Un día de putas (4)

Adriana sigue experimentando sensaciones.

Cinco minutos de descanso, dijo el psiquiatra con ese aire indiferente que había mantenido desde el principio, cerrando la puerta tras de sí.

Adriana, por primera vez, aún desnuda por completo, recuperaba su intimidad, se sentó en un sillón, cogió un pitillo y se lo encendió. Inhaló profundamente. Por un momento pensó en la actitud del psiquiatra y se sitió excitada, se dio cuenta que sentirse conejillo de indias, poco menos que un objeto de estudio le ponía las pilas, en el fondo era llamativo el hecho de que, siendo mujer, estando experimentando toda una serie de nuevas y profundas sensaciones, cuando se acercaba a aquellas reuniones para los test, todo se desexualizaba, por lo que su tensión decaía y, pese a su situación de absoluta desnudez, no tenía importancia alguna.

En fin, que no se aclaraba muy bien, pero que en el fondo le ponía eso de ser objeto de experimentación.

No se sentía para nada identificada con la chica que había entrado por la puerta, hacía algo más de una hora, era completamente distinta, era un mundo nuevo y apasionante, trataba de recordar aquellas cosas que la habían puesto más cachonda, el ser rasurada, cómo le metió la nariz aquel sujeto y como se corrió, como le excitó estar completamente desnuda delante de aquel número de chavales, en fin, nuevamente su coño se puso a trabajar y sudaba por todos sus poros, babeaba de forma llamativa, en aquel momento, se hubiera metido un dedo, o dos, o lo que tuviera a su alcance, empezó a buscar con su mirada y comprendió que había una cantidad ingente de objetos en aquella habitación que podrían colaborar a su placer, objetos que parecían tener vida propia, más largos, más anchos, más suaves, más toscos, casi todo servía para aquel coño, contradictoriamente empapado y sediento.

La megafonía interrumpió bruscamente sus devaneos mentales, "Señorita Adriana", abandone la sala, por favor". Adri, dio una última calada al cigarro, profunda, larga, lo apagó en el cenicero, exhaló el humo, abrió la puerta y salió de nuevo al pasillo, que ya no sabía si era el de siempre o era otro, al final del mismo se abrió una puerta y la psicóloga le llamó desde allí. "Por favor, tenga la bondad".

La Sala 4 era parecida a las demás, pero como la mitad de tamaño. Tenía un sillón que vagamente recordaba a los de los dentistas, sólo que más ancho, y estaba en una posición que quedaba como pegado a la pared, lo extraño es que la silla estaba mirando hacia ese tabique, dando la espalda a la puerta por la que había entrado.

Se sentó en la silla, en esta ocasión no estaban los dos enfermeros, y de una forma automática, como si de un control remoto se tratara un brazo de la misma la sujetó por el vientre. Lo hizo con suavidad, su tacto era suave, sólo impedía que se levantara de aquel lugar, pero sin la menor molestia.

"Ahora –le dijo la psicóloga– vas a ser estimulada, puedes hacer lo que te apetezca, todo está debidamente desinfectado y no existe peligro alguno de contagio de ninguna cosa, así que tranquila y que te guíe la imaginación".

Cuando se marchaba su "científica", observó que el tabique al que estaba enfrentada estaba lleno de líneas, y tenía un aspecto un tanto extraño, se dio cuenta que tras aquella pared estaba el truco.

Efectivamente, tras una especie de chasquido, a unos sesenta centímetros del suelo y de forma horizontal, se abrió una tira en la pared de unos quince centímetros de altura, apareciendo por esa ranura, una cantidad de pollas que llenaban la pared de lado a lado.

Lo curioso es que al ser una abertura de este tipo, podía contemplar perfectamente las pollas, los huevos y el pelo del pubis de cada uno de ellos. Los había de todos los colores, tamaños, grosores y pelaje.

Al principio aquello le causó una cierta gracia, era casi cómico, el espectáculo era, cuanto menos, llamativo y excitante.

Ella miraba de lado a lado, trató, en primer lugar de contarlas con la mirada, calculó que había unas veinticinco, más o menos; después se puso a clasificarlas, pero al iniciar aquel estudio, dos ventiladores estratégicamente colocados proyectaban sobre Adriana todos los olores sexuales de aquellas pollas, de aquellos genitales.

