Un chico tímido

Un muchacho tímido entabla relación con dos vecinos maduros que le quitan la timidez.

UN CHICO TIMIDO

Siempre he sido un chico muy tímido, me daba vergüenza hasta salir a la calle. Mi vida consistía en ir al colegio, y luego encerrarme en casa, leyendo, y fantaseando acerca de tener amigos y llegar a conocer a ese "alguien especial", tal y como lo soñaba. Por supuesto, mi timidez no me dejaba desarrollar ninguna clase de relación con alguna muchacha y siempre me mantenía aislado.

Mis padres eran muy devotos, por lo que decidieron meterme en un colegio dirigido por religiosos y que, de paso, era sólo para chicos, lo que lapidariamente me negaba la oportunidad de conocer chicas y comenzar a hablarles, aunque fuera sólo como parte de la relación normal de colegio.

Mi timidez no me dejaba hacer amistades con facilidad, pero entonces, durante unas vacaciones, a mis 16 años, conocí a don Cristian y don Alberto, dos señores que se mudaron a un apartamento frente al nuestro. Ambos eran maduros, algo entrados en carnes, parlanchines y simpáticos; el primero con ojos negros y profundos, pelo escaso, con gran tendencia a la calvicie, barbita de candado, velludo, facciones algo toscas y unos 55 años de edad; el otro con  ojos verdes, pelo castaño con canas y una edad similar a su compañero. Don Cristian estaba mejor formado, con pectorales mayores, pero don Alberto era más guapo, aunque su  prominencia abdominal era mayor.

Ellos, a poco de mudarse enfrente, no tardaron en darse cuenta de mi problema y  jugueteaban conmigo al respecto. Poco a poco les fui tomando confianza y llegaba a menudo a su departamento, para ayudarlos en alguna tarea. Los tres solíamos pasar largos ratos juntos y comencé a notar que, con el tiempo, ellos me hacían leves insinuaciones que, a veces, me hacían sonrojar.

Una tarde don Cristian, finalmente, acabó pidiéndome que la ayudara a pintar su cuarto. A partir de aquí toda mi vida cambió. Como era lógico, se había puesto cómodo para pintar: su pecho velludo desnudo, shorts y pies descalzos.  Yo no podía concentrarme en la tarea. Lo miraba y, sin saber por qué, me sentía atraído hacia aquel hombre, máxime que era evidente, a través de la delgada tela de su short, que él tenía un muy buen paquete. La calentura subió en mí y trataba de imaginar la forma y el tamaño de su pene, que se me antojaba apetitoso y grande.

El, por supuesto, sabía que yo no dejaba de mirarlo, y a veces pasaba una mano distraída por su paquetón, dejando intuir un pene cada vez más grande, que ya me provocaba una erección. Pero no le bastó con calentarme con eso, así que sin pudor, se sacó el miembro y me lo mostró: grueso, erecto.

Yo estaba ya hirviendo y, sin poderlo evitar, en unos segundos estaba totalmente empalmado.

No podía apartar mis ojos de aquel instrumento y me vi obligado a acomodar mi verga con mi mano, para darle más comodidad. Viendo mi reacción, don Cristian sonriendo me preguntó, mientras sostenía su miembro, con un extraño brillo en los ojos: - ¿Te gusta?

Yo cambié de colores y me quedé paralizado. Caminó unos pasos y se paró a mi lado, poniendo la mano sobre mi pene.

  • Eres tonto, tú a mí hace tiempo que me gustas -dijo-. Y, por lo que veo, creo que también yo te gusto.
  • ¿Cómo? -pregunté sorprendido.
  • ¡Claro! -respondió sonriente-. Tú me gustas y de todo corazón espero que yo también te guste.

Haciéndome olvidar mi vergüenza, don Cristian me agarró la cabeza con ambas manos y buscó mis labios, empezando un apasionado beso. Posé mis manos sobre sus hombros y poco a poco las fui bajando hacia ese pecho de oso, que me encantó acariciar, especialmente los pezones que crecían y se erizaban. Sin siquiera ponerme a pensarlo, bajé mi mano derecha y me apoderé de su pene firme y grueso, maravilloso, que corcoveó en mi mano.

