Un cúmulo de casualidades
Una sucesión de casualidades provoca que madre e hijo se vean envueltos en una situación imposible de manejar. Primer relato de Nico (18) y Lola (38)
Lola abrió los ojos cuando el pene de su marido entró en ella. Penetrándola desde su espalda, abriendo sus labios vaginales ligeramente humedecidos y enterrándose en su fondo de una estocada. Colocada a cuatro patas al borde de la cama, sus ojos se centraron en el reloj digital de la mesilla opuesta. Los números rojos parpadearon, marcando las 23:51, justo en el momento que las grandes manos de Juan se cerraban entorno a sus caderas y comenzaba a moverse dentro de ella.
Sus dedos se engarfiaron en torno a las sábanas, creando depresiones en la tela. Los ojos cerrados, concentrándose en experimentar el placer que tanto deseaba sentir. A su espalda la respiración de Juan se volvió agitada, una embestida, seguida de otra más fuerte y un gemido acompañando la tercera. Los dedos apretando su cintura se pusieron blancos y con una expiración eyaculó dentro de ella apretándola contra sí. Dos latigazos de esperma golpearon contra su cervix haciéndola sentir un calor húmedo y, por desgracia, poco más. Cuando sus ojos se abrieron decepcionados el reloj acababa de cambia a las 23:52.
Un suspiro exasperado brotó de los labios de Lola, una nueva decepción sumada a casi un año de similares encuentros sexuales poco satisfactorios, al menos para ella. Con una palmadita cariñosa en su nalga derecha Juan salió de ella. Su vagina se sintió de repente vacía y anhelante, sabiendo que el calor de su interior no sería ya correspondido. Unas gotas de esperma brotaron entre sus labios, cayendo en las sábanas, único testigo del encuentro sexual. Lola enterró la cara en las manos, respirando profundamente, sus pezones perdiendo la dureza y su pulso acelerándose por la frustración y no por la excitación como ella deseaba.
- Perdona cariño, me pones tanto que no he podido aguantar – dijo Juan comenzando a vestirse.
- Bueno cariño, podemos seguir jugando un poco mientras te recuperas y lo intentamos otra vez – contestó ella esperanzada- ¿te parece?
- Ay cariño, sabes que me encantaría. Pero ya llego tarde al trabajo.
Rápidamente terminó de vestirse mientras Lola lo miraba, de rodillas, desnuda en la cama. Los ojos de él pendientes de todo menos del cuerpo de ella. Jugó nerviosa con las manos mientras su esperma terminaba de escurrir de su sexo y él se acercó a despedirse con un casto beso en la frente.
- Acuérdate que doblo esta noche, no me esperéis a comer mañana – sus palabras se apagaban conforme cruzaba la puerta del dormitorio.
Lola se derrumbó sobre la cama, disgustada y desesperada. Al poco escuchó la puerta de la entrada cerrarse y toda la casa quedó para ella. Desde que Juan había aceptado el trabajo en el hospital, hacía un año ya, su vida sexual se había evaporado casi por completo. Al principio, sus encuentros se volvieron más esporádicos, pero al menos seguían siendo placenteros para ambos, se deseaban y se buscaban. Era una cuestión de cuadrar horarios y de que Nico, su hijo les dejara un poco de intimidad. Pero al pasar los meses, ella notó que Juan había dejado de buscarla. Estaba agotado constantemente, cuando tocaba la cama era para caer rendido y pocas veces tenía ánimo de algo que no fuera dormir.
Al principio ella fue comprensiva, él estaba haciendo un gran esfuerzo por la familia y este era uno de los muchos sacrificios que necesitaban hacer, de todos modos, solo iba a ser algo temporal. Sin embargo, con el correr de los meses, el fuego de su interior no hacía más que crecer y crecer. Lola siempre había sido una mujer muy sexual, muy activa y ardiente. Juan era el único hombre que había conocido en su vida y se sentía perdida sin él. Novios desde que ella tenía dieciocho años y el veintitrés, su compenetración en el plano sexual había sido siempre magnífica, tanto es así que, en uno de sus múltiples arrebatos, con veinte años ella quedó embarazada. Llevados por la calentura ninguno pensó en el preservativo ni en los riesgos, solo en la necesidad de sentirse y disfrutar.
Nació Nico, su primer y único hijo y al poco de eso se casaron. Juan ganaba lo suficiente para mantener a la familia y Lola se dedicó a cuidar a su hijo y la casa, siendo una ‘’maruja’’ feliz y satisfecha, como siempre decía en broma. La llegada del niño disminuyó su libertad sexual para abordarse en cualquier rincón de la casa, pero ambos sentían que tenían una vida plena.
Lola se levantó de la cama y caminó nerviosa por el dormitorio, como otras veces sintió la punzada de la culpa en su vientre. ¿Sería ella el motivo de lo que le pasaba a Juan? ¿Con los años habría dejado de gustarle ya? Se detuvo delante del espejo contempló su imagen desnuda en el reflejo. A sus treintaiocho años no era ninguna jovencita, pero en el fondo sabía que aún retenía bastante atractivo.
Era una mujer bajita, un metro cincuenta raspados, rondando los cuarentaicinco kilos de peso según lo que cuidara su dieta. Últimamente se cuidaba mucho en el gimnasio, con clases de zumba y body combat, por lo que estaba en mejor forma que cuando era más joven. Llevó sus manos a su vientre planito, si tensaba los músculos se podían averiguar los abdominales bajo la piel suave, salvo unas diminutas estrías en su bajo vientre fruto de dar a luz, estaba inmaculada. Se giró sacando las nalgas para ver el reflejo, un poco de celulitis marcaba el final de los glúteos, pero estos se mantenían erguidos y redonditos. Sus pechos comenzaban a caer un poco, pero su talla noventa aún mantenía la forma de la juventud. Los levantó con las manos y los dejó caer, observando que la piel aún mantenía su elasticidad y rebotaban sensualmente.
La melena hasta media espalda que lucía de joven estaba ahora recortada hasta los hombros, de un intenso color negro y ondulado sin demasiados rizos. Enmarcaba su cara aniñada con forma de corazón, con diminutas arrugas terminando sus ojos grandes y negros. Una nariz respingona y una pequeña boca de labios finos remataban un rostro del que pocos averiguarían la edad real. Esto sumado a su costumbre por no maquillarse y vestir de forma juvenil, sin joyería, provocó que más de una vez, al ir a buscar a Nico a algún sitio, la confundieran con su hermana o incluso su novia. Ella reía el detalle y se sentía secretamente alagada de poder pasar por veinteañera todavía.
Sacudió triste la cabeza y apartó la vista de su reflejo, no podía ser culpa de ella, era imposible. Solo esperaba que no fuera un problema de haber alcanzado la cuarentena y tuviera carácter permanente. Juan no quería oír hablar de aquello y se negaba rotundamente a acudir a un especialista, achacando todo al cansancio. Lola por su parte solo sentía su calentura crecer y crecer y las tentaciones no le faltaban. Sus visitas al gimnasio iban acompañadas de atenciones que antaño le podían parecer divertidas o molestas, pero que ahora no hacían sino acrecentar su excitación. Después de cambiar el turno de una de sus clases para evitar coincidir con un compañero que no cejaba en sus intentos, se dio cuenta que tenía que tomar control de la situación o acabaría teniendo un desliz. Ella amaba a su marido y no quería que eso sucediera.
Así que comenzó a masturbarse asiduamente. Al principio era más una medida de último recurso, una forma desesperada de apagar su calentura cuando no podía más. Como un ‘’aquí te pillo aquí te mato’’, se encerraba en el baño y daba rienda suelta a sus dedos. Los orgasmos que conseguía de ese modo no eran especialmente placenteros, eran más como un vaso de agua fría sobre su fuego interno descontrolado, ayudándola a serenarse y retomar el control. Varias ocasiones tuvo que hacerlo en los baños del gimnasio como respuesta a las insinuaciones de atractivos compañeros. Poco a poco se dio cuenta de que, lo que pensaba solo sería un bache, se estaba convirtiendo en algo permanente, por lo que empezó a dedicar más esfuerzos a satisfacerse por sí misma.
Sus sesiones improvisadas se convirtieron en citas planificadas con su intimidad. Cada vez que Nico y Juan la dejaban tiempo para ella, preparaba un escenario como si una cita romántica se tratase. Ya fueran velas e incienso en su dormitorio, música y sales aromáticas en la bañera, una buena novela romántica con pasajes cargados de erotismo o directamente explícitos. Disponía todo para crear una atmósfera relajada en la cual disfrutar de su cuerpo y su sexualidad. Sus manos pronto se le hicieron insuficientes, así que recurrió a la ayuda de algunos juguetes con los que estimularse o simular la presencia de un amante. Estos momentos le proporcionaban orgasmos algo más completos, sin llegar para nada a los recuerdos que ella tenía y que comenzaba a idealizar. Cuando tenía tiempo le gustaba tomárselo con calma e ir construyendo su placer desde la base, pudiendo alcanzar el orgasmo en varias ocasiones, con intensidades crecientes hasta quedar completamente rendida.
