Un chico detrás del escenario

La gente, los chicos jóvencillos también, toman a los músicos que están sobre el escenario como sus dioses.

Un chico detrás del escenario

La orquesta (mi orquestilla, la llamaba yo) fue teniendo cada vez más demanda en el mismo verano. La voz se corría de pueblo en pueblo y muchas (y muchos) querían ver a Daniel y oír su voz. Las chicas se arremolinaban ante el escenario y subían sus brazos sólo por tocarle sus zapatillas de deporte o sus jeans. De vez en cuando, tomaba Daniel un puñado de fotos de la orquesta y las tiraba al viento o las repartía entre sus fans. Pero entre ellos, alguno, que no era precisamente una tía, se escondía en una esquina y le miraba de lejos esperando, tal vez, a que se le acercara. El fuerte calor del verano bajo los focos ponía la piel de su cara, sus cabellos y su camisa húmedos; las gotas de sudor se disparaban sobre el público cuando hacía alguno de aquellos movimientos y, puedo asegurarlo, algunos ojos no se apartaban de su precioso paquete.

Una noche, terminado el tercer pase, estábamos muy agotados, secó Daniel su pelo con una pequeña toalla y me dijo:

Tony, tío, necesito tranquilidad para seguir luego. Vamos tú y yo solos a un lugar tranquilo. Este ruido

Bajamos las escalerillas por la parte derecha y le advertí a los compañeros que preferíamos estar solos. Entonces, abriéndonos camino entre la multitud, aceleramos el paso hasta encontrar unas calles más solitarias. Miré atrás en la penumbra y me pareció ver a alguien, pero estábamos solos y tranquilos. Todos se habían quedado en la plaza.

Se sentó Daniel sin avisarme en la escalinata que subía a una iglesia y me volví para sentarme con él. Acaricié su pelo que estaba todavía un poco húmedo y, volviendo su cara, le besé:

¿Más tranquilo? – le dije - ¿No te quejarás de tu éxito, eh?

Rió y volvió a besarme pero me separé de él porque se acercaba un chico muy joven y muy bello. Venía mirándonos con timidez. No era muy alto, de cabello castaño claro como sus ojos, algo delgado, ropa corriente y una sonrisa cautivadora. Se acercó a nosotros con timidez y sacó de su bolsillo trasero una de nuestras fotos.

¡Ven! – le dije - ¿Quieres saludar a Dany?

Agachó la cabeza y extendió su mano:

Sólo quería saber si me podéis firmar la foto ¿Os importa?

¡Nooo, chaval! – le dijo Daniel – Ven aquí, Tony tiene un boli ¿Qué quieres que te ponga? «Al chico más guapo que he conocido jamás, dijo en broma».

Y el chico volvió a agachar la cabeza por su timidez. Entonces, lo tomó Daniel por el brazo y lo sentó a su lado. Aquel muchacho sonrió abiertamente y le entregó la tarjeta de la foto.

Eres jovencito ¿eh? – le dije –. Pues si te gusta la música empieza a estudiar ya.

Me gusta la música – dijo -, pero no para ser músico. Lo que pasa

¿Qué pasa? – preguntó Daniel -.

Que… me gustáis vosotros.

¿Te gusto yo? – preguntó Daniel sonriendo -, me parece que nos has seguido para vernos, pero eres muy joven, chico… Ya sabes cómo es la ley.

Bueno – le contestó – pasaba por aquí y

¿Y qué? – le dije -, nadie de una orquesta se come a nadie, chaval.

Y en ese momento se levantó, besó a Daniel y salió corriendo. Nos levantamos nosotros y le perseguimos y lo pillamos sin tener que correr mucho, al volver una esquina. Daniel lo detuvo y pegó su espalda a la pared con un brazo a cada lado.

Te voy a dejar escapar – le dijo – porque eres un niño, si no

Y volviendo a meter su mano en el bolsillo sacó la cartera y me entregó su documentación: «No soy un niño ¿sabes?».

¡Joder – exclamé –, diría yo que tienes dieciséis!

Dicen – me contestó – que parezco más joven de lo que soy, pero ya voy para los diecinueve.

¡Ufff! – se arrascó la cabeza Daniel -, ¡ y yo quería descansar!, pero

Y besando el chico en los labios a Daniel y luego a mí, salió otra vez corriendo.

No importa, Tony – me tomó Daniel por el brazo -. Volverá al escenario.

Se acercaba la hora de volver y fuimos dando un paseo hasta la plaza. La gente, al vernos aparecer, murmuraba: «¡Ya vienen, ya vienen!».

Preparamos el equipo, cada uno se puso en su sitio y se acercó Daniel a hablarme. Me quité el micrófono y me dijo:

Quiero comenzar con los Queen; The Show must go on.

No es el tema más apropiado, tío – le dije -, pero te entiendo.

Comenzaron a sonar los acordes del teclado, entrecortados, y hubo un gran griterío en la plaza. Se volvió Daniel de espaldas al público y las luces de abajo (las que más me joden, dice Daniel) se encendieron cuando giró y comenzó a cantar agarrándose la entrepierna. Las chicas gritaban y tendían sus manos, pero Daniel se mantenía un poco retirado de ellas. Las luces bajas le acentuaban los volúmenes de su cuerpo y cuando llegó el momento más emocionante del tema, vi cómo se alejaba hacia la otra esquina del escenario; allí estaba, boquiabierto, nuestro joven amigo y, doblando su cuerpo hasta él le tomó fuerte por los brazos, tiró con fuerzas y lo alzó en los aires hasta el escenario. Seguía cantando agarrado a su cintura y su sudor caía sobre aquel tímido chico. Al terminar el tema, había vuelto a llenarse la plaza y vi cómo Daniel lo besaba (con la envidia de las chicas) y le señalaba la escalerilla para bajar.

