Un cúmulo de casualidades II. Las reglas del juego

Nico y Lola consolidan su relación, estableciendo unas reglas para regular sus encuentros. Todo parecía muy bien pensado, pero como todo el mundo sabe, las reglas están para romperlas.

Los rayos de sol que se filtraban entre las rendijas de la ventana se posaron sobre el rostro de Lola, apoyado sin mucha ceremonia en la almohada con el pelo ensortijado revuelto y pegado. Arrugó la naricilla por el picor, apretando los ojos y contuvo un estornudo con la mano, amortiguando el sonido. La consciencia la alcanzó de manera inmediata y abrió los ojos, parpadeando varias veces para despejarlos. Estiró sus brazos para desentumecer su cuerpo y sintió crujir su espalda de manera satisfactoria al desperezarse. Se encontraba todavía desnuda y no recordaba exactamente el momento en el que se había dormido. A su lado, en la penumbra de la habitación, sintió la pesada respiración de su hijo, que aún dormía junto a ella.

Nico seguía también completamente desnudo, tumbado boca arriba con las piernas estiradas y su pene presentando una más que evidente erección, reposando sobre su vientre mientras su pecho subía y bajaba despacio en mitad de un sueño profundo. Lola posó la vista en el miembro de su hijo, que hacía unas horas se había alojado en su interior y le había proporcionado un placer que ya creía perdido. Se lamió los labios secos y mordió ligeramente el inferior, sintiendo una pulsación en su vagina por el recuerdo del primer orgasmo múltiple de su vida. Y pensar que había estado a punto de pedir a su hijo que se marchara después de su primer clímax… El fuego de su interior, parcialmente apagado después de cabalgarle, había dado paso al remordimiento y la gravedad de la situación. Nico cortó esa línea de pensamiento con sus labios en un instante y eso los había llevado donde estaban ahora.

Los recuerdos de Lola tras la eyaculación de su hijo estaban algo difusos, vagamente registró como salía de ella y se desplomaba exhausto a su lado. Tenía flashes de haber entrelazado las manos con él y de haber intercambiado besos superficiales mientras la envolvía en sus brazos. La sensación de plácida calidez, el latir fuerte y lento del corazón de Nico en su oreja y el suave adormecimiento de su sexo, totalmente satisfecho por primera vez en más de un año. Lanzando una última mirada al cuerpo dormido de su hijo, se deslizó por la sábana intentando no despertarle y sus pies desnudos tocaron el suelo. Las piernas y la cadera le pulsaban con pequeños pinchazos fruto de las agujetas, lo que le sacó una mueca al posar las plantas en el parqué. La piel de sus muslos próxima a su sexo se encontraba pegajosa y tirante, por las secreciones secas de la noche anterior y posiblemente restos de esperma y saliva de su hijo. Las nalgas le punzaban con intensidad y observó en el reflejo del espejo que estaban marcadas por pequeños moratones circulares causados por el intenso agarre al que las habían sometido.

Sacudió la cabeza sonriendo, pensando que quizá ya estaba un poco mayor para tanta intensidad amorosa. Afortunadamente Juan no prestaba especial atención a su parte trasera, así que al menos no le costaría esconder los cardenales hasta que sanaran. Entonces la golpeó como un tren de mercancías, ¡Dios mío Juan!, pensó atribulada. Lo que tanto había intentado evitar que pasara con un desconocido, había acabado sucediendo en su propia casa. Enterró la cara en las manos, presionando las sienes y masajeando los ojos cerrados, intentando aclarar sus emociones. Sabía en su corazón que lo que había hecho rompía todos los tabús como esposa y madre, sabía también que Juan se moriría de pena con si quiera sospechar lo ocurrido. Pero en lo más hondo de su corazón, también sabía la verdad más profunda, no se sentía culpable. Volvió a mirar a su hijo y se concentró en su expresión plácida, satisfecha y plena, con una leve sonrisa boba aflorando en sus labios.

Lola sabía que no le había obligado a nada, Nico había sido plenamente consciente de lo que ocurría en todo momento y no había coacción alguna por su parte. De hecho, él había querido continuar el encuentro y estaba, más que segura, de que él lo había disfrutado también. Ella había luchado por su matrimonio, se había esforzado y se había sacrificado. En realidad, lo ocurrido hubiera acabado pasando tarde o temprano con algún hombre, ¿era tan malo que ese hombre fuera su propio hijo? Estaba claro que no era algo normal por supuesto y probablemente sería censurada por la mayoría de gente que lo supiera. También estaba presente el cómo afectaría a Nico lo sucedido, aunque fuera ya mayor de edad, sabía que esta había sido su primera experiencia sexual. Y menuda primera vez, por cierto, pensó recordando otra vez la intensidad del placer experimentado.

Lola tomó la determinación de coger las riendas y actuar como la adulta que era, asumiendo las consecuencias de lo que había pasado. Cuando Nico despertara hablaría con él, como madre, esta vez vestidos y serenos. Le explicaría la situación que la había llevado a que esto ocurriera y escucharía lo que él tuviera que decir. Estaba muy segura de que amaba a su familia, a Juan como marido y a Nico como hijo, pero también estaba muy segura de una realidad aplastante. Quería que lo de la noche anterior se repitiera.

Caminó de puntillas fuera de la habitación y entró en el baño en el que todo había empezado. Aún quedaba abundante agua en las baldosas, su móvil sin batería descansando en la repisa y los cascos caídos en el suelo sin ceremonia en mitad de un charco. Su vibrador reposaba en la repisa de las esponjas, apuntando hacia la puerta como si de un amante celoso se tratara, arrancando una nueva sonrisa de sus labios. Lo hiciste bien mientras pudiste chaval, pensó divertida. Su cuerpo adormecido anhelaba una ducha caliente y no le vendría nada mal lavarse el pelo apelmazado por el sudor. Decidió preparar antes algo de café con tostadas y darse una ducha rápida mientras la cafetera trabajaba. Simplemente se sentó sobre el bidet y lavó fugazmente con agua y gel íntimo su entrepierna, liberándola de la sensación pegajosa. Nico parecía profundamente dormido y pensaba que tenía tiempo para las dos cosas, así que no se vistió y caminó desnuda hasta la cocina.

Una vez allí, descolgó el delantal del gancho de la pared y se lo ciñó atándolo detrás de la espalda. Por nada quería que algo caliente cayera sobre la delicada piel de sus pechos. Tarareando de un humor inmejorable preparó la cafetera y encendió la plancha para tostar unas rebanadas de pan. Extendió un poco de mantequilla por la superficie y doró las blancas lonchas a su gusto en unos pocos minutos. Medio caminando, medio bailando, moviendo las caderas al ritmo de su tarareo sirvió el desayuno en una bandeja. Una voz, algo rasposa aún por el sueño la sacó de su tarareo.

-          ¿Mamá?


Niço despertó despacio, frotando sus ojos somnolientos con los puños y estirando todo el cuerpo antes de poderlos abrir. Miró a su alrededor y descubrió la cama vacía a su lado con una punzada de decepción. Las sábanas estaban revueltas y moteadas de manchas oscuras fruto de las distintas fuentes de humedad de la noche anterior. Miró hacia abajo, comprobando que su pene se encontraba rígido, preso de una habitual erección matutina. Se quedó unos segundos mirándolo, como si esperara que corroborará que todo aquello había ocurrido realmente y no era un sueño. Estaba en la cama de sus padres, desnudo. El espejo le devolvía su reflejo, semi incorporado y con líneas rojizas marcadas en la piel de su pecho, recuerdo del orgasmo de su madre. Evocó la imagen de ella convulsionándose, primero sobre él y poco más tarde debajo, la expresión de puro placer de su rostro y sus gemidos descontrolados. La sensación de su pene llenando la boquita de ella y el calor de su cuerpecito mientras reposaba en sus brazos después de… ¿follar? ¿hacer el amor?

No estaba seguro de cómo había pasado todo esto y cómo lo vería ella. Lo que parecía iba a convertirse en la peor noche de su vida, empezando con escarnio social y pasando con la más embarazosa situación posible entre una madre y un hijo, había girado completamente para convertirse en la experiencia sexual más plena que podía imaginar. Jamás pudo aventurar que esa pequeña mujer llevara dentro una excitación salvaje y habilidad descontrolada para el sexo, después de todo era su madre. Todas las fantasías que había tenido llevarían ahora por siempre la cara y el cuerpo de ella grabados a fuego. Cualquier mujer que llamara su atención, se mediría ahora en una escala regida por ella. Se dio cuenta que su pene pulsaba intensamente llevado por los recuerdos y deseó que su madre se hubiera despertado después que él para haberla podido observar un poco, incluso despertarla con beso.

