Un casting inolvidable

Un viejo productor de cine nos cuenta cómo se aprovechó de una inocente actriz primeriza. Nota: Este relato es ficción y no debería ser imitado. Tratad bien a la gente, perros.

La chica estaba nerviosa. Ponía sus delgados brazos en forma de cruz, agachaba esa cabeza de joven modosita adornada con un moño de color castaño, dirigía sus ojitos verdes hacia el suelo. Trataba de taparse el escote con las manos pero, a pesar de la menudez de sus pechitos, podía apreciarse esa carne aún joven y perfectamente lisa, esos contornos delgados de diecinueve años de edad. Intentaba desesperadamente sonreír con esos dientecillos blancos, pero esa expresión se asemejaba a la de una oveja a punto de ser sacrificada en un matadero.

Sí, estaba nerviosa. Estando delante de mí, aquello no era nada extraño.

¿Que quién soy yo? Muchas cosas. Un depravado, un mafioso, un viejo. Pero, en los ochenta, durante la época del destape, era un productor de cine. Estaba gordo como un tonel pero fuerte como un toro, y mi rostro feo contemplaba a esa zorrita con una evidente lujuria. Es imposible describir ante el hombre promedio, hastiado de todo y muerto en vida, la sensación de poder que experimenté en aquella oscura y pequeña habitación, desde detrás de mí escritorio, al ver cómo castañeaban sus dientes.

-Venga, guapa, relájate. Muchas chicas han hecho esta entrevista, y tú no serás la primera ni la última, ¿vale?

Le puse mi porcina mano sobre su hombro desnudo, le eché un vistazo largo a ese vestidito negro.

-Va… vale-respondió ella. Le miré a los ojos hasta que retiró la mirada. Eso me hizo relamerme del gusto.

-Bueno, ¿por qué quieres actuar en mi película?

Se llevó un dedo a la boca. ¡Qué adorable!

-Bueno, yo… siempre me ha gustado el mundo de la actuación y de la música, y… bueno, este musical me parece una buena oportunidad para demostrar mis talentos.

-Claro, claro… ¿y por qué crees que debemos contratarte a ti? ¿Qué nos puedes ofrecer?

Se lo pensó durante unos segundos mientras mi pene se iba endureciendo.

-¡Pasión! Pasión y esfuerzo, sobre todo-indicó, con una sonrisa más confiada-. Quizás haya mujeres más talentosas que yo, pero ninguna más esforzada.

-Sí. Veo en tu currículum que has estado trabajando en la tienda de costura de tu madre, ¿no?

Asintió, con un entusiasmo infantil.

-¡Así es! Y, con el dinero que gane, espero ayudarla. Últimamente estamos pasando por una mala racha, ¿sabe?

-Vaya, qué pena-indiqué, con una falsa afectación-. Bueno, te garantizo que pagamos bien. Mira, vamos a hacer unas pruebas, ¿te parece bien? Para comprobar tus talentos.

-¡Claro! Para eso estamos aquí.

Sus reticencias iniciales parecieron desvanecerse. Adopté el papel de padre protector, de hombre maduro y responsable. De gordito inofensivo. Es lo que mejor se me da.

-Bien. Primero, empieza a cantar. Te he dado la partitura y la letra, a ver qué tal lo haces.

Eso hizo. Y, por Dios, qué bien lo hizo. Su voz parecía esculpida en decibelios por los ángeles, su sensualidad era solo comparable a su inocencia. Disfruté de aquella voz aguda y sensible, de su desparpajo, del modo en que se desinhibió gracias a aquel pequeño examen práctico.

-¡Perfecto!-exclamé, aplaudiendo con una falsa sonrisa-. Bien, aquí viene la siguiente prueba, y esta es más sencilla.

-¡Bien!

Ella asintió, expectante, segura de sí misma, brillante en su bisoña felicidad. Me encanta elevar a esas zorras para luego tirarlas al fango, me encanta destrozar todas sus expectativas.

-Bien. Dame tus bragas.

La larga pausa que hizo me confirmó que había tenido éxito. Su confianza en sí misma se había desmoronado como un castillo de naipes. Habló, sin mantener contacto visual, mirando fijamente a la mesa:

-¿Có… cómo?

-No sé qué puede no haber quedado claro. Te he dicho que me des tus bragas.

Pude oír cómo trataba saliva. Sin ningún disimulo, me llevé una mano a la entrepierna y me acaricié el capullo.

