Un desliz inesperado (2)
Ya viuda, andaba con un amigo de mi difunto esposo, pero un día, René, un ex compañero de mi hijo, se me atravesó en mi camino y me convirtió en su putita. Aquí les cuento la segunda ocasión que estuvimos, esperando les guste, como me ha gustado a mí el complacer a ese chico.
Resumen: a casi dos años de mi viudez, había tomado como pareja a un amigo de mi difunto esposo, pero era algo como para llenar una formalidad, hasta mi hijo lo había aceptado, sin embargo, un día, el menos pensado, un ex compañero de mi hijo, René, se me atravesó en mi camino, no supe ni cómo, pero me dejé seducir y me convirtió en su putita. Aquí les cuento la segunda ocasión que “estuvimos”, esperando les guste, como me ha gustado a mí el complacer a ese chico.
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Como parte de mis actividades culturales, y para completar mi gasto, yo daba clases de danza a un grupo. Bailábamos regional e internacional. Las clases eran Lunes y Jueves y ese día mi “pareja”, el Memín, no pasaba por mí, así que…, le pedí a René que pasara por mí el jueves y…, esa noche de Lunes, luego de mi primera vez con René, yo no pude dormir; mi mente revoloteaba recordando lo sucedido, tan inesperado, tan intenso, tan placentero y…, ¡quería repetirlo!, y volví a acariciarme yo sola, en mi cama, hasta alcanzar un orgasmo que me hizo dormir.
Al día siguiente, el martes, el miércoles, me los pasé soñando con esos momentos “clandestinos” e inesperados que había yo vivido con ese muchacho, René.
Sentada en el sillón del trabajo sentía como se me mojaba la pantaleta, una y otra vez, deseando volver a encontrarme con él, disfrutar de sus caricias, de sus tocamientos, de sus palabras atrevidas y audaces que me aceleraban todita.
Ese jueves temprano, me metí a la regadera, como todas las mañanas, pero sin despegar mi mente de ese condenado muchacho, que tanto placer le había proporcionado a mi cuerpo. Me bañé y sin querer pasé mis manos sobre de mi sexo, sobre de mi pelambrera, sobre de mi monte de Venus, y me detuve en mi clítoris. ¡Apenas si me pasé mi mano y mis dedos sobre de él, cuando sentí que mi cuerpo vibraba y mis piernas se sacudían, hasta quedar completamente flácidas y sin poder sostenerme. ¡Me tuve que sostener de las paredes de la regadera!; ¡acababa de provocarme un orgasmo!.
Me puse una pantaleta cachonda, que había comprado en una boutique de lencería la tarde del miércoles. Era blanca, transparente, con corazones rojos. El brasier era del mismo conjunto, blanco, transparente, con corazones rojos también.
Me puse mi conjunto de ropa interior: se me miraban fácilmente las aureolas de mis pezones, que ya se encontraban erectos y la pelambrera de mi monte de Venus, debajo de mis pantaletas. ¡Me sentí muy cachonda en ese momento!, y mi cuerpo vibró nuevamente de aquella sensación placentera.
Me puse una falda negra, con un cierre al frente, de abajo hasta arriba, y por encima me puse una blusa blanca, de algodón, muy discreta, para irme a la oficina.
Me llevé mi maletín con mi equipo de danza y también un top negro, para después de la danza.
René fue por mí a la clase de danza. Estaba en el curso cuando vi que se abría la puerta y vi aparecer a René. ¡Me emocioné por completo!. ¡Sentí que las piernas se me derretían como cera y que mi vaginita comenzaba a fluir!. ¡Venía muy arregladito y muy guapo!. Venía con unos jeans ajustados y una playera negra, con tenis, como los usan actualmente los chavos.
Estábamos ya casi por terminar, y aunque ya lo habíamos hecho, les pedí a mis alumnas que hiciéramos barra de nuevo; yo poniendo el ejemplo.
Levanté una de mis piernas hacia arriba, abriendo casi totalmente mis piernas y volteé a mirar a ese chico, que no me quitaba los ojos de encima. ¡Le dediqué una sonrisa!, ¡la mejor que tenía!, y separé lo más que yo pude mis piernas. ¡Estaba calientísima de que me estuviera mirando!. ¡Mi pantaleta de ejercicios se me pegaba a mi sexo y…, ¡yo estaba feliz!.
Estaba todavía con mi pierna levantada cuando Rene me hizo señas con su cabeza de que ya nos fuéramos.