El pijama de ella estaba pulcramente doblado en la mesilla, rematado por una braguita negra sencilla con un pequeño lazo en el centro. Secretamente Nico deseó que se hubiera levantado desnuda, que no estuviera avergonzada de lo ocurrido. Su niño interior aún temía secretamente un castigo monumental, ya que sabía que habían cruzado todas las líneas posibles la noche anterior y los tabús rotos eran una losa en su conciencia. Pero cómo podía ser malo algo tan sumamente increíble y placentero. Era ella la que había llevado el ritmo casi todo el rato, estaba seguro de que no la había obligado a nada por mucho más grande y fuerte que fuera. Necesitaba verla otra vez y asegurarse que todo estaba bien, que ella no tenía ningún reparo con lo sucedido. Sobre todo, necesitaba averiguar si aquello se podía repetir, porque no deseaba nada con más intensidad.

Casi saltando de la cama caminó hasta el pasillo y escuchó el ruido de la vajilla en la cocina. En cuatro zancadas recorrió la distancia y desde el marco de la puerta comprobó la preciosa estampa que se desarrollaba ante sus ojos. Su madre se encontraba de espaldas a él, preparando una bandeja en la encimera. La piel de su espalda estaba desnuda, cruzada solamente por dos cordeles anudados que sujetaban un delantal directamente contra su piel. La visión del lateral desnudo de su pecho demostrando que era lo único que la cubría. Bajo los cordeles la piel se hundía en dos hoyuelos que punteaban el final de su espalda, ampliándose el cuerpo en dos maravillosas nalgas redondeadas y ligeramente levantadas al estar ella de puntillas. La piel blanca marcada por diez cardenales entre rojo y morado, allá donde sus dedos habían apretado más de la cuenta. La culpabilidad se mezcló con el morbo al contemplar lo profundo de la excitación que ayer les había embargado, hasta el punto de marcarse los cuerpos el uno al otro. Las caderas de Lola se movían sensualmente de un lado a otro mientras tarareaba con tono feliz.

La erección de Nico, que se había relajado en el trayecto del pasillo hasta casi desaparecer, se reactivó inmediatamente cautivado por el precioso cuerpo ante él. El deseo inflamado nuevamente en su interior y un agradecimiento silencioso al destino por haberle llevado a esa situación. Con voz aún rasposa por estar recién levantado, pronunció una única palabra, que expresaba a la vez el deseo y la incredulidad de que la preciosa mujer que tenía ante él, fuera también su madre.

-          ¿Mamá?


La aparición de Nico tomó a Lola por sorpresa y dio un ligero respingo, casi soltando la jarra de café. Depositándola en la encimera se giró, cubriendo su espalda desnuda para la decepción de su hijo. Desde el frente la visión no era menos sensual, ya que la estrechez en la parte superior del delantal dejaba intuir buena parte de los laterales de sus pechos, desbordando la tela.

-          Buenos días, hijo – dijo ruborizándose y bajando la vista.

-          Buenos días, mamá – respondió el igualmente azorado, su más que evidente erección a un metro y medio de su madre.

Unos pocos segundos pasaron en silencio hasta que Nico lo rompió sin poder soportarlo más.

-          Perdóname por los moratones mamá, no te quería hacer daño. Espero que no te duelan.

-          Tranquilo hijo – dijo ella girándose un poco para mostrarse de lado y pasar la palma sobre algunos quitando importancia – pasarán. En el momento ni me di cuenta.

-          Yo tampoco mamá, es que me dejé llevar y te apreté mucho, perdona.

-          Los dos nos dejamos llevar hijo - dijo ella retomando la serenidad – yo también te arañé un poco perdona.

Nico repitió el gesto de su madre pasando la palma sobre los arañazos quitando importancia, lo que hizo que su pene erecto se moviera de lado a lado de forma evidente, captando la mirada de Lola.

-          Perdona mamá, no lo puedo evitar – dio cubriéndose con una mano – es que estás preciosa.

-          Hijo gracias, de verdad, no pasa nada – respondió mirando a sus ojos con intensidad – Eres joven y es entendible. Pero tenemos que hablar de todo esto tranquilos. Te pongo el desayuno y me ducho. Luego vestidos…pues ya lo hablamos todo.

-          Claro mamá, me parece bien – dijo bajando la vista, intentando luchar contra la decepción que suponía lo implicado.

El ’’luego’’ que pronunció su madre en la ducha, justo antes de practicarle una increíble felación, anticipando que ella daba por sentado el acto sexual que seguiría. Eclipsado ahora por este ‘’luego’’ avergonzado, culpable, que indicaba que le seguirían límites y reproches. Lola se giró de nuevo para recoger la bandeja, dando la espalda a su hijo y mostrando de nuevo sus encantos casi sin darse cuenta. Nico la miró extasiado, el leve aleteo del delantal revelando los muslos e hipnotizado por las nalgas desnudas ante sus ojos. De una zancada recorrió la distancia que les separaba, rodeando a su madre con los brazos y cruzando las manos en la tela del delantal sobre el vientre de ella. Su miembro ardiente presionado contra la espalda de ella firmemente sobre la línea de la columna. El cuerpo de Lola se tensó un momento, sobresaltada y abrumada por el calor del cuerpo de su hijo rodeándola, su silueta diminuta en comparación con la de Nico, que besó la parte superior de su cabeza y la oprimió contra él.

-          ¿Hijo? – susurró dubitativa, con menos firmeza de la que pretendía mostrar.

-          Mamá estás preciosa -su aliento cálido le golpeó el pelo y la nuca haciéndola estremecer.

-          Nico…hijo – respondió tragando saliva – es mejor que hablemos tranquilos antes…

-          Bueno mamá, no sé si puedo esperar a que hablemos – su mano derecha apartó el delantal exponiendo el sexo de Lola y acariciando los labios superficialmente.

-          Cariño…esto…no…tenemos que…- un jadeo cortó sus palabras cuando el índice de su hijo separó sus labios rozando sus pliegues internos y pasando sobre su clítoris.

-          Como me gustas mamá, eres increíble – casi con urgencia acometió su sexo mientras su pene rozaba la piel desnuda y su otra mano envolvía el pecho de Lola sobre el delantal.

-          Nico…. dios mío, Nico…que me haces cariño – su voz se quebraba entre los jadeos.

-          Quiero verte feliz como ayer mamá, quiero oírte gemir – sentenció hundiendo su dedo índice en la vagina de su madre, ya húmeda en anticipación.

Manejando el pequeño cuerpo a su antojo, Nico se separó de ella lo suficiente para reclinarla contra la encimera, los pechos aplastados contra el oscuro material y su espalda paralela al suelo en ángulo recto. Bajo sus nalgas levantadas se apreciaba su sexo, distendido por el dedo de su hijo que lo penetraba. Resoplando Nico se sujetó el miembro con una mano y lo colocó a la entrada de su madre rozándolo con los labios y humedeciendo la punta. Lola se sujetó a la encimera abrumada, sintiendo una intensa anticipación en su vagina, su cuerpo recordando el placer de la noche anterior y pidiendo, no, demandando volverlo a sentir. Desde luego la mañana no estaba yendo como ella había planeado, no tenía las riendas de la situación ni estaba hablando como madre con su hijo. Por qué entonces se sentía tan endiabladamente excitada y emocionada. Había olvidado lo que era sentirse deseada y asaltada sin tapujos y se sentía totalmente sobrecogida. Entre jadeos, sus labios se abrieron intentado pedir cordura a la situación, pero su mente tenía otras intenciones.

-          Despacito cariño por favor, aún estoy sensible de anoche – pronunció con urgencia moviendo su cadera como invitación.

-          Sí mamá – contestó mientras colocaba suavemente las manos en la cintura de ella y presionaba con la cadera, los pies bien plantados a los lados de los de su madre.

Los labios de Lola se distendieron lo suficiente para dar paso al glande de Nico, abrazando el tronco a su paso y urgiéndole a entrar. Vencida la primera resistencia Nico se detuvo, notando la estrechez de la vagina de su madre tan diferente a la de la noche anterior que le recibió de un único envite. Con toda su fuerza de voluntad, dominó la necesidad apremiante de hundirse en ella de un único golpe y se retiró suavemente hasta la entrada para volver a presionar. Repitió este movimiento, espoleado por los gemidos de Lola y los pequeños temblores de su cuerpo al irse amoldando nuevamente su sexo al pene que recibía. Las manos de Lola se aferraban al borde de la encimera, sujetándose para presentar firmeza ante el avance del miembro. Pronto tuvo dentro la mitad y Nico se detuvo, acariciando su espalda en lentos círculos y respirando profundamente.

-          ¿Estás bien mamá? – preguntó con ternura.

-          Sí hijo – respondió Lola resoplando – aún estoy sensible y un poco cerrada, no te pares, lo haces muy bien.

