Un día de playa
Un hombre y su hermana deciden ir a la playa para disfrutar de un agradable día. Sin embargo, una vez allí, descubrirán un secreto que cambiará sus vidas para siempre.
El coche avanzaba por la sinuosa carretera de forma lenta pero constante. A un lado y a otro del camino lo único que se hallaban eran inmensas explanadas repletas de matorrales altos y bajos que conformaban un anodino paisaje levemente interrumpido a veces por la inusual presencia de algún solitario árbol. El ambiente árido y desértico hacía que las vistas no fueran especialmente interesantes y eso le decía a Rodrigo que el viaje iba a ser muy aburrido. Tampoco ayudaba demasiado que quien le acompañase fuera su hermana Silvia, la cual se había quedado dormida. No era de extrañar, si tenía en cuenta que habían salido bastante temprano, a eso de las ocho de la mañana. Así que no se debía de extrañar si la encontraba dormida.
Notaba los traqueteos que el coche pegaba al pasar por los baches que había por el camino. Mientras que Rodrigo temblequeaba a causa de estos estrépitos, su hermana seguía tal cual, dormitando como si aquellas sacudidas no la perturbasen. Sabía que Silvia era como tronco, nada podía despertarla y siempre dormía mucho y de forma tan profunda que ni la explosión de una bomba nuclear llegaría a despertarla. El hombre tuvo que cambiar de marcha para tomar una curva que venía justo en ese momento y tuvo que volver a hacerlo de forma algo brusca. Esperaba que tanta curva y tantos baches no acabaran estropeando el motor de su Peugeot 206.
Después de un rato de pesadas maniobras, Rodrigo tomó una recta que le permitió respirar más aliviado. Aprovechando la calma que la ruta le estaba proporcionando, el hombre giró su cabeza un instante a su derecha para observar a su acompañante. Silvia continuaba durmiendo, tan plácida como antes. Solo gruñía un par de veces, pero eso era todo. Estaba tan calmada y quieta que parecía una muñeca de porcelana. Eso le enternecía mucho y le recordaba a esa dulce niñita que dormía en más de una ocasión con él en su cama aquellas largas y templadas tarde de verano. De algún modo, le retrotraían a una época más sencilla y feliz.
De repente, un fuerte pitido le hizo volver a la línea temporal actual. Al girarse, vio venir de frente un coche y eso le obligó a tener que pegar un volantazo que hizo que el coche girase hacia la derecha. Viendo que al hacer eso, se salía de la carretera, se vio obligado a pisar el freno. El vehículo paró en seco, haciendo que su cuerpo saliera proyectado hacia delante, aunque, gracias al cinturón de seguridad, todo quedó en un mero tirón y no con él saliendo despedido por la luna del coche. Al final, terminó en un terraplén de tierra que se hallaba en la cuneta. Rodrigo respiraba profundamente, aun incapaz de recuperarse del terrible susto. Había estado a punto de morir. Bueno, él y su hermana Silvia.
—¿Pero qué coño ha pasado? —preguntó una alborotada voz.
Al volverse, Rodrigo encontró a su hermana confusa y tensa, sin saber que había ocurrido. Su largo pelo castaño oscuro aparecía revuelto y cubriendo su rostro. La chica fue apartándoselo con sumo cuidado hasta despejar su cara por completo. Entonces, dos preciosos ojos de color azul claro se posaron sobre él con clara señal interrogante.
—¿Se puede saber a qué ha venido ese frenazo? —Se la notaba enfadada pero más bien, parecía asustada.
Al principio, Rodrigo no sabía que decirle. Que habían estado a punto de tener un accidente no sería lo más correcto pues era consciente de que su hermana se pondría como una fiera. Pero aquella mirada lo estaba taladrando, así que no pudo ocultar aquello por mucho más.
—Un coche se me ha cruzado y he tenido que hacer una maniobra evasiva para evitarlo — explicó parcamente—. He frenado tan bruscamente para no acabar sufriendo un accidente.
El rostro de Silvia enmudeció. Era como si la chica no pudiera creer lo que su hermano acababa de contarle.
—Pero tío, ¿cómo has estado? —Se la notaba incrédula ante lo que escuchaba—. En serio, no debíamos de haber salido tan temprano.
—No le des tanta importancia —dijo Rodrigo despreocupado—. Ha sido despiste mío y que el otro no miraba por donde iba. Eso es todo.
Pese a creer que todo se solucionaría con la recién explicación dada, la forma en la que Silvia lo miraba le hacía dudar bastante. Pese a esto, la chica no estalló en enojo y furia incontrolada. Tan solo se limitó a recogerse en su asiento mientras volvía a mirar por la ventana, como si nada de aquello hubiera pasado.
—La próxima vez mira bien por donde vas —se limitó a decirle—. Ahora sácanos de esta cuneta.
Por un lado, se sentía aliviado de que las cosas no hubieran ido a peor. Por otro, deseaba morirse. Había sido estúpido mirar durante tanto rato a su hermana y más en medio de una carretera con las manos en el volante de un coche. Debía de concentrarse más, aunque le costaba. Tener a Silvia a su lado, siempre le hacía despistarse.
Salió de aquella cuneta tras tener que forzar el acelerador y mover como un loco la palanca de cambios. Pensó que la iba a partir. Ya de vuelta en la carretera, continuó su camino en dirección a la playa. Rodrigo y su hermanita decidieron pasar aquella mañana de sábado a la orilla del mar, bañándose en sus fresquitas aguas y disfrutando del caliente Sol. Era un buen plan y por eso habían ido tan temprano. Serían las nueve en ese momento y apenas había tráfico que les impidiese avanzar. Cuando fueran las diez, seguro que se verían largas hileras de vehículos pitando. Por una vez, había sido listo.
El resto del viaje prosiguió sin mayores incidentes. De vez en cuando, Rodrigo miraba a su hermana, pero enseguida volvía la vista a la carretera. Se concentraba lo mejor que podía en llevar el coche, pese a resultar hipnótico verla tan relajada y serena. Como pudo, siguió hacia delante hasta que llegaron a su destino.
Ya un vez allí, ambos salieron del coche y se prepararon para sacar todo. Rodrigo abrió el maletero y cogió una mochila donde iban las toallas y la nevera portátil con agua fría, refrescos y algo de fruta para hidratarse, además de unos bocadillos por si les entraba hambre. Silvia cogió su bolso, donde se encontraba la crema protectora y otros complementos para mujer. Ya una vez se habían cargado con todo, la pareja inició su camino hacia la playa.
Tras subir por una loma de tierra pedregosa donde se alzaban algunas grades rocas redondeadas y unos cuantos arbustos espinosos, hermano y hermana quedaron ante el gran acantilado que descendía hasta llegar a una playa de arena marrón clara. Silvia miró a su hermano no muy convencida con aquel panorama. La playa era bonita, eso no se podía negar, pero el descenso hasta ahí era un asunto que no le gustaba demasiado. Rodrigo, en cambio, no estaba nada asustado.
—Vamos, por aquí —le indicó a su hermana.
Iniciaron el descenso por un camino de tierra que bajaba en zigzag por ese barranco. Era algo accidentado, pues había algunas piedras que hacían el suelo resbaladizo y había algunas partes donde se notaba que se había desprendido algo de tierra. Rodrigo caminaba normal, pero Silvia se fijaba atemorizada en el terreno. Cada paso que daba la obligaba a detenerse por un instante para revisar todo y cada vez que miraba hacia abajo, su cuerpo se ponía más tenso.
—¿Se…seguro que no hay un mejor sitio por el que ir? —preguntó con miedo a su hermano.
Rodrigo se giró para ver a Silvia encogida y temblorosa. Una parte de él se sentía fastidiado por la cobardía de la chica, pero la otra no tardó en gritar que como podía ser tan desalmado. Era su querida hermana, por la que haría lo que fuera. Se acercó a ella y tras ponerse la mochila a su espalda, atrajo a esta mientras la rodeaba por la cintura con su brazo derecho.
—Ven conmigo —le dijo con voz cálida—. Vamos lento y ya verás cómo llegamos debajo de una pieza.
Ella asintió algo achantada, pero le dejó bien claro que lo iba a hacer. Juntos, continuaron el descenso. A Rodrigo, el tener que llevarla no le molestaba para nada. Primero, porque comprendía que la pobre le tuviera un miedo atroz a las alturas, ya que él se lo tenía a la oscuridad. Segundo, porque era maravilloso poder notar su cuerpo y tocarla. El sentirla de ese modo le generaba un sentimiento de cercanía y cariño hacia ella que le gustaba mucho. Aunque otro, mucho más carnal y pecaminoso también lo hacía. Y prefería que siguiese dormido.
—Bien, ya hemos llegado, sanos y salvos —comentó eufórico Rodrigo.
—Pues si —respondió muy contenta Silvia—. Espero que la subida no sea tan agobiante.
Estaba radiante. Su melena castaña oscura caía en una preciosa cascada por su espalda. Algunas hebras de cabello habían escalado por sus hombros y cubría su pecho, dándole al pelo un toque desordenado y simpático. Sus ojos azules brillaban bajo la luz del Sol mañanero. Su piel clara le daba el toque puro que necesitaba para que pareciera una entidad celestial que hubiera descendido del cielo. Rodrigo se tuvo que quitar ese ensimismamiento de la cabeza cuando su hermana se dirigió a él.
—Bueno, vamos a instalarnos —le dijo con una de sus preciosas sonrisas enmarcando su rostro.
Él, todavía aturdido por la deslumbrante visión, se espabiló un poco y sacó las esterillas que iba a poner en el suelo. Mientras las extendía, Silvia colocó cerca su bolso, la mochila y la nevera portátil, no fueran a perderlas.
—Debiste traerte la sombrilla —le reprochó la chica de forma repentina.
Rodrigo se sorprendió ante las palabras de su hermana y no dudó en responderle.
—Sabes lo engorroso que resulta llevar una sombrilla —le explicó con desagrado—. Y luego, tienes que clavarla en la arena, lo cual cuesta un montón. Es todo un coñazo.
—Ya, seguro que es un asco —dijo arisca—, pero ahora acabaremos bien achicharrados.
—¡¿No querías ponerte morenita!? —preguntó sarcástico. Al decir esto, Silvia lo miró bastante molesta. No le hacía ni pizca de gracia.
Como fuera, ambos decidieron deshacerse de sus respectivas ropas para quedar en bañador. Rodrigo solo se tuvo que deshacer de su camiseta, pues ya salió con el bañador puesto. Al ser largo, llegándole hasta las rodillas, no tenía ningún problema para ir por ahí sin que le causase reparo. Pero Silvia, en cambio, llevaba un vestido de color verde claro semitransparente sin tirantes que se ataba por detrás para sujetarlo por su cuerpo. Este dejaba al descubierto sus blanquitas piernas hasta la rodilla y los hombros, pero no revelaba nada de sus pechos. Sin embargo, la chica no iba a tardar en mostrar bastante de su excelsa anatomía tanto al resto del mundo como a su propio hermano.
Tiró del nudo que había en su espalda, soltándoselo y dejando caer el vestido. Cuando Rodrigo la miró, quedó sin palabras. Si había algo que jamás podría negar de su hermana, era que poseía un cuerpo precioso. De piel clara, Silvia no estaba ni gorda ni delgada, sino en su peso ideal. Era voluptuosa, con unas sinuosas curvas que realzaban su firme figura. Tenía unos pechos grandes y redondos, además de un culito respingón y rotundo. En suma, era toda una belleza. Y ahora que Rodrigo la miraba, con su largo pelo marrón claro suelto y vistiendo tan solo un fino bikini negro, más aun.
Tras dejar el vestido en su bolso, se sentó en la esterilla que había al lado de su hermano, estirándose un poco. Extendió sus largas piernas y se echó un poco hacia atrás, apoyándose en sus brazos y alzando sus redondos senos. Estos estaban cubiertos apenas por un triangulito de tela que se superponía justo en el centro, recubriendo su pezón, pero dejando ambos lados del pecho al aire. Rodrigo no perdía detalle de esto, sin apenas exhalar aliento. Sus ojos se clavaron en aquel vistoso canalillo que las turgentes tetas formaban. No se podía creer que estuviera mirando allí, aunque no era la primera vez. Ya hubo muchos otros momentos para observar y devorar con su mirada aquel esplendido lugar y no era el único. El trasero de Silvia era otro de los sitios que solía contemplar con mucho deseo. Y es que su hermana era una de las mujeres que más bonitas que jamás había visto.
