Un día con Margarita (1: Mamadas en el lavabo)

Margarita Mamas disfruta de su mayor afición a la vez que cumple con sus deberes de felatriz. Su amiga Carmina está totalmente de acuerdo con ella.

UN DÍA CON MARGARITA

Capítulo I: Mamadas en el lavabo

Margarita Mamas entró con cautela en el lavabo de los chicos. Antes de abrir la puerta, miró a un lado y otro del pasillo, para asegurarse que ninguno de los profesores del instituto la pillaba en su intromisión en terreno prohibido. Hoy era su turno. Lo había echado a suertes con sus compañeras de clase de último curso de bachillerato y le había tocado a ella.

El lavabo estaba vacío. Los muchachos sabían que era la hora señalada, así que dejaban el campo libre para que la chica de turno pudiese entrar sin problemas.

Margarita miró a los urinarios adosados a la pared. Pensó que algún día le gustaría probar a orinar en uno de esos. Aunque probablemente acabara meándose los zapatos. Se miró un momento en el espejo con sus grandes y luminosos ojos azules. El rubio y brillante cabello caía en ondas sobre sus hombros. Pensó un momento en darse un toque de carmín en los labios, pero dado el motivo de su presencia allí, decidió dejarlo para más tarde.

Se dirigió al reservado del centro. Se sentó sobre la taza del váter, cerró la puerta y corrió el pequeño cerrojo. A ambos lados, en las paredes del reservado había sendos agujeros circulares, de unos veinte centímetros de diámetro, situados más o menos a la altura de su cara. Los miró pensativa. Pronto llegarían.

Oyó la puerta del lavabo abrirse. Unos pasos se acercaron al reservado contiguo al suyo. Dos dedos asomaron por el agujero a su izquierda, recorriendo lentamente el borde del orificio. Ella respondió al saludo pasando a su vez los dedos por la abertura, acariciando los del anónimo visitante. Los dedos se retiraron, y en el abierto círculo apareció un pene semiflácido. Margarita aproximó la boca y empezó a chupar diligentemente el miembro, que rápidamente alcanzó la total erección, asomando tieso a través del agujero.

Con sus dedos índice y pulgar, Margarita retiró la piel del prepucio, liberando un capullo palpitante y manchado de esmegma. Un fuerte olor le llegó a la nariz. Empezó a dar pequeños lengüetazos en la cabeza de la polla. Sintió en su boca el sabor agrio y salado del hombre. Con su mano izquierda movía el rabo lentamente, mientras que con la derecha apretó suavemente los testículos del hombre.

Se introdujo toda la polla en la boca, aplastando la nariz contra el vello púbico del desconocido. Retrocedió lentamente, succionando con fuerza. La polla se liberó de su boca con un húmedo chasquido. El tipo emitió un gemido de placer.

Lamió y chupó con dedicación, concentrándose en el frenillo del glande y presionando con la punta de la lengua la pequeña abertura en la cabeza de la polla. Lamió el falo de arriba abajo y pegó ocasionales chupadas en los cojones. La saliva chorreaba abundante. Siguió mamando hasta que el hombre alcanzó el orgasmo. El semen caliente salió a empellones dentro de la boca de Margarita y se deslizó espeso y grumoso por su garganta. La joven se limpió la boca con un trozo de papel higiénico mientras oía como el hombre abandonaba el lavabo.

No había podido dejar de notar que el hombre tenía algunas canas en su vello púbico. No se trataba de la polla de uno de los alumnos del instituto. Probablemente uno de los profesores. Otras chicas del grupo de mamadoras le habían hecho comentarios al respecto. Al parecer algunos de los miembros masculinos del profesorado estaban al corriente de lo que ocurría en el lavabo masculino de la segunda planta, pero antes que sancionar a los infractores parecía que se habían unido a ellos. Mejor para todos.

Se preguntó cuando rato más estaría allí sentada, cuando dos pollas, tiesas y duras, aparecieron a través de la pared del reservado, una a cada lado. Vaya, se me acumula el trabajo, pensó. Siguió chupando y masturbando alternativamente los dos rabos hasta que consiguió que los chicos eyacularan casi al mismo tiempo. Trató de tragar todo el semen que pudo, pero una buena parte cayó sobre su blusa de color salmón y sus ajustados vaqueros azules.

