Un día de putas (3)

Siguen los experimentos de Adriana.

Adriana pidió un vaso de agua, no podía más. El argentino, con su actitud indiferente de quien mide los datos le indicó una sala, allí había un dispositivo de esos de agua que son como una botella invertida, un ducha, una silla y toda la pared cubierta de espejo.

Adri, sin dudarlo, abrió la ducha, el agua tibia era en ese momento la vida para ella. Se lavó en profundidad con una esponja suave y con un jabón de un agradable olor, pero prácticamente neutro.

Su almeja, afeitada, estaba especialmente sensible, lo que le estaba pasando parecía una locura y necesitaba un instante de tranquilidad, de soledad para poder racionalizar todo, pero lo cierto es que era consciente de que aquellas dos experiencias le habían abierto nuevas expectativas en su mundo sexual. Su idea de la sexualidad había cambiado drásticamente en aquel momento.

Cogió un vaso de plástico y bebió dos veces de aquella máquina, un agua sin sabor, pero fresca, que le mutó toda sensación de sequedad y sabores en el boca por una sensación de frescor y limpieza, que la reconfortaron profundamente.

Una vez repuesta de las dos primeras pruebas, salió con una sonrisa de aquella habitación y le dijo al argentino ¡lista! En aquel momento reparó en el hecho de estar completamente desnuda, pero no le importaba, le era tan indiferente que no le producía ninguna sensación "ni frío, ni caliente" pensó para sí.

El argentino, también de forma neutra, pero correctísima, le dijo: Muy bien señorita, según abría la salida, ahora, vaya a la segunda puerta a la izquierda.

La puerta blanca con el rótulo "Sala 3" era lo que se interponía entre ella y la nueva habitación. Cuando sonó el dispositivo de la puerta, ella entró con total confianza, estaba a gusto y relajada.

La habitación parecía perfectamente cuadrada, paredes blancas, y pegada a una de ellas una camilla con correajes, como esas que aparecen en algunas películas para inmovilizar a los locos. Inmediatamente por una puerta diferente por la que ella había pasado, entraron los dos enfermeros, esta vez, acompañados de la argentina.

Muy bien, le dijo la psicóloga, mientras los enfermeros la tumbaban en la cama y le ponían los correajes, la experiencia de ahora será menos agotadora que la de antes, te vamos a poner un casco en la cabeza para medir tus ondas cerebrales, para medir tus reacciones a distintos estímulos. Se te vendarán los ojos, y recuerda, tu patrimonio es tu imaginación, no trates de pensar que es los que pasa, o con qué te lo hacen, sólo siente, olores, temperaturas, tamaños, texturas, no trates de sacar conclusiones, porque la conclusión es lo que sientas realmente.

Dio media vuelta, y según desaparecía por la puerta por la que habían entrado, los enfermeros le colocaron un extraño casco que le cubría del cuello hacia arriba, aquel casco era tremendamente cómodo, impedía oír cualquier sonido del exterior, a la vez que permitía incorporar diferentes olores.

Así, en plena oscuridad, tumbada sobre la camilla, completamente desnuda, con su coño recién rasurado, con un leve movimiento en el aire de la habitación, proveniente del sistema de acondicionamiento y ventilación, se dio cuenta que sólo podía pensar en sexo, solo era capaz de estar conectada a sus pezones que los notaba duros y puntiagudos y a su coño, que seguía echando humo con lo que era de agradecer aquel aire fresquito que le entraba por la entrepierna. Curiosamente le costaba mucho más trabajo pensar en su brazo, o en una pierna o un pié. De esa forma se enfrentaba a la siguiente prueba.

Pasado un breve momento que a ella le pareció interminable por la ansiedad por saciar su curiosidad, empezó a notar que por el casco se difuminaba un olor a mar, a playa, inmediatamente después, un par de suaves manos le extendían por el cuerpo algo más suave y fresco, para entonces la temperatura de la habitación había cambiado por completo y hacía un calor casi insoportable, para su sorpresa, oía perfectamente el sonido del mar, tuvo que meterse más en la situación cerrando sus ojos dentro del casco, aquello le permitía centrarse más en la situación.

Aquellas suaves manos, que estaban dándole crema a la orilla del mar le recordaban… no encontraba un personaje… hasta que… le vino una imagen a la cabeza ¡su primo Antonio! Cuando ella tenía 17 años, y su primo 22, y estuvieron en la playa con sus tíos.

Su primo Antonio era un chico guapísimo alto, moreno, musculoso, estaba preparando oposiciones para bombero, con lo que se pasaba el día en el gimnasio, le recordaba sudoroso, con aquel bañador ajustado que marcaba todo lo que él tenía. Desde luego Adri lo veía antes como hombre que como primo, pero a sus dieciséis años no se atrevió nunca a dar un paso adelante.

