Un día de playa
Cuando Ramón encontró al pequeño Marcelo y lo rebautizó como la nena Mar.
Un día de playa
Se estaba de maravilla en ese chiringuito. A la sombrita, con un tinto de verano en la mano, mientras el sol castigaba la arena, y el mar cantaba en la orilla, casi lamiendo el murete de cemento que daba base al sitio donde estaba sentado.
Veía a la poca gente que había al sol, Jugar, reír, nadar … En fin, ser feliz por unos momentos.
Pero casi toda la gente estaba a un lado del chiringuito. Mientras que el otro lado prácticamente estaba vacío. Y esto era porque era zona nudista, me dijo el camarero.
Al cabo de un rato, una discusión rompió el idílico momento. Un niñato, discutía con el camarero en la barra.
– ¡Le digo que tengo dieciocho años! Como puede ver no tengo bolsillos en el bañador, Con lo que no he podido traer el DNI.
– Lo siento chico. Pero si no me demuestras que eres mayor de edad no puedo servirte alcohol.
– ¡Pero si es sólo una caña! – Decía el pequeño con voz dulce y aflautada.
La verdad es que mirándolo atentamente no parecía que tuviera la edad que decía. Era rubito, con el pelo semi largo y revuelto, delgado salvo por un culo respingón, redondo y rotundo aunque no gordo; parecía que tenía pechitos, Pero eran más sus desarrollados pezones, más que el volumen de sus mamás, lo que daba la apariencia de que los tenía. Cuando miro hacia atrás, vi que su carita enfadada, era bonita, sus ojos almendrados, verdes, de largas pestañas, nariz chatita y gordos labios, que le hacían parecer aún más niño.
Cuando posó su frustrada mirada por mi sitio, le hice una discreta señal invitándole a venir, y el, ni corto ni perezoso, aprovechando el envite le dijo al camarero:
–¡Hombre! Mira tú. Ahí está mi tío. El podrá decírtelo…– y se vino a media carrera hacia donde yo estaba sentado. No dejé de percibir tanto su sonrisa traviesa como el contoneo de caderas que llevaba al correr: era una chica en verdad. –¡Hola tito! Menos mal que estás aquí– y en voz baja añadió mientras me estampaba sendos besos: Sígueme el juego y te debo una. Soy Marcelo .
– ¡Hola Mar! ¿Qué te pasa sobrinito?
– Nada tito, que me he dejado la documentación en la toalla y este señor no se cree que tenga 18 años.
– Pero hijo, el cumple con su deber– dije para empatizar con el camarero que ya estaba próximo. La verdad es que el nene de cerca era como una niña, y una niña guapa.
– Disculpe usted– dijo el camarero– pero la ley…
– ¡Naturalmente! Ha hecho usted bien– contesté– Pero no se preocupe que le aseguro que mi sobrino tiene 18, aunque su aspecto aniñado engañe. Traiga unas cervezas. Y unas gambitas a la plancha.
– ¡Marchando, jefe! – respondió contento– ahora mismo.
Cuando se alejó de la mesa Mar sonrió más ampliamente y giro los ojos pícaramente.
–¡Caray!– dijo en voz baja–¡Que par de marrulleros somos!. Pero no debes preocuparte porque es verdad que tengo los 18– me dijo poniendo una mano en mi muslo, un poco más arriba de lo conveniente.
– ¡Más me vale! Si no voy a la cárcel de cabeza…jajaja.
– No creo…pero si fueras yo iría sin dudarlo a llevarte tabaco– y su mano se movió algo más hacia arriba por mi muslo– …y al bis–a–bis…jajaja.
–¡Vaya!– exclame algo azorado por el descaro del señorito.
– ¿Te sorprende que sea tan descarado? – preguntó con la punta de su lengua asomando un poco por la comisura de sus rollizos labios, haciéndole parecer aún más femenino.
–Bueno…un poco si, en eso estaba pensando– conteste algo nervioso por la excitación.
