Un compañero de clase buenorro

– ¿Y tú, tienes novia? – me preguntó él. – No.... no.... tampoco soy.... tampoco, soy... esto es... Perdona, no sé cómo se dice en francés... No me dejó hablar más.

Conocí a Pierre varias veces. Desde que llegué de Erasmus a París, cuando voy a clase me intento sentar siempre cerca de los tíos más buenos que veo y, en cuanto surge la oportunidad, me meto con ellos (¿Qué ha dicho el profesor, que no lo he entendido? ¿Me prestas un boli? ¿Dónde se compran los apuntes de esta asignatura?, etc). Si alguno me da cuerda (No eres francés, ¿verdad?), intento engancharle diciendo que no conozco a nadie, que es muy difícil para un extranjero aprender francés...

A la tercera vez que me pasó esto con Pierre, nos presentamos y me invitó a un café en el bar de la facultad. Me conquistó. Tiene los ojos más claros que he visto en mi vida, el pelo rubito, más o menos corto, es delgado y medirá 1,80. Lo que escondía bajo su jersey y sus pantalones, ya os lo cuento.

Resumiendo, en el bar nos dimos los teléfonos y quedó en invitarme a salir un día.

La primera cita fue un viernes y me llevó al cine. Quedamos en el centro y me llevó al cine más horrible de la periferia, de los antiguos con una sola sala, pero, me dijo, era el único que proyectaba la película que quería ver. Yo, inocente, me dejé llevar y, cuál fue mi sorpresa, la peli era una de estas de autor, de las que ganan premios en festivales, que contaba una historia de... homosexualidad.

Hasta ahí no sabía si Pierre quería algo conmigo, porque sólo se había comportado como un simpático y atento compañero de clase. Charlamos de todo un poco, nada trascendente, pero me estaba poniendo bastante nervioso. En el metro, de vuelta, no podía dejar de mirarle cada vez que abría su abrigo y dejaba ver algo de su cuerpo. Bueno, ya me entendéis: intentaba verle el paquete. Él me tocaba mientras hablábamos, con golpecitos en el hombro o el pecho y, cuando el metro arrancaba o frenaba con su típica brusquedad, un par de veces se me agarró a la cintura con todo el tronco, rozando muslos e incluso la cara.

Al volver al centro, me propuso tomar algo y nos bebimos unas cervezas. Me dijo que le gustaban los lugares oscuros, porque le molestaba mucho la luz. Decía que la culpa era de sus ojos tan claros, pero ¿tendría también alguna otra intención? Me estaba poniendo muy, muy nervioso.

Al salir del bar, fuimos andando por un parque. Estaba bastante oscuro, por lo que él estaría a gusto. Yo empecé a pensar que no le conocía de nada y que a lo mejor era un destripador, que me podría matar o, al menos, robarme la cartera y el móvil. Después de andar un poco, nos sentamos en un banco y finalmente me decidí a preguntarle:

– Y, ¿tienes novia?

– Bueno, pues tendría novio, porque soy gay. Pero ahora mismo no estoy con nadie.

Bum, bum, bum, bum.... Empecé a notar los latidos de mi corazón que se salían del parque y llegaban a la Torre Eiffel. Estaba cada vez más y más nervioso.

– ¿Y tú, tienes novia? – me preguntó él.

– No.... no.... tampoco soy.... tampoco, soy... esto es... Perdona, no sé cómo se dice en francés...

No me dejó hablar más. De repente, le tenía encima de mí y nos estábamos morreando. Nuestras lenguas sabían a cerveza todavía y tenían esa sensación gomosa, entre resecas y mojadas, tan sabrosa. Sabía besar bien en la oscuridad, el cabroncete Pierre. Con habilidad, me recorría con su lengua por dentro y por fuera, mordisqueando primero el labio inferior y después enrollando las lenguas. Respiraba entrecortado y eso me daba aún más morbo.

