Un cúmulo de casualidades III. Final del juego
Lola cumple la promesa realizada a Nico, mientras el juego que mantienen se acerca a un inesperado final.
Tras el encuentro en el coche, Lola se tomó muy enserio la promesa realizada a Nico antes de que penetrara su ano con el dedo. Quería probar el sexo anal con su hijo y que fuera él quien tomara esta última virginidad de su cuerpo. Los tabúes anteriores respecto a esta práctica comenzaron a resquebrajarse, debilitados por la sensación del orgasmo al recibir el pene y el dedo de su hijo en su interior de forma simultánea. Sin embargo, aún quedaba la barrera que suponía la pequeña estatura de Lola y su esfínter nada acostumbrado a la dilatación. Poniéndose como meta el estar lista para el cumpleaños de su hijo, Lola comenzó a preparar su cuerpo para recibir el miembro con el menor dolor posible y el mayor placer para ambos.
Cuando estaban juntos, Lola espoleaba a Nico a continuar sus exploraciones, con sus dedos y con su lengua. Acostumbrado a su esfínter al contacto y la presión y ejercitándose para relajar la zona antes de ser penetrada. Su hijo atendía diligentemente a sus instrucciones, sin forzar la penetración y con sumo cuidado y empatía con las respuestas de Lola. Aprendió a disfrutar los orgasmos con su recto invadido, descubriendo las nuevas maneras de estimular su sexo al estar doblemente llena, utilizando el placer como antídoto al ardor de su dilatado oficio. La tentación era increíble para Nico, sintiendo el premio cada vez más cercano y luchando por mantener la compostura, ajeno a que la entrega de la virginidad de su madre tenía una fecha establecida.
En solitario Lola dedicaba aún más atenciones a prepararse, estudiando en internet las mejores maneras de realizar la práctica de forma segura y placentera, a la par que ejercitando su cuerpo para resistir una penetración enérgica. Comenzó explorándose con sus propios dedos, de forma similar a la que hacía con su vagina, descubriendo rápido las importantes diferencias. La más importante la necesidad de lubricación, que suplió con geles especiales cuando la de su sexo no era suficiente para ambos orificios. También la diferencia de elasticidad de ambos esfínteres, donde su vagina se amoldaba a la penetración y acompañaba los movimientos, su recto era más reticente, rigidizándose y contrayéndose para expulsar el cuerpo extraño. Su juguete fue el siguiente en probar su retaguardia, proporcionándole una sensación más similar a la de un pene, salvo que rígido y frío frente a la suavidad y calidez esperada. Esto le producía demasiado dolor, por lo que adquirió por internet un juego de plugs anales de menor tamaño para ir acostumbrándose.
Las tres semanas pasaron en un suspiro, llegando el ansiado día del diecinueve cumpleaños de Nico. La familia comió unida soplando las velas de la tarta y ofreciendo a Nico unas zapatillas deportivas como regalo, no sin un aviso por parte de su padre sobre las notas en retroceso nuevamente. Que su hijo repitiera el bachillerato ya le había provocado enfado y preocupación, pero el atisbar la posibilidad de que se produjera nuevamente la situación le generaba una alarma más intensa. Lola intercedió por Nico, asegurando que iba a mejorar, regalándole una mirada de especial intensidad. Cuando Juan cruzó la puerta de la vivienda para ir a trabajar, Lola saltó sobre los brazos de Nico, rodeando su cuello y besándole sonoramente en los labios.
- ¡Feliz cumpleaños cariño! – exclamó resplandeciente – su cuerpo apoyado en el de Nico de forma sugerente.
- ¡Gracias, mamá! – respondió levantándola y dando una vuelta completa con ella en brazos - ¿Seguimos celebrando en tu cuarto?
- La verdad es que tengo un regalo especial para ti mi vida – le dijo coqueta y susurrando de forma sensual.
- Estoy deseando abrirlo… - contestó metiendo las manos bajo el vestido de ella en busca de su intimidad.
- Aún no – le cortó juguetona separándose – está en mi habitación, pero tengo que prepararlo antes un poco.
Nico levantó las cejas en expresión interrogante, viendo como su madre caminaba por el pasillo hasta verla entrar en el baño y oír el cierre del seguro. La extrañeza de la situación sin impacto alguno en su ya duro miembro que se erguía desafiante dentro de sus pantalones. Lola se dio una breve ducha y realizó uno de los últimos preparativos de su regalo, no por ello menos importante. Se aplicó un enema de agua tibia para limpiar la zona, no queriendo que manchas inoportunas restaran excitación a la situación. Una leve incomodidad invadió su intestino en su vientre, al vaciarse el contenido en el inodoro, dando paso a una cálida sensación de alivio y anticipación. Cuando abrió la puerta, completamente desnuda, Nico estaba en el pasillo con la misma cantidad de prendas y su pene apuntando directamente al techo.
Extendiendo su mano, Lola envolvió el miembro de su hijo, tirando suavemente hacia si como si fuera a besarle, pero girándose en el último momento para pasar a la habitación de matrimonio.
- Dúchate mientras preparo lo último mi vida – dijo contoneando la cadera antes de cerrar la puerta.
Nico quedó sin palabras, pillado por sorpresa por el juego inesperado. Pasó al baño y se dio, posiblemente, la ducha más rápida de su vida, deseando únicamente volver al lado de su madre. Se secó rápidamente y, de nuevo desnudo, tocó la puerta con los nudillos en tres cortos golpes.
- ¿Mamá?
- Pasa mi amor, ya está todo listo
Con el corazón en un puño, Nico abrió la puerta para descubrir la habitación iluminada por una docena de velas que desprendían un intenso aroma floral al arder con lentitud. Al lado de la cama, junto al espejo de cuerpo entero que tan bellas imágenes les mostraba a menudo, estaba su madre de pie, desnuda salvo por la tela que la envolvía. Una cinta roja de seda, del ancho de la palma de su mano, cruzando entre sus piernas de manera que cubría su sexo y se deslizaba entre los glúteos, subiendo por su espalda y vientre para sobrepasar los hombros y anudarse en un gran lazo sobre los pechos levantados de Lola, al tener las manos cruzadas detrás de la espalda. El suspiro de Nico, sobrecogido fue la única respuesta que pudo dar.
- ¡Sorpresa cariño! – le animó ella sonriente- ¿Te gusta? – preguntó mientras se giraba para mostrar la parte trasera, con la tela tensa entre sus nalgas.
- Mamá…estás…increíble – pronunció despacio atropellando las palabras.
- Entonces, ¿no abres tu regalo mi amor? – dijo caminando sensualmente y arrodillándose frente a él.
