Un día de trampa

Tiene 23 años un pasado miserable y un presente donde nada le falta , salvo el amor. Buescará cambiar su destino aunque las cartas estén echadas.

La historia comienza con una cogida. Yo la recuerdo así.

En el espejo del techo de ese motel para parejas, al que vinimos "para aumentar el morbo", veo moverse una y otra vez el culo fuerte del hombre maduro, bronceado y lampiño, que me coge con fuerza. Del hombre que me penetra una y otra vez sin piedad, como quien viola una caja fuerte, apuradamente, gritando, roncando, mufando, salivando, gimiendo, gozando con la fuerza orgullosa y brutal de su pija enorme, gruesa y lechera. Yo permanezco en silencio y casi ni me muevo. Acepto pasivamente, patitas al hombro, sin responder, sin participar las estocadas del otro. Parezco muerto, pues mis ojos miran fijamente en el espejo del techo, la imagen de los dos cuerpos unidos. La imagen me perseguirá por días y días. Hasta hoy.

Su poronga dura y salvaje recorre los más ocultos rincones de mi culo, y aunque ya no siento dolor, percibo como un malestar, un pinchazo destructivo y cruel tras otro que me va destrozando el orto de a poquito, que orada mis tripas esparciendo un veneno que puede matarme. Pero ya nada me importa: aunque el grite mi nombre: Axel, Axel, Axel y su mejilla con barba de varios días, se refriegue, una y otra vez, contra mi cara y mi cuello transpirados, buscando vanamente contagiarme su pasión.

  • Gozá, mi putito, gozá - dice- , - gozá con la gran garcha de papito, asi, asi, Axel, Axel, Axel…. - , y ni nombre se confunde con el asi , asi , asi, ahhh , de cada bombeo salvaje que me hace estremecer de frío, nunca de placer, porque no siento nada por el, , porque ya no lo quiero, porque hace mucho que dejé de desearlo, porque estoy con él por el dinero, porque detesto su egoísmo, su soberbia, su autoritarismo, sus celos enfermizos, sus quejidos, sus llantos simulados, sus ronquidos, sus gritos, su forma histérica de acabar, esa costumbre absurda de inundar mi cuerpo con su leche millonaria, con su esperma de alto poder adquisitivo, con sus ligeros olores a perfumes carísimos.

Hace mucho que siento desprecio por él y me desprecio a mí mismo por vivir atado a ese hombre, sólo por interés. Se que su comportamiento no justifica mi conducta, pero soy débil, frívolo, egoísta, un adolescente tardío. Un vulgar parásito que le chupa la sangre a su víctima. Pero cada uno a su manera es vampiro de los otros. Víctima y victimario. A veces pienso que lo nuestro no es otra cosa que un trueque.

Ya no hacemos el amor: y no sabría decir desde cuándo este intercambio de fluídos íntimos estimulados por la fricción, que podríamos llamar sexo, cogida, follada, garche, cópula, culeada, es más un acto de posesión de un bien de propiedad exclusiva, una demostración de soberanía sobre el cuerpo joven, tambien lampiño, bien formado y bronceado de ese muñeco inflable en que me he convertido. Soy como un autómata para su placer y sastisfacción y aunque al principio se enojaba, ya no le importa que yo no participe, que no acabe, que no eyacule, que no tenga orgasmos, que no goce, que no comparta más nada, y que el sexo sea para mi sólo una obligación, una contribución al intercambio, un sufrimiento. Estás deprimido, me dice, como justificando mi desdén.

Tal como lo hizo siempre, sólo busca su placer, no presta atención a lo que a mi me pasa. A él sólo le importa deshacerse de esa leche acumulada en sus gordos testículos millonarios, lo más pronto posible, como echando abruptamente todo el deseo que se permite en un pozo sin fondo, en un cuerpo mudo y casi insensible que no siente placer ni reacciona. Es el precio que debo pagar por el auto de marca último modelo que manejo, el departamento confortable en el que vivo, la casa en la isla, los muebles de estilo, la moto japonesa de alta cilindrada, el equipo de sonido, los discos, los caprichos, los recitales caros de mis bandas favoritas, la ropa de moda, las vacaciones en el Caribe, los buenos restaurantes, la buena vida que el me proporciona. Lo que consigo por vender mis favores.