—Que buen día hace —puntualizó la chica, sacando a Rodrigo de su ensimismamiento—. El Sol ya pega fuerte, pero de momento no está la cosa sofocante.
Era verdad lo que decía. El viento soplaba suave y calmado, trayendo consigo ese frescor mañanero tan reconfortante como avivado. El agua se movía lenta y serena, rompiendo en la orilla mientras emitía un apagado sonido que resultaba relajante. Podía verse como el oleaje se arremolinaba en el rompeolas, formando aglomeraciones de espuma blanca que desaparecían al retirarse el agua. El resto de la playa, conformada por arena clara, se veía vacía, sin nadie alrededor de ellos. No es que fueran a aparecer muchos más, pues Rodrigo sabía que esta parte de la costa no solía ser frecuentada por mucha gente. Y esa era la razón por la que habían venido aquí. Al menos, eso era lo que él deseaba pensar.
—Si —contestó el hombre mientras asentía—. Hace un día excelente.
Rodrigo estaba nervioso. Se hallaba a tan solo un metro de distancia de su preciosa hermana y no sabía si iba a poder controlarse. Puede que mientras vinieran en el coche la viese con ternura, pero ahora, tenerla tan cerca con un escueto bikini cubriendo su sensual cuerpo, era algo irresistible. Deseaba aguantarse con todas sus fuerzas, pero no sabía si iba a poder hacerlo. Notaba su pene ya erecto bajo el bañador. Esperaba que no se notase demasiado.
Mientras él trataba de luchar contra su propio deseo, Silvia rebuscó en su bolso hasta sacar el bote de crema protectora. Se la iba a echar para que así los rayos del Sol no achicharrasen su clara piel, la cual tenía bastante sensible. Aunque deseaba ponerse morena, el contacto con tanta luz solar la ponía más bien colorada como un tomate. Al verla abriendo el bote para echarse un poco crema en sus manos, Rodrigo le habló.
—¿Necesitas ayuda?
Ella lo miró con sorpresa. Sus ojos azules le daban una mirada profunda que parecía penetrar en su interior, lo cual hizo que temblase con bastante inquietud. Pareciera que al decir esto, le hubiese molestado o algo así pensaba. Silvia siguió mirándolo con poca credibilidad ante lo que acababa de comentar.
—No hace falta —le respondió escueta.
Allí sentado, Rodrigo pudo ver como su hermana se echaba la crema y se la extendía por sus largas piernas. No perdía detalle de ello, viendo cómo se pasaba sus manos por la clara piel. De vez en cuando, apartaba la mirada para que ella no le pillase, pero no tardaba en regresar para así, poder disfrutar del grato espectáculo. Una vez acabó con las piernas, se echó una poquita más y se la puso por su vientre plano. Una vez acabó aquí, pasó a sus brazos. Primero se dio en uno y luego, en otro, para acto seguido, pasar a su pecho, aunque solo se puso un poquito. Era evidente que no pensaba hacer topless, algo que tranquilizó a su hermano. Turbado al ver como se extendía la crema por encima de sus senos, el hombre se giró muy alterado, respirando profundamente y colocando las manos sobre su regazo, intentando disimular la erección que llevaba desde hacía rato
—Rodrigo, cariño —le llamó en ese mismo instante.
Se volvió algo temeroso. La encontró puesta de lado, en una pose coqueta e inocente, pero para él, se tornaba muy erótica. Tenía las piernas recogidas y una mano posada sobre la esterilla y la otra envolvía su regazo. Se la veía tan sensual y potente.
—¿Qué quieres? —preguntó, tragando saliva.
—Te importaría ponerme crema por la espalda —le pidió su hermana con un tono de voz tímido.
Rodrigo se quedó sin palabras. El hombre no podía creerse que su hermanita le estuviese pidiendo que le pusiera protector solar por su espalda. Simplemente, no podía concebir que algo así ocurriese. Pero estaba pasando y más le valía ponerse a ello si no quería levantar sospechas.
—Claro mujer, ¡para que estoy yo aquí si no! —dijo al final, bastante nervioso aunque trató de fingirlo lo mejor que pudo.
—Vale. Pues entonces, vamos.
Paralizado por el miedo, Rodrigo no tuvo más remedio que ponerse manos a la obra. Acercó la esterilla, para no tener que sentarse sobre la arena y mientras lo hacía, Silvia se puso de espaldas a él. Un súbito escalofrío recorrió su cuerpo al ver aquella bella espalda desnuda, tan solo recubierta por los lazos que unían el sujetador por detrás. Los hombros también estaban desnudos, pues los tirantes se hallaban rodeando su cuello. Era una imagen tan bonita como provocadora.
Cogió el bote que su hermana le había dejado al lado y, sin más dilación, echó un poco de crema sobre la palma de su mano derecha, aunque quizás habría sido mejor echársela directamente sobre la espalda. Nunca le había puesto protección a una chica y encima, se estaba poniendo más nervioso de lo que ya estaba.
—Procura no echarme demasiado —le advirtió Silvia—. ¡No quiero que se me quede la espalda pringosa!
—Vale, vale.
Temblando, frotó entre sus manos el potingue y, acto seguido, empezó a extenderlo por la espalda de su hermano.
—¡Uf!, ¡que fresquito está! —dijo ella exaltada al sentir la crema.
Para Rodrigo, tocar a su hermana de esa manera era un acto ilícito. Acariciaba esa suave y cálida piel, extendiendo la crema, y era como si sintiese sus manos arder. Poco a poco, quedó extendida por la espalda. Él iba dando más pasadas y, al ver que ya no había en sus manos crema, se puso una poca más y continuó con su actividad, sin dejar de maravillarse con lo tersa que estaba la piel de la chica.
—Tienes buena mano —le comentó para su sorpresa.
Esto le animó a seguir y pasó a los hombros, los cuales presionó con delicadeza, como si le estuviera haciendo un masaje. Silvia gimió un poco ante esto y eso, hizo que continuara de esa manera.
—¿Por qué no te quitas el cierre de atrás? —sugirió aunque pensó que tal vez su hermana se cabrearía ante esto.
—Buena idea —dijo para su sorpresa—. Así no estorbará tanto.
Alucinado, Rodrigo vio cómo su hermana se desabrochaba la parte de atrás y él continuó pasando sus manos, impregnando esa zona con la poca crema que le quedaba. Se echó algo más y prosiguió. Notó como su hermana temblaba al tocarla sin querer por la cintura. Llegó hasta por cerca de su culito, el cual, veía recubierto por aquella braguita fina, casi parecida a un tanga. Sentía su polla oprimiendo el bañador, ansiosa por escapar y mostrarse en todo su gloria. Y él quería bajar hasta tocar ese apetitoso trasero, pero se dijo que ya era suficiente. Terminó de extender lo que le quedaba de crema y se separó de ella.
—¡Listo! —exclamó el hombre.
—Gracias —dijo ella con una radiante sonrisa dibujada en su cara.
Quería besarla y abrazarla con mucha fuerza. Al verla girarse hacia él, pudo atisbar los finos labios rosados. No eran tan carnosos como los de otras chicas, pero contrastaban mucho con su redondeado rostro, dándole un perfecto toque de armonía. Como pudo, se apartó un poco de ella, pues ya había terminado y n pintaba nada estando tan cerca de ella.
Silvia, por su parte, se tumbó relajada bocabajo, completamente estirada sobre la esterilla. Rodrigo se la quedó mirando con sorpresa, sin saber que decirle. Luego, tras un pequeño rato de divagaciones, el hombre decidió pedírselo.
—Esto, Silvia… —la llamó algo entrecortado.
—¿Qué? —La chica permanecía serena con los ojos cerrados.
Rodrigo la miraba algo reticente. No sabía si preguntárselo. Seguramente le podría disgustar, pero bueno, ya que él se había molestado, tal vez ella quisiera devolverle el favor.
—¿Me podrías tu echar algo de crema por mi espalda?
La petición no podía ser más patética. Silvia alzó su cabeza un poco, mirando con sus ojos bien abiertos en clara señal de sorpresa. Por lo visto, no esperaba semejante proposición.
—¿No lo dirás en serio?
—Vamos —se notaba que Rodrigo estaba un poco desesperado—. Aunque sea, dame por la espalda, como yo te he hecho a ti.
—Rodri, ¡quiero tomar un poco el Sol tranquila! —replicó su hermana—. Además, eso te servirá de castigo por no haber traído la sombrilla.
Contrariado, el hombre tan solo pudo ver como la chica cerraba sus ojos y descansaba relajada mientras los rayos de Sol bañaban su clara piel. Desanimado, Rodrigo cogió el bote de protección solar y se echó un poco por el pecho, las piernas y los brazos. Tras esto, se quedó allí sentado, sin saber qué hacer.
A veces, miraba a su hermana, deleitándose con su bella figura. Ella se había puesto los auriculares de su iPod y escuchaba esa insoportable música pop que a él le parecía corrosiva. Podía captar perfectamente los berridos de Katy Perry desde donde se hallaba. Miró hacia el mar. El agua estaba tranquila y las olas poco levantadas, perfecta para nadar tranquilo.
—Me voy a dar un baño —informó a su hermana, quien seguía tan tranquila como si nada escuchando su música.
Viendo que no le hacía ni caso, Rodrigo se levantó y puso rumbo al agua. Al principio fue andando, pero no tardó en salir corriendo y, para cuando ya estaba en el rompeolas, se tiró de púa al mar. El líquido elemento envolvió su cuerpo al instante y, gracias a ello, se dejó llevar como si no hubiera otra cosa en el mundo. El frio le rodeaba de manera reconfortante y el olor a mar llegaba a su nariz, al tiempo que un salado sabor se colaba por su boca a veces. El hombre se zambulló en el agua, buceando un poco y no tardó en volver a la superficie, sintiendo gotas de agua recorrer su pelo corto y su cara. Para cuando abrió sus ojos, vio que su hermana permanecía en el mismo sitio donde la había dejado, durmiendo plácidamente mientras tomaba el Sol.
Contento, Rodrigo se dedicó a nadar de un lado a otro, haciendo brazadas para impulsarse a gran velocidad y recorrer una gran distancia. Estuvo un rato así para luego, pasar a nadar de espaldas, moviendo sus brazos como las aspas de un molino y agitando sus piernas. Tras dar varias vueltas, el hombre decidió quedarse flotando sobre el agua, cerrando sus ojos para vaciar su mente y, de esa manera, alejarse un poco de aquella vida tan indigesta que tenía.
No es que viviese mal, pues a sus veintiséis años ya poseía un trabajo estable como contable en una pequeña empresa y, pese a vivir aun con sus padres, ganaba lo suficiente como para sentirse independiente. Incluso había comenzado a ahorrar para irse a vivir a un piso él solo. Lo que sucedía era que en el plano amoroso nuca había tenido buena suerte. Él buscaba a esa chica perfecta con la que pasar el resto de su vida, pero hasta ahora, la mayoría con las que salía eran todas unas superficiales que solo buscaban sexo casual y la única que valía la pena, la perdió porque fue idiota. Para colmo, estaba el lio de su hermana. Si había una gran losa que arrastrase por el resto de su vida, era ese asunto que sentía por Silvia. Uno que había intentado quitarse de encima, pero que no le había sido posible por más que lo intentase. Se dejaba llevar por las corrientes, meciendo su cuerpo poco a poco, deseando que el agua se lo llevase. Hacer como decían Héroes del Silencio, “nadar mar adentro y no poder salir”.
Mientras Rodrigo estaba bañándose, Silvia seguía escuchando tranquila su música, como si el resto del mundo no le importase lo más mínimo. Mientras sonaba Katy Perry hablando del amor que la había abandonado por enésima vez, una gran sombra taponó el agradable brillo solar que estaba bañando hasta ese momento su piel. Al principio, la chica no le dio la más mínima importancia, pero cuando notó como algo de arena se levantaba a su lado, abrió sus ojos y giró la cabeza para ver que diantres ocurrió. Se quedó paralizada cuando contempló lo que tenía a su lado.
Rodrigo surgió del agua tras haber estado buceando por el fondo lo máximo que sus pulmones le permitieron. Tras aspirar una buena bocanada de aire para meter algo de oxígeno en sus maltrechos pulmones, el hombre comenzó a escuchar unas voces procedentes de la orilla. Al volverse, quedó petrificado ante lo que vio.