La cara de Lola descendió directamente sobre el pene de Nico, engullendo el glande en un movimiento descendente y encajando el miembro hasta la mitad en su boca. Cuando sus rodillas tocaron el suelo de madera continuó el movimiento de sus labios a lo largo del pene de su hijo, tragando toda la longitud que su garganta le permitía en una fluida coreografía. Apoyando sus manitas en las caderas de Nico impulsaba cada vez con más intensidad, succionando y tragando con avidez. Nico solo pudo separar un poco las piernas y sujetarse a los rizos de Lola para acompañar sus rápidos movimientos. Sus glúteos se tensaban cada vez que ella le recibía casi por entero y notaba el roce del fondo de su boca en la punta. Lola tenía un clarísimo objetivo, recibir la eyaculación de su hijo para descargar parte de su calentura y dar paso a un coito más pausado. Le necesitaba calmado y cuidadoso si pensaba cumplir su promesa.
Las diestras manos de Lola soltaron el lazo de seda, liberando sus pechos a la vista de Nico y deslizándose juguetonamente la tela por su piel hasta caer al suelo. Forzando un poco su garganta a tragar, admitió la porción restante del pene, chocando su nariz contra el pubis rasurado de su hijo. Levantó los ojos, al borde de las lágrimas, lo que pudo y miró con deseo a Nico sabiendo que no podría resistir mucho más. Aguantó unos segundos hasta no poder reprimir la arcada y se retiró jadeando mientras atenazaba el caliente mástil con su mano y lo masturbaba con movimientos rápidos. Nico emitió un gruñido leve y grave, sintiendo desaparecer su control. Lola sintió en su mano la tensión de la carne pulsando para enviar un chorro de blanco esperma directamente sobre su cara, impactando sobre su ojo derecho justo después de cerrarlo.
Presentando el rostro y el pecho, recibió los sucesivos impactos con la boca abierta y la lengua extendida. Su nariz recibió el segundo, mientras que el tercero cayó directamente en su lengua y un cuarto en su barbilla. Dos más se acumularon sobre sus pechos y restregó la punta del pene contra su pezón para rebañar las últimas gotas que, faltas de fuerza no habían podido volar. Recogió lo que pudo con la lengua, mientras a tientas agarraba la cinta de seda y limpiaba su ojo. Nico la miraba extasiado, sus rodillas temblando aún y una muda expresión de asombro en su rostro. Lola extendió su lengua con la boca abierta, mostrando el blanco contenido y tragó con fruición para volver a mostrarla vacía esta vez.
- ¡Aún más que el primer día mi amor! – dijo con excitación - ¡Como te gusta acabar encima mío, bribón!
- Dios mamá…has sido impresionante… - atinó a decir jadeando – Menudo regalo.
- ¿Esto? No cariño, no. Esto no es tu regalo tonto – rio mientras se ponía en pie y se tendía en la cama boca arriba – Eso solo ha sido un saludo, nada más.
- ¿Y cuál es? – dijo devolviendo la sonrisa y subiendo a la cama para avanzar de rodillas hacia su madre.
- Pues… lo tengo escondido – le tentó juguetona levantando sugerente la cintura.
Nico sonrió con descaro y se zambulló entre las piernas de Lola, enterrando su cara entre los muslos y atacando con ansia su sexo desnudo y ardiente. Su lengua forzó los labios a abrirse, venciendo una testimonial resistencia y acarició la rosada cavidad con la punta, penetrándola. Pasando las manos por debajo de las nalgas, levantó la cadera de su madre para presionarla contra él y saboreo con deleite los flujos que manaban de ella. El clítoris fue masajeado por sus labios, en un movimiento de succión frenético, para ser pulsado con la lengua como si de un botón se tratara. Lola acompañó sus movimientos con presión decidida de su pelvis y agarrando el pelo de Nico para aumentar la presión que les unía. Sus jadeos se convirtieron pronto en gemidos y su excitación se tornó pronto en un delicioso orgasmo que la hizo temblar de los pies a la cabeza, tensando su cuerpo en una presa sobre la cabeza de su hijo.
Nico la deposito suavemente en la cama, incorporándose entre sus piernas y enarbolando su miembro nuevamente erecto. Lola se acomodó, desplazando la cadera para levantar su canal y rozando sus labios húmedos contra el glande enrojecido por el ardor de su hijo. Sus ojos se cruzaron, deseosos y colmados de excitación, su cuerpo solo unido por milímetros de piel en contacto en sus sexos, pero deseosos de mucho más. Guiándose con la mano, Nico comenzó a penetrar la vagina de Lola, que se abrió ante él como tantas veces, amoldándose al conocido tamaño como un guante. El cruce de miradas no se interrumpió ni un segundo, mientras Nico se enterraba en su madre con enloquecedora lentitud, disfrutando cada centímetro de avance como si fuera el primero. Cuando su pubis entró en contacto con el de ella, ambos dejaron escapar un suspiro de excitación, firmemente unidos, sus latidos acompasados en sus respectivos sexos.
Con manos firmes Nico tomó a su madre de los costados y tiró de ella, levantándola. Nico de rodillas en la cama y Lola alzada hasta quedar sentada sobre sus muslos, empalada firmemente sobre su erección. El torso de ella, completamente estirado, dejaba su cabeza a la altura de la de él, más encorvado, salvando la gran diferencia de altura que raras veces les permitía estar cara a cara durante la penetración. Los pechos de ella se levantaban desafiantes, los pezones rosados erectos y tensos por la excitación. Sus bocas, separadas por un espacio diminuto, jadeando la una en la otra, el olor del sexo del otro en cada aliento. Nico miró a su madre con gravedad más allá de la excitación y habló calmado y sereno.
- Te quiero Lola, eres mi mujer – y la besó con intensidad y pasión, apresando sus labios y su lengua.
Lola sintió su aliento robado en la boca de su hijo, tensándose todo su cuerpo por la respuesta y apretando aún más el pene con los músculos de su vagina. Sintió las manos de Nico abrazándola, acariciando con suma delicadeza la piel de sus costados y su espalda, mientras el beso cedía intensidad y se tornaba en pasión. El agarre al que su hijo la sometía era firme pero no opresivo, cediendo a cualquier leve movimiento y acomodándose para darla su libertad. El pene de su interior un punto de apoyo más que algo que la retuviera, canalizando a ese punto el mar de sensaciones de su cuerpo. El beso la derritió por dentro, ahogando cualquier respuesta y no dejándole otra opción que corresponder con la misma pasión.
Casi como un baile, Lola comenzó a moverse, muy despacio, estimulando su sexo contra el pene de su hijo, que permanecía inmóvil. Hasta ahora nunca se habían besado de ese modo, tan reposado y entregado, sin ansia, pero con el mismo deseo y mucho menos mientras su hijo estaba en su interior. Madre e hijo disfrutaron despacio de la nueva postura, sin dejar de abrazarse y besarse continuamente, separándose Nico de sus labios solamente para besar sus pezones y la piel de sus pechos. Lola era la única que se movía, subiendo y bajando sobre la carne de su hijo o frotándose en amplios movimientos circulares. En mitad de todo, tuvo una revelación perturbadora, de todas las veces que habían estado juntos, esta era la primera vez que Nico no la había llamado mamá. Era la primera vez que en lugar de ‘’follarla’’, la estaba haciendo el amor. Separándose de forma brusca, se quedó a centímetros de su rostro, mirando los ojos de su hijo con intensidad.