El encuentro fallido con Juan esa noche no había hecho más que disparar la calentura que sentía y la frustración que había supuesto su eyaculación tan fugaz estaba siendo reemplazada por deseo nuevamente. Contando con la ausencia de Nico también esa noche, pues iba a una fiesta y tenía pensado dormir en casa de un amigo, Lola se dispuso a cuidarse un poco a sí misma. Casi de un salto alcanzó el cajón de la mesilla donde guardaba su ropa interior. Bajo las braguitas perfectamente dobladas ocultaba uno de sus consoladores preferidos, uno blanco y morado, imitando vagamente las proporciones de un pene humano de unos diecisiete centímetros. Abultado en la punta y estriado en lugares estratégicos, para estimular sus puntos más sensibles. La base tenía una protuberancia doblada pensada para acariciar su clítoris, además de los mandos para controlar la vibración en intensidad y frecuencia. Pero la mayor ventaja era la de ser sumergible.
Sabiéndose sola en casa, caminó desnuda con el vibrador en la mano hasta el único baño de la vivienda. Fue llenando la bañera con agua tibia mientras preparaba las sales aromáticas que añadiría y sacaba unos cascos inalámbricos del armario, pues le encantaba poner música mientras se bañaba. Su mano pasó brevemente sobre el bote de jabón espumoso, pero lo descartó con un gesto, hoy le apetecía poder ver su cuerpo sumergido mientras jugaba. Mientras el nivel del agua alcanzaba la altura deseada, buscó en su móvil una lista de reproducción de música suave que le evocaba sensualidad y se colocó los auriculares. Entró despacio en el agua, sintiendo el calor en sus pantorrillas y dejó el vibrador en la bandeja de las esponjas, cerca de su alcance. Lentamente fue sentándose, haciendo una mueca al notar el agua caliente en la sensible piel de sus nalgas y pubis, pero reconfortada mientras el calor la envolvía. Finalmente se reclinó contra el borde de la bañera, reposando su espalda y estirando las piernas hasta el otro extremo. El nivel del agua cubría sus pechos hasta la mitad, haciéndolos flotar ligeramente con una placentera sensación, sus pezones antes erectos por el frescor relajados por el cálido envoltorio.
La sesión comenzó como un baño corriente, relajando todo su cuerpo con el calor del agua y el aroma de las sales disueltas, la música transportando su mente más allá del baño, haciendo fluir sus pensamientos. Su pelo mojado a la altura de sus hombros se pegaba en mechones contra su piel, sus músculos liberados de la frustración de unos minutos antes relajados al máximo. Intentó forzar su mente a evocar a Juan, no el Juan que la tenía insatisfecha de ahora, sino su recuerdo del Juan pasional que la volvía loca no hace tanto tiempo. Se concentró en formar en su mente la imagen de su cuerpo sobre ella, su cara llena de deseo, pero los recuerdos se volvían cada vez más difusos y su mente vagaba hacia otros objetivos.
Recordó un día hace unos meses en el gimnasio, llevaba un tiempo en la bicicleta estática y se percató de dos jóvenes a su espalda que no quitaban ojo a su retaguardia y comentaban disimuladamente señalándola. Aquel día Lola llevaba unos leggins ajustados con una braguita sin costuras, que hacía parecer que no llevaba nada debajo. Se sonrío pensando que, en lugar de molestarse, se sintió alagada porque dos chavales, que no parecían mucho mayores que su hijo, creyeran que ella tenía algo digno de comentar ahí atrás. Sin saber muy bien por qué lo hizo, aceleró el ritmo del pedaleo y levantó el cuerpo del sillín, ofreciéndoles una vista inmejorable de sus nalgas tensando la tela y su sexo adivinándose un poco más abajo. El esfuerzo y el saberse observada hizo que comenzara a sudar profusamente y un calor familiar empezó a concentrase en su bajo vientre.
Para su sorpresa uno de los jóvenes se retiró de su puesto, haciéndola pensar que finalmente se había cansado del espectáculo, lo cual la decepcionó un poco en verdad. Sin embargo, le vio pasar a su lado mirándola descaradamente y sentarse en un banco de trabajo enfrente de la bicicleta estática. Al pasar tan cerca pudo comprobar que efectivamente no tendría más de veinte años, pero estaba bastante en forma para su edad, adivinándose un torso bien definido bajo la camiseta holgada y unos brazos con bíceps bronceados y abultados. El muchacho tomó unas pesas del banco y comenzó a flexionar descaradamente sus músculos sin dejar de mirarla. Lola apartó de un soplido un mechón de pelo empapado en sudor y se mordió el labio inferior de forma que esperaba fuera disimulada.
El joven se detuvo momentáneamente para quitarse la camiseta, mostrando que sus intuiciones sobre su torso bien definido eran más que correctas. Los pectorales y los abdominales se contraían de manera hipnótica, cubiertos por una fina capa de sudor y un tatuaje de un lobo en el pectoral derecho parecía insinuarse con vida propia sobre las intenciones depredadoras de su propietario. Lola sintió como sus pezones se endurecían bajo su sujetador deportivo, marcándose perfectamente bajo la tela húmeda, mientras que el calor de su sexo se tornaba poco a poco en humedad. Las protuberancias en la tela no pasaron inadvertidas para su observador, que sonrió ampliamente y le guiñó un ojo juguetón. Lola sintió enrojecer sus mejillas y apartó la vista de sus ojos hacia el suelo, lo que hizo que pasaran de camino por los pantalones del chico y descubrieran el bulto que empezaba a formarse en ellos.
Cuando aquello pasó de verdad, Lola desmontó apresuradamente de la bicicleta y caminó casi corriendo hasta los vestuarios. Se encerró en una de las cabinas de inodoro y metiendo la mano dentro de sus pantalones se masturbó de forma desesperada, casi furiosa para calmar el ansia que sentía. El orgasmo le supuso apenas alivio, acrecentando más su deseo en lugar de calmarlo, lloró en silencio mientras aporreaba impotente la mampara fenólica llena de frustración y reunía fuerzas para volver a salir. Una larga ducha fría le provocó un dolor y entumecimiento suficientes para recobrar su ser y pensar en vestirse para volver a casa. Al día siguiente cambió el turno del gimnasio.
Pero ahora Lola no se encontraba en el mundo real, sino en una fantasía creada para su disfrute. Sus manos se movieron con voluntad propia, acariciando sus senos por los costados y desplazándose suavemente para envolver el pezón entre sus dedos y pellizcarlo juguetonamente. Se imaginó bajando lentamente de la bicicleta y caminando de forma seductora hasta el banco. Mágicamente habían desaparecido todos los ocupantes y se encontraban a solas. Su yo onírico se despojó del sujetador deportivo, liberando sus pechos aprisionados, los cuales cayeron ligeramente y apuntaron erguidos hacia delante. El joven se levantó hasta ponerse frente a ella y los cubrió con sus manos, emulando los gestos que ella hacía en la bañera.
Un jadeo escapó de sus labios mientras su mano derecha bajaba por su vientre, rozando la piel bajo el agua, pasando suavemente por su ombligo y continuando su rumbo sobre su monte de venus. Su manita era aproximadamente la mitad que la de su imaginario amante, pero su inmersión en la fantasía no se vio mermada por ello. El muchacho introdujo su mano en los leggins de Lola, entre el elástico de sus bragas y su piel, explorando su sexo a conciencia. En la bañera, la mano de Lola alcanzó su sexo y dedicó cuidados a su clítoris en suaves círculos muy lentos. Con otro dedo separaba sus labios, acariciando sus pliegues con deseo y cuidado, tomándose su tiempo para disfrutar. Sus ojos permanecían cerrados mientras sus labios se movían involuntariamente emulando que besaba el pecho del chico.
Las caricias se prolongaron durante un tiempo hasta que introdujo un dedo en su vagina. El calor del agua envolvía su mano, pero aun así notó un incremento de temperatura al entrar en el estrecho conducto. Su humedad se diluía en el agua del baño, pero no por ello le fue difícil penetrase. Con movimientos experimentados dedicó caricias a su clítoris mientras otro dedo se sumaba al primero en su interior, su otra mano dedicando atención a sus pechos de forma alternativa. Su respiración se estaba acelerando y la parte superior de su cabello, aún sin ser rozada por el agua, comenzaba a mostrase húmeda por el sudor. Gracias a la magia de la fantasía, su imagen mental cambió instantáneamente y se visualizó tumbada en el banco, totalmente desnuda y con las piernas abiertas dejando su sexo expuesto. El joven se erguía frente a ella completamente desnudo y mostrando una erección completamente depilada, la punta de su miembro a la altura del ombligo.
Entornando los ojos ligeramente Lola sacó los dedos de su interior y alcanzó el vibrador en la bandeja donde lo había preparado. Con un movimiento del pulgar encendió la vibración en el nivel más suave y lo sumergió buscando su sexo. Colocó el juguete en las puertas de su vagina, separando ligeramente sus labios y evocó la imagen del joven tumbado sobre ella, sostenido por sus fuertes brazos, los músculos tensos y marcados. Se penetró de un envite hasta que la protuberancia del vibrador topó con su clítoris, lo cual le provocó un suspiro a penas contenido. El punto de vista de su fantasía se desplazó hacia arriba y se contempló a vista de pájaro, cubierta totalmente por el cuerpo de su amante, centrándose en la contracción de los músculos de su espalda y el movimiento de sus glúteos mientras la penetraba de forma enérgica y rítmica.