No me quejo, claro, podría haber sido peor. Teniendo en cuenta de dónde vengo, mi pobre educación, mi holgazanería casi genética, mi falta de incentivos y escasez de buenos ejemplos, yo podría haber terminado en la calle, vendiendo mi cuerpo al primer postor, degradándome por una dosis de cocaína, vendiendo mi sangre por un precio módico sin poder nunca paliar el hambre y la sed, y tanta carencia. Quizás hubiera estado en la cárcel, violado una y mil veces por todo un pabellón.

Pero en el medio de la adversidad, el destino me dió esta piel que vuelve locos a los hombres mayores : lampiña, suave, del color del trigo claro, estos ojos impertinentemente azules que heredé quien sabe de qué marinero sajón promiscuo y clandestino, estos dientes casi perfectos que encandilan a quienes beneficio con una sonrisa, este cuerpo suavemente musculado de nadador de corta distancia, este culito que parece una burbuja de jabón y esta pija gorda y grande que por desproporcionada con mi cuerpo menudo desafía las reglas de la lógica y a hasta la ley de gravedad. Soy un superdotado. No me medí nunca la poronga pero se que es grande, muy grande como para tener que acomodarla a cada rato en el boxer, como para dejar con los ojos cruzados a más de un hombre mayor en algún vestuario, y a mirones de todos los sexos, estado civiles y edades en la piscina, cuando una zunga pequeña e indiscreta, transparenta el grosor y hasta la última vena azulada de mi pija.

La necesidad, el miedo, la desesperación, el coraje o quizás la cobardía o lo que sea, me enseñaron a defenderme, a esquivar peligros, y también las buenas maneras en la mesa, las reglas básicas de la higiene, los temas de conversación casi casi cortesana con gente mucho más culta, un poco de inglés y de francés, este barniz de roce social que a mis 23 años me permite acompañarlo a cuanta reunión de putos de categoría el concurre: conozco de Opera italiana, como la mejor "loca" del ghetto gay de Buenos Aires, tengo buen gusto a la hora de apreciar obras de arte, muebles de estilo y antiguedades, soy íntimo de los relacionistas públicos, de la gente del "jet set, de muchos personajes famosos, llamo a los artístas e intelectuales más destacados por su nombre de pila, y consigo entrar a la zona VIP de los más importantes antros nocturnos de la ciudad . Claro que se que mucho de eso se lo debo a mi condición de pareja, compañero, mantenido, amante, chonguito o lo que fuera, de Brandon Haynes Jr.

Ya no miraba en el espejo, ni sentía la opresión de su cuerpo sobre el mío, cuando me dijo que se iba a Europa con uno de sus socios, el que menos me gusta, el más "metrosexual", siempre tan atildado y moderno y siempre con esos ojos de pestañas tan arqueadas y mirada escrutadora. Ese que tengo mis razones para pensar que es tan o más puto que yo. Esa señora en traje con chaleco y corbata al tono. Agregó que no me podía llevar esta vez, pero que a su regreso me compensaría con un viaje mejor y más placentero, unas vacaciones espectaculares y no un viaje de trabajo corto y a los apurones.

Disimulé mi rabia. Su intento fallido de convencerme sobre un futuro viaje para compensar esas tres semanas que estaría ausente, me pareció un cuento infantil para un infradotado mental. Me dio un cheque para comprarme entre otras cosas un teléfono movil de última generación (para tenerme controlado) y nos fuimos a bañar en el jacuzzi. El último beso me pareció muy frío y apenas por compromiso. Yo podia despreciarlo, después de todo yo era el joven hermoso pero no el a mi, pues eso ponía en discusión mi atractivo, en duda mi influencia, en controversia, mi futuro. Tomé su cabeza y lo besé con fuerza, mi lengua se apropió de la suya, mis brazos de gimnasio rodearon su cintura y el, sorprendido por semejante demostración, se paró para acercar su enorme pija a mi boca, seguía erecto, duro como una roca, increíblemente excitado , me acerqué a esa verga desafiante y me la metí en la boca mientras el sin poder contenerse gritaba una y otra vez mi nombre , al tiempo que mi cabeza subía y bajaba por ese tronco ancho y duro: "Axel, Axel , Axel, asi asi asi mi putito seguí asi , así , asi mi putito, tragate la garcha de papito y haceme venir , asi asi asi Axel Axel Axel, chupámela, mamá esa pija, sacame toda la leche , ay , asi asi asi Axel Axel Axel , si papito que ya me vengo, ya viene, seguí segúi, Axel , asi Axel asi , seguí no te detengas, Axel asi siiiii ah ahhhhh ahhhh…."

