Un día diferente

Nace mi mujer dominante

Tuvimos una gran noche de sexo, como tantas otras. Siempre hemos sido activos. Hemos buscado cualquier momento para darnos placer y follar como si fuese la última vez. Y esa noche practicamente fue así.

Me levanté temprano pensando en qué iba a ocupar el día después de tantos sin salir de casa. Mi café con leche y tostada estaban sobre la mesa de la cocina cuando oí la voz de mi mujer hablarme desde la puerta.

  • Prepárame el desayuno... Lo mismo que estás tomando tú... Mejor aún, tomaré el tuyo.

Y se sentó a mi lado acercándose lo que me había preparado y tanto me apetecía. Cuando fui a levantarme para prepararme algo que tomar con ella, puso su mano sobre mi muslo y me dijo que esperase, que tenía que decirme unas cosas.

  • Me encantó cuando me dijiste que tú te ocuparías de todo para que yo pudiera descansar y, como no sabías lo que podía durar ésta situación, así estaría más cómoda y dedicarme a mis cosas - tomó un sorbo del café con leche y comprobó que le prestaba atención -. Eso he hecho, curiosear entre tus cosas mientras me cuidabas. Lo que he descubierto me ha vuelto loca y he buscado mucha información sobre lo que he encontrado.

  • Verás Cristina - me interrumpió enseguida diciéndome que no la interrumpiese y que llevase a la cocina la bolsa que había sobre la cama. La miré extrañado por su conducta. Siempre ha sido cariñosa y, en ese momento, la encontré exigente. ¿Qué digo exigente?, severa. Así que fuí intrigado a por la bolsa y la deposité sobre la mesa sorprendido porque no pesara tanto como debería si dentro de ella estaba todo lo que sabía que había encontrado.

  • Así es Javier, solo hay unas pocas cosas - después de todo me conocía bien -. Vamos a empezar con lo que hay dentro de la bolsa y algún extra que pondré por mi cuenta. ¿Algo que decir?.

Estuve callado unos segundos. ¿Qué se supone que tenía que decir cuando había descubierto mi fuente de fantasías?.

  • Cristina, me gustaría explicarte... sobre lo que has encontrado. Hace mucho tiempo descubrí...- y volvió a interrumpirme levantando la mano a la vez que volvía a beber de mi café con leche. Me miró fíjamente sin dejar de sonreirme.

  • Desnúdate y vuelve a sentarte - eso sí que era una orden. Me desprendí del pijama, que era lo único que llevaba puesto, y me senté. No hace falta decir que me sentía muy excitado y avergonzado y la mezcla que eso comportaba podía ser explosiva. Metió una de sus manos en la bolsa a la vez que terminaba la tostada y me ordenó abrir la boca mostrándome el aro metálico entre sus dedos -. Ya sabes lo que tienes que hacer - y abrí la boca todo lo que pude. Noté el roce y el sonido metálico entre los dientes cuando lo colocaba -. Así no hablarás aunque te pregunte. No te muevas -. Se levantó y salió de la cocina.

Giré la cabeza siguiendo sus pasos hasta que desapareció de mi vista. Desde luego Cristina había iniciado el juego que nunca me había decidido a decírselo. Y en ese momento, aunque quisiera, no podía hacerlo. Me había dejado sin habla. Dejé volar la imaginación y disfrutar de lo que pensaba que iba a ser divertido y estimulante, muy estimulante.

Volvió con unas mallas suyas de deporte, una camiseta elástica, también de ella, y una chaqueta de piel negra que, cuando la vestía, le llegaba hasta las nalgas.

  • Sigamos... Estoy pensando que podrías haber escondido mejor lo que he encontrado - levantó mi cara con dos de sus dedos en la barbilla -. Pero no lo has hecho esperando que lo encontrase -. Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un tanga rosa de encaje. Lo dejó sobre la mesa. Sacó también un corsé rosa. Y siguió con una mordaza con una diminuta, aunque gruesa, polla, un plug anal con vibrador, un aparato metálico de castidad y un dilatador uretral también con vibrador y ajustable al aparato.

