Un culo estéreo!

La vida te presenta a veces a gente que ocultan secretos extrañísimos.

Moisés; un culo estéreo

Estuvimos en casa una tarde con el primo de Daniel antes de que salieran a una fiesta. Era un chico grueso (obeso, más bien) que, teniendo veinte años, aparentaba muchos más. Era tímido, muy rubio (un poco pelirrojo), con entradas incluso, de piel siempre rojiza, como si se pusiese rojo por cualquier cosa que se le decía.

Daniel – le dije a mi compañero en la cocina -, tu primo no es tonto ¿verdad?

¡Oye! – me empujó riéndose -, es muy tímido, pero es muy buena persona.

Cuando volvimos al salón, encontramos a Moisés ojeando algunas de nuestras revistas (gays, por supuesto) y las dejó en su sitio rápidamente y volvió a ponerse rojo.

Mira, primo – le dijo Daniel -, aquí no te cortes un pelo, que ninguno de los dos somos tontos.

Me pareció entender que Moisés también prefería a los chicos y no a las chicas, pero que tenía complejos; muchos complejos. Tal vez, los demás le daban de lado por su timidez o le daban de lado por estar tan obeso. Pusimos la cena en la mesa y Daniel miraba su reloj impaciente:

No podemos entretenernos mucho – nos dijo –, hay que irse ya a la fiesta en el Matrix. Esto me pasa por tener éxito en el escenario.

Y sirviéndose la comida, levantó Moisés sus ojos y me miró:

¿Tú no vas? Eres su pareja, ¿no?

No voy – le dije – porque es un homenaje para él. Yo, los homenajes se los hago aquí, en casa (le guiñé un ojo).

No podía imaginar que un tío tan joven comiese tanto; nosotros casi no cenamos y no sobró nada. Me pareció un tío educado, incluso elegante sentado a la mesa. Comía mucho, sí, pero me di cuenta de que sabía cómo comer.

Al poco tiempo, entró Daniel al dormitorio y al baño y salió ya vestido para irse. Estaba guapísimo (joder, me lo hubiera follado en ese momento) y llevaba mi perfume preferido. Se acercó a nosotros diciéndonos cosas y me avisó de que no le esperase porque vendría muy tarde.

Me llevo las llaves – me dijo –; así no tendré que despertarte.

¡Que lo paséis bien, tíos! – les dije -, a disfrutar, que esas cosas no pasan todos los días. ¡Ah, y cuidadito con lo que hacéis!

Entonces se levantó Moisés, se acercó a mí, me besó y me dijo:

Gracias por todo; no sabía que mi primo tuviese una pareja como tú.

Aquí tienes tu casa – le dije -, ven cuando quieras. Te esperamos siempre que no estemos por ahí de galas.

Y volviendo a darme las gracias, vi cómo Daniel le tiraba del brazo; llegaban tarde a su cita.

Cuando salieron del piso me entretuve en recoger la mesa y la cocina y me senté un poco a ver la televisión, pero me fui dejando caer en el sofá y empecé a quedarme dormido, así que dejé de ver la peli (que era bastante mala, por cierto). Estaba empalmado y me fui hacia el dormitorio quitándome la ropa.

Estando en el baño refrescándome un poco, me pareció que llamaban a la puerta.

¡Joder! – dije - ¿Qué habrá pasado? No son ni las doce.

Me puse una camisa y atravesé el salón hasta la entrada, encendí la luz y abrí la puerta pensando en que Daniel se había vuelto por algo; pero era Moisés.

Buenas – dijo con voz baja -, no me gusta la fiesta esa. A lo mejor te he despertado.

No, nooo – le dije -, estaba viendo la tele pero no hay quien la aguante y acabo de apagarla. Pasa, tío.

Cuando entramos en el salón nos sentamos los dos en el sofá y me dijo que se sentía incómodo en la fiesta, que todos los chicos estaban buenísimos y que no se encontraba a gusto, pero siendo tan tarde, no sabía cómo volver a su casa. Y mientras decía todas estas cosas, sus ojos se le iban sin darse cuenta a mis piernas.

¿No tienes dinero para un taxi? – le dije -. Si quieres te llevo en el coche.

No, noooo – respondió enseguida -, he pensado que a lo mejor no os importa que me quede en el sofá. Mañana me iré temprano; me gusta andar.

Puedes quedarte, claro – le dije -, no hay nada más que un dormitorio, el sofá y una cama, aunque es muy grande.

¿Ah, si? – se sorprendió -. Jo, algún día me iré a vivir solo.

Acabo de darme cuenta – le dije – que no hemos sido muy amables contigo, pues con las prisas de tu primo ni te hemos enseñado el piso. ¡Ven!

Aunque el piso era pequeño, le gustó mucho pero, cuando se asomó al dormitorio se quedó asombrado.

¡Joder, tío! – siguió sin levantar la voz -, el piso no tiene muchas habitaciones, pero en esta lo tiene todo.

¿Te gusta? – le dije -. La cama es muy grande y la luz puede ponerse al nivel que quieras; a los pies de la cama tenemos nuestro TFT para ver pelis acostados. Bueno, es que los dos ganamos bastante y estamos poniendo esto a nuestro gusto. Prueba el colchón, ya verás.

Y acercándose despacio a la cama se dejó caer bocabajo y con los brazos en alto sin decir nada.

¿A que es un colchón muy cómodo? – le dije -. Hemos comprado el más caro.

