Un clérigo de Eleir (6: El embajador fauno)
La guerra entre humanos y seres del bosque había comenzado, rompiendo la quietud de mi templo. La llegada de un representante de los faunos pondrá a prueba los servicios especiales que puede ofrecer una de mis clérigas favoritas para obtener la paz.
La guerra había comenzado dos meses atrás. Por alguna equivocación un campesino humano había osado entrar en el vecino bosque de Greenbark mientras un círculo de druidas hacía uno de sus rituales. La alianza del bosque, formada en su mayor parte por dríades y faunos, no había necesitado mucho más para atacar a los humanos. Desde entonces el ir y el venir de las tropas de ambos bandos desde el frente de batalla había roto la rutina del templo del que yo era alto sacerdote.
Desde el comienzo de la contienda apenas había tenido tiempo para seguir disfrutando de la dominación de Daelin, la clériga humana de oscura piel que había osado quitarme no hacía demasiado el mando del culto durante un corto período de tiempo. Había tenido que dejar en manos de su antigua amante, la elfa Mara, ese tipo de tareas, bajo pena de un fuerte castigo en caso de cualquier tipo de nueva confraternización entre ellas. No temía en ningún momento un acto de insubordinación, la elfa pelirroja me era totalmente fiel e incluso estaba mucho más vigilada de lo que ella pudiera creer.
El templo, a pesar de estar a mitad de camino de ambos reinos, se alejaba bastante del campo de batalla, por lo que había conseguido esquivar bastante bien todas las situaciones de tensión. Mi aspiración hasta el momento era aguantar y dejar pasar el tiempo manteniendo un perfil bajo dentro de la neutralidad que le suponía a un templo.
Eso cambió con la noticia que había recibido esa misma mañana.
Lord Difon Pezuñas-de-Acero, general y alto representante de la raza de los faunos dentro de la alianza de Greenbark, se dirigía al templo. Desde ese momento había estado ajetreado en tomar todas las precauciones posibles.
El fauno llegó a primera hora de la tarde, escoltado por cuatro soldados, faunos como él. Se dirigieron directamente hacia la sala de audiencias donde yo esperaba de pie, intentando parecer lo más calmado posible mientras revisaba que ninguno de los clérigos presentes en esa sala diáfana pudiera ofender a la comitiva de alguna forma. Lo último que quería era una masacre bajo mi techo.
Difon era de estatura media para su raza, sobrepasando por poco el metro sesenta, no aparentaba más de treinta y cinco años a pesar de que debía superar esa edad por más de un lustro, y su pelo de color castaño estaba encrespado y bastante corto. Su perilla, algo descuidada pero no demasiado larga, le daba un aspecto bastante extraño, pero aun así hubiera pasado por un ser humano común de no ser por los pequeños cuernos que le sobresalían a cada lado de la cabeza y de sus patas de carnero, terminadas en dos pezuñas y recubiertas de un vello del mismo color del pelo. Al girarse para observar a uno de sus acompañantes comprobé que también tenía una especie de cola corta y erguida en la parte inferior de su espalda. El fauno llevaba unos pantalones de placas de acero de una sola pieza y una chaqueta de cota de anillas, ambas de un color plateado bastante desgastado por el uso, y parecía no portar ningún arma ni más ropa que le protegiera ni siquiera de las inclemencias del tiempo.
— Milord – Dije haciendo una reverencia a modo de saludo.
— Eres Dine, ese sacerdote que apenas se atreve a salir de sus murallas y que pertenece a la asquerosa raza humana – Dijo elevando bastante su voz.
— No todos los humanos son tan deleznables como creéis, milord – Respondí intentando mantener la compostura.
— ¡Los humanos sólo saben blasfemar con sus sucias bocas, asesinar con sus asquerosos brazos y profanar todo lo que pisan sus pies! –Dijo el fauno, haciendo resonar el suelo con uno de sus cascos al acercarse —. A causa de la humanidad hemos perdido a muchos camaradas, a muchos buenos guerreros y druidas.
