Un día en la vida - Parte 3: Desobediencia
Los esclavos no son siempre bien portados, pero la desobediencia tiene un costo.
Manuel despierta con un sobresalto. No tenía pensado quedarse dormido ni sabe cuánto tiempo lo ha hecho, se supone debe estar al pendiente de los perros y en lugar de eso se dejó caer rendido. Se preguntó si ya habría llegado el amo, no lo creía pero siempre era una posibilidad. Al mirar hacia el patio descubrió sorprendido que solo están ahí dos de los tres perros; el que falta es Omar, el pelirrojo. Maldiciéndose mentalmente comenzó a bajar atropelladamente las escaleras, pero un golpe quedo proveniente de la planta alta le hizo frenarse en seco. Un pensamiento oscuro cruzó por su mente, e hizo un gesto.
El sonido, como pudo descubrir al acercarse, proviene de la habitación de Migue. La puerta está cerrada,
“
probablemente para evitar que lo despertara
”
, pensó para sí, pero entre más se acerca más claramente puede escucharlos. Las voces del otro lado de la puerta confirman sus temores: Migue no está solo, y ya sospecha quien es su acompañante. Se pega a la puerta para escucharles mejor.
“… sí, así… buen perrito, muy bien… mmmh… sí, lo estás haciendo bien… ¡eh! No, no, cuidado con los dientes… sí, exacto… ” Manuel, pegado a la puerta, escucha atentamente. Le hierve la sangre, sabe que Migue ha tenido fallas en el pasado pero esta era la más grande hasta el momento. No puede resistir más y abre la puerta de golpe, dejando que se azote contra la pared.
“¡¡Migue!!” Los dos chicos en la habitación saltan ante la estrepitosa entrada de Manuel, atrapados in fraganti en actividad prohibida. Migue está sentado en el borde de su cama, mientras que el perro se encuentra de rodillas, aún con el miembro del esclavo en su boca. La expresión de ambos, similar a la de un venado encandilado por un carro, es casi cómica, pero Manuel no ríe.
“Oye, Manuel, mira, es que-”
“Cállate. No digas nada, espera aquí.” Agarra de la oreja al perro y lo saca de la habitación mientras éste gimotea. Nunca le dijo que hiciera eso, le parece que ha tomado su rol de perro bastante en serio. Trastabilla tratando de seguirle el paso, no se mueve lo suficientemente rápido para seguir el ritmo acelerado de Manuel, aún no se acostumbra a gatear ni a tener el butt plug pero no intenta ponerse de pie.
Manuel se detiene súbitamente y Omar casi choca contra sus piernas. El esclavo se ha quedado mirando a la distancia sin reaccionar, el perro lo observa en silencio, curioso y temeroso hasta que el primero reacciona finalmente.
“No vayas a decir nada de esto. No le dirás nada al amo, ni tampoco a los otros perros,” le dice sin voltear a mirarlo. El perro asiente inconscientemente, aunque Manuel no lo vea.
En el patio, los otros dos perros le miran con curiosidad, pero fuera de eso no hacen comentario alguno cuando Omar es amarrado una vez más a su lado.
En la cocina, Manuel toma un vaso de la cocina antes de volver a la habitación de Migue.
En su habitación encuentra al otro esclavo, quien por una vez se mantiene en silencio y sin moverse, cosa rara en él. No acaba de cerrar la puerta Manuel antes de que el otro comience a justificarse.
“Oye… lo siento. Sé que fue muy estúpido de mi parte, un gran error. Pero por favor no se lo digas al amo, nunca había estado tanto tiempo sin correrme y me estoy volviendo loco… y… ahí estaba él, la verdad es que me gustó mucho desde que lo vi ahí afuera. No quería hacer mucho, sólo pensé en jugar un poco con él, pero cuando lo toqué y luego me tocó y yo no buscaba… ” Conforme habla va acelerándose más y más, pronto está soltando palabras a la velocidad a la que suele hacer. Manuel le escucha en silencio, sin interrumpirlo.
“Tienes razón.” Manuel dice en un momento de pausa. El comentario detiene en seco a Migue. “Digo, es normal, ¿no? Las hormonas y todo eso. ¿Por qué no dijiste nada? Incluso te puedo ayudar.”
“¿… en serio?”, dice Migue. No sale de su asombro. “Bueno… en la mañana quise insinuarte algo así, pero siempre te veo tan serio… y obediente a lo que dice el amo… no me atrevía a decirte directamente, creí que no reaccionarías muy bien… ”
“Sí… no te preocupes, sé a qué te refieres” Le da un leve empujón para que se siente en la silla, y subiéndose a la cama se le acerca por su espalda, manoseando su torso desnudo. “Ya sé que a veces puedo ser duro… pero aún recuerdo como era ser el nuevo, las tareas, las obligaciones… y el pasar mucho tiempo en constante excitación. Yo también soy humano, también me caliento.”
Muerde el lóbulo de su oreja mientras continua su toqueteo. Migue suspira con los ojos cerrados, sus pezones se han puesto duros y su verga vuelve a adquirir la firmeza que tenía hasta hace unos minutos. Manuel, ni lento ni perezoso, la toma suavemente con una de sus manos, usando su pulgar para tocarle en la cabeza, haciendo a un lado el prepucio y esparciendo el líquido pre-seminal para usar como lubricante para la masturbación.
