Un concierto especial
Un confesionario de una pequeña iglesia puede ser un buen lugar para hacer una mamada.
Estaba con mi novio, disfrutando de unas tranquilas vacaciones en la costa. Esa mañana, mientras desayunábamos, habíamos visto un anuncio, por la noche en la iglesia del pueblo había un concierto de música medieval. La verdad es que la música clásica no es lo mío, me gusta tenerla de fondo en ocasiones pero no soy una entendida ni mucho menos. Pero la iglesia de ese pueblo es particularmente bonita, el concierto iba a estar ambientado con velas, los músicos irían vestidos de época, así podía ser una oportunidad de hacer algo diferente a lo que solíamos, especialmente apetecible como recuerdo de las vacaciones.
Me costó convencerle, pero hice que venciera la pereza y después de cenar nos acercamos dando un paseo a la iglesia. Como los dos somos bastante huevones llegamos un poco tarde, el concierto ya había comenzado. Entramos en silencio en la iglesia, y para no molestar nos quedamos en los últimos bancos. Sólo había unas lámparas encendidas, las que alumbraban a los músicos en el altar. El resto de la iglesia estaba tenuemente iluminada con velas y, sobre todo la parte en la que nos situamos nosotros estaba bastante oscura. El efecto era mágico y algo misterioso.
Al principio ambos nos concentramos en la música, que era preciosa, lo que pasa es que no teníamos costumbre de estar sentados sin hacer otra cosa que escuchar. Yo intentaba centrarme en el momento que estaba viviendo, pero me resulta muy difícil parar la cabeza... mis pensamientos volaban a otra cosa constantemente. Entre estos había uno particularmente recurrente y era el fantástico momento sexual que estábamos viviendo esas vacaciones, estaban resultando particularmente satisfactorias en ese aspecto.
Claro, con esto en la cabeza empecé a calentarme bastante. Eché un vistazo a mi novio y vi que no estaba particularmente entregado a la música, se le veía cierta cara de aburrimiento. Así que alargué la mano, la puse sobre su muslo y empecé a moverla lentamente hacia su paquete. Al principio le rozaba ligeramente, como al descuido, y pude notar como se iba empalmando poco a poco. No dejé de acariciarle por encima de los pantalones, unos muy finitos. Me encantaba cuando se los ponía, porque no contenían nada su erección, y le hacían mucho más sensible a mis caricias que unos vaqueros. El se dejaba hacer, no le pillaban de sorpresa mis incursiones a su entrepierna, bastante habituales por aquel entonces.
Eché un vistazo a nuestro alrededor y me di cuenta de que con la poca gente que nos rodeaba y la poca luz que daban las velas podría sacársela y masturbarle ahí mismo, pero teníamos cerca los confesionarios y a mi siempre me habían dado muchísimo morbo. Así que le cogí de la mano y él me siguió obediente. Cuando se levantó quedó mas que patente lo excitado que estaba. Entramos en el confesionario sin hacer ruido, parecía que el mantenimiento de la iglesia funcionaba bien, porque no se oyó ningún crujido de la madera.
Hice que se sentara donde se pone el cura y yo me arrodillé entre sus piernas. Era un confesionario bastante grande, pero aun así teníamos bastante poco espacio. Abrí la cremallera de los pantalones, y los bajé junto con los calzoncillos. Tenía la polla completamente erecta, con las venas hinchadas y la punta brillante. La sujeté con la mano y empecé a moverla... me encanta notar el calor, la dureza de la erección y a la vez la suavidad de la piel. Bajé la cabeza y empecé a lamerle la punta. Mi lengua jugaba con su glande, mientras que le masturbaba con una mano y con la otra acariciaba sus huevos. Era una situación muy excitante, estar rodeados de los sonidos de la música y de los leves ruidos que hacía el público, que asistía al concierto sin saber lo que pasaba en ese confesionario.
Al poco me la metí entera en la boca, llenándola de saliva, disfrutando de su sabor salado. Movía la cabeza arriba y abajo, tragándomela entera, con movimientos lentos profundos. Le miraba desde abajo, excitándome con su cara de placer y viendo como se controlaba para no gemir ni jadear de gusto. Me pone cachondísima chupar y de buena gana me la hubiera metido entera, pero esa mamada era mi regalito por haberme acompañado a ese concierto al que él no quería ir... yo ya tendría mi turno en casa.
No teníamos mucho tiempo, no debía quedar mucho para el fin del concierto, y así que dejé de jugar y empecé a chupársela más rápido. Con una mano sujetaba la base, de forma que podía tener el dedo pulgar dentro de la boca y acariciarle mientras mi boca la chupaba arriba y abajo, rápido pero con una presión y ritmo constantes. Se corrió con un gemido ahogado, se puso rígido y sentí su semen derramarse en mi boca. Me lo tragué sin dejar de mirarle y seguí con su polla dentro un poquito más, notando como desaparecía su erección.
Unos minutos después el concierto llegó a su fin, aprovechamos los aplausos para salir del confesionario sin que se nos viera mucho. Nosotros también nos pusimos a aplaudir, con mucho entusiasmo, al fin y al cabo, habíamos disfrutado muchísimo de la situación.
Desde entonces cada vez que escucha música medieval no puede evitar empalmarse.