Recordaba aquella tarde, a la hora de la siesta que ella estaba tomando el sol en la playa y llegó su primo Antonio con la crema, ella tenía un bikini bastante reducido y estando ella medio dormida él le empezó a untar de crema, como ahora pasaba, por sorpresa.

Fue la primera vez que perdió el control aquella con su primo, pero que no llegó a más. Al igual que en aquel momento, ella deseaba que le dieran crema por las tetas, que se dedicará a los pezones, que le untara el coño, el agujero del culo… y sobre todo, que una vez untado, le clavara su mástil sin ninguna contemplación, aquella tarde con su primo, llegó el primer orgasmo de su vida inducido por otra persona que no fuera ella misma con sus manos. Lo disimuló diciendo que tenía frío, en lugar de contarle sus deseos a su primo. Lo lamentó, pero esta vez, estaba dispuesta a seguir toda la secuencia con la mayor conciencia sexual de la que fuera posible. Así que se imaginó que aquellas manos desconocidas para ella eran las de su primo y se dejó llevar.

Las manos, que ella no podía ver, y a las que le había dado personalidad, le untaban la crema, primero por sus brazos, después por los hombros, curiosamente, aquel artefacto al que estaba conectada podía girarse, por lo que, soltándole los correajes giraron su cuerpo, y quedó de espaldas, las manos seguían nuevamente por los hombros, marcaban las mismas zonas que se marcan cuando se tiene un bikini puesto, aunque ella estaba completamente desnuda.

No pudo por menos que, estando condicionada por aquellos recuerdos de su primo, que comprimir su pelado coño contra la camilla, para presionar sus labios y su clítoris, aquello aumentaba su excitación y nuevamente el coño le chorreaba jugos y más jugos, era impresionante, pesaba que se iba a quedar seca para un mes, pero inmediatamente volvió a sus recuerdos.

Deseaba profundamente que aquellas manos bajaran a su culo, que le dieran crema en el ojal, que se hundieran entre sus piernas e inundaran su coño, que le sacaran las entrañas, pero… nada. Su respiración se agitaba, no le importaba nada quería, deseaba, necesitaba ser penetrada por alguien en aquel momento.

Finalmente, las manos llegaron con la crema a su culo, empezaron a darle crema en los cachetes, los dedos, con una habilidad desesperante se aproximaban a su culo, pero sin tocar el ano, y su excitación subía como la espuma, pero, para su lamento, las manos no seguían sus deseos, exactamente igual que con su primo, y exactamente igual, volvió a sentir su cuerpo explotar y moviéndose como una culebra volvió a ser sacudida por un orgasmo inducido. Era increíble. ¡Le había vuelto a pasar!

En ese momento, ya boca arriba, pasaron unos instantes, el calor intenso que había en la habitación bajo súbitamente, la idea de la playa se desvaneció ya no olía a mar dentro de aquel casco y no se oía el rumor del mismo.

Otra vez en la soledad, excitada, pero el hecho es que su mente, después de la actividad sexual que ya había tenido y en condiciones completamente novedosas para ella, sólo registraba sus antecedentes sexuales. Su vida se transformaba de tal forma que sus recuerdos ahora se veían justificados de otra forma, todo era sexo, esa conclusión, saberse desnuda, pero sobre todo, conejillo de indias, despertaban aún más sus deseos.

Nuevamente volvían los experimentos. En aquel momento el casco se inundó de un fuerte olor a campo, se oía el cantar de pájaros, ladridos lejanos, y el olor a pan. De repente, sintió dos manos sobre su cuerpo, eran dos manos inexpertas, nerviosas, que iban directamente a tocar aquellas zonas sexualmente explicitas, sin ningún tipo de suavidad, tocaban los pezones, pellizcaban las tetas, agarraban y estiraban de su clítoris, los dedos se movían por la raja de su coño de una forma torpe, introducían los dedos en la vagina, en el culo, en fin, en todos los sitios, definitivamente eran unas manos inexpertas, pero su grado de calentura era tal, que lo mismo le daba, igual se lo podían haber hecho a mordiscos, estaba tan caliente que aquello era esencialmente gratificante.

Entonces recordó, recordó que a la edad de 14 ó 15 años estaba en el pueblo de sus tíos, que tenían dos hijos, lógicamente sus primos, uno dos años mayor que ella y el otro tres y medio. Si, con precisión pudo acertar a que era el año 73, cuándo ella tenía 14 años, su primo Juan 15 y su primo Emilio, estaba más cerca de los 17 que de los 16.