– Verás. Me gustan las sorpresas, las situaciones morbosas y los hombres maduros. ¿Por qué te habrás dado cuenta de que me gustan los hombres, no?– me dijo y acarició con la yema de sus dedos por encima de mi bañador la incipiente erección que ya tenía en marcha.
No pude contestar pues en ese momento vi llegar al camarero con las consumiciones. Comenzamos a hablar de cosas insustanciales y pedimos más bebidas y más comida.
Tras una hora o así, Mar estaba algo achispado y, al igual que yo, muy excitado. Sus manos volaban por debajo de la mesa agarrando, acariciando, estirando..., no se le notaba ninguna erección, al contrario que a mí, que la tenía a reventar. Pero sus pezones parecían que iban a explotar de lo erectos e hinchados que estaban.
– ¿Qué te parece si nos vamos yendo hacia la toalla…a tomar el sol? – Preguntó apretando mi polla.
– Uf! Sí, pero no sé si podré andar así por la playa– dije señalando el bulto de mi entrepierna. Como respuesta me la agarró más fuerte unos segundos y la soltó de golpe.
– A mí me encanta... pero tienes razón. Voy yo delante y me sigues cuando te calmes un poco. ¿Ok?
– Ok, vale.
Se levantó, me dio dos sonoros besos en las mejillas, pero muy cerca de la boca, y se marchó, moviendo ese culazo, caminando por la arena hasta unos cientos de metros del chiringuito, en el lado vacío de la playa, es decir, la zona nudista. Lo vi estirar la toalla, colocar una sombrilla amarilla a ras de arena, quitarse el bañador, hacer una señal con él en el aire hacia mí y tumbarse boca abajo.
Yo pedí la cuenta, pagué, terminé mi bebida y, más “calmado”, me fui hacia donde había visto tumbarse al nene.
Cuando llegué y lo vi tumbado, lo primero que percibí fue ese precioso culazo, carnoso y brillante de aceite de coco, destacando además un ano redondo y tan abierto que parecía mirarme. Menos mal que no había nadie cerca, pues se me puso dura de nuevo al instante.
El levantó la vista y me hizo una señal para que me acomodara a su lado en la gran toalla.
Me arrodillé frente a él, con la sombrilla amarilla a mi espalda, me quité el bañador y mi polla salió como un resorte y mis huevos quedaron colgando, muy cerca de esa boquita que tan mamona parecía.
– ¡Uff!– resopló Mar– ¡Vaya pedazo de polla!
Estiró su manita y me agarró de los testículos, sobándolos con maestría.
– Quédate así– me dijo. Se incorporó, miro a un lado y otro y, al no ver a nadie ni cerca ni lejos, se metió un buen trozo de verga en la boca. Gemía y succionaba, tiraba de mis huevos y cada vez desaparecía más rabo entre sus gordezuelos labios.
– Esto es por lo de antes, la que te debía– dijo entre chupada y chupada, haciendo unos deliciosos ruiditos de mamona, mirándome a la cara mientras lo hacía.
Mi polla es más bien grande, de unos 22 centímetros de largo, y bastante gruesa, en su parte más ancha unos tres dedos de hombre adulto. Pero Mar se la tragaba entera sin ahogarse; notaba como se deslizaba por su boca, cuando la succionaba, hasta su garganta, como tragaba un buen pedazo por ella, con mi capullo por delante y como movía su lengua en el movimiento de salida. Era una mamada perfecta.
En un momento dado me vi empujando mi carne en su boca, follándomela, mientras mi mano empujaba su nuca, y mis huevos, cuando su mano los dejaba libres, golpeaban su barbilla.
No resistí mucho, al poco comencé a correrme dentro de su boca explosivamente. No solo no rechazó mi explosión de espesa lefa, sino que se tragó del tirón todo lo que pudo y lo que no, un poco en realidad, le salió por la comisura de sus labios.