Por fin, llegaron las seis de la mañana. Se acabó el trabajo; se apagaron las luces y los instrumentos; y la gente comenzó a irse hacia sus casas. No toda la gente. Aquel chico no se movía de su sitio; no parpadeaba. Recogí mi guitarra y le hice señas a Daniel de bajar por la escalerilla de la izquierda. Allí abajo, esperándonos sonriente, estaba «el chico más guapo que he conocido jamás».

Bajando el último escalón, se abrazó a nosotros y nos dio las gracias:

¡Joder! – dijo -, he pasado vergüenza, pero no lo olvidaré nunca.

Bueno – le dije -, cuando nos marchemos de aquí, seguirás con tus amigos ¿O es que no tienes?

Alguno tengo, sí – contestó -, pero no son como vosotros.

¡Chico! – le dijo Daniel -, busca a gente de tu edad, tenemos siete años más que tú.

¿Os disgusta eso? – nos preguntó -. Perdonadme, creí que podría ser vuestro amigo sin tener en cuenta la edad.

Daniel y yo nos miramos con disimulo y le dije:

¡Mira, jovencito! Eres precioso. Lo hemos hablado. No eres un niño, es verdad, pero no pensábamos que estabas tan alucinado con nosotros.

Y sin pensarlo demasiado, pero siempre cabizbajo, comenzó a decirnos que prefería estar con gente mayor que él, que los tíos de su pueblo lo consideraban un niño y que no le apetecía jugar con quinceañeros.

Y… ¿qué quieres de nosotros? – preguntó Daniel -. Ten en cuenta que nos vamos el domingo.

Os daré mi dirección, mi teléfono, mi e-mail – contestó -; escribidme, por favor. Os enviaré una foto mía si queréis.

¡Pues claro que sí! – le dije -, eres muy guapo (le acaricié la barbilla y me pareció que nunca se había afeitado).

Nos señaló hacia el fondo del escenario donde quedaba un estrecho pasillo con la parte trasera de unas casas. Entendimos que quería que fuésemos hacia allí y le seguimos. Entramos con un poco de dificultad y, llegando al centro, vimos que abría una puerta de madera:

Aquí debajo está instalada la electricidad – nos dijo -; mi padre es el electricista. Sólo yo sé esta entrada.

¿Nos estás invitando a entrar? – le preguntó Daniel -; alguien puede descubrirnos y serás tú el que te metas en un lío.

Me tomó de la mano y metió allí el estuche con la guitarra y luego tiró de mí. Entonces entró Daniel un poco asustado.

¿Puedo besaros? – preguntó en aquella oscuridad -; aquí nadie nos ve.

Pero fuimos nosotros los que le atrajimos, lo acariciamos, lo besamos y comenzamos a quitarle la ropa.

¡Esperad! – dijo -; nunca he hecho esto.

Nosotros tampoco - dijo Daniel -, te lo aseguro. Nadie se mete por detrás de un escenario en plena feria y se esconde debajo con un tío tan lindo como tú.

No – respondió -, no me refería a eso. No sé lo que tengo que hacer; nunca lo he hecho.

Con la poca luz que entraba por las rendijas, vi que Daniel y yo nos mirábamos asustados. Y entonces, con un poco de tacto, le dije:

Verás, chaval, ni siquiera nos has dicho cómo te llamas. Dinos tu nombre y nosotros te diremos lo que hay que hacer.

Me llamo Javi – dijo -, venga, quiero hacer de todo. Enseñadme. Lo único que he podido hacer hasta ahora es probar con un tubo de plástico blando, pero no es lo mismo.

Y entonces le dije al oído sensualmente:

Esto es muy fácil, Javi, haz exactamente lo que se te antoje.

Pero ya Daniel había descubierto su pecho y se había colocado tras de él para bajarle los pantalones y yo empecé a bajarme los míos. Y cayeron sus pantalones al suelo y luego sus calzoncillos. ¡No estaba nada mal! Enseguida empezó a acariciarnos y cuando vio caer mis pantalones al suelo, me agarró con fuerzas por la cintura, se inclinó y empezó con temor a besarme la punta de la polla, así que tomé su cabeza preciosa y tiré de ella hacia mí. Abrió con cuidado su boca y comenzó a chupar. Y mientras tanto, Daniel lo tomó por su cintura, le abrió las nalgas, le untó saliva y comenzó a penetrarlo. Notábamos que era verdad que no tenía ninguna experiencia, pero eso nos hizo poner más interés para que se sintiese a gusto. Poco después, comenzó su cuerpo a temblar cada vez más y más, poniéndose en tensión. Estaba a punto de correrse. Intenté agarrarle su polla pero me apartó la mano. La tensión de su cuerpo era enorme hasta que sentí que se corría sobre mí y Daniel dentro de él. Se incorporó con la respiración alterada y nos pegamos a él:

¡Por favor – nos rogaba -, os daré mi dirección y mi teléfono!; lo que queráis, pero no dejadme.

No, Javi, no – le dije -; no te vamos a dejar, bonito. Toma esta tarjeta (me agaché a sacarla del pantalón). Ahí tienes nuestra dirección y nuestro teléfono. Aún nos queda un día más aquí. Búscanos cuando quieras en el hostal. Mientras no nos vayamos, no vas a estar solo.

Y luego Daniel continuó:

Eres el chico más guapo que he conocido jamás. Mañana nos tendrás contigo; encima y debajo del escenario. Algún día, vendremos a por ti y pasarás un fin de semana con nosotros en casa y, a lo mejor, el año que viene nos encontraremos otra vez contigo detrás del escenario.