Me apresuré a terminar la clase y de inmediato me le acerqué, dándole un beso en la mejilla, a lo que él me apresuró:
= ¡ya vámonos…, tengo muchas ganas de estar contigo…!,
cosa que me emocionó, pues yo también tenía muchas ganas de estar con él.
- ¡Voy por mis cosas y ya nos vamos!.
Entré a los vestidores; me puse la falda sobre de mi payasito y me coloqué una chamarra cubriéndome la espalda y los hombros, pues estaba caliente de la danza y podía pescar un resfriado. Recogí mis cosas y sin despedirme de nadie, me salí de prisa de ese lugar.
Cuando salí, vi al chico, que me esperaba de pie. Me pidió mi mochila y él se la llevó hasta su camioneta. Me abrió la portezuela y abordé; luego se subió él y de inmediato nos lanzamos uno a los brazos del otro; nos besamos de manera apasionada y de inmediato también me deslizó su mano por en medio de mis piernas, comenzando a dedearme mi sexo mientras nos estábamos besando en la boca:
= ¡te veías deliciosa, putita…, tengo muchas ganas de venirme en tu chocho…!, ¡de llenarte de mecos…!.
Tenía una manera tan…, cachonda de decir las cosas, que de inmediato me puso caliente y dispuesta para tener un gran sexo con él.
Se arrancó y de inmediato y nos fuimos besando y acariciando por todo el camino. Mientras manejaba, René me iba metiendo la mano por debajo del payasito, jugueteándome, acariciándome y estimulándome mis pezones, que se encontraban erectos de felicidad y erotismo hasta que llegamos a un hotelito y entramos en el lugar. Íbamos abrazados, y a pesar de que yo no le prestaba atención al detalle, la diferencia de edades era muy notoria: los huéspedes que estaban en la sala lo notaron, lo mismo que los señores de la administración, pero no me importó nada de eso, yo iba endiosada con ese muchacho, que no dejaba de besarme en la boca y acariciarme mi cuerpo, mis senos, mis nalgas.
Nos dieron un cuarto en el primer piso y nos fuimos por la escalera. René no dejaba de besarme y de acariciarme las “pompas”.
Entramos al cuarto y de inmediato me recargó contra la pared y nos volvimos a besar de manera apasionada y descontrolada, como bestias en celo. El René se puso a morderme los hombros y mi cuello, con mucha pasión. ¡Sentía sus mordidas…, como lo más erótico que existiera!. ¡Me hizo mojarme y llenarme de orgasmos a más no poder, uno tras otro, de tan sólo las mordidas tan ricas que me propinaba!. Yo tan sólo alcanzaba a gritarle:
- ¡René…!,
invadida y dominada por los orgasmos, que se me presentaban de manera continuo, uno tras otro, a manera de repetición.
Se cayó mi chamarra hasta el suelo y a continuación me desabroché yo mi falda, que también cayó hasta el piso; estaba tan sólo con el payasito de la gimnasia, frotando mi cuerpo contra el de aquel chiquillo, compañero de mi hijo, de su edad. Nos besábamos en la boca, restregando con mucha fuerza nuestras bocas, hasta tallarnos los dientes, los de él con los míos. Me abrazaba de todos lados, me estrujaba contra su cuerpo, me empujaba su vientre, le empujaba yo el mío. Me lanzaba su pubis a chocar contra el mío, a que se tallaran nuestro montes de venus. Me jaló de mis cabellos, con mucha fuerza, hacia atrás de mi cuerpo, hacia mi espalda, haciéndome levantar yo mi cara y en ese momento se puso a morderme los hombros y el cuello, a besuquearlos con mucha fuerza y…, comencé a “venirme” como si fuera una llave:
- ¡Renéeeeeeeeeeeeeeeeee………..!,
pero René no dejó de morderme y jalarme de mis cabellos:
- ¡ya mi chiquito…, no aguanto…, ya dámela por favor…, ya dámela mi amorcito…, ya dámela por favor…!.
Le gritaba yo, suplicante:
= ¡desnúdate pues…!,
Me dijo, imperioso, mientras él se quitaba su ropa.
En un santiamén nos encontrábamos ya desnudos y nos volvimos a estrechar en un fuerte abrazo concupiscente:
- ¡cógeme mi chiquito…, cógeme fuerte, René, por favor…!,
le rogaba, sintiendo que mis venidas se me escurrían a lo largo de mis muslos y me llegaban a la rodilla y tobillos de lo fuerte y repetido de mis orgasmos.