Entre tanto, mientras yo me había quedado sentado normal en el banco del parque, él se puso como de rodillas, con una pierna a cada lado de mi cadera y sentado en mis muslos. Ni que decir tiene que mi polla estaba en estado de alerta roja: además de apretarme bajo mis vaqueros, cada vez más dura, me decía que si el paquete de Pierre se acercaba un poco se iba a hacer notar. Intenté estirar las piernas y abrirlas un poco, pero no quería ser el primero a tocarme y esperé a ver si aguantaba.

Mientras con mi boca empezaba a bajar y a besarle su cuello, quise acariciarle con las manos la nuca y por detrás de las orejas, algo que a mí me pone a mil. Sin embargo, Pierre me agarró ambas y me las llevó a su tronco, subiéndose un poco el jersey que llevaba y llevándome a metérselas por dentro: espalda, costillas y, poco a poco, pecho y abdomen. Como no hacía precisamente calor, noté al principio que mis manos estaban más frías y fui con calma, a ver si mis nervios también se calmaban un poco.

¡Qué buenorro! Aquí podía explorar sus músculos, prácticamente sin nada de grasa. A mí me gusta ir haciendo caricias despacito, repetir el mismo recorrido un par de veces y luego, de repente, con brío atreverme a ir un poco más lejos. Mientras seguíamos besándonos, murmurábamos con la boca cerrada gemidos de placer.

Llegué a la base de su espalda y, como él no llevaba cinturón, fue fácil meter una mano bajo sus pantalones, buscando las carnes de su culo. Mi polla dio un salto cuando me di cuenta de que Pierre... ¡iba sin calzoncillos! Mmmm... Así que había venido preparado ya para la batalla....

Empecé a imaginar qué podríamos hacer allí. Aunque era una avenida de un parque, a esas horas no había pasado prácticamente nadie. En la posición en que estábamos, que yo no quería cambiar, él tenía su abrigo abierto cubriendo totalmente nuestros cuerpos, por lo que de momento no había peligro de ser vistos.

Por su parte, Pierre también había abierto con habilidad la parte delantera de mi abrigo y me había subido mi jersey y mi camisa, sobando con sus manos mi espalda y mi abdomen que, a diferencia del suyo, tenía algo de pelo. Pareció gustarle, porque me lo acariciaba, también con el dorso de sus dedos.

Luego, sinceramente no sé cómo lo consiguió, siguiendo el recorrido de mi vello metió la mano por debajo de mi cinturón y mis pantalones. Separando la goma de mis gayumbos, se topó inmediatamente con un enorme pedazo de carne, no del todo duro pero sí bien mojado de líquido preseminal. Como sin hacer caso, siguió su recorrido pegado a la piel hasta llegar a la zona donde el vello es más abundante, aunque lo tengo recortado. Colocó índice y anular a ambos lados del tronco de mi polla y con ellos empezó a hacer el movimiento de una tijera.

No duré ni un minuto con su mano dentro de mis calzoncillos y me corrí. Sí, allí, en esa incómoda postura y con tan sólo estos estímulos. Y eso que en esta temporada estoy bien entrenado para durar, a fuerza de tanta paja leyendo relatos largos...

(Pausa). Esa noche acabó así, porque me dio vergüenza, mal rollo o yo qué sé, pero quedamos en salir de nuevo al día siguiente. No fue sólo un encuentro sexual. Bueno, no sé bien cómo acabará.

Al día siguiente, que era sábado, quedamos en la entrada de la discoteca a la que él dijo que suele ir. La verdad es que es fantástica, muy grande, con varias pistas de baile y una parte exterior, con una barra al aire libre y una piscina. Aunque es invierno, el detalle de la piscina se volvió fundamental. Resumiendo, después de un saludo de amigos y haber bebido algo, sin casi haber hablado y sobre todo sin habernos besado ni que pasara nada más, estábamos tonteando al borde de la piscina y, al pasar un grupo de gente cerca, me caí al agua.