Recordó que sus tíos un día del mes de julio, cuando ella estaba de vacaciones en el pueblo de ellos, se fueron una mañana muy temprano a la feria para comprar unas cabras, quedándose solos los tres. Que hicieron las tareas y después de comer se fueron a la bodega, que era el lugar más fresco a dormir la siesta.

Sus primos le habían proporcionado una colchoneta donde tumbarse y ella, que estaba cansada, sobre todo por la falta de costumbre de madrugar tanto y trabajar de esa manera, se quedó dormida casi al instante.

Al rato le despertaron esos pellizcos en las piernas, que a ella no le resultaban dolorosos, porque no los hacían con fuerza, y ahora se daba cuenta, al evocar el recuerdo, que más que nada se levantó excitada.

Aquella excitación la puso en guardia y se enfadó profundamente con sus primos, reprendiéndoles porque aquello no se hacía que era un abuso intolerable, pero, al mismo tiempo tenía un sentimiento que mientras pasaba aquello no sabía qué era, pero ahora sí, eran simplemente ganas de seguir con los jugueteos sexuales con sus primos.

Así, que por la cuenta que a ella le tenía, inmediatamente hizo las paces y le dio dos besos a cada uno de sus primos. Ella que seguía llevando el uniforme del colegio, porque le había quedado algo pequeño y su madre decidió que acabara de gastarlo en esas vacaciones, con su faldita de tablas y su polo blanco, le preguntó a sus primos:

¿Que más hay que hacer?

Nada –respondieron ellos– jugar, hasta que no vuelvan padre y madre a eso de las once, todo está hecho.

Eran las 6 de la tarde y quedaban cinco largas horas hasta que llegaran sus tíos.

¿A qué jugamos?, preguntó ella, de una forma casi inocente.

A buscar en la era.

Marcharon para la era, que estaba hermosa, con sus espigas doradas y altas, esperando ser segadas a penas dentro de 20 días.

Sus primos le explicaron el juego: Jugarían a las prendas, pero con una condición, el primero que perdiera daría una prenda de ropa o calzado, contaría hasta diez y tendría dos minutos para encontrarla, dentro de la era, si la encontraba seguía el juego, pero si no la encontraba, tendría que dar otra y así ir a recuperar la segunda, para luego recuperar los dos minutos para encontrar la primera, si pasaba el tiempo sin encontrar la segunda prenda, el tiempo de dos minutos, volvería a entregar una tercera y así sucesivamente. El que perdiera toda la ropa debía aceptar un deseo por parte de cada uno de los otros dos.

La única condición es que las prendas debían ser de ropa, no valía ni el anillo, ni la medalla ni nada de eso, y también que debían ser por pares. A ella le pareció muy bien. Salvo por una condición que añadió ella: nada de penetraciones, condición que aceptaron sus compañeros de juego. Es el típico juego que empieza en la inocencia pero supone el vértigo de acabar eso, en pelotas y a merced de los triunfadores.

Así empezó el juego. La cosa iba de preguntas, pruebas y cosas por el estilo. Inició el juego Adriana, por ser la mujer y le preguntó a Juan que era el mayor: ¿Cuántos minutos tarda la luz del Sol en llegar a la Tierra? Adriana hacía esta pregunta porque sabía que su ventaja estaba en los conocimientos, pues sus primos no habían ido a ningún tipo de escuela pero ella estaba yendo a un Colegio de pago y en ese terreno les daba mil vueltas.

Juan se rascó la cabeza. Miró al cielo, hacia el Sol, Adriana juraría que estaba contando en voz baja, como siguiendo el rayo de sol, cosa que le hizo mucha gracia. Juan con toda la determinación dijo:

No tarda nada en llegar, porque el Sol está ahí al lado.

Error, dijo Adri, -con cara de haber ganado el juego por completo– unos ocho minutos, y con ansiedad y sin dar tiempo, le dijo: entrega una prenda.

Juan ni corto ni perezoso dijo que los pantalones, era ropa y era un par. Pues adelante, dámelos dijo Adri.

Cuando Juan se quitó los pantalones, tras el calzoncillo se notaba un paquete muy abultado que a Adri le llamó la atención de forma fulminante, haciendo que tuviera la sensación de mearse en las bragas de cómo las humedeció.

Su primo se dio la vuelta, contó hasta diez, mientras lanzaba Adriana el pantalón lo más lejos que podía. Cuando le dijeron ¡Ahora!, para contar los dos minutos, Juan salió disparado casi en línea recta hacia donde estaban los pantalones, inmediatamente los recogió y los aireó para que todos los vieran. Lo consiguió dentro del tiempo.