-Vaya, el niño tímido está dejando de serlo -dijo con tono burlón.

Y mientras decía esto me agarró mi pene, masturbándome suavemente con una mano mientras con la otra buscaba mis testículos, masajeándolos y acariciándome entre éstos y el ano.

  • Dime -me preguntó-, ¿eres virgen?
  • Sí... -respondí algo apenado.
  • Ven, verás cómo yo te enseñaré- y diciendo esto llevó una de mis manos a su boca, metiéndose un dedo que chupó con lujuria. Masajeó mi verga y yo casi me moría de gusto.  De pronto, retiró la mano, se agachó y empezó a estudiar mi pene de cerca.

  • Hum, está muy interesante- dijo.

Acto seguido, comenzó a lamer toda mi verga, al tiempo que yo le cogí la cabeza y penetré mi glande en su boca, mientras él empezó a hacerme una mamada maravillosa. Su lengua recorría la cabeza de mi miembro, mientras me pajeaba con una mano y con la otra buscaba mi culo y con sus dedos me hacía cosquillas en el ano. Abriendo la boca empezó a tragarse toda mi verga hinchada, mientras segregaba mucha saliva y succionaba todo el glande.

  • ¡Don Cristian me voy a correr! ¡Oh, Dios! ¡Uuhhhhh...!- y cerrando su boca fuertemente chupó hasta hacer que mis chorro de semen saliera directo a su interior, a la vez que me metía el dedo de forma desenfrenada por el ano.

  • ¡Vaya, vaya, vaya! ¡No puedo creer lo que estoy viendo! Traes comida a casa y no me invitas - dijo de pronto una voz.

Era don Alberto, su compañero, que de pie en la puerta, se había desabrochado los pantalones, y su mano actuaba hábilmente en su propio pene.

Yo estaba alucinado. Don Cristian me había hecho una mamada increíble y don Alberto se estaba masturbando en la puerta, viendo como me la hacía. Para entonces ya no me sentía tímido. Don cristian le dijo a su compañero:

  • Nuestro amiguito es maravilloso así que, ¿por qué no te unes a nosostros?

Divertido, don Alberto miró a su amigo, mientras se quitaba la ropa y decía:

  • Hace tiempo que no hacemos "cositas" con un chico como tú.

Sorprendido, me di cuenta de que ellos eran homosexuales que buscaban muchachos para disfrutar del sexo.

  • Pues va siendo hora de volver a las andadas -dije, a lo que ambos sonrieron con picardía.

Y llevándome de la mano, me tumbaron en la cama, ya totalmente desnudo. Acaricié sus cuerpos, y mis manos recorrían sus penes, pellizcaban sus pezones, arrancándoles pequeños gemidos, a la vez que comencé a besar el vientre de don Alberto, bajando mi mano a su verga, caliente, ercta, más larga y menos gruesa que la de don Cristian.

Don Alberto, completamente desnudo, me acariciaba febrilmente todo el cuerpo. Su cara denotaba un deseo que crecía por momentos, al igual que su calentura. Alargando una mano, comenzó a acariciar el pene de don Cristian y, lentamente, empezaron a besarse, hasta que metiendo su lengua en la boca de su compañero, comenzó a buscar la otra. El beso se tornó apasionado y mi mano en la verga de don Alberto, notó cómo se ponía más y más excitado.

Empecé a masturbarlo lentamente, mientras pensaba en todo lo que había leído sobre sexo y cómo llevarlo a cabo. Me puse entre sus piernas, comenzando a lamer su pene. Con una mano empecé a masturbar el miembro de su compañero, al tiempo que con mi lengua lamía a don Alberto, que chorreaba ya el flujo preseminal y, con la otra mano, separaba su culo buscando su ano, metiéndole un dedo, arrancandole un gemido más fuerte, que don Cristian apagó con otro beso.

Don Alberto empezó a pellizcarle los pezones a su amigo, mientras con la otra mano me empezó a tocar, masturbando mi ya de nuevo erecto y ardiente miembro. Mientras tanto, acerqué mi boca a la verga de don Cristian y comencé a mamarlo, mientras él movía las caderas, penetrando más y más profundamente en mi boca, al extremo que me produjo una pqueña arcada, en tanto yo lo notaba que cada vez estaba más cerca del éxtasis.

