Un día de amor
Relato de un día especial para mi amor y yo.
Habían recorrido un largo camino juntos, de vida, con todo lo que conlleva y el sexo es una parte importante de ella. Atrás había quedado una larga lista de de pruebas, de cariño y pasión, de vergüenzas. Por eso esta noche, era el punto culminante del placer, alcanzando el límite de lo soñado.
Sonia entró en la habitación, iluminada de un tenue rojo, luz difusa creando ambiente. Un sobre y una rosa, sabía que las hallaría. Tomó la flor delicadamente, la olió para dejarla luego a un costado, y con mano temblorosa abrió el sobre y lo leyó. Las disposiciones eran sencillas y claras, no daban margen a error.
Se desnudó despacio, temblando, casi odiándose, por cerrar los ojos y pensar que las manos de el ya la recorrían por cada poro de piel que descubría. El corazón latía demasiado fuerte, las piernas temblaban, la respiración se agitaba. Como último acto de cordura, trató de serenarse sabiendo que las sensaciones que vendrían serían reales y mucho más profundas. Terminó de desnudarse, y vio la ropa que el le había dejado sobre la cama. También le llamó la atención perfectamente ubicados y alineados una larga serie de objetos, algunos conocidos y probados, otros, de seguro, le resultarían familiares ya al finalizar el día. Los recorrió con la miraba, observándolos detenidamente y sentido casi, el valor de cada uno. Fue de nuevo a la ropa, no sabía con que tiempo contaba, pero estaba segura de que le iría mucho mejor si estaba lista para cuando el llegara.
Medias, portaligas y cola less blanco, calados, preciosos. Se los fue poniendo con cuidado, sus largas uñas podían ponerla en un serio aprieto en caso de correr una media. Una vez terminado el proceso, se observó en un espejo enorme que dominaba toda la pared. Se sintió hermosa, porque sabía que su amor así la veía. Solo le faltaba una pieza de vestuario, algo que nunca había usado, pero si soñado de tener. Un corsé tan blanco y fino como las otras prendas, pero rígido al extremo. Sería imposible que ella sola se lo colocara correctamente, pero hizo un gran esfuerzo por ponérselo bien, y apretar como pudo las cuerdas detrás de la espalda. Por último los zapatos, blancos indudablemente, altísimos. Se vendó los ojos, con fuerza, con un pañuelo de seda blanca. Ya estaba lista, en vestuario, pero también de cuerpo y alma. Se arrodillo sobre la gruesa alfombra, asentando las nalgas sobre sus talones, las manos en las rodillas, la cabeza gacha, apuntando a la puerta por donde entraría su amor.
Solo era cuestión de esperar. No había parámetro horario, solo las indicaciones que leyó en el mensaje. Los minutos pasaban, parecían horas, con el corazón en la boca, pendiente de cada pequeño ruido, todos interpretados como su pronta llegada. Se acomodó un poco, moviéndose de su sitio, cuando la voz de su hombre la sobresaltó. "No te muevas" le indicó, con acento firme, pero siempre dulce.
Se quedó inmóvil, tal como se hallaba, temblando por la sorpresa. Cuanto hacía que la observaba, y como había entrado sin que lo escuche, serían cosas que nunca sabría. Pero ya estaba con el, y comenzaba el reto, de dejar definitivamente de pensar para solo sentir.
Se sentía observada y admirada. Tenía la sensación de que con el solo roce de las manos masculinas, podría llegar al orgasmo. El no hacía ruido, estaba segura que la rodeaba para poder mirarla desde diferentes ángulos. Le hubiera gustado hablar, decirle lo mucho que lo amaba, pero habría roto el encanto. Un rápido tirón en la espalda, seguidos de otros, opresión, cada vez le costaba más respirar con comodidad. Lentamente el corsé se ceñía en su pecho, y para su sorpresa e incomodidad, una vez que el llegó al final, volvió a comenzar, tirando aún más d los cordeles. Fue un proceso lento, durante el cual, en cada tirón, le restaba lugar y aire a su cuerpo.
Luego de terminar, nuevamente la incertidumbre de saberse mirada. El apreciaba el trabajo, y ella estaba deseosa de que le gustara, que su incomodidad sirva para halagar la vista de su hombre. No pudo evitar sobresaltarse cuando una mano se posé en su mejilla, pero fue solo un segundo, hasta reaccionar a la caricia lenta y delicada, la cual respondió llena de júbilo. Con el tacto la invitó a levantarse, lo sintió detrás suyo, solo por el aliento, tan calido que sintió como se le erizaban los bellos de la nuca. Le corrió la venda, y suavemente le susurró al oído que se mirara.
