Un día de putas

Mi novia, después de unas cuantas conversacines conmigo, decide experimentar que siente una puta cuando está en la calle.

En la actualidad tengo 46 años, y estoy separado. Cuando pienso en toda la trayectoria de relación con mi pareja, llego a la conclusión que era evidente que semejante final fuera completamente previsible.

Empezamos a ser novios con 18 años, allá por el año 1976. Supongo que como tantas parejas de aquella época, habíamos heredado los deseos de sexo reprimido y curiosidad por la realidad sexual, que, al menos, por lo que a mí se refiere, eran los deseos de encontrar relaciones sexuales intensas y la conciencia de que eran esa la edad idónea para conseguirlo. Experimentar y cuanto más mejor.

Por otra parte, mi novia, Adriana, pertenecía a una familia conservadora, típica del régimen del dictador que acababa felizmente de desaparecer de la faz de la Tierra, con el doble objetivo de tener novio fijo y formal y llegar al matrimonio virgen, como un valor irrenunciable.

Lo que sucede es que rascando un poco en su ser, al igual que yo, teníamos ambos un deseo sexual vivo y, casi desaforado, en una buena medida porque nunca se había permitido semejantes conductas sexuales.

Adriana no era muy alta, media sobre el metro sesenta y cinco, pero su cuerpo era perfectamente proporcionado y lo que más me llamaba la atención de ella era una piel suave como nunca he conocido, unos ojos y una mirada felina excitante y un muy buen cuerpo, recuerdo sus tetas, que eran normales de tamaño pero firmes coronadas por dos preciosos pezones rosados, redondos, apuntando hacia arriba. Su vientre plano, su entrepierna rematada con un sublime conejo, no excesivo en pelo, en parte se debía a su tono rubio, pero tremendamente vivo. Sólo con acercar el calor del aliento a aquél monte de Venus, hacia que literalmente se viera como empapaba las bragas.

Para mi sorpresa, pues yo no había tenido ninguna relación con chicas, lo que en principio para ella era una evidente resistencia, se tornaba, una vez realizada en nuevo empuje para nuevas experiencias.

Así que en relativamente poco tiempo, pasó de vestir y arreglarse de una forma un tanto gris a maquillarse, ponerse las mejores minifaldas y los pantalones más ajustados, con zapatos de tacón y a tomar conciencia de su realidad sexual.

Pero no se trata de contar la historia de mi relación de pareja, sino de narrar un hecho real que paso cuando ambos teníamos la edad de 20 años, y de la que trataré de contar todos los detalles de los que sea capaz de acordarme.

En aquella época, allá por los años 1977, 1978, era común tener conversaciones de tipo político y social, máxime cuando ella pertenecía a una familia con una cierta tradición conservadora y yo era una persona de ideales más progresistas y liberales. Adriana se movía entre la excitación de su realidad sexual y su concepto de que tales asuntos no eran propios de una buena mujer, por decirlo de alguna forma, es decir, que iba de la excitación al arrepentimiento, pero era mucho más poderosa la primera que la segunda.

Todo empezó por una charla sobre la prostitución y las putas, y sobre la condición social de tales mujeres, derivando como suele ser normal a la postura, por su parte, de ser un vicio y a mi visión de que en la mayor parte de las ocasiones era una necesidad.

Una tarde, hablando de este tema ella me dijo:

Si yo estuviera en el lugar de una mujer necesitada, antes fregaría escaleras que dedicarme a hacer puta.

Pero Adriana, lo importante es la libertad de las personas, y seguramente una mujer que no tenga inconveniente en hacer ese trabajo, sabe que gana mucho más que limpiando escaleras.

¿Ves?, me respondía ella, al final tú mismo reconoces que es una cuestión de ser viciosa.

No, le dije, al final es una cuestión de libertad, de que dentro de la desgracia de la necesidad una persona pueda elegir sin tener por qué ser criticada cuál es su mejor opción. Además, no puedes criticar una cosa que no conoces.

Mi sorpresa fue rotunda cuando me dijo muy convencida

Pues mira, en eso tienes razón, y para demostrarte que es vicio, me voy a poner en una esquina.

Naturalmente, ella no estaba dispuesta a acostarse por dinero, sino que a lo que estaba dispuesta probar qué se siente en una esquina esperando a un cliente y que te dice éste cuado se aproxima a ti. Yo estaba convencido de que era más su interés por experimentar que otra cosa.

Un sábado salió de casa, quedamos en la mía, mis padres no estaban y se trajo las pinturas más chillonas, los ojos se los pintó de azul, los labios de rojo, la uñas también y se puso una minifalda que se compró para la fiesta de Noche vieja del año pasado y un jersey de punto, muy ajustado, sin sujetador, en el que se marcaban los pezones.

Las bragas y las medias con liga remataban la faena. Parecía una puta auténtica, y es que, claro, sólo hay que ponerse como ellas. Cogimos el coche y nos fuimos por la zona de la calle Orense, en Madrid.

Yo me quedé con el coche en doble fila en la acera de en frente y ella paseaba dando pequeños círculos por su esquina. Lo primero que sucedió es que tuvo dos o tres encontronazos con viandantes que le reprochaban lo que hacía, ella, por su parte, no estando preparada para esas discusiones, bajaba la mirada y así se marchaban.

Llegó el primer coche que aparcó a su lado, ella se acercó a la ventanilla, y conversó con ellos, por lo que me contó, esa primera vez, estaba tan nerviosa que no supo que decir, hasta el punto que rompió todo el encanto y el demandante de sexo se marchó.

