Un chimpancé es mi mascota, ¿o no?
Cómo la relación con mi mascota cambia con el tiempo.
Entré en casa, solté el bolso y afirmé los pies. Sabía lo que venía ahora y me preparé. Efectivamente, sentí el corretear de unos pies acompañados de algún resoplido y Pan se me tiró encima. Aferrado a mí con brazos y piernas me olisqueó el pelo y el cuello.
—Hola Pan, ¿te has aburrido mucho?
Me contestó con un gritito sin soltarse, pesaba ya cerca de cuarenta kilos y me costaba mucho sostenerlo.
—Anda, baja, que pesas como un gorila — le dije acariciando su espalda.
Pan era un chimpancé de la especie Pan troglodytes, de ahí el nombre. Me lo dejó mi prima Teresa cuando se fue a Japón por trabajo y yo me encargaba de cuidarlo los tres años que tardaría en volver. Llevaba conmigo dos años ya, y algunas veces pensaba en que cuando mi prima volviera no sería capaz de dejarlo marchar.
Era una monada, jajaja. Tenía el cuerpo cubierto de pelo marrón oscuro, salvo la cara, las palmas de las manos y las plantas de los pies. La carita era curiosa, a veces parecía un viejecito y otras un bebé, pero siempre sus vivaces ojitos reflejaban una inteligencia que me maravillaba. Se había convertido en un compañero divertido y atento, hacía alguna trastada de vez en cuando, pero nada que no le pudiera perdonar.
Solo había una cosa que me preocupaba, se había convertido en un mandón. Mi prima me advirtió antes de irse : “No le des todos los caprichos que se te sube a la chepa”. Tengo que reconocer que hice justo lo contrario. Cuando empezó a vivir conmigo era como un niño pequeño, travieso y cariñoso, le mimé demasiado y ahora su comportamiento era el de un adolescente caprichoso y enfadica. Cuando algo no le convencía, resoplaba y movía los larguísimos brazos haciendo aspavientos, llegaba incluso a darme la espalda y hacer como si no estuviera. Imagino que mi situación era similar a la de una madre con un hijo en la pubertad.
—Deja que me cambie y cenamos, ¿vale?
Subí a mi habitación acompañada del monito. Vivía en un adosado en una urbanización de las afueras que tenía dos plantas. Arriba estaba mi habitación, el baño y la habitación de Pan. Había reconvertido un dormitorio para que tuviera su espacio. Del techo atornillé varias barras entrecruzadas que me dejó mi prima para que el mono pudiera saltar y jugar. Permanecía subido varias horas al día. El suelo estaba cubierto por una enorme colchoneta y muchos juguetes. No sé si estaría mejor que en su hábitat natural, pero desde luego era lo mejor que se podía tener en una casa.
Me desnudé y me puse el pijama. Pan saltaba inquieto sobre el sitio, seguro que hambriento. El collar que llevaba con mis datos por si alguna vez se perdía oscilaba arriba y abajo. Bajamos de la mano a la cocina y preparé la cena. Para Pan preparé una bandeja de fruta y verduras crudas. Nos sentamos en la mesa y comimos tranquilamente, el mono sobre un taburete, ya que le era más cómodo. Cuando terminamos de cenar lavé los platos y jugué un rato con él en su habitación. Luego bajamos al salón a ver la tele, puse una película que sabía que no iba a terminar de ver y, con Pan sentado a mi lado pensando en sus cosas, estuvimos un rato tranquilamente. Cuando me entró sueño subimos y cada uno se fue a su habitación a dormir.
Por la mañana me levanté una hora antes de lo necesario para poder jugar un ratito con Pan, luego el pobre pasaría todo el día solo.
Y así era mi día a día con mi chimpancé. Como convivir con un hermanito pequeño al que hay que cuidar y querer. Retrospectivamente me doy cuenta ahora de varios sucesos que al final desembocaron en mi actual situación. En su momento no fui consciente de su importancia, quizá por lo gradual de su desarrollo. Desde lo primero que pasó hasta hoy han pasado cuatro meses, cuatro meses en los que ha cambiado totalmente la relación entre nosotros, dando un giro de ciento ochenta grados. Intentaré narraros los hechos para que podáis entender la evolución de nuestra convivencia.