Lola se abandonó completamente a la fantasía, en ese momento solo existían las sensaciones de su sexo, ni siquiera oía ya la música que sonaba en los auriculares, ahogada por su respiración cada vez más profunda. El vibrador estimulaba toda su vagina con las pulsaciones rítmicas, dilatando placenteramente sus paredes, únicamente realizaba ajustes laterales para acometer a su clítoris desde distintos ángulos, variando la intensidad de la presión en simulación de las penetraciones de su amante invisible. Fue sintiendo como se aproximaba su orgasmo, construyéndose lentamente en el fondo de su ser, un cosquilleo leve en el bajo vientre, acompañado de una cálida sensación de tensión. Los dedos de sus pies se curvaron bajo el agua y su mano se cerró apretando su seno izquierdo con más intensidad a la vez que alcanzaba el clímax. Apretó los dientes a la vez que sus ojos se abrían al máximo, su cuerpo electrizado por el placer. Toda sensación pasó desapercibida, incluida la bajada momentánea de volumen de la música que indicaba que su móvil estaba recibiendo una notificación. La pantalla se iluminó brevemente en la encimera al lado de la pila mostrando el siguiente mensaje de Whatsapp.
Nico Hijo
‘’Perdona si te despierto mamá’’
‘’Al final la fiesta no está muy allá’’
‘’Voy para casa’’
‘’XXX’’
Mientras Lola se recuperaba del orgasmo y su cuerpo se volvía a relajar, le pasó totalmente desapercibido como la música retomaba el volumen y la pantalla de su móvil volvía a oscurecerse. Su cuerpo, lejos de estar satisfecho, no había hecho más que calentar motores y se preparaba ya para continuar con su sesión de autoplacer. El primer orgasmo era siempre el más suave y pensándose sola por toda la noche, planeaba alcanzar muchos más antes de irse a dormir.
A unas cinco manzanas de distancia, Nico pulsaba por última vez el icono de enviar en la aplicación de mensajería, avisando a su madre que finalmente iría a dormir a casa. No sería la primera vez que volvía por la noche y la sobresaltaba al abrir la puerta principal. Desde que su padre trabajaba tantas noches, estaba mucho más sensible a ese tipo de cosas, con una obsesión casi compulsiva de asegurar los pestillos de las puertas. Poco imaginaba Nico el motivo auténtico de su madre para velar por su intimidad de ese modo y prevenirla de cuando ya no estaba sola en la casa.
Con un gesto enfadado guardó el móvil en el bolsillo del pantalón y dedicó una última mirada con mezcla de pena y rabia al bloque de viviendas a su espalda. Desde luego la fiesta no había ido para nada como él esperaba. En principio todo parecía apuntar a que sería una noche memorable, tanto él como sus amigos habían alcanzado ya los dieciocho años y por fin podían comprar alcohol y beber sin necesidad de esconderse. Su amigo de toda la vida Sebas, tenía la casa para él todo el fin de semana y, como no, iba a dar una fiesta por todo lo alto. Casi todos los compañeros del instituto estaban invitados, pero quien Nico de verdad esperaba que estuviera allí era Diana.
Diana Palacios, compañera desde cuarto de la ESO y musa de sus fantasías desde poco después. Seba se reía bonachonamente de él, dándole apoyo moral cuando Diana elegía un nuevo objetivo para sus frecuentes enamoramientos. Nico ocupaba siempre el lugar de amigo fiel y confidente, más bien de pagafantas como le solían pinchar, mientras esperaba pacientemente su oportunidad. ¿Sería esta la noche en la que alinearían las estrellas y por fin se liaría con ella? Sabía que lo había dejado con su último ligue hacía poco y los últimos whatsapps que se había enviado con ella parecían prometedores. Ella le había dicho textualmente que pesaba desfasar a tope esta noche en la fiesta y que necesitaba enrollarse con alguien para despejarse.
Sonriendo como un bobo, esperó a que el ascensor alcanzara el piso de Sebas, saltando nervioso de un pie a otro. Esta noche por fin sería su oportunidad, lo presentía. Su obsesión con Diana lo había separado de otras potenciales parejas, por lo que, salvo algún pico juguetón durante los botellones en el parque, no había probado aún el estar con una mujer. Dudaba que Diana fuera virgen, lo cual le producía unos absurdos celos, pero esperaba ponerse rápidamente a la altura con su ayuda. Las puertas del ascensor por fin se abrieron y se apresuró a llamar al timbre de la casa de su amigo. La puerta no tardó en abrirse, pero no fue Sebas quien le recibió, sino Santi, un compañero de clase con el que no tenía especial amistad.
- ¡Hombre Nico, que alegría verte! – dijo efusivo rodeándole los hombros con un brazo – Pasa anda pasa, que ya pensé que te perdías la fiesta.
- ¿Y Sebas? – preguntó extrañado ante la efusividad de Santi, achacándola a que estaba evidentemente bastante bebido ya.
- Creo que le ha llamado la naturaleza – comentó bajando la voz como si fuera un secreto – Ve dejando el abrigo anda, ha dicho que los dejemos en su cuarto – terminó con una carcajada.
Nico se apartó de él sin entender qué era tan gracioso, seguramente algo que requería estar borracho para comprender. Despojándose del abrigo se dirigió hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones, pero en el último momento se giró y lanzó la pregunta que le comía por dentro.
- Oye Santi… ¿ha llegado ya Diana? No la veo.
- Llegar lo que se dice llegar creo que no – ahogó una carcajada con la mano- pero me da a mí que debe estar a punto ya – se dobló sin parar de reír hasta que un ataque de tos cortó sus carcajadas.
Sacudiendo la cabeza por vergüenza ajena Nico retomó el camino esquivando a algunos compañeros para meterse en el pasillo. La música sonaba a todo volumen y pensó que los vecinos no tardarían en quejarse mientras bajaba la maneta de la puerta del cuarto de su amigo. Su corazón se heló en su pecho, saltándose al menos un latido cuando la escena que tenía lugar se reveló ante sus ojos. Sentado al borde de la cama se encontraba Sebas, reclinado en el colchón sobre los codos y con los pantalones y gallumbos desmadejados entorno a sus zapatillas de deporte. Lo único que le evitaba la vista del miembro de su amigo era la cabeza de Diana, que subía y bajaba de forma rítmica, su pelo rubio recogido en una trenza balanceándose sobre su espalda desnuda.
Todo pareció ocurrir a cámara lenta. Sebas incorporándose y arrojando una almohada hacia la puerta al grito de ¡Es que no sabes llamar! La cabeza de Diana girando hacia él, su mejilla abultándose por la presión del pene de su amigo, evidentemente erecto, desde el interior de su boca, sus pechos pequeños mostrándose de perfil, adivinándose un pequeño pezón marrón, su minifalda acomodándose al giro, revelando su muslo y el comienzo de un tanga negro con encaje. La almohada impactando contra su cara, el grito de Diana y sus manos cubriendo sus pechos de forma apresurada. Los pasos apresurados de los invitados a la fiesta, sus pantalones abultados por una incipiente erección involuntaria. La mueca de asco de ella y las risas de todos. ‘Bicho raro’’ decía su mirada sin necesidad de palabras.
Nico pasó un instante de duda en el que no sabía si cubrir su cara o el bulto de sus pantalones. La inoportuna erección no hacía más que sumar a su vergüenza, pero no había podido evitar que su cuerpo reaccionara a la visión semidesnuda de su deseada Diana. De forma casi automática sus pies le arrastraron por el pasillo entre sus compañeros que empezaban a amontonarse, atraídos por el grito de la chica. Santi le miró sin ocultar sus carcajadas, incluso señalándole con el dedo, con la palabra ‘’pagafantas’’ brotando atropellada entre las risas. El muy cabrón sabía lo que se iba a encontrar y lo había arrojado a los leones sin dudarlo, pensando solo en el escarnio al que se vería sometido. Un vaso de plástico medio lleno impactó contra su nuca, derramando la combinación de alcohol y refresco sobre su espalda y calando su camisa y pantalones. Con la cabeza gacha cruzó la puerta del piso y bajó corriendo las escaleras hasta llegar a la calle.
Sentado en el bordillo lloró impotente, la vergüenza luchando con la rabia por la emoción dominante. Sebas, que le había jurado y perjurado que le iba a ayudar con Diana, no parecía habérselo pensado mucho ante la oportunidad de liarse con ella. El recuerdo de ella chupándosela le enfurecía, pero a la vez le excitaba y tentaba con volver a abultar su entrepierna. Cómo habría deseado estar él en su lugar, disfrutando de las atenciones de Diana, no podía contar las veces que se había masturbado pensando en una situación parecida. Si alguna vez había tenido una mínima opción, desde luego se había evaporado para siempre. Poco a poco las lágrimas fueron lavando la frustración, permitiéndole al menos levantarse y tomar la decisión de volver a casa, enviando antes el consabido mensaje a su madre para ponerla sobre aviso.
Siendo demasiado tarde para utilizar transporte público y no estando dispuesto a pagar un taxi, Nico agachó la cabeza, hundió las manos en los bolsillos del abrigo y comenzó a caminar las seis manzanas que le separaban de su casa. Su mente no hacía otra cosa que volver al instante en el que había abierto la puerta, intentando rememorar y grabar a fuego cada detalle del cuerpo desnudo de Diana que había podido ver. La curva de sus pechos puntiagudos, tan distintos a lo que había imaginado por encima de la ropa, haciendo más que probable que su sujetador contuviera algún tipo de relleno. El color marrón oscuro de sus pezones, areolas también oscuras en contraste con su piel blanca. Las ligeras marcas de bronceado, delimitando ya difusamente la cobertura del bikini en los meses de verano. La forma en que su mejilla se abultó al presionar el pene de su amigo, deformando la línea de su cara. El encaje de la línea de su tanga, que seguramente ocultaba un sexo totalmente depilado. ¿Habrían seguido Sebas y ella con lo que empezaron, o les había cortado el rollo? ¿Estarían follando en ese preciso instante? ¿Conseguiría Sebas que ella acabara? Qué sentido tenía preguntárselo, más no podía evitarlo.