- Nico…yo tam… - el orgasmo cortó sus palabras con una descarga eléctrica por su columna.
Nico la sujetó con fuerza, acompañando las convulsiones de su cuerpo y besando su cuello, las clavículas marcadas por la tensión. Todo lo que pudo, movió su cadera para intensificar la sensación de su madre, buscando uno de esos raros pero intensos clímax múltiples. Lola lo notó e intensificó el roce de su clítoris contra el pubis de su hijo, en rápidos y secos vaivenes de su cadera, acentuados por la presión de la mano de Nico en sus nalgas. Lo sintió crecer en su sexo, radiando por todo su cuerpo y corriendo a las puntas de sus dedos, que se engarfiaron en respuesta. Los de sus pies arrastrando las sábanas y los de sus manos marcando nuevamente la espalda de su hijo. Envalentonado por el placer de su madre, la dejó caer de espaldas sobre el colchón y con la libertad de movimientos ganada, acometió con impulso renovado su vagina con movimientos completos de su cadera propulsando su miembro cual pistón.
Lola gritó al sentir una cadena de explosiones en su vientre, su vagina pulsando a ritmo enloquecedor y sus ojos en blanco por el intenso placer. La mano de Nico se aferró a su clítoris, haciéndola retorcerse aún más entre sus brazos, cada convulsión enviando una oleada de placer a través de su pene.
- Te quiero – embestida – Te amo – Otra embestida – Te quiero – decía sin cesar.
Su madre solo podía emitir un agudo quejido continuado mientras orgasmo tras orgasmo se apoderaba de ella, robándole el control de sus extremidades y sus sentidos. Nico se vio arrastrado junto a ella en la explosión, vaciando sus testículos nuevamente dentro de ella sin frenar sus embestidas en lo más mínimo. Aún después de vaciarse, su miembro mantenía parte de la rigidez y continuó penetrando con ímpetu el cuerpo tembloroso de la mujer bajo él, arrancándola los últimos gemidos extasiados antes de caer rendido. Su madre se deslizó por su pene ya flácido, que salió de ella aún goteante. Con la respiración acelerada yacieron uno al lado del otro, todas sus terminaciones nerviosas vibrando aún por el orgasmo.
Lentamente se recuperaron, Nico el primero y acompañando a Lola con caricias en su pelo y sus mejillas, observando en el intenso rubor que las cubría. El subir y bajar de los pechos de su madre capturando su mirada mientras su respiración se suavizaba a un ritmo más pausado. Finalmente, los ojos de ella se abrieron y le miró con una exhausta sonrisa cargada de ternura. Se besaron varias veces sin dejar de acariciarse, jugando con las lenguas con gran lentitud.
- Creo que ya estás listo por fin para tu regalo mi vida – le dijo notando la presión del pene semirrígido en su pierna.
- Menudo suspense ma… cariño, ¿no será lo que yo creo? – preguntó con la emoción aflorando en su voz.
- Sí mi amor, lo que me llevas pidiendo desde aquel día en el coche -concluyó sellando la frase con un beso.
Lola se incorporó para colocarse a cuatro patas sobre la cama, las rodillas separadas levantando su cadera todo lo posible, su espalda inclinada en diagonal y la cabeza apoyada en la almohada. Señalando a la mesilla, indicó a Nico un bote de gel lubricante, para luego separar sus nalgas con las manos, exponiendo su ano cerrado.
- Con mucho cuidado, ¿vale mi amor? – dijo con un leve temblor en la voz – Por favor.
- Claro cielo mío – respondió colocándose tras ella y destapando el bote de lubricante recién estrenado – Tú solo dime si te duele.
Nico vertió una generosa cantidad de lubricante en su mano y la llevó al esfínter de su madre, extendiéndola por la superficie e introduciendo la yema de su dedo índice para humedecer la entrada. El frescor del fluido provocó un escalofrío en Lola, que se contrajo de forma involuntaria. El gel restante lo colocó sobre su glande, esparciéndolo uniformemente por la superficie. Con suma delicadeza, guio su miembro con la mano hasta colocarlo sobre el ano de su madre, la punta en contacto con el oscuro asterisco en la carne. A simple vista, el ancho de su miembro era casi el triple que el de las rugosidades en la carne. Con las manos tomó los redondeados glúteos, liberando a Lola para llevar sus manos a su sexo y comenzar a estimularse.
El glande de Nico se movió de manera tentativa, acariciando la superficie sin presionar, terminando de empapar de lubricante toda la zona. Lola intentaba relajar su cuerpo, pero era incapaz de controlar diminutas contracciones cada vez que sentía el contacto. Su hijo estaba disfrutando de la anticipación, liberado ya por dos orgasmos de la urgencia animal previa, según había previsto. De improviso sintió una pequeña presión, acompañada de tensión en las manos aferradas a su parte trasera. Su esfínter se tensó en respuesta, sintiendo un breve momento de pánico, pero se obligó a relajarse sin dejar de frotar su clítoris. Nico sintió la leve resistencia ceder, el ano abriéndose como una flor para acomodar su glande, dilatado más allá de cualquier experiencia previa.
Enseguida detuvo la presión, quedando la cabeza de su miembro enterrada en el recto de su madre. Lola ahogó un grito de dolor mordiendo la almohada, intensificando las caricias en su clítoris intentando calmar el ardor. El aliento se le congeló en el pecho, un dolor punzante radiando de su esfínter y lágrimas acumulándose en el rabillo de sus ojos. Nico sintió el calor de la envoltura, tan diferente al de la vagina de su madre, la superficie en contacto más firme y menos elástica, a pesar de la presencia del lubricante. Lola intentó aguantar todo lo posible, clavando los dientes en la almohada hasta no poder más, pero la intensidad del dolor la superó.
- ¡Sácala por favor, Nico! – dijo con un gemido.
Nico se retiró deprisa, dejando un agujero vacío donde antes se encontraba su pene, los bordes ligeramente enrojecidos del esfínter comenzando a cerrarse lentamente. Lola respiraba de forma pesada, sin dejar de acariciarse, el ardor aún presente, pero aliviado al desaparecer la distensión. Su hijo acariciaba sus riñones, directamente sobre los hoyuelos de su espalda, con lentas caricias circulares, sus ojos fijos en el orificio abierto y los labios vaginales que asomaban más abajo. Tomando la iniciativa, se posicionó nuevamente y penetró la vagina de su madre con suavidad, empapándola en los cálidos fluidos de mujer que manaban de ella. Lola gimió complacida, sus caricias ayudándola a humedecer aún más su sexo que se contraía alrededor del pene. Unos minutos de penetración placentera le devolvieron el valor a Lola para realizar un nuevo intento con el sexo anal.