Lo primero que recuerdo es la vez en que pillé a Pan observando mientras me masturbaba. Por cuidar de él mi vida social era bastante escasa, y de vez en cuando necesitaba desahogarme. Para eso usaba un consolador. Le descubrí cuando empezaba a correrme. Totalmente desnuda en la cama y con el aparato metido en mi interior le descubrí observando desde los pies de la cama. Era tarde para detenerme, el orgasmo ya era inevitable, así que me corrí gimiendo ante su atenta mirada. Cuando terminé de estremecerme ya saciada, el mono se había ido. Me extrañó un poco su interés ya que hasta ese día no había demostrado ninguna curiosidad, incluso nos duchábamos juntos algunas veces y él siempre era indiferente a mi desnudez.
La siguiente vez que pasó algo relacionado con este tema estábamos viendo una película. Me excité con alguna escena subida de tono y metí una mano bajo el pijama para acariciar mi rajita. Como Pan miraba la tele ensimismado le ignoré y me di placer con los dedos. Creo que fue el olor lo que le intrigó. De pronto saltó al suelo y olisqueó mi entrepierna. Ignorante de las consecuencias que traería seguí masturbándome. Pan demostró mucha curiosidad, me abrió un poco más las piernas y pegó la nariz al pantaloncito para olfatear mejor. Me corrí con su cara pegada a mi coñito. Esa noche no fui capaz de que durmiera en su habitación. Por más veces que lo llevé, siempre volvía y se subía a mi cama. Acabé dormida con el mono acurrucado a mi lado.
A los pocos días, me desperté a mitad de la noche. Debí tener un sueño erótico porque estaba caliente y húmeda. Con mucho cuidado para no despertar a Pan cogí el consolador de la mesilla y, bajo la ropa de cama, empecé a masturbarme. Lo hice despacio y sin un ruido, disfrutando de la sensación del dildo llenándome, entrando y saliendo de mi interior. Estaba inmersa en el placer cuando sentí que me destapaban. Pan, curiososo, me había desarropado para ver lo que ocurría. Como la vez anterior se acercó para olisquear. Dudé qué hacer, si seguir o pararme ahí, pero la calentura me pudo y continué penetrándome con el consolador. Pan arrimó mucho el hocico investigando, cuando llevó sus manos para tocarme le aparté, pero me dio un manotazo y sujetó el consolador. Terminé de masturbarme y me corrí con sus manos acompañando el movimiento de la mía.
Uno de los pocos días que salí me encontré con Miguel, un antiguo novio con el que me seguía llevando muy bien. El caso es que terminamos la noche juntos, yo llevaba una temporada de sequía importante y le llevé a casa. Entramos besándonos cuando bajó corriendo el chimpancé. Estaba deseando presentársele a Miguel, pero su reacción no pudo ser peor. En cuanto le vio empezó a gruñir y enseñar los dientes, saltaba como si le fuera a atacar deteniéndose en el último momento. Nunca le había visto así, otras veces que había llevado gente a casa se había limitado a inspeccionarlos con curiosidad y a ignorarlos después. Miguel se marchó asustado recomendándome llevarle al zoo. Le eché una regañina al mono que de poco sirvió. Pasando olímpicamente de lo que le decía, me agarró la mano y me llevó a la habitación. Se subió a la cama y esperó a que me cambiara y me tumbara con él. A pesar de mi enfado, esa noche tuve que dormir con Pan aferrado a mí con sus largos brazos.
Desde ese día, Pan no me dejaba ni a sol ni a sombra, era como una pegatina. Siempre estaba junto a mí, muchas veces se me subía y tenía que estar varias horas con el mono abrazado. Al menos tenía los brazos libres, Pan se me agarraba con manos y piernas y era como si llevara una mochila por delante en vez de a la espalda. Su actitud empezaba a preocuparme seriamente y empezaba a plantearme si no sería mejor deshacerme de él llevándole al zoo como dijo Miguel.
El punto de inflexión que cambió nuestra relación ocurrió una noche. Me despertaron unos ruidos en el piso de abajo. Me asomé por la escalera y encontré a dos hombres registrando el salón. Cuando me vieron creo que se asustaron más que yo.
—No te muevas — me dijo uno.
—¿Pero no estaba la casa vacía? — le preguntó el otro.