-Pero… esto… forma parte de la actuación, ¿no? Quiero decir que… me parece algo inapropiado, ¿ve… verdad?

Su risa fue tímida y temerosa. Mi risa fue desagradable y grosera. Me incorporé, haciéndole ver mi tremebunda erección, y le pellizqué una mejilla con la misma mano con la que me había tocado la polla.

-Mira, eres una chica inocente e inexperta, así que te lo voy a explicar muy lentamente-le puse las manos sobre los hombros, haciendo fuerza para demostrarle que no tenía ninguna posibilidad de escapar-. El mundo funciona así: los fuertes mandan y los débiles obedecen. Y tú puedes formar parte de los fuertes, no te equivoques: puedes convertirte en una actriz de éxito envidiada y querida, puedes convertirte en la musa de millones. Para eso, tendrás que obedecerme, y yo te haré fuerte. O puedes abandonar y no trabajar en el cine en tu vida-apreté hasta hacerle daño-. ¿Y si no encuentras trabajo para sustentar a tu madre? ¿Y si tienes que sobrevivir chupando pollas de hombres sudorosos? Mejor sufrir durante un par de horas que durante el resto de tu vida, chiquitina… pero es tu decisión. Nadie te va a obligar a hacer nada.

Puse mi gorda mano alrededor de su cuello, olfateé su sedoso pelo. Claro que la estaba obligando, pero quería que ella diera el primer paso.

-Está bien…-musitó en un hilo de voz, alicaída, derrotada. Solté su cuello y esperé, con un hilo de saliva colgando de mi boca. Ella se llevó la mano a su minifalda, trató de evitar que la mirara a pesar de que seguramente intuía ya lo que iba a pasar a continuación. Extrajo con las manos temblorosas unas bragas blancas y limpitas, una prenda tan pura como aquella joven a la que iba a destrozar para siempre. Extendió el brazo, mostrándomelas como si le quemara tocarlas, y esperé un par de segundos para cogerlas.

Una vez las tuve en mis manos, hundí mi cara en ellas, las lamí con insistencia. Olían a pureza, a años de sexualidad reprimida. Las mordí delante de la horrorizada muchacha y, tras unos segundos de disfrute, se las tiré a la cara. Chilló. Dios mío, qué cachondo me pongo al recordar cómo chilló.

-Bien, eres una chica obediente, y tu coño parece saber a florecillas sirvientes. Pero quiero conocerte aún mejor…

La agarré de la cintura, a pesar de que movió sus brazos instintivamente para protegerse. Aproximé mi cara a la suya, la besé con una pasión desatada. Sobando su culito pequeño pero carnoso, le metí la lengua en la garganta a pesar de sus arcadas. Presioné su cuerpo perfecto contra el mío, bañándome con su calor.

-Po… por favor, no… seré…-le metí la lengua con más fuerza aún-... seré una buena actriz, le daré mucho dinero. Por favor… ¡por favor! Soy virgen…

-Mejor aún. Una primera vez para recordar.

Acto seguido, sin mediar palabra, le metí mi dedo corazón en su vagina. Dejé que mi uña larga y afilada se deslizara por su seco clítoris. Joder, se notaba que aquello no le excitaba nada, y eso solo me puso más cachondo aún. Metí también el índice, comencé a masturbarla con más rapidez. Tras unos minutos, le metí la mano entera, disfrutando de los temblores que recorrían su cuerpo como descargas eléctricas, de las lágrimas que ya comenzaban a asomar por sus ojos y de los gemidos animalescos e involuntarios que salían de su boca.

-¡Para! ¡Para, por favor, no quiero el papel! ¡No…

Con la otra mano, sin soltar su inocente coñito, le di un puñetazo en el estómago. Después de todo, herirle la cara sería hacerle daño a la mercancía.

-Me importa tres cojones lo que quieras o dejes de querer.

Introduje mi puño  hasta la mitad en su agujero, golpeé sus paredes vaginales con mis fuertes nudillos. La agarré del pelo, chilló, me reí. Le escupí en un ojo, deleitándome en su ignominiosa expresión de asco.

-Piensa en cuánto te lo va a agradecer tu mamá cuando traigas dinero a casa… y piensa también en lo que le haré a ella si no obedeces.

Eso hizo que su expresión de terror se le quedara congelada en el rostro.

