Un concierto muy, muy caliente
Un concierto durante las fiestas de un pueblo de Sevilla, se convirtió en una experiencia excitante y muy caliente. Leedlo que os gustará.
Habíamos decidido que finalmente, esa noche iríamos al concierto. En Sevilla no había prácticamente gente. Como cada fin de semana durante el verano, el calor obligaba a muchos sevillanos a escaparse a las playas cercanas de Huelva. Así que, optamos por ir a las fiestas de aquel pueblo, no lejos de la capital hispalense, al concierto.
Al llegar al pueblo preguntamos por el campo de fútbol, que era donde se celebraría el concierto. No aparcamos lejos de allí, pero nos quedaba un trecho andando. Mientras caminábamos, nos adelantó un grupo de 8 o 9 chicas.
-¡Uuuuuuuuuuuhhhhhhhhhh, chicos, fijaros! ¡Menudas monadas!, dijo uno de mis amigos a su paso.
-¡Hola guapos. Jajajajajajajajajajajajajaja!, contestaron dos o tres de ellas.
Nosotros reímos. Todas eran una verdadera monería, y rondaban los 25, 26 o27 años, como nosotros; pero yo no pude evitar fijarme, de manera especial, en una chica alta, mediría como yo, mas o menos, 1.75; lucía una simpática melenita, castaña clara, con mechas, labios tirando a carnosos y unos ojos marrones en los que te perdías. Vestía una minifalda y una camiseta. Sus piernas eran largas y estilizadas, muy bien torneadas, y movía el culo con un vaivén que no dejaba indiferente a nadie.
-¡Mira a la de la minifalda!, le dije a uno de mis amigos
-¡Está muy buena!, me contestó
-Sí, y es preciosa, la respondí
Mientras nos adelantaban, aquella chica miró hacia nosotros un instante. Fue un vistazo fugaz, furtivo, pero suficiente para que aquella mirada se me clavara e impactase sobre mí. Enseguida giró de nuevo la cabeza y siguió las risas y el andar rápido con sus amigas.
-Ésas han quedado con algunos _dijo uno de mis amigos_, si no, no andarían tan ligero.
Yo pensé que sería lógico. Una chica tan bonita, atractiva y por la cara que tenía, seguro que era simpática y extrovertida, no podía estar sin novio. Y si no lo tenía, desde luego, no creo que se fijara en mí. Mido 1,75; peso unos 67 kilos; ojos color miel; e intento cuidarme, voy al gimnasio, y me mantengo fibrado y fuerte.
-Ésa es el tipo de chica que te pega a ti, me dijo entre bromas otro del grupo, mientras me pasaba el brazo por el hombro y me pegaba contra él.
-Mucha montura para tan poco jinete, jajajajajajajaja, le respondí yo.
-¡Anda, cabrón, pero si eres guapete y lo sabes, y si tú quisieras, te la ligabas!, me rebatió.
-¡Tiene razón, tiene razón!, dijeron el resto de la cuadrilla que componíamos
Por fin, llegamos al campo de fútbol. Un verdadero maremágnum de personas se agolpaban en sus inmediaciones. Manteros con cds y dvds, puestos con bocadillos, puestos de camisetas, de pulseras de hilo y de cuero, otros de gafas de sol, de chucherías, etc, y yo que sé que más cosas, se mezclaban con el barullo de la gente, la música de algunos quioscos de bebidas, el polvo y el calor que hacía esa noche.
Nos pusimos a la fila para entrar al concierto. Mientras dos del grupo fueron a comprar algunas botellas de agua para mitigar la sequedad de nuestras gargantas que se mezclaba con el polvo de la tierra del campo de fútbol que producía el ir y venir constante de miles de personas.
Después de un rato, conseguimos entrar al recinto vallado donde se celebraría el concierto. Buscamos un sitio más o menos despejado, no tanto para verlo bien, cosa harto imposible, como para no estar como latas en sardina. Nos ubicamos. Comenzaba la música; las luces del escenario oscilaban, arriba y abajo, hacia un lado y a otro, mientras la batería, las guitarras eléctricas, y las primeras notas de la canción, formaban una excitante macedonia con los silbidos, los aplausos, los gritos y los cánticos de los allí congregados.