El que parecía llevar la voz cantante subió corriendo y me pilló en mi habitación cogiendo el móvil para llamar a la policía.
—Siéntate en la cama y no te muevas — me dijo quitándome el teléfono.
Me senté como me ordenó muy asustada. Pan se refugió detrás de mí, intimidado también. El otro tipo entró en la habitación y vio el panorama.
—¡Coño, un mono! ¿Dónde está el dinero? — me preguntó amenazante.
—No tengo dinero en casa — respondí —. En el monedero tendré cincuenta o sesenta euros.
—Dime dónde guardas el dinero — insistió creyendo que le mentía.
Yo permanecí callada y llorando, el ladrón se enfadó y hecho una furia me zarandeó de los hombros. En ese momento Pan saltó echo una fiera. En cuanto el tipo me tocó mi monito saltó por encima de mí y se le agarró a la cabeza. Con sus fuertes brazos se la sacudió como queriendo arrancársela. El otro acudió en su ayuda y le dio un puñetazo. Yo acudí en defensa de mi mono y me le tiré encima. Pan se recuperó en un suspiro y se puso a golpearlos a los dos. Movía los brazos como si fueran aspas de molino. Daba fortísimos golpes que dejaron a los asaltantes aturdidos primero e inconscientes después. Pan estaba desatado, enseñaba los dientes y gruñía de una forma que hasta a mí me daba miedo. Tuve que detenerle para que no los terminara matando. Ambos hombres quedaron en el suelo sangrando por numerosas heridas. Me fijé en que a uno de ellos una oreja le colgaba de apenas un jirón de piel.
Cuando se fue la policía y la ambulancia me ocupé de Pan. Se había quedado en su habitación subido a la estructura de barras del techo, donde se sentía más seguro. En cuanto entré se me abrazó con fuerza. Como estaba cubierto de sangre le metí en la ducha. Al verle todavía muy nervioso me desnudé y me metí con él. Diciéndole palabras tranquilizadoras le enjaboné y lavé todo el cuerpo, repasándole entero por si tenía alguna herida. Afortunadamente estaba ileso, creo que salvo el puñetazo del principio su fiereza hizo que no consiguieran tocarle.
—Ven, mi héroe — le dije sacándole de la bañera y secándole con una toalla.
Después de secarme le cogí para que se me subiera y le di un besito en el hocico. Le notaba temeroso y huidizo. Para tranquilizarle nos tumbamos en la cama y le mimé durante mucho rato haciéndole carantoñas. Recordaba que el mono había estado asustado pero que en cuanto me vio en peligro me había defendido como una fiera. Quizá por tanta caricia y mimitos como le hice, tumbada desnuda a su lado, pasó lo que no esperaba. Pan tuvo una erección. Nunca hasta entonces había ocurrido, al menos que yo viera, pero ahora tenía una erección que mostraba su pene rojizo, largo y fino. Empezó a sacudir sus caderas agarrándose con una mano. Inexperto como era se hizo más daño que otra cosa, quejándose frustrado. Como había sido mi héroe salvador quise ayudarle. Le aparté con cuidado la mano y le agarré suavemente. Deslicé la mano arriba y abajo con mimo, observando su reacción. No parecía que le molestara, jajaja.
—Mira, Pan, así es cómo se hace.
El monito enterró la cabeza entre mis pechos mientras le pajeaba, creo que disfrutó un montón. Terminó corriéndose en mi mano agitando las caderas. Le di otro besito en el hocico y, después de lavarme, nos quedamos dormidos por fin.
Por la mañana me despertó Pan, me agarraba de la muñeca llevando mi mano a su miembro otra vez erecto.
—Parece que eres un monito salido, mi amor — le dije acabando de despertarme.
Recompensé su actuación con los ladrones con otra paja. Luego desayunamos y me fui a trabajar.