Su séquito asintió con la cabeza como uno solo.
— Por favor, cálmese, Lord Difon – Respondí levantando ambas manos para intentar apaciguar su creciente ira.
El fauno volvió a golpear con ímpetu las baldosas del suelo en el que estábamos, haciéndome temer por la integridad de las baldosas, mientras bufaba totalmente fuera de sí por sus fosas nasales.
— Tú… sucio humano… — Dijo levantando un dedo hacia mi dirección —. Eres un cobarde que rompe con la neutralidad de tu cargo.
— Eso no es cierto – Respondí intentando controlar mi propia ira —. En este templo hay clérigos de todas las razas y mi único deseo es el de encontrar una forma pacífica de acabar con la guerra. Este conflicto no beneficia a nadie porque…
El fauno lanzó un grito enfurecido que me cortó en mitad de la explicación y, de forma inevitable, mi mano se crispó en un puño que rápidamente escondí en mi espalda con la esperanza de no haber sido detectado por ninguno de los presentes.
— No vas a convencerme de lo contrario, humano. Y hoy he venido a atajar esta situación destruyendo piedra a piedra todo este maldito lugar.
Difon miró a su alrededor mientras parecía calcular con detenimiento la forma en la que iba a destruir mi preciado templo.
— Por favor, milord – Dije, tragándome palabras más gruesas —. Estoy seguro de que podría convencerle de alguna forma…
— ¡Las palabras no servirán de nada! – Gritó haciendo señas a sus acompañantes que empezaron a sacar mazos y espadas.
— Por favor… — Dije uniendo mis manos con algo de teatralidad —. Si las palabras no le sirven, puedo ofrecerle algo que conseguiría que hiciera las paces con este templo. Sólo necesito que me acompañe a mi salita privada.
Difon levantó una mano y todos sus compañeros pararon de moverse. El fauno me miró, sopesando seriamente la oferta.
— ¿Y qué es lo que tiene que ofrecer este templo que pueda hacerme cambiar de parecer? No necesito la fuerza de Eleir para ganar batallas como vosotros, los débiles humanos.
Me levanté con algo de dificultad y me sacudí el polvo de mis pantalones de cuero curtido.
— Este templo tiene otros servicios que ofrecer además de la bendición de la fuerza. Créame, milord. Acompáñeme.
El fauno gruñó mientras meditaba. Finalmente se volvió hacia sus compañeros a los que dio instrucciones en un idioma que me era ajeno. De cualquier modo, los faunos volvieron a guardar sus armas y cruzaron los brazos mientras se apoyaban vigilantes en las columnas de la sala.
— Te seguiré, pero juro que si planeas algo contra mí…
Negué con la cabeza y, con gestos de mi mano, le indiqué que me siguiera a mi salita privada.
Guardaba la salita para ocasiones muy especiales. Estaba conectada por una gran puerta a mi alcoba y por una pequeña a la pequeña celda donde dormían mis dos sirvientas más personales, por lo que podíamos pasear de una habitación a otra completamente desnudos cuando fuera necesario. La celda de ellas estaba a su vez comunicada con un baño y con una azotea privados, por lo que no había ninguna necesidad de que los otros acólitos nos vieran. El único mobiliario de la sala era un gran sillón situado en el centro, donde recibía a los visitantes. El suelo y las paredes eran de una piedra gris bastante uniforme que, dependiendo de la luz que entrara por una pequeña ventana, hacía parecer más amplia a la sala de lo que realmente era. Como única decoración, en uno de los rincones, había dispuesto una estatua muy concreta que parecía representar a uno de mis clérigos de menor nivel, cuyo único rasgo distintivo eran unos ojos de cristal, parecidos a canicas, que parecían observar todo lo que ocurría en la habitación.
Me senté en el sillón, colocándome frente a Lord Difon, que se quedó de pie y vigilante a unos cuatro metros de mí. Respiré hondo, terminando de calmarme y esperando que el plan que con rapidez se me había ocurrido surtiera efecto. No era la primera vez que lo ponía en práctica, pero nunca con un fauno.