  • Ya no tendrás que usar nada de eso a escondidas - y me guiñó un ojo -. Levántate - ordenó mientras ella permanecía sentada. Me levanté como un resorte. -. Como puedes comprobar, me he informado bien, cariño. Ahora, vas a llenarte el culo con el plug, segura que ya lo tienes bien abierto.

Con el aro en la boca no podía pedirle que lo hiciera ella. Y si hubiera podido creo que tampoco hubiera tenido valor para pedírselo. Cogí el plug y me giré para que Cristina pudiera ver cómo entraba sin esfuerzo por las muchas veces que lo había usado.

  • No, Javier, quiero ver tu vegüenza llenándote de él. No te gires.

La miré suplicante, aunque de poco sirvió. Miraba a la mesa cuando el plug empezó a invadirme el culo.

  • Mírame a los ojos, maridito -. Y lo hice, casi llorando por lo ridículo que me veía a mi mismo. Una cosa era fantsear y otra distinta encontrarte de sopetón con la realidad de haberlo encontrado con mi mujer. Me costó un verdadero esfuerzo mantener los ojos abiertos cuando la parte gruesa del plug dilataba el esfinter para acomodarse después, de golpe, en el estrecho final y el tope de la base.

  • Ahora sí, date la vuelta que vea cómo te has tapado el culo -. Me volví despacio, esperando que por fin seguiría el juego abrazándonos y follando felizmente en el suelo de la cocina. Pero... ¿quería que aquello terminase así?. Claro que no. Me dió una nalgada y me hizo girar empujándome por la cadera.

  • Me gusta. Una pena no descubrirlo antes... ¿Y esa pollita?. Vamos a bajarla un poquito más con esto - la cogió con una mano y empezó a deslizar el dilatador uretral dentro del pene con la otra, mirando fijamente mi expresión de dolor por el escozor que sentía a medida que entraba. La saliba empezaba a salir de la boca y deslizarse por el pecho.

  • ¡Mira, si eres un baboso!. Sabía que te iba a gustar. Babeas por la cabeza de arriba y por la de abajo -. Intenté acompañar su risa, pero estaba tan desconcertado que no era capaz de nada. Cuando digo de nada, me refiero a nada -. Voy a aprovechar que eres un picha floja para ponerte el limitador... No me mires así cariño, si sabes que esto te gusta.

Y me puso el aparato metálico de castidad, ajustándolo a la sonda uretral, diciéndome que estaba precioso con dos de mis tres agujeros llenos, lo que me hizo temer que acabaría llenándome la boca.

  • Es el momento de que te pongas el tanga -. Lo deslicé por cada una de mis piernas y lo acomodé tapando el aparato de castidad que quedaba molesto entre mis piernas -. Genial. Ahora las mallas -. Las dejó en mis manos y observó mis movimientos torpes al estirar los elásticos hasta encajarlos en la cintura, remarcando lo que tenía entre las piernas -. Te quedan bien, provocativo pero bien. A por el corsé -. Ella misma envolvió mi cuerpo con él, situándose a mi espalda y estirando de las tiras hasta que mi cintura se redujo estilizando las caderas y obligándome a permanecer herguido. Me encantó la opresión que sentí, respirando con dificultad con pequeños suspiros -. ¿Ves como es esto lo que querías?. Sí, me vuelve loca lo que eres capaz de hacer por mi. ¿Sabes quien va a hacer la compra hoy, verdad? - me susurró en el oido. Sacó un lápiz de labios rojo de la bolsa y me los pintó con delicadeza -. Así estarás más guapo.

Por un momento pensé que realmente se había vuelto loca. De ninguna manera pensaba hacer la compra ese día y menos con lo que me estaba haciendo, aún cuando no había puesto ningna resistencia pensando en que era un juego de alcoba, doloroso en algunas cosas, pero un juego que me excitaba y del que pensaba que acabaría con placer, mucho placer.