Las palabras de su madre elevaron a Nico a una nueva cota de orgullo y autoestima, con las que renovó sus progresos, hasta que finalmente el conducto cedió a sus intenciones y se dilató por completo admitiendo el resto de su pene. Su pubis hizo tope contra las nalgas de su madre, arrancándola un siseo al tocar los cardenales de la piel, seguido de un suspiro al sentir la punta del duro palo de carne en contacto con su fondo. Nico se forzó a permanecer como una estatua mientras las paredes de su madre se amoldaban de nuevo a él. Lola movía levemente sus caderas, dilatando aún más su interior para acomodar otra vez el pene de su niño. El comienzo del vaivén fue orgánico, sintiéndolo Nico casi cuando ya había comenzado. Notó como la vagina de su madre se replegaba ligeramente al retirarse y volvía a expandirse nuevamente cuando la acometía. Cada suave embestida acompañada de un gemido o un suspiro, revelando el éxito de sus esfuerzos.

Nico intentó concentrarse para mantener el dominio de sí mismo, pero demasiados estímulos saturaban su mente de forma simultánea. La imagen de su miembro asomando lentamente entre las marcadas nalgas de su madre, apareciendo empapado en una sustancia blanquecina, para hundirse nuevamente en la deseosa cavidad, era algo ya de por sí inigualable. Si a esto se suma la sinfonía de gemidos que acompañaban los húmedos sonidos de la carne al golpear y los fluidos desplazados en la penetración, más la vista del cuerpo tenso con los pechos aplastados, podremos entender que la excitación fuera del todo incontrolable. Nico lo sintió, acumulándose en su bajo vientre preparado para estallar. No quería terminar sin que al menos su madre lo hubiera hecho una vez, una parte instintiva de su mente sabía que aquello era crítico en ese momento para que siguieran teniendo sexo en el futuro. A un nivel inconsciente Nico no solo se estaba follando a su madre para el placer de ambos, lo estaba haciendo para seducir.

Conteniendo su placer desbocado, salió por completo del interior de Lola y se arrodilló, quedando las nalgas de ella a centímetros de sus ojos. Pudo ver perfectamente el sexo dilatado y húmedo, aún abierto por el vacío que había dejado, un poco más arriba el ano cerrado, poco más que un asterisco en la carne más oscura. Lola giró el cuello para comprobar que pasaba, cesando brevemente sus gemidos. La cara de Nico se hundió hacia delante, lanzando su lengua contra el sexo de su madre y hundiéndola en él. Con la mano buscó a tientas el clítoris para masajearlo con delicadeza. Extasiada Lola hundió nuevamente la cabeza en la encimera y retomó los gemidos de forma incontenible. La lengua de Nico intentaba abarcar toda la entrada de su madre, dedicando atención a cada pliegue que sentía, incluso viajando fugazmente al ano de ella, que se contraía al notar la humedad. Cuando sintió recuperado el control se irguió nuevamente y volvió a penetrar a su madre, esta vez de una única estocada suave y fluida como si se hundiera en un mar cálido.

Durante largos minutos Nico fue alternado sus acometidas, pasando al sexo oral y estimulación manual cuando sentía que no podía contenerse mientras la penetraba. Lola temblaba, todo su cuerpo estremecido por las sensaciones. Cuando su hijo la embestía, se sujetaba con todas sus fuerzas, pero aun así su cuerpo se proyectaba contra la encimera. El delantal acabó soltándose y cayendo entre los pies de ambos en un bulto de tela. Sus pechos apoyaban directamente en la encimera, sus sensibles pezones rozando contra la dura superficie, una sensación que hubiera sido incómoda normalmente, pero que no hacía más que saturar su cerebro con más estímulos. Durante los momentos que la lamía, podía relajar su agarre y ligeramente retomar el aliento entre los gemidos que pugnaban por salir de su garganta. Se sorprendió ligeramente al notar la lengua de su hijo en su ano, no sabía si por azar o intención por lo breve del contacto. Esa era la única virginidad que mantenía y el sentirla humedecida le proporcionó una punzada adicional de excitación.

Su orgasmo esta vez fue anunciado, lo sintió ir creciendo lentamente en su interior mientras Nico lamía su sexo. Con voz pesada pudo indicarle, más bien rogarle que volviera dentro de ella para sentir como terminaba. Con la velocidad del relámpago, Nico se levantó y volvió a su interior con urgencia, casi rudeza. Lola estaba demasiado entregada para registrar la brusca penetración, su vagina comenzando ya a convulsionarse. Todo su cuerpo se electrificó, tensando todos los músculos al tiempo y arqueando la espalda. Nico tiró de sus caderas hacia arriba, levantando los pies de su madre del suelo y dejándola totalmente cargada contra la encimera, hundido hasta el fondo en su interior. El grito de Lola al alcanzar el orgasmo fue el empujón que su hijo necesitaba para perder el control que tanto había luchado por mantener. Varios chorros se dispararon con fuerza en el interior de Lola que no cesaba de temblar y latir con vida propia. Cuando su madre quedó inmóvil, Nico realizó algunas penetraciones tentativas con su miembro aún semirrígido, arrancándola escalofríos por la hipersensibilidad.

Acarició y besó la espalda de su madre, ayudándola a incorporarse para besar los labios que aún no había tocado esa mañana y saboreando los últimos suspiros de primera mano, entrelazados con su propio aliento. Madre e hijo se abrazaron en silencio, unidos en este momento más que nunca, cualquier posibilidad de que pudieran detener la aventura que comenzó la noche anterior convertida en una quimera. Lola sintió todas sus barreras derribadas por completo, abierta a un nuevo mundo de posibilidades junto a su hijo, mientras Nico se sentía por fin seguro de sí mismo y satisfecho más allá de todo límite por el placer que podía provocar.

Madre e hijo se ducharon juntos, lavándose y besándose, pero por lo demás apagada la llama del deseo de forma temporal. Después se sentaron a desayunar, aún desnudos y tuvieron la conversación que Lola había previsto, aunque con tintes ligeramente diferentes. Ni siquiera se planteó la posibilidad de que aquello pudiera no continuar. Una verdad a gritos, dada por sentado entre madre e hijo que continuarían teniendo relaciones. Lola habló a Nico sin tapujos del estado de la relación con su padre, dejando claro que aún le amaba y el motivo de su malestar en el plano sexual. Adoptando de nuevo el papel de adulta responsable, Lola marcó unas reglas que los dos debían seguir para asegurar que no se les iba de las manos la nueva situación.

  1. Su padre nunca podía enterarse de lo que hacían. No harían nada mientras él estuviera en la casa, ni dejarían pruebas o marcas de las que pudiera sospechar.
  2. Fuera de casa seguirían siendo madre e hijo, él la trataría de forma normal y no habría ninguna insinuación o juego, todo quedaría de puertas para dentro.
  3. Su relación no afectaría a su vida normal ni a su día a día. No tendría efecto en las clases de Nico ni sus notas ni ninguna alteración en su relación madre hijo fuera del sexo. Si no era así lo dejarían.
  4. Si Juan recuperaba alguna vez el deseo por ella o Nico empezaba una relación con una chica, dejarían la relación y se apoyarían en todo.

Lola se sintió reafirmada al establecer las reglas, confortada en que ponía el bienestar de la familia por encima de sus propios deseos y que mantenía un mínimo de control sobre la situación. Por un tiempo las reglas funcionaron, consolidándose la relación poco a poco en un ritmo de sexo tremendamente placentero para ambos. Las mañanas transcurrían mayormente de forma normal, Nico en el instituto y Lola en el gimnasio o en casa con Juan dedicados a las rutinas del día a día. Las tardes transcurrían con una pesada lentitud, como si nadaran en aceite, sabiendo próxima la hora en la que Juan saldría al trabajo y quedarían por fin a solas. Sonrisas cubiertas y miradas intensas se cruzaban fugazmente en esos instantes, de forma tan sutil que pasarían desapercibidas salvo para el objetivo de las mismas. Cuando Juan finalmente salía de casa para trabajar, era por fin libres de entregarse al deseo. En ocasiones Nico estaba ya dentro de ella antes de que el ascensor alcanzará el bajo y su padre saliera a la calle. Otras veces lo tomaban con más calma y alargaban el juego hasta comenzar con el sexo.

Raras eran las noches en las que solo lo hacían una vez, siendo lo normal que tuvieran dos o tres encuentros, el límite casi siempre en la resistencia de Lola más que en la recuperación de Nico. La sensación del semen de él en su interior, llenando su vagina o su garganta, se convirtió en algo habitual para Lola, en algo que deseaba y echaba en falta cuando se retrasaba. Los días en que Lola tenía su menstruación suponían un pequeño receso si ella estaba experimentando dolor, pero aun así siempre encontraba el ánimo para complacer a su hijo con su boca. Cuando llegaba un fin de semana en el que Juan doblaba turno, prácticamente hacían vida de pareja durante un día, durmiendo en la misma cama entre sesiones de sexo.  La cama, la ducha, el sofá, la cocina, incluso el pasillo, todas las habitaciones fueron testigo en algún momento de la intensidad del deseo que se profesaban. De cara al mundo exterior, la típica familia española con un hijo, pero de puertas a dentro transformados en la máxima expresión de la lujuria y la excitación. Cementada en las reglas, la relación florecía día a día sin perjudicar el resto de los aspectos de su vida, mes tras mes de sexo sin consecuencias. pero como todos sabemos, las reglas están ahí para romperlas.