Justo al lado de su hermana, había tres tipos que no debían de pasar de los treinta años, mirándola con mucha atención. Todos tenían amplias sonrisas enmarcadas en sus rostros, seguramente encantados de presenciar el maravilloso panorama que tenían delante. No habría que ser tampoco muy perspicaz ni bajar la mirada para percatarse de los evidentes bultos que se notarían sin disimulo en sus bañadores. Silvia permanecía con la cabeza alzada frente a ellos. No parecía contenta, pero tampoco es que se la notase molesta. De hecho, hablaba con total normalidad con aquellos chicos.
No podía permitir que aquella escena siguiera desarrollándose. Sin dudarlo, Rodrigo surgió del agua y, completamente mojado como estaba, se dirigió a esos personajes. Estos, al verlo acercarse, se pusieron en guardia. A medida que avanzaba, a Rodrigo comenzó a hervirle la sangre y cuando estuvo a la altura de ellos, los fulminó con su mirada.
—Hola —saludó con “aparente” calma—, ¿qué ocurre aquí?
Los hombres guardaron silencio al instante. Rodrigo no es que les doblase en altura, en verdad, uno de ellos era más grande que él, pero el rostro de sociópata y la expresión de furia intimidaron a los tres. Silvia, quien permanecía calmada, se puso de rodillas sobre la esterilla para hablar con su hermano. Así, dejó expuestas sus preciosas tetas, que aunque cubiertas por el bikini, no pasaban desapercibidas ante sus miradas masculinas.
—No es nada —contestó tranquila—. Solo estaba hablando con unos nuevos amigos.
Al oír esto, se volvió hacia los nuevos amiguitos de Silvia. Estos la miraban como bobalicones, gozando de la espléndida delantera de la chica. Pero en cuanto notaron los ojos del hombre taladrándoles, se pusieron volvieron a poner en guardia.
—Qué bonito —comentó resabiado—. Así que os habéis hecho coleguillas de Silvia, ¿eh?
Se acercó hasta uno de ellos. Era el más bajo y por sus pintas, no parecía tener treinta tacos precisamente. Más bien, calculaba que debía andar por los veintipocos. El chico rehuía su mirada. Probablemente, estaría atemorizado ante la posibilidad de que Rodrigo le metiese una paliza. Aunque no era su intención. Al menos, quería meterle el miedo en el cuerpo, al igual que sus amigos, para que se largasen de allí.
—Oye yio, solo veníamos de paso y nos cruzamos con ella —trató de explicarse el hombre—. Solo queríamos saludarla y ver si necesitaba algo….
— Escuchadme atentamente— les interrumpió con ruda voz, lo cual, les hizo temblar a los pobres—. Ella es mi novia y si hay algo que detesto es ver a moscones como vosotros revoloteando a su alrededor. Por ello, más vale que os deis el piro y espero no volver a veros por aquí. ¿Entendido?
Ni hizo falta que dijese más. Los tres hombres se miraron con claridad entre ellos y l que había empezado a hablar, continuó:
—Por…por supuesto. Lo último que querríamos sería molestar a tu chica —Miró a sus colegas y les hizo una seña—. Venga, nos vamos.
Sin decir nada más, pusieron pies en polvorosa, desapareciendo del lugar como si acabaran de ser teletransportados de allí por una nave espacial.
Rodrigo se sentía satisfecho por ello, pues odiaba tener que ver como tipejos sin escrúpulos acechaban a Silvia, viéndose obligado a tener que espantarlos. Cuando se volvió sonriente, se topó con su hermana mirándole con cara de pocos amigos.
—Pero tío, ¿qué coño les has hecho? —No estaba muy contenta por lo que se veía.
—Solo les he metido un poquillo de miedo en el cuerpo —se excusó—. Pero vamos, que tampoco es que les haya traumatizado.
—¿Qué no?— comentó ella estupefacta—. Pues macho, poco les ha faltado para que se measen encima. ¡Si estaban siendo muy simpáticos conmigo!
—Sí, tan simpáticos que te devoraban con la mirada— replicó Rodrigo sarcástico—. No veas como se han puesto cuando has mostrado tus tetas al levantarte. ¡Si por poco y acaban reventando sus bañadores en mil pedazos!
—Pues bien que tú también me las has mirado sin descaro, cabrito.
Cuando dijo esto, un inesperado calambre retorció su mente y cuerpo. Silvia seguía allí de rodillas, obsequiando al respetable con la exquisita visión de sus pechos y en una pose que invitaba a fantasear. Rodrigo se sintió bruscamente desorientado y abrumado. Fue en busca de una toalla para secarse y dio con su culo en la esterilla donde había estado hasta no hacía mucho.
—Oye, ¿estás bien?
Al principio, quiso ignorar esa pregunta, pero no tardó en asentir para responder a su hermana.
Tras esto, sentado allí mientras se secaba la húmeda piel, Rodrigo se puso a pensar en cómo podía haber reaccionado de una forma tan bruta y absurda contra aquellos chicos. No eran más que unos tipos algo salidos que se habían topado con una preciosa mujer en bikini tomando el sol y decidieron pararse para hablar con ella y admirarla. Pero a él le daba igual ocho que ochenta. Rodrigo siempre se comportaba de la misma manera con cada hombre que se acercaba a Silvia: Con agresividad y violencia. No tenía sentido que fuera de ese modo. Tan solo era su hermana, que a sus 22 años, ya tenía completa libertad para hacer lo que quisiera con su vida. Sin embargo, él siempre estaba allí, dispuesto a partirse la cara, aun cuando no era necesario. Como si la chica fuera de su propiedad, como si no quisiera que nadie se la arrebatase de su lado. Una cosa absurda y sin sentido, pero que pasaba. De momento, ella no parecía ser muy consciente de lo que ocurría y esperaba que esta escapada a la playa no terminase delatándolo. Tal como estaban las cosas, le iba a resultar difícil.
Un poco más de viento empezó a levantarse y, a raíz de esto, la marea subía poco a poco mientras que el oleaje se mostraba inestable. Fue una suerte que acabara de salir. No era mal nadador, pero del mar uno nunca se podía fiar. Tan traicionero podía ser como nuestros sentimientos, que se agitaban y revolvían en nuestra contra cuando menos lo esperábamos.
—Así que tu novia —dijo con voz graciosa Silvia en ese instante.
Al volverse, Rodrigo la vio sentada con las rodillas plegadas contra su cuerpo y rodeando sus piernas con los brazos, levemente meciéndose hacia atrás y adelante. Sus ojos azules lo observaban con detenimiento.
—¿Cómo? —preguntó el hombre extraño, pese a saber lo que acababa de decirle.
—Cuando estabas ahuyentando a esos hombres, les dijiste que yo era tu novia. —La expresión de su rostro pareció endurecerse un poco al enfatizar sus últimas palabras, rompiendo la armonía que hasta ese momento se vislumbraba—. No sabía que te hubieras vuelto tan posesivo conmigo hasta el punto de proclamar que ahora somos pareja.
Silvia desconocía por completo lo que pasaba por la cabeza de Rodrigo respecto a ella. Pero si era consciente de la actitud sobreprotectora de su hermano. No es que él estuviera constantemente controlándola o confrontando a cada chico con el que se veía, pero no fueron pocas ocasiones en las que se encaró con más de uno. De hecho, el peor de aquellos episodios ocurrió dos años atrás.
Ella fue de vacaciones junto con su hermano y unos amigos suyos a Ibiza. En un principio, no iba a ir, pero tras la insistencia de sus padres, Rodrigo no tuvo más remedio que dejar que les acompañase. Todo fue muy bien, aunque una noche que estaban en una discoteca, a Silvia le dio por tontear con un chico. Todo iba bien, al menos, hasta que el chaval la enganchó de la cintura y la atrajo hacia él. A ella no le molestó que hiciera eso, pues le gustaba, pero al que no pareció hacerle mucha gracia fue a Rodrigo, quien se personó allí sin más y le arreó un fuerte puñetazo al pobre muchacho, iniciando una pelea que acabó cuando cuatro hombres de seguridad, altos y muy fuertes, agarraron a ambos. La cosa no acabó ahí, pues el chico acusó a Rodrigo de ser quien inició la pelea. Ante esto, los de seguridad se lo llevaron fuera y pese a las suplicas de Silvia, le pegaron una devastadora paliza. Así acabaron las vacaciones, con Rodrigo en el hospital y teniendo que volver antes de tiempo a casa para que se recuperase. Desde entonces, las cosas entre ellos no se complicaron más, pero sí que la chica se preguntaba porque la actitud de su hermano era tan errática en ese aspecto.
—Solo quería alejar a esos tipejos y la idea de decir que era tu novio me pareció la más efectiva —trató de explicarse Rodrigo.
—¿Acaso crees que iban a hacerme algo malo? —dijo interrogativa Silvia, mirando a su hermano con algo de molestia.
—Sabes que de gente así no te puedes fiar —repuso el hombre con claridad.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en el rostro de su hermana, lo cual, le desconcertó un poco.
—Esos tipos estaban comiendo de la palma de mi mano —comentó ella muy avispada—. Se encontraban ensimismados mirándome, como si fuera la primera vez que viesen a una chica en bikini. Créeme, esos no me iban a hacer nada.
Tras decir esto con alevosía, Silvia cogió de la nevera portátil una botella de agua fresca y bebió a caño. Un poco de agua cayó en pequeños regueros de su boca, mojando su cuello y pecho. Rodrigo apartó la mirada al ver como se estaba empapando, dejando su piel más brillante e intensa de lo que ya estaba. Prefirió tumbarse sobre la esterilla, esperando dar una pequeña cabezada y olvidarse de todo por un rato más. Pero su hermanita no parecía estar por la labor.
—Oye —le llamó en ese mismo instante, mientras tenía los ojos cerrados.
—¿Qué quieres? —preguntó él algo molesto.
—¿Acaso piensas tomar el Sol de esa manera?
Cuando escuchó aquello, abrió sus ojos de par en par y se incorporó, sin entender a que venía esa pregunta.
—¿Pero se puede saber qué es lo que pasa con como tome el Sol? —Su voz indicaba que ya se estaba empezando a hartar de aquello. A veces, Silvia se volvía un poquito impertinente.
Ella mostró un gesto de contrariedad al escucharle, pero siguió hablando como si nada.
—Mira como tienes la piel tío —le señaló—. Está muy colorada. Como sigas tomando el Sol sin protección, te puedes quemar y todo.
—Tampoco es que eso me preocupe —comentó Rodrigo jocoso—. No es que la piel sea algo importante para mí.
Silvia puso cara de desagrado al oír esto. Se percibía preocupada por la forma en la que miraba a su hermano y esto, fue algo que sorprendió al hombre.
—No digas tonterías. Por cosas como la que acabas de decir, pueden empezar los canceres de piel —le advirtió ella con claridad. Parecía un médico mientras hablaba y eso que ella estudió Marketing—. Déjame que te ponga algo de crema protectora.
La sorpresa que se llevó Rodrigo al escuchar esto último fue mayúscula. Después de pedírselo antes con amabilidad y ser rechazado, ahora ella se ofrecía encantada. Todo resultaba surrealista a estas alturas. Vio cómo su hermanita se levantaba con el bote en las manos y se dirigía a donde estaba él.
—Hazte a un lado para que me siente —solicitó apremiante.
—Vale, vale —dijo Rodrigo mientras se sentaba y se echaba a un lado.
Ella se colocó a su derecha y cuando la tuvo tan cerca, sintió su corazón retumbar fuerte. No era la primera vez que ambos se hallaban a tan corta distancia, pero esta era una ocasión demasiado incómoda. Silvia le iba a poner crema por su piel, por todo el cuerpo y eso, le puso nervioso. La miró. Estaba tan próxima y bonita. Era un encanto de mujer y si él era sobreprotector con ella, Silvia también lo era a su manera. Siempre estaba pendiente por si necesitaba algo o de que hiciera bien las cosas. Si él evitaba que saliera con tipos peligrosos o pervertidos, ella vigilaba que hiciera bien todo en su vida, desde llevar puesta de forma correcta su ropa a saber cómo relacionarse bien con otra chica. Siempre habían estado los dos para todo lo que se necesitasen. Era una relación especial y simbiótica.
—Venga, deja que te la extienda —dijo la hermana, presta a hacerlo.
Una vez se había echado crema en las manos y se había frotado entre estas, llevo ambas al pecho de Rodrigo y comenzó a extenderla sobre este. Cuando el hombre sintió aquellas suaves manitas, parecía que fuera a derretirse. Tenía que aguantar, aunque se puso bastante tenso. Silvia no se percataba de nada. Tan solo se limitaba a extender el potingue por el torso de su hermano, tocando sus abdominales con fruición.