Tras un rato en que empezó a haber más ambiente, ella se animó, y allí acudió otro potencial cliente, ella, esta vez con una amplia sonrisa y una mirada de excitación muy llamativa, se acercó a la ventanilla.

El preguntó cuanto le costaría un servicio completo. El hecho de que ese individuo con un coche impresionante estuviera dispuesto a dar dinero por acostarse con ella, le excitó de manera inesperada. Así que ella le pidió quince mil pesetas, que para aquella época era una cantidad más que respetable, el le dijo,

Es mucho dinero para una puta, aquel tono de cierto desprecio y excitación la sobreexcitó pues se notaba que estaba dispuesto a pagar esa cantidad.

Por una puta es mucho, le dijo ella, pero por la mejor, te aseguro que es una auténtica ganga. Esta parte final lo dijo con una especial sensualidad.

Tendré que ver algo de la mercancía, dijo él.

Ella, fuera de sí, ni corta ni perezosa, se levantó el jersey hasta los hombros dejando las tetas al aire en el interior del coche, pues tenía medio cuerpo metido y le dijo,

¿Qué te parece el género?, y en una reacción de la que ella misma se sorprendió dijo:

Anda, toca un poco, que no te cobro.

El individuo le sopesó las tetas, como si fuera un valor al peso y deslizando por esa suave piel las manos, llegó a los pezones, que los pellizcó suavemente.

Está muy bien, pagaré lo que pides, y más por los extras.

Llegó el momento de recular, sólo se trataba de experimentar, nada más, y pese a que el coño le chorreaba piernas abajo, y de un salto se hubiera subido al coche, le dijo.

Los siento, otra vez será, porque la mejor puta tiene una regla fundamental, ella escoge a sus clientes. Quitándole las manos de sus tetas e interrumpiendo bruscamente el sobeteo, se bajó el jersey y dio media vuelta.

Eres una hija de la gran puta, le colocó el cliente decepcionado y cabreado, sin poder hacer otra cosa que la ofensa por la ofensa.

Ella aún tuvo tiempo de girarse, sonreírle y lanzarle un beso con la punta del dedo.

Ni que decir tiene que cuando se subió a nuestro coche tenía una excitación como nunca, hasta el punto que nos fuimos a la casa de campo y allí echamos el primer polvo de nuestra vida que fue rápido pero intensísimo, ella perdió su virginidad, pero con un deseo inusitado, es como si hubiera encontrado una nueva personalidad.

Una vez finalizado, ella me dijo que entendía perfectamente a las mujeres que se dedicaban a la prostitución y que, nunca volvería a decir que prefiere fregar escaleras.

Ella me pidió volver a repetir esa experiencia pues había sido gratificante, tenía todos los elementos, morbo, excitación, tensión, nervios, en fin, esa sensación que uno tiene de jugar con fuego, pero aquella noche llegó a la conclusión de que no le importaba correr el riesgo de quemarse.

Pasada una semana, volvimos al mismo sitio, ella con su traje de "faena" y yo en el mismo puesto de vigilancia, reconozco que con una amplia excitación. Pese a que unos amigos nos habían dejado su casa para el fin de semana, preferimos esta forma de diversión.

Con lo que no contábamos es que había una clientela fija que pasaba con cierta asiduidad por la zona, con lo que el miso tipo de la vez anterior se presentó, esta vez, acompañado de una pareja, paró donde mi novia y la llamó

Puta, eh, tú, la de la minifalda negra, ven putita, ven.

Ella se percató y mirando con la misma sonrisa que se despidió, se acercó al coche contoneando las caderas, volvió a meter medio cuerpo por la ventanilla de la derecha, y directamente el tipo le levantó el jersey ajustado de punto y le cogió las tetas pellizcándole bien los pezones, con la salvedad que en esta ocasión había otro en el asiento de la derecha que poniéndole un brazo por la espalda le impedía escaparse.

Pese a todo ella se escurrió y colocándose la ropa de dijo:

¡Las manos quietas!, que esto vale mucho.

Esto te lo debía por la guarrada del otro día –le contestó él –. Mira, he venido buscando una puta para un servicio especial, para mi y para este matrimonio amigo de Argentina, te pagaremos cien mil pesetas y cincuenta mil más por los extras.

Espera, dijo ella.

Se acercó a nuestro coche y me dijo:

Mira quiero experimentar, me han ofrecido cien mil pesetas y si no voy, acabaré reventando, así que síguenos, yo diré que eres mi hermano, porque somos una familia necesitada y que si en tres horas no he bajado, llamarás a la policía.

¿Qué podía hacer?. Ella lo deseaba y a mi realmente no me importaba, eso de los cuernos nunca ha ido conmigo, prefiero una mujer que aprenda sexo que una mojigata.

¿Lo has pensado bien?

No, pero lo deseo tanto que si no lo hago me arrepentiré toda la vida, soy una viciosa.

Pues adelante.

Ni corta ni perezosa, cruzó la calle, abrieron la puerta de atrás, se subió junto a la mujer argentina y tras un momento en el que acordaron el tiempo y las medidas de seguridad de ella, arrancaron y yo les seguía, hasta llegar a una calle por la zona de Velásquez, en un edificio impresionante.

Los vi bajar, la verdad es que la argentina que no aparentaba más de 25 años estaba buenísima, ahora sólo me quedaba parar el motor y esperar tres horas, tres largas horas, mientras mi novia disfrutaba y jodía a lo grande, la intranquilidad por que me contara la experiencia era tremenda. Pero eso es materia de otra historia.