Tras un camino que se le hizo interminable, tiritando por la humedad de la ropa que calaba a sus huesos, llegó por fin a su casa. Abrió la puerta del piso introduciendo la cerradura con cuidado y acompañó la hoja de la puerta suavemente para cerrarla sin un solo ruido. La casa estaba en el más absoluto silencio y no se atisbaba luz alguna en el salón, aparentemente su madre estaba dormida. Se descalzó y caminó casi de puntillas hasta su cuarto, sintiéndose por fin en la intimidad. Se despojó del abrigo y frotó sus brazos con las palmas de las manos, intentando que el calor de su habitación entrara en su cuerpo y detuviera la tiritona. La camisa se adhería pegajosa a la piel de su espalda, convertido el refresco seco en un pegajoso adhesivo. Se despojó de la ropa, lanzándola al suelo en un montón, camisa, pantalones e incluso el boxer habían quedado manchados. Estaba claro que necesitaría darse una ducha antes de poderse acostar.
Confiando en que su madre estuviera dormida, caminó desnudo de puntillas por el pasillo en penumbra intentando disimular sus pisadas. No quería para nada despertarla y que le viera desnudo en medio del pasillo, pegajoso por el incidente de la fiesta, ya era bastante vergüenza por un día. Concentrado en hacer el menor ruido posible sobre las tablas del parqué y con los ojos sin acostumbrar a la penumbra por haber encendido la luz de su cuarto, no se dio cuenta del débil haz de luz que asomaba por debajo de la puerta del baño. Alcanzó la puerta del baño y suavemente accionó la manivela, cerrando los ojos por la concentración. Sintió ceder la puerta al liberarse el resbalón del mecanismo y empujó suavemente mientras se deslizaba al interior y volvía a cerrar acompañando la manivela en su camino de subida hasta sentir más que oír el clic. Abrió los ojos y liberó la respiración contenida, su mano accionó el pestillo y sintió relajarse una tensión que no había sido consciente de acumular. Se dio la vuelta, dispuesto a meterse en la ducha.
Al girarse descubrió para su sorpresa que no estaba solo en el cuarto de baño y que su esfuerzo en ser sigiloso, en lugar de ahorrarle un momento embarazoso, no había hecho más que provocarlo. Tumbada en la bañera a medio llenar se encontraba su madre, totalmente desnuda, el agua completamente trasparente sin dejar nada a la imaginación. Los ojos de Nico se abrieron de par en par, el aliento congelado en su pecho y su corazón martilleando desbocado. Por segunda vez en el día había abierto una puerta a una escena íntima a la que no había sido invitado, la única diferencia siendo que ahora no había sido descubierto, todavía.
El motivo de su impunidad era doble, los ojos de su madre estaban completamente cerrados, con un semblante concentrado y sus oídos cubiertos por unos auriculares, a un volumen suficiente para que desde la puerta adivinara la canción que sonaba con un poco de imaginación. El pelo negro y ondulado de Lola estaba completamente húmedo y pegado a su cráneo, con los flecos alisados del final flotando suavemente sobre sus hombros. Los labios estaban apretados y casi blancos, con los dientes asomando lo suficiente para apresar el labio inferior. La humedad y el pelo liso le daban un cierto aire juvenil, quitándole varios años a su apariencia.
Los ojos de Nico se movieron con vida propia, examinando la escena con detenimiento. Bajando por el cuerpo desnudo de Lola, observó los tendones del cuello tensos y se detuvo en sus pechos. La había visto innumerables veces en bikini o bañador, sabía que eran de buen tamaño para la reducida estatura de su madre, pero nunca los había mirado del modo en que ahora se plantaban ante él; Las suaves formas redondeadas con una rotundidad y suavidad acrecentada por la ligera flotación en el agua. El pecho derecho huérfano de caricias, coronado por un pezón rosado en contraste con la blanca piel, erguido desafiante como si deseara ser succionado. Un lunar de color pardo en la base, justo antes del canalillo la única mota que rompía con la armonía de sensuales curvas. El pecho izquierdo envuelto por la mano derecha de Lola, comprimido hasta estar completamente aplastado contra sus costillas, con el pezón asomando ligeramente entre el índice y el pulgar cuando los movimientos de los dedos lo permitían.
Tras la curva inferior de los pechos de Lola la piel volvía a alisarse en una suave planicie de piel blanquecina. Nico observó embelesado como se tensaban bajo ella los músculos de forma rítmica, marcando los abdominales de forma sutil, enmarcando la depresión del ombligo marcado con un diminuto lunar en su lado derecho. Más abajo el pubis, un ligero abultamiento completamente depilado y con la piel aún más pálida si cabe, denotando la segura suavidad la zona más privada de su madre. Entre el engrosamiento de los muslos se encontraba enterrado el motivo de las contracciones de su abdomen, un cilindro blanco y morado, sujeto firmemente en la mano izquierda de Lola, entrando y saliendo rítmicamente de su vagina. Entre las ondulaciones del agua Nico pudo ver perfectamente como los labios vaginales de su madre se amoldaban perfectamente a la penetración besando la superficie de plástico del vibrador como si quisieran retenerlo en su interior. Una protuberancia se doblaba por encima de los dedos firmemente aferrados, rematada en una boquilla de goma que presionaba contra el clítoris en cada envite. El rumor de la vibración remataba la escena como sonido de fondo, ahogado por encontrarse sumergido.
Todos estos detalles inundaron la mente de Nico en unos segundos, cada detalle imprimiéndose en su retina y en su memoria, cada pincelada individual que sumaba para pintar un conjunto sumamente erótico. Un momento puramente sexual, cargado de erotismo que secuestró su cuerpo y su conciencia por completo. Sin ser realmente consciente, arrastró sus pies la distancia de dos pasos, acercándose para tener una mejor visión. Ante él se encontraba su madre, quien jamás había despertado en él sentimientos de tipo sexual, quizá por estar demasiado centrado en Diana o por las convenciones familiares habituales, poco le importaba en ese momento. Salvo que él ya no veía a su madre ahí delante, sino a una preciosa mujer, sensual y juvenil, con un cuerpo que evocaba deseo por todos sus poros, entregándose al más íntimo placer ajena a que era observada. Por segunda vez en la noche, el pene de Nico reaccionó a los estímulos presentados y se hinchó lleno de sangre, irguiéndose para apuntar al techo, latiendo de un modo prácticamente doloroso.
En el agua Lola, ajena a su inesperado observador, gemía de modo casi imperceptible mientras su respiración se iba acelerando poco a poco. Se imaginaba penetrada, esta vez desde atrás, apoyada en la bicicleta del gimnasio. Su imaginación le ofrecía una vista desde el frente, con sus pechos colgando libremente moviéndose al compás de las embestidas de un joven sin rostro. La mano de él aferrada a su entrepierna, estimulando su clítoris sin cesar. Sus piernas se curvaron un poco en la bañera, afianzándose contra el fondo para impulsar más hondo el vibrador en su sexo, sus dientes clavándose un poco más en su labio inferior provocando una punzada de placentera agonía. Un familiar hormigueo nació en el centro de su vientre, extendiéndose a cada rincón de su cuerpo, haciendo hormiguear los dedos de sus manos y pies. Su vagina empezó a pulsar cada vez más intensamente, con el ritmo de los latidos de su corazón y su respiración intentando mantenerse al compás. Con un estallido de placer que arqueó su espalda, a la par que hundía con fuerza el vibrador en sus entrañas, dio comienzo un orgasmo que cambiaría de ahí en adelante el resto de su vida. Con una aguda exhalación, mezclada con un gemido de placer, abrió los ojos de par en par.
Nico apenas podía parpadear por miedo a perturbar la escena de ocurría ante sus ojos. El ritmo de los movimientos de su madre se había incrementado sensiblemente, de manera paulatina, pero cada vez más rápido e intenso. Una parte de él era consciente de que en algún momento ella abriría los ojos, al menos lo haría cuando terminara lo que estaba haciendo. Esa parte probablemente también era consciente de que había comenzado a masajear su pene con movimientos cada vez más rápidos, recorriendo el tronco desde la base hasta el glande, mojando la palma con sus secreciones preseminales y repitiendo el viaje de vuelta. Por algún motivo, esa no era la parte que se encontraba a los mandos en ese momento y solo podía contemplar impotente como su madre desataba un orgasmo intenso y explosivo. Su cerebro registró como se curvó la espalda de ella, presentando aún más sus pechos y haciéndolos aún más apetecibles, el pezón firmemente agarrado entre los dedos. La detención del movimiento del vibrador, desapareciendo casi por completo en el interior de su sexo y el gemido de puro éxtasis que brotó de su boca. Y finalmente como los párpados se levantaban revelando unos ojos apenas velados con las pupilas dilatadas. En ese momento algo estalló también en su interior y recorrió su cuerpo hasta concentrarse en sus testículos, explotando en una sensación muy similar para Nico.
