Un día de mi vida (1)

Un día como el que cuento lo vivo casi semanalmente. Este fue un poco excepcional por las circunstancias concurrentes.

Voy a contaros mi día de hoy: miércoles, 28 de enero de 2004.

Ya me advirtió ayer mi jefe, lo llamaré Ferrán, que hoy tendría que "tratar" con un grupo de clientes de "excepción".

Cuando mi jefe dice de alguien que es un cliente "excepcional" ya se que me toca follarlo. Pero dijo un grupo, y las veces que me ha tocado esa labor he terminado francamente jodida, y nunca mejor dicho.

Ferrán es bastante cabrón y se regodeó cada vez que le pregunté cuantos constituían el grupo. No le sonsaqué nada.

Ayer tenía cita con un yogurcito de 22 años, presa a la cual, una mujer como yo de 43 no puede renunciar de ninguna manera. Y menos cuando mi actual compañero, Mariá, está ausente por más de tres meses y sin perspectiva de regreso hasta julio.

El yogurcito, además de serlo, era un buen follador y cuando se fué de mi casa, a las tres de la madrugada, me había dejado seis orgasmos indescriptibles pero el cuerpo un tanto extenuado. Por eso cuando sonó el despertador y recordé que hoy tenía faena, el mundo se me vino encima.

Estuve tentada de llamar a Ferrán y decirle que estaba con una regla muy copiosa y dolorosa y que no podría acudir al trabajo. Pero recordé que el maldito hijoputa lleva la agenda de mi menstruación con mayor rigor que las de sus citas.

Me repasé el depilado del pubis, algún pelito rebelde ya que me he sometido a varias sesiones de fotodepilación pagadas como gastos de representación de la empresa (desgravables). ¡Eh! No piensen equívocamente. En la factura no consta ese concepto. Pone ramo de flores.

Mientras arrancaba los pelitos con la pinza de depilar cejas consideré -como siempre- que el anillo de mi clítoris era excesivamente grueso y ancho y me estaba provocando deformación e insensibilidad en mi preciado garbancito. Pero Ferrán no cede en su empeño. Ni aceptó que me lo pusieran en el capuchón o en los labios ni quiso ver otros modelos el día que me llevó al piercing. Él, erre que erre, en el clítoris y muy grande y muy gordo. Eso si, no pagó oro. Titanio y vas que chutas.

Otrotanto pasó cuando me llevó a las sesiones de tatuaje. El anagrama de la empresa que luce mi riñonada justo encima de la raja del culo, y las cenefas laterales que se extienden por mis glúteos, me parecen horteras y exageradas. Lo mismo que los rótulos tatuados en mi pubis y sobre mi pecho izquierdo respectivamente.

El primero dice "Siempre a su servicio", y el segundo "Chupe sin reparo". Obviamente poco refinados y excesivamente largos. Encima el estúpido que me tatuó en lugar de escribir "Siempre a su servicio" puso "Siempre a su sevicio", con lo cual no estoy segura de si el cabrón de Ferrán quiso que escribiera "sevicia" y el tipo no lo entendió o es que fue un descuido. El caso es que mi coño esta al sevicio de quien lo vea.

Pero qué se puede esperar de un albañil como Ferrán, venido a constructor millonario y corruptor de funcionarios. Tendríais que conocer a su esposa. Parece salida de un burdel.

Estaba segura que hoy haría un mal trabajo. Dormir solo cuatro horas, con agujetas de las posturas que me hizo adoptar el yogurin, los agujeros más que usados, aunque insólitamente no presentaban demasiada evidencia de ello, y el cerebro bastante romo por el alcohol, predecían un desastre.

Pero no podía dejar de acudir. Ferrán me había prometido 200.000 euros si el trato salía adelante. Intentaba conseguir que dos alcaldes de municipios contiguos aprobasen un plan de recalificación de terrenos a urbanizables tras que el propietario nos los vendiese a precio de rústicos.

Uno de los alcaldes era de Concordancia y Unidad y el otro del Partido Público. Mejor hubiera sido los dos del mismo. La negociación se prometía cruda. Pero lo peor es que Ferrán no me había dicho cuantos ni qué cualificación tenían lo respectivos séquitos. Normalmente, en estos casos de prevaricación, cada edil se hace acompañar de dos personas: Concejal de Hacienda y Concejal de Urbanismo.

Eso me hacía prever que debería follarme a seis tipos, siempre y cuando Ferrán no se inmiscuyese. Demasiado para mi molido cuerpo. Un desastre, seguro.