- Inténtalo otra vez, mi vida. Igual que antes, con cuidado – el nerviosismo aun presente en su voz, pero dando paso a la excitación.
Nico retiró su miembro, sacándolo cubierto de secreciones blanquecinas y restos de su propio esperma. Con deliberada delicadeza, volvió a colocarlo en el esfínter nuevamente cerrado de su madre y con una ligera presión intentó retomar la penetración. La resistencia fue esta vez más leve, cediendo el músculo para dar paso al glande. La cabeza del pene se hundió en la cavidad, un centímetro más que la vez anterior, hasta percibir una nueva resistencia. Lola volvió a notar el ardor en todo el perímetro, intenso como antes pero aun soportable. El último tramo del intestino de Lola contrayéndose como si intentara expulsar al invasor de forma involuntaria. Con un esfuerzo voluntario, Lola relajó su cuerpo todo lo que pudo, reduciendo la incómoda sensación a una presión constante pero tolerable. Nico retiró levemente la punta, sin llegar a sacarla, dando un apreciado alivio al esfínter de su madre, para ayudarle a habituarse a la sensación.
Inexorablemente, cada nueva entrada ganaba algunos milímetros en el interior, enterrando cada vez una mayor porción de carne en la apretadísima cavidad. Nico se sentía enloquecer por la necesidad de bombear sin tapujos, dejando caer todo su peso sobre el pequeño cuerpo bajo él. Por mucho que se había preparado, Lola no podía anticipar la intensidad de las sensaciones, soportando por pura fuerza de voluntad y compromiso con su decisión, el intenso dolor que sentía. Cuando tras interminables minutos sintió el contacto del pubis contra sus nalgas, la embargó una sensación de orgullo desmesurado por haberlo conseguido.
- Ya estoy dentro del todo – escuchó decir a Nico con voz queda – Tienes un culo increíble.
- ¿Te gusta mi amor? – contestó girando la cabeza para mirarle - ¡Feliz cumpleaños!
- Es el mejor regalo de mi vida, ser el primero en hacértelo, me encanta como me aprietas.
- Entonces pruébalo – le susurró juguetona – es tuyo.
Sujetándose a sus caderas, Nico retiró su pene con lentitud, acompañado por la lenta expiración de Lola al sentir el movimiento. Sus dieciséis centímetros salieron, salvo el tramo engrosado del glande. Con un breve ‘’voy’’ la previno de su acometida y volvió a envainarse en el pequeño cuerpo tembloroso. Lola recibió la acometida con estoicismo, su clítoris sobre estimulado por los dedos que lo acariciaban de forma frenética. La lentitud de las penetraciones la permitía prepararse física y mentalmente para recibir la invasión, tomando aliento en las retiradas y relajándose al máximo en los retornos. El placer ganando inexorablemente la carrera a la incomodidad, demostrando con jadeos que empezaba a disfrutar de la experiencia.
Buscando a tientas bajo la almohada, Lola alcanzó la última parte de su regalo. Con gesto triunfante, sacó el vibrador blanco y morado que Nico la había sorprendido usando hace ya meses. Nunca habían usado juguetes durante sus sesiones sexuales, así que le pareció un broche final magnífico a la sorpresa. Con diestros movimientos, alineó la punta del consolador con su sexo y se penetró de un movimiento seco, el látex deslizándose sin problema por sus húmedos pliegues. Con el pulgar encendió la vibración en su máxima intensidad, sintiéndola en las paredes de su sexo y especialmente en la boquilla presionada contra su clítoris. Incluso Nico sintió la vibración en su pene, a través de la fina pared de tejido que los separaba.
Lola no se había sentido jamás tan sumamente llena. Sus cavidades dilatadas al mismo tiempo, con la presión del pene en su inexperto recto aumentando la normalmente confortable sensación en su vagina hasta límites aún no explorados. Toda su zona pélvica era una explosión de sensaciones, las tensiones y la incomodidad a la sombra del placer y la aplastante fuerza del morbo de sentirse penetrada doblemente en el mismo momento de entregar su virginidad anal. El hecho de que su hijo estuviera involucrado ni siquiera registrado en ese momento. Madre e hijo convertidos en hombre y mujer, compartiendo una experiencia novedosa, excitante y puramente sexual.
Nico se sintió confiado para intensificar la fuerza de sus acometidas, dedicando un poco más de ímpetu a las penetraciones, dando rienda suelta a la imperiosa necesidad de reclamar esa nueva cavidad a su disposición. Lola lo recibió deseosa, cada embestida contra su ano enviando sensaciones novedosas al combinarse con el vibrador en su sexo. Inconscientemente movía sus caderas al encuentro de las de su hijo, aumentando la intensidad de la entrada cuando sus cuerpos colisionaban. Una de sus manos firme sobre el juguete sexual y la otra apoyada en el cabecero de la cama para evitar que su cabeza lo golpeara.
- Me encanta tu culo – dijo Nico pensando en voz alta, más que dirigido a Lola – Me encanta follarlo.
Las palabras aumentaron aún más el sonrojo del rostro de Lola, por primera vez su hijo, que tan tiernamente le había hecho el amor en esa misma cama minutos antes, le había dicho que la estaba follando. No usaban nunca entre ellos lenguaje vulgar o soez y la súbita aparición de la palabra la pilló por sorpresa, arrojando un nuevo nivel de excitación con un tabú más vulnerado. ‘’Mi hijo me está follando el culo’’, la golpeó con brutalidad la cruda realidad de la situación. Y me está encantando, sintió como respuesta natural, disfrutando en verdad de la sensación de sus dos orificios ocupados y bombeados con cada vez más energía
- Fóllame - afloró a sus labios entre gemidos y jadeos – Fóllame…fóllame… ¡fóllame más!
Su voz iba en crescendo junto a la intensidad de sus gemidos, jaleando a Nico para que la poseyera cada vez con más ímpetu. La carne palmeaba al chocar sus nalgas contra las pelvis de él, que ya tiraba con fuerza de sus caderas para clavar más hondo su miembro en el intestino de su madre. Lola gritaba de placer, desbocada, perdidas las palabras entre gemidos del más puro éxtasis. Su sexo se incendió en una avalancha de sensaciones, que la hizo sentir que se estaba orinando encima al brotar un torrente de flujos, empapando la mano con la que sostenía el juguete. Varios orgasmos se atropellaron por alcanzarla, golpeando su cuerpo como una avalancha y haciéndola tensar tanto la espalda que se incorporó casi noventa grados en vertical. Nico cambió el asidero de la cintura a sus pechos, copándolos con sus manos y propulsando su miembro en un ángulo distinto dentro del conducto anal.
