Un descubrimiento casual
Miraba a mi alrededor la mayoría de los pasajeros dormitaba, otros miraban indeterminados puntos con sus rostros aburridos y sólo los más cercanos a mi asiento podían observar lo que ocurría, esta sensación de ser observada, venció en mi todas mis inhibiciones, no sólo estaba dando placer a aquella vieja mujer, sino también a aquellos que miraban, y pude notarlo en los mar
Desde la última vez que había estado con desconocidos en la Iglesia, por lo menos una vez a la semana trataba de exponerme a situaciones o circunstancias que pudiesen provocar el tener sexo con extraños, esperaba con ansias la oportunidad, ya poco me importaba porque mi fama de puta era conocida sottovoce por mis profesores, mis compañeros de universidad y el barrio de mis padres, ya había decidido vivir mi vida a mi manera y mi manera era ser la más puta posible, me encanta el sexo, me encanta el hacerlo con quien quiera, me encanta hacerlo con quienes nadie quiere, es como un servicio público para mí, nunca me cansaré de dar placer y, es la propia vida la que te va enseñando como puedes darlo a más personas que las que uno en un principio creyó.
Aquel día decidí tomar un bus hacía la Legua, uno de los barrios más pobres de Santiago, no iba vestida muy fuera de lo normal pero siempre preocupada de dejar ver mis piernas sólo llevaba una faldita mini de jeans, el viaje era largo y la micro iba llena con pasajeros de a pie, desde mi asiento podía ver como los que se paraban al lado de mi asiento miraban mis piernas y mis pechos, sabía que ya entrada a la población más de alguno intentaría algo, en mi mente imaginaba cuál de todos podría ser, los descartaba a medida que se bajaban y mi mente se fijaba en otro, estos pensamientos humedecían mi mente y mi conchita.
Miraba por la ventana del bus cuando me sorprendí por el roce de unos dedos en mi pierna, mire inmediatamente hacía el lado, quería ver a quien se había animado, y al hacerlo me desconcerté a mi lado se encontraba una mujer de unos cincuenta años, morena, de pelo corto, un tanto gorda, se notaba en su cara y su forma de vestir que era una trabajadora, nada hacía ver que pudiera tener algún interés sexual en mí, sin embargo en roce de sus dedos continuaba en mi muslo, era una forma tan casual de tocarme, que hasta yo misma pensaba estar equivocada, estuve a punto de decirle algo cuando su mano llegó a mi ropa interior, no podía articular palabra.
Ella me miró, y no me quedó ninguna duda, en su cara se notaba el deseo, sus dedos lo demostraban masajeando mi vulva con delicadeza pero con perseverancia e insistencia, sus labios se veían húmedos, imagine que le excitaba una mujer de veintitrés años como yo, intenté susurrar algo a su oído, pues si bien mi piel ya se erizaba, me sentía extraña siendo tocada por otra mujer pero no dije nada, sólo mire hacia la ventana y cerré mis piernas lo más que pude, pero de poco sirvió pues su mano ya se encontraba bien enterrada en mi entrepierna, y sus dedos frotaban una y otra vez mi clítoris a través de mis calzones.
Trataba de evitar aquella situación, pero me sentía usada como hace mucho tiempo no me sentía, trataba de evitarlo pero me encontraba excitada, podía sentir como se hinchaban mis labios vaginales, podía sentir ese suave calor que inunda mi bajo vientre cuando sólo deseo que me penetren y acaben en mí, estaba gozando el masaje que aquella mujer me daba en mi vagina. Miré a la mujer, ahora quería ver su cara, sin embargo ella parecía completamente ajena, miraba hacia otro lado, pero sus dedos no detenían el ritmo que habían comenzado, no podía negarlo estaba excitada y de una forma que no había sentido, abrí de a poco mis piernas hasta separarlas completamente para dejar que aquella mano me tocase con total libertad.
Miraba a mi alrededor la mayoría de los pasajeros dormitaba, otros miraban indeterminados puntos con sus rostros aburridos y sólo los más cercanos a mi asiento podían observar lo que ocurría, esta sensación de ser observada, venció en mi todas mis inhibiciones, no sólo estaba dando placer a aquella vieja mujer, sino también a aquellos que miraban, y pude notarlo en los marcados bultos que de pronto observe en los pasajeros que iban de pie, con que gusto hubiese llevado una de esas vergas a mi boca, pero sólo dejé que aquellos dedos siguieran frotando mis calzones y rozando mi clítoris, empapándose de mis jugos que ya brotaban.
De pronto comencé a mover mi vulva de adelante hacia atrás, era un movimiento casi involuntario, quería acabar con aquella masturbación a que me sometía aquella mujer, la miraba, ella parecía dormitar inclinando su cabeza en mi hombro, echándola hacia atrás de modo que podía sentir su respiración agitada en mi oído, en un susurro escuche cuando me dijo -sigue moviéndote zorrita- y aumento la intensidad de sus dedos, en tanto yo seguí moviendo mi cintura, como deseaba ser penetrada, pero mi ropa interior lo impedía.
Tomé su mano y la apreté contra mi conchita, luego la retiré y la llevé a su boca, pude ver como disimuladamente olía y chupaba sus dedos bebiendo mis flujos impregnados en sus dedos. Levanté mi trasero un poco y subiendo mi falda bajé mis calzones primero hasta mis rodillas y luego hasta quitarlos enteramente guardándolos en mi bolso, abrí mis piernas, tomé su mano y la llevé nuevamente a mi conchita, nuevamente frotó mi vulva con intensidad pero ahora introdujo unos de sus dedos en mi concha, luego otro, los sentía moverse en mi interior y mis flujos brotaban abundantemente. Respiraba con dificultad, me movía cada vez más rápido, sentía sus dedos moverse circularmente, penetrar mi concha, no tardé en llegar a un orgasmo de placer intenso derramándome sobre aquella mano rugosa y extraña, apreté mi mini falda para no dejar escapar mis quejidos de placer, mientras sentía recorrer el placer de mi concha a mi útero y de este a la totalidad de mi cuerpo.
Poco a poco me fui relajando y volviendo a abrir mis piernas que había cerrado con fuerza, los dedos de la mujer aflojaron la presión, retiró sus manos rozando mil muslos y provocando mis últimos estertores, pude ver nuevamente como con disimuló los llevó a su boca, los chupó y luego me dio las gracias diciéndome perrita, que ganas tuve en ese momento de gritar que sí, que era una perra y que en ese momento necesitaba con desesperación una verga que me partiera, pero nada hice sólo sonríe mientras le miraba.
Saque de mi bolso un papel anoté mi número y se lo di, ella lo guardó en su propio bolso, seguimos el trayecto sin hablar, de pronto la vi moverse y supe que su viaje había llegado a su fin, con disimulo como quien habla con una amiga conocida, se acercó a mi oído y me dijo
-dámelo- , supe a que se refría saqué mi calzón de su bolso y con disimulo lo puse en su mano, me dio un beso en la cara y se bajó del bus, pude ver a la distancia como llevaba su mano a su cara para oler mis calzones.
Al próximo paradero me bajé, tomé un taxi y regrese al centro de la ciudad, una nueva veta de placer había descubierto en mí, dar placer a otra mujer si ella necesitaba de mí, sentir que mi cuerpo era un objeto de deseo indiscriminado, que podía dar placer a una mujer, que dando placer a una mujer podía dar placer a un hombre, que de a uno, de a muchos, o dando placer a una hembra, yo encontraba mi propio placer y eso me hacía realmente feliz.