La realidad sustituyó en la mente de Lola a su mundo de fantasía, alimentada por lo que ahora veían sus ojos. Los cuerpos desnudos de su amante y ella misma, que esperaba fueran sustituidos por la puerta del baño, fueron en su lugar reemplazados por otro cuerpo desnudo, desgraciadamente familiar. Su mirada se cruzó con la de su hijo, separadas por escasos metros de distancia. Los ojos marrones de él abiertos de par en par, enmarcados por dos pequeños bucles de pelo negro como el de ella. La piel de su cara tensa, punteada por alguna marca de acné aquí o allá y empezando a sombrearse con incipiente vello facial corto y del mismo negro intenso. Tenía la boca entreabierta, lamiéndose los labios que parecían algo secos, jadeando por un evidente esfuerzo. Sus hombros también estaban tensos, las clavículas marcadas y aún algo morenas a pesar de que el verano ya estaba lejos. Los pectorales, ni de lejos tan definidos como su amante onírico, pero reconocibles, estaban cubiertos de un fino vello negro, ensortijado en el esternón y disminuyendo hasta casi desaparecer antes de llegar a los pezones.
Un hilo de vello descendía por el centro de su estómago plano, aunque sin una definición de gimnasio, rematando en una concentración de vello oscuro, rizado y denso en su zona pélvica. Allí se juntaban sus dos manos, la izquierda envolviendo sus testículos y la derecha deslizándose rápidamente a lo largo de su pene, con el glande descubierto y brillante con una tonalidad entre roja y morada. La similitud con su fantasía era anecdótica, pero aun así la visión de un miembro erecto en su estado orgásmico acrecentó la cascada de sensaciones. Los brazos flexionados marcaban los bíceps de su hijo, semicontraidos por la tensión, marcando venas gruesas en los antebrazos. Sus muslos también tensos y con una capa de fino vello corporal daban paso a unas atléticas pantorrillas bien plantadas en unos pies grandes y de largos dedos. Un metro ochentaicinco de adolescente de ochenta kilos y dieciocho años de edad, concentrando todas sus sensaciones en un pene de dieciséis centímetros que acabó por estallar.
El primer chorro de blanco esperma golpeó la cara de Lola por encima de su ceja derecha, impregnado los cortos vellos con un espeso grumo. Dos chorros consecutivos siguieron en rápida sucesión, uno impactando en su mejilla derecha y el otro, más corto, en su pecho descubierto. El cuarto chorro ganó en potencia y fue a parar directamente a sus labios, cubriendo la zona bajo su nariz y pasando hasta frenarse en sus dientes y su lengua. Un último chorro, con apenas fuerza, volvió a caer en su pecho, esta vez en la zona del canalillo, cubriendo su lunar. La primera sensación fue la de la calidez del esperma sobre su piel, en contraste con la del agua ya fría parecía que la hubieran impactado con brasas candentes. Lo siguiente fue el sabor, un dulzor pastoso y abrasador que inundó su paladar y su olfato, justo antes de atragantarse un poco al tragar. Finalizó con la percepción del espesor de los grumos, pegajosos en su piel, comenzando a deslizares pesadamente hacia abajo, el primero de ellos empezando a cubrir su párpado y obligándola a cerrar el ojo.
- ¡Nico! – gritó con un reflejo mientras intentaba cubrirse, el consolador aun profundamente clavado en su vagina a la vez que intentaba ponerse en pie.
El brusco movimiento la hizo resbalar, devolviendo sus nalgas contra la porcelana y lanzando fuera de la bañera grandes cantidades de agua. Su mano se enredó en la cadena de tapón, retirándolo del desagüe con un sonoro ‘’plop’’ y comenzando el vaciado de esta. Nico dio un salto asustado, recuperando la noción de la realidad e intentando cubrir su pene aún erecto. Al girar su cuerpo, intentando dar la espalda a la bañera, resbaló en el agua caída y se fue de bruces al suelo cuan largo era, golpeándose la cabeza contra las baldosas cerámicas y el brazo con el bidet. Lola manoteó en el aire, sujetándose contra el borde de la bañera para no resbalar más, afirmándose hasta que el nivel del agua descendió lo suficiente para recobrar el equilibrio. Con una mano apartó el semen de su ojo, recuperando la vista, a la vez que con la lengua retiraba el pastoso grumo que había quedado en sus dientes.
No recordaba ya la última vez que había sentido el sabor del semen de Juan en la boca, pero su cuerpo aún sobrecogido por el orgasmo, le enviaba todo tipo de señales. No era algo que hicieran habitualmente, pero cuando el sexo oral terminaba en eyaculación sí solía tragarlo. Desde luego lo que nunca habían hecho era que el desparramara su semen por su cara y pechos de esa manera. Intentando recobrar la compostura, retiró el vibrador de su vagina aún pulsante, recibiendo un escalofrío en respuesta. Lo depositó en la bandeja con un repiqueteo y se asomó por el borde para descubrir la forma tendida de su hijo desnudo, a lo largo del suelo del baño. Se encogía sujetándose la frente, revelando también una línea enrojecida en su brazo.
- ¡Nico hijo! – gritó asustada - ¿Estás bien cariño?
Salió de la bañera y se acuclilló al lado de su hijo intentando ver los efectos del golpe. Como pudo, Nico giró el cuerpo para mirar a su madre y pudo volver a ver su cara, embargada esta vez por la preocupación y no por el placer. Lola examinó la herida en la frente de su hijo, comprobando que tenía un hematoma que ya se hinchaba con un fino hilo de sangre brotando entre los dedos. El antebrazo tenía una línea enrojecida, con la piel algo levantada, pero de aspecto menos grave.
- Mamá…yo…perdona…no sabía…no pensé...no me di cuenta – dijo atropelladamente.
- Anda calla – le cortó ella – Ya hablaremos de esto – dijo enfadada- Pero ahora déjame que te vea esto.
Lola le ayudó a incorporarse, alzándose él enseguida treintaicinco centímetros por encima de su reducida estatura, haciendo que ella pareciera la hija y no la madre. Momentáneamente su pudor y su vergüenza se hicieron a un lado, preocupada al ver a su niño herido, olvidando en un instante que se hallaban los dos desnudos y el semen de él aún estaba caliente sobre su mejilla y sus pechos.
- Vamos a lavarte esa herida, a ver si deja de sangrar – le dijo preocupada.
Nico, asintiendo, entró en la bañera, pasando la pierna sobre el borde, sin dudarlo Lola le siguió, descolgando el mocho y calibrando la temperatura del agua sobre su antebrazo. Enfocó con cuidado el chorro de agua sobre la frente del muchacho, lavando con cuidado la herida. Nico cerró los ojos siseando, pero no dijo nada. La hemorragia se cortó rápido con el agua fresca, el corte parecía solo superficial. Lola lanzó agua por todo el cuerpo de él, lavando el sudor y los restos pegajosos de su espalda, incluso apuntó un chorro a su entrepierna para retirar las gotas de esperma de la punta de su pene ya encogido. Cuando ella cortó el agua, se miraron a los ojos por primera vez, evitando centrarse en sus cuerpos desnudos.
- Sal y vístete, Nico, por favor, ya hablaremos – su voz era una mezcla de vergüenza y molestia, aunque no hacía ademán de cubrirse, no le veía ya el sentido.
Nico suspiró dispuesto a obedecer, pero casi por si misma, su mano se movió a la mejilla de su madre, retirando los restos de esperma que aún la cubrían.
- Te he manchado mucho mamá, perdona – sus ojos volaron fugazmente a los pechos de ella, siguiendo las líneas que el esperma dibujaba en la piel, pero volviendo rápido a su rostro.
Lola suspiró y colocó la ducha en el soporte, haciendo caer el agua sobre su cuerpo. Lavando rápidamente los restos de la eyaculación y el sudor, no así tan fácilmente sus emociones desbocadas. Su hijo la había pillado masturbándose y había eyaculado sobre ella, no sabía por dónde empezar a reprenderle, golpearle incluso, o esconderse en su cuarto y atrancar la puerta para no salir más. Sabía que aquello era una aberración, pero entonces ¿Por qué seguía su vagina pulsando con intensidad? Quizá fuera porque todo le había pillado en mitad de un orgasmo bastante intenso y su cerebro aún se tambaleaba. Pudiera ser que el sabor del semen después de tantos años le hiciera aflorar aún más las necesidades reprimidas. Mientas se lavaba había dado la espalda a Nico, así que se giró nuevamente y le vio ahí de pie, totalmente desvalido, como un reo esperando la muerte y casi al borde del llanto. Su desnudez en un segundo plano.
- Mamá…por favor perdóname… yo no…yo te quiero de verdad – balbuceo.
- Cariño ya – dijo ella firme- lo que acaba de pasar no tiene nombre. Pero ven anda, ahora hablamos. Dame un abrazo y nos salimos anda.
Arrastrando los pies ella le abrazó, rodeándole con los brazos y apoyando su cabeza en el pecho de él, dada la gran diferencia de altura. La mejilla de ella se apoyó en su piel y le apretó suavemente, sus pechos comprimidos entre los dos cuerpos. Nico se tensó por un momento y rodeó con sus brazos a su madre, plantando las manos justo debajo de sus hombros y devolviéndole el abrazo. Por unos segundos los dos cuerpos desnudos permanecieron pegados en un abrazo entre madre e hijo, sin carga sexual alguna. Lola exhaló lentamente, su aliento cálido en la piel de él, acariciando la espalda de su hijo en suaves círculos. El latido de él martilleando en su pecho, con su oreja pegada justo encima. Sabía que tenía que separarse de él, mandarle a vestirse y hablarle como una madre. Explicarle que lo que había visto era sano y normal en una mujer, por mucho que fuera su madre. Asegurarle que era normal que él también sintiera impulsos y reaccionara a ellos, pero que debía mantenerlo en la intimidad. Todo ello era lo lógico y racional, pero su cuerpo anhelaba tanto el contacto piel con piel.