Los ojos de Lola se pusieron en blanco, sobrecogida por las convulsiones. Todo su cuerpo se contraía, apretando el pene de Nico como un exprimidor que dificultaba incluso la fluidez de las penetraciones. Aún con la resistencia adicional, el miembro siguió bombeando en su interior sin descanso, hasta que el pequeño cuerpo de Lola quedó laxo por completo, perdida la consciencia durante un instante y cayendo sobre las sábanas. Durante casi dos minutos Nico siguió percutiendo el cuerpo inerte hasta que él cruzó también el límite y sintió la primera explosión de su orgasmo. El cálido impacto del semen en su interior devolvió el sentido a Lola, haciendo hormiguear todo su cuerpo con el retornar de la consciencia. Tres disparos sucesivos siguieron alcanzando su interior, con una extraña sensación cálida y viscosa, pero que aliviaba en parte la tensión producida por el estreno de su íntimo orificio como entrada.
Nico salió de su interior de forma accidental al embestir con demasiada energía, lo que hizo que los dos últimos chorros se acumularan en la espalda de Lola, llenando los hoyuelos sobre sus nalgas y dejando el miembro reposando entre las dos montañas de carne suave. Lola intentaba hablar, pero solo un gemido grave conseguía salir de su garganta, perdido el control hasta de las funciones más básicas. Nico consiguió desplomarse a un lado, en lugar de sobre ella, su miembro empezando a mostrar signos de la resistencia a la que se había enfrentado con una leve tensión bajo las oleadas en recesión del placer. Lola registró vagamente la presencia a su lado y se dejó envolver en un abrazo reconfortante, la percepción volviendo poco a poco a su cerebro. No era extraño el levantarse con agujetas después de las sesiones más enérgicas, pero estaba convencida que el día siguiente representaría un nuevo hito en secuelas corporales. Solo esperaba que no se le notara mucho al sentarse el origen de su incomodidad. Con una boba sonrisa y sin ser capaz aun de girar la cabeza, alcanzó a pronunciar tres palabras.
- ¡Feliz cumpleaños hijo!
Juan había comenzado a sospechar que algo pasaba con Lola. Durante el último año era consciente de que su vida sexual estaba experimentando dificultades, principalmente por parte de él. Pero la continua demanda de Lola, que buscaba y fomentaba sus encuentros, aun cuando él no se sentía en condiciones, había desaparecido de la noche a la mañana en los últimos meses. Es más, había percibido incluso un aumento del pudor en ella, que ya no se cambiaba delante de él y esperaba a estar a solas, como si la avergonzara mostrar su desnudez. También se había ido reduciendo la cantidad e intensidad de los besos, pasando a meros roces de los labios a modo de saludo y despedida.
Sin embargo, el ánimo de Lola había mejorado sensiblemente y se la veía risueña y feliz en todo momento. También preocupó a Juan el que ella hubiera protegido su móvil con huella dactilar, cuando hasta ahora usaba un simple deslizamiento. Una nueva barrera de privacidad entre los dos que antes no existía. La sospecha comenzó a enquistarse en la mente de Juan, haciéndole imaginar todo tipo de posibles aventuras que Lola pudiera estar teniendo a sus espaldas. Con gran pesar, utilizó incluso la herramienta de localización del teléfono de ella para seguir sus movimientos. Con gran alivio descubriendo que ella limitaba sus desplazamientos al gimnasio o a estar con Nico.
¿Pudiera ser que Lola estuviera empezando a cansarse se su nueva vida sexual inexistente y estuviera tanteando por internet la posibilidad de una aventura? De ser así, estaba seguro de que pretendientes no le faltarían. El enfado inicial dio paso a la frustración y a la pena, qué otra salida le había dado él después de todo, tras un año esforzándose por reactivar la pasión era previsible que ella se acabara cansando. Tragándose su orgullo Juan abrió el explorador de internet, en busca de solucionar la causa que le impedía complacer a su esposa como antes.
El día del cumpleaños de Nico representó un hito en la relación madre hijo, dando paso a que el joven empezara a comportarse en un rol más parecido al de una pareja. Lola se sintió descolocada por las novedades, desde que dejara de llamarla mamá salvo en presencia de su padre, hasta los más sutiles cambios en la actitud de Nico hacia ella. Poco a poco fue consciente de que su hijo se había enamorado perdidamente de ella, manifestándolo abiertamente cada vez que practicaban sexo y reclamándola como su mujer. Lola no estaba enamorada de él. Le quería claro, era su hijo, al fin y al cabo, le daba un placer increíble y la hacía sentir bien. Pero no visualizaba un futuro con él, lo que había comenzado como una deshago de carácter transitorio estaba escapando rápidamente del control establecido por las reglas ya vulneradas y olvidadas.
Intentando mirar con perspectiva, Lola fue haciéndose a la idea de cómo estaba afectando realmente a Nico todo esto. Había perdido el curso anterior y tenía todas las posibilidades de volver a perder el actual. Hacía meses que no salía con amigos y había abandonado las actividades extraescolares para poder pasar más tiempo en casa. Sobre todo, estaba empezando a desarrollar una actitud desafiante hacia su padre, tratándole con soberbia y casi condescendencia en ocasiones. No le había hablado abiertamente de dejarle, pero empezaba a atisbar que la posibilidad pasaba por su mente. Paso a paso, Lola se dio cuenta de que había dejado pasar todas las señales, cegada por su propio placer y había arrastrado a su hijo en la espiral de lujuria.
Tomó la decisión de que debía hablar con él y poner fin a sus encuentros, retomar una vida familiar normal y ayudarle a salvar lo que quedara de su juventud. Todo lo vivido sería un recuerdo inolvidable y seguro que él podría aprovechar lo aprendido para hacer feliz a una mujer o a muchas en su rango de edad. En cuanto Juan se marchara esa noche, hablaría con él y le pondría fin, era lo justo. Ya vería como hacer frente a sus propias necesidades in afectar a la familia.
Tan sumida se encontraba en sus propios pensamientos mientras miraba fijamente el libro abierto ante sí que no se percató de que Juan entraba al dormitorio de vuelta de la ducha. Su cintura envuelta en una toalla y la piel de su torso depilado ya seca, una leve curva en su vientre, pero aún bastante definido. Sentada en la cama, le saludó con un gesto y se levantó dispuesta a ir a preparar la cena. Con un tirón Juan se desprendió de la toalla, revelando su zona pélvica completamente depilada y coronada por una evidente erección, el glande enrojecido descubierto y apuntando hacia ella.
Lola se quedó congelada observando la barra de carne endurecida de casi diecinueve centímetros de longitud, perfectamente erecta como hacía ya casi dos años que no ocurría. Sus ojos se levantaron lentamente hasta los de su marido con expresión interrogante, descubriendo la amplia sonrisa que surcaba sus labios.
- ¿Cariño que, …? – empezó a decir titubeante.
- Mi amor – la cayó con un dedo en los labios – perdóname. No quería reconocer que tenía un problema y te he tenido abandonada. Pero eso se acabó.
- Juan…mi vida…como estás… - susurró extendiendo su pequeña mano hasta el miembro caliente y acariciando su longitud.