—¡Jope hermanito! —exclamó con sorpresa—. ¡Estás en muy buena forma!
—Gracias —contestó alterado Rodrigo.
Las manos subían y bajaban por su cuerpo. Iban de su pecho a su barriga y volvían a ascender de nuevo en un movimiento constante y ordenado. Rodrigo no es que tuviera un cuerpo 10, pero no hacía mucho se había apuntado a un gimnasio con un colega y estaba poniéndose en forma, aunque tampoco es que quisiera acabar como un culturista. Más bien quería ganar más fuerza y resistencia que buscar desarrollar de manera exagerada su musculatura. Pese a eso, le emocionaba que su hermana se sintiese maravillada por su cuerpo. Aunque más que emocionarle, lo que hacía era excitarlo. Mucho. Notaba su polla bien dura bajo el bañador y sabía que ya debía formar un más que evidente bulto. Esperaba que Silvia no quisiera echarle crema en las piernas. Como se diera cuenta del estado en el que se hallaba, se podía montar una buena.
—Anda, date la vuelta, que te voy a dar por la espalda —le pidió su hermana.
Sin mucha queja, se movió para que la chica pudiera darle por detrás. Sintió sus frías manos recorrer su espalda y esa sensación de frescor le gustaba mucho. Pero lo era más por el hecho de ser su Silvia quien se lo hacía. Y por ese motivo, habían venido a la playa aquel día. Pasaban juntos poco tiempo, debido a sus trabajos y compromisos con amistades, así que el poder ir ese sábado por la mañana a la playa, le parecía algo maravilloso. No pretendía ligar con ella ni nada por el estilo, pero siempre estuvieron unidos y echaba en falta su compañía. Tener pequeños momentos como este, solo eso. Aunque, a veces, desearía que fueran más cosas.
—Ves tonto, no es para tanto —le dijo al oído, haciendo que se estremeciese—. Si está resultando agradable y todo.
Continuó con su pequeño masaje a su espalda y hombros como si nada, pero Rodrigo estaba a punto de reventar. Como siguiera de esa manera, aunque todo fuera casual, era evidente que no podría resistir por mucho que luchase. Pero debía de aguantar. Solo un poco más.
—Ahora le toca el turno a tus piernas —comentó a continuación.
Rodrigo se volvió a poner muy tenso. Si había un sitio donde no podía transitar, era por ahí.
—No, déjalo, las piernas no son tan importantes —dijo tratando de quitarle importancia al asunto—. En serio, te agradezco el que me hayas puesto crema pero mis piernas no necesitan.
Silvia se le quedó mirando como si no creyese nada de lo que le decía. Esperaba convencerla pero eso, parecía poco probable.
—¡No digas tonterías! —exclamó contundente—. Venga, deja que te eche.
—De verdad, que no hace falta —le dijo su hermano.
Empezaron un pequeño forcejeo. Rodrigo intentó quitarle a su hermana el bote de crema, pero ella se movió rápido. Este, al ver como se resistía, la agarró con fuerza de los brazos. Ante esto, Silvia emitió un pequeño chillido y movió sus extremidades a los lados, buscando zafarse. No estaban peleando, solo era un pequeño juego que tenían entre ellos. Desde niños ya se comportaban así, por lo tanto, este duelo no era nada significativo para los dos. Solo una mera disputa tonta. Sin embargo, esta pequeña pelea lo iba a cambiar todo de un modo inimaginable.
Silvia se echó encima de su hermano, haciendo que cayese bocarriba sobre la esterilla. Él miró a la chica, quien estaba preciosa con el pelo revuelto ocultando su rostro, dándole además, un toque salvaje. Sus ojitos azules se dejaban entrever entre la maraña de cabellos marrones oscuros. Podía escuchar sus leves jadeos mientras se posaba encima. Y entonces, ocurrió. La rodilla de Silvia se posó sin querer la entrepierna de Rodrigo, tocando su endurecido miembro. El hombre se inquietó al sentir ese roce, pero no por el contacto en su sensible zona, sino porque esperaba que su hermana no se hubiera percatado.
—Ah, joder.
Lamentablemente, se había dado cuenta.
Rodrigo vio cómo se retiraba de encima y se quedaba sentada justo en el filo de la esterilla, dejando que sus piernas entrasen en contacto con la ardiente arena.
—¿Así que por eso no querías que te echara en tus piernas? —dijo sin mucha sorpresa.
Tras decir esto, se levantó y fue de vuelta a su esterilla, pero Rodrigo la detuvo en el acto, cogiéndola del brazo.
—Silvia, ¡espera!
Ella se volvió cuando notó como la tenía cogida.
—¿Qué quieres? —preguntó con esos ojos azules acusándole de forma silenciosa.
—Siéntate, por favor.
Sin mucha explicación, le hizo caso y se colocó justo a su lado. Ella lo miró con impaciencia, a la espera de una buena explicación. Rodrigo no sabía que decirle. Tragó saliva, nervioso e indeciso de qué hacer ante semejante escena. Su corazón latía con mucha fuerza y copioso sudor ya recorría su piel. No tenía ni idea de que decirle y cuando volvió a mirarla, ese par de ojos azules estaban posados sobre él, observándolo de forma inquisitiva y amenazante. Al menos, eso era lo que percibía.
—Mira, lo siento —le costaba hablar, estaba muy asustado—. No era mi intención que algo así pasase, de veras. Pero ha pasado y te aseguro que estoy muy arrepentido. Además…
—Te has puesto cachondo mientras te tocaba —le interrumpió.
Se quedó sin habla y por la expresión de aseveración que su hermana le ponía, estaba claro que no había marcha atrás. El veredicto estaba dado.
—Lo siento…te juro que nunca me pondría así —se explicó con celeridad, como si quisiera subsanarlo todo—. Eres mi hermana, por Dios. Jamás pensaría en ti de esa manera.
—Pero lo has hecho.
Aquello fue como una sentencia. Ya no sabía que más sacarse de la chistera para explicarse. Silvia lo había pillado y ahora, su mente se hallaba en blanco, sin saber que otra razón dar a todo este asunto. Tan solo podía mirar con desolación a su hermana, sin saber si de verdad se lo estaba tomando bien, por mucho que aparentase estar tranquila.
—Vamos, no le des más vueltas. Eres un tío y punto. Se te ha puesto dura, es lo normal —habló ella, quitándole hierro al asunto—. Lo raro, es que te has puesto así con tu propia hermana.
Lo dijo con una ridícula sonrisa dibujada en su cara, como si no se creyera todavía lo que acababa de pasar. Sin embargo, a él no le hacía tanta gracia.
—De verdad, lo siento. No sé en qué coño pensaba.
—¡Deja ya de disculparte tonto! —gritó divertida y a continuación, se abrazó a él.
Odiaba aquellos abrazos. Eran la peor muestra de lo que deseaba tener y nunca podría conseguir. La sintió apretándose con fuerza, notando su desnuda piel contra la suya, sus brazos rodeándolo como si no quisieran dejarlo huir y, como no, ese par de magnificas esferas carnosas aplastándose entre su barriga y torso. Todo aquello lo único que conseguía era que el calor aumentase y que su polla se pusiese más tiesa y dura de lo que ya estaba. Quiso tocarla, pero corría el riesgo de estallar como una olla a presión. Lo peor, es que ella le dio un beso en su mejilla, sintiendo un poco de la humedad de su boca. Cuando se apartó para mirarlo, el único deseo que embargaba al agitado hombre era besar aquellos finos y sensuales labios. Lo ansiaba con todo su ser.
—Venga hombre, ¡no te pongas así! —dijo jovial Silvia.
Se volvió a abrazar a él y pudo sentir contra su pecho el suave pelo largo de su cabeza. Se había recostado sobre su torso y Rodrigo decidió acariciar con su mano aquel cabello tan extenso y bonito. Era liso hasta las puntas, donde estaba algo rizado y al pasar sus dedos, describía con ellos varias vueltas.
—Sí, pero ha sido vergonzoso —respondió consternado Rodrigo.
Silvia carcajeó un poco ante esto, pero a él seguía sin hacerle gracia. Estuvieron así por un pequeño rato, sin hablar, tan solo escuchando el sonido de las olas y el viento soplando. Podía sentir esa refrescante brisa sobre su piel, aunque el ardiente Sol ya comenzaba a quemarlo un poco. Tenía que haber traído la dichosa sombrilla. Pese a esto, todo estaba tranquilo y perfecto, hasta que Silvia decidió volver a hablar.
—Oye, ¿te gusto?
Esa cuestión terminó de romper la preciosa calma en la que se hallaban. Bajó su cabeza para encontrarse con su expectante rostro, ansiosa de que le diera la respuesta. Rodrigo estaba bloqueado. Si ya había sido terrible que le pillase con la polla dura, que encima le preguntase si le gustaba, era aún peor.
—¿Pero a qué viene esa pregunta?
—Vamos, solo contéstame.
Ella permanecía tranquila como si no ocurriera nada pero a su hermano le iba a dar algo.
—¿Cómo puedes preguntarme eso, Silvia? —dijo indignado—. ¡Eres mi hermana!
—Y te has empalmado. ¿Eso no te dice a ti algo?
Rodrigo quedó perplejo ante aquellas palabras.
—Silvia, te digo que fue…
—¿Qué?— le confrontó ella—. Vamos, contéstame.
Se la notaba ansiosa. Se incorporó y encaró a Rodrigo, quien retrocedió un poco al ver lo dispuesta que estaba su hermana con tal de conseguir respuestas. La tenía ahí delante, con esos orbes azules observándole con tanta atención que ya no podía soportarlo. Quería la verdad, pues la iba a tener.
—Sí, ¡me gustas! —le espetó frente a su cara—. Y sabes que, no desde hace un rato, no. ¡Desde hace años! No puedo decirte cuantos exactamente, pero desde hace tiempo me vuelves loco. Es verte y me dan ganas de… ¿Estas contenta ahora con la respuesta?
Silvia se quedó callada sin saber que decirle. De hecho, se retiró de su lado y quedó de rodillas justo frente a Rodrigo, guardando silencio mientras procesaba todo lo que su hermano acababa de decirle. Él la miró desesperado, sin poder creer lo que acababa de hacer. Ella le devolvió la mirada, con una gran incertidumbre denotándose de esta.
—¿Debes estar de coña? —preguntó incrédula.
—Ojalá lo estuviera— se lamentó Rodrigo.
—¿Desde cuándo? —fue la siguiente pregunta que hizo—. ¿Desde cuándo sientes esto por mí?
Le sorprendió lo ansiosa que estaba por conseguir una respuesta. Tampoco es que le sorprendiese. Acababa de decirle que sentía algo distinto a lo que un hermano podría sentir por su hermana. Era normal que reclamase más información. El problema es que, si se la daba, todo esto acabaría estropeando la relación entre ambos. Y eso era algo que no deseaba.
—No lo sé, vale —respondió consternado—. Simplemente pasó. A medida que ibas creciendo, me fue fijando en lo bonita que eras y de repente, un buen día comencé a soñar contigo y a sentir cosas que nunca imaginé. Cosas que un hermano no debería sentir. Pero así fue.
Silvia estaba perpleja. No podía creer nada de lo que escuchaba. A su mente regresaban todos esos recuerdos de su vida. Todas las miradas de su hermano, los abrazos y caricias, la complicidad y cariño que se tenían, esas aduladoras palabras que él solía decirle resaltando su belleza y lo mucho que la quería. Todo ahora adoptaba un nuevo cariz con aquella revelación que acababa de hacerle. Y gracias a ello, también pudo concluir por fin a que se debía el errático comportamiento de Rodrigo cuando empezó a salir con chicos. No es que la quisiera proteger del daño que estos pudieran provocarle, no. En realidad, lo hacía carcomido por los celos de verla en los brazos de otro que no fuera él. Ahora, todo tenía completo sentido.
Rodrigo la miraba desesperado, sin saber que hacer o que iba a suceder a continuación. Silvia tenía muchas opciones a mano pero para él, era evidente que se enfadaría, que le reprocharía como era posible que sintiera algo así. Quizás le insultase y se cabrearía mucho. Seguramente no volvería a dirigirle la palabra. Eso le entristecía mucho, pero sabiendo que era lo más probable, se resignó a ello. Sin embargo, su hermana no hizo nada de eso. Tan solo se quedó allí parada, como si estuviera en shock tras escuchar todo lo que le había dicho.