Llevé una mano a la boca para quitar la anilla que me la mantenía abierta, pero dos bofetadas tremendas me lo impidió.

  • ¿Ves?, ya no hace falta que te maquille las mejillas. ¿Y lo que dijiste que te cuidarías de todo?. Ya veo que fué una de tus mentiras, como todo eso que tenías escondido. ¿Acaso crees que puedes echarte atrás? - y me dió dos bofetadas más. Ante mi silencio añadió -. ¿Ya no quieres cuidarme? - asentí -. Pues seguimos. Levanta los brazos, voy a ponerte la camiseta... Ahora la chaqueta - la dejó abierta, aunque sujeta con el cinturón que envolvía la cintura. Cogió la mordaza introduciendo el pequeño pene en la boca y sujetándola en la nuca. No podía creerme que quisiera que fuese así a hacer la compra. Casi no me importaba el plug, ni el aparato de castidad, ni la sonda ni las mallas. Pero la mordaza, los labios de rojo y el aro...

  • Y los tres agujeros tapados. Javier, esto es lo que mereces, boca, culo y polla follados. Así casi sabrás lo que siento cuando juegas conmigo y mis agujeros. Solo que ahora son los tuyos los que me van a dar placer, sintiéndote pleno e invadido como mi puta -. Sonrió y me dió un fuerte cachete sobre las mallas.

De nada servía que estuviera casi llorando. Estaba decidida a hacerlo y yo, en el fondo, quería hacerlo, aunque no de aquella manera.

  • ¿No pensarás ir a comprar así, cariño?. ¿Acaso quieres que te multen? - sonrió. Era feliz. Colocó un salvaslip en la boca, tapando mordaza y aro y lo cubrió todo con una mascarilla estampada de flores, incluida la nariz. Me costaba respirar, pero ya estaba hecho.

Activó el vibrador del plug y el del dilatador uretral. Me besó las rojas mejillas, me miró a los ojos secando las lágrimas con la lengua.

  • Imagino lo que vas a pasar en la cola del super, durante la compra, intentado no babear más de la cuenta, el salvaslip tiene una capacidad, la vibración hinchando tu polla que no cabe en el controlador y que tando dolor te va a dar, tu culo lleno, vibrando y llevándote al climax frustrado y esa boquita llena que no te dejará hablar ni responder a las preguntas que puedan hacerte... Pobrecito y cuánto te quiero por cuidarme tanto, cariño.

Me hubiera masturbado en ese momento. Tan ridículo y humillado estaba. Tan feliz quería hacer a mi mujer.

  • No te olvides nada. Te he enviado un mensaje con lo que necesito que compres. Buena compra y... solo estás empezando, Javier.

Antes de salir de casa me miré en el espejo y sentí un gran alivio cuando comprobé que no se notaba nada, salvo la mandíbula abierta aún guando la tapaba la mascarilla. Pero había que fijarse para apreciarlo. De todas formas, cómo era posible que sintiera alivio, si salir a la calle así ya tenía que ser por sí mismo más que preocupante. No voy a decir que me armé de valor, más bien dado que me había dejado llevar hasta ese punto, no había otra.

Recuerdo que me costaba respirar. Al llevar la boca tapada y la marcarilla sobre la nariz me lo dificultaba. Aunque después de todo, era mejor así, al menos nadie podía verme la boca abierta por el aro e invadida por la mordaza.

Caminé despacio hasta llegar a la cola del supermercado, intentando relajarme y no dificultar más la difícil respiración. Y, claro, los vibradores haciendo de las suyas. Notaba un constante temblor en mi interior, lo que me recordaba lo que Cristina me había dicho "los tres agujeros llenos". Lo que me mantenía más que excitado.