Antes de hacer el pre-embarque me dijo que cualquier cosa que llamara a al contador José Tomás Paniagua, su hombre de confianza, especialmente si necesitaba dinero.

Un rato después, mientras volvía a Buenos Aires, tras dejar a Brandon en el Aeropuerto Internacional, manejando despreocupado y escuchando música, pensé por primera vez en mucho tiempo, en mi familia, mis hermanos dispersos o perdidos por todos los caminos, mi pasado de miserias y privaciones. Por un momento mientras atravesaba un sector muy pobre de los suburbios, me pareció oler a guiso, aquella comida que preparaba mi madre o después una de mis hermanas, y que solíamos compartir de vez en cuando, para tratar de calmar el hambre que nos golpeaba el vientre. Las noches de frío bajo los techos de cinc, cuando el viento se colaba por debajo de la puerta. El barro, la miseria, el abandono.

Pero no lloré. Todas las lágrimas las había llorado ya. Ahora era el tiempo de buscar pasarla lo mejor posible, divertirme, entregarme a la joda, olvidarme por veinte dias de Brandon Haynes Jr. Era tiempo de trampa.

Dos días después fui a ver al contador Paniagua. No lo conocía, pero lo imaginaba un gordito panzón con alianza de matrimonio, pelado y aburrido. El hombre de los números y las finanzas. Cuando llamé por teléfono para explicar el motivo de mi visita, la voz del hombre no coincidió con mi imaginación: no era lo que yo esperaba. Pero no pensé demasiado en ello, por ahí era una apariencia. Esa voz parecía soltarse de sus huevos. Era una voz de macho cabrío, metálica por momentos y susurrante en otros. Voz de "nigro spiritual".

Cuando entré a su oficina, me saludó con corrección. Alto, delgado, no demasiado ancho de espaldas pero normal, de piernas bien desarrolladas, pies grandes, cabello ondeado, y ojos grises de mirada triste, cubiertos por unos anteojos de marco grueso, cejas espesas. El hombre era un papito hermoso de esos. Disimulado por la rutina, el traje y la costumbre. Me dije, contigo a pan y agua Paniagua. Pero disimulé. Después de todo, yo era el protegido del patrón y el un mero empleado. Pero que piernotas corazón…… Piernas para bailar salsa, para pegar puntapiés iniciales, piernas fuertes de macho que terminaban en un culo de patinador sobre hielo. Culo carnoso y redondo, saliente y levantado. Culo para mejorar el mundo, y pensar en la inmensa sabiduría del que lo había creado: culo de escultura de mármol pero con curvas de carne. Culito bello lleno de preguntas y de expectativas. Culo misterioso y sensual para calentar a cualquier macho. Macho menos…. Y esos pies grandes, tan de hombre….

No podía sacar los ojos de esa figura casi gris de barba afeitada pero ya asomando nuevamene sobre su piel blanca. En su despacho no había foto de esposa ni de hijos y tampoco llevaba alianza de casado, pero yo no descartaba que fuese casado aburrido, burgués, ajustado a los usos y costumbres de la moral occidental y cristiana.

Su apretón de manos fue sincero, su mano tibia, su mirada sincera. Sabía quién era yo y mantenía las formas aunque en el fondo quizás me despreciara.

Hablaba de su jefe con admiración y respeto. Imitaba casi sin querer sus gestos por mi tan conocidos . Es un buen alumno de Brandon, pensé. Su conversación era inteligente, desenvuelta, mundana. Pero yo casi no podía escucharlo. Buscaba su mirada y la desviaba de inmediato, temeroso de que el se diera cuenta de mi atracción, del evidente encantamiento que me había producido. En un momento se sentó en el sofá enfrente del que yo estaba sentado y nuestras rodillas se tocaron inadvertidamente y senti la dureza de su rodilla y su calor como una puntada de deseo: del deseo del mundo que yo había ignorado tanto tiempo, en mi esclavitud dorada.

Al rato me incorporé y senti su mirada oscura recorriendo como si fuera una caricia, mi cuello, hombros, espalda, para detenerse en mi culo enfundado en un pantalón blanco muy ajustado. Cuando sentí el calor de su mirada en mi orto me di vuelta y él, turbado, desvió la mirada y se sonrojó como un adolescente encontrado con las manos en la pija haciéndose la paja.

