Un día de incesto
Sonia se reune con la familia de su hermana después de siete años. Y en ese tiempo, su sobrino Cristobal ha crecido bastante.
A diferencia de otros sábados, me levanto muy temprano para preparar mi departamento. Tengo visitas. Mi hermana mayor, Marta, viene de viaje con su familia. No la he visto desde hace siete años, cuando se fue al extranjero junto a su esposo.
Me avisó hace un par de semanas atrás que tomaría unas vacaciones y que aprovecharía de visitarme. Aseo mi departamento con dedicación y, previo baño, me dirijo al aeropuerto para recibirla. No pasa mucho tiempo cuando veo aterrizar el avión. Luego de los abrazos de rigor para ella, su esposo y sus dos hijos, subimos a mi auto rumbo a casa. Durante el trayecto faltaban las palabras para relatar las historias que han vivido mientras se hallaban fuera del país. Al llegar, todos se dan largas duchas con agua tibia. El viaje fue largo y agotador. Sin embargo, después del almuerzo, nadie toma siesta. Hay muchas cosas que hacer, lugares que recorrer y el tiempo, como siempre, es un bien escaso. Marta y Sebastián, su esposo, salen a pasear por la ciudad junto a su hijo, David. "¿Y Cristóbal?" pregunté. "Él ya salió a recorrer su antiguo barrio, estaba muy ansioso y no quiso esperarnos" me respondió Marta. Quedé un tanto inquieta. Después de todo, la ciudad ya no es la misma y Cristóbal sólo tiene... 19 años. "Cuanto tiempo ha pasado" pensé. "La última vez que lo vi apenas era un mocoso de doce". Marta se da cuenta que estoy preocupada por su hijo. "Sonia, no te preocupes. Tiene dinero suficiente para movilizarse y es bastante responsable. Verás que lo encontraremos y si no, él sabrá cómo volver hasta aquí". Con esas palabras, Marta se despide y se marcha, prometiendo volver en unas cuantas horas más. Antes de eso, le presto una copia de las llaves de mi departamento, porque estaba esperando una llamada y tal vez tendría que salir. Me asomo al balcón y veo cómo la familia de mi hermana se va de paseo. "Un esposo, un par de hijos preciosos... no sabe el tesoro que tiene consigo" reflexiono mientras los veo alejarse. A veces tengo mis momentos de ternura.
Mientras termino de lavar los últimos platos, escucho que alguien golpea la puerta. Era Cristóbal. "¿Qué paso? ¿no te encontraste con Marta?". Él me responde que, a poco andar, se dio cuenta que había olvidado su billetera. "Tenía mucho calor, quise comprarme una bebida y como no tenía dinero, volví. Me voy a dar otra ducha, estoy completamente sudado". La verdad es que hacía mucho calor y la alta humedad ambiental hacía que los cuerpos no dejasen de sudar. Fue a la habitación donde habían dejado sus maletas y cerró la puerta. Volví a la cocina para terminar de guardar los platos, cuando escuché sonar mi celular, que estaba en el dormitorio. Mientras me dirigía hacia allá, me di cuenta que Cristóbal no había dejado la puerta bien cerrada. Iba a tomar la manilla de la cerradura, cuando pude ver que mi sobrino estaba completamente desnudo, buscando ropas entre las maletas. Él no advirtió nada, le daba la espalda a la puerta. "En verdad, cuanto tiempo ha pasado. Para tener 19 años, tiene un cuerpo bastante bien formado.