Me coloqué detrás de la última persona de la fila, guardando la distancia y tomé aire como pude. Me subió un calor intenso, provocándome un sudor frío que se unió al inesperado orgasmo que tuve. No puedo decir que me fallaron las piernas, ni que tuve que morder la mordaza. Fue uno de esos orgasmos de los que te das cuenta cuando notas el tanga mojado, que te vacías involuntariamente provocándote una frustración excitante. Mi única preocupación fue que no traspase la malla de mi mujer. Preferí no comprobarlo a pesar de que tampoco hubiera podido hacerlo, el corsé estaba tan ajustado que apenas podía moverme.

Antes de lo que pensaba ya estaba deambulando por los pasillos del super, buscando lo que necesitábamos y lo que Cristina había añadido a la lista. Oía un incesante zumbido que pensaba que era por mi dificultad por respirar. Hasta que me dí cuenta que era por los vibradores que no paraban de alterarme. Deseé que solo yo pudiera oirlos. De pronto me sentí el foco de atención. Y no fue por mi propia sugestión. Al pasar por delante de un espejo (¿quién diablos lo había puesto allí?) me vi reflejado y apareció lo que tanto me había preocupado, la mancha del orgasmo que había tenido. Me quité rapidamente la chaqueta de piel y la puse intentando tapar lo inevitable. Y allí apareció el corsé marcado sobre la ajustada y sudada camiseta. Ya no sabía dónde meterme.

Me agachaba para coger las cosas de los estantes bajos doblando las piernas juntas y quedando en cuclillas obligado por la rigidez del corsé. Podría haberlo hecho de forma más varonil, pero me salió así. Supongo que ya todo me daba igual.

Estiraba los brazos para llegar a los productos que estaban más altos, levantando la camiseta y dejando al descubierto el culo y la base del plug que se marcaba debajo de la malla. En uno de esos gestos perdí el equilibrio, la chaqueta se deslizó al suelo dejando al descubierto la horrible mancha entre las piernas y marcado el cinturón de castidad por la humedad de la zona.

  • ¿Necesitas ayuda? -. La voz de aquella mujer me devolvió a la realidad. Envolvió mi cintura con su brazo firme para que no terminase en el suelo. Y palpó bajo la camiseta el corsé. Me miró fijamente y me preguntó si no sabía hablar a la vez que sentí que volvía a mojarme por otra inesperada corrida -. Estás temblando, o al menos eso parecen -. Se plantó delante de mí, miró la entrepierna empapada y que rozó disimuladamente con su pierna notando la vibración. Sonrió a la vez que se agachaba a recoger la chaqueta y con disimulo, empujó el plug -. ¿Así mejor? -. Desapareció y no volví a verla.

Terminé de hacer la compra. Pagué como pude y salí de allí como una bala, sin poder respirar, deprisa, casi corriendo cargado de bolsas. Me sentí a salvo cuando llegué a casa.

Y nada más lejos de la realidad.

No llegué ni a abrir la puerta. Cristina lo hizo por mi, desnuda y con un arnés que sostenía una considerable polla de silicona lubricada, arrastrándome al interior de casa cogiéndome por un brazo y estámpandome sobre la mesa del salón. La compra calló al suelo con su correspondiente ruido. Sin darme tiempo a nada me encontré con las brazos doblados y atados en la espalda, cogiendo con cada mano el codo contrario. Me debatía moviendo desesperadamente la cabeza a un lado y otro buscando el aliento que me faltaba. Bajó bruscamente las mallas y el tanga, quitó ambas piezas después de hacer desaparecer las zapatillas de mis pies, abrió mis piernas y sacó sin miramientos el plug para sustituirlo por el enorme dildo que ella llevaba puesto y que introducía uno más pequeño y con vibrador en su coño.

  • Vamos a follar cariño - y metió de una estocada el consolador en mi abierto culo.

Lo único que recuerdo de aquello es que intentaba revolverme y terminar con la follada y lo inútil de mi esfuerzo. Estaba agotado y sin aire, sintiendo las salvajes embestidas de mi mujer. Así que opté por relajarme y, casi desmayado, dejarme profanar por la excitada Cristina que no paraba de entrar y salir de mi cogiéndome alternativamente por las caderas o los brazos atados a la espalda.