No podía creer que la imagen que se reflejaba sea la suya. Tuvo que mirarse más de una vez para reconocerse, y de a poco comenzar a ver los cambios estéticos de tan opresiva prenda. Sus senos, grandes, llenos y hermosos se elevaban al cielo, haciéndolos parecer más redondos y bellos. Los hombros libres, parecían más grandes y a medida que la vista bajaba, su cuerpo se estrechaba rápidamente, hasta llegar a una cintura ridículamente afinada. Su cadera ancha, plena, perfecta, los muslos surcados por las blancas tiras que sostenían las también níveas medias, estilizando las piernas. Veía a otra mujer por fuera, le costaba reconocerse, pero debía admitir que los cambios la hacían ver mucho más sensual y atractiva.
Se atrevió a mirarle los ojos a su hombre, por intermedio del espejo, el la había tomado por los hombros y su cara expresaba admiración y deseo. Cuando el comenzó a colocarle la venda nuevamente en su sitio, se descubrió totalmente abandonada a su destino, el que él le mandara, y sabía muy dentro suyo, que esa noche sería inolvidable.
La guió despacio, hasta donde ella calculó sería el centro de la amplia habitación. Le tomó un brazo, alzándolo para ceñir sobre la muñeca lo que imaginó como un grillete. Estaba forrado de alguna suave tela, no la lastimaba. Su otro brazo fue elevado y sujetado igualmente. Estaba casi colgando a no ser porque sus pies todavía la sostenían con firmeza sobre el suelo.
Él sopesó despacio su anatomía, solo con las yemas de los dedos, acariciando sus senos, el canal de sus nalgas, comprobando la abundante humedad de su sexo. Pronto sus dedos fueron reemplazados por algo muy suave, que lentamente recorrían todas las partes desnudas, pare descubrir cuando esta llegó a su cara, por su fragancia a la rosa roja que el le había obsequiado.
La caricia cesó tan rápido como había comenzado. Otra vez la incertidumbre de saber que vendría, pero conociéndolo, sabía que pocas cosas eran meditadas, y que el placer lo encontrarían sobre la marcha. Pasó un tiempo infinito, tal vez solo unos segundos, cuando las manos firmes de él la tomaron por la estrechísima cintura. Se dieron un beso largo e interminable, intenso, y muy dulce a la vez. EL poco aire que ella lograba tomar, se esfumó casi al instante, pero poco le importaba casi ahogarse entre los cálidos labios de su amante. "Te has portado muy bien, mi vida" comenzó a decirle, "este castigo es por puro placer nuestro" culminó.
Las manos de el comenzaron a bajar lentamente, creando oleadas de calor y pasión sobre ella. Se detuvieron solo en los pies, para delicadamente sacarle los zapatos. Ahora yacía literalmente colgada, pudiendo apoyar en el piso solo los dedos y una ínfima parte de sus pies. La posición era muy forzada, hacía mucho esfuerzo para empujarse con los brazos, con los hombros. Él la dejó que pelease una guerra ya perdida, esperando solo que el cansancio la dominase. No tardó mucho en llegar la resignación, y el abandono a la única posición posible. Tembló levemente al sentirse acariciada en las nalgas, previniendo lo que vendía. No se equivocó y el primer golpe cayó sobre su cola, fuerte y seco, dejándole una sensación de escozor más que de dolor. Muy lentamente, pero sin ningún tiempo fijo, alternando una vez una y luego la otra nalga, los golpes se fueron sucediendo. La picazón del principio, se fue tornando cálida y placenteramente dolorosa. Sentía su cola afiebrada, se la imaginaba roja intensa y no se equivocaba. Él no parecía cansarse ni abandonar su tarea, para dejar de golpearla en el momento justo que el dolor podía superar al placer. La dejó quieta un buen rato, balanceándose imperceptiblemente, abandonándola a sentir el rigor que sus manos habían dejado.
Un nuevo contacto la sobresaltó gratamente, al sentir como una mano sobaba su depilado sexo. Lo hacía con dulzura, con cariño, con ternura. Parecía que la quería hacer olvidar del castigo anterior, y de a poco fue relajándola. Tomaba sus labios mayores, los estiraba, los apretaba, hinchándolos, como a ella le gustaba. De pronto sintió el frío del metal rodeándolos, y las oleadas de dolor intermitentes, cuando ese metal se ciñó apretándolos. Pero todas las sensaciones se potenciaron más, cuando un peso desconocido los alargó súbitamente hacia abajo. El dolor dejó de ser una sensación delicada, para venir en oleadas con cada latido de su acelerado corazón.