- Como te echaba de menos mi amor y no me había dado cuenta. Perdóname por favor.
- Oh mi amor – las lágrimas afloraban a sus ojos - ¿Por qué has tardado tanto? – respondió medio riendo medio llorando.
- Ahora solo quiero recuperar el tiempo perdido – sin esfuerzo la alzó para ponerla a su nivel y la besó con fuerza
- Juan…el niño está en casa…nos va a oír… - intentó decirle entre besos apasionados
- Está jugando a la consola mi vida, no se entera de nada.
Juan la depositó sobre la cama y sin dejar de besarla la ayudó a desnudarse, besando cada rincón de su piel y cubriendo con caricias las zonas que sus labios abandonaban. Lola barrió las lágrimas de la culpa, entregada al reconfortante placer del hombre que era su marido. El único con el que había estado y había querido estar hasta los últimos fatídicos meses.
Juan se sentía nuevamente él en el dormitorio desde que empezaron los problemas sexuales. Era sorprendente lo que una pequeña pastilla podía lograr. Volvía a sentir la dureza de su erección, de un modo parcialmente doloroso incluso, ardiendo por hundirse en la sensual mujer que tenía bajo él. Cuando la penetró, fue una sensación parecida a la vuelta al hogar tas un largo viaje, una sensación de familiaridad y acogida. Lola no pudo reprimir un jadeo cuando sintió el miembro dilatarla más allá de lo que lo hacía el de su hijo, ligeramente más corto, pero de un grosor considerablemente inferior.
No importaba que ella estuviera habituada a un ritmo de sexo diario y varios orgasmos, la entrada de su marido en su sexo revivió una parte de su ser que ninguna otra pareja podía reemplazar. Hicieron el amor de forma suave, como reencontrándose después de un largo viaje. Juan la acometía con firmeza, manejando el cuerpo de ella de forma delicada, su miembro mantenido la firmeza y cabalgando con entereza los orgasmos de su esposa que lo exprimían con ardor. Los minutos se sucedían en el reloj, 20:22, 20:35, 20:48 y la firmeza de Juan no disminuía un ápice, acometiendo su sexo de forma rítmica y placentera. Cuando su energía comenzaba a disminuir Lola le indicó por gestos que la dejara ponerse sobre él y le montó con expertos movimientos hasta que se fundieron en un orgasmo conjunto, sintiendo el impacto del semen de su marido en su interior.
No fue el mejor orgasmo de su vida, ni el más intenso. Su hijo le había proporcionado orgasmos múltiples que le habían robado el aliento y hasta la consciencia. Sin embargo, este orgasmo fue el primero en llenar su alma de calidez y no simplemente satisfacer la urgencia de su deseo. Se abrazaron y se besaron, compartiendo la recuperada intimidad de pareja mientras corrían los minutos para la hora de salida de Juan al trabajo. En el pasillo, Nico se erguía entre la puerta del dormitorio y la del baño. Los puños apretados hasta que los nudillos se pusieron blancos y las uñas clavadas en las palmas de las manos hasta cortar la piel. En su cara una expresión de asombro y rabia desde que, al pausar el juego para ir al baño, había oído los jadeos provenientes del dormitorio.
Una sonrisa de superioridad aflorando a sus labios, esperando una repetición de las rápidas eyaculaciones de su padre, que desapareció al intensificarse los gemidos de su madre hasta un ahogado orgasmo contra la sábana. Los golpes de los cuerpos contra el colchón impactaban su alma como auténticos puñetazos, minuto tras minuto transcurriendo con horrorosa lentitud al son de la carne golpeando rítmicamente. Cuando se detuvieron, marcando el punto final con un agudo gemido de Lola y un jadeo más grave de Juan, Nico se retiró enfurecido a su cuarto, esperando que su padre se marchara para confrontar a su madre.
Habían apurado hasta el último instante y Juan se dirigió finalmente a la puerta de la casa, con Lola colgada de su brazo. Mientras él se había vestido por completo, ella llevaba puesta únicamente una camiseta de él que le servía de vestido cubriendo sus piernas hasta la mitad del muslo. Se besaron en la puerta y cuando se cerró Lola se dejó caer hacia delante, con la frente apoyada en la madera y reflexionando el vuelco que su vida acababa de dar en un instante. Respirando hondo intentó ordenar sus pensamientos, lo cual no era fácil con el calor del orgasmo aún presente en su cuerpo y la sensación del semen escurriendo en su interior.
La puerta de la cocina abriéndose de golpe la sacó de su ensimismamiento, haciéndola girarse para ver a su hijo parado a dos pasos de ella con los brazos cruzados y gesto contrariado. Tenía la respiración agitada y una expresión de rabia en los ojos llameantes. Lola se sintió encoger un poco ante la presencia de su hijo, mirándola casi cuarenta centímetros por encima.
- ¡Os he oído! – dijo secamente y callando como si esperara una explicación.
- Cariño -empezó tranquila – tu padre y yo hemos tenido un avance importante.
- ¿Ya se le arregló la polla al viejo? – la cortó con tono irónico – Te he oído correrte.
- ¡No hables así de tu padre! – respondió contrariada – Y eso no es asunto tuyo.
- Lo es cuando te corres conmigo, ¿no? – dijo suavizando el tono – Seguro que yo te hago correr más cariño.
Nico extendió su mano envolviendo el pecho de Lola por encima de la camiseta, rozando el pezón. Ella se tensó y le apartó la mano con la suya.
- Nico esto ya lo habíamos hablado…si tu padre y yo volvíamos…esto tenía que parar – su voz era suave pero firme- Además te está afectando demasiado.
- ¿Cómo dices que parar? – le gritó – ¡Tú eres mi mujer no la suya, no vamos a parar!
Nuevamente intentó agarrar su pecho, pero el puño se cerró sobre la tela de la camiseta, apretándola con fuerza. Hubo un breve forcejeo en el que Lola intentó soltarse y Nico tiró hacia sí intentando pegarla a su cuerpo. La desgastada tela se abrió, rajando la prenda por el centro y descubriendo los pechos desnudos de Lola ante la atenta mirada de su hijo. Como respuesta ella lanzó el brazo y abofeteó la mejilla de su hijo con la mano abierta, imprimiendo toda la fuerza que pudo en el golpe. Nico giró la cara, sorprendido, más que dolorido y devolvió un revés de su mano izquierda que cruzó el rostro de su madre. Todo el cuerpo de Lola se giró golpeando su frente de nuevo con la puerta de entrada y quedando de espaldas a su hijo.
Llevó la mano a la mejilla dolorida, que empezaba a enrojecer y retiró los dedos manchados con sangre que brotaba de un fino hilo en la comisura de los labios. Las lágrimas comenzaron a brotar mientras limpiaba su boca con el dorso de la mano, pero antes de que pudiera girarse, sintió un fuerte tirón en la camiseta, levantándola por encima de la cintura y descubriendo su parte baja. Con brusquedad sintió que dos dedos se hundían en su vagina, curvándose en su interior y arrastrando, lo cual le provocó una mueca de incomodidad.