—Así que, estás enamorado de mí —concluyó de forma clara.
Al oír esto, Rodrigo no pudo evitar inclinar su cabeza como si quisiera evitar ocultar sus ojos de ella. Se sentía avergonzado por todo esto. Él solo se había cargado una bonita relación fraternal por estúpidos sentimientos románticos que habían surgido de repente por simple capricho. Capricho que le costaría la confianza de Silvia para siempre.
—Soy un imbécil —dijo en ese instante—. Tú y yo siempre hemos tenido una relación estrecha y afectuosa. Y ahora, yo voy y lo estropeo todo por un absurdo enamoramiento. Debes de odiarme en estos momentos. Además, con razón.
Comenzó a llorar. Nunca solía hacerlo. Él no era un niño, sino un hombre y como su padre solía decirle, ellos eran tíos duros que no estaban para sentimentalismos. Pero Rodrigo no lo soportaba más. Bufó un poco mientras más lágrimas se derramaban. Al verlo de esa manera, Silvia fue a abrazarlo con prisa.
—Rodri, pero ¿¡que está diciendo?! —exclamó impactada—. ¿Cómo te voy a odiar?
El hombre se derrumbó. Dejándose envolver por los brazos de su hermana y sintiendo su cálido cuerpo, comenzó a llorar, apoyando su cabeza en el hombro de ella. Lloró durante un rato. Sintió suaves caricias sobre su cabeza de pelo muy corto, casi rapado. Luego, vio cómo su hermana lo apartaba y entre sus manos, cogía su cara. Pudo verla, radiante y preciosa, mirándole con el mimo y calidez que solo ella pudiera profesar.
—Cariño, eres mi hermano. Jamás podría odiarte. —Su voz sonaba dulce y cercana— No es culpa tuya que sientas estas cosas. A veces, nuestros sentimientos actúan de formas que no podemos explicar.
Le secó las lágrimas con sus dedos y dejó que Rodrigo se fuese calmando. Él respiró profundo, tomando buenas bocanadas de aire para hacer que ese inmenso pesar se marchase de su cuerpo. Así, fue tranquilizándose, dejando que el nerviosismo se disipase.
—¿Mejor?
—Si.
Los dos quedaron en silencio, sin saber que decirse. Estaban muy cerca y cualquier cosa podía pasar. Rodrigo ansiaba acercase y besarla, pero era evidente que lo único que conseguiría iba a ser estropearlo todo aún más. Por ello, decidió retenerse. Silvia, sin embargo, se mostraba más afectuosa y cercana.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó de improviso Rodrigo.
Esta vez, quien se sorprendió fue Silvia. Sorprendida por la inesperada cuestión que le hacía. Y tenía razón, ¿qué iban a hacer? Ahora, se hallaban en una terrible encrucijada y Silvia no tenía ni idea de que dirección tomar. Era un momento tan sensible como importante en sus vidas.
—Tú no te preocupes por eso, vale. Ya veremos cómo salir adelante —respondió cauta.
Rodrigo quedó sorprendido ante la naturalidad con la que respondía ella. Como si no hubiera nada de malo.
—Espera, ¿cómo que no me preocupe? —habló atónito el hombre—. Silvia, te he confesado que te quiero y no de una manera normal. Y tú te lo tomas como si no fuese algo malo.
Era sorprendente. Mientras que la persona que desconocía todo se tomaba la revelación con tranquilidad y como si no fuese algo malo, quien si sabía todo aquello y deseaba que pasase más, era quien estaba indignado. Al revés de como se esperaba.
—Rodri, ¿qué es lo que quieres? —preguntó fijamente con esos ojos que lo desmoronaban—. ¿Es que deseas que te odie?, ¿que ya no te dirija más la palabra?, ¿que haga como que ya no existes para mí? ¿Es eso lo que quieres?, ¿que dejemos de ser hermanos?
Eso último no le importaría. Si no fueran hermano y hermana todo tendría solución. Pero el destino era cruel y había decidido que fuesen de la misma sangre, aunque se preguntaba si no sería eso lo que haría mayor su atracción hacia ella. Como fuere, el caso es que estaba condenado a amarla sin posibilidad de tenerla.
—Mira, es solo que esto no es normal y me sorprende que no te parezca tan…raro.
La chica sonrió ante lo que su hermano dijo. Estaban tan cerca que el simple viento podría empujarlos para que se besasen. Eso era lo que Rodrigo imaginaba y deseaba con ansia.
—Pero eres mi hermano y porque sientas estas cosas, no voy a alejarme de ti —se explicó Silvia—. Tienes razón, no es normal, pero eso no significa que quiera apartarte. No podría.
—Ya, me parece bien que no quieras apartarme, pero, ¿piensas que esto será fácil para mí?— le dijo él mientras la miraba—. Te veré todos los días, te podré abrazar y besar y ya está. Jamás podre tenerte, nunca te amaré como yo quiero.
Estaba a punto de volver a llorar. Se sentía tan débil e impotente. Silvia era su punto débil, la única flaqueza en su interior. Si hubiera una sola cosa por la que mandaría todo a la mierda, esa sería su hermana.
—Veríamos la forma de solucionarlo —respondió con esperanza mientras él divagaba—. Seguro que hay algún modo de que todo vaya a mejor.
—Silvia, no hay manera de que esto mejore —le dejó bien claro—. Solo habría dos maneras de solucionar este problema: o bien que acabemos juntos, cosa imposible, o que me aleje de ti, opción más viable.
Escuchar todo eso, dejó desolada a Silvia, quien de forma repentina, comenzó a llorar. Esa inesperada reacción por parte de ella sorprendió a Rodrigo. No esperaba que su hermana rompiese a llorar por sus palabras. Se suponía que debería de estar de acuerdo con la decisión de separarse, de echar tierra de por medio entre los dos, pero el hecho de verla así, le dejó impactado. La abrazó con fuerza. Era ahora ella quien necesitaba consuelo.
—¡No quiero que te vayas de mi lado! —dijo entre suaves gemidos la chica—. Me da igual lo que sientas por mí, no me molesta. Lo único que te pido es que te quedes conmigo.
Ambos se miraron. El rostro de Silvia estaba cuajado de lágrimas. La veía tan frágil e indefensa, pero a la vez, tan llena de deseo y amor. Rodrigo no sabía qué hacer. Por su cabeza pasaban tantas cosas que simplemente, no tenía ni idea de cómo actuar. Así que, cuando la atrajo hacia él y le plantó un beso en su boca, supo que quizás, estaba cometiendo el peor de todos los errores.
—Rodri, ¿qué haces? —preguntó confusa Silvia cuando se separaron.
—No sé, creía que era la mejor manera calmarte.
Quedaron un poco separados, pero aún sus rostros estaban cerca. Rodrigo vio cómo pese a tener sus ojos llorosos, su hermana estaba algo más animada. No sabía que había logrado con ese beso. Por lo menos, parecía haber conseguido ahuyentar ese miedo e inseguridad que en ella había. Era el método menos apropiado, aunque surtió efecto.
Los dos se siguieron mirando sin saber que decirse. Lo cierto era que los dos se morían de vergüenza. Rodrigo no se podía creer que hubiera sido capaz al final. Silvia seguía sin asimilar que el hombre que la había besado fuese su hermano.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó otra vez nervioso Rodrigo.
Silvia se echó a reír ante la cuestión. Su risita sonaba encantadora y eso le gustaba. Como toda ella. No había nada de su hermana que le disgustase. Todo era perfecto en ella. Así que se acercó y le dio otro suave beso.
—Y ese, ¿a qué ha venido?
—A que te quiero.
Sin pensárselo, volvió a besarla. Esta vez fue más intenso, pegando sus labios con fuerza y tanteando con su lengua los suyos. La envolvió en sus brazos, apretándola con fuerza, como si quisiera dejarle bien claro al mundo que era de su propiedad y de nadie más. La acarició con suavidad, sintiendo la tersa calidez de su piel.
—Rodrig….Rodri…— intentaba ella decirle entre tanto besuqueo—. Pa..Para.
—¿Qué pasa? —preguntó con preocupación el hombre.
—Estamos en mitad de una playa, ¿te acuerdas? —resaltó con claridad—. ¿Y si nos ve alguien?
—¡Pues que disfrute! —comentó chistoso—. ¡Le brindaremos un buen espectáculo!
Iba a besarla de nuevo cuando Silvia lo paró en el acto. Eso le dejó sorprendido.
—Además, ¿no se suponía que tú no deseabas que esto sucediese porque destrozaría nuestra relación?
Aquellas palabras le sentaron como un puñetazo. Sí, no hacía ni un rato era él quien luchaba contra su deseo y trataba de separarse de su hermana por el peligro que suponía su atracción por ella. Ahora, sin embargo, se la estaba comiendo a besos sin ningún remordimiento. Resultaba muy contradictoria su actuación. Pero ya estaba harto. Fueron demasiados años luchando y resistiendo.
—Sabes, me da igual —le espetó a su hermana sin premura—. Estoy harto de luchar y todo eso.
—Muy bien conformista, ¿y yo que? —dijo ella ahora desafiante—. No tengo voz ni voto en este asunto. ¿Me vas a seguir besando sin más y no podré decir nada?
Rodrigo bufó disconforme. Se apartó de ella un poco y dejó algo de espacio para que respirasen. Ahora que se serenaba, la playa, que hasta ahora había sido un elemento secundario, volvió a recobrar su importancia. Las olas rompiendo en la orilla, el viento soplando con leve timidez, el Sol sembrando más sofocante calor, el inmenso acantilado a su espalda. Pero todo seguía solitario. Solo ella y él, además de la complicada situación en la que se hallaban.
—Entonces, nos vamos y nada de esto ha ocurrido, ¿vale? —concluyó muy enojado al final.
—¿Cómo?
—Lo que has oído —le señaló otra vez—. Nos vamos. Recoge tus cosas y de esto ni una palabra a nadie de lo que ha pasado aquí. Listo.
—Claro hombre, me besas y hacemos como si hubiera sido solo una tontería —dijo ella contrariada—. Así de fácil, ¿no?
Se llevó las manos a la cabeza. Adoraba cada cosa de su hermana, pero si tuviera que destacar algo negativo de ella, sería sin ninguna duda que lo complicase todo más de lo que ya estaba. No comprendía todavía porque razón tenía que darle tantas vueltas a las cosas. Era A o B. No había otras opciones, aunque siempre Silvia tenía que hacer las cosas más difíciles.
—Entonces, ¿qué cojones quieres? —le preguntó ya muy frustrado.
—Pues que lo hablemos hasta hallar una solución.
—¿Hablarlo? —Rodrigo no podía encontrarse más perplejo—. Silvia, llevamos toda la puta mañana hablando de este asunto. Me da que la que todavía no lo tiene muy claro eres tú.
—Hombre, como comprenderás, sigo muy impactada por el hecho de enterarme de que mi hermano está enamorado de mí. —Las palabras sonaban cargadas de sorpresa y estupefacción a partes iguales—. No creas que es algo fácil de asimilar.
Era complicado saber qué hacer. Parecían hallarse en un callejón sin salida. No tenían ninguna otra idea o alternativa para lidiar con este tema. Pero aunque lo tuviesen, no sabrían cómo afrontarlo. Pero Rodrigo, en ese mismo instante, descubrió que aún quedaba una cuestión por resolver. Una que no se había hecho pero que desde luego, resultaba evidente que tendría que haber realizado desde un principio.
—Vamos a ver Silvia —expresó mirándola fijamente a sus ojos grandes y bonitos—, ¿tú qué es lo que quieres?
Esa era una buena pregunta. Hasta ahora, todo parecía haberse centrado exclusivamente en Rodrigo, pero era evidente que Silvia era tan participe de esta historia como su hermano. Hasta ahora, ella se había visto ajena al tema, si bien le concernía tanto como a él.
—Pues no se —fue su respuesta.
Silvia se halló desolada en ese mismo instante. En su cabeza, recababa todo pensamiento sobre Rodrigo. Le quería, eso estaba claro y no deseaba ni por asomo la idea de separarse de él. Eso la destrozaría. Pero, ¿por qué? Solo eran hermanos, pero habían estado unidos desde mucho tiempo. Puede que hubiera estado con otros, pero Rodrigo era el que siempre estaba ahí cuando la necesitaba. No le molestaba que él estuviera enamorado de ella. En cierto modo, le gustaba. Y ese era el problema. En lo más profundo, también sentía lo mismo. Pero si Rodrigo lo exteriorizó y tan solo se limitó a ocultárselo a los demás, aunque no a sí mismo, ella hizo todo lo contrario. Negó aquello y trató de enterrarlo en lo más profundo de su ser. Ahora, resurgía más fuerte que nunca. Se miraron y él pudo captar su desesperación.