¿Hará ejercicios?". Un nuevo ring del celular me hizo reaccionar. "Por Dios, es mi sobrino. Mejor contesto el celular". Fui a mi cuarto y respondí. Era la llamada que estaba esperando. Mientras hablaba, me dirigí a la ventana de mi habitación, para tener una mejor recepción de la señal. Hablaba al mismo tiempo que miraba la ciudad, gris e infinita, cuando, de repente, me di cuenta por el débil reflejo de uno de los vidrios, que Cristóbal estaba en el umbral de mi cuarto, mirándome detenidamente, de pies a cabeza. Pensé voltearme, pero desistí. "No se ha dado cuenta que sé que está ahí" pensé y seguí hablando. La conversación fue un tanto prolongada y en todo momento, Cristóbal no me sacaba los ojos de encima. Termino mi llamada y, como sospechaba, veo que el hijo de Marta se aleja, con suma cautela y sin el menor ruido. Apago el celular, me senté en la cama y analizo la situación. "El muchacho no me ve desde hace siete años y puede ser que no sienta un fuerte lazo familiar hacia mí. Además, siendo hombre, no me parece extraño que tenga fantasías sexuales conmigo. Soy su tía, vivo sola en un departamento, soy joven y, modestia aparte, tengo un agraciado cuerpo. Además, debo reconocer que el chiquillo me excitó, aunque haya sido levemente".
Luego de esto, recordé que Marta me dijo que con el resto de su familia, se tomarían toda la tarde para recorrer la ciudad. Mientras escuchaba correr el agua de la ducha, decidí cambiarme de ropa. "Este pantalón no es el más sexy que tengo, mejor me pongo el vestido largo". Ese es un vestido bastante tradicional, pero que dejaba ver el escote con disimulo y buen gusto. Yo ya lo había decidido. "Lo más probable es que, después de estas vacaciones, no vuelvan en unas cuantas temporadas más. Le daré a Cristóbal algo de qué fanfarronear con sus amigos de la universidad". Al cambiarme de ropa, escucho a Cristóbal sale de la ducha y mientras se vestía, le comenté que me llamaron para una junta extraordinaria de negocios. Nada formal, pero debía ir. El muchacho no demoró en vestirse. Al salir del cuarto, ve que llevaba unas carpetas en mis brazos, supuso que con documentos. Él me siguió, en plan de abandonar la casa juntos. Repentinamente, me di media vuelta. La distancia entre ambos era breve y al tropezarme con Cristóbal, las carpetas caen de mis brazos. Me agacho a recogerlas, Cristóbal también. Por supuesto, nada fue accidental. Sabía que, con ese vestido y en esa posición, él no me sacaría la vista de mis pechos.
Y así fue. Mientras ordenaba los papeles, le digo a mi sobrino "¿te gusta lo que ves?". Inmediatamente, él me mira directo a los ojos, con una expresión de sorpresa y de no haber entendido bien, aunque sabía a la perfección que sí había entendido. "Te pregunté si te gusta lo que ves" reiteré, realzando mi prominente busto. El muchacho vio tamaños monumentos de carne, me miró a los ojos, volvió a fijar la mirada en mis pechos y dijo que le gustaba mucho lo que veía. "Seguro no es virgen, pero tampoco experimentado" pensé, por el modo de actuar de Cristóbal. Nos levantamos y, dejando las carpetas en la pequeña mesa que estaba a un lado, le invité a ir a mi habitación. Lo tomé de una de sus manos y lo llevé hasta el cuarto. Cerré la puerta con llave, sin sacarle la vista de encima a mi sobrino.
Luego, fui hasta la ventana y junté las cortinas, traslucidas desde el interior. Sin dejar de mirar hacia la calle, le pedí que me bajara el cierre del vestido. Cristóbal acata la orden. Advertí que el muchacho estaba nervioso, por el tacto de sus manos. Una vez con el vestido completamente abierto, me lo saco y quedo completamente desnuda. Lo alejo con los pies, doy media vuelta y le doy un beso carnoso a mi sobrino. Él se relajó por completo. Luego, me recuesto en la cama. Cristóbal comienza a desnudarse de manera apresurada. "Ah, ah, ah" le digo antes que de que él se me lance encima. "Puedo ver que estás listo" dije mirando su miembro erecto, "pero yo no lo estoy, así que tendrás que excitarme primero. Después te acostarás conmigo". "¿Qué quieres que haga?" preguntó Cristóbal. "Acaríciame", respondí. "Acaríciame de pies a cabeza". Él comenzó por los pies. Con sus pulgares, recorría la planta de mis pies, haciendo círculos en ellos. Sentí un placer ligero, pero acogedor. Luego, recorrió lentamente mis piernas, esas largas y moldeadas piernas, forjadas al calor de las clases de aeróbica que tomo tres veces por semana.