Trató de concentrarse en la clasificación, intentaba descubrir si estaban colocadas de alguna forma concreta, pero no había nexo. Lo que si había era un olor penetrante, y eso pudo con ella. Ya no era técnicamente una observadora, era una deseadora, aquel brazo que la sujetaba de forma tan suave se convertía en una garra que la separaba de aquellos penes todos sin excepción tan apetitosos.

Intentó tocar con los pies los que estaban a su alcance, no más de cinco, lo consiguió, con lo que al olor que penetraba por todos su poros, se añadió el tacto, cuando los tocó con los pies, las pollas estaban duras, pero suaves, muy suaves, especialmente para la piel del pié. Al separar los pies para abarcar el mayor número de pollas, inmediatamente cayó en la cuenta que había tres penes que estaban entre sus piernas, distantes, pero casi los podía sentir, su coño se había convertido en una especie de sensor, a ella se le imaginó su coño como una antena parabólica de esas gigantes que reciben señales de los satélites y los satélites eran aquellas pollas, su capacidad de concentración y de sugestión llegó hasta tal punto que tenía la sensación de llegar a sentir los latidos de aquellos rabos.

Cerró los ojos y de forma automática recordó la habitación donde hacía un instante que se había fumado el cigarrillo, entonces todas aquellas cosas, objetos que podían dar placer se convirtieron, en su imaginación, en su imaginación en pollas, en penes, en rabos, al igual que en aquella habitación, donde había todo tipo de objetos, en ese muro había pollas de todas formas y tamaños, era la locura.

De repente se le cruzó una idea por la cabeza, pensó en el semen que eran capaces de soltar esas vergas y cómo podía bañarse en toda aquella leche, no podía más, su coño literalmente se deshacía en su propio jugo. La ansiedad, la ansiedad sexual, había elevado sus latidos cardiacos y su respiración, Adri buscaba desesperadamente sexo, y quería sexo a lo bestia que era lo que aquella imagen le ofrecía.

Sin previo aviso, el sillón donde estaba sentada se desplazó hacia atrás, justamente hasta la pared donde estaba la puerta por la que había entrado, su panorámica cambió, y su desilusión aumentó rápidamente, sentía rabia por alejarse de aquel muro, pero de forma inmediata el brazo que la sujetaba se aflojó.

De un brinco, Adriana se puso en pié, notó como sus jugos del coño rodaban muslos abajo, lo sintió en la parte interior de la rodilla, luego llegó hasta los tobillos. Se encontraba al lado del sillón, frente a aquella locura de pollas y con aquella locura por follar como fuera, pero quería disfrutarlo.

No pudo, y no sabía explicar bien porque, ya que nunca le había pasado, no pudo evitar hundir dos de sus dedos en su coño, fue electrizante, y tampoco pudo reprimir chupárselos saboreándolos.

De forma deliberada, aunque nadie la veía se dirigió al principio de aquella fila contoneando sus caderas, simplemente la ponía más cachonda aún si cabe. Su primera reacción fue extender la palma de la mano y seguir contoneándose hasta pasar por toda la fila de pollas y huevos tocándolas. Al llegar al final ya tenía el siguiente movimiento deseado más que pensado.

Se puso frente a la pared, cogió el primero de los rabos, lo sopesó, acarició los huevos, notó como temblaba en sus manos, llevó una de sus manos a su coño, lo abrió todo lo que pudo y puso la polla en paralelo a su coño, juntando sobre aquel rabo sus labios menores, retirándose hacia atrás dejando que aquella verga paseara desde su vagina hasta su clítoris. Tenía la sensación de que saltaban chispas, ella observó como aquel miembro seguía duro y firme pero con el barniz del brillo de los jugos de su coño. Así lo hizo uno por uno con los 23 rabos que había exactamente en esa pared.

Después, apoyando el culo sobre la pared, calculó la altura de la ranura y fue desplazándose de lado a lado, de tal forma que todas aquellas durezas golpeaban contra su culo, contra su ojal y, en algún caso que ella se agachó un poco más, con la entrada de su vagina.

Se arrodillo, las chupó, las tocó, las olió, chupo los huevos, no creía tener fin. Cuando más caliente estaba, cuando más abstraída en su acción se encontraba, recordando los comentarios de la psicóloga de hacer lo que quisiera, no pudo reprimir un grito de "quiero follar con todos". La verdad, es que lo mismo le daba veinte que cincuenta, quería que la tocaran, que la sobaran, que la follaran.