Al momento, Juan preguntó a Emilio. ¿Qué es ventear? Y Emilio contestó, separar el trigo de la paja lanzando el trigo al aire. ¡Muy bien!, dijo Juan. Ahora, prosiguió, le toca a la prima, prima, de qué sexo es una mula. Adriana tenía claro que era hembra, pero suponía que había trampa en la pregunta por lo sencilla que era, Se afirmó y dio hembra. Un "no" atronador y a coro de sus primos cubrió todo el cielo del pueblo. Una mula no tiene sexo. No es posible replicó ella, si, el cruce de un burro y una yegua y no tiene sexo.

En aquel momento se acordó del Colegio de Monjas, donde la palabra sexo estaba prohibida por sistema, por lo que de esas cosas no se hablaba. La voz de su primo Emilio la sacó de sus pensamientos. ¡Prenda!. NI corta ni perezosa dijo: los zapatos. Bien, pero es el par.

Sí, sí, dijo ella y los entregó, contó hasta diez y nada más entrar en la era, se dio cuenta que había cometido un error gravísimo. Descalza, el desplazamiento por la siembra era muy dificultoso, además los zapatos siempre quedaban a ras de suelo, no como los pantalones de su primo, cuyo color oscuro y amontonado se veía casi desde antes de entrar, y además ¡habían lanzado uno a cada lado! Su desesperación aumentó cuando oyó gritar a su primo Juan: "un minuto", no daba crédito, su corazón estaba acelerado, quién le mandaba a ella meterse en esos líos. Un momento, a unos dos metros vio un zapato, lo cogió y lo elevó en el aire, "quince segundos" fue toda la respuesta que encontró. Daba vueltas sobre sí misma, no alcanzaba a ver nada, "tiempo".

Volvió haciéndose la enfadada y convencida que estaba perdida. ¡Oye!, le dijo a sus primos, es trampa, no juego, si los habéis tirado cada uno a un lado, lo lógico es que tenga derecho a cuatro minutos y no a dos.

Te equivocas prima, las reglas son las reglas, los zapatos se tiraron con una mano se han separado en el aire, ven. Al llegar al lugar donde había encontrado el primero y apenas cinco metros más allá, pero tapados por un terrón de tierra, estaba el otro, ante tales circunstancias no tuvo por menos que guardar silencio.

Al salir de la era, los primos a dúo decían ¡prenda!, ¡prenda!, ¡prenda!, mientras ella pensaba cuál era la más idónea. Veamos, se decía, tengo la falda, que no me quito ni de coña, las bragas, que aún menos, el polo y el sujetador. Porque los calcetines algo ayudan al meterse por ese terreno.

El sujetador, dijo. Con una hábil maniobra se lo quitó, sin que se le viera nada, se dio media vuelta, pero antes de hacerlo, vio como lo liaban en una piedra. Ella protestó, ¡eso no vale! Si vale dijeron sus primos, se lanza con la mano, pero se puede ayudar uno de lo que sea, sino, ¿como lanzas un pañuelo lejos? No contestó, la verdad es que en el fondo el juego la estaba animando.

Se dio media vuelta contó hasta diez y a la altura de ocho oyó como sonaba el golpe de la piedra atrás a su izquierda. Rápidamente salió a por él, todo lo rápido que le permitía el terreno, antes de llegar escuchó "un minuto", no le produjo la ansiedad que al principio. Por más que miró no encontró nada, y al oír "tiempo", se volvió planteándose cual sería la siguiente prenda a quitarse.

Al llegar, sus primos se reían, ella pensaba que era por que iba perdiendo, puso cara de pocos amigos y amenazó con dejar el juego, lo que sucedía es que las risas eran porque al darse la vuelta habían separado el sujetador de la piedra y ésta la habían lanzado lo más lejos posible, mientras que aquél, lo habían dejado a penas a dos metros de donde se encontraba ella contando, y además lo habían dejado colgando de una espiga, se veía perfectamente.

Ella se echó a reír, que narices, era un juego, y se estaba poniendo caliente, tanto como lo estaban las espigas a eso de las 6 y media de la tarde.

Bueno, optó por la falda, se la desabrochó quedándose con sus bragas blancas y su blanco polo. Contó hasta diez, y esta vez pudo oír perfectamente su falda volar y el sonido de la piedra. Expurgó un poco por los alrededores y no viendo la prenda, salió disparada, nuevamente, antes de llegar a la zona, oyó decir "un minuto". No podía ir deprisa porque las espigas le laceraban el interior de los muslos, y si bajaba la intensidad de la carrera, notaba como golpeaban en su coño, produciendo multitud de cosquilleos, a cual más electrificante.