Por accidente o designios del destino, las reglas se fueron rompiendo exactamente en el mismo orden que fueron establecidas. Pequeños grandes hitos que fueron definiendo de nuevas formas la secreta relación entre la madre y el hijo, marcando cada vez un punto de no retorno.

La primera regla se rompió más o menos tres meses después de que todo empezara. Coincidiendo con unos días de vacaciones en el trabajo de Juan que le dejaron dos semanas en casa todas las noches. El primer imprevisto en las reglas que tan bien estaban funcionando pilló de improviso a Nico y Lola, que no vieron más posibilidad que resignarse y capear el temporal como mejor fuera posible. Para Lola, aunque difícil, la situación era familiar. Sabía lo que eran meses de abstinencia absoluta involuntaria, había luchado antes por dominar sus impulsos y la promesa de un fin temprano era un aliciente para ella. Sin embargo, para Nico, se desató un infierno de la noche a la mañana que se le hacía imposible de asumir. Acostumbrado a tres meses de sexo a diario con su madre, la perspectiva de dos semanas de abstinencia se le hacía un abismo insalvable. Sus hormonas descontroladas le mantenían en un estado cuasi permanente de dolorosa excitación, que apenas conseguía calmar en solitario.

La primera semana pasó en una eternidad, acrecentándose el deseo de Nico día tras día, su madre lanzándole miradas intensas y sonrisas comprensivas, pero manteniéndose distante. Una noche Nico oyó a su padre entrar en el baño y seguidamente el rumor del agua de la ducha. Decidido entró en el dormitorio conyugal, donde estaba su madre colgando ropa en el armario. Esa vez llevaba un vestido rosa se algodón sencillo, una cenefa de punto en la cintura el único detalle que rompía la monotonía de la tela. Sin ser especialmente ceñido, se amoldaba a sus formas, marcando sus caderas y quedando algo más holgado en el escote, dejando ver el comienzo del sostén, del mismo color rosa, cuando se inclinaba. Silencioso Nico se aproximó a su madre y tomándola por la cintura la levantó en el aire, tomando a pulso sus cuarenta kilos y la besó con pasión estrechándola contra sí.

Lola lanzó un grito que desapareció en los labios de su hijo, sintiendo la lengua de él entrar en su boca robándole el aire. El beso se prolongó hasta que, falta de aliento, ella le golpeó en el hombro, más un aviso que un reproche y él la volvió a depositar en el suelo.

-          ¿Pero qué haces loco? – le dijo algo molesta en un susurro, pero a la vez arrebolada y sonrojada.

-          Ya no puedo más mamá, te echo de menos – señalando la evidente erección marcada en su pijama y la miró con ojos de cachorrito.

-          Está tu padre en la ducha -le reprendió señalando con gestos el tabique que les separaba.

-          Con el agua no nos oye seguro – respondió atrayéndola nuevamente y agarrando sus nalgas.

Lola se dejó besar y tentativa acarició la entrepierna de su hijo por encima del pantalón. Rápidamente valoró las posibilidades y decidió que una pequeña doblez en las reglas no haría ningún mal. Quizás sería mejor calmar al chaval para ayudarle un poco a sobrellevar los días que quedaban y que no fuera la cosa a peor.

-          Eres un liante – susurró entre risas bajando el pantalón y liberando la erección sobre la goma de sus calzoncillos – No hagas ruido, ¿vale? -dijo tomando el pene en su mano y masajeándolo.

-          Gracias, mamá – le respondió sonriente acariciando su mejilla.

Arrodillándose, Lola masajeó el duro miembro mientras dejaba caer saliva sobre la punta y la extendía para lubricar sus caricias y retiraba el prepucio. Nico se reclinó contra el armario con los ojos entrecerrados y acarició su pelo preparado para lo que iba a pasar. La boca de Lola engulló la cabeza empapada en saliva y lubricación, haciendo círculos con la lengua por toda ella y succionando con intensidad. Normalmente le gustaba dedicar tiempo al sexo oral, recreándose de forma juguetona y tentando a su hijo despacio durante interminables minutos. Esta vez el tiempo era su enemigo, por lo que se entregó a la tarea con urgencia, casi con desespero, intentando provocar una eyaculación temprana. Uno de los frutos de meses de sexo ininterrumpido a diario, había sido un rápido incremente en el tiempo que llevaba a Nico llegar al clímax. Cuando al principio se veía obligado a detener la penetración para evitar terminar muy deprisa, pronto fue capaz de aguantar sin pausa con embestidas hasta que su madre llegaba al orgasmo una o incluso varias veces. Lola era placenteramente consciente de ello y lo recibía con aprecio, salvo que esta vez, la resistencia de su hijo, era su enemiga.

Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, así que recurrió a la artillería pesada, algo que sabía que podía acelerar a su hijo aún más que las atenciones de su lengua. Sin dejar de engullir el pene de Nico, bajó los hombros de su vestido, sacando los brazos, y se despojó del sostén rosa liberando sus pechos. Sin que Nico lo esperara, liberó su pene del abrazo de sus labios y lo envolvió entre las dos masas de carne suave, atrapándolo entre ellas y el canalillo marcado por su característico lunar. Nico mordió su puño para evitar gemir de placer, mientras su madre movía con maestría sus pechos a lo largo de su pene, envolviéndolo por completo en la aterciopelada suavidad de su abrazo. El masaje interrumpido únicamente para dedicar breves atenciones bucales al glande y reponer la saliva que hacía de lubricación. Todo el tiempo sus ojos brillantes fijos en la muda expresión de placer de su hijo.

Ya de por sí, practicarle sexo oral a su hijo le resultaba excitante y placentero. Desde aquella primera vez en la bañera, con la inocencia de él y la urgencia de ella, se había convertido en un preliminar muy importante para Lola, que servía para excitarla casi tanto como se excitaba él. En esta ocasión acrecentado por el secreto y el peligro de ser descubiertos, no se hizo tardar la humedad y el latido en su vagina. Levantando su vestido con una mano, reveló el tanga de color rosa que cubría brevemente su sexo. No tardó en hacerlo a un lado y hundir su mano en la entrepierna, estimulándose también a ella misma, perdida ya la cordura por la excitación. Nico observó a su madre, frotándose con ansia sin dejar de masturbarle y algo en su cerebro se quebró y cruzó la línea.

Pasando las manos por debajo de los brazos de su madre la levantó por segunda vez y la llevó hasta el borde de la cama, depositándola sobre el colchón, el estómago y los pechos desnudos en contacto con las sábanas. Las piernas colgando por el extremo apoyando las pantorrillas en el suelo, su culo levantado en el aire y su sexo totalmente expuesto desde atrás. Nico envolvió las nalgas de su madre en sus manos con un ardiente apretón, los cardenales de su primera vez ya desaparecidos y tiró del tanga hasta que la fina cinta se partió con un chasquido. Lola siseó cuando la tela presionó su piel antes de ceder, quedando colgado en el puño cerrado de Nico. Dejándolo caer al suelo se colocó tras ella preparándose para penetrarla.

-          Quiero que tú también disfrutes mamá -susurró deslizando su pene entre las nalgas de ella, rozando superficialmente su ano y colocándose a la espera en sus labios.

-          Hijo…tu padre…no pode…- la intromisión súbita del pene en su ardiente canal cortó sus palabras y se vio obligada a contener un alarido de placer en la palma de su mano.

Nico acometió a su madre con secas embestidas, sacando su miembro hasta la punta para percutirlo nuevamente en su interior. Lola consiguió alcanzar a tientas el extremo del edredón y llevarlo hasta su boca para morderlo y ahogar los alaridos de placer que pugnaban por salir de su garganta. Solo existían dos cosas para ella en ese momento, la cálida barra de carne dura que se enterraba en ella a un ritmo endiablado y el sonido del agua de la ducha en el baño, cuyo fin indicaría su perdición. Los dos eran conscientes de hallarse en el filo de la navaja, la excitación acrecentada por el miedo a ser descubiertos, lo cual a la vez servía para retener sus orgasmos. Nico se inclinó sobre ella, colocando sus manos en los hombros de su madre y hundiéndola en el colchón. Cada acometida de su cadera iba acompañada de todo el peso de su cuerpo, desplazando el somier a la par que el cuerpo de Lola se convulsionaba con cada golpe, haciendo ondear la carne de sus cachetes. Por primera vez en su relación Nico puso a un lado el placer de su madre y se concentró únicamente en eyacular lo antes posible.