- ¡Puta! – escuchó a su espalda – Ni siquiera te has lavado su corrida.
- ¡Nico para ya! – le respondió más asustada que enfadada
Un nuevo tirón arrancó la camiseta de su cuerpo, lanzándola, volando, al otro lado de la cocina. Las manos de Nico la apresaron por los hombros y la giraron, aplastándola contra la puerta mientras se abalanzaba sobre ella y comenzaba a succionar sus pechos. Las manos de él forcejeando con la ropa mientras se desnudaba apresuradamente, su peso más que suficiente para retener a su madre. Los pechos de Lola acostumbrados a suaves lametones y succiones estaban siendo tratados esta vez con rudeza y descuidados chupetones, casi mordiscos que le arrancaban gemidos de dolor. Lola golpeaba con los puños los hombros y al cabeza de Nico, que ni siquiera registraba los golpes.
- ¡Nico para! – gritaba desesperada - ¡Hijo por favor! - comenzó a llorar - ¡Suéltame, me haces daño!
- ¿Ahora quieres que te suelte? – le dijo rabioso – Ya tienes otra polla y ya no me necesitas ¿verdad? Me has pedido que te folle hasta ahora y no me vas a decir cuando parar ¡puta! – escupió la última palabra.
Al retirarse para gritarla, el cuerpo de Lola se liberó del peso y escurrió entre sollozos por la puerta hasta caer de rodillas. Desde arriba Nico la miraba con odio, su pene erecto apuntando directamente al techo a meros centímetros de su cara. Enganchó dos puñados de su pelo y de un fuerte empujón atrajo su cabeza hasta su miembro, apretando la punta contra los labios cerrados y magullados. Los fuertes tirones a sus rizos la obligaron a gritar, abriendo la boca que fue rápidamente ocupada por el pene pulsante a sus puertas. Nico se lastimó con los dientes de su madre, registrando el dolor con un siseo, pero su rabia era aún mayor que su dolor. Encajó su miembro hasta la misma garganta de Lola, forzando una arcada y un espasmo. Tomándola con fuerza empezó a penetrarla con furia, imprimiendo toda la fuerza que podía a sus caderas mientras violaba la garganta que antaño le acogiera con tanta disposición.
Lola podía hacer poco más que tomar aire entre embestidas, la parte posterior de su cabeza golpeando con fuerza la puerta cada vez que el pene de Nico se hundía en su garganta y la impulsaba hacia atrás. Lanzaba sus manos contra el vientre y los muslos de él en un vano intento de retener sus acometidas, pero lo único que lograba era que los tirones en su pelo se intensificaran. Su mandíbula distendida le impedía tomar el suficiente apoyo para morder el trozo de carne que le robaba el aire, cada vez más aturdida por la sucesión de golpes. Nico se limitaba a gruñir, el roce de los dientes un registro al margen de la furia que canalizaba en la boca de su madre. Sentía el impacto de su glande contra la laringe de ella y apretaba bloqueando totalmente la vía aérea, lo que hacía que el rostro de Lola fuera enrojeciendo cada vez más hasta tomar un tono violáceo.
La falta de aire comenzó a pasar factura a Lola, nublando su vista ya empañada por las lágrimas. Su cráneo era un punto candente de dolor que la retenía en la consciencia y por su barbilla caía un chorro de saliva mezclada con la sangre fruto del corte en su labio. Nico la dejaba unos preciosos segundos entre acometidas para renovar el aire de sus pulmones, pero estos empezaban a arderle. Con una última embestida Nico dejó caer todo su peso sobre ella, forzando la punta de su miembro en lo más profundo de su garganta. Lola sintió como se hinchaba, ocupando el conducto por entero y notó las sucesivas convulsiones que propulsaron el esperma directo a su esófago y a su tráquea. Su hijo la retuvo firmemente mientras se vaciaba, robándola totalmente la capacidad de respirar. Cuando la soltó Lola cayó al suelo sobre las manos y las rodillas, tosiendo y luchando contra las arcadas.
Cada inhalación iba seguida de rasposas expectoraciones y arcadas, en un intento de expulsar le semen que se adhería a su interior. Su estómago se rebeló, vaciándose en dolorosas arcadas sobre el suelo de la cocina, mezclando la bilis con el resto de los fluidos. Una pegajosa humedad en la parte posterior de su cabeza le reveló que los constantes golpes habían terminado por cortar la piel de su cuero cabelludo, el dolor unido al de su maltratada mandíbula. Por encima de ella Nico respiraba pesadamente, su miembro flácido goteando y los puños apretados a sus costados. Su rostro mostrando la misma expresión de furia impresa en su rostro. Un vacío se formó en el interior de Lola, haciendo que la recorriera un escalofrío, aquello no había terminado aún.
El puño de Nico volvió a cerrarse sobre su pelo y con un fuerte tirón comenzó a arrastrarla hacia la puerta de la cocina. Lola intentaba incorporarse para reducir la tensión en su cuero cabelludo, pero apenas conseguía plantar los pies un nuevo tirón la derribaba, haciendo que su delicada piel se arrastrara por el suelo de madera. A mitad de camino por el pasillo su pelo cedió, dejando un mechón arrancado en el puño de su hijo con una ardiente sensación de agonía. La cabeza de Lola cayó directamente contra el suelo, dejándola tendida. Consiguió gatear al menos medio metro de vuelta a la cocina mientras gritaba pidiendo ayuda, pero los brazos de Nico se cerraron en torno a su cintura levantándola sin esfuerzo.
Pateó en el aire, golpeando su torso y sus brazos, aullando de puro terror, pero su resistencia no tuvo efecto y en pocos pasos se vio lanzada sobre el borde de la cama. Impactó contra el colchón, de manera que sus piernas quedaron colgando por el borde. Instintivamente cerró los muslos intentando proteger su sexo, cubriendo la zona también con las manos. Hincando una rodilla entre ellos Nico forzó la separación y de un seco tirón de sus brazos la expuso completamente. Lola pudo ver que su miembro volvía a estar duro como una barra de acero y chilló asustada pidiendo auxilio. Un fuerte puñetazo en su vientre silenció sus gritos y él aprovechó para reclinarse sobre ella y forzar su miembro sobre los labios vaginales. Los ojos suplicantes de ella se cruzaron con los de él en un vano intento de apelar a su cordura, pero Nico sencillamente soltó un alarido mientras se dejaba caer para forzar la entrada en su seco conducto. Madre e hijo gritaron de dolor por la intensa fricción, los sonidos de ella agudos y cargados de miedo, el grito de él un gruñido de triunfo y vindicación.
Con una mano Nico inmovilizó los brazos de su madre por encima de su cabeza, enterrándolos en el colchón, mientras que con la otra comenzó a retorcer sus pezones con movimientos de torsión. El comienzo de las penetraciones no se hizo esperar y sin dejar de gritar bombeó con toda su fuerza la dolorida vagina de su madre.