Di dos palmadas y, de una de las puertas laterales de la habitación, aparecieron mis acólitas Daelin y Mara. Daelin llevaba únicamente un collar de cuero rojo del que salía una cadena que Mara agarraba con fuerza, guiándola hacia nosotros y dejando toda su piel de ébano al aire. Su mirada ausente evidenciaba a la perfección que se encontraba bajo un conjuro que había conseguido borrar casi todos los recuerdos, dejando únicamente retazos de memoria en lo más profundo de su cerebro. Mara llevaba tan sólo una túnica blanca que transparentaba lo suficiente como para entrever una pequeña mata roja en su entrepierna, a juego con su pelo recogido en una pequeña melena suelta que se movía de un lado a otro mientras caminaba con la vista fija en mí. La elfa no pudo evitar lanzar una rápida ojeada a la estatua de la esquina y yo tomé nota mental mientras hacía como si no me hubiera percatado de ello. A ninguna les pareció extraño ver a un fauno en la sala, no era el primer invitado al que traía ante ellas.
— Lord Difon, le presento a Mara Mildlarch, mi asistente; y a Daelin, mi mascota– Dije haciendo un ademán con mi mano hacia el fauno.
El embajador se puso totalmente en tensión al ver a ambas mujeres en previsión de un posible ataque sorpresa o trampa.
— No se preocupe, como ya le he dicho… mi labor aquí es conseguir el fin de esta guerra de la forma más pacífica posible.
El fauno pareció relajarse sin dejar de perder ni un detalle del cuerpo desnudo de la humana. La entrevista parecía empezar bien. La elfa parecía no llamarle demasiado la atención, seguramente a su alcance tendría muchas con cuerpos mucho más esbeltos y llamativos para él.
Apoyándome en los reposabrazos me incorporé mientras Mara me salía al encuentro. Tensando al máximo la cadena la pelirroja se lanzó a mis brazos fundiéndonos en un apasionado beso y haciendo caer de rodillas a la otra mujer. Daelin se quedó dando la espalda al fauno, ofreciéndole una vista inmejorable de toda su espalda y trasero.
Aproveché el momento para acariciar el culo de la elfa, levantando por encima de la cintura su túnica. Pellizqué con todas mis fuerzas la nalga al aire.
— Gracias, mi señor – Susurró sobreponiéndose al dolor que durante un breve segundo había cruzado su blanquecino rostro.
— ¿Cómo está hoy nuestra perrita especial? – Pregunté en voz lo suficientemente alta como para ser oído por Daelin, aún de rodillas.
Mara dio un paso al lado, apartándose mientras tensaba un poco la cadena que aún sostenía hasta obligar a la otra a levantar la cabeza.
— La he sacado a la azotea para que le diera un poco el sol, la he depilado y la he lavado – Informó la pelirroja con una media sonrisa de orgullo.
Examiné con atención el cuerpo desnudo de Daelin desde mi posición, Mara había hecho un gran trabajo. Sólo una leve irritación en la axila derecha y ninguna en la entrepierna ni en las otras partes de su cuerpo por donde había pasado la cuchilla. Empecé a acariciar su pelo oscuro con gran ternura, despeinándoselo.
— Bien hecho, Mara. – Dije lanzando una rápida mirada a la elfa antes de volver toda mi atención a la mujer de color.
— Pero justo cuando la estaba secando, se orinó encima. La he abofeteado y he tenido que volver a lavarla. Se ha perdido su hora de descanso y comida por eso.
Mi mano se crispó agarrando con fuerza un mechón negro sin llegar a hacerle daño. La mujer negra bajó la mirada al suelo e intentó también bajar la cabeza, pero mi agarre y la tensión de la cadena se lo impidieron.
— Tendremos que mejorar eso, Daelin – Tragué de forma dramática saliva antes de seguir hablando —. Pero eso será en otra ocasión. Ahora quiero que conozcas a alguien.
Sin soltarle el pelo le obligué a girar la cabeza hacia el fauno, que se había mantenido aparte pero totalmente atento a la escena que ante él se sucedía.