Ahorro la vergüenza que pasé, aliviada un poco por los chupitos que me había bebido. Salí completamente empapado y uno de seguridad, después de verificar lo que había pasado, me invitó a irme a casa, echándome a la calle por una puerta de servicio. Pierre venía detrás y pedía perdón, el pobre, como si algo fuera culpa suya.

Pierre me dijo que él vivía a diez minutos de allí y que era mejor que fuera a su casa a cambiarme, porque para ir a la mía eran necesarios cuarenta minutos en metro y, en aquel estado, ningún taxi me iba a querer llevar. Acepté, empezando a quedarme muerto de frío, todavía confuso y preguntándome cómo había podido ser tan estúpido.

Andando deprisa, llegamos rápidamente al piso de Pierre. Él tiene una habitación alquilada, bastante grande, y comparte con otros dos o tres un baño y una cocina. Me dejó una toalla y, como vio que quería quitarme la ropa empapada, pero que me estaba dando un poco de corte, dijo que, mientras tanto, él iba al baño.

Empecé a sentir el calor de la casa a medida que me iba quitando el abrigo, lo único que estaba seco, un jersey y una camiseta, las playeras y los calcetines, los vaqueros y... ¿debía quitarme también los calzoncillos? Eran unos bóxers negros con cosas escritas, que me podían proteger de lo que estaba viendo venir: en efecto, aunque mis huevos se habían encogido con el agua y el frío, y mi polla estaba relajada hasta ese momento, el recuerdo de la noche anterior y una cama deshecha a mi lado provocaron un suministro de testosterona que fue como abrir un vídeo de Cadinot.

Me fui secando con la toalla y en esto apareció Pierre, de vuelta del baño, con toda su ropa en un brazo y, tal como yo, sólo en calzoncillos. Los suyos eran tipo slip, amarillo chillón con la goma de la cintura y las costuras negras, y con un pollón dentro que, ya colocado hacia su lado izquierdo, luchaba por salir de esa prisión.

Nos miramos sonriendo, durante algunos infinitos segundos.

– Bueno, pues préstame algo de tu ropa y ya te lo devolveré – le dije.

– ¿Por qué no te quedas a dormir? La cama es grande, cabemos los dos...

Me hice de rogar un poco, por no parecer que me quería aprovechar de él o de su generosidad y, cuando le dije que vale, que me quedaba, me metí rápidamente en la cama, bajo el edredón, con la excusa de que tenía frío. Colocó su ropa, se tumbó a mi lado y apagó la luz.

– No, por favor. Yo no estoy acostumbrado a dormir a oscuras y, además, quiero tenerte bajo control, que eres peligroso... – le dije yo. Entonces encendió una lamparita pequeña, suficiente para lo que yo quería.

– ¿Quieres que juguemos a algo? – me preguntó.

– La verdad es que me ha entrado sueño y lo de hablar tanto en francés me cuesta bastante... Además, me duele la cabeza... – me divertía con las típicas excusas fáciles, jugando con él.

– No te preocupes: no hace falta hablar.

Tumbados boca arriba, en paralelo, con una mano empezó a toquetearme, masajeando mis hombros, pecho y abdomen. Al llegar a los calzoncillos, volvió a meter los dedos en forma de tijera, acariciándome y apretando la base de mi polla. Le dije:

– Ahora me toca a mí.

Y le hice lo mismo, más o menos: masajeé su cuerpo sin vello y después llegué a sus slip. Metí mis dedos y descubrí que ahí sí que tenía un poco de vello, pero era muy difícil moverse con tanta carne y tan poco espacio. Pensé que el juego, sin reglas y del que nadie había hablado, para mí podría ser repetir exactamente todo lo que Pierre me quisiera hacer. En pocos instantes se lo di a entender y le pasé el turno.

Entonces, me hizo darme la vuelta y ponerme boca abajo. Se sentó sobre mis muslos y, mientras me daba un masaje en la espalda, notaba su polla empalmada sobre mi culo, con sólo dos trozos de tela de por medio. Él lo hacía a posta y se la frotaba con ahínco. Después levantó un poco el cuerpo y con las manos me bajó la parte trasera del calzoncillo, recorriendo mi raja en busca de mi agujerito. Se me tensaron todos los músculos, de modo que pasó a sobarme los glúteos para que me relajara, sin dejar de pasar también de vez en cuando las manos por entre las piernas, para asegurarse de que la polla seguía estando bien dura.