-Imagine lo que le haré a tu amiga Claudia, al maricón de tu tío… imagina lo que sufrirás si no me obedeces.

La sensación de poder que experimenté al sacar de golpe el puño, haciéndola chillar, fue indescriptible. Le hice abrir la boca y metí dentro aquellos dedos que habían estado dentro de ella. Hice que la putilla saboreara el sabor de su propio coño, disfruté al pasar mis uñas por las lágrimas que corrían por sus mejillas y lamerlas.

-¿Te queda claro? Mírame a los ojos mientras me lo dices, perra.

Eso hizo. Sus dos pupilas parecían vacías y muertas.

-Sí. Haré… haré lo que me pidas.

Le di una cachetada en el culo, entre risas.

-Eres mi puta, ¿a que sí?

Durante los dos segundos que tardó en responder, me miró como si quisiera que un rayo me partiera.

-Sí…

-¡Dilo!

Sollozó.

-Soy… soy tu puta.

-Perfecto. Quítate el vestido, entonces.

Obedeció sin rechistar, frunciendo el ceño. Con una lentitud titubeante, sollozando sin parar, dejó caer sus tirantes y, en unos segundos, ese pedazo inútil de tela negra estaba en el suelo. Eché un buen vistazo a su figura delgada, me acerqué mientras me desabrochaba el pantalón. Con tranquilidad, pasé mis dedacos por sus costillas marcadas, por sus erectos pezoncitos. Disfruté al acariciar su plano vientre, al tocar su piel de gallina.

-Madre mía, parece que en tu pellejo hay volcanes pequeñitos… me excita mucho saber que te estoy asustando tanto.

Después de esa frase, hundí mi rostro en esas tetas menudas pero firmes y desafiantes, picudas como puntas de lanza. Lamí sus pezones, poseído por una pasión asesina, la agarré de la cintura. A través de su pecho, podía sentir sus nerviosos latidos. Había empezado el día tan ilusionada y yo había hecho que tuviera miedo de su propia sombra. Y se iba a poner peor.

-Bien, chica, el aperitivo ha estado bien, pero no estaría tan gordo si ignorara los platos principales.

Con paciencia, me desabroché la camisa, dejándole ver mi pecho peludo. Me despojé de la chaqueta y de los pantalones, le dejé horrorizarse ante un cuerpo cubierto de grasa maloliente, ante el resultado de muchos vicios y pocas virtudes, ante una figura fuerte y fea que parecía esculpida por los demonios más depravados del infierno. En mis calzoncillos manchados de ketchup podía apreciarse un bulto gigantesco, los contornos del arma más poderosa de dominación sobre la faz de la Tierra, de la herramienta a partir de la que se moldean las porras de policía y las espadas.

-Po… por favor…

-¿Qué?

-Ya sabes… no quiero…

-Bah, me da igual. Mira, abre el cajón que está junto a mí, que tengo una sorpresa para ti. Te ayudará a superar este mal trago.

Cautelosa, se acercó, mientras el tamaño de mi pene iba aumentando cada vez más, mientras yo le lanzaba bestiales miradas a su culo desnudo y a ese coñito encantador donde habían estado mis dedos. Metió la mano y extrajo un saquito relleno de polvo blanco… así es, amigos, cocaína. Me costó una pasta, porque entonces estaba más de moda el jaco, pero probarlo con estas muchachas inocentes y estúpidas bien merecía la pasta que me gastaba.

-¿Qué es esto? Yo no… yo no me drogo. Yo…

-Bueno, entonces tendrás que recibir mis embestidas sin nada que te ayude a sobrellevarlas, sin nada que te ayude a evadirte… y me aseguraré de que te duela…

Apretó los dientes, cerró el puño. Creo que, por un momento, pensó en resistirse. Pero sabía que no podía.

-Bien, veo que nos entendemos. Anda, pon la coca en la mesa.

La vertió sobre mi escritorio, lloriqueando patéticamente. Saqué de mi bolsillo un billete y formé un rulo.

-Venga, tómala con tu nariz. No te pases y toma un poco, que te va a dar un subidón.

Restregué mi paquete sobre sus nalgas mientras, con lentitud, ella aspiraba.

-¿Así?

-Así. Muy bien, guapa. Eres una zorra estúpida, pero al menos sabes obedecer.