Me miré en el espejo preocupada por mi aspecto. No era tan malo. Parece que los orgasmos rejuvenecen. Mis gordas tetas, siempre bastante mórbidas, seguían manteniendo al frente las extensas aréolas marrones y sus gordos pezones. El vientre, pese a mis dos partos, se mostraba firme y plano mientras no me pusiese boca abajo. Las nalgas seguían consistentes, los muslos acordes con ellas y las piernas, aunque quizá demasiado robustas, seguían siendo atractivas. Ni pizca de grasa, celulitas o manchas en la piel. Y mi cara jovial como siempre. Eso me reanimó un rato. Solo hasta que me agaché para ponerme las medias y noté las punzadas de las agujetas.

¿Quién me mandaría a mi prestarme a que el yogurcín me follase durante un cuarto de hora el ano apoyada sobre mi cuello y con el culo arriba?. ¡Qué imprudente!.

Salí de casa vestida con mi uniforme de combate: Traje chaqueta en gris austero de profesional del derecho, quizá, para buen observador, la falda algo corta. Y debajo, la blusa crema bien abrochada, pero el sujetador negro de media copa, el tanga igualmente negro de ínfima tela y las medias de rejilla con ligas a medio muslo. En el bolso, dos cajas de condones de 12 unidades cada una, ... intranquila por si fueran pocos.

A las nueve empezó la reunión y, como estaba previsto, estaban los dos alcaldes, sus esperados dos concejales y un asesor jurídico por cada uno de ellos más una atractiva secretaria mulata. Los arrollé con mi destreza en la interpretación de las leyes que afectaban al asunto y mi conocimiento de la jurisprudencia existente.

Me tuve que contener para no disculparme e ir al baño para desabrochar mi blusa y empezar a revelar mis tetas, ya que la mesa me impedía exhibir mis piernas. Tengo ese problema. Cuando me siento en ventaja tengo tendencia a ser exhibicionista.

Pronto me di cuenta de que no conocía ninguno de ellos la ley de bases de régimen local, ni la de contratos de las administraciones públicas, ni sus propios planes de ordenación territorial, ni tenían interés en ello. Solo querían llegar a negociar su comisión. En vista de ello los conduje a aceptar unas condiciones tan beneficiosas para mi empresa que jamás hubiese esperado alcanzar. Dadas mis precarias condiciones física y mental, el logro me pareció un regalo del cielo o un golpe de suerte como nunca me imaginase: 200.000 euros por cuatro horas de verborrea.

Se negoció casi todo, y lo que yo preveía que se extendería hasta esta tarde, quedó acordado antes de las catorce horas.

Ferrán encargó una comida espléndida en un restaurante cercano donde se charló distendidamente. Tras el café y unas cuantas copas que aumentaron mi entorpecimiento, los concejales y los asesores jurídicos abandonaron la mesa con diversas excusas. Quedamos Ferrán, los dos alcaldes, su secretaria y yo.

Volvimos al despacho de Ferrán para terminar unos cuantos detalles y anotar las cuentas corrientes donde se ingresarían las comisiones de la operación, que por supuesto eran de un banco de las Islas Caimán. Concluido el negocio hablo Ferrán.

  • Bueno señores. Disfrutemos ahora de nuestras putitas.

Mientras, sacó de su bolsillo el grueso anillo de plata con su nombre, que me colocó en el pulgar derecho. Eso significaba, entre nosotros, que a partir de entonces dejaba de ser su eficiente abogada y adoptaba el papel de su puta viciosa.

  • Jorja: Haznos un streap tease como tu sabes.

Mientras se sentaba en su butacón llevándose de la mano a la secretaria de los alcaldes y sentándola en su regazo. Los alcaldes se arrellanaron en un cómodo sofá.

Comencé mi actuación que me sale muy bien, aunque esté mal que lo diga yo misma. Exhibirme es algo que cada vez me priva más. Según avanzaba mi desnudez advertí como se levantaban las braguetas de los alcaldes. Ferrán daba buena cuenta de la secretaria, llamada Inés, que estaba buenísima. Tenía ya las lolas fuera y Ferrán se las estrujaba y chupaba sin ninguna piedad.

  • Ferrán, que puta más buena tienes. Dijo el alcalde de CiU. Veo que está casada, lleva alianza.

  • No, no está casada, está divorciada. Pero me gusta que conserve su alianza. Da más morbo. Además es como si estuviera casada, vive con un tipo llamado Mariá.

  • ¿ Y el tipo ese sabe que hace de puta?

  • Si. No le importa. Deben gustarle los cuernos. Hay tipos así.

Yo ya me desprendía de las bragas y los alcaldes quedaron encantados con mi chumino depilado y el descomunal anillo del clítoris brillando en el vértice de la raja. Me hicieron un gesto para que me acercase más y gustosamente les enseñé mi monte de Venus mientras me acariciaban las nalgas y los muslos.