Le debían quedar cinco segundos cuando vio la falda, con un terrón de tierra dentro desmigajado, cuando se giró, nuevamente una espiga rozó su raja y ella dio un respingo, renunció a coger la prenda, y sólo cuando oyó "tiempo", fingiéndose contrariada la cogió, pero sus primos dijeron, fuera de tiempo, ella lo acepto, casi encantada.

Según se dirigía a la zona de salida, hacia sus primos pensaba que ahora o les enseñaba las tetas o les enseñaba el coño, aquello agitó su corazón, y humedeció nuevamente sus bragas. Estaba poniéndose realmente excitada, bajo la cobertura de la inocencia del juego.

Cuando dejó la falda junto al resto de su ropa, ideó algo mucho más sugerente para ella, y mirando a los ojos a sus dos primos les dijo. "Ahora la prenda que me quite la elegís vosotros". Los dos hermanos discutían, uno por las bragas y otro por el polo y tras echarlo a suertes la decisión fue… el polo.

Adriana, sin ningún pudor, ya había quedado atrás se quitó el polo, se volvió hacia ellos y se lo entregó en la mano. Se fijó en sus caras y en sus miradas, que iban directamente a sus tetas, aún no muy grandes, pero perfectamente desarrolladas.

Contó hasta diez y salió con desgana por la prenda, no quería encontrarla quería acabar completamente desnuda delante de sus primos, así que les propuso a sus primos, si me decís, más o menos la zona, yo renuncio a un minuto. El cuadrante de atrás a la izquierda. Ya no corría, fue paseando, dejando que el trigo acariciara sus tetas, su coño, el calor que venía del cielo todo estaba para correrse allí mismo. A los dos minutos largos apareció con el polo, lo dejo en el suelo y sin mediar palabra se quitó las bragas. Las entregó contó hasta diez y fue a por ellas, tranquila, aquella era se había convertido en un mar de suaves dedos que le acariciaban por todas partes, a veces, andando, separaba las piernas, buscaba las espigas más altas, notaba como iban del clítoris hasta el ano, decidió espatarrarse más y con su manos separó los labios de su coño, las caricias eran mas profundas y si se agachaba con cuidado eran auténticos besos que le propinaba la madre tierra.

Tardó más de diez minutos en volver con las bragas en la mano, sus primos no daban crédito a lo que veían, claro que ella tampoco pensaba que pudiera ponerse así. Estaba como loca, Desde luego estaba decidida a que no la penetraran, con quince años no se sentía dispuesta a ello, pero todo lo demás podía ser.

Se quitó voluntariamente los calcetines y los dejó sobre su ropa diciendo a sus primos, esto es un regalo, no hace falta que los tiréis.

Con una actitud de provocación que ella misma desconocía, cogió el botijo que estaba al lado, bebió agua y dejo que la misma cayera entre sus tetas, pasara por su ombligo y empapara el pelo de su coño, se sentía tan caliente que parecía que iba a hervir al toca su raja.

Bueno, dijo ella dando un profundo suspiro, vuestros deseos, uno por cada uno. Por ahora, dijeron ellos, vamos a la casa.

Ya en la casa, Juan le dijo, quiero que me bañes, pero que lo hagas usando como esponja tus tetas.

Ambos fueron al baño, y tras llenarla de agua tibia hasta la mitad Juan se metió, quedando de pié mientras Adri permanecía de rodillas. Cogió la pastilla de jabón se dio bien en la teta derecha y cogiendo con una mano un pié de su primo y con la otra su teta enjabonada se la pasó por el pié, luego por el otro, subía por las piernas como serpenteando, cuando llegó a la polla, se encontraba a su máximo nivel, para entonces Adriana estaba completamente excitada y a merced de sus deseos sexuales, cogió el jabón nuevamente, pero en esta ocasión sólo en el pezón, y cogiendo el miembro de su primo Juan, lo fue limpiando hasta que broto abundante leche de aquel rabo que se contraía de forma increíble, luego, tras aclararlo con el otro pecho, hundió con cuidado su pezón por las ingles, por la raja del culo, hasta llegar al esfínter, podía meter su pezón por aquel agujero, su pezón duro como una piedra y sensible como nunca. Un restregón con ambas tetas bien enjabonadas por la espalda y por el pecho sintiendo ella entre sus piernas la ardiente espada de su primo, a punto estuvo de clavársela ella misma sin ninguna contemplación.

Tras aquello, le hizo agacharse y le paso las tetas por la cara, los pezones por los labios, dejando que los chupara, las contracciones que ella tenía casi la hacían resbalar de la bañera, pero estaba empeñada en no dejar notar en exceso su excitación, pues cualquier requerimiento de sus primos lo hubiese cumplido sin dudarlo.