A juzgar por los gemidos exhalados, los chicos parecían plenamente satisfechos. A Margarita le hubiese gustado preguntarles, pero las reglas prohibían cualquier tipo de comunicación entre ellos. Le pareció que reconocía a uno de ellos, que tenía un característico lunar en forma de media luna en la base del pene. Se trataba de Juanjo, el chico más guapo de su clase, o eso le parecía a ella. Había ido con el al cine un par de veces. Fue estupendo hacerle una mamada en la oscuridad de la sala, rodeados de extraños que quizás se daban cuenta de lo que estaba ocurriendo. Con un poco de suerte, Juanjo se traería a alguno de sus amigos la próxima vez.

Varias mamadas y lecherazos más tarde, Margarita Mamas salió del lavabo y se dirigió al vestuario femenino. Allí encontró, en una colchoneta en el suelo, a sus amigas Laura y Yasmín envueltas en un apasionado sesenta y nueve. Los ruidos húmedos de chupetones y lametones se mezclaban con los suspiros de placer. Una de ellas introducía varios dedos en el ano de su amiga, que le correspondía con suaves mordisquitos en los labios del coño.

"Hola chicas" saludó Margarita. Ninguna de las dos jóvenes respondió al saludo.

Sentada en uno de los bancos estaba Carmina, masturbándose con un enorme dildo mientras observaba con atención los juegos sáficos de sus compañeras.

Carmina Salida era conocida en el instituto por el enorme tamaño de su clítoris. El órgano de la chica asomaba como un pequeño dedo a través de los labios de su joven coñito. Ella se sentía muy orgullosa de su clítoris, y no había fiesta en la que no acabase sacándose las bragas y enseñándoselo a la concurrencia, que solía hacer cola para lamerlo y chuparlo. El clítoris de Carmina era una parte muy sensible de su anatomía, y, gracias a su tamaño, le proporcionaba a la chica incontables momentos de placer. Sólo con llevar unos vaqueros ajustados y caminar por la calle podía alcanzar el orgasmo.

Decían los rumores que circulaban por el instituto que Carmina había adiestrado a su perro pequinés para que le lamiese el coño cada vez que ella se lo pedía. El perrito se había acostumbrado tanto al olor y sabor del coño humano, que durante una barbacoa familiar en la piscina de los Salida, el animalito había empezado a lamer con fruición la entrepierna de la suegra del hermano de Carmina, que se hallaba echando una siesta en una de las tumbonas del jardín. Sumida en el sueño, la señora dejó hacer al pequinés, y no se despertó hasta alcanzar el orgasmo a base de lametazos. Con azoramiento, la suegra se incorporó de la tumbona ante la mirada atónica de toda la familia. Carmina nunca había desmentido ni confirmado la historia.

"Hola Carmina" dijo Margarina "¿es ese tu nuevo vibrador? Se ve potente."

"Si, es estupendo. Si quieres, te lo puedo prestar" contestó Carmina sin dejar de mover el vibrador dentro y fuera de su mojada vulva. "¿De donde vienes?"

"Estaba en el lavabo de la segunda planta. Me tocaba turno de chupapollas." Respondió Margarita.

"¿Alguna de tamaño extra-largo?" preguntó Carmina acariciándose el protuberante clítoris.

"Un par de ellas no estaban mal. También hubo una con canas en los huevos. Yo creo que era uno de los profesores, pero no sé cual".

"!Qué cabrones!" exclamó Carmina. "Luego si faltas a clase dos días te montan un follón y llaman a tus padres. No hay derecho a que les chupemos las pollas y lego nos puteen en los exámenes. Habría que denunciarlos a la dirección del instituto."

"Eso no sería buena idea. Acabaríamos todas bien jodidas" dijo Margarita.

"Tienes razón. Mejor chupar y callar, ¿no? ¡Oye! ¿Te importa ayudarme con el vibrador?" preguntó Carmina.

"Claro que no. Tu relájate y déjame a mi" dijo Margarita. Se arrodilló entre las piernas de su amiga y empezó a lamer el famoso clítoris.

El gimnasio se llenó de la fragancia de los coños adolescentes.