Poco a poco, fui levantando la cadera de la cama, porque sentía que él quería explorar todo mi territorio con profundidad, y para ello me desnudó totalmente. De las manos pasó a la boca, chupándome el ano y sus alrededores de una forma que no sabía que podía dar tanto gusto. Escupía, relamía, movía la lengua con una rapidez que me parecía imposible. Con sus manos me pajeaba, como podía, me estrujaba los huevos y me acariciaba todo lo que encontraba.

De repente se levantó, se acercó a una neverita que tenía en una esquina y del congelador sacó lo que parecía una bolsita de plástico. Me explicó lo que era:

– Es un preservativo con mi lefa congelada, que tenía guardado para una gran ocasión.

Obviamente, mientras me lo untaba se fue descongelando al contacto con sus manos y con la piel de mi ano, que de esta manera iba lubricando. Aunque estaba frío, claro, la sensación de que ese líquido congelado no se deshacía en agua, sino en un viscoso jugo que escurría por mi entrepierna, me puso como loco. Y Pierre seguía relamiendo y chupando, sin reparos por el pelo que yo sabía que tenía en esa zona.

Sentí que poco a poco intentaba meterme sus dedos por el ano. Hurgó en un cajón y sacó un bote de algo que parecía gel o aceite y empezó a untarme precisamente en la zona de mi agujero. Después entendí lo que era, pero en ese momento estaba disfrutando tanto del momento erótico que me dejé hacer lo que Pierre quisiera. Luego, pensaba yo, le haré yo a él lo mismo.

Poco a poco se fue abriendo espacio y empezó a entrar con sus dedos, que retorcía de forma que nunca me hizo daño, sino todo lo contrario... Mmmm... Lo recuerdo y mi culo vuelve a palpitar de deseo... Estuvo así algunos minutos y, sin solución de continuidad, casi sin darme cuenta, de repente noté que sus dedos no podían llegar tan adentro y que, en realidad, ya me había metido su pollón y me estaba follando. Al principio, lo hizo con tal suavidad y el placer que sentía yo era tan grande, que ni siquiera vi si se había puesto preservativo o no. En ese momento, me daba igual.

Poco después, me dio la vuelta de nuevo intentando no sacar su polla de mí. Aunque la operación no fue fácil, me puso tumbado boca arriba y me empezó a besar apasionadamente, mientras me doblaba las piernas y me ponía los pies por encima de sus hombros. Así notaba con mucha más vehemencia su pedazo de rabo, que entraba y salía a un ritmo cada vez más fuerte.

– Mmmm.... Vaya polla que tienes, cabronazo... – le decía yo.

– Y tú, vaya culo estrechito y sabroso... Mmmm... Me voy a correr...

– No, espera un poco. Baja el ritmo y nos corremos juntos. – Le dije, mientras me cogí mi polla, que todo este tiempo había estado más recta que una autopista en el desierto, y me empecé a sobar.

– No aguanto... no aguanto... – me respondió mientras no aflojaba, el cabrón, y en pocos segundos se la sacó, se quitó el preservativo y me inundó con su leche los huevos, la polla y hasta el pecho. Me volvió tan loco que inmediatamente yo también empecé a descargar munición, con una corrida que salpicó hasta mi cara y mi pelo.

Liberando mis piernas y dejándome descansar, se tumbó encima de mí, lamiendo un poco de la lefa que había quedado por mi piel y besándome de nuevo. Le pregunté:

– ¿Por qué te has quitado el preservativo y no has guardado la lefa para congelarla?

– No desaprovecho nunca una buena corrida. Los que congelo los relleno sólo cuando me hago pajas....

– Gracias, Pierre. – Y me dormí.