Muy pronto Migue se encuentra gimiendo, pidiendo al otro que acelere su ritmo. Las estimulaciones lo llevan al límite, no han pasado más que unos cuantos minutos y ya se siente a punto de explotar. Tensa su cuerpo, siente la excitación tomando el control de su cuerpo y el calor proveniente de su entrepierna se extiende a todo lo largo; Migue aprieta los ojos y con un gruñido lanza tres, cuatro, cinco intensos chorros de semen a presión, con más de él escurriendo, producto de dos semanas de acumulación. El orgasmo es intenso y le deja sin aire, la tensión acumulada parece haberse liberado en un momento para dar paso a la relajación extrema. Poco a poco se recupera, y gira con una sonrisa hacia Manuel.
Pero Manuel no le mira. Centra su atención en el vaso que trajo de la cocina, el cual sostiene con una mano mientras que con la otra le sigue masturbando. No lo vio hacerlo, pero debió tenerlo preparado para atrapar todo el viscoso líquido producto del orgasmo de Migue. Una cantidad considerable de la sustancia reposa ahora en el vaso, pero Manuel continua masturbándolo.
“Ah… espera espera espera… nnh… aguanta, para ya…” Migue hace un débil intento para separar la mano de su miembro, cada vez más flácido, pero Manuel lo hace a un lado con el brazo y continua sus administraciones. Le besa en el cuello y continúa como si no hubiese pasado nada, dejando a un lado el vaso para continuar tocando su cuerpo. Juega con sus aún endurecidos pezones, les da suaves pellizcos y los manipula a su antojo. La inicial sensación de desagrado que sintió Miguel se ve remplazada por el deseo una vez más, su pene comienza a revivir y se entrega nuevamente al deseo y la calentura.
No lo cuestiona, lo único que sabe es lo bien que se siente. Su erección no es tan firme como lo fue antes, pero el placer está ahí de cualquier forma. No hay lugar de su cuerpo que no toque, pasa sus manos por todas partes sin dejar región inexplorada; se pone al frente de él y succiona uno de sus pezones, lo cual vuelve loco a Migue. Le toma otros diez minutos más el llegar al orgasmo a Migue, corriendose en menor volumen y presión, pero aún así le deja sin aliento. Manuel se encarga cuidadosamente de recoger cada gota en el vaso.
Y continúa. Migue ya sospecha lo que Manuel se trae entre manos, más no hace comentario alguno. La sensación de desagrado que sintió anteriormente al ser estimulado después de su orgasmo se intensifica, no está obteniendo el mismo grado de placer que antes pero su cuerpo parece tener una mente propia, aún tras dos orgasmos sigue reaccionando antes los diferentes estímulos.
El tercer orgasmo es doloroso para Migue, quien para entonces ruega porque el castigo acabe pero no hace intento por detenerlo. Manuel lo manipula con habilidad, sabe como estimularlo para provocar un orgasmo aunque éste no le cause placer. Tras recolectar la escasa leche expulsada por el último orgasmo, acomoda al esclavo en su regazo, poniéndolo boca abajo; una fina capa de sudor cubre a Migue de pies a cabeza, el cuerpo le resulta pesado y se deja manipular como si de un muñeco se tratara. Manuel hace círculos en el lampiño agujero del chico, jugueteando con la abertura hasta acabar insertando el dedo índice; el mismo sudor de la victima hace trivial a la operación. Curvea el dedo y le explora hasta encontrar su próstata, la cual estimula habilidosamente sin haber dejado en ningún momento de masturbarle.
El pene del chico muestra ya las secuelas de tanta fricción, se ha puesto rojo y está adolorido. Migue intenta contener las lágrimas, los ojos se le han puesto vidriosos y no sabe cuánto más de aquella operación soportará. La añadida estimulación anal le ayuda a mantener la excitación, pero su pene en este punto se ha encogido, como si hubiese sido asustado e intentase esconderse de más maltrato físico. Es con un espasmo que le llega su último orgasmo, da un chillido agudo que toma a Manuel por sorpresa y se corre, apenas produciendo unas gotas de sustancia casi completamente líquida, como si de orina transparente se tratara. Cae inútilmente en las manos de Manuel, quien no alcanza a preparar el vaso para atraparlo.
Finalmente, Manuel se ve complacido con el castigo. Migue voltea a verlo con ojos rojos, pero no le reclama, sólo lo mira tristemente.
“Ah no, no me vengas con esos ojitos de becerrito recién parido. Creo que tuviste suficiente como para que te dure por semanas, ¿no? Pero vas a acabar deshidratado… es importante tomar cuando uno pierde muchos líquidos. Toma, te preparé un vaso.” Le acerca el vaso que él mismo ha llenado con sus fluidos, pero Migue no lo toma. Manuel ignora su mirada suplicante y él mismo le acerca el vaso a sus labios, inclinándolo para que beba el viscoso contenido. “Así… así… buen becerrito, tomate tu lechita. Aún está calientita, así te gusta más, ¿no?”.
Le inclina aún más el vaso para ayudar a que se termine todo más rápidamente. El esclavo bebe lo más rápido que puede pero termina atragantándose con su propio semen y tosiendo por la garganta irritada. Manuel le espera para que vuelva a beber el contenido del vaso hasta que finalmente se encuentra satisfecho.
“Bien. Ya perdí demasiado tiempo contigo, Migue. Sabes… tienes suerte. Estoy seguro de que el amo no habría sido tan suave como yo, pero si tú no le dices nada, no tengo por qué hacerlo yo tampoco. Seguiré vigilando los perros, espero verte también ahí cuando estés listo”.
Migue observa de rodillas al piso al otro esclavo salir de la habitación. Ser esclavo no es siempre fácil, pero ciertamente es algo que disfruta haciendo, piensa para sí mientras se relame los labios cubiertos de semen seco.