Volví a correrme, resignado, a la vez que lo hacía mi mujer embistiéndome salvajemente con movimientos cada vez más cortos. Hasta que se dejó caer sobre mi espalda.

Salió despacio de mi, se quitó el arnés dejándolo caer al suelo. Cuando pensaba que podría descansar, aún con sus audibles jadeos llenado el salón, me ató los pies, colocó un collar, estiró de la correa de los pies hacia arriba levantándolas y atándola a la de los brazos en la espalda, dejándome con las piernas en línea recta en el aire y el cuerpo sobre la mesa. Mordió fuerte cada nalga y me dijo que iba a recoger la compra recuperándose de haber sido ella la que follaba.

La oía trastear en la cocina, guardando lo que había traido del super. Mientras mi cabeza, saturada por los acontecimientos, no paraba de darle mil vueltas a todo. A cómo Cristina había empezado de forma tan salvaje conmigo, alguien tan cariñosa y pendiente de mi. A cómo iban a ir las cosas desde ese momento. Desde luego, no había nada que desease más que estar libre y follar con ella hasta la extenuación. Inocente de mi, pensaba que después de ese arrebato de dominación todo volvería a la normalidad.

El tiempo se hacía eterno con un dolor terrible en los riñones y en los huevos. Sí, a pesar de haberme derramado no sabía ya cuántas veces, me dolían. Hasta que vi aparecer a Cristina convencido de que me desataría. Pero podéis imaginar que no fue así. Traía un plato de comida y cubiertos, volvió a la cocina y a su regreso dejó una copa y botella de vino blanco sobre la mesa. Se sento frente a mi, llenó la copa y empezó a comer mirándome entre bocado y bocado.

  • Debes estar hambriento, cariño... Enseguida te doy tu ración -. La maldije, sí lo hice. Llevaba unas horas eternas a su disposición, derrotado y me venía con esas. Terminó de comer, retiró platos, cubiertos, copa y vino y se subió a la mesa abriendo las piernas y mostrándome su recién depilado coño.

-Cariño, es hora de que me des el postre y tengas tu comida. No quiero que pienses que me he vuelto egoista - rió. Me cogió del pelo, retiró la mascarilla, el salvaslip, la mordaza y la anilla. Lloré de agradecimiento. Hacía un rato la maldecía y en ese momento la adoraba. Cerré y abrí la mandíbula no sé cuántas veces. Pasé la lengua por mis labios y cuando quise hablar me tapó la boca con su sexo. Lo lamí con desesperación buscando en su flujo el agua que necesitaba, la embriaguez de ella que tanto ansiaba. Empujó su pubis hacia mis labios empujando la cabeza a los suyos vaginales. Introduje la lengua lo que me permitía la poca fuerza que tenía y mordisqueé suave el clítoris, como sabía que le gustaba. Se corrió moviendo las caderas como si estuviera follándome la boca. Acarició mi espalda y bajó de la mesa con esfuerzo. Volvió a desaparecer.

¿Cuánto tiempo iba a tenerme así?. La llamé casi en susurros.

  • Javier, ya sé que estás aquí. No me olvido de ti -. Apareció con una pala de piel, ancha y corta. Desató la cuerda que me impedía bajar las piernas dormidas. Los riñones descansaron y un suspiro de alivio salió desesperado de la garganta.

Escuché antes el sonido del azote que el dolor que me produjo en la nalga. Siguió otro azote en la otra. Y otro, alternando la entre una y otra. El fuego empezó a llenar las dos. Le pedía que parase, pero respondió cogiendo mi pelo y estirando de él hacia atrás, obligándome a girar la cabeza y mirar la felicidad de su rostro.