Trajeron dos tazas de café y el sirvió en mi taza el líquido oscuro , fragante y sensual y sus manos con suaves pelitos parecieron temblar. Nuestros dedos se chocaron sin querer para alcanzar el jarrito con azúcar. El solo roce de sus dedos largos en mi piel me produjo escalofrios, como si en lugar de un contacto inocente, aquello fuera el preámbulo de una cogida de aquellas.

Mientras yo hablaba, el no dejaba de mirarme con aquellos ojos misteriosos y brillantes y yo no podía dejar de advertir la rotundez de su bulto a la altura de la bragueta, mientras el descruzaba sus piernas y permitia el acceso de mis ojos a sus huevos y a su pija, a sus piernas gruesas y masculinas, a la pesada presión de su culo sobre el delgado terciopleo del sofá. A sus zapatos enormes.

Secó su frente con un pañuelo celeste y blanco que extrajo de su bolsillo, y en ese momento deseé secar las gotitas de su sudor con mi lengua y seguir bajando por sus cejas pobladas por sus ojos y por su nariz, sus mejillas y su boca y mientras pretendía prestarle atención, tocaba suavemente mi pija semi cubierta con una carpeta, pija pordiosera que se iba parando sin que yo pudiera evitarlo.

Alguien entró y el se incorporó y se puso a firmar unos papeles inclinándose sobre el escritorio y entonces me dije, usa boxers aunque, el culo se le marcaba demasiado. Apreté mi pija contra mi cuerpo para que no se notara la evidente erección que la había endurecido y que casi la hacía llorar de deseo.

Por primera vez en mucho tiempo estaba caliente con otro tipo, y eso, que me angustiaba porque temía que Paniagua se diera cuenta, era en verdad, una forma de renacer. De volver a sentirme vivo, y libre, fuera de la pecera de cristal en la que vivía.

Encendí un cigarrillo mientras el seguía firmando, pero luego me arrepenti y lo apagué contra el cenicero de cristal de la mesa baja a mi lado. El volvió y siguió hablando y yo sentía la boca seca, los brazos débiles como si hubiera tomado una botella entera de vino, las piernas mojadas, el corazón palpitando a toda velocidad.

Hablamos un rato más: el citaba datos, direcciones, nombres, yo miraba su boca entreabierta, sus dientes blancos, la rotundez de su mirada, el aire entre sorprendido y desconfiado de la posición de su cuerpo, mientras fingía con mi letra despareja hacer anotaciones. Cuando terminó de hablar nos quedamos mirándonos el uno al otro sin decir nada. Por primera vez en mucho tiempo aunque quería hablar no me salían las palabras: yo el que tenía explicaciones para todo, el que sabía de mil excusas, el rey de las mentiras, me quedaba sin comentarios, sin poder escapar a la hipnósis de su mirada. A esa tela de araña de la atracción que me tentaba más y más, y me convertía en un mosquito aturdido..

Me incorporé con la idea de dejar de mirarlo, para no sentir la vergüenza increible del arrobamiento, la atracción, la cachondez por otro hombre. Era algo viejo y algo nuevo, el retorno al deseo sin interés subalterno. El deseo de otro cuerpo masculino pegado al mio. Estreché su mano y salí casi como corriendo de aquella oficina.

En el subsuelo me esperaba mi auto último modelo, tapizado de lujo, todavía con olor a nuevo. Y en medio de todo ese derroche me sentí pobre. Triste. Desamparado. Encendí el motor y en ese momento sonó mi teléfono celular, el último modelo también, el regalo de Brandon. Detuve el motor, esperando escuchar su voz, el timbre lejano del dueño de mis acciones y de mi vida: pero no era él. Era el contador Paniagua, quién me advertía del olvido involuntario de un sobre por mi parte. Que no me retirara, que su secretaria me lo alcanzaría. Le pedí que por favor bajara él. Encendí la radio mientras lo esperaba y al rato lo vi correr entre los autos, con el sobre manila en su mano, sin saco, la camisa blanca apretada a su piel, las mangas arremangadas y aquellas piernas gruesas y masculinas que me tenían perdido. Le pedí que subiera al auto. Yo temblaba, sentía que la sangre había abandonado mi cuerpo. Me preguntó qué me pasaba, si me sentía bien, y pude ver sus ojos en la semi oscuridad preocupados por mí .