Cuando Cristóbal estaba por llegar a mi monte de Venus, me di media vuelta y le pedí que acariciara mis nalgas. Ese masaje sí fue estimulante para mí. Él iba a continuar hacia la espalda, pero le pedí que siguiera con el masaje en mis glúteos. Al cabo de unos minutos, le di la orden para que subiera hasta la espalda. Cristóbal recorrió mis caderas, luego mi cintura, el torso y los hombros. Estaba lista desde hacia rato, pero prefería que el muchacho terminase lo que había empezado. Finalmente, puso sus manos sobre mi cuello. Me acariciaba de manera similar a como lo hizo con mis pies. Le dije que ya era suficiente, me di otra media vuelta y le dije que se acostara a mi lado. "Yo estaré arriba" le susurré. Él asintió con la cabeza y se dispuso en la cama. Abrí el cajón del velador y saqué el envase de un preservativo, lo abrí y se lo puse a mi sobrino. Luego, me senté sobre su miembro, el cual me penetró fácilmente, ya que estaba excitadísima y mis labios estaban muy lubricados. Él quería comenzar rudo desde el principio, pero lo detuve. "Vamos a hacer esto con calma, lentamente. Confía en mí, verás que lo disfrutarás mucho. Además, tenemos toda la tarde".
Cristóbal se dio cuenta que estaba con una experta. Me tomó por las caderas y me apretaba contra de su cuerpo, dándome penetraciones largas y profundas. "Eso es exactamente lo que quería que hicieras" dije, con la voz entrecortada. Así estuvimos por unos minutos, cuando sin previo aviso, me separé, me puse en cuatro piernas y le pedí a Cristóbal que me diera sexo anal. "Esta vez quiero que sea muy duro, dame penetraciones fuertes y rápidas. Puedes sacarte el condón si lo deseas". Él se retiró el preservativo, me tomó nuevamente de las caderas y, mirando su miembro y mi ano, acercó su pene y comenzó a introducirlo lentamente. Cuando su glande ya estaba dentro de mí, introdujo el resto de su carne con gran fuerza. Yo gemí, luego di un suspiro y Cristóbal comenzó su frenético ir y venir. Gozaba la potencia del muchacho. Entre tanta exaltación, le pregunté si hacía ejercicio. Él respondió que practicaba natación desde hacía cuatro años. "Entonces, dame más fuerte, más duro" le grité. Cristóbal comenzó a darme penetraciones muy fuertes, no tan rápidas, pero más profundas. Yo ya estaba gritando como suelo hacerlo cuando estoy a punto de llegar al climax.
Y casi al unísono, ambos logramos tener un orgasmo. Rendida por el momento, me dejé caer sobre la cama, lo mismo que Cristóbal, quién quedó sobre mi espalda sin dejar de penetrarme. Él comenzó a besarme el cuello, lamer mis orejas, acariciar mis brazos. Pude darme cuenta que Cristóbal no lo hacía nada de mal, además se comportaba muy tiernamente. "¿Tienes pareja?" le pregunté. Él me dijo que se llamaba Daniela y que estaban juntos desde hacía año y medio. "Ella me enseñó a amarla, entendí que el sexo es para darle placer a la mujer. Antes, me preocupaba solamente de quedar satisfecho, ahora quiero que las mujeres con las que tengo relaciones queden completamente satisfechas". "¿Acaso le has sido infiel a Daniela?" le pregunté. "No... hasta ahora" me respondió Cristóbal. Me dejé querer un poco más y luego de unos breves minutos, le dije a Cristóbal que quería el segundo round. "Escucha bien lo que te voy a pedir" le dije a mi sobrino. Le di las instrucciones con detalle. Primero, él debía arrodillarse y luego sentarse sobre sus piernas. En esa posición y mirándolo directo a los ojos, me sentaría sobre su miembro. Luego, me echaría hacia atrás, para que Cristóbal se inclinase hacia delante. Por último, él tomaría mis piernas y las pondría contra sus hombros, de tal manera que al empujar hacia delante, me abriría de par en par. Así lo hizo y, desde el principio, gemía de placer.