—Rodri, no sé qué me pasa —dijo asustada. Él la abrazó como respuesta.
—Tranquila mi vida, no tienes que hacer esto si no lo deseas. —fue diciéndolo de forma suave para que se calmase.
Se miraron fijamente, contemplándose con pasividad, recreándose el uno en el otro.
—¡Te quiero! — exclamó ella con claridad—, pero es todo ahora muy complicado y no sé qué hacer.
—Tú no te preocupes, no estás obligada a nada.
—Quiero estar contigo pero a la vez, pienso que no debería. ¡Mierda!, ¡es todo tan complicado!
Le acarició en su mejilla, mojándose los dedos con sus lágrimas. A él también se le escaparon unas pocas. No podía creerse que su hermana sintiera lo mismo que él. Era algo imposible, una cosa con la que había soñado, pero que no pensaba que fuera a hacerse real. Sin embargo, lo era, aunque ella parecía reticente a aceptarlo.
Silvia se pegó a esa mano cuando sintió la caricia y cerró sus ojos, meciéndose un poco. Estaba bien, junto a su hermano no había problemas. Le gustaba tenerlo a su lado, hablar con él, que la abrazase. Ambos se sentían muy unidos e incapaces de vivir sin el otro. ¿Era inevitable que acabasen así?
—Dime Silvia, ¿qué es lo que tú quieres?
Lo miró. Estaba nerviosa, incapaz de saber qué decisión tomar. Lo tenía justo delante. De un modo u otro, todo iba a cambiar. Por mucho que luchase contra sus reticencias, sabía lo que en el fondo deseaba. Y eso fue lo que hizo.
Sin dudarlo un ápice, besó a Rodrigo en su boca. Fue solo un piquito, algo fugaz, pero que dejó impresionado al hombre. Tras dárselo, ella le sonrió con sensualidad y encanto. Y entones, fue su hermano quien le dio el siguiente beso. Y a estos, vinieron más. Mientras no dejaban de morrearse como todo el deseo que pudiera albergar, Silvia se puso encima de él mientras que Rodrigo la envolvió con sus brazos. Ella se pegó a su cuerpo, sintiendo como su grandioso busto se aplastaba contra su torso. Era algo increíble, imposible de concebir que estuviera pasando.
Rodrigo cayó hacia atrás, lo cual divirtió a su hermana. Se quedaron levemente separados y vio cómo se reía, tan esplendida como bella. La besó de nuevo, esta vez metiendo su lengua en su boca y notó como ella lo succionaba. Mientras estaban así, sus manos descendieron hasta su delicioso culo. Con sus palmas, apretó aquellas redondas nalgas que tanto había deseado.
—¡Oye! —voceó la chica al sentir el manoseo—. Como eres tan cerdito.
—No sabes cuantos años llevo deseando esto, Silvia —le dijo Rodrigo con sus ojos clavados en ella. Sonrió y volvió a besarlo.
Continuó acariciando ese trasero tan bonito, palpando esa suave piel mientras la continuaba besando, ya no solo en la boca, sino también en sus mejillas y cuello. Degustaba el sabor salado del mar en su piel al pasar su húmeda lengua por ella. Silvia gimió y más lo hizo cuando le mordisqueó en la oreja.
—Rodri, esto es una locura —le dijo mientras se miraban—, pero me encanta.
Volvieron a besarse con ansia y mientras estaban en ello, Silvia llevó su mano hacia la entrepierna de su hermano. No tardó en notar sobre la tela el duro miembro de Rodrigo.
—Uy, ¿y esto? —preguntó con sorpresa.
—Lleva así desde hace mucho rato —suspiró el hombre mientras la presión de aquella mano lo alteraba—. ¡Tanto toqueteos tuyos y mirarte sin cesar me están dejando loco!
—Ah, si…— comentó la chica picarona.
Sin dudarlo, Silvia tiró del bañador de su hermano, quien se sorprendió de la acción llevada a cabo por ella. Miró a un lado y a otro para cerciorarse de que no hubiera nadie más, aunque si les veían, como le dijo a ella antes, les brindarían un buen espectáculo.
—Mira que tenemos aquí— dijo Silvia divertida.
La polla larga y tiesa de Rodrigo apuntaba hacia arriba, libre por fin de la prisión en la que se hallaba bajo el bañador. Silvia quedó muy impresionada al ver el endurecido miembro de su hermano y lo cierto es que Rodrigo también estaba impactado. No esperaba que fuera a crecer tanto.
—Tío, ¡está enorme! —La chica estaba asombrada por el tamaño del pene.
—Créeme, yo tampoco me creo que sea tan grande —aseveró su hermano mientras se besaban de nuevo.
La mano llegó hasta la polla y la agarró con firmeza. Rodrigo gruñó al sentir esa súbita presión sobre su miembro. Y más emitió cuando su hermanita comenzó a subir y a bajar sobre este. Ella vio, cómo al descender su mano, el prepucio descubría el amoratado glande. Inició una suave masturbación que hizo estremecer a su hermano.
—¡Joder, Silvia! —gimió Rodrigo al gozar de la paja.
—Pobrecito, siempre tan cachondo por mi culpa —dijo su hermana con voz melosa—. Creo que habrá que aliviarte.
—Si, deberías —asintió le hombre.
Con una perversa sonrisa, Silvia descendió hasta que sus labios dieron con la punta de su polla. Sin dudarlo, se la metió en la boca, haciendo que su hermano temblase al sentir aquella envolvente humedad. Con su ágil lengua, comenzó a lamer y chupar el gordo glande, disfrutando del salado sabor del pene de Rodrigo, más salado por el líquido preseminal que por haber estado bañándose en el agua. Acompañando con suaves movimientos de su mano, le ofreció al hombre una maravillosa mamada.
Tras un poco así, sacó la polla de su boca y con su lengua, lamió el enhiesto tronco de abajo a arriba, dejando brillantes estelas de saliva tras de sí. Un suspiro salió de la boca de su hermano mientras este cerraba los ojos. Respiraba desacompasado, gozando de la especial atención que Silvia le estaba dando a su aparato. Ella no cesaba de darle besitos y lamidas por todas partes. Incluso, se atrevió a mordisquear el glande, cosa que le encantó a Rodrigo. Contenta de ver como él disfrutaba con todo aquello, bajó hasta sus huevos, los cuales lamió y acto seguido, engulló. Primero el izquierdo, luego el derecho. Rodrigo no cabía en su gozo.
—Dios mío Silvia, ¡eres buenísima! —El hombre temblaba con cada mordisquito que ella le daba en sus testículos—. ¿Has chupado muchas?
Le divirtió que le hiciese esa pregunta. Mirándolo con sus preciosos ojos azules, decidió responderle.
—No demasiadas, pero si las suficientes para saber cómo hacer gozar a un hombre.
Sin más miramientos, se metió el pene de su hermano casi entero, llegando a notar la punta rozar en su campanilla. La notaba grande y poderosa en el interior de su boca y eso le gustaba muchísimo. Su cabeza comenzó a subir y a bajar, ofreciendo una perfecta succión sobre el miembro que traía más placer. Rodrigo llevó sus manos al pelo de Silvia, pero no para forzar el movimiento succionador de su boca, sino tan solo para acariciarlo. Era lo más le gustaba a su hermana y de hecho, así era. Silvia se sentía bien dejando que su hermano tocase su melena, que la masajease. La relajaba mucho. Como respuesta, enrolló su lengua alrededor de su polla y rozó sus dientes contra el miembro, haciendo que el hombre gimiera con más fuerza.
—Silvia, llevaba tanto tiempo deseando que esto ocurriera —expresó con los ojos entrecerrados.
Se sacó la polla, dejando que algunos hilos de saliva cayesen de esta y miró provocativa a su hermano, meneando su mano para darle más placer. El hombre cerró los ojos y gruñó apretando los dientes. Le encantaba ver como lo tenía.
—¿Te vas a correr? —preguntó con picardía.
—¡Sabes que sí! —le respondió él desesperado.
—Um, ¿me darás mucha leche? —volvió a preguntar, esta vez juguetona.
La miró a sus hermosos orbes azulados, tan brillantes como intensos. Sin dejar de mirarlas, sintió como la boca de su hermana engullía de nuevo el tieso mástil que era su polla, hasta que sus labios chocaron con sus pubis. Gimió mientras sentía las fuertes succiones y el constante deslizamiento de su miembro por aquella gruta húmeda y caliente. Llevó las manos de nuevo a su cabeza y acarició con mesura ese pelo largo y oscuro. Cerró los ojos mientras bufaba como un toro embravecido y finalmente, ocurrió.
Silvia notó en su boca como la polla de su hermano sufría varios espasmos y se movía errática. Miró como este cerraba sus ojos y emitía un sonoro gemido al tiempo que una potente riada de pegajoso y cálido semen impactaba contra su paladar. Ansiosa, Silvia se sacó media polla y la agarró con su mano para pajearla e ir acompañando cada corrida. Sintió cada chorro derramándose en su boca y ella se lo tragó sin dudarlo, disfrutando del empalagoso y salado sabor. Poco a poco, la cantidad de leche expulsada comenzó a disminuir hasta que finalmente, todo terminó.
Rodrigo dejó escapar una bocanada de aire y aspiró otra poca más. Su cuerpo fue relajándose, abandonando la tensión que había experimentado al correrse. No era la primera vez que le chupaban la polla, pero esta había sido la mejor. No solo por lo bien que lo hacía Silvia, sino porque además, era ella quien se la estaba haciendo. Su amada hermana, a la que había deseado por años. Al fin, el sueño se había hecho realidad.
—¿Qué?, ¿sabe bien? —preguntó a la chica, expectante de su respuesta.
Ella chupeteó la polla, recogiendo el poco semen que aún quedaba en la punta y luego se levantó para colocarse encima de él y besarlo con deseo. De su boca, probó el sabor de su propio esperma, algo que jamás había hecho. Y a pesar de eso, le parecía interesante.
Estuvieron chupándose con sus boquitas por un pequeño rato hasta que Rodrigo llevó su mano a la fina braguita del bikini. Al pasar por encima de la tela, notó humedad impregnándola. Miró a su hermana, quien apretó los diente, algo avergonzada y algo excitada.
—Vaya, ¡sí que estás mojada! —exclamó el hombre—. ¿Es por lo que hemos hecho?
Le había encantado. Sentir aquella polla dura en su boca y mamarla hasta que se corrió, soltando ardientes ríos de semen, fue una experiencia única. Además, fue la primera vez que un hombre no la guiaba u obligaba a hacer lo que él quisiera. Era increíble que fuese su propio hermano quien la dejase a su libre albedrío para que hiciese a su gusto. Eso era lo que más le gustaba. Que era su hermano. Y quería más de él.
Volvieron a besarse con intensidad y Rodrigo, ya sin poder soportarlo, llevó sus manos a ese par de tetas que tantas ganas tenía de tocar. Las acarició por encima del sujetador, sintiendo los pezones duros y enhiestos gracias a la excitación. Sus lenguas se arremolinaron y sus alientos se envolvían mientras el hombre palpaba esas dos maravillas. Tras separarse, hundió su boca en el cuello de su hermana y fue descendiendo hacia sus pechos. Aun con el bikini encima, besó estas y pasó su lengua. Era tal el ansia que no podía resistirlo más. De hecho, su polla se estaba poniendo dura de nuevo.
—¡Rodrigo! —gritó la chica con fuerza, estremeciéndose ante cada caricia y beso.
El hombre llevó las manos a su espalda y deshizo el cierre que ataba el sujetador para acto seguido, retirar este, tirando hacia arriba para deslizarlo por la cabeza de la mujer. Al fin, las perfectas tetas blancas de Silvia, coronadas con un rosado pezón cada una, quedaron descubiertas.
—Tienes unas tetas preciosas —dijo Rodrigo.