René flexionó sus rodillas y con cierta facilidad me acomodó su pene extra-duro y terriblemente rígido y “agresivo” contra de mi rajadita, que con todo lo mojada que estaba, tan sólo se abrió para darle la bienvenida gustosa:
- ¡Aaaaggghhh…, papacitooo…, mi vidaaa…, mi cielooo…, mi reeeyyy…!,
y me la dejó ir…, ¡hasta adentro…!, haciéndome gemir y pujar…
- ¡Aaaaggghhh…, aaaggghhh…, aaayyyiiijjj…, gggmmmhhh…, pppjjjmmm…!
y conforme comenzaba a bombearme con fuerza, comenzaba a decirme:
= ¡puta…, puta…, puta…, puta…!,
Mismo decir que aumentaba de velocidad, lo mismo que sus embestidas, que cada vez me llegaban más lejos, me tocaban la matriz, mi punto G, mi alma ¡y todo mi ser…!.
El seguía perforando mi sexo, mete y saca su pene, levantándome con cada estocada, estrellándome contra de aquella pared, sin dejar de decirme con mucha vehemencia:
= ¡puta…, puta…, puta…, puta…!,
Yo ya no podía aguantarme en mis piernas, estaba ya flácida de todas aquellas venidas, de aquellos poderosos orgasmos en repetición que me estaba brindado el chiquillo y…, comencé a buscarle su boca y comencé a besarlo en la boca, colgándome de su nuca y su cuello, pero él se zafó de mis besos y se puso a morderme nuevamente mi cuello, haciéndome flaquear por completo, y fuimos a rodar hasta el piso, yo jalándolo de su cuello y él cayendo por encima de mí.
Sin embargo, no se detuvo en el piso: ahí siguió penetrándome y siguió dándome de mordidas, de los dos lados del cuello, en mis senos, en mis pezones, en mis hombros. ¡Yo lo sentía delicioso!, ¡sentía como cosquillas y como calambres y como dolor pero excitación, que me corría desde el cuello hasta mi clítoris y mi panochita, recorriéndome por completo mi cuerpo, mis senos, mi corazón, mi vientre, y mi bajo vientre: ¡estaba completamente entregada, sometida, sumisa, implorante, suplicante, sojuzgada, rendida!.
- ¡Renéeeeeeeeeeeeeee…., Renéeee…, Renecito…, papito…, papito…, paaaa…pito…!.
Rene continuaba en lo suya bombeándome fuertemente y rápidamente, sin dejar de decirme otra cosa que:
= ¡puta…, puta…, puta…, puta…!,
y yo comencé a suplicarle de nuevo:
- ¡yaaa…, yaaa…, ya papito…, ya vente…, ya termina chiquito…, ya dámelos…, ya los quiero…, ya échamelos…, por favor…!.
Pero por toda respuesta, René me levantó las piernas, de mis tobillos y me los puso en mis hombros, con lo que todavía conseguía una penetración más profunda por adentro de mi vagina: ¡sentía que me atravesaba completamente con su pene tan grueso, tan duro, tan largo, que sentía que se le había hecho gigante…, que le había crecido al ritmo de las penetraciones que me estaba dando, que cada vez se le alargaba más y más…, y me hacía disfrutar como loca, como una posesa, como una enajenada, como una depravada y pervertida mujer de la calle…,
- ¡yaaa…, ya termina papitooo…, ya échamelos…, por favor…, por favor…, por favooor…!.
Y luego de eso, en ese preciso momento, sentí sus chorrazos inundarme mi sexo, mi vagina, mi matriz, de esa leche hirviente y espesa que me rebozaba mi aparato genital y se desbordaba hacia afuera, embarrando mis muslos y el piso de su simiente…
= ¡puta cabrona…, tan rica…, tan puta…, tan puta…, tan putaaaa…!,
gritaba el chiquillo, mientras me entregaba su semen, su leche, su hombría, su tributo.
Yo lo sentía delicioso y por mi parte, le entregaba mis jugos sexuales, mis venidas, mis orgasmos, en repetición, juntando mis escurrimientos con los de él…, así como juntaba mi cuerpo a su cuerpo y me le entregaba como nunca lo hubiera yo imaginado:
- ¡Papito…, papito…, m’ijito…, mi niño…, mi bebecito…, mi cielo…, mi rey…, mi dueño…,
mi amooor…!.
Y a todos esos adjetivos, el chiquillo tan solo me dijo:
= ¡Mi puta…, eres una verdadera puta…, cabrona…!,
jalándome con fuerza de mis cabellos.