Un día de fiesta

...pero ¿de qué tipo de fiesta?

Un día de ¿fiesta?

1 – El despertar

Abrí los ojos y encontré la cara de Daniel muy pegada a la mía. Su respiración rozaba mis labios cálida y su brazo derecho reposaba sobre mi cintura. Lo miré sin moverme tanto rato como quise. Me encantaba disfrutar de su belleza y de su calma mientras descansaba. Era temprano y no quería despertarlo, pero hay un algo que siempre nos dice "te están mirando", que le hizo abrir los ojos despacio. Al encontrarse mi mirada clavada en su rostro, sonrió. Le sonreí también y le besé.

Buenos días, amor – dijo entre dientes - ¿Ya estás despierto?

Hace tiempo, cariño – le dije -; te observaba, te contemplaba.

Abrázame, Tony – susurró -, noto un poco de fresco.

Nos abrazamos y comenzó a hablar:

¿Sabes? – dijo -, estaba soñando una cosa muy bonita. Este piso parece que se nos queda pequeño con tantos amigos. He soñado que éramos todos una familia y nos mudábamos a un piso mucho más grande.

Ten en cuenta – le dije – que este piso era para mí solo. Con un dormitorio grande como este y una salita para mis máquinas y mis instrumentos me sobraba. Ahora nos reunimos aquí hasta seis. Y… no te equivocabas; he conocido a otro chico en el jardín. Se llama Miguel y creo que deberías conocerlo y que te gustará conocerlo. Vive aquí al lado. Si se amoldara a nosotros seríamos siete. Una familia numerosa.

Se rió y me abrazó más fuerte:

¿Y está bueno?

Sí – le dije -, está bueno y es un poco tímido y guapo. Le gustaría conoceros a todos y creo que os gustaría conocerlo.

Se incorporó de repente:

¿Y qué haces que te lo quedas para ti solo, so pillo?

No – volví a abrazarlo -, no me lo he quedado. Hemos hablado dando paseos y me he dado cuenta de que está solo y le gustaría no estarlo.

Esta tarde le dices que se suba – me acarició la mejilla -, prepararemos una cena y nos reuniremos todos.

Verás… - tuve que pensar un poco -. Es que sale sólo a las doce. Si lo veo esta noche, subiríamos a esa hora.

Bueno – contestó -, cualquier hora es buena para conocer a esa «cenicienta» o… o lo que sea.

2 – Las novedades

Fuimos apareciendo poco a poco por el salón y la cocina y Alex se vino a mi lado con la mano en la boca, medio dormido, se agarró a mi cintura y me dio un besito. Preparamos un desayuno rapidito (unas tostadas, café y chocolate) y nos sentamos en el salón. Hasta después del desayuno no apareció Ramón. Decía que su madre ya le estaba diciendo que no paraba casi nunca en casa, pero que si pudiera quedarse con nosotros, ni siquiera iría a dormir, aunque quería acompañarla para atender a su abuelo, que ya estaba muy bien.

Sonó mi móvil; era Manu: «Dime».

¡Maricón! Estás perdido; ya no quieres nada con tu amigo el poli.

Sí, Manu – le dije -; no me he olvidado de ti, pero tenemos la casa llena de visitas. Deberías pasarte una tarde por aquí (con tu uniforme, por supuesto).

¿Te estás haciendo un harén de chavales? – se rió -. Gracias por invitarme; lo tendré en cuenta. Pero ahora te llamo por otra cosa ¡Sorpresa!

¿Me vas a dar el día? – le dije riéndome - ¿Para bien o para mal?

¡Para bien! – exclamó - ¡Tu hermano ya tiene sus papeles!

Me puse a llorar como un idiota y abracé a Alex meciéndolo: «¡Mi hermano!».

Tomó Daniel el teléfono:

¡Jo, Manu! – le dijo - ¿qué le has dicho a Tony que está tan emocionado?

¡Hermanos! ¡Esto hay que celebrarlo! ¡Vente con nosotros esta tarde, tomaremos algo!

Hubo felicitaciones de todos para todos pero yo no soltaba a mi pequeño.

¿Quién se ofrece voluntario para ir a comprar algunas cosas? – preguntó Daniel - ¡Vamos, vamos todos! Dejemos a los hermanos un poco a solas.

Se pusieron todos en cola para la ducha e iban saliendo luego muy bien vestidos y peinados. Daniel los tomó como un monitor de excursionistas y se los llevó a la calle a comprar cosas.