Nunca la había dejado sentir tanto sufrimiento, estaba a decidida a decirle que parase, que no era lo que ella buscaba. Pero por amor hizo el esfuerzo, trató denodadamente de aguantar al máximo, para que en el momento justo que sus fuerzas flaqueaban, sentir que la boca de él comenzaba a atesorar un pecho. Como siempre, como a ella le gustaba, solo la lengua de él recorría el sensible pezón, para de a poco introducirlo en la boca, y succionarlo con fuerza. Un dedo hurgó la entrada posterior, y lentamente vencía la resistencia del ano, para penetrarlo lentamente, al tiempo que dos dedos más, se introducían en la vagina. Se olvidó del dolor, que ya no era, sino que tan solo acrecentaba su placer. Sabía que no resistiría mucho tiempo, y pidió permiso para correrse. Un suave y firme "no" obtuvo como respuesta. Los dedos se movían dentro de ella, giraban, se tocaban comunicándose separados solo por la fina piel que los separaba. La húmeda boca seguía jugando con sus senos, y los atormentados labios vaginales emitían sensaciones ya no dolorosas, sino agradables en el conjunto.
Ya no podía retenerse más, no le quedaban reservas de fuerzas, y comenzó a correrse furiosamente. Él percibió los espasmos vaginales, y aceleró los movimientos. Luego, tranquilamente, fue dejándola gozar, abandonándola de a poco.
"Me has desobedecido" Le dijo al oído. Soportando el peso de ella con un brazo, la fue liberando de las ataduras, la abrazó fuerte, sosteniéndola, hasta que se recuperase y pudiera mantenerse en pie. No fue rápido ni fácil, pero cuando ella lo logró, el le ordeno ir al baño, y preparar el yacuzzi para ambos.
El agua estaba caliente pero no en exceso. EL movimiento del líquido y la abundante espuma hicieron lo suficiente para relajarlos. Sonia tomo una suave esponja, y delicada pero decididamente acicaló todo el cuerpo de él. Se besaron y descansaron plácidamente hasta que el agua comenzó a enfriarse. Salieron de ella juntos y Sonia secó a su Amo suavemente. Una vez secos ambos, recibió la orden de esperarlo en la cama, boca abajo y con la cola elevada.
Ella se acostó como se lo habían ordenado, y en tensa espera trató de no pensar que tendría si hombre como sorpresa, pero algo le decía que serla un castigo por su desobediencia anterior. "Colócate la venda" lo escuchó ordenar. En cuanto cumplió la orden, sintió las suaves manos de el acariciando sus nalgas.
"Esto mi vida, es tu castigo por haberme desobedecido" le dijo en un susurro. "Ahora debes quedarte bien quieta, hasta que te lo diga" La mismo tiempo en el que terminó de hablar, notó un dedo de él que la penetraba por el ano. No supo si por la experiencia anterior, o por el relax del agua, este entró sin ningún esfuerzo, Lo metió y sacó un par de veces, lo hizo rotar dentro de él y cuando las sensaciones se tornaban bellas, un frío la estremeció. Algo fino y largo, sin vida, se introducía profundo en sus entrañas.. ¡Líquido! Lo sentía fluir, mojándola, inundándola. No era demasiado molesto ni doloroso, por lo menos al principio, pero con el pasar de los minutos, la sensación se volvía horrible por lo incontrolable. No sabía cuanta agua y aceite había entrado, pero se sentía muy llena, y con unas ganas terribles de evacuar.
Ël cerró sus nalgas con ambas manos, al tiempo que la zarandeaba un poco. Luego le ordenó pararse y que camine. Los primeros pasos no fueron tan difíciles, pero a medida que avanzaba, yendo y viniendo por la habitación, las sensaciones se tornaron en dolor, incomodidad y en unos espasmos cada vez más violentos la enloquecían, Suplico ir al baño, pero su amo se mantenía en silencio, solo observándola. Trató de parar, ya no podía caminar más, pero la simple mirada de él la obligó a seguir. Cuando no pudo ya soportarlo, aflojó el esfínter un instante y un buen chorro de líquido, baño sus muslos.
"Ve al baño" sentenció el, con voz inequívocamente enojada. Pero ella no pudo reparar en eso, salió disparada mientras en sus piernas corrían ya pequeños arroyos de agua, aceite y suciedad. Regresó a la habitación exhausta y con su cara totalmente enrojecida. Su hombre extendió un brazo, en un claro gesto de que se acostara a su lado. Ella quedó hecha un ovillo, al tiempo que la acariciaban con ternura, al menos hasta que dejó de temblar. Luego el le marcó el camino a su sexo y ella fue bajando lentamente, besando y acariciando lentamente todo el cuerpo masculino.
