Un clérigo de Eleir (5: Redención)

Había pasado mucho tiempo, quizá meses, desde que dos de mis acólitas, Lady Daelin y Lady Mara, me tendieron una trampa para retenerme y así poder tomar ambas el poder sobre mi religión, la religión del dios Eleir, dios de la fuerza...

Había pasado mucho tiempo, quizá meses, desde que dos de mis acólitas, Lady Daelin y Lady Mara, me tendieron una trampa para retenerme y así poder tomar ambas el poder sobre mi religión, la religión del dios Eleir, dios de la fuerza, que día a día iba ganando más adeptos, incluido en los últimos tiempos a los tozudos enanos. Pero todo eso acabó cuando, aprovechándose del poder que creía poseer sobre ambas, me ataron a mi cama y cerraron a cal y canto mi habitación.

Una vez a la semana venía la elfa Mara para dejarme la comida y para solucionar mis necesidades básicas, cada vez pasaba más tiempo en esa habitación y cada vez me hablaba más.

Finalmente comprendí que la pequeña elfa pelirroja cada vez se sentía más a disgusto al lado de la otra acólita de color, hasta que un día, finalmente, Mara llegó llorando.

  • No la soporto más… ella cree que soy su sirvienta… y no lo soy.

  • Por supuesto que no, pequeña, tú vales más que eso, podrías gobernar tú sola en el futuro… si hubiera alguien que te enseñara a hacerlo.

Quería aprovechar la oportunidad, podría ser la última.

  • No le amo… quiero que la mates.

  • No hay que llegar a eso, hay mejores formas de hacer justicia, desátame y pondremos a esa zorra manipuladora en su sitio.

  • ¿Me perdonarías?

  • No podría contestarte afirmativamente si siguiera atado.

Con gran rapidez y sin importarle nada su propia seguridad se lanzó a desatar con gran presteza los nudos que me mantenían presa. Mis brazos y piernas estaban entumecidos pero podía moverlos mejor de lo que cabía esperar.

  • Me hiciste mucho daño con esa patada en la entrepierna.

La elfa pelirroja se arrodilló y empezó a besarme con roces rápidos el tronco de mi pene.

  • ¿Qué podría hacer para que me perdonaras, milord?

  • Lo sabes muy bien, pequeña.

Con gran presteza abrió su boca e introdujo casi hasta la mitad mi pene erecto. Inmediatamente su lengua empezó a trabajar en esa zona, arrancándome mis primeros murmullos de placer en mucho tiempo.

  • Parece que has estado practicando en este tiempo.

Mara cabeceó sin sacarse mi miembro de la boca y sin aminorar lo más mínimo su labor.

Finalmente me corrí en su boca, dejó de acariciar con su lengua y empezó a tragar sonoramente.

  • Hacía mucho tiempo que no lo probaba, se me había olvidado el sabor.

Cuando se reincorporó tan sólo una gota de semen le resbalaba desde la comisura de sus labios. La sacerdotisa pareció percatarse y restregando la mancha con el dorso de su mano se lo lamió hasta hacer desaparecer totalmente el rastro.

  • ¿Soy perdonada?, ilustre lord.

  • No… te portaste mal y lo único que has conseguido hasta ahora son recompensas.

Esbozó una cara de desconcierto que rápidamente se transformó en abatimiento cuando palmeando mis rodillas volví a tomar la palabra:

  • Tiéndete.

Mara resbaló hasta poner justamente su trasero sobre mis rodillas y sujetándose firmemente a la cabecera de la cama se preparó para el castigo.

Deslicé su túnica hasta poco más de su cintura dejando a mi vista su pequeño trasero protegido por sus amarillentas braguitas acolchadas.

  • Creía que preferías ir sin ropa interior.

Sin esperar ningún tipo de contestación rasgué con mis fuerzas la prenda interior y la lancé al otro lado de la habitación. Las redondeadas cachas rosadas de mi acólita ahora estaban totalmente a mi disposición.

Me acerqué a la elfa y le susurré al oído.

  • A partir de ahora nunca llevarás nada debajo de la túnica.

  • Lo que usted ordene, milord.

Sonreí aprovechando que no podía verme, al principio creía que se trataba de otro de los trucos de las zorras para seguir engañándome, pero ahora estaba completamente seguro, volvía a tener bajo mi poder a la elfa pelirroja. E iba a aprovecharlo más que nunca.