Enjabonó nuevamente sus tetas y cogiéndolas con fuerza las frotó por la cabeza de su primo Juan, Emilio estaba allí mismo con los ojos como platos, no había visto algo parecido ni en el mejor de sus sueños.

Terminado el baño, con un deseo de no parar, se dirigió a Emilio y le dijo: Te toca a ti, pide.

Adriana no quería perder el escasísimo control que le quedaba, por lo que empleaba un tono tajante, casi intimidante. Emilio no sabía qué pedir, no lo tenía claro, eran tantas cosas las que se le pasaban por la cabeza que no llegaba a concretar ninguna.

Una orden suya y su prima, completamente desnuda, le complacería, pero qué pedir, qué pedir. Adri no podía evitar pensar que le iba a pedir su primo, y su excitación era poco menos que incontenible, nunca había sentido tal grado de alteración.

Ya sé, dijo Emilio, que tenía un concepto mucho más infantil que su hermano, te lavaré como a los cerdos, sin saber porqué él tenía una clara intención de humillarla, y ella estaba dispuesta a dejarse humillar, Como eres una cerda, le dijo, te voy a lavar.

Adriana se puso cachonda, era una humillación de infante, pero le atraía ¿porqué no?

Emilio estaba dispuesto a llevarla a la porqueriza y hacerla revolverse en el barro de los cerdos, pero su hermano Juan, más maduro, le indicó que mejor cogiera la manga que tenían para limpiar el coche y regar el jardín y que la pusiera en el poco césped que había al lado de la casa.

Así lo hizo. Preparó la manga y llamó a su prima. Él le dijo "a cuatro patas" y ella se puso así sin rechistar. Puso la manga a toda presión y el primer chorro lo dirigió a la cabeza, el agua entraba en su pelo largo, que dejaba chorrear todo lo que salía por la manga, aquello a Adri le resultaba relajante, a la vez que contribuía a reducir su estado de excitación, hasta que en un momento dado, el chorro apuntó a un pezón y le dio de lleno. Aquello era nuevo para ella, nunca le había golpeado algo con tanta fuerza sobre sus pezones y le encantaba sentirlo, inopinadamente, su primo se fue directamente al culo, mientras decía, "separa las piernas". Pese a estar el agua fría, la presión jugaba como un estimulante desconocido. El chorro dio de lleno en su esfínter, con tal potencia que si no fuera porque ella contraía el músculo le hubiera entrado agua en el recto. Aquella contracción le hacía ponerse aún más tensa, el chorro iba ahora directo a su coño, le pegó en la vagina de lleno, y ahí no podía evitar que entrara, notó perfectamente el fresco, le vino a la cabeza que era como una eyaculación gigantesca, y aquello la excitó aún más, le daba en los labios, en el clítoris, así como estaba, a cuatro patas, no pudo evitar el orgasmo, su culo subía y bajaba y finalmente el chorro la derrotó quedando tumbada boca abajo casi sin poder respirar.

Emilio sin saber muy bien que había ocasionado en su prima, pensó que había ganado, y que ella había perdido ante la fuerza de "su chorro de agua".

Adriana se quedó así, quieta, por un instante, cuando empezó a sentir el frió de toda aquella humedad, se levantó temblorosa, temblorosa de sexo, pero sus primos interpretaron que era de frío.

Juan pensó que tenía frío y le dijo ¡prima, ponte en aquella piedra grande, que ahora está caliente y te secarás, que yo te traigo la ropa. No sabe muy bien por que pero Adriana se aventuró a decirle que no necesitaba la ropa, que se quería secar bien, así que se fue a la roca, necesitaba seguir exhibiéndose.

En la piedra, lisa, caliente acogedora veía con los ojos entreabiertos como Juan y Emilio no paraban de fijarse en ella. No sabía que lo peor y lo más intenso estaba por venir.

A la media hora estaba completamente seca, tumbada en la piedra, pensando y disfrutando de su situación de inferioridad por estar desnuda, se sentía poseída y aquello hacía que su coño nuevamente estuviera chorreando.

En un instante oyó el ladrido de un perro y vio a lo lejos a Raúl, el hijo del Alcalde y a Carlos, el sobrino del cura. Ambos tenían 20 años y ella se sintió en peligro por lo que ante la inminencia de su llegada, se refugió corriendo en la era, pero sin poder coger la ropa, porque estaba, justo al otro lado del sembrado, por donde estaban entrando los dos, con su perro de caza y con una escopeta.