Inopinadamente la luz desapareció, la habitación quedó completamente a oscuras y ella no podía ver nada. Solo sintió el ruido de lo que parecía una puerta, y mucho movimiento. Notó como le vendaban los ojos, y entonces, entonces vio el paraíso, muchas manos, las de todas aquellas pollas, pero parecían cientos miles, le tocaban, le tocaban los pezones, las tetas, miles de dedos entraban en su coño y salían a una velocidad de vértigo, era chupada, sobada baboseada, todo eran jugos, todo era líquido, viscoso, pero líquido, de mil sabores y texturas, pero a cuál más excitante.

Lo mejor estaba por llegar. En volandas, sin tocar el suelo empezó a tragar pollas por todas partes, por la boca, por la vagina, por el culo. Era tal la cantidad de flujos de ella y de los demás que tenía por todo el cuerpo, que nada era doloroso, enlazó un orgasmo con otro y con otro, y con otro, empezó a temer por su integridad, pero no le importaba, aquello era el cielo.

Al instante sintió como la dejaban en el suelo y empezó a notar como caía sobre ella algo pastoso, era el semen de todos sus acompañantes, nuevamente enloqueció, se lo restregaba por el cuerpo, metía los dedos en la boca y llevaba la mano hasta la vagina, hasta el culo, se introducía la leche por cualquier agujero que tuviera, incluso llegó a rodar por el suelo para sentirlo en la espalda, quedó exhausta, agotada, casi sin respiración, pero había sido, con diferencia, el mayor orgasmo de su vida. Pensó en parar, en aplazar el resto de las pruebas sólo había hecho la mitad, pero su coño quería más y cuanto más tenía más quería.

En ese instante, en ese preciso momento se dio cuenta del valor de la imaginación, ella no dependía de las exigencias de las pollas de los hombres, más concretamente de la de su novio, dependía de la exigencia de su coño, de sus pezones, de su cuerpo, de su sexualidad, y era capaz de disfrutar… y mucho.

Aparecieron los dos enfermeros de costumbre, la cogieron por las axilas, el único lugar tocable de todo aquel cuerpo y la llevaron a un baño, agua templada era todo lo que necesitaba. Quedó allí sumergida aún notaba cosquilleos en el clítoris con el movimiento del agua.

Ya en pié, decidió darse una ducha de agua fría para tonificarse, cosa que consiguió. Salió de nuevo a la sala. Ahora estaban los tres, el psiquiatra y los dos psicólogos esperándola.

Bien, dijo el psiquiatra, las cuatro primeras pruebas, han sido de sexo convencional, pero llevado al extremo. Las cuatro siguientes son del grupo de las que podríamos denominar sexo extremo, es decir, contrario a los valores sociales. De ellas están excluidas las relaciones sadomasoquistas, pues éstas se han estudiado ya y los datos los tenemos.

Sólo queremos hacer hincapié –intervino la psicóloga argentina– en una de ellas que consistirá en una relación con preadolescentes, para advertirte que los participantes han sido tratados bajo hipnosis, por lo que aunque su vivencia sea real y en el momento de la relación se comporten como tales, en sus recuerdos quedará suficientemente modificado para que la experiencia no la reconozcan como tal.

Tras aquello ella quiso saber más acerca de esas pruebas restantes, pues la advertencia de mantener unas relaciones sexuales fuera de las reglas sociales, si bien de habérselo propuesto antes de empezar se hubiera negado en redondo, ahora no estaba dispuesta a parar, pero no podía evitar una cierta prevención.

Al interrogar sobre la naturaleza de las pruebas, la psicóloga, que era la que transmitía una cierta carga de relación humana la tranquilizó. Mira –le dijo– no tengas temor, salvo la que te hemos advertido, la de los preadolescentes, en la que no tendrás ninguna capacidad de decisión, para tu tranquilidad, en el resto, no tienes nada que temer, pues tu serás la que tome la decisión última, siempre serás libre, salvo lo que te obliguen tu imaginación y tus deseos.

Adriana se quedó más tranquila y, sobre todo, mucho más cachonda, nuevamente se exponía a un futuro incierto pero prometedor, excitante y prometedor.