— Este es el insigne Lord Difon, embajador del pueblo del bosque. Al parecer, está muy disgustado con la labor en este templo y en particular con los reinos humanos. ¿Cómo se te ocurre que podríamos dejarlo satisfecho?
Daelin miró al visitante, percatándose seguramente por primera vez de su presencia, antes de levantar sus ojos hacia mí. Sus carnosos labios se abrieron un par de centímetros, como si se dispusiera a hablar.
Aún sujetándola con una mano, bajé la otra hacia su rostro y con el dedo pulgar acaricié sus entreabiertos labios de un lado a otro, mostrando su blanquísima dentadura con ello.
— Responde, perra.
— Yo no… — empezó a balbucear con voz bastante ronca, la elfa había hecho algo más que darle una bofetada.
— Quizás aún esté a tiempo de comer – Sonó la voz algo maliciosa de Mara a nuestra espalda.
La pelirroja dio unos pasos para colocarse a mi lado, aliviando también un poco la tensión de la cadena y así poder ver mejor a su antigua compañera, que comenzó a protestar de forma inarticulada y a mover la cabeza consiguiendo un tirón del pelo por mi parte. Daelin cerró con fuerza la boca al cruzarse nuestras miradas y ver en la mía muestras de una furia no simulada.
Sonreí y, sin llegar a soltar del todo su pelo, volví a acariciárselo. Daelin bajó la cabeza pegando la barbilla al pecho al verse algo más libre de mi agarre.
— Lord Difon – Dije desviando la mirada hacia el fauno —. ¿Aceptaría de buen grado una demostración de que la raza humana sabe hacer algo más que blasfemar con la boca?
El fauno arañó nervioso con sus cascos el suelo que pisaba.
— Sólo si de verdad es de buen grado –Dijo con su voz algo aflautada pasado unos segundos.
Seguí acariciando la cabeza de Daelin, esta vez con algo más de fuerza haciendo que sus cabellos de color caoba terminaran por ocultar casi por completo su rostro.
— ¿Serás obediente, Daelin? – Dije bajando un poco la voz mientras me inclinaba un poco hacia ella.
La mujer cruzó la mirada con la mía con ojos al borde de las lágrimas. Finalmente asintió con la cabeza.
— Bien hecho, Daelin – Dije con mi voz más dulce.
Difon chasqueó su lengua contra sus dientes y colocó ambas manos a la altura de la cintura, dispuesto a desabrocharse la parte baja de su armadura mientras adelantaba una de sus patas para acercarse a nosotros.
Levanté mi mano hacia él haciendo que parara en seco a mitad de acción.
— Por amor de los dioses, Lord Difon, es usted mi invitado. No debería hacer absolutamente nada más que disfrutar.
Usando la misma mano, palmeé el trasero de Mara.
— Sé buena y ocúpate de que todo empiece bien.
La elfa me sonrió y, tomando con fuerza la cadena, comenzó a tirar de Daelin hacia el fauno, arrastrándola al principio por el suelo de piedra hasta que al fin pudo ponerse a caminar a cuatro patas para seguir el ritmo. Mara contoneaba su cintura mientras se acercaba al embajador sin dedicar la menor atención a la otra mujer hasta colocarla a unos treinta centímetros del fauno. A una señal de su dedo Daelin se quedó totalmente quieta con la mirada fija en el suelo.
— Permítame, milord – Dijo Mara que, con manos expertas, desabrochó los dos cierres, uno a cada lado de la cintura del pantalón de placas del fauno.
La pieza de metal cayó a plomo contra el suelo causando un gran estruendo antes de que la elfa pudiera amortiguar su caída. Mara quedó inclinada con los ojos abiertos a escasa distancia del pene totalmente erecto del fauno, de al menos diecisiete centímetros de longitud y algo menos de once centímetros de circunferencia. A pesar de sus patas, la zona genital del embajador estaba totalmente desprovista de vello. Muy a su pesar Mara no pudo evitar pasarse la lengua por los labios, aunque finalmente consiguió reponerse y erguirse de nuevo. Parpadeó y bajó levemente el mentón en señal de disculpa hacia el fauno por el estrepito causado. Cogió del pelo a Daelin, de forma muy similar a como lo había hecho yo hacía un minuto y empezó a tirar de la cabeza de la mujer para acercarla aún más al fauno.