Cuando terminó de tragar leche ruidosamente, se sacó el rabo de la boca y se lo paso por la cara, rebañando el semen que por allí había y lamiéndolo directamente de mi glande. Me la dejó limpia y reluciente, se pasó lascivamente la lengua por los labios y me dijo:
– Ahora puedes tumbarte tito.
Así lo hice, cayendo a plomo en la toalla y nos quedamos dormidos casi al instante, cogidos de la mano, su cuerpito pegado a mi costado.
Pasado un buen rato noté como unas manos, húmedas y frescas, me acariciaban suavemente el pecho y abdomen.
– ¡Despierta, dormilón!¡Que el sol te va a cocinar si te descuidas! – me decía Mar untándome de protector solar.
– Tú tienes la culpa... jajaja– reí– ¡Que rico masaje!
– A ver si tiene el efecto que busco y me das tú el “masaje” que yo quiero.
– Ah… ¿Y qué efecto buscas?
Acercó sus labios a mi oído y dijo:
– Jejeje…que se te ponga gorda a reventar de nuevo y me la metas por el culo hasta que vayan a entrar los huevos– mientras decía me agarró el cipote apretándolo con fuerza y pajeándolo de arriba a abajo.
Ya lo tenía como un misil, apuntando al cielo, y el, a un costado, seguía de rodillas aplicándome sensualmente protector por los muslos con la otra mano. Aproveché y le cogí del culo. El me lo dispuso más a mano y comencé a magrearlo y a introducir mis dedos en su dilatado y elástico ano.
– Me lo he lubricado– me dijo, y mis dedos comprobaron que así era entrando con facilidad hasta mis nudillos.
Gimió y aún saco algo más el culo hacia mí para que los dedos le entraran más profundamente. Yo le estiraba el esfínter y le colaba tres dedos bien adentro.
– ¡Qué bien te entran!¡Cómo se abre! Creo que mi polla cabrá bien entera a pesar de lo gruesa que es….
– ¡Sí…uhmmm… toda entera!¡Quiero que me lo folles y me hagas tu putita! – dijo mientras movía el culo de lado a lado, gozando de la follada digital– ¡Fóllame!
– Uhmmm… si, voy a follarte como a una vulgar zorra. Pero aquí no.– Saqué mis dedos de su lubricado y abierto ano– vamos al coche.
– Ok– me contesto con voz dulce y apocada, poniendo los morros como haciendo pucheros.
Nos pusimos los bañadores, recogimos los bártulos y nos dirigimos hacia la arboleda que hacía las veces de parking playero. Allí, bajo la sombra de un gran árbol y rodeado de setos, estaba mi amplio 4x4.
Lo desbloqueé con el mando, arranqué el motor y puse el aire acondicionado. Luego salí y le abrí la puerta trasera a Mar invitándole a entrar con una ligera reverencia. Me guiñó un ojo con picardía y, contoneándose como una putita, se dispuso a entrar.
Conforme pasaba a mi lado le cogí del culo y de un empujón lo tiré sobre el asiento trasero quedando con medio cuerpo dentro, pero con sus suaves y torneadas piernas fuera. De un solo movimiento le bajé el bañador y me saqué la polla del mío.
Aceptando contento mi ruda caricia me miraba excitado por encima de su hombro, y al ver mi rabo en posición de ataque se dispuso a ser follado con aquiescencia, abriendo con sus manitas su gordo culo y ofreciéndole a mi polla su ano abierto y ansioso. Apunté con mi gordo capullo a la abierta entrada y de un solo empujón le metí la mitad de mi polla en su recto.
– ¡Ay, cabrón, que gustooo!
Le metí y le saqué rápidamente ese trozo de carne, venosa e hinchada, hasta que noté como su segundo esfínter se relajaba y dilataba, momento en que aproveché para clavársela entera hasta el fondo. El nene gimió mudamente y yo noté los espasmos de su corrida.
–¿Te ha gustado, putona?