  • Ya ves lo que hace el aburrimiento, cariño -. Y volvió a azotarme. Los azotes se sucedían. Imaginé que tenía las nalgas moradas, a punto de estallar cuando paró. Respiré, aunque no demasiado. Empezó a follarme otra vez, a llenarme el culo con el arnés que había vuelto a sujetar a su cintura, en un mete y saca lento, pasando las uñas por toda mi espalda, empujando de mis caderas hacia ella. Me estaba encantando, mantenía mi culo pegado a su pubis, moviéndome yo mismo en pausados círculos buscando el placer que tanto necesitaba. Hasta que salió de mi. Me desató las manos y me ordenó ir al baño, quitarme todo y darme un baño relajante. Ella tenía cosas que hacer, me dijo.

No recuerdo el rato que estuve en la bañera, llena hasta rebosar de agua caliente. Me masturbé pensando en Cristina, en su desnudez a mi regreso del super, sobre la mesa, en todo lo que había pasado.

Salí al salón con el pijama puesto. Ella estaba desnuda en el sofá esperándome.

  • Desnúdate. No creerás que yo voy a estar desnuda y tu así - me dijo.

  • Cariño, pensaba que ya se había terminado.

Cristina me miró, sonriendo.

  • Y yo que pensaba follar contigo. Anda desnúdate y acompáñame -. Se dirigió a nuestro dormitorio mientras me desnudaba. Allí estaba, con su preciosas tetas a la vista, el sexo depilado y sus contorneadas piernas esperándome -. Acuéstate que voy a llenarme de ti.

Mi polla estaba dura, durísima. Ya estaba sobre la cama, esperando que mi mujer subiera sobre mi y me follase como había dicho. Sacó unas cuerdas no sé de donde. Me ató los tobillos, muslos, manos y brazos pegados al cuerpo. Me besó apasionadamente. Sacó un alargador de silicona para el pene e introdujo mi polla en él sujetándolo con un aro del mismo material a los huevos.

  • Ahora sí, cielo - subió a la cama colocando las dos rodillas a ambos lados de mi cuerpo y se folló despacio, entrando y saliendo como le apetecía -. Ahora dime, ¿algo así es lo que soñabas?. Sé la respuesta, pero quiero que me lo digas tú-. No tuve que pensar mucho. Asentí con la cabeza. Me dió una bofetada que no me esperaba -. Quiero oirlo.

  • Sí.

  • Bien. También es lo que que yo quiero. Lo primero que tienes que saber - aceleró su follada -, es que desde hoy solo vas a correrte plenamente dos veces al año. Una en tu cumpleaños - esperó mi reacción, que no pudo ser otra que de súplica -, ese día meteré tu insignificante cosa en mi adorado coño solo unos segundos, para que recuerdes lo que te estarás perdiendo el resto del año. Y acabarás follándote una de mis zapatillas - silencio y jadeos de mi mujer follándose el alargador que cubría mi polla -. La otra será el día de mi cumpleaños, con tu culo lleno por mi arnés y masturbándote, ofreciéndome tu leche derramada en el suelo y que tendrás que limpiar mientras no dejo de follarte. Será tu regalo emocional además del material que me tendrás preparado para ese día. El resto del año tendrás corridas frustradas, como las de hoy, cerdo - aceleró más el ritmo y se corrió con sus últimas palabras -. No hay marcha atrás - y se derrumbó sobre mi.

Se mantuvo así durante unos minutos que me parecieron segundos. Todos los años anteriores volvieron a mis recuerdos como un rayo. ¿Estaba convencido del giro que había dado todo?. ¿Era la relación que quería?. ¿Qué me esperaba mañana?. ¿Qué me esperaba en unos instantantes?. Cristina me llenó de besos, de caricias a las que no podía responder por estar atado.

  • Javier, te quiero, más de lo que imaginas.

  • Cristina, te adoro, más de lo que puedas soñar. Quiero hacerte feliz, cada día más feliz.

  • Lo sé cariño. Lo haces. Y más lo vas a hacer cada día.

Me colocó la mordaza diciéndome que iba al salón, desnuda con ese maravilloso cuerpo del que no sabía si podría seguir gozando, y que no quería oirme.

  • Buenas noches. Buen inicio de tu nueva vida -. Cerró la puerta y me dejó a oscuras.