Fue él el primero en ahogar un alarido, cuando sintió que se desbordaba y sus testículos se vaciaron en la vagina de Lola, chorro tras chorro impactando con fuerza en su fondo, sin dejar de entrar y salir con la misma energía. Lola no tardó en seguirle, mordiendo la tela del edredón con tal fuerza que sus dientes rasgaron el bordado al apretarlo con intensidad. Su cuerpo se encontraba totalmente inmovilizado por el de su hijo, sus descontroladas convulsiones retenidas por las manos de él, pero sus piernas pateaban sin control en el espacio entre las piernas de Nico. Las embestidas no cesaron hasta que, perdida parte de la dureza, su pene salió de la vagina de su madre y golpeó contra la nalga derecha dejando gotas de semen sobre la piel. Lola giró la cabeza con la mirada velada, buscando los ojos de su hijo, cuando registró algo distinto. El agua había dejado de sonar. Se miraron paralizados un segundo, amenazando caer presas del pánico. Fue Lola la que tomó el mando y salvó la situación del más absoluto desastre.

-          ¡Métete vamos! – le urgió indicando el armario abierto.

Nico se subió como pudo el calzoncillo y el pantalón y entró deprisa apartando abrigos y vestidos para hacerse sitio. Lola corrió la puerta, dejando una pequeña rendija pues la guía quedaba bloqueada por la manga de un abrigo. De una patada envió bajo la cama el tanga y el sostén descartados y se acomodó el vestido lo mejor que pudo, bajando la parte inferior para cubrir su sexo y nalgas y acomodando las mangas nuevamente en su lugar para cubrir sus senos ahora sin sujeción. Los pezones se marcaban en la tela con descaro, pero no había nada que pudiera hacer a tiempo para evitarlo.

-          ¿Has oído a los vecinos cariño? – dijo Juan entrando por la puerta – Vaya horas de ponerse cariñosos tienen. Joder como sonaba la cama.

-          No se oía tanto, exagerado – contestó apresurada con una actuación digna del Oscar de la academia

-          Vaya que no – le cortó riendo – como si los tuviera al lado. ¿Y tú qué? ¿De oírles te has puesto juguetona? – dijo señalando con la mirada sus marcados pezones.

-          Bueno…- Lola se sonrojó profundamente y cruzó las piernas en un gesto que pareció modoso, pero que en realidad pretendía cubrir una gota de semen que caía de su vagina y corría por la cara interior de su muslo.

-          Esta noche jugamos nosotros cariño, pero ahora vamos a cenar anda – contestó sin dejar de reír palmeando juguetonamente su trasero – pero ponte algo, haz el favor, que no te vea el niño así, que está en una edad muy mala. Ya has visto que está todo el día en el baño.

La situación había pasado de surrealista a destruir con una explosión nuclear los límites de la realidad establecida, dejando a Lola sin aliento, el único signo del correr del tiempo el caliente flujo de esperma corriendo por su pierna. Juan cogió un libro de la mesilla y se excusó para salir a la terraza hasta la hora de cenar. Cuando fue seguro y Nico pudo abandonar su escondite se miraron y rieron a carcajadas hasta que les dolió, lágrimas de puro alivio y miedo brotando sin control de sus ojos. Esa noche el jugueteo prometido por Juan se limitó a una rápida eyaculación en la mano de Lola cuando le pajeaba sin demasiado entusiasmo, el esperma de él manchando las sábanas en dos pequeños charcos. Lola simplemente se sintió agradecida de que no hubiera querido nada cuando casi les descubre, ya que no hubiera sido fácil de explicar por qué su vagina estaba colmada de semen en ese momento. Rota una vez, la regla no tardó en convertirse en una vaga recomendación, en una guía de conducta que ambos conocían pero que estaba ahí para incrementar el morbo.

La segunda regla no tardó tanto en caer como la primera, exactamente cuatro días después para ser exactos, a solo un fin de semana de acabar las vacaciones de su padre. Nico y Lola habían salido a comprar una mañana, dejando a su padre en la casa descansando. Nico vestía un simple chándal deportivo con una sudadera y una camiseta debajo, mientras que Lola lucía una sencilla falda de tela plegada negra hasta la rodilla con una blusa blanca con mucho vuelo que disimulaba totalmente su pecho al no estar en absoluto ceñida. Pasearon por el mercado y salieron cargados con dos bolsas cada uno, con ingredientes suficientes para las comidas del fin de semana. Por el camino mantuvieron una banal conversación sobre una serie de televisión, reprimidos el deseo y la pasión como siempre que cruzaban la puerta de la vivienda.

Parados en un semáforo, una furgoneta se detuvo con la luz roja al lado de ellos, permitiendo al ocupante del asiento del copiloto lanzar una descarada mirada a la anatomía de Lola. Esto no pasó desapercibido para ninguno de los dos, Lola haciéndose la distraída como si nada, pero Nico dedicó una reprobadora mirada de odio en respuesta al descarado admirador. La furgoneta arrancó al ponerse la luz verde y dio comienzo la marcha mientras el ocupante le regalaba un piropo en la forma de la expresión “monumento’’ y se perdía al final de la calle. Nico cambió una de las bolsas de mano y rodeó protectoramente los hombros de su madre atrayéndola contra su costado. Ella no pudo sino reprimir una risilla divertida.

-          ¿Te pones celoso o qué? – dijo riendo entre dientes.

-          Joder mamá, si es que es normal – contestó a la defensiva – Si es que no puedes estar más buena.

-          Shhh – le chitó ella – No digas eso en la calle.

-          Si supieran todas las cosas que hacemos…había estrellado la furgoneta. – rio burlón.

-          ¡Pero bueno! – le siguió el juego ella dándole un pisotón juguetón sin fuerza en la zapatilla deportiva – ¿es esa manera de hablarle a tu madre?

-          ¿Te gusta que te lo haga, pero no que te lo diga? – su mano bajó disimuladamente por la cintura de ella y le pellizcó la nalga con suficiente fuerza para hacerla dar un salto.

-          ¡Nico, por dios! – su voz mostraba asombro por su descaro, pero incluso a ella le sorprendió que no mostrara enfado.

-          ¡Atención tortolitos! – el timbre de una bicicleta anunció el paso de un repartidor de Globo que subía a la acera, directo a donde ellos se encontraban.

Nico alzó a su madre con un brazo por la cintura y la apartó del paso pegándola a su cuerpo, sintiendo la deliciosa curva de sus pechos pegada a sus costillas. La bicicleta pasó a los pocos segundos por el lugar que antes ocupaba Lola y siguió la marcha sin casi mirar atrás. Lola lanzó una exclamación asustada al encontrarse repentinamente en el aire, dejando caer una de las bolsas de la que salieron rodando algunas mandarinas. La corriente de aire de la bicicleta rozándola y haciendo aletear su falda. Nico la depositó en el suelo junto a él y regaló los oídos del mensajero con coloridos adjetivos sobre su ascendencia materna. Lola parpadeó unos instantes, asimilando lo cerca que había estado de ser golpeada, el corazón latiendo en su pecho con fuerza y secretamente encantada de la facilidad con la que su hijo la manejaba. Cuando la bicicleta dobló la esquina y se perdió, Nico se giró hacia su madre con voz más calmada.

-          ¿Estás bien mamá? – su mano delicadamente en su mejilla, rozando la barbilla para levantar su mirada.

-          ¡Mi héroe! – dijo ella poniéndose de puntillas y besándole en los labios, sin abrirlos, pero con intensidad, unos segundos de contacto.

Cuando se separaron Lola se dio cuenta de que acababa de besarle en público, en plena calle. Nerviosa miró a su alrededor, indagando si alguien los había visto y se percataba de la prohibida situación. Una rápida revisión a izquierda y derecha le indicó que nadie los miraba de forma extraña, pero antes de poder suspirar aliviada, se vio alzada de nuevo por los aires sujeta por la cintura. Los labios de Nico se plantaron en los de ella y esta vez sí los separaron, introduciendo la lengua con fuerza en busca de la de ella. Lola se dejó hacer desarmada y pillada por sorpresa, más tampoco hizo nada por interrumpir el beso. Nico la depositó nuevamente en el suelo y se separó de ella mirándola con intensidad y falto de aliento. Se miraron en silencio unos segundos y sin decir nada se agacharon a recoger las bolsas caídas. Caminaron en silencio hasta el portal, cogidos de la mano entrelazando solo los dedos a través de las bolsas, demasiado conscientes de lo que habían hecho a la vista de cualquier vecino que podría reconocerles.

En sus mentes otra vez el peligro, lo prohibido, pero sobre todo la increíble sensación de dar rienda suelta al impulso que habían sentido. Sus miradas no se cruzaron en todo el trayecto, sus labios sellados mientras rumiaban lo que acababan de hacer y lidiaban con el deseo que el beso había despertado en los dos. Nico llamó al ascensor y ayudó a su madre a dejar las bolsas en el suelo. Pulsó el botón con el número 8 y las puertas automáticas se cerraron, sellando el pequeño habitáculo. Los pisos 1 y 2 transcurrieron en silencio, a la altura del 3, se miraron a los ojos, para cuando llegaron al 4 Lola habló con voz queda.

-          Está papá en casa hijo… - dijo atrapando su labio inferior con los dientes.