Ella no perdía ojo de todo aquello, con una mezcla de muchos sentimientos, miedo, excitación, morbo, indefensión, deseo, no podía aclararse, lo único que tenía claro es que lo que había pasado hasta el momento era un juego de niños comparado con lo que podría avecinarse.

Se acercó lo más que pudo a la ropa, pero era imposible avanzar más sin ser vista. Lo que más le llamaba la atención es que su coño no respondía en la misma dirección que sus sentimientos de prevención, sino que chorreaba de una forma desconocida hasta el momento.

En ese instante escuchó a Raúl que preguntaba a sus primos por el paradero de sus padres, y les dijeron que habían marchado con su prima a una feria. Cuando se iban a marchar, repararon en la ropa de Adri.

Se acercaron y dijeron ¿Qué?, vuestra prima se ha ido en pelotas a la feria, No balbuceaban sus primos, esta ropa está aquí desde ayer… no sabían que inventar.

En ese momento Carlos apresuró el paso hacia la ropa y Adri se movió bruscamente para poner distancias y no ser vista, pero Carlos oyó perfectamente el ruido. Cuando éste se agachó y cogió las bragas, inmediatamente se dio cuenta de la humedad en la entrepierna y dirigiéndose a los muchachos les preguntó ¿Alguno de vosotros se ha puesto estas bragas y se ha medado en ellas? Los dos permanecieron en silencio.

En ese momento, Carlos se acercó a Raúl y le contó que estaba seguro que había alguien en el sembrado.

Raúl cogió las bragas de la mano de Carlos de un tirón, se las dio a oler al perro y dijo en voz alta: "Si hay una putita ahí dentro Satán me la traerá como pieza de caza". El perro tenía ese nombre por la mala leche que gastaba y con él no se andaba con bromas.

Satán entró directamente en el sembrado y directamente iba al coño de Adriana, el olor la delataba, y al perro debía agradarle, visto que no podía escapar de semejante situación se puso de pié para que Raúl mandara parar al perro, pero él no hizo caso. Solo le quedaba correr hacia donde estaban ellos, al llegar allí, tropezó y cayó al suelo completamente desnuda como estaba, inmediatamente apareció Satán y antes de que ella pudiera juntar las piernas, el perro había metido el hocico y lamía sin piedad aquel coño.

Ella estaba realmente asustada, pero aquel estímulo del perro era difícil de eliminarlo, estaba recuperando su tono sexual.

Mira, dijo Raúl a Carlos, un conejo, apartó al perro que lo ató a la correa y Adriana intentó juntar las piernas, el cañón de la escopeta de Raúl se lo impidió. Ella debió poner una cara desencajada porque Carlos no pudo menos que decir, "tranquila, está descargada", mientras mostraba una cierta complacencia con aquella situación.

Carlos veía a Adriana completamente desnuda, cansada, acosada y encañonada en el coño por una escopeta, que aún descargada imponía lo suyo, la situación le parecía sugerente. Como sobrino del cura y de formación religiosa, le parecía una especie de justo castigo para las guarradas que había estado haciendo.

Raúl, mucho más impetuoso y violento, estaba dispuesto a todo, estaba fuera de sí, para él Adriana era casi, no casi, era una conquista de caza y por tanto suya y podía hacer lo que le viniera en gana. No en balde era el hijo del Alcalde, que por aquel entonces era adicto al movimiento y a todas aquellas chorradas prepotentes.

Raúl se acercó a Carlos y le dijo, esta tarde, follamos. De eso nada, dijo Carlos, son unos chiquillos ella no tiene más de quince años y ya se han llevado un susto de muerte, Raúl, producto de la discusión y su excitación apretaba el cañón de la escopeta sobre el coño de Adriana con tanta fuerza que ésta pensaba que iba a perder la virginidad en aquel momento.

Adriana se sentía más aliviada en su temor, pues comprendió que Carlos no estaba por la labor de hacer nada, así que observaba como era otra vez objeto de sexo, y como se estaba ventilando la situación que le debería pasar a ella, estando ella allí presente pero sin poder decir nada.

El cañón presionaba tanto que ya le hizo daño y no pudo evitar un lamento, en ese momento Carlos le obligó a quitar el cañón de la escopeta del coño de Adriana, pero, nuevamente al girarse Raúl, el perro Satán intervino, se acopló en la entrepierna de Adriana y nuevamente empezó a lamer con fuerza aquel "conejo". La situación para Adriana se tornó ciertamente agradable, pues el dolor que le había producido el cañón de la escopeta, ahora se veía aliviado con los lametones del perro, que cada vez la ponían más cachonda. Mientras se sentía más objeto que nunca.