— Abre la boca, perra, es hora de comer – Dijo mientras daba un tirón tras otro obligando a la otra a caminar a cuatro patas.
Daelin giró su cabeza hacia uno de los lados y cerró sus ojos con fuerza.
— No parece que lo vaya a hacer con gusto– Indicó la voz aflautada del fauno mientras cerraba un puño en señal de protesta.
Mara dudó unos instantes hasta que al fin empezó a dar pequeños tirones hacia arriba del pelo para incitar a la mujer a hacer lo que parecía exigírsele. Daelin giró con rapidez de un lado a otro la cabeza negándose a obedecer mientras una lágrima caía de su ojo izquierdo, firmemente cerrado.
— Hoy estás revoltosa, perra – Dijo Mara bajando un poco la voz antes de golpear con el dorso de la mano la mejilla por la que resbalaba la lágrima, pero sujetándola con fuerza del cabello para evitar que cayera —. Sé amable con nuestro invitado.
La mujer negra volvió a balbucear en protesta mientras intentaba zafarse con todas sus fuerzas hasta poner en un verdadero apuro a la elfa. Daelin retrocedió, alejándose poco a poco del embajador que frunció el entrecejo dando muestras de un gran disgusto.
— ¡Hazlo! – Bramé desde mi posición.
Daelin quedó en total silencio y comenzó a temblar de manera imperceptible. Al fin asintió con la cabeza de forma dócil mientras más lágrimas empezaban a mojar su rostro.
— Por… favor… insigne representante… — Empezó a decir con una voz rasgada y enronquecida —. Me haría… me haría un gran honor si pudiera… alimentarme de usted.
Difon asintió satisfecho en dirección a Mara, que volvió a obligar a Daelin a acercarse a cuatro patas tirándole del pelo hasta dejar su rostro a escasos centímetros de la punta del pene. La elfa se agachó entre ambos y acarició la nuca de la humana.
— Abre bien los ojos, no insultes a lord Difon.
Daelin parpadeó con ojos llorosos hasta que finalmente fijó sus ojos vidriosos en la polla que tenía frente a ella. Sin darle tiempo a reaccionar Mara colocó su mano en la parte posterior de la cabeza de su compañera y la empujó mientras con su otra mano tomaba con sumo cuidado la polla del fauno por su base y apuntaba directamente a la boca de la mujer.
— Demuestra lo bien que lo sabes hacer – Le susurró al oído, aprovechando la ocasión para rozarle la oreja con los labios.
La carnosa boca de Daelin se cerró en torno a los primeros cuatro centímetros del pene del fauno. Mara soltó con presteza el sexo del embajador y, posando ambas manos en el cuello de su compañera, guio su cabeza adelante y atrás con lentitud. Con cada embestida Mara introducía cada vez más y más el miembro en la boca de la otra mujer.
Difon empezó a emitir gruñidos de placer mientras no perdía detalle, con sus brazos a cada lado de su cuerpo, del movimiento de la cabeza de Daelin. Noté desde la distancia que Mara también empezaba a emitir pequeños jadeos mientras aumentaba cada vez más la velocidad de las embestidas y observaba con atención desmedida lo que estaba ocurriendo a tan poca distancia de su propio rostro. Pronto un ruido de gorgoteo empezó a oírse dentro de la boca de Daelin mientras el falo del fauno penetraba en la cavidad oral de la humana una y otra vez con gran facilidad.
Me acerqué lentamente a ellos y coloqué mi mano sobre el hombro desnudo de la elfa, sobresaltándola de tan absorta que estaba.
— Déjala a ella sola – Dije usando mi dedo corazón para acariciar su hombro.