Llevó sus manos de nuevo a esos senos que los llamaban como la miel a un oso y los palpó. Sentía su dureza y suavidad. Con sus pulgares, rozó sus pezones, tiesos y duros, haciendo que Silvia gimiera. Y más lo hizo la chica cuando su hermano decidió comenzar a besarlos y lamerlos. Ella se estremecía con el paso de la correosa lengua de una teta a otra, notando como la cálida humedad las impregnaba. Pero cuando Rodrigo mordisqueó el pezón, succionándolo después, eso hizo que se derritiera. Fue de uno a otro, chupando y degustando aquella deliciosa mama, percibiendo su carnosidad. Tenía a su hermana a punto de caramelo. Así, fue como una de sus manos volvió hasta su entrepierna, buscando ese rinconcito húmedo. Al tocarla, ella se estremeció de nuevo, temblando aun con mayor intensidad.
—¡Joder, si esto parece un manantial!— dijo muy impresionado.
—¡No aguanto más! —exclamó ella, cada vez más excitada.
Decidido, metió la mano por dentro de la braguita y acarició su vagina. Este era un mar de fluidos que se derramaban por toda su palma. Era increíble lo mojada que estaba la chica. Con sus dedos, comenzó a tocar con mayor sensibilidad ese coñito. Abrió sus labios, acarició el aterciopelado interior, adivinó las formas del prominente clítoris. Y fue al tocar ahí, donde notó que su hermana estaba a punto de venirse. Viéndola cada vez más intensa, tocó con mayor ahínco.
—Rodri, ¡me corro! —gritó con fuerza.
Verla convulsionar fue un espectáculo único. Sus ojos cerrados, su boca abierta, dejando al descubierto su blanca dentadura, todo su cuerpo contraído y alzándose al son del éxtasis, el poderoso grito que emitía. Era algo tan hermoso y único. Cuando por fin el orgasmo finalizó, Silvia se dejó caer sobre su hermano. Tenía la mente en blanco, ida. Se notaba débil y frágil. Él la sostuvo con sus fuertes brazos y la atrajo.
—¿Estás bien?— preguntó con voz preocupada.
—Hacía tanto que no tenía un buen orgasmo.
Esas palabras sorprendieron a Rodrigo. Miró a su hermana, quien aún seguía algo atontada y le surgieron algunas cuestiones.
—¿Cuánto hace que no tienes sexo? —preguntó.
Silvia, al oír esto, se le quedó mirando sorprendida, sin saber que responderle. Esa expresión e incredulidad le divirtió a Rodrigo pero él quería una respuesta, así que la azuzó a hablar. Reticente, decidió contestar.
—Hace ya seis meses, desde que rompí con Juan. —Le miró avergonzada al decirle esto. —. ¿Y tú?
—Un año —respondió él sin más.
—¿Tanto? —Los azulados ojos de Silvia se abrieron de asombro al escuchar esa cifra.
Rodrigo asintió afirmativamente.
—Coño, pues no me extraña que anduvieras desesperado por pillar cacho —comentó burlona.
—Claro, estaba subiéndome por las paredes —aseguró él—. Pero también lo estaba porque te quería a ti.
La agarró y empezó a comérsela a besos. Silvia echo a reír ante la inesperada reacción de su hermano. Ambos se besaron con dulzura y entonces, Rodrigo se levantó.
—¿Qué haces? —preguntó con sorpresa la chica.
—Levanta un momento —le pidió Rodrigo.
Haciéndole caso, se puso en pie. Vio como Rodrigo extendía de nuevo la esterilla, algo revuelta por todo lo que habían hecho, quitándole algo de la arena que había caído. Luego, fue por la otra y la pegó al lado de esta, poniendo un filo por encima de otro para que estuvieran bien pegadas.
—Acuéstate encima.
Hizo caso a su orden y se tumbó bocarriba. Luego, él se colocó encima de ella.
—¿Qué pretendes? —preguntó divertida.
—Dime una cosa, ¿te han comido tu coñito alguna vez?
Haciendo memoria, recordaba que su primer novio si le chupaba su cosita. De hecho, lo hacía muy bien y, por ello, se lamentaba de haber roto con él. No solo porque le tuviera cariño, sino porque los mejores cunnilingus fueron los suyos. El resto de hombres con los que había salido eran muy torpes o estaban demasiado borrachos como para hacerlo.
—Uno, pero hace tiempo, en mi adolescencia —fue su respuesta al final.
Rodrigo le sonrió. Esa expresión le sorprendió. Era evidente lo que le iba a hacer, pero no entendía tan raro gesto.
—¿Qué? —preguntó nerviosa.
—Tranquila, solo era curiosidad —le dijo con complicidad—. Ahora, déjame todo a mí.
Decidió relajarse. Hacía mucho que no le practicaban sexo oral, por lo menos, desde que tenía quince años y por ello, estaba algo reticente. Pero confiaba en Rodrigo, pese a que desconocía si sería bueno o no en ello. Por tanto, respiró profundamente y dirigió la mirada hacia su hermano, quien a haba descendido hasta sus piernas.
Palpó con suavidad aquellos torneados muslos y recorrió la parte baja hasta los tobillos. Tenía poca arena encima, así que no la tenía que limpiar. Sin mayor demora y notando la escrutadora mirada de Silvia, Rodrigo procedió a quitarle las braguitas. Lo hizo con un movimiento suave y elegante, tirando de estas con delicadeza hasta sacárselas por los pies. Tras esto, la hizo abrirse de piernas y así, pudo contemplar el precioso coño de su hermana.
—¿Qué te parece? —le preguntó ella con cierto reparo.
—Increíble —dijo el hombre maravillado ante lo que veía—. Es perfecto, una obra de arte.
No tenía pelos y, aunque Rodrigo no tenía reparos ante la presencia de vello púbico, debía de reconocer que con todo despejado, podría devorar esa maravilla con mayor facilidad. Con los labios semiabiertos y un pequeño torrente de flujo cayéndole, la vagina de Silvia se mostraba como una joya única y perfecta. El clítoris se adivinaba esplendido sobresaliendo de los múltiples pliegues. Sin dudarlo, el hombre decidió lamer toda aquella exquisitez.
—¡Oh, Dios! —blasfemó con ansia Silvia ante el primer lametazo.
Con gula, la lengua de Rodrigo recorría el coño de su hermanita primero de arriba a abajo para luego pasar a describir círculos, palpando los labios externos e internos de la vagina. Silvia gritaba, sintiendo su cuerpo tensándose mientras aquella correosa lengua la devoraba sin piedad. El placer era increíble y le estaba encantado.
El sabor de ese coño inundaba su boca. Rodrigo no podía creer que Silvia soltase tantos flujos y estaba encantado de poder complacerla de esta manera. Era lo que siempre había soñado, algo que por fin, se estaba cumpliendo.
—No pares, Rodri. No pares —le decía la muchacha entre gemidos.
Un súbito gritito puso en alerta al hombre. Golpeó el clítoris con la punta de su lengua y eso, resultó mortal para su hermana. Silvia empezó a convulsionar sus caderas al tiempo que arqueaba su espalda. Un gran calor emanaba de su entrepierna y se extendía por su cuerpo. Era el orgasmo, llamando a su puerta. La chica se corrió sin premura, gritando con fuerza y contorsionándose varias veces. Rodrigo vio cómo su rostro era golpeado por una oleada de fluidos vaginales que le dejaron empapado. Aun impresionado por esto, se tragó los que pudo, sintiendo ese exquisito sabor amargo en su paladar.
Poco a poco, Silvia fue recuperándose, aspirando aire para alimentar a sus maltrechos pulmones, algo abotargados por la euforia orgásmica padecida. Mientras ella descansaba, Rodrigo fue besando su ingle y la cara interna de su muslo derecho.
—¿Mejor?
Ella asintió en respuesta. Él se rio un poco.
—Chica, he de reconocer que cuando te corres, lo haces con potencia —comentó divertido—. ¡Casi me ahogo!
—Lo sé —expresó ella con algo de vergüenza—. Soy muy intensa con mis orgasmos.
Rodrigo besó de nuevo su coñito y no tardó en volver a lamer.
—Espera, ¿otra vez? —preguntó alborotada.
—Tú déjame —le pidió su hermano. Viendo su franqueza, le dejó.
Con suavidad, Rodrigo sorbía su clítoris y lo lamía. Fue lento, sin prisas, concentrando su atención en la abultada prominencia, dándole un trato especial. Silvia cerró sus ojos, gozando de aquella comida de coño que su hermano le hacía. Y fue, si cabe, mejor que la anterior. Puede que Rodrigo se demorase por 10 minutos, pero las sensaciones que la chica experimentó, hacía años que no las sentía. Cuando tuvo su orgasmo, fue mucho más tranquilo y sereno que el anterior. Una vez acabado, Rodrigo regresó arriba, siendo él esta vez quien le dio de probar a Silvia el fresco sabor de su vagina al besarla.
—¿Te ha gustado?
—Muchísimo.
Se besaron con mucho deseo. Rodrigo empezó a restregar su dura polla contra la barriga de su hermana mientras agarraba con sus manos esas deliciosas tetas que ya ansiaba comerse otra vez. Se miraron con deleite y entonces, se lo dijo.
—Silvia, quiero follarte.
Cuando escuchó aquello, la expresión de su rostro cambió de forma repentina. De estar alegre y feliz, pasó a la preocupación y de ahí, al miedo. Rodrigo se percató de ello enseguida y quiso explicarse, pero ella no le dejó.
—Eso…eso, no puede ser —habló para decepción de él.
—Pero Silvia, te deseo —intentó explicarse desesperado—. Es lo más ansío en estos momentos.
—Rodri, no podemos.
La situación volvía a presentarse desoladora para ambos. Ya que por fin habían dado el paso, ya que habían reconocido la atracción y amor que sentían entre ambos, ahora todo volvía a golpearse contra el muro de la férrea realidad. Muro que Rodrigo deseaba derribar para siempre.
—Silvia, no voy a discutir contigo si esto de follar entre hermanos es correcto o no —le dejó bien claro—. Ya hemos llegado muy lejos y sabes, te quiero. No deseo solo acostarme contigo y ya está, quiero compartir tan bello momento contigo como si fuera el último y que signifique lo mejor para ambos. Felicidad, amor. Pero si te niegas, no sé qué voy a hacer.
Miró a su hermana con miedo. Miedo a perderla. No quería que se alejase. Se suponía que lo habían reconoció, se amaban. Y otra vez, vuelta a empezar. Así no quería vivir.
—Rodri, no es eso —respondió algo entrecortada Silvia.
—Entonces, ¿qué es? —El hombre se hallaba desconcertado por completo.
Recelosa, la chica parecía no querer decírselo, como si le diera miedo ver su reacción al contárselo. Reuniendo fuerzas, acabó hablando.
—No tenemos condones —comentó con floja voz y temerosa—. Y no… quiero quedarme embarazada.
Al oír esto, el hombre se sintió estúpido, estúpido por ser capaz de pensar en lo peor. La abrazó con fuerza y le dio un gran beso en su mejilla antes de acabar dándole otro en su boca.
—Cariño, jamás me arriesgaría tanto —le dijo con firme seguridad—. Una cosa es que quiera acostarme con mi hermana, pero jamás la dejaría preñada. Todo tiene un límite.
Se sentía aliviado, aunque viendo la reserva de Silvia a tener sexo, veía que las posibilidades de echar un polvo, disminuían. Mirándola con cierto reparo, decidió tantear el terreno por si acaso.
—Entonces, ¿nos vamos a acostar o no?
Cuando escuchó esa pregunta, Silvia le devolvió una mirada que denotaba clara negación.
—Pero, ¿tú has visto cómo estoy? — dijo el hombre enrabietado—. La tengo muy dura. Venga, será rápido. Tal como estoy.
Ella negó con la cabeza categóricamente.
—Me saldré de dentro de ti antes de correrme.
—Claro, ¡y así me dejas perdida de semen! —le reprochó—. Además, da igual si te corres dentro o fuera, el líquido preseminal contiene esperma, me dejarías embarazada de todas maneras.
Estaba desolado. La negativa de su hermana era clara.
—¿Y qué hacemos?
—Por mi estoy satisfecha, así que…
La mirada que le lanzó Rodrigo dejaba bien claro que iba a tener que correrse de algún modo. Sea como fuere, pero de esa playa no se iría sin descargar. Notando lo desesperado que estaba su hermano, ella decidió acercarse a él y le comenzó a acariciar el cimbreante miembro.
—Podríamos hacer una cosita— le comentó con voz melosa.
—¿Qué cosita? —preguntó enturbiado el hombre mientras ella acariciaba con lujuria su polla.
—Un 69.
Dicho y hecho. Rodrigo se tumbó bocarriba y su hermana se puso de él, de forma invertida. Cuando sintió sus tetas aplastándose contra su barriga y sus afilados pezones arañando la piel, el hombre supo que iba a tocar el cielo.
