Un día en la vida - Parte 2: Los Perros
El amo quiere una nueva mascota... los esclavos preparan a los candidatos.
Finalmente sólo en casa, Manuel intenta de forma fallida concentrarse en un libro. Lleva un buen rato intentando leer la página actual sin poder avanzar, frecuentemente vuelve a él el pensamiento de lo que sucedió hace un rato en la cocina; se siente enojado consigo mismo por lo ocurrido, el amo ha tenido que cambiarse el pantalón (algo que no le ha causado nada de gracia), por lo que es de esperarse que en la noche realice una “actividad de corrección”, otra forma de decir ‘castigo’. En realidad no es el castigo en sí lo que le molesta, sino el haber fallado de esa forma… ciertamente se sentía merecedor de recibirlo, quizá sin él incluso se habría sentido peor.
El timbre le saca de sus cavilaciones; le sorprende un poco, siendo que no espera a nadie hasta de dentro de media hora, pero es de esperarse que alguno de ellos hubiera llegado más temprano de la hora citada. Al asomarse por la mirilla comprueba que efectivamente se trata de uno de ellos, y le abre la puerta con gran nerviosismo debido a su desnudez, vestido solamente como está con las muñequeras y pulseras. Las instrucciones del amo son claras en ese aspecto. El estar desnudo en la casa es una cosa, pero el atender la puerta con una vestimenta tan obscena es otra totalmente diferente.
El muchacho en el umbral es delgado y pequeño de cabello rojizo corto. Su expresión es de sorpresa pura al ver la apariencia de la persona que le ha atendido; se queda boquiabierto unos instantes para gran molestia de Manuel, quien no desea nada más que acelerar el proceso y poder cerrar la puerta lo antes posible. Algún vecino podría pasar por el área en el tiempo que el chico se tarde en reaccionar, piensa para sí.
“Llegaste temprano”, le dice con el ceño fruncido.
“Eh… pues, este, yo pensaba… bueno, hablé con…”
“Oye, hey, respira. Pasa y ya.”
Asiente rápidamente, visiblemente nervioso. Manuel se hace a un lado, invitándole a pasar. Apenas el muchacho cruza el umbral la puerta se cierra detrás de él.
“Llegaste demasiado temprano”, le reclama al muchacho nuevamente. Éste parece como un pequeño conejo asustado, mira alrededor de la casa como buscando un lugar en donde esconderse.
“Bueno, este… es que estaba por aquí… y, este, mi amo dijo que…”
“'¿Mi amo?'”, lo interrumpe Manuel. “Aún no es tu amo, recuérdalo. Si lo haces bien puedes serlo, va a depender de tu desempeño y cómo lo hagas con respecto a los demás.”
El chico le mira con ojos como platos. Manuel se obliga a suavizar su mirada y su tono; es claro que el chico está nervioso, no es su culpa que él esté pasando por un mal momento ni tiene por qué desquitarse con él.
“Es la primera vez que haces algo así, ¿no?, no te preocupes. No harás nada que no quieras hacer, nadie te obligará a nada.” El chico le mira y asiente. “Si quieres irte, ahora es cuando y no pasará nada. Pero si no es así mejor empezamos de una vez. Quítate la ropa y échala en esta cesta.”
Unos momentos de silencio. Manuel se pregunta si el chico se irá, pero éste finalmente se decide y comienza a desvestirse lentamente, temblando ligeramente al hacerlo, quizá de nerviosísimo, quizá de frío, o quizá de una combinación de ambas cosas. En su intento por ser más agradable con él y hacerle la situación más fácil, le saca plática, a la cual el muchacho responde casi exclusivamente con monosílabos, muletillas y tartamudeos. De lo poco que logra sacar de él es el nombre Omar.
El chico se detiene al llegar a su ropa interior (un calzoncillo blanco Fruit of the Loom), a lo que Manuel le debe indicar que continúe. Le da la espalda (su cuerpo es dolorosamente pálido, con pecas en los hombros) y desliza sus calzoncillos por sus piernas, dejando entrever un trasero blanco que no parece haber sido tocado alguna vez por los rayos del sol. Al voltear no mira a Manuel a la cara y se tapa ineficazmente sus privados, dejando entrever a pesar de ello su excitación. Su pene, visible entre sus dedos, es circuncidado y no particularmente grueso. Con un gesto, el esclavo guía a Omar al baño.