No sé porqué, pero de repente miré hacia mi derecha. Fue como una descarga eléctrica que me recorrió de norte a sur y de este a oeste todo mi cuerpo. A menos de diez metros nuestros estaba el grupo de chicas que nos adelantó mientras bajábamos. Y por supuesto, allí estaba la rubita en la que me había fijado. Y a tenor de lo rápido que desvió sus ojos al notar que miraba hacia ellas y de las risas que compartió con una de sus amigas, me estaban observando.
Yo avisé a mis colegas.
-¡Señores, a su derecha podrán disfrutar de unas estupendas vistas! Confío en su discrección.
No terminé de decir mi frase cuando todos giraron sus cabezas y, claro, al ver que eran aquellas chicas empezaron a saludarlas brazo en alto y a invitarlas a unirse a nosotros. Total, que al final, terminamos todos juntos: ellas ocho y nosotros cinco. Nos presentamos todos a todos y nos dispusimos a disfrutar del concierto.
La rubita que tanto me había gustado se llamaba Elena, tenía 24 años y era de Sevilla, del barrio de Triana, para más señas, al igual que el resto de sus amigas. Trabajaba en una tienda de música y había roto con su novio. ¡Pobre diablo!, pensé para mí, en referencia al canelo que había dejado escapar semejante belleza. Pero es que Elena, además de bonita, era muy simpática, extrovertida, con mucho sentido del humor, y se le notaba inteligente e inquieta con la vida. Realmente, me gustaba muchísimo esa muchacha.
El concierto discurría casi por la mitad. Los minis de cerveza y calimocho iban y venían en un trajín constante entre los 13 del grupo que habíamos formado. Las risas y las complicidades iban en aumento. Elena se me había agarrado varias veces al cuello y habíamos saltado al compás de las notas musicales amarrados por la cintura en varias ocasiones. En una de ellas, al dejar de botar porque el corazón casi se nos salía por la boca, me besó en la mejilla.
Me lancé y agarré a Elena de la cintura y la coloqué delante de ella y mientras ella se balanceba al son de la música, pegó su culo contra mi paquete. Aparté su pelo y la besé el cuello. Ella se detuvo y echó la cabeza hacia atrás, sobre mi hombro, indicándome que tenía mano libre para continuar. Seguí recorriendo su espectacular cuello con mis labios y mi lengua. Mientras una de mis manos soltó su cintura, despegué un poco mi cuerpo del suyo e introduje mi mano por debajo de su minifalda, hasta llegar a su culo.
Mis dedo rozaron su tanga. Era de los pequeñitos. Un minúsculo triangulo cubría su culo. Otro semejante tapaba su coñito y dos tiritas finas por los laterales. Con mimo, desplacé la parte de atrás de minitanga hacia un ladito y fui descendiendo mis dedos desde la rajita de su culo hasta llegar a su coñito; me sorprendió encontrarlo tan húmedo, pero me encantó sentirlo así.
Ella no se quedó atrás y aprovechando el hueco, escaso, que había entre nuestros cuerpos, agarró mi polla por encima de mi pantalón. En ese momento, mi estaca estaba adquiriendo todo su esplendor, lo que no pasó inadvertido para Elena.
-¡Joder, quillo, lo que tienes escondido en esa bragueta! ¡Apunta maneras!, me dijo, sonriendo de manera pícara
-Toda para ti si la quieres, le respondí, mientras mis dedos continuaban recorriendo desde su coño a su culo, empapandolo todo.
Elena se dio la vuelta y nos besamos de frente. Con pasión. Parecía que ninguno de los dos habíamos besado otros labios y era como si fuera la última vez que sucedería. Nos apretamos el uno contra el otro. Nada, ni el aire, podía pasar entre nuestros cuerpos encendidos.
-Vámonos de aquí, le susurré al oido
-Donde tú quieras, me dijo.
Avisé a mis amiguetes que me iba a dar una vuelta con Elena y ella hacía lo propio con sus amigas. Las risas y miradas cómplices hicieron que las explicaciones sobraran entre mis amigos y yo y entre sus amigas y ella. Agarrados de la mano, fuimos sorteando a la muchedumbre, hasta que llegamos a los vestuarios del campo de fútbol. Una caseta en cuya parte delantera si había gente, pero al rodearla vimos que por detrás estaba, milagrosamente, desierta.