Abrí bien los labios para que examinasen a gusto y después comencé a meterme el dedo en la vulva y sacarlo húmedo de los jugos, que ya comenzaba a destilar, para después meterlo en mi boca. En un momento dado, el alcalde del PP tomó mi mano y llevó el dedo a su boca para saborear mis caldos.

Me di la vuelta y me incliné separando mis glúteos para que examinaran bien el otro agujero, que también procedí a penetrar con un dedo mientras con los de la otra mano mantenía separados los labios vaginales.

Poco a poco, ante el entusiasmo de los ediles, fui metiendo más dedos en mi ano hasta tener los cinco estirando mi esfínter. En esa postura podía ver como Ferrán había desnudado ya a la bonita secretaria y le estaba trajinando la vulva con su habitual grosería.

La chica no debía tener más de 25 años y advertí que su anular derecho lucía también una alianza. Parece que a los ediles también les iban las casadas. A lo largo de la tarde me enteré que, efectivamente, estaba casada y tenía un niño de tres años. Al contrario que mi compañero Mariá, su marido no sabía de estos trabajos "especiales". Me confesó de que a pesar de que las primeras veces le dio vergüenza y se sintió humillada, ahora le estaba tomando gusto a ser puta eventual, además de las buenas recompensas que obtenía de sus jefes. Ella era funcionaria de uno de los ayuntamientos, pero su trabajo "ocasional" lo prestaba igual para uno que para otro de los alcaldes.

Noté como uno de los alcaldes retiraba mi mano de mi entrada trasera y, antes de poder impedirlo, me metió todo el puño adentro provocándome un gran dolor. No tuve más remedio que quedarme quieta para impedir que me rasgase el esfínter, si no, le hubiera pegado una patada en los huevos.

El cabrón de él se reía a carcajadas con el otro. Ferrán les advirtió:

  • No seáis bestias, a ver si me vais a estropear a la puta.

Pero no manifestó más interés porque ya tenía el rabo metido en el coño de Inés y eso requería toda su atención.

En un momento dado, y mientras los alcaldes seguían con el cachondeo y hacían comentarios soeces sobre mi postura e inmovilización, me armé de valor y lanzándome hacia delante bruscamente me desembaracé de la presa sufriendo un fuerte dolor y lanzando un buen aullido que sobresaltó a todos.

Con gran malestar me senté enfurruñada en otra butaca dispuesta a terminar con la juerga. Los alcaldes se quedaron un poco cortados y Ferrán les sugirió que me pidiesen perdón mientras se hacía proporcionar una mamada por la chica, ya toda desnuda y ofreciendo a la vista un soberbio culazo.

Los dos ediles no estaban dispuestos a pedir perdón a una puta y se aproximaron a Ferrán e Inés con la idea de obtener satisfacción a sus enhiestas pollas, que sacaron a la luz mientras yo recogía mi ropa para irme.

La chica, sin dejar de mamar la polla de mi jefe, tomo en cada mano la de uno de ellos y se dedicó a masturbarlos. Ferrán no estaba dispuesto a compartir la hermosa chica y me detuvo insistiendo a los alcaldes que me prometieran no volver a maltratarme.

Los dos hombres prometieron portarse bien y a mi se me estaba pasando el dolor. Así que me quedé, un poco mohína, y más que nada por el temor de que se rompiese la suculenta operación, ya que Ferrán, como he dicho, es bastante poco diplomático, y perder mis 200.000 euros.

Antes de seguir bailando en pelotas, para castigarlos, me tomé mi tiempo en servirme del mueble bar de Ferrán y paladear otra copa. Por el rabillo del ojo observaba que los alcaldes no me quitaban ojo de encima y comentaban sobre mis abundantes pechos. Eso me halaga mucho y estaba dispuesta a perdonarlos.

  • El señor alcalde del PP no va a usar mi culo en castigo.

Les dije. Ese era el que me había introducido dentro todo su puño a traición. Menos más que antes yo misma me había dilatado y lubricado con mis propios jugos vaginales.

  • Mientras me dejes sobar esos cántaros y meter la verga en la boca y en ese pelado coño me vale, putita macizona.

Con la copa en una mano comencé otra vez a bailar excitantemente, acariciándome yo misma y balanceando mis tetazas, cosa que, bien se, anima a cualquiera.

Para cuando dejé la copa y comencé a acariciarme yo misma acercándome y retirándome de ellos para provocarles, oímos como Ferrán se corría ruidosamente dentro de la boca de Inés que, impávida, se tragó el semen como si fuera algo cotidiano con un desconocido. Entonces me di cuenta de que mi jefe no había utilizado condón con ella y se lo recriminé.

CONTINÚA.

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