo índice y lo pasa entre las encimas y los dientes, haciendo el labio a un lado para poder observarle mejor; acaba torciendo el dedo para colocarlo en su paladar y forzándolo hacia arriba, haciéndole alzar la cabeza para revisar también los dientes superiores. Al finalizar la inspección bucal se limpia el dedo contra el pecho velludo del perro.
Pasa sus manos por el pecho velludo del perro, evaluando su reacción ante su tacto en diferentes áreas. No reacciona demasiado de los pezones pero le incomoda le agarren de los costados. Los brazos son más fuertes que las piernas pero tampoco están mal formadas. El tatuaje en el brazo realza sus músculos. En general al amo le gusta lo que ve.
Satisfecho su interés, le indica al perro se gire, presione el frente de su cuerpo al suelo y alce el culo, como haría una hembra para mostrar su disponibilidad. En esa posición el perro parece tener la cola erecta. Hace a un lado las nalgas y pasa un dedo por en medio de ellas hasta llegar a la cola; una ligera capa de vello recubre casi todo el camino y también lo tiene en las mismas nalgas, algo que habrá de desaparecer si entra a su servicio. Le da una nalgada y le indica vuelva a su posición original.
En el otro lado de la habitación, Uriel ya ha acabado con la revisión física del perro que había agarrado originalmente. No está impresionado con lo que ha visto.
“Como perro vas a tener la capacidad de un Pug, me parece. Tienes las llantas como si fueras uno, quizá incluso las de un Shar Pei, no me imagino que puedas hacer el esfuerzo físico que requiere tu amo... aunque por otra parte... bien podemos poner eso a prueba”, le dice Uriel. Le agarra de la oreja y lo lleva al pasillo, con el animal trastabillando a cuatro patas tratando de seguirle el paso.
Con una fuerte nalgada, el visitante le indica que corra al lado opuesto de la casa lo más rápido que pueda y regrese. No pierde tiempo Rody en comenzar su tarea, agitando la cadera y moviendo su amplio culo de un lado a otro provocando que su cola se agite violentamente. La escena le parece graciosísima a Uriel, quien estalla en carcajadas al ver al robusto perro esforzarse por moverse rápidamente.
“¡Bien!”, le dice Uriel, una vez que el perro ha completado su tarea y se encuentra una vez más a su lado, corto de aliento. “No estuvo tan mal como temía. Pero si quieres ser un buen animal vas a tener que hacerlo mejor que eso. ¡Eh! ¡Tú, el otro perro, el del tatuaje! Ven para acá y muéstranos qué tan rápido puedes tú.”
José, cuya intrusiva revisión por parte del amo finalmente ha concluido, dirige su atención a Uriel y se encamina a cuatro patas hacia él. El visitante le repite las mismas instrucciones que le dio a Rody, y con otra nalgada lo lanza a correr a la pared de fondo para regresar lo más rápido que pueda. José, aún estando en forma, no hace un tiempo mucho mejor que el perro anterior; le estorba la cola para moverse libremente, y el andar a cuatro patas le resulta complicado y poco natural.
“Mal perro. Se suponía ibas a mostrarle al otro cómo se hacía”, le dice Uriel. Le dirige un grito a su acompañante: “¡Oscar, deja de jugar con ese perro y tráetelo para acá!”
Omar ya ha aprendido a hacer diferentes trucos bajo la tutela de Oscar al momento en que le toca a él hacer la prueba de velocidad. Al recibir la nalgada que le impulsa sale disparado al otro extremo de la casa a toda velocidad, tanta que resbala con el piso de azulejo y se golpea contra la pared, pero esto sólo le frena un instante antes de seguir su loca carrera a donde le esperan Oscar y Uriel. Llega respirando por la boca y con el culo adolorido por la cola que tiene insertada; los dos visitantes le reciben dándole palmadas en el costado.
“¡Bastante mejor! La verdad me sorprendiste, de los tres fuiste el más rápido. Ciertamente mucho mejor que tú, perro”, le dice a Rody, quien baja la cabeza. “Como te dije hace rato, hay que entrenarte mucho para ver si bajas algo de ese peso extra.”
“Y puede comenzar por aquí”, les dice el amo. Muestra una pelota de hule que ha traído consigo del patio trasero. “A ver, ¿quién quiere la pelota? ¿Quién va a atrapar la pelota?”
Omar, envalentado por los halagos recibidos hace unos momentos y una vez más en su rol de animal, saca la lengua y agita su culo para mostrar su emoción. El amo le dirige una sonrisa y avienta la pelota al patio trasero, de donde sale de su vista. Los tres perros salen inmediatamente tras ella, pero la puerta corrediza que da al exterior no permite que pasen los tres al mismo tiempo; José les hace a un lado y sólo él sale por la puerta para volver con la pelota, agarrada con su hocico. El amo toma la pelota (un poco cubierta de salida) y le dirige un cumplido, el cual José responde de una manera que hasta ahora ninguno de los perros ha hecho: da un ladrido, grave y sonoro, al cual el amo responde con un sonido de aprobación.
Los perros están cada vez más metidos en su rol, se da cuenta con satisfacción el amo. Les avienta la pelota varias veces, y en su mayoría es Omar quien vuelve con ella; cohíbe a los otros dos al gruñirles y no teme arrebatarles la pelota cuando estos son los que la agarran primero, en una ocasión incluso se la quita a Omar cuando este ya la tenía en el hocico. Rody, por otra parte, corre patéticamente entre la pelota y el amo, nunca pareciendo llegar realmente a uno o a otro antes de cambiar de dirección. Pronto suda copiosamente por el esfuerzo físico realizado.
Las visitas observan la acción desde su sillón, atendidos por Migue y Manuel ahora que han acabado de cenar. Les gritan a los perros y en ocasiones también ellos son los que lanzan la pelota; Uriel en particular hace comentarios dirigidos a Rody acerca de su peso y su condición física, humillándole.
Cuando el amo se ha cansado de la actividad y los tres perros se encuentran jadeantes, el amo los acerca nuevamente al sillón donde les esperan las visitas y les indica a los esclavos saquen a los perros al patio trasero, donde se les servirá agua mientras ellos discuten acerca de lo que observaron en cada uno.
“El pelirrojo me gusta. Es inexperimentado, sí, pero eso tiene un cierto atractivo...”, dice Oscar, cruzando las piernas.
“Va a ser un problema. Empezar con alguien tan verde tiene sus ventajas, claro, puedes amoldarlo a tu gusto... pero he visto como duda ante instrucciones simples. Te va a dar problemas, te lo digo”, añade Omar por su parte.
“¿Y qué piensan de José? Creo que nunca se los presenté por nombre, es el perro del tatuaje, ya saben, el musculoso; él ciertamente es más experimentado”.
“Está en forma, sí, y es obediente... me da la impresión que no termina de agradarle el rol de perro. Me pregunto por qué habrá querido intentarlo.”
“Mejor forma que el perro panzón”, le interrumpe Omar con un bufido. “Se ponía a jadear cada vez que le ponía una tarea física. Aunque de los tres le vi como el más dispuesto... ”
Los tres continuaron hablando del desempeño de los perros y sus opiniones al respecto. El amo les escucha y hace preguntas, pero él sabe todo ello era innecesario; la decisión ya había sido tomada por él mismo, y sólo pregunta su opinión por curiosidad. Pronto informará a los perros del resultado...