–Ummppff– dijo nada más retorciéndose y moviendo su culo en torno a mi rabo. Yo seguí con un lento folleteo, con toda mi verga hasta que sentí una de sus manitas agarrándome los testículos.
–¡Déjala dentro, porfi!– me suplico con una dulce vocecilla– Quiero sentirme llena, como una nena complacida y sometida al rabo de su amo…
Yo le complací y el siguió masajeándome los huevos con mi pollón bien metido en su culo, mis pelos púbicos rozando su ojete en sus leves movimientos circulares. Al poco sentí el placer que precede al orgasmo y con las manos le abrí a tope las nalgas, me iba a correr cuando el soltó mis huevos y dijo con voz ronca:
– ¡Fóllame a tope!¡Llena de leche mi culo de nena! ¡Folla, cabrón, folla!!
Y comencé a follármelo con fuerza, con toda mi carne, mis bolas golpeando su perineo, mis manos agarrando con fuerza sus glúteos, y comencé a correrme en sus entrañas.
–Mi amor, que bien me follas. ¡Que pollón más gordo tienes! ¡Dámelo todo, dame bien fuerte! ¡Quiero ser tu puta! ¡Tu zorra más guarra, a la que usas cuando te place!.– decía eso y otras lindezas, entre lágrimas y babas. Le pincé los pezones con fuerza, chilló de gusto, y terminé de correrme mientras sentí que el también lo hacía.
Saqué mi rabo, pegajoso y baboso de lefa, le tiré de los pelos y se lo acerqué a su boca mamona:
– Ven aquí putona… chupa mi polla hasta dejarla limpia y brillante– le dije mientras me acomodaba en el asiento, cerraba la puerta y empujaba, sin resistencia alguna, su cara hacia mi rabo y se la metía en la boca.
Mar cogió mi morcillona polla y dio cuenta de cada cuajarón, charco o resto de semen que encontró diseminado por mi rabo, huevos o vientre. Incluso me lamió los muslos y el ano.
– ¿Lo hago bien, tito?– me preguntó entre sonoros chupeteos– ¿Soy una buena mamona?
– Lo haces de maravilla– contesté extasiado.
–Si tu quieres, a partir de ahora, seré tu chica, tu nena, tu guarrita, y tu serás mi macho, mi amo, mi cabrón, que me folla cuando le viene en gana y que me uses como a tu verdadera puta…
– Así lo hare, putita. Y para mi vestirás de nena siempre, y serás Mar, ya no Marcelo. Saldremos por ahí tu vestida como corresponde a una chica formal, pero en la intimidad vestirás como puta.
– ¡Ay, si mi amor! Esa es la ilusión de mi vida. Esa y ponerme tetas. ¿Te gustaría que me pusiera unas buenas mamas? – dijo apretando sus pezones delante de mi cara.
– Me encantan tus pezones, así como están, pero debe ser una delicia verlos montados en un par de gordas tetas. Así que tetas tendrás, yo te las pagaré…
– ¡Ay, tito, que alegría! Veras que bien lo vamos a pasar– me dijo llenándome de besos– ¿Soy yo o me parece que se te ha puesto dura otra vez?.
– Estoy seco de leche, pero mi rabo aún no se ha percibido…
– Pues no desaprovechemos la ocasión, mi culo siempre tiene hambre.
– Pues empieza tu labor de puta y dame gusto con tu ano, siéntate encima guarrona.
Con un gritito de alegría soltó de su mano mi polla se puso en cuclillas sobre ella y frente a mí, y se lo clavó de golpe y entero en el recto.
–¡Aarrgmmnng!– exclamó– ¡Que rica la tienes!
Y comenzó a subir y bajar por todo el tronco de mi rabo, desde el nacimiento de mis huevos hasta que parecía que salía mi glande, ahí paraba un segundo y se volvía a clavar de golpe todo. Fue dando sentadillas constantes mientras yo le pellizcaba, estiraba, chupaba y mordía esos pezonazos que tanto placer le daban.