Cerré los ojos y el se quedó callado, respirando con agitación, el sobre manila abrazado entre sus brazos peludos, y pude percibir su perfume, su olor, la humedad de su cuerpo asustado, el ligero temblor de su pecho. Y casi sin pensarlo lo miré nuevamente y con los ojos le dije lo que no me hubiera atrevido a decirle a nadie: lo que nunca podría haberle contado a otro ser humano para no hacerme vulnerable, para no parecer débil , para no delatar mis miedos y mis insatisfacciones: pero en ese lenguaje silencioso de los ojos el entendió todo, y me abrazó como quien salva un náufrago del oleaje enfurecido por la tormenta, y las lágrimas que yo nunca me había permitido llorar regaron el pecho de su camisa blanca y su mano temblorosa acarició mi pelo , como quién consuela a un niño de su llanto incesante.

Y me quedé dormido en sus brazos, como si hubiese encontrado en su pecho la almohada que me protegiera de todo desamparo, de todos los vientos y huracanes de la tierra. Y cuando desperté era de noche y las luces del estacioanamiento me deslumbraron un poco. El dormitaba y me abrazaba suavemente. Traté de separarme de su abrazo, y el me soltó no sin alguna resistencia y nos miramos a los ojos, y nos besamos por primera vez, y fue un beso sin espejos, sin morbo, sin especulaciones, sin intereses espurios.

Solté su mano cuando bajó para buscar sus cosas de la oficina oficina y fuimos hata mi departamento, y hablamos hasta por los codos, comimos y bebimos, y cuando llegó la hora, lo llevé hasta mi cuarto, hasta el cuarto de huéspedes que a veces usaba, y desabroché el botón de su cuello, deshice su corbata, le arranqué la camisa transpirada y le besé la boca hasta morderla y nuestras lenguas iniciaron una batalla de esgrima y sable y bajé por su pecho y besé y lamí sus tetillas y me detuve un instante ahí donde su corazón era un tambor y mi boca un instrumento de tortura y placer a la vez.

De su pecho bajaba una delgada línea de vello, hasta su ombligo como una huella fína hacia su sexo. Desabroché su cinto y bajé con impaciencia sus pantalones de vestir, que se deslizaron por sus piernas gruesas hasta alcanzar el suelo y cubrir sus zapatos lustrados. Lamí su ombligo, su vientre, el vello púbico que asomaba por su boxer, y él, totalmente erecto y húmedo de deseo, impidió con sus manos grandes que descubriera tan pronto esa pija tan deseada y me empujó contra la cama. Se puso encima mío como montando mi cuerpo tembloroso, y mientras el me desvestía sin decir palabras, iba besando mi cara, mi cuello, mis hombros, mis brazos y en un instante quedé desnudo como nunca había estado antes, y el terminó de quitarse la ropa con violencia, largando sus zapatos hasta la otra punta de la habitación, contra la puerta que nos separaba del mundo.

Yo estaba más caliente que nunca y repetía una y otra vez palabras desconocidas que llenaban mi garganta con una pasión y una fuerza desconocidas.

Cuando penetró mi cuerpo, lo hizo con una delicadeza que yo había olvidado, hundiendo su pija dulce en mi culo dilatado y ardiente, y su abrazo fue como una cobertura desconocida a mi soledad. Por un momento sublime me permití el placer que hacía mucho no sentía. Y con cada beso intercambiado, con cada caricia que limpiaba mi piel, mi alma, de todos los pecados, me ilusionaba con un destino mejor.

Y en ese momento de trampa, en ese instante de luz, me olvidé por una rara fracción de tiempo, que el mundo seguía siendo ancho y ajeno y que en mis cartas, en mi suerte, en las líneas de mi mano, en mi carta natal, en mi puta suerte de puto de alquiler, estaba escrito que el amor me sería esquivo, ajeno, negado, prohibido, censurado y supe que esa era parte del precio que tenía que pagar.

Brandon volvió cuando estaba previsto e hicimos ese viaje a Europa. A Paniagua nunca más lo vi.

galansoy A todos los lectores este nuevo relato con el que vuelvo a tener contacto con ellos. Un fuerte abrazo a todos. g.