- ¿Ya no quieres más polla? – vociferaba a pleno pulmón - ¿Por qué no te corres ahora, puta?
Lola cerró los ojos, intentando relajar su cuerpo para reducir el dolor de las embestidas, presentando su cuerpo como el de una muñeca inerte. Pero Nico no se lo iba a dejar tan fácil, él no buscaba solo su propio placer, sino que su principal objetivo era descargar su ira. Cada vez que Lola dejaba de moverse atacaba con fuerza sus pezones o su clítoris, con agresivos pellizcos retorciendo la piel y clavando las uñas. Todo el cuerpo de Lola se retorcía en convulsiones no muy distintas a las que tenía cuando la embargaba el éxtasis, solamente que con la banda sonora de sus gritos en lugar de gemidos. La penetración era pura agonía para la pequeña mujer, raspando las paredes de su vagina completamente seca, para Nico también suponía cierto dolor, pero eso no hacía sino retrasar su orgasmo.
Los minutos se sucedían con Nico dedicando todo su peso y energía a taladrar el cuerpo de su madre con toda su rabia. Levantaba su cuerpo por entero y dejaba caer sus ochenta kilos a plomo sobre ella, concentrando todo el peso en la cabeza de su miembro. Lola había perdido la capacidad de gritar y solamente se retorcía bajo él de manera involuntaria. Su sexo ardía de un modo que le hacía pensar que debía estar sangrando, pero al menos la sangre servía en parte para lubricar las duras embestidas.
Súbitamente sintió como Nico abandonaba su interior, dejando un vacío en su sexo que recibió con alivio. Todo su cuerpo era un punto de agonía, con pinchazos en todos los músculos intensificados en su bajo vientre. Temía abrir los ojos, por lo que su primera reacción fue permanecer muy quieta, hasta que llegó a una terrible conclusión. No había sentido la eyaculación de Nico, la tortura aún no había terminado. Antes de que pudiera reunir las fuerzas suficientes para incorporarse, fue violentamente girada hasta quedar apoyada sobre su vientre, con las rodillas colgando sobre el borde de la cama. Los brazos de su hijo la sujetaron por los hombros hundiéndola sin salida en el colchón. Con absoluto pánico sintió el contacto del pene aún erecto contra sus nalgas, buscando el camino entre ellas.
- No no no no no no no -suplicó con el hilo de voz que aún le quedaba.
- Es mi regalo, ¿recuerdas? – dijo socarrón mientras colocaba la punta sobre su esfínter.
- Nico eso no, por favor, te lo ruego – balbuceó entre lágrimas y sollozos – hago lo que quieras, pero eso no por favor.
- ¿Lo que quiera? – preguntó retirando su pene ligeramente
- Si Nico por favor lo que sea menos eso, me vas a matar – el cuerpo de Lola se relajó levemente ante el atisbo de una tregua.
- Pues quiero…- dejó en el aire tomando impulso - ¡Follarte por el culo zorra! Gritó enterrándose en el ano de Lola.
Si hasta ahora Lola pensaba que lo había pasado mal, la furiosa carga a través de su recto le mostró la verdadera cara del dolor. El miembro de su hijo se enterró hasta la mitad en ella, forzando el esfínter al máximo en una dolorosa distensión. Las uñas se hundieron en la blanca piel de sus hombros, rasgándola en varios lugares, su cuerpo completamente inmovilizado por la gran diferencia de peso. Nico siguió empujando con todas sus fuerzas, con secos envites que propulsaban su pene más adentro como si un ariete se tratara, conquistando el recto de su madre centímetro a centímetro. No hubo esta vez espera ni adaptación, solo ira y salvajes penetraciones usando todo el impulso que podía. Lola sentía nacer sus gritos en su esfínter y recorrer su columna hasta salir por su garganta en forma de aullidos de dolor animal.
Unos cinco minutos de agonía culminaron en la pérdida de la consciencia para Lola, que cayó inerte en el abrazo de la negrura, sus sentidos saturados por el dolor. Llevó a Nico unos segundos darse cuenta de que su madre permanecía inmóvil y había dejado de gritar. Una nueva ola de furia le sobrecogió, no quería darle aún esa tregua. Retiró su miembro todo lo que pudo hasta que la punta quedó perfectamente apoyada sobre el enrojecido esfínter que pugnaba por cerrarse. Concentró todas sus fuerzas en su cadera y embistió con toda la adrenalina acumulada, cargando su peso entero en la punta de su miembro. La barra de carne se hundió como un cuchillo, abriendo por completo el recto en una tensión insoportable.
Lola recobró la conciencia con una agonía desproporcionada, su esfínter estirado más allá de su límite, ardiendo con un dolor que no creía posible sentir. El tejido se tensó tanto que acabó rasgándose con un ruido húmedo, sangrando de manera abundante. Su voz se quebró en un gemido de puro martirio, sintiendo el desgarro de sus entrañas aumentándose por la cruel acometida del pene. Tal era la intensidad de los gritos de ambos que Nico no percibió los golpes en la puerta de entrada, forzada abierta a patadas. Siguió bombeando el agujero sangrante hasta que dos pares de brazos le sujetaron desde atrás retirándole para inmovilizarle. Lola puedo ver, antes de volver a perder el sentido de nuevo, el azul del uniforme de la Policía Nacional que se agachaba para cubrirla con el edredón mientras su compañero pedía por radio una ambulancia.
EPÍLOGO
Lola necesitó de dos cirugías para recuperarse de sus heridas y muchas horas de terapia para superar el intenso trauma de la violación. Con la investigación policial y el requisado del teléfono móvil de Nico, toda su relación salió a la luz. Juan intentó sobreponerse y racionalizar lo ocurrido, pero no fue capaz y terminó por abandonarla. Nico fue detenido y los tribunales de violencia de género fueron rápidos y eficientes en administrar justicia para el joven, a pesar de los atenuantes que su abogado intentó presentar. Lola quedó libre con sus traumas y su soledad, relegada a vivir de la exigua pensión de Juan. Volvió al domicilio paterno marcada por la vergüenza, su historia en boca de todos a pesar de la censura en los medios. Tuvieron que pasar algunos años hasta que se sintió lo suficientemente cómoda para estar a solas con un hombre otra vez sin sentir escalofríos.
NOTA DEL AUTOR:
Espero que este brusco giro de guion no impida el disfrute de esta historia que quería compartir con vosotros. He recibido peticiones de llevar la narración por otros caminos, incluso que Lola guiara a Nico a seducir a sus compañeras de clase y tomara su revancha. Sin embargo, esta historia es una versión novelada y estimada de hechos reales que me son relativamente cercanos y no deseaba alterar tanto los hechos.
Espero con emoción sus comentarios y les veré pronto en una nueva historia.
Gracias