–¡Sigue así…síi…así…cerdo…que gustazooo!
– ¡Guarra, que gusto me das con tu culo! ¡Sigue follándote, putona, sácame la poca leche que le quedan a mis huevos!
– ¡Sí, sí… no pares de pinzar mis tetas!¡Hazme daño, cabrón! ¡Tira bien de mis pezones, guarréame…!
MI polla salía y entraba hasta el fondo, sin impedimentos. Echó su manita atrás y me agarró de los huevos.
– ¡Estos huevos son para mí, solo para mí! – me dijo besándome con pasión en la boca.
– ¡Que te crees tú eso! ¿Crees que esta polla es para sólo una puta? – le contesté tirándole del pelo hacia atrás– La compartirás con otras, y le darás placer a quien yo te diga, eso es ser una puta y tener un amo. ¿Eres una puta?
– ¡Sí, sí, soy tu puta y tu mi amo! Daré placer a quien me pidas, pero solo seré tuya.
– Así me gustan a mí las putonas, sumisas y complacientes…
–¡Fóllame como a una nena de verdad, amor!– dijo entre besos.
La cogí en volandas y la deposité boca arriba en el asiento con suavidad. Ella, porque a partir de ese momento ya era ella, se retorció voluptuosa abriendo sus piernas y ofreciéndome su ano y separando las nalgas con las manos con una sonrisa lasciva.
– Vamos, amorcito, fóllate a la guarra de tu sobrina…
No me hice esperar. Me coloqué de rodillas frente a su ano, se lo lamí un poco y lamí también sus testículos y su pollita, provocando grititos de sorpresa y placer, puse sus pies en mis hombros y, con la ayuda de su mano, le metí lentamente la mitad de mi polla en el culo.
Me tumbé sobre ella y la besé, y así plegadita debajo de mí, comencé a follármela despacio y profundamente. Al rato liberé sus piernas, que se enlazaron en mi cintura, y sujeté sus manos sobre su cabeza con una de las mías, como si estuviese atada. Con la otra acaricié su cuerpecito de putita, y ella se retorcía de placer.
Le fui dando despacito y profundamente, sacando toda mi verga y volviéndola a meter entera y hasta los huevos, con una cadencia calmada pero fuerte.
Ella gemía y temblaba debajo de mí y parecía que su culo pedía más y más.
– ¡Nunca me había follado así de bien! – dijo entrecortadamente.
– Porque no solo te estoy follando: te estoy haciendo el amor. Lo mejor para mi nena, para mi putita…¿Por qué eres mi putita, no?
– ¡Sií! Quiero ser tu sobrina putita para siempre. Me vestiré de nena como a ti te guste y te ordeñaré la polla hasta dejarla seca cuando me la pongas a tiro..
Sentí entonces que su recto se contraía y comenzaba a correrse. La volteé para que quedara encima de mí y le dí unas palmetadas fuertes en las nalgas a lo que ella reaccionó con placer mientras se corría en mi vientre.
Cuando terminó quedó tumbada encima mientras yo le acariciaba el pelo y la espalda. Al ratito le dije:
–Ahora saca la polla de ese culo de zorra y lame la leche que has derramado y la poca que saldrá de mi rabo.
– ¡Sí, tito! – contestó disciplente.
Salió mi rabo de su culo y se volteó poniendo el suyo frente a mi cara y comenzó a lamer su semen mientras me pajeaba suavemente. Yo jugaba con su dilatado y abierto ano mientras sentía su lengüita lamer mi vientre, acercándose a mi polla centímetro a centímetro. Al cabo de un rato, con mi glande dentro de su boca, siendo succionado y chupado con oficio, me corrí escasa pero placenteramente en su garganta.
Cuando acabó de tragar leche, me dio unos besitos y con una sonrisa de oreja a oreja se acostó a mi lado, acariciándome y diciendo con suavidad:
– Mi tito, mi amo, mi macho…