Mientras comenzaba a acariciar los testículos dulcemente con una mano, con la lengua jugueteaba por los costados del pene, que pronto fue tomando vigor. Lo lamía a lo largo y a lo ancho, despacio, dándole a cada movimiento la delicadeza de una caricia. Se lo introdujo todo en la boca, lentamente también, para sacarlo casi por completo y volver a empezar. Luego de un rato, la llamó y le volvió a colocar la venda en los ojos.
La colocó en cuatro patas sobre la cama, las piernas poco abiertas, el torso sostenido por los codos, la cabeza bien abajo, la cola en pompa. Se dio cuenta de lo venía y se preparó para ello. Comenzaron las caricias, y su cuerpo exhausto respondió de inmediato. Ël podía hacer maravillas con sus manos en ese cuerpo, la piel de ella, sensibilizada y acostumbrada gozaba de cada tenue movimiento. A su tiempo las caricias llegaron a la vagina, y se tornaron cada vez más bruscas y excitantes. Los dedos comenzaron a ingresar, reteniendo la siempre muy abundante humedad que manaba, para llevarla hasta su orificio posterior.
Cuado el la creyó lista, se posicionó para penetrarle el ano, y muy lentamente lo fue logrando. No eran arremetidas, sino pequeños empujones, mientras la tenía bien afirmada por la cadera. Cuando la penetración estuvo completa, cesó el movimiento, para que ella se acostumbrara a sentirse llena. Ella estaba con la boca abierta, respirando entrecortadamente, y tan sensible, que el mínimo movimiento de el se traducía en mil sensaciones diferentes.
Las manos inquietas de su hombre comenzaron a acariciarla nuevamente, y cuando menos lo esperaba notó como un vibrador, viejo conocido, se deslizaba por su sexo, hasta recalar en lo profundo de su ser. Este comenzó a funcionar, mus bajo, al tiempo que también el comenzaba un lento vaivén dentro suyo, Coordinado, el aparato cumplía su trabajo, aumentando las sensaciones que llegaba por oleadas, gracias a las envestidas de él.
Pidió permiso para acabar, pero se lo negó. Trató denodadamente de no sentir, y no pudo. De no sentir tanto y también fracasó. Al borde de la locura oyó que el le decía que podía terminar junto con el, al tanto de que las manos de su hombre su crispaban sobre la carne de su cadera. Con el vibrador al máximo, los embates en sus nalgas eran tan rápidos como violentos y feroces. No había vuelta atrás, y cuando notó que su amo estallaba dentro de ella, se dejó venir en un explosivo orgasmo, largo, duro, tanto que casi le hace perder el sentido.
Para cuando pudo reponerse un poco, el salió de su cuerpo, y se tiró tan largo como era en la cama. Sonia, sacando fuerzas de donde no había, se acomodó sobre el agitado pecho de él, escuchando latir su corazón furiosamente. Lo acarició con ternura, con felicidad, hasta que él recuperó el aliento. De a poco pudieron gozar de la placidez del cansancio, de las mentes felices y en blanco, y de la compañía, que deseaban ambos sea eterna.
Cuando él quiso hablarle, noto que Sonia, su hermosa dama, dormía profundamente.
Ya no había tiempo, este había volado y no importaba. Si era de día o de noche, verano o invierno, si el mundo acabara en pocas horas, no interesaba. Sonia se despertó con el feo ruido del timbre. Al poco rato y no despierta del todo vio a su hombre traer dos hermosas bandejas llenas de comida. Las apoyó sobre una mesa, para luego ayudarla a levantarse, extendiéndole la mano y ayudando a colocarse un bello salto de cama, especialmente hecho para ella. Comieron con avidez, el desgaste y las horas pasadas habían abierto mucho el apetito. Alguna mirada, gestos, pocas palabras, muchas sonrisas.
Al terminar, un café acompañado de cigarrillos, el comentario de lo que había pasado, los gestos entre suspicaces y de miedo, de parte de ella, al contarle medio en broma medio en serio, lo que vendría. Planes para el futuro, siempre llenos de alegría. El tomarse de las manos, mirarse en silencio, contarse el amor que se profesaban.
Al poco rato y sin mediar palabra, pero con ambos deseándolo, volvieron a la cama., Reapareció lo venda en sus ojos y la ató boca abajo, de manos y pies, bien extendidos y abiertos. El vibrador fue a lo más profundo de su vagina, apagado. Luego sobrevino la quietud y el silencio.