Primero acaricié la suave piel de su culito, deslizando mi dedo por la raja de arriba abajo. La única respuesta por parte de la chica fue un suspiro.

  • Te mereces unos buenos cachetes.

Volví a mirar su trasero, era una pena destrozarlo aunque fuera momentáneamente, pero si no lo hacía corría el riesgo de volver a ser traicionado.

Sin previo aviso abrí la palma de mi mano y la descargué sobre la nalga derecha, a lo que Mara respondió con un sonoro chillido de dolor.

  • Será mejor que aguantes, esto será menos de lo que te mereces.

Nuevamente levanté mi mano y la descargué contra su trasero.

Esta vez sólo un sonido ahogado salió de su garganta, al igual que los diez siguientes aunque cada vez con mucho más esfuerzo, algo loable por su parte.

Mi mano finalmente quedó entumecida pero el trasero de mi subordinada tomó un color rojo que hizo que valiese la pena el esfuerzo.

Volví a acariciar suavemente su trasero.

  • Al final has aguantado mejor de lo que pensaba, puede que incluso lo repitamos cuando recobre mis fuerzas.

  • Lo que usted ordene, milord.

  • Así me gusta, ahora prepararemos mi regreso como se merece.

Mara se levantó de mis rodillas dejando caer la túnica nuevamente hasta sus pies. Yo hice lo propio apoyándome en el cabecero de la cama del que hacía pocos minutos estaba atado.

  • Necesitaré algo de ropa.

  • Rod podrá dejarle algo de su talla.

  • ¿Quién es Rod?

Mara enmudeció inmediatamente, lo que fue mejor que cualquier respuesta, no conocía al tal Rod pero supuse que la elfa no había podido vivir únicamente de Dealin.

  • Por favor, no le castigue.

  • ¿Castigarle?, en absoluto, pero de eso ya hablaremos tras ajustarle las cuentas a nuestra querida amiga Dealin. Consígueme la ropa y guarda nuestro secretito.

Tres minutos después volvía a aparecer Mara con un fardo entre las manos que sostuvo ante mí mientras me lo colocaba. Era una ropa de un simple acólito pero me servían para no ir totalmente desnudo por los pasillos y presentarme ante mis acólitos de forma más o menos honrosa.

Por suerte Dealin y Mara no habían hecho cambios drásticos en el credo y tan solo en la intimidad se permitían dar rienda suelta a su pasión y, aunque eso no me lo comunicó, supe de inmediato que el tal Rod era hasta ahora el compañero de penas de mi elfa pelirroja.

Las palabras del conjuro se iban agolpando en mi mente mientras me dirigía con pasos sigilosos hacia las habitaciones en las que dormía el alto clérigo y sus visitantes, aunque debido a las nevadas el camino hacia el templo estaba casi intransitable. Tenía que ocuparme primero de vencer totalmente a la humana de piel oscura que previamente había usurpado mi poder, y para ello tenía un conjuro perfecto.

Toqué varias veces a la puerta hasta que la olvidada voz de Dealin se hizo oír:

  • Pase.

Con una sonrisa de oreja a oreja giré el picaporte mientras con mi otra mano apuntaba directamente hacia el lugar desde el que se oía la voz, el escritorio.

La cara de sorpresa y desconcierto de la acólita duró únicamente dos segundos, lo que tardé en pronunciar las palabras mágicas y lanzar una pequeña esfera directamente hacia su cara. La faz totalmente seria que formó me indicó que el conjuro había tenido efecto, sin esperar nada más cerré a mis espaldas la puerta y me acerqué a mi nueva adquisición que miraba todo a su alrededor.

  • ¿Dónde estoy?

  • Tranquila, ahora todo va a salir bien.

Finalmente dirigió la vista hacia mí.

  • No… recuerdo nada.

  • Te has dado un golpe en la cabeza, pero tranquila, yo te haré recordar.

Me acerqué aún más y empecé a acariciarle la larga melena oscura.

  • Es una pena que te hayas olvidado de todo con el tiempo que he usado en tu doma.

  • ¿Mi doma?

  • Por supuesto, tu doma como mi perrita especial.

Volví a sonreír mientras le rascaba suavemente el mentón. Todo había salido a pedir de boca y Dealin con seguridad jamás recordaría nada de su pasado. Excepto aquello de lo que yo quisiera recordarle.

No podía esperar mucho más tiempo, tenía que violarla ahora mismo, para terminar lo que ya había empezado.