Como os decía ese fue el punto de inflexión. Desde esa noche tuve que masturbarle varias veces al día, si alguna vez me negaba se enfadaba y se ponía agresivo. A mí nunca me amenazó, pero gruñía y empezaba a romper cosas. Para evitarlo yo terminaba cediendo a sus deseos. Noté un cambio importante en Pan, quizá por haber llegado a la madurez sexual se volvió más inteligente. Cuando alguna comida no le gustaba, como le pasaba con las judías verdes, la sacaba de su bandeja y la ponía en mi plato. También aprendió a poner la tele. Una noche al llegar me la encontré encendida, pensé que se me olvidó apagarla por la mañana, pero salí de mi error cuando le vi cambiar los canales con el mando a distancia. Esa noche cuando nos sentamos a ver una peli le dejé elegir el canal. Se limitaba a pasar de uno a otro, imagino que como no entendía nada lo que le hacía gracia era que los canales cambiaran cuando pulsaba el botón. Quiso la casualidad que encontrara algo que sí entendía : el canal porno. ¡Lo que me hacía falta! Todo el día haciendo pajas y ahora tenía que ver cómo follaban los demás.
Volvió a empalmarse cuando en la pantalla una rubia de tetas enormes se la mamaba a un negro más enorme todavía. Pan miraba atentamente la tele, me miraba a mí y luego volvía a mirar la tele. Yo sabía que algo iba a pasar, pero me sorprendió cuando mi monito saltó sobre mí. Se me subió encima y, apoyando los pies en mi regazo y agarrado a mi cabeza, puso su miembro contra mi cara. Me debatí gritándole improperios hasta que el hábil mono consiguió colármela en la boca. Suerte que no era muy grande, porque me folló la boca como un profesional. Indefensa ante su fuerza e instinto no puede hacer otra cosa que rodearle el pene con los labios y apretar para que terminara pronto.
Me gustaría que entendierais una cosa. Pan era mucho más fuerte que yo y teníamos un peso parecido, por lo que físicamente era muy superior a mí. En realidad la única manera que tenía de librarme de su acoso era deshacerme de él, y le quería mucho como para hacer eso.
Al final el mono se corrió en mi boca entre gruñidos. Esa fue la primera vez de muchas. Ahora sus exigencias alternaban entre que le masturbase y se la chupase. Lo peor de todo fue que me empezó a parecer normal todo lo que hacíamos. Ya había asumido que al despertarnos y al llegar a casa tenía que complacer a mi monito. Había dejado de desagradarme y lo consideraba casi como otra tarea doméstica en el cuidado de Pan, como limpiar su habitación y darle de comer.
Otra cosa que influyó mucho en el cambio de nuestra relación ocurrió una noche. Acabábamos de acostarnos y yo me notaba cachonda. Entre la peli porno que me obligaba a ver y la paja que le había hecho estaba excitada. Estaba en plena faena con el consolador cuando Pan apartó mis manos y lo agarró. Intenté recuperarlo pero con un manotazo alejó mis manos. Suspiré resignada a quedarme sin el alivio que necesitaba. El mono examinó el consolador metido parcialmente en mi vagina, lo movió en círculos y dentro y fuera, intentando desentrañar el misterio de su funcionamiento.
—Déjame que te enseñe, monito salido — le dije. Puse una mano sobre la suya y le demostré cómo se usaba.
Enseguida Pan apartó mi mano y siguió él solo. Lo había entendido a la primera y pronto me tenía gimiendo. Metí mis manos bajo el pijama para acariciarme las tetas mientras él seguía con mi coñito. Lo hizo con fuerza y profundidad, con lo que en unos minutos exploté en un orgasmo más potente de lo normal. Conseguí sacarme el consolador quizá porque Pan investigó lo que había hecho bajo la camiseta. Me la levantó descubriendo mis pechos, intrigado. Tuve que demostrarle para que servían, jajaja. Me magreé las tetas hasta que comprendió su utilidad y siguió él. Con ambas manos me las apretó y acarició, como no se cansaba acabé otra vez excitada y llevé mis dedos a mi coño para masturbarme otra vez. Por supuesto a Pan no se le escapó lo que hacía y terminé corriéndome con una de sus manos en mis tetas y la otra en mi coño. Me metió varios dedos hasta que me hizo correr como una condenada.
Por lo menos ya no era solo el mono el que disfrutaba, ahora yo también me corría al menos un par de veces todos los días. Habíamos adquirido la costumbre de ver porno por la noche y raro era el día en que no acababa sin pantalones y braguitas. Unas veces Pan subía a por el consolador y otras me lo hacía con los dedos. Llegué a exigírselo yo a él el día en que no parecía estar interesado.