Nico estaba completamente descolocado, el cuerpo de su madre estaba pegado al suyo, dejándole sentir perfectamente el peso de sus pechos aplastados contra sus costillas. El aliento de ella era suave y cálido las caricias en su espalda relajantes, el tacto de la piel de su espalda suave. Mirando hacia abajo podía ver su cabecita apoyada en su pecho, el pelo alisado completamente por la humedad. La curva de su espalda con dos hoyuelos marcados justo al final y rematando por la curva de sus nalgas redondeadas. Ella era su madre, pero también era una mujer y Nico era un hombre, al fin y al cabo. Más bien un adolescente, con todo lo que aquello implicaba.
Lola no tardó en sentir la presión en su estómago, acompañada por el tacto suave y caliente de la piel. Casi inmediatamente sus pezones se endurecieron presionando directamente contra el cuerpo de su hijo. Su vagina era un mar de fuego y humedad, estimulada durante toda la noche por plástico inerte, ansiaba ahora la carne viva y candente que tenía frente a ella. Los dos se quedaron inmóviles un instante, temerosos de estropear el momento y que todo acabara. Muy despacio Lola levantó la vista y cruzó sus ojos con los de su hijo, ambos del mismo marrón color chocolate. Se quedaron clavados el uno en el otro, rogándose a la vez parar aquella locura con infinita culpabilidad y por lo más sagrado continuar con ello hasta la lógica conclusión.
Ambas cabezas comenzaron a moverse y a medio camino se encontraron, Nico ligeramente inclinado y Lola de puntillas sobre los dedos, afianzándose en los hombros de él para no resbalar. Sus labios más chocaron que se unieron, rozándose con avidez, luchando por apresar a los del otro. La inexperiencia de Nico cedió ante la excitación y el saber hacer de Lola, que apresó el labio inferior de él entre los suyos y lo succionó y marcó con sus dientes. Nico suspiró profundamente en su boca, bajando las manos por la espalda de su madre y tomándola de la cintura para equilibrarse en la resbaladiza porcelana. El cuerpo de Lola se pegaba al de él, rozando sus pechos y estimulando sus pezones aún más, frotando su estómago contra la barra de calor que se erguía entre ellos.
Se besaron con ansia, la de él por ser el primer beso real de su vida, la de ella por la excitación insatisfecha durante tanto tiempo, ya que podía simular la penetración con un juguete, pero no unos labios participativos. Gimieron uno en la boca del otro, explorando con sus lenguas, succionando y mordiendo. Las manos tímidas aún agarradas a la espalda del otro, acariciando y arañando cuando la intensidad de los besos subía. Fue Lola la primera que se atrevió a meter la mano entre los cuerpos, en busca del más evidente asidero. Sus dedos cerrándose entorno al tronco del pene de Nico y comenzando un movimiento de vaivén lento pero fuerte. Nico se separó de ella gimiendo extasiado y sorprendido, haciendo que sus miradas se cruzaran nuevamente mientras jadeaban.
Las manos de él envolvieron los glúteos de su madre, elevándola nuevamente de puntillas y comenzando a besarla de nuevo. Lola gimió y dejó escapar una risilla mezclada con un gemido, sin dejar de masajear el pene de su hijo. Los nudillos de Nico se pusieron blancos, apretando las suaves masas de carne, respirando cada vez más profundamente por las atenciones de su madre. Sintió sus testículos tensarse en preparación y un familiar hormigueo en la base de su miembro, que presagiaba una no muy lejana eyaculación. ¡No! Pensó, no puedo acabar tan pronto maldita sea.
- Mamá…Mamá suspiró – la primera vez que hablaba después de empezar a besarla – Si sigues así te voy a manchar otra vez.
Lola aflojó la velocidad de sus masajes y separó sus labios de los de él para mirarle, completamente arrebolada por la excitación. Era normal que por su inexperiencia esto pudiera ocurrir, también era normal que por su juventud se hubiera recuperado tan rápido. Sonrió mientras separaba su cuerpo del de él, la gravedad tomando el control otra vez de sus pechos antes aplastados entre ellos. Su mano aferrada en el pene de él, inmóvil por el momento era el único punto de unión.
- Cariño tranquilo, es normal – dijo en un susurro con voz tranquilizadora – deja que mamá te ayude, así luego durarás más – terminó sonriendo.
Mientras la mente de Nico procesaba el significado de ese luego, Lola comenzó a arrodillarse, quedando su cabeza a la altura el pene de su hijo, separada nada más que por meros centímetros. Su mano repitió un par de veces el movimiento anterior, haciendo temblar a Nico, que la miraba atónito.
- ¿Mamá? ¿Vas a…? – la frase se vio interrumpida por un jadeo, provocado por el movimiento de la boca de su madre envolviendo su glande totalmente.
- Hmmm – Dijo aún con el pene en la boca – Tranquilo cariño, no te preocupes – dijo sacándolo para luego recorrerlo con la lengua desde la base y engullirlo nuevamente.
Lola se encontraba cada vez más excitada, su vagina ardía y latía con vida propia. Su estómago pulsaba con un familiar cosquilleo y sus pezones le ardían, anhelando ser atendidos. Había practicado sexo oral a su marido en el último año, en un esfuerzo de ayudarle a aumentar su deseo, pero los frutos no se habían visto llegar. Juan conseguía endurecimientos leves durante el proceso, más bien tumescencias que erecciones completas. La sensación del pene duro de su hijo en su boca, rígido, pero a la vez suave era lo que ella deseaba. Con los labios selló la zona de contacto mientras con la lengua acariciaba el glande a la vez que succionaba. Una mano aferrada a la base del pene, enlazada firmemente entre el vello de su hijo y la otra fija en su cadera para servirle de apoyo. Se recreó durante unos instantes en el glande, mientras Nico volaba hasta el séptimo cielo, encorvando los dedos de los pies e intentando mantenerse en pie. Lola alternaba lametones a todo lo largo con tratamientos de succión, volviéndole loco y acercándole al deseado final.
- Mamá…mamá…mamá…¡mamá! -suspiraba él – no voy a tardar.
Espoleada por su placer, Lola engulló toda la longitud que pudo, deslizando algo más de la mitad dentro de su boca. Nico jadeó profundamente y llevó sus manos al pelo de ella, enlazándolas con el húmedo cabello y gimiendo de placer. La cabeza de Lola comenzó a moverse adelante y atrás, recorriendo la piel ardiente con su lengua y sus labios, alternado la longitud que introducía en cada viaje. Nico gruñía más que gemir, sus manos acompañando el movimiento de la cabeza de su madre a la par que su cadera empujaba involuntariamente buscando introducir una mayor parte de su pene en la húmeda cavidad.
Lola no recordaba ya la última vez que disfrutó así al practicar sexo oral, probablemente en su etapa de novios, cuando para Juan y para ella era una novedad. Sintió el cuerpo de su hijo rigidizarse y un evidente temblor y tensión en la base de su pene y los testículos. Abriendo la boca todo lo que pudo, hundió la lengua en el fondo de su boca y presionó para introducir de nuevo el miembro, esta vez llegando hasta su garganta. Haciendo el acto de tragar, consiguió profundizar un poco más, llegando a sentir los vellos de su hijo cosquillear la punta de su nariz. Nico directamente gritó, tirando un poco del pelo de su madre llevado por el placer. Un espasmo recorrió su cuerpo, sintiéndolo Lola primero en la mandíbula distendida, luego en la lengua aplastada y finalmente en su garganta como si de una flema dulce y cálida se tratara. Intentó tragar todo lo que pudo y consiguió que los dos primeros latigazos pasaran directos a su esófago.
Con el tercero tuvo que sacar el pene de su boca para no atragantarse y lo sintió en la lengua mientras se retiraba. El cuarto y último voló desde el pene ya liberado y golpeó entre sus pechos, otra vez sobre el lunar del canalillo. Haciendo esfuerzo por tragar y respirar se dejó caer sobre las nalgas otra vez, tomado grandes bocanadas de aire. Nico permaneció de pie con la mirada perdida, temblando extasiado mientras su pene iba perdiendo poco a poco la erección. Lola respiró hondo algunas veces, recuperando el aliento y llevó los dedos hasta su canalillo, esparciendo el semen con las yemas de los dedos entre sus pechos.
- Al final si me has manchado cariño… - dijo sonriendo coqueta y sacando la lengua para demostrar que el interior de su boca estaba vacío.
- Dios mío mamá ha sido…increíble…nunca pensé que… - Nico enmudeció sin saber que decir.
Lola se levantó de nuevo y poniéndose de puntillas le besó nuevamente, recorriendo con su lengua el interior de la boca de su hijo, para nuevamente apartarse y sonreírle de nuevo.
- Mamá…sabes a… mí… - tenía que forzar cada palabra a cruzar sus labios por lo surrealista de la situación.
- ¿Te disgusta? – dijo ella simulando un puchero - ¿Mejor lo dejamos?