En el baño Manuel se encarga de la limpieza del candidato a perro. Omar es el primero de los tres chicos en llegar, y el haber llegado con anticipación le da tiempo al esclavo de asearlo con tranquilidad, concentrándose solamente en él. La primer parte del proceso consiste en aplicarle un enema para asegurar su limpieza interior, a la cual el chico claramente no está acostumbrado, se le mira profundamente incómodo más no protesta cuando el instrumento se le es insertado en el ano para llenarle de solución (tendrá que acostumbrarse si espera ser perro del amo, piensa Manuel para sí). Omar se pone rojo de vergüenza cuando, una vez lleno del estómago, se le lleva a sentarse en la tasa del baño para evacuarse frente a la atenta mirada de Manuel. La operación se repite una vez más para asegurar la limpieza del candidato.
Las siguientes partes de la limpieza son más agradables para él; colocado en la tina, Manuel lo moja por completo con agua tibia usando una manguera plegable y lo enjabona de pies a cabeza, tallando su espalda, cabeza e incluso sus privados, cosa que le hace respingar a pesar de que no hacer comentario alguno. Está avergonzado y excitado al mismo tiempo, dejándose lavar como haría uno a un cachorro. El secado es igual de invasivo, es tallado con gran presteza y un poco de brusquedad, pero no deja de ser agradable.
La vestimenta del candidato a perro es tan básica como la usada por los esclavos; primero se le coloca un simple collar de cuero en el cuello (que en caso de ser elegido portará con su nombre de perro en una cadera), después unas rodilleras que evitarán que se lastime, y finalmente lo más importante: una cola de perro consistente en un butt plug que acaba en una cola respingada hecha de hule. Éste último aditamento no es fácil de usar por su notorio grosor, Manuel se encarga de lubricar generosamente el culo del muchacho para prepararlo para su entrada.
“Relájate. Respira hondo.” El chico cierra fuertemente los ojos, parece todo menos relajado. Se requerirá aflojarlo más.
“Apenas nos conocemos y mira que… bueno, ya va, te vas acostumbrando. Tú sólo relájate. ¡Eh! No, no, me estás apretando, así te va a doler… mira, ¿ves? Ahí va uno… casi ni se siente…” Manuel se cuestiona a sí mismo si el chico será virgen, aunque no se lo pregunta. ¿Qué lleva a un chico inexperimentado buscar que su primera experiencia sea una como esta? Ciertamente será memorable, de eso no hay duda, pero probablemente será demasiada intensa para él; al menos puede contar con la seguridad y experiencia de un amo como el suyo. El dedo índice de Manuel se introduce en la entrada del chico y le explora, girando y buscando que se acostumbre a él. Cuando intenta introducir el segundo dedo, siente gran resistencia del esfínter del muchacho, lo que lo lleva una vez más a tratar de calmarlo y relajarlo. Es bueno que haya llegado con tiempo, siendo que la operación está tomando tiempo.
Omar gime quedamente cuando comienzan los movimientos con dos dedos dentro, y gruñe con los tres, pero eventualmente se acostumbra a tener hasta cuatro de ellos, finalmente relajándose lo suficiente para permitirlos dentro de él. Su pene, que se había encogido al iniciar el proceso de dilatación, poco a poco recobra su firmeza.
Cuando la dilatación le parece apropiada, Manuel comienza a introducirle el butt plug que será la cola del perro. No es con poco esfuerzo que lo hace, conforme se va ensanchando puede ver cómo se esfuerza en recibirlo todo, apretando los dientes en vez de relajarse. Finalmente, la parte ancha del plug pasa por su entrada, y con un sonido húmedo su culo se cierra, aprisionando el butt plug dentro de él y dejando por fuera la cola de hule.
Finalmente está listo. Engancha una correa a su collar y lo pasea a cuatro patas por la casa, practicando el moverse. Sus movimientos son muy lentos y deliberados, es claro que la cola que le sodomiza limita mucho su movimiento, pero se esfuerza en ello. El paseo acaba en el patio trasero, donde le amarra a la sombra del cuarto de lavado y le da instrucciones de esperar a la llegada del amo. Del cuarto de lavado saca un plato de perro metálico, en el cual sirve un poco de agua y coloca frente a Omar sin dirigirle la palabra.
Pasan diez minutos más cuando llega Migue de la universidad. Tras saludar a Manuel y mirar desde la sala al perro que espera afuera, corre arriba a dejar su mochila y pronto se viste con su usual atuendo de casa, listo para servir. Llega en buen momento, piensa Manuel para sí cuando escucha el timbre sonar nuevamente.