Don Alberto, introdujo uno de sus dedos en mi ano, causándome una sensación nunca antes experimentada, tan intensa que casi me hizo volver loco de placer.

  • ¿Quieres tenerme dentro? -preguntó-. ¿Te la meto entera?

Sin saber qué hacer, don Alberto dirigió la acción, me dio vuelta y me hizo pasar mis piernas por encima de sus hombros, colocó su verga en la puerta de mi culo y, suavemente, me la introdujo entera, arrancando de mi garganta un grito de placer.

  • ¡Ahora te cogeré, como siempre he soñado! -dijo.

Mis caderas subían buscando meter más aún su verga en mi cueva. Él me la enterraba todo lo que podía. Don Cristian, mientras tanto, se había montado a horcajadas sobre don Alberto, poniendo su pene justo en el agujero anal de su amigo, a quien, agarrándole fuerte de las caderas, empezó a penetrar, mientras yo loco de excitación y de deseo, me masturbaba furiosamente. ¡Dios!, aquellos momentos eran mejores de lo que yo suponía. Don Cristian estaba cerca de correrse, y eso le hacía embestir más fuerte dentro del recto de su amigo, que jadeaba como loco.

Yo ya no podía aguantar más. Ver como aquellos hobres daban y recibían placer, me iban llevando camino al paraíso de las corridas.

  • ¡Ooohhh... Me voy a correr! -gritó don Alberto-. ¡Voy a llenarte de mi leche!

No aguantó más y, gritando de placer, empezó a correrse. Sus espasmos sacudían todo su cuerpo y el mío que se contorsionaba fuertemente, al sentir los borbotones de su leche caliente. Mi ano se cerraba fuerte sobre su verga, ejerciendo una presión deliciosa, al tiempo que ayudado por mi masturbación, estaba a punto de soltar al aire mis chorros de semen, mientras don Cristian seguía entrando y saliendo con fuerza del ano de su amigo.

Entonces, don Alberto retiró el pene de mi ano y, con un brillo de picardía en los ojos me dijo:

  • Ahora es tu turno. ¡Cógete a cristian!

Comprendiendo las intenciones de aquel hombre y loco de deseo, me incorporé y poniéndome atrás de don Cristian, comencé a besarle las nalgas y el culo, esperando poder complacerlo como él se merecía y esperaba.

Con sus propia mano, don Crisian se abrió el culo, ofreciéndolo a mi verga ansiosa, por lo cual comencé lentamente la tarea de ensartarla. Mi erección se hacía cada vez más grande y firme, por lo que la penetración fue fácil y placentera. En ese momento, me sentí realmente en la gloria. ¡Mi deseo de sexo se había cumplido!

Mientras el ano de don Cristian me recibía, llevándome al paraíso, don Alberto no cesaba de restregar su pene en mi cara, obligándome así a lamer aquella parte de su anatomía, para mamarla con ahínco y alegría.

Don Cristian, pasando us brazos hacia atrás, me agarraba de las nalgas para sentirme más adentro. Gimiendo con fuerza, no pudo contenerse más y lanzando un copioso chorro de semen, emitió un fuerte grito que anunciaba una culminación bestial.

Ante mi mamada, don Alberto, por su parte, terminó estallando en un segundo gran orgasmo que llenó de esperma mi boca. Yo, por mi parte, seguí bombeando unas diez o doce veces más y, de pronto, sin poder ni querer contenerme, eyaculé.

Agotados, caímos rendidos los tres en un abrazo, sobre la cama, mientras recuperábamos la respiración. Yo estaba en el paraíso, veía a los dos amigos desnudos, abrazados con los ojos cerrados. Me abracé al pecho de don Alberto y mientras besaba uno de sus pezones, reflexioné sobre aquellos maduros impresionantes, que se habían llevado mi timidez y mi virginidad. Y que, con el tiempo, me dieron muchos más placeres.

Autor: LuizSex luizsex@gmail.com