Sin saber que decir, Nico meneó la cabeza de lado a lado con intensidad, haciendo que Lola riera con ganas. Tomándole de la mano salió de la bañera y tiró de él para que la siguiera, su cuerpo húmedo goteando en el suelo de baldosas.
- Anda ven, que ahora viene lo mejor – dijo con voz suave mirándole con intensidad.
Nico se dejó hacer, caminando con pasos largos para seguir el ritmo de los apresurados pasos cortos de su madre. Sus ojos fijos en las nalgas de ella mientras le guiaba, fuera del baño y por el pasillo, hasta la habitación de matrimonio. A siglos de distancia quedaba ya la vergonzosa situación de la fiesta y secretamente daba gracias a los cielos por haber salido de allí antes de tiempo. Con un saltito Lola se detuvo en mitad de la penumbra y encendió una lámpara de pie que proyectó una luz tenue sobre la escena. Los ojos de Nico siguieron el salto de sus pechos sin perder detalle, dejándose guiar por su madre en todo momento. Lola le colocó de espaldas a la cama y con un leve empujón le hizo caer sobre el colchón, quedando solo sus piernas colgando.
Reaccionando Nico se aupó de espaldas, deslizándose sobre los codos para quedar totalmente tumbado en la cama, mientras su madre se aupaba colocándose a horcajadas sobre él, una pierna a cada lado de su cuerpo. El levantar su pierna para colocarse, ofreció a Nico una visión en primer plano de su sexo que hizo suspirar al muchacho. Totalmente depilado, pudo deleitarse con la visión de los labios dilatados y el brillo de la humedad que los cubría. Su madre se erguía sobre él sentada sobre su pecho, su vagina directamente en contacto con su piel y sus preciosos pechos apuntando al frente desafiantes. El pelo húmedo caído sobre los hombros le daba un aire de amazona mientras lo retiraba sobre la nuca usando las manos, haciendo que sus pechos fueran todavía más evidentes. Por instinto Nico alzó los brazos y los envolvió con sus manos, cubriéndolos por completo y degustando por fin la suavidad y peso, así como la dureza punzante de los pezones en sus palmas.
Lola se dejó hacer y rozó tentativamente su sexo contra la piel de su hijo, gimiendo sin disimulo. Retirándose un poco hacia las piernas de su hijo, consiguió el espacio suficiente para inclinarse sobre él y poderle besar sin necesidad de que soltara sus pechos. Esta vez fue ella la que marcó el ritmo, demostrando su dominancia y experiencia, definiendo la intensidad y velocidad de los besos y devorando la lengua de él a cada instante. Sus pechos fueron abandonados, pasando la atención a sus nalgas nuevamente, las manos de Nico amasándolas y separándolas con ansia, hundiendo los dedos en la carne y haciéndola gemir. A no mucho tardar, empezó a sentir en su pierna la familiar dureza y calidez de un miembro erecto, listo para pasar a la acción.
Sin dejar de besarle, abandonó su boca y bajó besando por su cuello y pecho, con el objetivo de colocar sus caderas justo encima de las de él. Con un leve giro de cintura, atrapó la curva del pene con el muslo, colocándolo justo bajos sus labios vaginales. Las manos de Nico se paralizaron en sus glúteos, evidentemente nervioso y la miró interrogante y anhelante. Lola movió su cintura con intención, de manera que recorría el pene de su hijo abrazado entre los labios de su sexo y frotaba su clítoris a la par. Cada pasada arrancaba un gemido de los labios de su hijo, hasta que ya no pudo más y se detuvo con el glande en su entrada, lista para completar la penetración.
- Mamá no tengo condón – dijo Nico algo asustado entendiendo lo que iba a pasar.
Como única respuesta Lola empujó su cuerpo hacia abajo, empalándose en el miembro de su hijo, que se deslizó sin trabas separando sus pliegues hasta clavarse entero en su interior. Sintió los dedos tensarse al máximo en sus nalgas, hasta el punto de causar cardenales, pero la intensidad del placer en su sexo era demasiado para notarlo ahora. Nico lanzó un gemido gutural que era casi un grito mientras los dedos de Lola se hundían es su pecho, contraídos por el placer. Ambos permanecieron inmóviles unos instantes, amoldándose al aluvión de sensaciones, centrándose en la intensidad del placer en sus sexos ahora unidos. Finalmente, sus miradas se cruzaron y fue Lola la que habló.
- No te preocupes cariño, llevo un DIU y no hay peligro – dijo con una tranquilizadora sonrisa.
Nico solo puedo asentir, registrando vagamente que era algún tipo de anticonceptivo.
- Eres increíble mamá – fue lo único que atinó a decir – Me alegra que seas tú la primera.
Por respuesta Lola enarcó un poco una ceja y sonrió, apretando su vagina para estimular el pene de su hijo aún más, provocando una mueca de éxtasis en su rostro. Afianzando sus piernas se colocó en posición y con una sonrisa pícara habló con voz juguetona.
- Agárrate, campeón – pronunció entre dientes - Que vienen curvas.
Nico apenas tuvo tiempo de sujetar la cintura de su madre antes de que empezara a moverse. Comenzó con un movimiento circular, haciendo que las paredes de su vagina rotaran en torno al pene de su hijo con una suavidad enloquecedora. Alternaba con movimientos de sube y baja de sus caderas, haciendo que parte del miembro entrara y saliera de ella en un vaivén enloquecedor. Nico podía observar perfectamente en el espejo de pie de la habitación como subía y bajaba el pequeño cuerpo de su madre y comprobar como su pene desaparecía en su interior una y otra vez. Los ojos de Lola eran puro fuego, centelleantes y fijos en la cara de placer de su hijo, que no hacía más que espolear su deseo. A pesar de su inexperiencia, las dos eyaculaciones anteriores estaban ayudando a prolongar el coito que ella tanto ansiaba.
Lola perdió la noción de si completamente y se abandonó al placer. Se movía con caderazos cortos y secos, maximizando el roce de su sexo con el de su hijo, alterando intensidades y profundidades de penetración sin cesar. Cuando estaba recostada sobre él besaba o mordía su pecho, cuando se incorporaba y su cuerpo estaba vertical, las manos de él cambiaban su culo por sus pechos acariciándolos con intensidad. La humedad de Lola empapaba los vellos de Nico, impregnándolos cada vez que rozaba su sexo para estimular su clítoris contra el pubis de él. Pasado un tiempo, Nico tomó por primera vez la iniciativa y se incorporó para llevar su boca a uno de los pechos de su madre, engullendo el pezón y la areola en su boca y dando rienda suelta a su lengua. Lola aumentó la intensidad de sus gemidos, completamente rendida al placer y estrechó el cuerpo de su hijo contra el suyo apretando su nuca.
El primer orgasmo la pilló por sorpresa, surgiendo de ella sin avisar y explotando en su sexo hambriento con una tensión incomparable. Nico sintió la vagina de su madre contraerse en torno a él, apretándola también contra su pecho y moviendo en lo posible su cadera para acompañarla. La cintura de Lola parecía una batidora, moviéndose enloquecida por las convulsiones del orgasmo, un gemido continuo escapando de su boca, intercalado con exclamaciones de placer.
- ¡Oh dios sí! – exclamó finalmente relajando todo el cuerpo en brazos de su hijo.
- ¿Mamá?... ¿Eso ha sido…? – no se atrevía a decirlo
- Si hijo – dijo asintiendo divertida – ya lo creo que sí cariño.
Lola le apretó contra sí y besó cada parte de su cuerpo al alcance de sus labios. Reía complacida mientras retomaba los movimientos de su cintura, su sexo hipersensible pero aún deseoso de más. Nico se recostó, sujetando a su madre por los costados de forma delicada mientras ella le cabalgaba con abandono. Los pechos de Lola saltaban libres de un lado a otro, reproduciendo con retardo los vaivenes de su cuerpo. Nico por su parte se concentró en intentar resistir lo más posible, siguiendo obnubilado el danzar de los pezones de su madre y la expresión de concentrado placer en su rostro.
Arqueando su espalda hacia atrás todo lo posible, Lola dobló su cuerpo apoyando las manos en las rodillas de su hijo para soportarse. Sus pechos quedaron presentados hacia el techo y su abdomen completamente estirado, marcando las costillas y los huesos de la cadera. En el punto de unión entre sus cuerpos Nico tuvo una vista inigualable de la vagina de su madre completamente abierta por su pene, los labios distendidos y el clítoris expuesto. Cuando Lola levantaba su cuerpo, parte de su tronco salía de la abertura, parcialmente cubierto por una película blanquecina fruto del orgasmo de su madre. La estampa inigualable ante sus ojos fue el empujón que necesitaba para saber que no tardaría mucho más en terminar él también.
Tensando todos los músculos de su pelvis, desplazó la mano hasta el sexo de su madre y deslizó la yema del pulgar sobre el inflamado clítoris de ella, arrancándole un gemido agudo y deliciosos temblores que sintió a lo largo de su pene. Los movimientos de su madre se aceleraron, curvando aún más su cuerpo y apretando el miembro de Nico contra la parte frontal de su sexo, estimulando sus partes más sensibles. Descargas de placer casi eléctricas empezaron a recorrer su cuerpo, originadas en su sexo y volando hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Entre dientes atinó a pronunciar unas pocas palabras.
- Nico…hijo…mami se va otra v… - la ‘’e’’ de la palabra vez se alargó en un gemido estridente cuando el orgasmo la golpeó de nuevo.