Migue corre escaleras abajo y se adelanta a abrir la puerta, sin molestarse siquiera en asomarse por la mirilla para comprobar quién se encuentra afuera, para exasperación de Manuel. Éste se asoma por detrás del otro esclavo para ver al muchacho que se encuentra afuera, un muchacho corpulento de alrededor de treinta años, con semblante serio. Le conoce por fotos, por lo que le ha comentado su amo sabe se llama José y que es foráneo, relativamente nuevo a la ciudad.
“Hola, creo que me esperaban”, dice. Si está sorprendido porque dos hombres desnudos le atiendan a la puerta, lo disimula bien.
“¡Sí! ¡Así es! ¿Qué onda, como estas? Soy Migue, ese es Manuel, ya llegó otro chico, yo apenas vengo llegando… aún no llega el amo, pero está bien, llega al rato y pues, oye, deja tu ropa acá, ahorita necesitamos que hagas unas cosas. Creo que él te dijo, ¿no? ¿te dijo qué esperar? Sí, échalo acá”. Migue continuó bombardeando al nuevo visitante con su incesante charla.
Una vez desnudo José, los esclavos pudieron contemplar su velludo cuerpo, el cual presumía sin aparente pudor como si fuese lo más natural del mundo. En el brazo izquierdo tenía un tatuaje con un diseño de figuras geométricas perfectas; círculos, rombos y líneas se cruzan de manera armónica entre sí, con lo que parecía un sol al centro. En el pecho, un pequeño piercing metálico relucía en su pezón derecho. Manuel los acompaño al baño, y entre los dos comenzaron a administrarle el proceso de limpieza dictaminado por su amo en días anteriores.
La voz de Migue era la única que se hacía notar, llenando la habitación con sus comentarios. José, por su parte, se mantenía en silencio, sólo comentando cosas de vez en cuando. El enema probó ser innecesario, aparentemente se había preparado con anterioridad lo cual simplifica el proceso para poder dar paso directamente a la tallada de cuerpo. El reducido tamaño de la habitación de baño prueba ser difícil para el movimiento de los tres.
Casi acaban con la limpieza de José cuando sonó el timbre por tercera vez. Siendo que el amo tenía llaves de la casa, queda claro para Manuel que se debía tratar de el último de los candidatos a perro, por lo que manda a Migue a atender la puerta en lo que él acaba con la limpieza de José. Al secarle, los vellos húmedos se enroscan entre sí, por lo que Manuel procura no tallarle con demasiada fuerza para evitar lastimarlo.
Migue llegó al baño seguido por el último de los candidatos, un muchacho ligeramente rechoncho, de cara redonda y piel morena, depilado de axilas y verga. Reía nerviosamente, presentándose como Rody. La situación le debe parecer bizarra, pensó Manuel. Ahí están ellos: cuatro muchachos, dos de ellos desconocidos, desnudos en una casa que no conocían mientras que sus anfitriones vestían obscenamente con nada más que unas pulseras de servidumbre, para ser preparados como si fueran perros de servicio. Realmente extraño.
Cuatro personas resultaron ser demasiadas para el pequeño baño. Manuel le indicó a Migue que esperara fuera del baño con Rody en lo que termina de aplicar los preparativos de José como perro
; al salir Rody, el último candidato, Manuel le observó muy detenidamente las grandes y redondas nalgas, rosadas y prominentes, ciertamente uno de sus mejores atributos. Sacudió la cabeza y volvió a su tarea; cuenta
con la esperanza de que aplicar la cola de perro a éste sería más sencillo de lo que había sido con el primer candidato, pero muy pronto estas esperanzas se desvanecieron: el culo de José era casi tan apretado como el del aparentemente virginal Omar.
Si bien Omar fue difícil de penetrar, al menos mostró más resistencia al dolor de la que aparenta José. A pesar de su aspecto duro, da pequeños alaridos cuando los dedos de Manuel exploran sus interiores, o bien aprieta la mandíbula y enseña los dientes como si en verdad se tratara de un perro. Pese a los cuidados de Manuel, el desagrado en el cachorro es aparente, se encuentra tenso y aprieta su entrada con tal de protegerla de una invasión, más lo único que logra es hacer más dura para él la inserción; es imposible convencerle de que se relaje, pero eventualmente se le dilata razonablemente bien y, un tanto a la fuerza, el butt plug se le es insertado.