Mara retiró sus manos de la cabeza de Daelin y, sin demasiado esfuerzo, volvió a ponerse en pie cerca de mí, pero sin dejar de prestar atención a cómo la mayor parte de la polla del fauno aparecía y desaparecía mientras la humana intentaba mantener el mismo ritmo.
Me acerqué rápidamente a la elfa de una zancada y la agarré con fuerza de la barbilla, obligándola a mirarme directamente a los ojos y acercando mi rostro al de ella hasta casi poder besarla.
— ¿Te pone cachonda la polla de un fauno? – Siseé de tal forma que ni Difon ni Daelin pudieran oírme a pesar de la cercanía.
— Por supuesto que no, mi señor – Dijo mudando la expresión del rostro.
Antes de que pudiera reaccionar lancé mi mano sobre su entrepierna, por encima de la túnica, que había empezado a humedecerse.
— ¿Y esto? – Pregunté mientras empezaba a rozar su sexo por encima de la delgada tela, mojándola aún más.
Apretó los labios con fuerza, aguantando la excitación. Seguí acariciando su entrepierna, notando el tacto de su corto vello mojado en mis dedos, mientras le iba subiendo poco a poco la túnica.
— Es porque… porque… — Mara se mordió el labio inferior para evitar un gemido —. Porque quiero que mi señor me folle… Hace mucho que no… que no siento su polla en mi interior.
A causa de nuestra cercanía me llegaba perfectamente el olor de su aliento, parecido al de las cerezas. Mara empezó a soltar pequeños gemidos que acallé con mi boca, besando sus labios con ferocidad y dándole mordisquitos en el labio inferior. Luego cogió mi mano y empezó a besar aquellas partes que habían quedado mojadas de sus propios fluidos, succionando tras cada beso.
Miré de reojo a Daelin. En algún momento se había arrodillado frente a Difon y, sujetándola con sus propias manos, había empezado a lamer de arriba abajo la polla del fauno en toda su longitud. El fauno la dejaba hacer con la vista en el techo y sus puños apretados en sus peludas caderas, ajeno a todo lo que le rodeaba y disfrutando de lo que estaba pasando.
— Cuando me asegure del bienestar del embajador me ocuparé de ti en nuestro sitio favorito, prepárate — Dije dejando que su túnica volviera a su posición inicial.
La elfa miró alternativamente a la esquina donde se encontraba la estatua y a mí, vacilante y sin mover un solo músculo. Cualquier tipo de queja que pudiera haber expresado quedó silenciada al cruzar sus ojos claros con los míos. Obedientemente asintió con la cabeza y empezó a desanudar su túnica.
Al percatarse de los movimientos el fauno se giró primero hacia la elfa y luego hacia mí, mirándonos de manera inquisitiva.
Con un movimiento de mi cabeza en dirección a Daelin y cruzando mis brazos le di total libertad sobre la humana, que seguía esmerándose a pesar de todo en pasar su lengua por toda la polla del fauno y empezaba a acariciarle con un suave masaje los testículos.
— No se preocupe por la elfa, ocúpese tan sólo de alimentar a la humana – Me limité a decir mientras centraba momentáneamente mi atención en Mara que, con un movimiento de su cadera, dejó que la túnica cayera hecha una bola a sus pies.
Su cuerpo, de una impecable blancura sólo rota por pecas aquí y allá, quedó totalmente descubierto. Sonreí mientras pasaba mi dedo índice por su nalga izquierda, apenas rozándola. Luego me coloqué justo detrás, de tal forma que notara en la parte inferior de su espalda como mi bulto crecía por debajo del pantalón, y la abracé, abarcando con mis brazos sus pequeños pechos.
— Sólo será un minuto… y te daré lo que deseas – Le susurré tras darle un prolongado beso en la zona donde cuello y hombro se unían. No quería hacerle esperar mucho, la verdad es que estaba bastante cachondo, como bien debía notar ella en la espalda.