Al pasar el piso 5 Nico pulsó con el puño la parada de emergencia, deteniendo el movimiento del ascensor y lanzándose contra su madre, levantándola por tercera vez en el aire y aplastándola entre él y la pared, sus caras a la misma altura y los pies de ella casi cuarenta centímetros por encima del suelo. Lola le rodó con todo su cuerpo, los brazos cerrados entorno al cuello de su hijo y las piernas enlazadas entorno a la cintura, la falda recogida y mostrando sus piernas. Se besaron con pasión descontrolada, acometiendo sus bocas con sensuales mordiscos y lametazos, jadeando por la urgencia de su necesidad. Las manos de Nico volaron a sujetar las nalgas de su madre, elevándola para levantarla por encima de su cabeza y que fuera ella la que le besara desde arriba. Poco a poco remangó la falda hasta poder introducir las manos por debajo y palpó para descubrir que Lola llevaba el ‘’culotte’’ negro de encaje que tanto le gustaba y dejaba la mitad de sus cachetes al descubierto.

Lola se aupaba sobre los hombros de su hijo, excitada por tener ella esta vez la ventaja de la altura y frotaba su entrepierna contra el cuerpo de él, ansiando sentir el contacto de sus cuerpos. Nico solo necesitaba una mano para sostener a su madre contra la pared, así que con la otra empezó a soltar los botones de la blusa, arrancando uno en el proceso. A su vista se rebeló un sostén negro de encaje, con copas semitransparentes en las que se intuía la silueta de los rosados pezones erectos de su madre. Con dedos expertos soltó el clip en la espalda y retiró la prenda hacia arriba lo suficiente para liberar los senos prisioneros, que se movieron libres al ritmo de los rozamientos de Lola.

-          Hijo…. hijo – habló con urgencia, intentando interrumpir los besos lo menos posible – métemela ya por favor.

-          Claro mamá, lo estoy deseando – dijo depositándola en el suelo.

Nico bajó los pantalones de su chándal junto con su ropa interior hasta las rodillas, descubriendo su miembro erecto y deseoso de su premio. Lola mientras sacó su ropa interior de debajo de su falda con ágiles movimientos y remangó la prenda bajo sus brazos para descubrir su sexo ya húmedo y anhelante. Comenzó a darse la vuelta para que Nico la penetrara desde atrás, pensando que en el reducido espacio sería la postura más favorable, pero la mano de su hijo en el hombro la detuvo y la devolvió frente a frente con él. Levantada otra vez por los brazos de Nico Lola volvió a enlazarse con él como hacía unos segundos, salvo que esta vez rozando sus pieles desnudas con los sexos al descubierto. Nico separó bien las piernas, afianzándose para que su madre pudiera maniobrar y colocar su sexo alineado con el pene que deseaba ensartarla. Enseguida sintió la cálida cabeza presionando sus labios y más se dejó caer que descendió sobre él para dejar que la empalara totalmente.

Con un gruñido Nico absorbió el impacto del cuerpo de su madre al caer a peso muerto y la levantó con los brazos, dejándola totalmente en vilo como si su pene se tratara de un raíl por el que ella podía deslizarse. Con lentitud y cuidado Lola fue probando su rango de movimientos, haciendo que el pilar de carne inmóvil entrara y saliera de ella, controlando su altura impulsándose con los brazos en los hombros de su hijo. Ambos se miraban, extasiados con lo acrobático de la postura y contemplaban embelesados el movimiento de sus cuerpos unidos totalmente en su zona pélvica. Los jadeos se convirtieron en gemidos y estos finalmente en gruñidos ahogados para reprimir los gritos. Los brazos de Nico ardían, pero aguantaba el dolor espoleado por el placer mucho mayor que le dominaba.

Su madre comenzó a clavar las uñas en sus hombros, hundiéndolas al tensar los brazos en conocida señal de que su orgasmo estaba aproximándose. Nico apretó los dientes comenzando a mover por primera vez las caderas, lanzando su pene al encuentro de los movimientos de su madre, doblando la intensidad de las acometidas de ella. Tensándose por completo Lola sintió cambiar el tono de sus gemidos y abrió los ojos de par en par mientras el éxtasis la envolvía radiando desde su vagina. No le quedó otra alternativa que frenar sus envites e intentar sostenerse para no caer mientras su cuerpo se retorcía en mitad de un intenso orgasmo. Llevado al límite de su resistencia Ninco sintió flaquear sus brazos al parar su madre de colaborar y dejarse caer a peso muerto. Con unos cortos pasos adelante, avanzó hasta la pared del ascensor cubierta por un espejo y descargó parte del peso sobre ella sin dejar de acometer con profundas penetraciones el pulsante canal de Lola que se contraía a su alrededor.

El tiempo pareció ralentizarse mientras el pequeño cuerpo era acorralado entre el espejo y el torso de Nico. Una mejilla sobre la piel caliente y sudorosa de él, cosquilleando el vello en su carrillo, la otra apoyada contra el frío y duro cristal. Sus pechos oprimidos contra las costillas de su hijo, los pezones estimulados por el rozamiento emitiendo pulsos de placer. Su sexo levantado a empujones por la cadera cada vez que era embestida, una sensación eléctrica cortando su orgasmo con cada penetración profunda. No era algo que le ocurriera a menudo, podía contar con los dedos de una mano las veces que le había sucedido desde aquella increíble primera noche en que su hijo la había ayudado a descubrirlo. Esta fue una de esas ocasiones, en el que su orgasmo se ramificó en varios caminos, explotando como una traca en todo su cuerpo en un increíble orgasmo múltiple. Al igual que la hidra de la mitología, cuando la cabeza de uno era cortada, dos salían en su lugar enviando nuevas convulsiones por todo su cuerpo.

Durante un minuto completo Lola gimió de forma ininterrumpida y sin control, perdida la autonomía y laxa en brazos de su hijo. Pasado el minuto el aliento se agotó y se convulsionó silenciosa al menos veinte segundos más, a penas consciente de lo que la rodeaba. Ni siquiera sintió la eyaculación en su interior, ni el calor ni el impacto de las masas de semen caliente acumulado durante días que llenaron su vagina y fluyeron al exterior desplazadas por las continuas ráfagas de penetraciones. Eventualmente Nico se agotó y, perdida la erección, acompañó a su madre en la caída mientras descendía al suelo de ascensor jadeando. Otro par de minutos pasaron hasta que Lola se sintió con fuerzas para abrir los ojos y comenzó a sentir su cuerpo de nuevo, registrando la humedad del semen abandonando su sexo y el ardor en brazos y piernas que anticipaba unas monumentales agujetas al día siguiente. Se besaron sonriendo y completamente satisfechos.

Acomodaron sus ropas como mejor pudieron, Lola sujetando con un imperdible el hueco dejado por su botón roto, devolviendo sus pechos a la privacidad de su encierro. Estiró la falda lo mejor que pudo, intentando disimular las arrugas en la tela y ejecutó una última travesura. Recogió su prenda íntima del suelo, después de haberla incluso pisado en el ardor del momento, no iba a ponérsela. Utilizó el tejido para limpiar los restos de esperma de su muslo y la introdujo con un rápido movimiento en el pantalón de su hijo, envolviendo el pene agotado y en reposo. Un leve temblor fue lo único que Nico experimentó, demasiado pronto para experimentar una erección de nuevo, pero el morbo de la situación era plenamente evidente. Con un último beso, Lola le miró guiñando un ojo y pulsó el botón de marcha del ascensor.

Este juego recién descubierto se convirtió pronto en una aventura más que madre e hijo vivían en complicidad. Los probadores de las tiendas de ropa servían de improvisado picadero para una urgencia a satisfacer de manera silenciosa, así como aseos en diversos lugares. Parte del juego involucraba las bragas o tangas de Lola en más de una ocasión. En primer lugar, ella debía despojarse de su prenda y hacérsela llegar a Nico. Este debía entonces ausentarse y eyacular sobre ellas, o si ella podía acompañarle, era Lola quien realizaba la extracción. Por último, Lola debía ponerse otra vez la prenda manchada y llevarla hasta volver a casa. La ocasión más memorable en la que se produjo este juego ocurrió durante una película en el cine.

Los tres habían salido una noche a ver una película, aprovechando la noche libre del padre de familia. La película transcurría con normalidad, cuando Nico descubrió la sorpresa al meter la mano en su bol de palomitas y encontrar un tanga de su madre que no hacía demasiado estaba pegado a su cuerpo. Disimuladamente la miró en la penumbra de la sala, pero los ojos de ella se encontraban fijos en la pantalla, no más que una mueca en su sonrisa fuera de lo común. Nico se ausentó para ir al servicio y encerrándose en una cabina comenzó a masturbarse sobre la tela evocando el cuerpo de su madre. Una suave llamada en la puerta le indicó que los refuerzos estaban en camino. Abrió la puerta para dejar paso a Lola, que completó con la boca el proceso que él había comenzado, ayudándole a llenar la prenda con su blanco esperma. Diligentemente volvió a colocarla en su sitio y volvieron a la sala de la mano, besándose en la oscura entrada antes de volver a ocupar sus asientos. Casi al final de la película Lola hundió los dedos con intensidad en los brazos de su silla, atenazada por un orgasmo fruto de la pura excitación que le provocaba la descarga de su hijo en contacto con su sexo.