—¿Listo? —preguntó su hermanita.
—Cuando quieras —respondió él.
Silvia engulló el miembro sin previo aviso, haciéndole estremecer. Mientras gemía, llevó sus manos al increíble culo que tenía sobre su cabeza. Palmeó las prietas nalgas con sus manos y contempló el mojado coño. Sin dudarlo, llevó su lengua hacia este y comenzó a lamerlo. Muy pronto, aquel apartado rinconcito de la playa comenzó a llenarse de ahogados gemidos e intensos gruñidos.
Mientras su hermana devoraba con ahínco su polla, Rodrigo no dejaba de lamer su vagina tan húmeda y cálida, recorriéndola con su lengua del clítoris hasta el agujerito de su vulva.
—Oh Rodri, ¡que lengua tienes!— gimió tras sacarse la polla de su boca y agarrarla con una mano para pajearla—. ¡No pares!
—Pues tú sigue chupándomela, ¡joder! —le alentó él.
La chica volvió a su intensa labor, tragándose el endurecido mástil al tiempo que su hermano introducía su lengua en su húmedo coño. Sentir esa lengua fuerte y pulsante adentrándose en su interior, hizo que Silvia se corriera con excitante rapidez, llenando el rostro de Rodrigo en el proceso.
—¡Sigue, por Dios, sigue!
Sin control, los dos amantes devoraban sus respectivos sexos sin piedad, buscando ver quien se correría antes. Rodrigo sustituyó su lengua por su dedo corazón, perforando el conducto vaginal de su hermana, el cual, estaba más estrecho de lo que esperaba. Su imaginación voló al ver su polla dentro de tan cálido túnel, aunque de momento, estaba muy bien en la boquita de Silvia. Mientras seguía torturando a su hermanita con sus dedos, Rodrigo consiguió que bajara un poco más sus caderas, permitiéndole acceder a su lindo ojete, deseoso de lamerlo con desesperación. Su lengua comenzó a horadar tan pequeño agujero y eso lo único que trajo fue que los gritos de la chica se intensificasen. Paso a paso, la puntita fue adentrándose en aquel nuevo conducto, hasta ahora inexplorado incluso para la propia Silvia. Todo ello, junto con su dedo metido en su vagina y los otros masajeando el clítoris, llevaron a la chica a otro inexorable orgasmo.
Tras sentir su cuerpo agitarse y su vagina estallar, Silvia quedó de nuevo desmadejada, sin fuerzas. No podía negar la excelente lengua que su hermano poseía y que la habían llevado al paraíso más de una vez. Estaba agotada, perdida de sudor y sin ganas de más sexo por un tiempo, pero aún tenía algo entre manos.
—¿Vas a terminar? —preguntó Rodrigo, con su cara aplastada contra su culo.
Sin tiempo ni para decir si, la chica comenzó a chupar, lamer y succionar aquella linda polla. Le gustaba mucho. De hecho, para ella era la mejor que había tenido nunca. No solo por lo grande y bonita que era, sino porque se trataba de la de su hermano. Ese al que tanto quería, al que deseó en más de una ocasión. Ahora estaba en su poder y ninguna mujer (u hombre, que nunca se sabe) se la arrebataría. Y le iba a dar mucho placer. Se la pasó por la cara, chupó la punta, lamió el tronco con fruición y cuando se la tragó entera por segunda vez, se tragó toda la corrida que su hermano expulsó encantada.
Tras descansar un poco por todo el placer liberado, que los había dejado a ambos para el arrastre, Silvia se quitó de encima y buscó su bikini, el cual se puso de nuevo. Rodrigo se colocó su bañador, satisfecho y libre por todo lo sucedido. No solo por el sexo, sino porque por fin, había arreglado todos sus problemas con su hermana. Se había acostado con ella, sí, pero también le había confesado lo que sentía y eso, era más liberalizador que cualquier otra cosa.
Juntos, recogieron todo y pusieron rumbo al coche, teniendo que subir por el empinado camino. Silvia se agarró a Rodrigo, como siempre, pero ahora, una sonrisa cómplice en cada cara les acompañaba. Ya arriba, el hombre se volvió para mirar desde ahí la playa, que seguía igual a como la había visto al principio de esta mañana. Pero no, todo había cambiado. Aunque ese trozo de playa siguiera igual, todo había cambiado. Eso se repetía.
—¿Me ayudas o vas a quedarte ahí por todo el día? —preguntó Silvia desde la lejanía.
Con rapidez, volvió a su lado y la ayudó a meter todo en el maletero. Una vez bajó el capo, ella le obsequió con una preciosa sonrisa como agradecimiento. Se fijó en que no se había puesto su vestido. Iba tan solo con el bikini negro. Como tuviera que hacer el camino de vuelta así, las probabilidades de sufrir un accidente eran mayores de lo eran antes. Silvia se fijó en como 0al miraba y se explicó.
—Es para los polis.
—Claro, si nos paran para ponernos una multa, tú les enseñas un pezón y nos dejan ir.
Ambos se echaron a reír ante el ocurrente comentario. Una vez terminaron, un leve silencio se creó en el ambiente. Uno algo incómodo. Se miraron, pero enseguida apartaron sus ojos, como si sintieran miedo y pesadez al observarse. Al final, fue Silvia quien decidió hablar.
—¿Subimos?
Rodrigo recuperó algo de su consciencia y le dijo que sí. Ya dentro, se abrocharon los cinturones y pusieron rumbo de vuelta a casa.
Por debajo del límite de velocidad permitido y sonando un insidiosa música de reggaetón, que más bien sonaba a mezcla de maullido de gato viejo y taladro destrozando el parqué, Rodrigo podía ver la increíble fila de coches que se había formado en el otro lado del andén. Por una vez, se sentía aliviado de haber salido más temprano de lo normal. Siguieron su camino hasta dejar el atasco bien atrás y con ello, el “arranca, toca, frena y claxon”. Por una vez, él no era quien tenía que hacerlo.
Siguieron su camino sin más problemas. No hablaban mucho, pese a todo lo que habían pasado, no parecía que tuvieran que comentar mucho. Sin embargo, tras todo lo que habían pasado, más les valía hablar. De hecho, eso era en lo que Rodrigo no dejaba de pensar.
Miraba de vez en cuando a su hermana, tan tranquila observando el paisaje, sin quitarse de su cabeza que es lo que les pasaría a continuación, que harían tras todo lo que habían hecho y se habían dicho. Todo se había transformado ahora en un remolino dentro de su mente y amenazaba con succionarlo, llevándolo hasta un profundo abismo sin fin. El miedo lo devoraban por dentro y, a raíz de esto, pegó un fuerte frenazo.
—¡Coño tío!, ¿pero qué te pasa ahora? —preguntó agitada Silvia. Cuando vio como estaba Rodrigo, el mal humor se le pasó.
—No puedo más, Silvia. No puedo más —repitió antes de derrumbarse.
—¡Rodrigo, cariño! —exclamó la chica con sorpresa—. ¿Qué te pasa?
Antes de que dijese nada, la chica lo abrazó con fuerza, dejando que de nuevo se desahogase. Acarició su cabeza y comenzó a besarlo por todo su rostro, esperando que sus labios actuaran como bálsamo para curar su dolor. Funcionó. Rodrigo se calmó y Silvia le pidió que apartase el vehículo de la carretera para hablar. Una vez hecho, ella fue quien habló primero.
—A ver, ¿qué es lo que pasa?
Rodrigo la miró impotente. Ahora que ya la tenía por fin para hablar, se quedaba en blanco y mudo, sin saber que decirle. Al notar la penetrante mirada de la chica, ansiando que le hablase, supo que no podía demorarse más. Y habló. Para bien o para mal, lo hizo.
—Tengo miedo —confesó recalcitrante. Su hermana no perdía detalle de lo que decía, bien atenta—. Miedo a perderte. Lo que nos ha pasado hoy ha sido maravilloso, pero ahora, me pregunto qué va a ocurrir y eso, me hace sentir inseguro y temeroso.
Silvia sabía a qué hacía referencia, pero su respuesta fue abrazarlo de nuevo, tratando de calmarlo y disipar su miedo.
—Te amo —continuó Rodrigo—. Eres el amor de mi vida, pero sé que no podemos estar juntos. Jamás podremos.
La miró desolado, como si supiera que ya la había perdido. La chica, como única respuesta, le dio un profundo e intenso beso. Uno que duró por un minuto, por lo menos. Cuando ella se apartó, Rodrigo la miraba boquiabierto.
—¿Por qué coño eres tan fatalista? —replicó la chica con enojo—. Si te dije que no te quería apartar de mí, iba muy en serio. Y tú, sigues dándole la vuelta a las cosas para llevarlo a la peor situación.
Ahora Rodrigo sí que no entendía nada pero lejos de querer intervenir, prefirió que Silvia continuase.
—Rodri, yo también te quiero —dijo con tierna voz—, y si piensas que lo vamos a dejar, te equivocas. Tú de mí ya no te separas. Eres mío y de nadie más.
—Pero, somos hermanos. ¡Hijos del mismo padre y de la misma madre! —exclamó horrorizado el hombre, aun alucinando por lo que escuchaba—. Si la gente se enterase, sería nuestro fin.
—¿Acaso le vas a decir a los demás que te has liado con tu hermana, capullo? —Se notaba por su voz lo frustrada que estaba con él—. Ya somos adultos y sabemos lo que nos conviene. Frente a otros, fingiremos ser la pareja normal de hermanos, pero en nuestra intimidad, las cosas serán distintas.
Estaba alucinando, incapaz de creer lo que Silvia le decía. Hasta no hacía mucho, era él quien deseaba estar con su hermana, pero concluyó que eso era imposible y ahora, era ella quien le proponía un plan, la que debería estar poniendo pegas y escandalizarse con todo aquello.
—Entonces, todo seguirá como ahora —concluyó—. ¿Y dónde nos vamos a ver para nuestros encuentros sexuales?
—Bueno, ya sabes que a papá y mamá les gusta salir mucho por ahí, ¡así que tendremos muchas tardes, noches y fines de semana libres! —Se la percibía entusiasmada con lo que decía—. Y si no, pues alquilamos una habitación de hotel o podemos venir a la playa o adonde queramos. Ya somos mayorcitos. No tenemos que pedir explicaciones nadie.
Era convincente todo lo que decía y estaba de acuerdo en todo. Pero había algo aún sin resolver, y era si esto sería a largo plazo o tan solo algo inmediato.
—Todo eso está muy bien —expresó con claro convencimiento—. Pero, ¿qué pasa después?, ¿cuándo seamos más mayores? ¿Seguiremos con esto o nos iremos con otras personas?
Silvia se quedó sin habla al principio. Si decían que ella le daba vueltas a las cosas más de lo necesario, lo de su hermano demostraba que aquello era de familia. Se acercó a él y sin dudarlo, le dio otro beso.
—Cariño, si quiero estar a tu lado, es por siempre.
—¿En serio? —preguntó esperanzado Rodrigo.
— ¡Pues claro!
Se besaron, llenos de felicidad. Rodrigo era incapaz de creer que una sola mañana todo hubiera cambiado, pero así había sido. Su hermana le amaba y deseaba estar a su lado por siempre, sin importarles donde y cuando se hallasen. Solo querían estar juntos, eso era lo que necesitaban saber. Ya más calmados, Rodrigo decidió poner en marcha el coche y salir de allí.
Ahora, se les presentaba un camino repleto de dificultades y peligros. Deberían ocultar a su familia y amigos su relación, deberían vivir ese romance entre las sombras y hacer todo lo posible para que no se descubriese. Sería duro, complicado y a veces, desearían que tirar la toalla, pero si estaban el uno al lado del otro, seguirían adelante.
Mientras seguían su largo camino de vuelta a casa, ella apretó su mano contra la suya. Sentir esa fuerza le dio mayor confianza y ánimo. Todo saldría bien, de un modo u otro.
—Eso sí, como otro día vengamos a la playa y no te traigas la sombrilla, te puedes despedir de este cuerpazo.
La miró. Estaba muy colorada. Por poco y no acababan quemándose los dos tras todo lo que habían hecho. Si, lo anotó bien en su cabeza. No se le olvidaría la próxima vez. Esperaba.
Nota: Esta historia la publiqué el año pasado y me h estado planteando la posibilidad de hacer una segunda aprte. i os interesa, hacedmelo saber por los comentario.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.