La escena le resultaba de lo más sugerente. Los cuatro, sus dos primos, Carlos y Raúl, estaban enfrascados en una bronca de todos contra Raúl, cruzando todo tipo de amenazas, si bien Carlos era el más conciliador, pues bien los cuatro dando la espalda a Adriana, discutiendo lo que había que hace con ella, mientras el perro se ponía las botas con su coño, ya medio empalmado, y ella en el suelo, completamente desnuda.

La insistencia de Satán llevó a Adriana a que cerrara los ojos, y pasara el umbral del temor, estaba subiendo su lívido a cien por hora camino del éxtasis, del orgasmo y le daba lo mismo que se la follara Raúl, los cuatro, el cañón de la escopeta, o el mismísimo Satán, que chupaba el coño como los ángeles.

En plena discusión, Adri alcanzó un orgasmo como nunca, en medio de aquella tensión, ignorada por todos mientras un perro la sometía, El orgasmo fue tan intenso como silencioso, pues estaba segura que tal como estaba el tema si la veían así, todos encontrarían un motivo para tirársela y tampoco era eso.

Acto seguido, se levantó, salió corriendo hacia la casa, cuando Raúl se quiso dar cuenta, lanzó al perro pero éste solo llegó a darle el último lametón antes de que ella cerrara la puerta.

Perdida la "pieza", Raúl, Carlos y Satán se fueron, éste último el más satisfecho, y los primos, tras recoger la ropa entraron en la casa.

Lo último que recuerda Adriana de toda aquella historia es que necesitó tres pajas para poder conciliar el sueño, pero consiguió levantarse como nueva.

De nuevo el sonido del casco con música suave y un olor agradable pero indescriptible la arrancó de aquel recuerdo que tenía casi olvidado, al menos en sus detalles fundamentales.

Esta vez, se oía cada vez menos, hasta quedarse aislada, sin sonido, sin olores, pero sentía su cuerpo receptivo a cualquier tipo de tacto. En ese momento, por su cuello comenzó un leve cosquilleo, era agradable, muy agradable, paso del cuello a los hombros, a los pechos, a los pezones, bajó como partiéndola en dos, cruzó su ombligo y se entretuvo plenamente en su coño, en su clítoris, sobre el borde de sus labios, era una pluma de ave, suave, electrizante, pero solo le permitía verse a si misma, era curioso como aquella pluma según se movía por su coño, ella lo podía ver perfectamente, casi cada pliegue, ahora llegaba el aroma de su propia raja, que le resultaba altamente estimulante, poco a poco aquella pluma se alejó, dejando un gratísimo recuerdo.

Al instante el caso se abrió y los dos enfermeros aparecieron para levantarla de la camilla y acompañarla a la salita de las mediciones.

Al introducirle el aparato de medición en la vagina, no pudo evitar un respingo, su humedad era prácticamente de 100 y su temperatura, curiosamente, igual que si hubiera tenido una penetración, solo que no la había tenido.

Ella permanecía de pié, como siempre. Esta vez la atendió el psiquiatra español que le dijo, menuda actividad cerebral tienes muchacha. Le enseñó las curvas, mientras su hemisferio derecho, el de la razón prácticamente estaba paralizado, el izquierdo había tenido una actividad tal que era difícil seguir una línea sin perderla de vista a los diez centímetros.

El psiquiatra le dijo, te felicito, con esta prueba has demostrado que tus recuerdos, sean cual sean en el ámbito sexual los tienes bien asimilados, al menos en tu adolescencia. El disfrute a sido máximo, es más ha llegado a tal nivel que tu vagina se contraído de tal forma que parece que has tenido una relación sexual, sin haberlo hecho. Ha sido cuestión del frotamiento inconsciente de tu vagina.

Adriana preguntó al psiquiatra. ¿Qué es lo que me han hecho? Prácticamente nada, le contestó él. Lo cierto es que es una máquina que manda unos chorros de aire a cualquier temperatura, que se proyectan en cualquier parte del cuerpo y que según se mide la intensidad de tus reacciones se adaptan a las mismas.

Verás: y le puso un vídeo. Efectivamente. Era una máquina que lanzaba aire de diferentes temperaturas y humedades, y comprendió porqué el recordatorio de la crema en la playa, pues era cuando la máquina daba aire con diferentes presiones por el cuerpo, comprobó como no le dieron la vuelta en ningún momento sino que era la misma máquina la que se ponía por debajo dando la presión de aire, y se dio cuenta de cómo el recuerdo de la historia de sus primos debió de coincidir cuando la máquina se centró básicamente en su coño y sus tetas. Adriana, cada vez estaba más sorprendida y más entusiasmada.

¡Dispuesta para la siguiente prueba!