Esa era una de mis posiciones favoritas. Cristóbal me empezó a penetrar muy duro y de manera insistente. En esa disposición de su cuerpo, él podía ejercer mucha fuerza sobre mí. En ese momento comenzó a volverse un tanto vulgar. "Te voy a culear hasta llenarte de semen" me dijo entre tanto ir y venir. Yo, lejos de indignarme, se excité aún más. A pesar que recordé que Cristóbal no se había colocado un nuevo preservativo, no tuve la más mínima intención de parar su goce. "Al final, hoy no es mi día fértil" pensé. Él acabó y yo estaba a punto, cuando usando mis piernas, lo empujé. Nuevamente me puse en cuatro piernas y le dije "esta vez, que no se te olvide acariciarme el clítoris cuando me estés penetrando". Dicho y hecho, él me daba penetraciones más exageradas que la primera vez, sus dedos se hacían pocos para sobar mi clítoris, hinchado de tanto placer. Con la mano que le restaba, Cristóbal pellizcaba mis pezones, duros por la excitación. No paraba de jadear y él, ya un tanto agotado, me penetraba duro, profundo y sin prisa. Al acabar, nuevamente descansamos tendidos en la cama. Luego de unos minutos, nos dimos una ducha para limpiarnos el sudor de nuestros cuerpos. Por supuesto, en el baño nos dimos buen gusto. Cual policía, puse a Cristóbal contra una de las paredes del baño. Con el jabón en mano, le recorría la espalda, luego las piernas y después, solté el jabón para agarrar su miembro y comenzar a masturbar a mi sobrino. Inmediatamente se di cuenta que él lo disfrutaba mucho y, por eso, empecé a darle una agitación muy fuerte, intensa y rápida. Parecía que le iba a despellejar el pene de tanto ánimo que le puse.
A pesar de que tanto forcejeo le provocaba un poco de dolor, él solo suspiraba y decía "más fuerte, más rápido". Cuando estaba a punto de eyacular, tomó mi mano, la sacó de su carne, se dio media vuelta y, tomándome por los hombros, me instó a arrodillarse. Yo no necesité mayores explicaciones. Tomé el miembro con ambas manos y lo puse de lleno en mi boca. Dos chupadas bastaron para que él me vaciara toda su esperma, blanca y abundante. Le lamí todo su jugo, al tiempo que le limpiaba los restos que quedaban alrededor de su pene. Al terminar, le dije que quería ser montada. "¿Acaso no te cansas?" me preguntó Cristóbal. Sonreí. Le rodeé una cadera con una de mis piernas, le insté a sujetar mi trasero y cuando lo hizo, se monté en su carne. Por supuesto, esto cansaba mucho a Cristóbal, pero lo reconforté diciéndole que, al terminar, le prepararía un buen plato de comida. "Te quiero muy vigoroso para esta noche". En ese momento, Cristóbal comenzó a preocuparse. Si seguíamos en la noche, despertaríamos sospechas. "No te preocupes, no te pasará nada malo". Yo sabía muy bien que Cristóbal no sería descubierto, porque Marta me había comentado antes de salir que, por la noche, ella y su marido irían al casino a jugar y bailar. Además, ya me había dado cuenta que la comunicación entre Cristobal y sus padres era la que se acostumbra a tener entre adultos y adolescentes: prácticamente nula. Y yo sacaría partido de esa situación.
(Continuará).