- Mami yo tambi… - la frase de Nico igualmente cortada, marcó el comienzo de su eyaculación.
Nico sintió la vagina de su madre tensarse para exprimir su pene, apretándole mucho más que cuando ella flexionaba de forma consciente. El aumento de calor y humedad aceleró su ya próximo orgasmo y sintió la familiar contracción en la base de los testículos que precedía al disparo del esperma. Todo el cuerpo de Lola temblaba, entregado al éxtasis. El impacto de la descarga de su hijo en lo más profundo de sí, abriéndose camino hasta su útero, provocó una segunda explosión de placer en su centro que la obligó a incorporarse abrazándose el torso, en un intento de no perder el sentido. Una segunda y última descarga golpeó en el mismo punto, un ligero incremento de calidez en su ya ardiente sexo. Se desplomó sobre su hijo, exhausta y jadeante. Sus pechos aplastados entre los dos y su corazón martilleando, luchando con el de él para decidir cual estaba más desbocado. Sintió como los brazos de su hijo la rodeaban, envolviéndola completamente en su calidez, su pene latió algunas veces más hasta perder su dureza y salir de ella por completo, totalmente mojado por las secreciones de ambos.
Madre e hijo permanecieron abrazados unos minutos, hasta que sus respiraciones se regularizaron y se acompasaron, los latidos dejando el ritmo frenético para adoptar una pulsación más regular. No fue hasta entonces que se miraron y sonrieron, complacidos y algo avergonzados. Sus labios se unieron en un beso superficial y volvieron a mirarse sin necesidad de palabras, la intensidad del momento robándoles la necesidad de expresar nada más. Fue Lola la primera en empezar a abrir los labios, apartando la mirada de los ojos de su hijo.
- Nico…yo…esto…no – la vergüenza y el tabú empezando a aflorar en su voz.
- Aún no mamá por favor – la cortó el girándola como si no pesara más que una pluma y depositándola en el colchón para quedar sobre ella – Quiero que tiembles así otra vez por favor.
- Hijo…- El aliento de Lola fue cortado por la boca de su hijo, que la besó profundamente esta vez, el cuerpo de él cubriéndola por completo.
Las manos de Lola se plantaron en el pecho de su hijo, en un vano intento de separarle que enseguida abandonó entregada a la intensidad del beso. Maravillada de que, después de haber eyaculado tres veces, su hijo aún sintiera ganas de prolongar el encuentro. Bendita juventud, pensó mientras la parte racional, que había estado a punto de detener todo, se enterró en lo más profundo de su mente y correspondió con su lengua los besos de su hijo. Sintió sus manos acariciando tiernamente sus mejillas y su cuello, envolviendo sus pechos brevemente y recorriendo su costado. El pene de él, aún no recuperado del orgasmo, apoyado pesadamente contra su pierna, húmedo y caliente. Nico rompió el beso, desplazando los besos sobre el cuello y clavículas de su madre, quien envolvió su cabeza con sus manos en gesto de aprobación.
Nico besaba y lamía la piel de su madre, que se erizaba en respuesta de un modo que le hipnotizó. Recorrió el canalillo, besando agradecido el lunar entre los pechos sobre el que había eyaculado dos veces ya. Siguió el recorrido por el vientre de su madre, haciéndola cosquillas en el ombligo y besando el segundo lunar en su recorrido, como si fueran hitos en la peregrinación hasta el deseado final. La respiración de Lola se aceleró al descubrir las intenciones de su hijo, levantando las rodillas y separando los muslos en anticipación, para ofrecer completamente su vulva. Una cadena de besos recorrió la piel depilada de su pubis hasta llegar al punto más bajo. La lengua rozó juguetona su sexo, enviando impulsos de placer por toda su columna.
Nico se separó un poco para contemplar el primer plano del sexo de su madre, brillante por los fluidos a los que se uniría su saliva. Los labios parcialmente abiertos revelaban la apertura rosada, ligeramente enrojecida, coronada por el clítoris que sus dedos hace nada había acariciado. Se hundió con avidez entre los muslos de Lola, besando y lamiendo todo lo que había a su alcance, con más entusiasmo que habilidad. Su boca inundada de sabores, sin importarle que parte de aquello fuera su propio semen escapando del interior de su madre. Lola reconoció enseguida la inexperiencia de su hijo, que alcanzaba sus partes sensibles más por azar que por intención. Sin embargo, era más que suficiente para arrancarle algunos gemidos de excitación, el morbo de todo aquello supliendo la habilidad. Con sutiles presiones de sus manos y sus piernas, acompañado de sutiles aprobaciones con sus gemidos, llevó la cabeza de Nico hacia el lugar correcto, con la lengua directamente sobre su clítoris.
Rápidamente Nico entendió lo que su madre le pedía y concentró sus atenciones en la sensible zona, alternando los movimientos de su lengua en busca de la acción que mayor placer le reportaba. Los movimientos circulares daban paso a lametones profundos de arriba abajo, seguidos de succiones con los labios, acompañadas de pulsaciones con la lengua. Cuando le faltaba el aliento levantaba la cabeza, sustituyendo su lengua con sus dedos para tomar aire y contemplando el cuerpo de su madre. Los pechos alzándose con la respiración apresurada, con los pezones alzados al techo y tras ellos el rostro arrebolado de Lola, con expresión concentrada y los ojos cerrados, apresando su labio inferior con los dientes. Una vez recuperado el oxígeno, volvía a hundirse entre sus piernas, repitiendo la secuencia, animado por los gemidos cada vez más intensos de ella.
La vagina de su madre era un manantial inagotable de humedad, que él bebía con afán, cayendo aún así una buena parte a las sábanas. Descubrió que cuando retiraba un poco la lengua, su madre movía las caderas para ir en su busca, por lo que la tentó algunas veces hasta que las manos de ella el impulsaban nuevamente contra su sexo. Eventualmente sintió como los muslos de Lola se apretaban contra su cabeza y las manos le apretaban con fuerza contra ella, temblando ostentosamente. A pesar de ser la primera vez que practicaba sexo oral a una mujer, ya había observado dos orgasmos en su madre y creía que este era el presagio de un tercero. Rápidamente se incorporó, abandonando la vagina de Lola y tomando su pene nuevamente erecto en su mano y colocándolo en la húmeda apertura.
- No pares ahora cariño – dijo ella abriendo los ojos con decepción - ¡Dios! – gritó sorprendida y abrumada cuando sintió el pene de su hijo hundirse en ella.
Nico se dejó caer, penetrando a su madre de una estocada, entrando con suavidad y rapidez acompañado por los flujos abundantes. Ya al abismo del orgasmo, la penetración súbita fue el último empujón que Lola necesitaba para abandonarse por tercera vez al clímax. Sintió nuevamente explotar todas sus terminaciones nerviosas, saturadas por la intensa sensación de estar llena por el pene de su hijo. Se convulsionó bajo él, sus movimientos limitados por más de cuarenta kilos de diferencia de peso, su visión llena por los pectorales de él con el vello negro empapado en sudor. Su boca una exclamación de placer encadenada con la siguiente. Sintió cada centímetro de recorrido del miembro durante su orgasmo, hasta notar el tope de los dos pubis encontrados. Cuando creía que estaba en la cima de su éxtasis, Nico empezó a moverse en su interior, retirando su pene hasta la mitad e impulsándolo de nuevo hasta su límite. Los vientres planos chocaban como si de una palmada se tratase en cada embestida, marcando un ritmo frenético.
Si el orgasmo que experimentaba era una montaña, las penetraciones de su hijo lo convirtieron en una cadena montañosa entera, llena de picos y pronunciadas laderas. El primer orgasmo múltiple de Lola, propiciado por su hijo entre todos los hombres del mundo. Las penetraciones del joven eran enérgicas y profundas, lo que, acrecentado por la diferencia de peso y estatura, desplazaba el cuerpo de su madre por el colchón. Lola se sostuvo como pudo con brazos temblorosos a su hijo, recibiendo las acometidas entre estertores orgásmicos que le arrancaban gritos y gemidos. Su cuerpo deslizándose unos centímetros en cada embestida hasta que pudo reclinar sus hombros contra el cabecero, que golpeaba rítmicamente contra la pared.
La encadenación de orgasmos la dejó exhausta, cayendo lánguidas sus extremidades a los costados y con la energía suficiente para apenas respirar. Su cuerpo inerte bajo el de su hijo, recibiendo las penetraciones si ser capaz siquiera de abrazarle. El pene de él no se encontraba ya tan duro, agotado por los sucesivos orgasmos y se curvaba ligeramente al acometerla. Sus ojos vagaron por el costado de su hijo hasta el espejo, donde pudo observar la espalda tensa de él y la contracción de sus nalgas en cada envite. En una última y más profundamente acometida, Nico detuvo completamente su movimiento, presionando los límites internos de su madre y eyaculó por última vez, un único disparo acompañado por convulsiones vacías, agotadas sus reservas por hoy. Lola sintió el disparo, incapaz de procesar nuevos orgasmos ya, pero con una especial satisfacción que la hizo sonreír.
Nico se desplomó exhausto, dejándose caer hacia un lado para no aplastar a su madre. Lola le miró exhausta y se alegró de que el hubiera cortado la conversación donde lo hizo. Abrumada, se dejó caer junto a él, más que moverse e intentó entrelazar sus manos con las de su hijo, compartiendo ambos el silencio, cómplices por el momento del tabú que habían roto como madre e hijo.