El cambio definitivo en nuestra relación ocurrió cuando me dejé follar. A partir de ese momento nuestros papeles en casa se invirtieron. Pan pareció experimentar una aumento en su inteligencia, cada día era más listo, y quizá por su instinto de primate se consideró como el macho alfa y a mí su hembra. Desde que me folló se encargó de someterme y hacerme cumplir todos sus deseos. He de reconocer que la culpa fue toda mía. Las cosas ocurrieron como sigue.
Manteníamos la costumbre de jugar un rato todos los días. Después de llegar y aliviar su erección con una paja subimos a su habitación a jugar. Ese día Pan saltaba por las barras y yo intentaba cogerle. En un resbalón caí sobre restos de fruta que tenía y me manché el pantalón. Me lo quité y seguí jugando, me importaba ya muy poco estar desnuda con él, total, si conocía mi cuerpo al dedillo. Cuando atrapé a Pan caímos al suelo y le martiricé haciéndole cosquillas, tenía los costados muy sensibles y se retorcía debajo de mí. Contraatacó y me tuvo riendo y gritando enseguida. Era muy divertido. Con el contacto Pan tuvo una de sus continuas erecciones y le así con delicadeza, no le debió apetecer mucho el trabajo manual porque enseguida intentó metérmela en la boca. Peleé haciéndome la difícil, a él le gustaba dominarme con su fuerza, a mí en ocasiones también. Me daba mucho morbo que me dominara físicamente. Con tanto toqueteo y retorcimiento acabamos en la postura del misionero y sin pensármelo le agarré y lo introduje en mi coño. Pan se quedó quieto, sorprendido. Agarré sus nalgas y le mostré cómo tenía que hacerlo. Cuando entendió el sistema me folló despiadadamente, de poco sirvieron mis quejas y mis intentos de quitármelo de encima. Me pistoneó como una máquina, a toda velocidad. Aunque al principio me resultó violento y doloroso poco a poco cambiaron las sensaciones y empecé a recibir placer. Con el mono encima de mí sustituí los empujones para quitármelo por caricias y abrazos.
—Fóllame monito, fóllame más — le dije con su carita entre mis manos.
Me corrí gritando, levantando las caderas y abrazando a mi mono. Pan no había terminado y siguió penetrándome, hasta que se corrió en mi interior tuve tres orgasmos. En mi modesta vida sexual nunca había disfrutado tanto. Me dejó en el suelo, derrengada y laxa, saciada como no recordaba. Él permaneció de pie, a mi lado, observándome. Creo que sabía el placer que me había dado y estaba orgulloso de ser mi macho. Cuando respiré con normalidad tiró de mi mano hasta que me levanté, luego me llevó al baño y nos duchamos juntos. Cuando me fui a vestir para bajar a cenar no me lo permitió. Cada vez que cogía alguna prenda de ropa me gruñía y me daba un manotazo en la mano. Bajé desnuda y así permanecí el resto del día. Esa noche, ante la tele, me cedió el mando a distancia. Pensé que ya no estaba interesado en ver porno, ¡qué equivocada estaba!
Cuando nos acostamos extrañamente no quiso masturbaciones. Le encontré reflexivo y meditabundo. Pensando que le había impresionado follar conmigo, le abracé hasta que nos dormimos. Por la mañana tampoco hubo nada, extrañada desayunamos juntos y me fui a trabajar. Todo el día estuve pensando en Pan, ¿qué le estaría pasando, en qué pensaría?
Cuando llegué a casa deseando verlo me llevé una sorpresa. No salió a recibirme como esperaba. Lo encontré sentado en el sofá viendo porno. Sé por lo que pasó después que estuvo todo el día aprendiendo y pensando. Me hizo gestos y ruidos que no entendí. Como no le obedecí vino airado hasta mí y me quitó la ropa, el sujetador que no supo quitar me lo terminó arrancando. Ya más tranquilo me hizo seguirle al sofá y tumbarme, esperé expectante y algo asustada a que se me echara encima y me hiciera cualquier cosa, pero delicadamente se puso a mi lado y me besó. Me dejó patidifusa, entre todas las guarrerías que hacíamos juntos esa no estaba en el menú. Suavemente me cogió la cara entre sus manos y me besó, o al menos lo que él entendía como un beso. Me lamió los labios y las mejillas, su lengua recorrió mi cara llenándola de saliva, me dejé hacer cuando siguió por mis pechos. Lamió mis tetas y mordió suavemente mis pezones. Yo alucinaba. Siguió recorriendo mi cuerpo hasta llegar a mi rajita, levantó mi pierna para tener acceso y me hizo la mejor comida de coño de mi vida. Me hubiera casado con él jurándole amor eterno en lo bueno y en lo malo cuando me retorcí entre estertores de placer corriéndome a chorros en su boca.