Si en el incumplimiento de la primera regla el instigador principal había sido Nico, poniendo a su madre en una situación imposible, y el quebrantamiento de la segunda había sido fruto de una actuación conjunta, sin un culpable evidente; la caída de la tercera fue enteramente responsabilidad de Lola. Pasados ya cinco meses de relación, la situación estaba descontrolándose día tras día. Finalizadas las vacaciones de Juan, madre hijo retomaron su rutina de sexo a diario y las noches compartidas en la habitación de matrimonio. Sin embargo, el placer prohibido de los juegos descubiertos estaba empezando a abandonar los límites del hogar y se hacía cada vez más presente en sus vidas.

Los mensajes de Whatssapp subidos de tono, dieron paso a los audios en los que describían lo que iban a hacerse o directamente reflejaban los sonidos de una sesión de masturbación. Esto escaló rápidamente a fotografías y más tarde videos en los que madre e hijo se tentaban durante los momentos de separación. Nico podía estar en el instituto y cuando sentía la familiar vibración del teléfono, sabía que debía encontrar un lugar fuera de la vista para examinar el mensaje. Para Lola se volvió cada vez más habitual encontrar en su teléfono, al recogerlo de la taquilla después del gimnasio, una colección de mensajes y archivos audiovisuales, versando en su mayoría sobre el pene de su hijo.

El atrevimiento escalaba sin control, repitiendo en ocasiones los encuentros sexuales estando Juan en algún lugar de la casa y volviéndose algo normal que Lola le atendiera el teléfono mientras Nico se encontraba entre sus piernas. Ya fuera penetrándola directamente o estimulándola con sexo oral. Ella se retorcía intentando evitar que el placer se reflejara en su voz mientras repasaba la lista de la compra con su marido o hablaban de algo trivial. Llegaron al punto de comportase abiertamente como pareja en localizaciones lejanas al hogar, donde no podían ser reconocidos. El aspecto más que juvenil de Lola y su estatura, enarcando alguna ceja en las mujeres que los veían y despertando la más profunda envidia en la mayoría de los hombres, pero jamás levantando sospecha de su parentesco real.

Las mañanas comenzaban a hacerse eternas para Lola, que se debatía en el gimnasio muerta de aburrimiento entre las clases, esperando los mensajes de su hijo. La actividad física, la calentura que le provocaba recibirlos, sumada con la presencia de algunos cuerpos más que deseables de compañeros de actividad, la tenía encendida todo el tiempo. Su lívido rugiendo como un tigre enjaulado y su cuerpo con una sensación de vacío por llenar mientras discurrían las horas lentamente. Para Nico no era mucho más llevadero, pasando las clases en un estado de duermevela por la falta de sueño cada vez más constante de las noches anteriores. Asistía a las lecciones de forma física, pero su mente vagaba por otros lados, pensando en qué podría enviarle a su madre durante el siguiente descanso. Sus notas, normalmente en la media, empezaron a verse resentidas poco a poco, rozando el aprobado por los límites más inferiores y en peligro de suspender algunas materias.

Su vida social, ya herida de muerte con el incidente de la fiesta, también se vio perjudicada al cortar el de raíz cualquier interacción que le mantuviera fuera del hogar cuando su padre no estaba. Las salidas con amigos casi desaparecieron y las compañeras de clase dejaron de registrarse como mujeres en su radar, palideciendo en comparación con la imagen de su madre. Desarrolló una imagen de solitario y autosuficiente, con una sensación de superioridad y orgullo, creyéndose aventajado respecto a sus amigos por el placer que provocaba en su madre. Una correlación absurda en realidad, pero perfectamente lógica para su mente adolescente saturada de hormonas.

Un día entre semana, Lola se encontraba en el gimnasio como era habitual, descansando entre dos clases mientras tomaba un zumo en la cafetería. Nico acaba de enviarle una foto de su pene erecto, envuelto en un tanga rojo placenteramente familiar. ‘’Después de clase te lo preparo’’ rezaba el texto bajo la foto, haciéndola contraer involuntariamente los músculos de su vagina. Aún quedaba mucho para eso, pensó suspirando desencantada mientras ampliaba la foto en la pantalla contemplando cada vena y cada pliegue del miembro que ya podría reproducir de memoria. La frondosa mata de vello púbico de las primeras veces desaparecida por completo, mostrando la piel suave moteada de nacientes pelitos muy cortos. Frotando los muslos para calmar el calor, Lola notó la familiar llamada de la libido que antaño la había acometido tantas veces y llenado de desesperación. Salvo que ahora la recibía gustosa y dispuesta como parte del juego.

Lo normal en esta situación era un rápido viaje a los vestuarios para sacar una foto en variados grados de desnudez. Si no había nadie incluso un video de su sexo o pechos o puede que un audio de ella masturbándose, susurrando su nombre o llamándole simplemente “mi niño’’. De camino al vestuario valoró las distintas opciones, indecisa, mientras que una nueva posibilidad se abría camino en su subconsciente y se presentaba ante ella como el metafórico encendido de una bombilla. El instituto de Nico no estaba lejos, en coche no supondría un trayecto de más de diez minutos. ¿Se atrevería a ir a recogerle con alguna escusa? ¿Qué cara pondría él si la veía aparecer? A ella le pareció que le tomaba unos minutos decidirse, cuando en el fondo la decisión ya estaba tomada de antemano.

Se vistió rápidamente con una falda larga hasta los tobillos con un estampado negro y naranja. Las bragas permanecieron dobladas en su bolsa de deporte, a la par que el sujetador que no pensaba necesitar. En la parte de arriba se puso un top negro anudado al cuello, sin escote pero que realzaba perfectamente la curva de su pecho, especialmente al no llevar sostén. Unas gafas de sol y un pañuelo en la cabeza remataron su atuendo, con el que podría pasar perfectamente por una de las veinteañeras que compartían gimnasio con ella. Con una incontrolable risilla se dirigió al coche y lanzando la bolsa de deporte al asiento trasero, ocupó el asiento del conductor. Por su estatura, a pesar de regular al máximo el asiento, necesitaba un cojín en el respaldo para alcanzar los pedales con comodidad. Condujo con impaciencia, apurando los semáforos hasta aparcar frente al instituto en doble fila.

Conectando las luces de emergencia, bajó del coche y con paso decidido caminó hasta la secretaría, tocando el cristal de la ventanilla para llamar la atención del conserje. El hombre levantó la mirada con gesto contrariado del periódico que leía, modificando la expresión en cuanto reparó en el abultamiento del top ante él. Parpadeando se obligó a mirar a la cara a la pequeña mujer que tenía delante y le habló con voz suave, el tono universal de un hombre hablando con una mujer hermosa.

-          Buenos días, ¿En qué puedo ayudarte…? – a punto estuvo de decir guapa, pero se contuvo.

-          He venido a buscar a Nicolás Beltrán, ha…pasado algo con su abuelo y tiene que salir – inventó sobre la marcha.

-          Vaya, lo siento. ¿Eres su hermana? – respondió con mirada comprensiva.

-          Soy su madre – contestó sonriendo y sacando el DNI para que anotara los datos en el registro- Tengo el coche mal aparcado, ¿podrían por favor avisarle que le espero fuera?

El conserje se despidió amablemente de ella mientras salía, dedicando una larga mirada a sus nalgas oscilantes mientras caminaba de vuelta al coche. Casi siempre que cubría sus ojos con gafas de sol ocurría lo mismo, ocultos los rasgos más delatores de su verdadera edad, su estatura solía hacerla pasar por hermana mayor y no madre. En el aula, Nico recibió con extrañeza la petición de salir del aula y con mayor sorpresa aún la noticia de que había pasado algo con su abuelo. Teniendo en cuenta que los dos llevaban varios años muertos ya, era desde luego algo insólito. Afortunadamente la noticia de que su madre había venido a buscarle llegó antes de que dijera nada y bajó las escaleras de dos en dos hasta llegar a la calle. Corrió hasta el coche aparcado en la puerta y se asomó por la ventanilla bajada.

-          ¿Mamá? – dijo sorprendido y multiplicando por mil su asombro al ver que ella tenía la falda levantada dándole una visión fugaz de su vagina desnuda.

-          ¡Sorpresa! - dejó caer el borde de la falda, devolviéndole la modestia y rio complacida - ¿Te llevo a algún sitio, guapo?

-          Joder mamá que buena sorpresa, eres la mejor – Contestó devolviendo la sonrisa y subiendo al coche - ¿Pero…el abuelo? ¿No había otra cosa?

-          Es lo primero que se me ha ocurrido – dijo agitando la mano para restarle importancia – soy tu madre, no agente secreta.