Apoyé a Elena contra la pared y la empecé a besar de nuevo. Recorría sus mejillas, sus labios, su cuello. Poco a poco mis manos bajaron hacia su camiseta y pude sentir entre mis manos la dureza y la esbeltez de sus tetas. Bajé hasta su cintura e introduje mis manos hasta alcanzar las copas de su sujetador. Una vez allí me dediqué a endurecer sus pezones, mientras no dejaba de besarla. Ella, a la vez, iba desabrochando el cinturón y los botones de mi vaquero.
La separé de la pared. Lo justo para poder pasar mis manos hacia su espalda y desabrochar su sujetador. Levanté la camiseta y pude comprobar el poder de sus tetas en toda su plenitud.
-¡Cómetelas!, me dijo Elena
Sin más demora me incliné y lamí, chupé, mordisqueé y acaricié las tetas y los pezones de Elena, arracando de ella gemidos y suspiros entrecortados, mientras con sus manos apretaba mi cabeza contra su pecho.
-¡Sigue chupándome así, hummmmmmmm!, decía
-¡Me encanta, me encanta como lo haces!, añadió
Me incorporé para volver a besarla y Elena terminó de abrir mi pantalón. Metió una mano por dentro de mi boxer, mientras con la otra lo bajaba para sacar mi polla, tiesa, dura, enhiesta y muy caliente. Se colocó la camiseta. Me apoyó ahora a mi contra la pared, se colocó en cuclillas y se dedicó a pasar la puntita de su lengua por la puntita de mi verga y a saborear las gotitas de líquido preseminal que asomaban. Luego comenzó a rodear mi capullo con su lengua y a descender besando y lamiendo toda mi polla por los laterales hasta alcanzar mis huevos.
Los agarró con una mano y comenzó un suave masaje, a la vez que iba introduciéndose toda la polla en su boca hasta casi devorarla por entero.
-¡Madre mía, vaya polla que tienes, quillo!, me dijo, mientras de nuevo volvía a metérsela entera en la boca
Yo notaba como su lengua jugaba con mi capullo mientras su mano seguía masajeando mis huevos. Le pedí que se levantara. La besé de nuevo. Y le dije que ahora me tocaba comer a mi, que tenía mucha hambre. Aprovechando una piedra mas o menos grande, coloqué la pierna derecha de Elena sobre ella para así poder tener mejor acceso a su coño. Bajé su tanga y mi lengua localizó su clitoris, al que me dediqué en cuerpo y alma, hasta conseguir que adquiriera un tamaño considerable. Mientras mis dedos se deslizaban hábiles por todo su coño hasta llegar al agujero de su culo, ya bastante mojado de su propio flujo.
Sin pensarlo, pero con cuidado, fui metiendo un par de dedos en el culo de Elena mientras seguía comiéndome su coño. Durante diez minutos estuve lamiendo ese rico coñito y alternando mis dedos entre su culo y su chochito, hasta que conseguí arrancarle dos extraordinarios orgamos. Aunque no teníamos condones, Elena me dijo que no quería irse esa noche sin probar mi polla dentro de ella, pero que tuviera cuidado y que no me corriera dentro.
Se puso con las manos apoyadas en la pared, el tronco un poco inclinado y las piernas abierta y estiradas. Me coloqué a su espalda y lentamente se la fui metiendo.
-¡Ahhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiii, dios mío, parece que me vas a partir, cabrón!, dijo entre gemidos.
Una vez que entró entera, inicié un ligero vaivén. Me encantó notar la extraordinaria humedad y el sensacional calor de ese coño. Poco a poco fui incrementando el ritmo, logrando que Elena se corriera otra vez más, y cuando estaba a punto la avisé, se la saqué, y ella rápidamente se arrodilló y empezó a meneármela hasta que toda mi leche calentita caía sobre su lengua y sus mejillas y en su garganta. Fue brutal notar tanto semen saliendo.
Se levantó, se limpió con un clinex que extrajo de su bolso. Me dio otro a mi. Nos terminamos de arreglar y volvimos a donde estaba el grupo. Media hora sensacional la que pasamos Elena y yo. A raíz de aquello nos vimos más veces. Unas todos juntos y otras a solas. E iniciamos una fantástica y fructífera relación que aún hoy perdura.