Nos sentamos Alex y yo en el sofá y se sentó sobre mí. Así estuvimos abrazados un largo rato.

¿Ahora ya soy tu hermano de verdad? – me preguntó el pequeño - ¿Y antes por qué no?

Antes también lo eras; sólo con desearlo ya lo eras – le dije -, pero ahora, además, está escrito en esos papeles.

Volvió a apretarme por el cuello y me besó otra vez acariciándome el cabello. Su curioso olor a canela y especias se hizo más fuerte, lo separé y lo miré sonriente a los ojos.

¿Jugaremos luego a nuestro juego? – me dijo -; yo quiero celebrarlo así.

¡Pues claro! – exclamé -, ¡y yo también quiero!

Seguíamos abrazados y aspiraba su aroma acariciándole la espalda:

Quiero preguntarte una cosa, Alex – le susurré -, no sé si me la vas a saber contestar.

¿Qué quieres saber, papá? – me miró extrañado -; todo lo que sé ya lo sabes tú.

Me parece que no, pequeño – le dije poniendo mis manos en su entrepierna -. A veces me pregunto ¿cómo es posible que después de estar tanto tiempo con nosotros y asearte con nuestro gel y usar tu nuevo perfume sigas oliendo a canela?

¿Sí? – se extrañó -. Cuando beso a Fernando huele de una forma, cuando beso a Daniel huele de otra; cuando te beso a ti… eres mi olor preferido.

Sí – le aclaré -, cada persona tiene un olor de piel inconfundible. Fernando tiene el suyo, Daniel el suyo, yo el mío y tú… a canela. Parece que se te haya quedado el olor de aquel sótano pegado a la piel.

Aquel sótano siempre olerá igual, supongo – me dijo indiferente -, y yo iré quedándome con mi olor.

¿Seguirá igual, dices? – me extrañé -. El molino ese ya estará derruido.

No, papá – me dijo seguro -, ese molino seguirá en pié. No lo pueden echar abajo.

Espera, espera – lo separé para verle bien el rostro - ¿quieres decir que sabes que el molino aún sigue en pie?

¡Claro! – contestó seguro -. La aldea no es más que unas cuantas casas derribadas, pero el molino sigue en pie y tiene más cosas por dentro.

Por favor, Alex, escúchame – me sudaban las manos -. Quiero que cuando venga Daniel le digas esto que acabas de decirme ¿vale?

Sí, claro – me guiñó un ojo -, yo sé que lo que sabe uno lo sabe el otro. Tú tampoco me ocultas nada a mí.

¿Y tú? – le pregunté - ¿No me ocultas nada?

Me besó fuertemente y comenzó a acariciarme el torso y puso sus manos sobre mi polla.

¿Qué podría ocultarte, papi?

Lo entiendo, pequeño – le dije -. Ahora ve a asearte y te pones una ropa bonita para papá y para cuando vengan las visitas ¿de acuerdo?

Sí, sí – me dijo corriendo hacia el pasillo -, me pondré ese perfume que te gusta.

3 – Psicosis

Esperaba la vuelta de los amigos y de Daniel sin saber qué hacer. Me puse a darle juego a Alex pero siempre cerca de la puerta del piso. Al fin, sonó el timbre, entraron los jóvenes y me abracé a Daniel nervioso.

¡Eh, eh! – exclamó mirándome sorprendido - ¿Qué te pasa? No pensé que una noticia así te afectara tanto.

Le dije que dejásemos a los niños en el salón viendo los regalos y la comida y pasásemos al dormitorio. Me miró perplejo, me apretó la mano y dijo a los niños que volveríamos enseguida. Al entrar en el dormitorio me eché en la pared y abracé fuertemente a Daniel llorando desconsoladamente.

¡Vamos, Tony! – me apretó contra él - ¿Qué te pasa? Cálmate y habla. Desahógate. ¡Venga! Tranquilízate.

No, Daniel, no – le dije entre gemidos -; no es lo que tú crees

Tranquilízate y habla – me dijo paciente -; con la voz temblorosa no entiendo lo que me dices.

Escucha, Daniel, escucha – le dije más tranquilo -. Tienes que creerme. ¡Créeme, por favor!

Te creo – dijo serio -, lo sabes; te creo desde que te conocí. Ordena tus ideas y cuéntame.