Pero Moisés seguía callado y no se movía y no me contestaba, así que me acerqué a él y vi que tenía las zapatillas sobre la colcha.

Oye, Moisés, perdona – le dije sin saber qué hacer -, no pongas los pies sobre la cama, porfa, que luego tu primo me pone verde.

Y al decir esto, vi que con un pié empujaba una zapatilla y la dejaba caer al suelo. Luego hizo lo mismo con la otra. Me quedé mirándolo al ver qué hacía y tiró de su camiseta hacia arriba y la dejó a un lado. Su espalda era enorme, con vello rubio, rosada como su cara. Pero yo seguía sin saber qué hacer. Entonces, se volvió un poco y le vi quitarse el cinturón con dificultad. Seguí mirando pasmado. Luego, comenzó a tirar con dificultad de sus pantalones hacia abajo y ya me acerqué a él, apoyé mis brazos a sus lados y le dije:

¿Quieres quitártelos?

Sí – casi no le oía -, yo solo no puedo.

Me acerqué a la puerta y bajé la luz casi hasta quedarnos a oscuras y luego me acerqué a él y tiré de los pantalones desde abajo, pero viendo ya la situación, no había duda de lo que buscaba aquel chavalote. Dejé sus pantalones en una silla y me quité la camisa y le vi cómo volvía la cabeza para verme en calzoncillos. Seguía sin decir nada. No lo pensé más y me fui acercando poco a poco a él, que tenía puestas unas calzonas de color naranja y, como vi que seguía sin hablar, me eché sobre sus espaldas y abarqué su cuerpo con mis manos. Fue entonces cuando volvió la cabeza y me besó con timidez.

Tío – le dije -, eres muy corto. Dime algo.

Seguía sin hablar, así que me incorporé un poco y me quité los calzoncillos tirándolos al suelo y comencé a tirar de sus calzonas hacia abajo procurando no hacerle daño, porque le estaban un tanto estrechas. Volvió otra vez su cabeza para verme desnudo y siguió allí echado. Al final, pude sacar las calzonas de sus piernas y vi aquel cuerpo enorme sobre nuestra cama «¿Cómo manejo esto?».

Estaba claro que quería que lo penetrase, pero ni hacía ni decía nada, así que apreté mi polla en su culo caliente y fue entonces cuando movió sus brazos y me agarró por las nalgas. Tuvimos un juego de caricias en silencio y cuando pensé que había llegado la hora de penetrarlo, me acerqué a su oído y le dije que si le dolía, que me avisase. Me dijo que sí con la cabeza y bajé un poco para abrir aquel grueso pero bello culo acariciándole la espalda. Comencé a pasar la punta de mi polla por su culo de arriba abajo y, sin penetrarlo, sus carnes me daban un placer que me pusieron como una moto.

Y con tan poca luz, abrí sus nalgas para buscar su culo y me quedé sencillamente como una estatua.

Moisés – le dije susurrando - ¿Qué es esto?

Y volvió su cara y su mirada me dijo que iba a echarse a llorar.

Verás, Moisés – insistí -, es que no quiero hacerte daño. Dime qué hago.

Su culo tenía dos agujeros (uno encima de otro) y no sabía por dónde penetrarlo. Jamás había visto algo igual en mi vida y estuve mirándolo de cerca mucho tiempo hasta que me habló.

Tengo un defecto de nacimiento, pero el de abajo es el que vale. Lo siento (intentó levantarse), no quería decirte nada de esto antes.

Tuve que hacer bastante fuerza para que volviese a echarse en la cama, porque quería levantarse e irse, pero cuando vio que yo insistía, se dejó caer, me eché sobre él pasando mi polla por aquel curioso culo y le dije al oído:

No, no te vas. Ya sé cuál es el agujero que vale. Voy a darte placer. Todo el que quieras o el que necesites. Yo no soy como los demás, así que los dos somos diferentes a todos en algo. Relájate. Voy a metértela hasta que te sacies.

Me tomó una mano y la apretó con fuerzas, volví a buscar su culo y comencé a penetrarlo y puedo asegurar que sentía tanto placer que tuve que parar varias veces y respirar profundamente, pero él tiraba de mi mano para que siguiera.

¡Es que voy a correrme ya, Moisés! – le dije -. Lo que a ti te parece un defecto de nacimiento da un gustazo que no se puede aguantar mucho tiempo.

Se volvió y comenzó a besarme. Sabía que necesitaba descansar un poco. Volvimos a la carga y tuve que volver a avisarle. Y así estuvimos mucho tiempo (penetrar, descansar, penetrar, descansar) hasta que me corrí de tal manera, que pensé que mi chorro de semen tenía que haberle llegado al estómago.

Estuvimos besándonos luego mucho tiempo y le hice una paja y seguía sin decir palabra ni gemir de gusto, hasta que noté que comenzaba a tensarse y a temblar y a retorcerse; tanto, que movió hasta las mesillas con su enorme cuerpo al correrse. Luego pasó al baño, se puso sus calzonas naranjas y se fue al sofá con unas sábanas que le di.

Me quedé dormido y pasó el tiempo. Cuando noté que se acostaba Daniel a mi lado y me echaba el brazo por encima, le dije:

Oye, Dany, ¿has visto alguna vez un culo con dos agujeros?

¡Ah, pillín! – me hizo cosquillas riéndose y besándome -; ¡ya te has follado a mi primo! ¿Te queda algo para mí?.