Lola arrancó el coche y mientras Nico se abrochaba el cinturón condujo por la calle con un claro objetivo en mente. A esa hora, con el tráfico que podía esperar, había casi una media hora de camino hasta su casa, Lola no podía esperar tanto. Tomó un desvío que los llevó a un polígono industrial casi abandonado, que antaño había albergado drogadictos buscando un lugar apartado. Mirando a los lados de la calle, divisó una nave casi desmoronada que tenía detrás una explanada de hormigón casi oculta a la calle principal. Adivinando sus intenciones, Nico comenzó a desabrochar el cinturón de seguridad mientras su madre aparcaba el coche. El cinturón de sus pantalones también fue desabrochado y mientras el coche se movía marcha atrás para quedar totalmente oculto, bajó la prenda junto con la ropa interior descubriendo su pene ya erecto.

En un movimiento fluido Lola desabrochó su cinturón de seguridad, activó el freno de mano y se inclinó sobre la entrepierna de su hijo, introduciendo su pene en la boca. Nico suspiró complacido y entrelazó sus dedos en los rizos de su madre, acompañando el movimiento ascendente y descendente de su cabeza sobre su miembro. Reclinó el asiento hacia atrás lo que pudo, para ganar un poco más de espacio y deshizo el nudo que sujetaba en la nuca el top de su madre. La tela cayó liberada, revelando los pechos que saltaron presas de la gravedad al no llevar sostén. Nico se dejó hacer unos momentos más hasta que su madre dejó de chupar y remangándose la falda se sentó a horcajadas sobre él. Soltando un clip lateral se liberó de la prenda y la lanzó a su asiento ahora vacío, mientras Nico se despojaba de su camiseta y quedaba con el pecho desnudo.

-          ¿No aguantabas hasta casa eh? – dijo Nico burlón sobando sus pechos.

-          ¿Tienes alguna queja acaso? – respondió juguetona restregando su sexo sobre el vientre de él.

-          Solo una mamá – contestó sentencioso, devolviéndole Lola una mirada interrogante – Que aún no me estás follando.

Empujando a la vez los hombros de ella hacia abajo y sus caderas hacia arriba, los cuerpos se unieron, completando la penetración de forma satisfactoria. Lola jadeó con un rictus de placer ahogando la respuesta, mientras Nico gruñó deleitado con la humedad que le esperaba en la vagina de su madre.

-          ¿Vaya manera de hablar a tu madre no? – le dijo sonriendo mientras movía sus caderas sensualmente.

-          ¿Es que no te gusta? – levantó el cuerpo de su madre con las caderas, hundiéndose en ella totalmente y haciéndola gemir – Me encanta follar contigo mamá, me encanta descubrir cosas juntos.

-          Ay hijo… cómo me pones por dios – entrecerró los ojos y se inclinó sobre el cuerpo de Nico, tumbándose sobre él cuan larga era – A mí también me encanta.

Besó el pecho de Nico y se movieron despacio, disfrutando de lo estrecho del lugar y de la intensa penetración. Nico la rodeó con los brazos, sujetando sus nalgas para manejar el cuerpo de su madre cuando quería intensificar sus movimientos. Había algo que Nico llevaba tiempo queriendo proponer a Lola, pero no terminaba de atreverse. Dada la valentía que ella había mostrado y la disposición a innovar, tomó la decisión de lanzarse y tantear la respuesta. Con la mano izquierda abrió los cachetes de su madre, desplazando la derecha entre las nalgas y tanteando hasta posar un dedo sobre la carne rugosa del ano de su madre. Varias veces había rozado esta zona durante las últimas semanas, buscando una reacción en ella o una invitación, por lo que no recibió más que una leve contracción en respuesta.

Normalmente el contacto era breve, retirándose en una pasada, pero esta vez su dedo permaneció sobre el esfínter trazando círculo y apretando suavemente. Lola seguía moviéndose sobre él muy despacio, entregada a la penetración casi tántrica que compartían. Reparar en el novedoso interés de su hijo por esa parte de su anatomía le confirmó lo que había empezado a sospechar. Ya había anticipado que Nico le pediría probar el sexo anal en algún momento, los jóvenes de ahora habían sido enseñados, por el porno, que era una práctica tan común como el sexo vaginal y que una mujer podía recibir un miembro similar al de un caballo con poca o ninguna preparación. Lola no se oponía rotundamente a la práctica, no era algo con lo que fantaseara, pero tampoco la repugnaba. Sin embargo, con Juan como su única pareja hasta Nico, nunca lo había probado. La reducida estatura de ella, combinada con el pene grueso de él, aún mayor que el de su hijo, haciendo una mala combinación en teoría para esa actividad.

Las caricias no resultaban incómodas, causando una relajación en su esfínter que se abría brevemente como si latiera. Por primera vez en años, Lola se sintió virgen en un plano sexual. Los últimos meses había roto barreras, tabúes y normas sociales y autoimpuestas. ¿Sería capaz de cruzar también ese puente con su hijo? Se sentía cómoda en sus brazos, excitada y relajada, quizá un paso más en el camino podría descubrirles nuevos rincones a explorar en su aventura.

-          ¿Nico? – preguntó levantando la mirada para capturar su ojos - ¿Qué haces?

-          Nada mamá – respondió nervioso – Es que nunca te había tocado ahí hasta ahora y.… me preguntaba si…bueno…

-          Tranquilo hijo, es normal que sientas curiosidad – le tranquilizó – Ve con cuidado solo, por favor, mamá nunca ha tenido nada metido ahí ¿vale?

-          ¿Eres virgen del culo mamá? – Incluso Lola sintió la tensión de su cuerpo, a través del pene pulsante moviéndose en su interior.

-          Bueno…si – respondió azorándose – ¿te crees que tu madre es una cualquiera que va dando el culo por ahí? – le golpeó el pecho, juguetona.

-          ¿Y me lo darías a mí? – La cortó poniéndose serio y mirándola con gravedad.

Lola tardó un momento en contestar, perdida en los ojos de su hijo, tan iguales a los suyos. La pulsación de su vagina y el latir de su corazón transmitiendo la respuesta antes que su boca la pronunciara.

-          Si mi vida, quiero probarlo contigo – dijo finalmente con una sonrisa – pero no aquí, para hacerlo bien mamá necesita prepararse.

Nico asintió comprensivo y complacido, sin dejar de estimular el esfínter materno que cada vez se abría un poco más.

-          Claro mamá, cuando quieras, pero ¿me dejas probar un poco más? – dijo introduciendo la primera falange de su índice en el recto de ella.

Lola tensó el cuerpo y su ano se cerró entorno al dedo invasor de su hijo, dejando escapar un quejido e incorporando el cuerpo al tensarse su espalda. Nico mantuvo el dedo quieto sintiendo la presión de ella y contemplando como la tensión se reflejaba en el rostro de su madre, que combatía el dolor de la dilatación. Lola sentía su pequeño esfínter estirado al máximo por el grueso dedo de su hijo y se esforzó en relajar los músculos para aliviar el dolor. Lentamente lo consiguió y su expresión se suavizó.

-          ¿Estás bien mamá? – le preguntó con cierta preocupación - ¿te duele?

-          Estoy bien hijo, pero despacito por favor, ya te dije que es la primera vez.

Nico asintió y bombeo despacio su pene en el interior de su madre para devolver la excitación a su nivel, manteniendo el dedo en su recto inmóvil. Cuando volvió a sentir el ardor en ella, comenzó un suave deslizamiento acompasado en sus dos cavidades, muy pendiente de cualquier posible muestra de dolor por parte de su madre. Lola recibía las penetraciones con el placer habitual, la sensación en su ano convertida en una leve molestia primero y en una suave calidez después, espoleando aún más la intensidad de la cópula. Tan concentrada estaba en sus sensaciones que el primer orgasmo la pilló casi por sorpresa, contrayendo su vagina y su recto al tiempo, haciéndola sentir llena a un nivel nunca experimentado. Sentía a ambos lados de sus paredes internas la dureza del dedo y el pene que la llenaban, provocando sensaciones explosivas en su sexo.

Nico retiró el dedo del interior de su madre, satisfecho por los avances y no queriendo forzar la situación. Lola sintió el vacío en su recto y el alivio en su esfínter dilatado que volvía a su ser. Había disfrutado de verdad el experimento y sentía curiosidad por probar más a fondo, intencionado el doble sentido, esta nueva práctica con su hijo. Retomaron las penetraciones del modo habitual, volviéndose más enérgicos esta vez, hasta lograr un orgasmo conjunto que hizo temblar el coche sobre los neumáticos. Se quedaron abrazados un poco más, Lola tumbada sobre él, un pequeño ardor en su esfínter y una gran satisfacción en su corazón. En tres semanas sería el cumpleaños de Nico y descubrió que acababa de dar con el mejor regalo posible.

No podía imaginar en ese momento, con el orgasmo aun latiendo en su sexo, que ese regalo desencadenaría la caída de la última de las reglas establecidas y del resto de consecuencias que siguieron.