Verás – le dije -. Salisteis a comprar y me quedé con el pequeño. Hablamos un buen rato y me aseguró que el molino no está destruido porque allí hay muchas cosas ¿Qué cosas? ¿Cómo está tan seguro de que sigue en pie?

Son cosas de niños, supongo – me razonó -, no me parece algo a tener en cuenta.

Le dije que se aseara y se vistiera para cuando llegarais – continué -, pasó al dormitorio pequeño, cruzó el pasillo desnudo y sin nada en las manos. Al cabo de un rato, apareció aseado y vestido por la cocina.

¡Vamos, Tony! – exclamó -, sabes que eso es imposible. Te quedarías dormido un momento.

Se acercó a mí, se sentó sobre mis piernas y me agarró, como otras veces, por el cuello y me besó. Luego se sentó sobre mi polla. Yo tenía las calzonas puestas y él un pantalón, el azul. Mientras me besaba noté como entraba mi polla en su culo suavemente hasta el fondo y cómo algo se movía en su interior dándome un placer muy grande. Tuve que cogerlo por los brazos y ponerlo en pie. ¡Ninguno de los dos nos habíamos quitado la ropa!

Me miró Daniel mucho más en serio y me abrazó sin decir nada. No sabía qué decir. O algo raro estaba pasando o yo había perdido la cabeza.

Saldremos al salón como si nada ocurriese – me dijo -; déjame observar los comportamientos. Voy a ayudarte, por supuesto.

Salió él primero y me quedé limpiándome las lágrimas y vi la cartera y las llaves del coche sobre la mesilla. En la cartera había más de quinientos euros. En el cajón había hasta cinco fotos del molino impresas con sus extraños defectos y aquella luz que caía hacia el suelo desde el tejado. Me guardé las llaves, el monedero y las fotos en el pantalón dejando la camiseta por fuera; de esta forma no se notarían.

Salí al salón sonriente y me miró Alex severamente. Sabía que yo estaba tramando algo. Dio la vuelta a la mesa sin decir nada y se fue al dormitorio pequeño.

Aproveché aquellos momentos de alegría de los chicos con Daniel para irme hacia la puerta, abrir y salir con cuidado. El ascensor no estaba en la planta, así que decidí bajar rápidamente por las escaleras hasta que llegué a la planta donde estaba parado. Lo tomé y bajé hasta el sótano.

4 – Viaje sin retorno

Cuando salí a la calle, me encaminé a la salida que me llevaría a la aldea de Matacabras. Tuve que parar varias veces a beber, pues la garganta se me secaba. Paré a almorzar y compré una botella grande de agua que metí en el frigorífico con algunos dulces y seguí el viaje. Comencé a pensar que Daniel se asustaría al ver que se acercaba la hora del almuerzo, así que decidí ponerle un mensaje diciendo que todo iba bien y que no me esperase hasta bien tarde. A continuación, apagué el terminal.

Aquel viaje, como siempre, se hacía más y más largo y para hacerlo más largo aún, tuve un pinchazo precisamente en la rueda delantera derecha. Al atardecer entré en la parte de autovía que se adentra en la sierra hasta llegar al desvío de la carretera comarcal. Circulé despacio y muy pendiente de que no hubiese policía en el camino. Al acercarme a la entrada hacia la aldea, me pareció ver que habían puesto una valla de palos con alambres de espinos. Paré el coche unos metros antes, me bajé y di unos paseos por delante mirando disimuladamente entre los árboles y a lo lejos. Estaba casi seguro de que alguien estaría observándome.

Viendo que nadie aparecía, me acerqué a la verja y pude comprobar que era fácil de abrir. Bastaba con levantar el palo de un extremo y llevarlo al lado del camino. Abierta la verja, metí el coche hasta el camino, me bajé rápidamente y volví a cerrar. Fui despacio todo aquel camino, pues de las máquinas (seguramente), aún había más baches.

De pronto, al cruzar los árboles que dan paso a la aldea, paré a la altura de la calle que subía al molino. Allí arriba estaba el edificio bañado por la luz del sol de la tarde recortándose entre los árboles. Mi cabeza giró despacio hacia la entrada de la aldea. Habían colocado una verja y, sobre ella, resaltaba un enorme cartel donde podía leerse:

CENTRO PSICO-PENITENCIARIO

MATACABRAS

PRÓXIMA CONSTRUCCIÓN

(Sonido:) http://www.lacatarsis.com/Retorno.MP3