Al volver mi atención hacia Daelin comprobé que la mujer negra miraba embelesada la polla que sostenía con ambas manos mientras un hilillo de fluidos le llegaba desde la boca hasta el glande. Empezó a lamer entonces la punta, con lametones rápidos y cortos, para ir aumentando la zona dando vueltas alrededor de la cabeza y posteriormente el tronco, rodeándolo una y otra vez dando muestras de una gran habilidad. Después de más de diez segundos usando la lengua, Daelin cogió con fuerza el falo y se lo introdujo en la boca centímetro a centímetro, cada vez en más profundidad, hasta llegar a un punto en el que empezó a sentir náuseas. Movió entonces su cabeza un poco hacia delante y hacia atrás, cerrando con fuerza sus labios y disfrutando del sabor con ojos entrecerrados y absortos.
El fauno comenzó a gruñir, incapaz de aguantar mucho más, y su polla empezó a palpitar, a punto de estallar. La chica intentó sacarla rápidamente, pero el chorro caliente salió disparado dentro de su boca.
La mujer tosió con brusquedad, haciendo que bastante cantidad de semen cayera al suelo. Al recomponerse un poco y levantar la cabeza comprobé que su boca entreabierta estaba totalmente desbordada y empezaba a gotear y resbalar por sus comisuras y barbilla, aumentando el charco del suelo. De una zancada me coloqué en pie a su lado y cerré de un golpe seco la mandíbula de Daelin.
— ¡Maldita perra, bébetelo todo! – Dije cabreado separándome de la elfa.
Hizo un nuevo intento de toser, pero finalmente sólo soltó un par de sonidos apagados y levantando un poco la barbilla tragó lo que tenía en la boca. Resolló con fuerza, recuperando la respiración. Luego, mirando directamente a los ojos del fauno y usando su lengua, empezó a limpiarse la comisura y los labios, saboreando dentro de su boca el semen que recogía con cada lametón y tragándolo de forma ruidosa adrede.
Me miró durante un segundo para comprobar mi reacción, recibiendo tan sólo un rostro impasible por mi parte, y luego dirigió su vista hacia el fauno. Con tal celeridad que sorprendió al propio embajador, volvió a coger con una mano la polla que ya iba perdiendo casi todo su volumen y se la volvió a meter en la boca, succionando de nuevo y tragando varias veces de los restos de semen que aún quedaban en ella. Entonces se separó y lamió de forma distraída el dorso de sus propias manos donde habían quedado más restos.
Al fin se separó y, dejando ambas manos sueltas a cada lado de su cintura, miró orgullosa el miembro flácido ante ella.
— ¡Tu amo te ordenó que te lo bebieras todo! – Dijo con voz algo molesta el fauno desde su posición, arrugando la frente.
Daelin elevó la mirada hacia su rostro con desconcierto.
El fauno levantó una de sus patas a una velocidad vertiginosa y, apoyándola en el hombro de la mujer, la obligó a tenderse sobre el suelo y mantuvo con firmeza su pezuña sobre ella. Mara dio un paso hacia delante, dispuesta a ayudar a su compañera, pero la agarré con rapidez y volví a pegar nuestros cuerpos.
— ¡Has tirado comida al suelo, no la malgastes así! – Dijo el fauno con una voz impostada de enfado.
Daelin nos miró de reojo en busca de ayuda. Me crucé de brazos e hice un leve asentimiento con la cabeza en dirección al fauno, dándole mi beneplácito, mientras Mara desviaba avergonzada su cara hacia otro lado.
La mujer negra empezó a usar la punta de su lengua para lamer el suelo y recoger los restos que habían caído. Difon apartó su casco del hombro de la chica al comprobar que hacía exactamente lo que quería, dejándole mayor capacidad de movimiento. Viéndose con mayor libertad, apoyó ambas manos y fue moviéndose por el frío suelo como si fuera un animal, lamiendo incluso varias veces las manchas, recuperando gran parte del semen derramado y engulléndolo cada vez que llenaba su boca.
Con ojos atentos observó que no había aparentemente más manchas y volvió a arrodillarse con las manos a cada lado, expectante ante el embajador. Se pasó varias veces la lengua por sus labios de forma seductora, como incitando al fauno a hacer más.