Ahora el mono sí que se subió sobre mí y me metió la polla en la boca. Gustosa se la mamé con cariño y un punto de lujuria. Antes de correrse me sorprendió otra vez cuando saltó del sofá y me atrajo. Me hice ponerme de rodillas y empujó mi espalda. Caí a cuatro patas y adiviné sus intenciones. Intentó metérmela desde atrás, pero inexperto como era en esa postura no atinaba, metí una mano entre las piernas para ayudarle y le encaminé a mi chorreante coño. Una vez introducido me agarró las caderas y empezó a follarme. En contraposición a su anterior forma de follar que era todo prisa y frenesí, lo hizo lentamente y dándome un placer enorme. Yo permanecía a cuatro patas, con las tetas colgando y gimiendo encantada. Él se aferraba a mis caderas con una mano para que no escapara y con la otra, gracias a sus largos brazos, me acariciaba todo el cuerpo.
—Sigue, Pan, sigue — jadeé.
Mi monito seguía follándome como un experto, acelerando poco a poco. El placer me avasallaba, haciéndome sentir cosas que nunca había sentido. Cuando noté que Pan se corría gruñendo en mi interior el orgasmo me recorrió entera, de los pies a la cabeza. Me rendí a mi monito, a mi compañero, que era capaz de volverme loca de placer como nunca antes. Me recuperé del polvo para encontrarme su polla en mi cara, abrí la boca obediente y se la limpié con la lengua y los labios. Cuando terminé volvía a estar en forma. Pan me tumbó de lado en el suelo y me levantó una pierna, con mi coño expuesto se puso en posición y me volvió a penetrar. Otra vez me corrí gritando.
—Síiiiiii… síiiiii… monito qué bien follaaaaaaas…
Me llevó a la ducha y nos metimos juntos. Al salir me gruñó cuando hice amago de coger unas braguitas y me tuve que quedar desnuda. Al cenar me di cuenta de cómo iban a ser las cosas a partir de ahora. Preparé su bandeja y mi plato como siempre, pero esta vez antes de sentarme, Pan cambió la comida. Tuve que cenar en su bandeja mientras él comía en mi plato. El jodido mono había decidido ser el que mandara y yo iba a quedar relegada a ser su mascota. Terminé la comida resignada a mi suerte. Me demostró aún más nuestros nuevos roles cuando tiró de mí hasta la habitación y se empeñó en que le hiciera una mamada. Siempre le había gustado que me resistiera para dominarme al final, pero esta noche fue distinto. No sé qué clase de películas había estado viendo ni lo que había aprendido, el caso es que cuando me resistí me arrastró con sus fuertes brazos para ponerme boca abajo en la cama y a continuación ¡Plas! ¡me dio un azote! Conmocionada por lo que hacía recibí varios azotes, con su enorme palma me sacudía en el culo. Sin saber cómo reaccionar se me escaparon algunas lagrimitas. ¿Sabéis eso que dicen de que los azotes se disfrutan? Pues a mí me dolieron. Y mucho. Cuando terminó de azotarme me puso boca arriba y me lamió la cara. Luego volvió a meterme la polla en la boca y tuve que mamársela, no quería recibir más azotes. Tragué su semen hasta que se vació completamente. El jodido mono se tumbó a mi lado y me abrazó. ¡A buenas horas!