Una vez vestido con collar, rodilleras, cola y correa es llevado a gatas directamente al patio, Manuel prefiere obviar el hacerle caminar por la casa para acostumbrarlo a andar a cuatro patas, es claro para él que ni uno ni otro disfrutarán la experiencia. El miserable rostro de Omar los recibe en el patio, no parece haber pasado un buen rato en el exterior pero, para sorpresa de Manuel, sí ha tomado del plato que le sirvió previamente. Había pensado que probablemente lo ignoraría, asqueado, pero el plato de agua se encuentra casi completamente vacío. Habría que culpar al cálido día. Tras amarrar a José, llena una vez más el plato con agua y lo coloca entre ambos, con la idea de que lo compartan. Una vez listo, se dirige al baño con la idea de ayudar a Migue con la limpieza del último esclavo, pero antes de hacerlo la mirada de Omar capta una vez más su atención. Se mueve inquieto, y su rostro muestra inconformidad, quizá incluso dolor; se agacha a su lado y le revuelve el pelo como uno haría con un cachorro, preguntándole que le sucede.
“Este… es que, bueno, umm…” dirige una mirada rápida al recién perro y desvía la mirada. Su titubeo desespera a Manuel.
“¿Qué pasa? ¿Te estás echando para atrás? Mira, si es eso solo dímelo, pero no tengo tiempo de…”
“¡NO! Este… no… no es eso, pero es que… ah… es que quiero ir al baño.” Su voz va bajando de intensidad conforme avanza en lo que dice hasta volverse un suspiro apenas audible.
Manuel le dirige una dura mirada, y de pronto ríe. Ir al baño… bueno, eso es algo que puede hacer.
“Ahh… de haber sabido, si ya veo cómo estás de inquieto, perrito… entonces, qué, ¿quieres cagar?” El rostro del chico pelirrojo se enrojece tanto como su pelo y sacude firmemente la cabeza. “Oh, entonces sólo quieres mear. Eso es más fácil, no tendremos que quitarte tu colita. Ven aquí, perrito, vamos a dar un paseíto.”
Le desata y lo hace caminar (siempre a gatas) a un árbol al otro extremo del patio. Seguramente Omar puede adivinar lo que viene, pero de cualquier manera no dice nada.
“¿Qué pasa, acaso no morías de ganas de mear? No tengo todo el día. Alza la pierna como el perro que eres, vamos.”
El chico alza la mirada y lo mira a los ojos por un momento, para desviar la vista al otro extremo del patio donde lo observa atentamente el otro perro. Es claro que no tendría privacidad, es humillante pero no puede negar que al mismo tiempo excitante.
Con cuidado y siguiendo la indicación que se le acaba de dar, alza la pierna izquierda y suelta un chorro de amarillento líquido que brota en un pequeño chorro. Baja la mirada al piso al hacerlo y cierra los ojos, pero aún así puede sentir las miradas tanto del esclavo como del recién llegado perro.
Habiendo acabado, Manuel regresa al perro a su posición original, le ata, y se dirige al baño para finalmente ayudar a Migue con la limpieza, sólo para encontrar que éste no solo ya ha acabado de realizarle el baño completo al último esclavo, también le ha vestido con sus aditamentos de perro. Revisa su trabajo, y una vez satisfecho, le permite llevarlo al patio para esperar la evaluación del amo.
Ahora, sin que los perros lo supieran, comienza la primera de las pruebas que llevaría al amo a elegir a uno de ellos como su perro: la paciencia. El amo les había citado dos horas antes de lo que él tenía planeado llegar de la oficina, por lo que era labor de sus dos esclavos vigilar sus actividades en ese tiempo para evaluar su reacción.
En el segundo piso de la casa se acomoda Manuel en un sillón con el libro que previamente había estado leyendo. Gira al sillón en dirección al ventanal, desde el cual se puede apreciar muy bien el patio trasera, aunque los perros desde su posición inferior difícilmente notarían su presencia y se sentirían libres de actuar a su antojo, sin saberse vigilados.
Rody, el último de los perros en llegar, no ha perdido tiempo en comenzar a entablar plática con los otros dos, aunque solamente Omar parece hacerle caso. Ninguno de ellos intenta ponerse de pie, continúan atados a cuatro patas aunque si lo quisieran fácilmente podrían alzarse. Manuel no puede escuchar lo que se dicen entre ellos, pero puede notar los gestos emocionados que intercambian. Por un momento cruza la imagen mental de ellos moviendo la cola de la emoción y sonríe para sí mismo.
Bostezando, vuelve a su libro, lanzando miradas furtivas de cuando en cuando. Página tras página, sus ojos se vuelven más y más pesados, poco a poco va siendo seducido imperceptiblemente por los brazos de Morfeo, y sin darse cuenta, Manuel cierra los ojos y cae profundamente dormido.