Una sensación de frío intenso recorrió su espalda, sobresaltándola de manera muy fuerte. In dudas un cubo de hielo resbalaba tímidamente por la columna vertebral, dejando una huella de agua y piel erizada. Él jugó largo rato, hasta que se derritió totalmente. Tomó otro, y comenzó a pasarlo por el hermoso trasero de ella. Comenzaron las palmadas, fuertes, más picantes que dolorosas. Donde el hielo dejaba su húmeda estela, la mano golpeaba sin piedad. Era un juego desesperante, de frío y calor. Cuando quedaba poco ya del cubo, con un solo movimiento, lo introdujo dentro del ano, el cual se crispó de inmediato. Con una mano mantenía cerradas las nalgas de ella, con la otra, tomó otro cubo de mediano tamaño y sin miramientos fue a dar en el interior de la vagina. Ella se quejó un poco, y trató de sacárselos, pero las firmes manos de él lo impidieron. Cuado se tranquilizó un poco, le ordeno que no deje escapar una gota, y sobrevino el silencio.
Esta vez fue calor y ardor. En gotas, lentas y espaciadas, no sabiendo donde ni cuando esperarlas. Cera caliente, por minutos que parecieron horas. De pies a cuello, sin salvarse los lugares más cesibles, fueron cubiertos de cera, algunos acompañados de de tenues quejas, otros de simples estremecimientos. Luego el la limpió con algo muy frío, sería alcohol, por el ardor que causaba en determinadas zonas.
Ella, después de tantas sensaciones, había dejado escapar el agua de sus agujeros, por lo que su hombre le informó que sería castigada. La desató y la obligó literalmente a levantarse, ayudándola, ya que ella no tenía fuerza ya. Privada de vista, la guío unos pasos, le puso los altos tacos, y manejándola como una muñeca, la posición con las piernas bien extendidas, algo abiertas y la dobló por la cintura, tanto que si el no la sostuviera, hubiera caído de bruces al suelo. La ató por los antebrazos a las patas de la mesa, debajo de la cabeza e ella debajo de la misma mesa. Estaba sumamente incómoda y dolorida, ya que su peso era sostenido por las ataduras y estás eran realmente dolorosas.
El vibrador, desde hace rato dentro de ella, comenzó a funcionar en su mínima expresión. Él acarició los senos, excitándolos, poniéndolos duros y firmes los grandes pezones, para colgar de ellos una pesada pesa, sostenida de unas duras prensas. Se divirtió un rato, haciéndolas oscilar, y ante los quejidos de Sonia, la mandó a callar. Otras pinzas con pesas extendieron muchísimo sus labios vaginales, y ante la persistencia de ella de quejarse, una mordaza de bola completó el cuadro.
Ella se hallaba indefensa y totalmente expuesta. Sintió un leve silbido, un dolor fuerte y un calor intenso que recorrió su nalga derecha. Otro silbido, y el castigo llegó a la otra. Fueron varios golpes, y las sensaciones se sumaban, ya no podía resistirlo. Era realmente doloroso, lo más fuerte que se amo le había provocado. "Te has portado muy mal, pero sin embargo te doy la posibilidad de parar, quieres que pare" Le preguntó, y ella le respondió afirmativamente con la cabeza.
Parsimoniosamente el aplicó un poco de fría crema en sus nalgas, aplacando la dura sensación de ardor de las mismas. La desató con cuidado, sacándole todos los artefactos y amorosamente la guió hasta la cama. La penetró bruscamente, cerrando las piernas de ella, buscando su orgasmo y el de él. Primero se desató el de Sonia, fue duro, largo y extenuante. Luego del de él, inmenso. Quedaron abrazados, exhaustos, incapaces casi de moverse.
La luz del día la despertó plácidamente. Se estiró y notó que se hallaba sola. Una rosa roja y una nota, la esperaban sobre la almohada. La leyó acostada, mientras hacía rodar la flor en sus pechos. "Amor, ya es un nuevo día, espérame al anochecer, saldremos a cenar, te amo"
Sonia olió la rosa, y jugó delicadamente con ella en sus labios, sonrió satisfecha, y decidió quedarse un rato más en la cama, pensando cuan bonita se pondría para su hombre esa noche.
Mi amor, esta es una fantasía, escrita solamente pensando en vos. Me fijé en los datos, son 7 páginas, 3716 palabras y 21636 tipeos pensando en vos. Espero no sea poco, a mi siempre me parece poco cuando de vos se trata.