— Sabe bien cuál es su trabajo– Admitió el fauno mientras se agachaba a recoger la parte inferior de su armadura y se la abrochaba con cuidado.
Daelin se acercó al fauno y besó sus dos cascos con suavidad.
— Gracias… insigne representante… por tal delicia – Sonó la voz rasposa de la joven al levantar la cabeza.
Difon emitió un bufido de satisfacción y se mojó los labios varias veces antes de volver a tomar la palabra.
— Hemos dado un gran paso hacia la paz, lord Dine – Me dijo el fauno terminando de ponerse correctamente la armadura –. Pero aún estamos lejos de ella.
— ¿Cómo podríamos acelerar el proceso? – Pregunté con una media sonrisa mientras acariciaba desde mi posición la cabeza de Daelin con un brazo mientras mantenía el otro con firmeza rodeando los pechos de Mara.
— No depende únicamente de mí, debo convencer al Círculo Interno del bosque. Pero, pase lo que pase, le juro que hablaré bien del trabajo de este templo.
Cabeceé, satisfecho a medias, mientras dejaba libre a Mara y dejaba de acariciar a Daelin.
— Espérame junto a la estatua – Susurré al oído a la elfa tras darle una ruidosa palmada en su trasero —. Y tú, perra, vuelve a la celda. Más tarde te necesitaré.
Daelin volvió a pasar su lengua de forma sugestiva por sus labios una última vez y, girando sobre sí misma de tal forma que mostrara su oscuro y humedecido sexo al fauno, se levantó del suelo y salió algo apresurada por la pequeña puerta hacia la estancia que compartía con Mara. Era un riesgo dejar a Daelin sola, seguramente aprovecharía el tiempo a solas para autosatisfacerse, pero no iba a dejar a Mara sin su merecida lección.
La pelirroja caminó hacia la esquina donde se levantaba la figura, contoneando su cintura de forma inconscientemente provocativa y con la mirada fija en el suelo. Al llegar a ella levantó la cabeza y se quedó paralizada mirando directamente a los ojos de la estatua. Al fin le murmuró algo en voz demasiado baja para que yo pudiera oírla y se inclinó un poco, dejando el culo algo en pompa y acercando su rostro al lugar donde debería haber tenido la figura sus genitales.
— Lord Difon… Tengo una idea, me acusó no hace mucho de no salir de estas paredes y eso me ha dado qué pensar. Si me lo permite, iré con usted como mediador ante el Círculo y… si mis palabras no son suficientes, me llevaré a mis dos sirvientas para demostrar ante quien sea la buena voluntad y aptitudes del templo de Eleir.
El fauno meditó durante bastante rato mientras miraba primero la puerta por la que había desaparecido la clériga humana y posteriormente el pequeño trasero en pompa de la elfa, que esperaba pacientemente a cierta distancia de nosotros.
— Será un placer, sin duda.
— Está bien, déjeme hacer todos los preparativos para salir mañana a primera hora. Por el momento, tanto vos como sus acompañantes serán mis invitados de pleno derecho esta noche. Haré que les preparen las habitaciones.
— Seguramente mis soldados no hayan visto una mascota como la que poseéis. Se quedarían muy sorprendidos y agradecidos si se la enseñara esta noche – Tentó el embajador.
Entrecerré los ojos, pensando seriamente sobre la idoneidad de dejar a Daelin sin supervisión frente a esas cinco bestias.
— Todo sea por lograr la paz – Dije mostrando una sonrisa. Siempre podría vigilarlos desde una de mis salas-espía dispuestas por la mayor parte de las estancias del templo.
Lord Difon asintió complacido y, tras echar un último vistazo al cuerpo desnudo de la elfa, salió de la salita privada dejándonos a los dos totalmente solos con una sonrisa traviesa.
Me giré hacia la elfa, haciendo resonar mis pisadas en el suelo de piedra, y comencé a quitarme la hebilla de mi cinturón.