Pensé que habíamos terminado, pero después de un rato de mimos y abrazos el mono decidió seguir innovando. Yo seguía boca abajo y se subió en mi trasero, sin darme tiempo a reaccionar abrió mis nalgas con las manos y penetró mi agujerito posterior. Grité como una condenada ante su salvaje intrusión, evidentemente le dio igual. Lentamente, como hacía ahora las cosas, disfrutó de mi virgen culo. El dolor provocó que sollozara indefensa, sin opciones ante su fuerza e instinto animal. Yo era una simple hembra y él el macho de la manada, y me lo estaba demostrando. Al final lloré más fuerte, me sentí ultrajada cuando me corrí sin remedio. Pan, mi monito querido, me había violado el culo y dado un orgasmo que yo no quería. Me sentía desolada, mi monito ya no era mío, ahora yo era suya y él mi macho. Sorbiéndome las lágrimas me dormí exhausta.
Me desperté por la mañana con la polla de Pan dándome un orgasmo, me había empezado a follar estando todavía dormida y me desperté con gemidos de placer. Luego me puso a cuatro patas y me corrí otras dos veces. Dominada o no, cosa en la que no quería pensar mucho, el mono me hacía gozar de forma sublime cuando quería.
Bajé desnuda a desayunar, ante sus gestos irritados tuve que usar otra vez la bandeja y ponerle un plato. Me dejó ducharme sola y me fui a trabajar. Ese día no di pie con bola. Por mi cabeza se repetían los hechos del día anterior en bucle. Reflexioné en nuestra situación. El mono claramente se consideraba el macho alfa, si quería imponerme tendría que hacer algo decisivo. ¿Pelear con él? ¿Demostrarle que yo era más fuerte? Imposible. Pan era mucho más fuerte que yo y además no sería capaz de pegarle. Tuve claro que le mono era muy listo, demasiado. Había aprendido a follar al estilo humano viendo la tele, era lo único que conocía al no haber crecido con otros miembros de su especie. Lo peor, o lo mejor según lo cachonda que me pillara, era que su aprendizaje se basaba en películas porno, en las que las mujeres no eran lo que se dice bien tratadas, al contrario. Él solo tenía la referencia de mujeres siendo sometidas y utilizadas por sus parejas, disfrutando de cualquier cosas que las hicieran. ¿Iba a consentir que me tratara así?
Llegué a casa sin haber tomado una decisión, Pan estaba en el salón comiéndose una fruta. Cuando movió los brazos enérgicamente entendí a la primera y me quité la ropa. Subimos a su habitación y estuvimos jugando un rato. Estaba cariñoso y divertido, comportándose como siempre había hecho. El juego acabó cuando me hizo tumbar y me masturbó con los dedos lamiendo mis pezones. Disfruté mucho. Esa noche fue un amante atento y delicado. Follamos varias veces en distintas posturas. Acabé ahíta de placer.
Pasaron varios días, Pan se comportaba mejor conmigo. Tenía que estar desnuda en casa siempre y disponible para cuando le apeteciera, claro, pero me trataba con cariño. Solo una vez que estaba cansada e intenté escaquearme de chupársela me dio un azote. Con eso fue suficiente, me plegué sumisamente a sus deseos e hice lo que me exigía.
Un día después de cenar se agarró el collar intentando quitárselo. Le ayudé porque él no podía. Cuando me lo puso a mí y lo terminé de abrochar acepté por completo mi situación. Me había convertido finalmente en la hembra de Pan, en su sumisa mascota. Él sería ya para siempre mi macho, mi dueño.
Ha pasado un año desde esto que os acabo de contar. En casa estamos como os podéis imaginar, sigo siendo la esclava del mono. Estoy todo el día desnuda cumpliendo sus caprichos, siempre dispuesta a satisfacer sus necesidades. Y curiosamente soy feliz. Los requerimientos de Pan son fáciles de satisfacer, solo tengo que ser su monita para que me folle cuando quiera, lo que tiene la ventaja de que estoy más que satisfecha sexualmente. Incluso mi culo le añora cuando le descuida durante unos días. Me ha llegado a gustar mucho el sabor de su polla y de su semen, y a veces le busco yo a él para deleitarme con su semilla. Por lo demás la convivencia es muy buena, jugamos como niños todos los días y seguimos viendo juntos la tele como una pareja normal.
La semana que viene vuelve mi prima Teresa y ya me ha dicho que quiere llevarse a Pan. Como no tiene piso en la ciudad la he invitado a quedarse aquí unos días. Sé que pronto compartirá conmigo el cuidado de nuestro dueño y será feliz viviendo con nosotros.