Hice que apoyara sus manos en la mesa mientras masajeaba sus nalgas, mientras esperaba a que la droga hiciera su efecto. Pude sentir cómo comenzaba a sufrir espasmos, le lamí la frente para comprobar que un sudor frío corría por ella. Tenía miedo, por supuesto: se acababa de meter algo extraño en el cuerpo, acababa de contaminarse para conseguir un papel de mierda en una película mediocre que ya solo recuerdan un par de frikis nostálgicos. Compartimos un momento íntimo y silencioso en el que mis tetas de hombre y mi prominente barriga se restregaron contra su espalda… pero, llegado cierto punto, no me pude contener.

Me bajé los calzoncillos, extático, mostrándole un pene gigantesco y cubierto de verrugas que le hizo pegar un respingo. Pero no volvió a pedirme que parara. Sabía que sería inútil.

Sin perder el tiempo en escupitajos, en lubricantes ni en gilipolleces, le metí la polla de golpe. Su seca vulva se resistía, pero el dolor solo me hizo penetrarla con más fuerza, rompiendo la barrera que me desafiaba con tal osadía. La agarré de la cintura, de esa cintura que temblaba como un terremoto, y comencé a embestirla como un cabrito enloquecido. Ella soltó un gemido ahogado, demasiado desesperada incluso para gritar. Mi enorme cipote se metía en ese estrecho túnel mientras mis manos golpeaban sus nalgas, mientras hacía descender puñetazos devastadores sobre ese culito joven.

-Esto es todo para lo que sirves…-susurré. Solté su cintura para agarrarla del pelo, y esa vez sí que chilló-. Crees que tienes buena voz y que eres una chica sofisticada, pero solo sirves para follar…

Un hilo de baba caía de mi boca mientras decía eso. Este impactó contra su cuello, le hizo encabritarse. La coca ya le estaba devorando los nervios, hacía que sus piernas enclenques se movieran como una montaña rusa, masajeando mis huevos peludos con esas pantorrillas.

-Mira que eres cobarde y puta…-gruñía yo, sin dejar de penetrarla, mordiéndole una oreja-. No vas a llegar a nada en la vida aunque te dé el papel…

Aquello fue lo que terminó de quebrarla. Sus sollozos se convirtieron en llantos ruidosos y agudos, sus piernas se debilitaron aún más. Pero yo seguía sin detenerme, disfrutando de la presión de ese prieto coño sobre mi polla, de cómo comenzaba a desgarrarse. He penetrado conejos de todo tipo durante mi larga y afortunada vida: de todas las edades, de todas las razas, depilados y sin depilar… y los de las vírgenes son siempre los mejores.

La follé con tal fuerza que pronto empezó a sangrar, afectada por un virginal desgarro. Aquella lluvia roja bañó a mi conquistador miembro, lo cubrió de una gloria lúbrica e inimitable. Perdiendo el control de mis instintos, la agarré de nuevo de las caderas mientras el semen comenzaba a asomar desde mi capullo. Ella me miró, enloquecida por la droga y la situación, consciente de lo que iba a suceder. Antes de que pudiera pedirme que parara, le tapé la boca con mi mano sudada. Y, cuando eso sucedió, no pude contenerme más. Una explosión blanca y viscosa inundó su interior, solté un grito bárbaro de victoria. Me aparté, todavía poseído por la rabia y la pasión, la tiré al suelo. Una vez allí, sacudí mi nabo en su rostro, haciendo que unas gotas cayeran en sus dilatadas y horrorizadas pupilas.

-Bien, putilla, te has ganado tu papel. Si te quedas embarazada, avísame para que te pague el aborto. Y abre la boca, que me están dando ganas de mear.

Eso hizo. Usando sus dos dedos índice, ensanchó ese agujero para recibir mi fétida lluvia dorada. Me alivié, manchando su rostro, el suelo, salpicando sus ojos, haciendo que se atragantara con mis meados y sus propios mocos. Desde luego, su cara parecía un cuadro. Cuando terminó de tragar, con un claro trauma cultivándose en su mirada, abrió la boca para tomar aire.

-Oye, ¿te has creído que esto es un hotel? Sal de aquí en menos de un minuto si no quieres perder tu papel. Y, si los guardaespaldas quieren follarte, déjalos.

Asustada, temiendo la posibilidad de que todo ese sufrimiento hubiera sido para nada, salió corriendo con el vestido en la mano, sin tiempo de cambiarse ni de limpiarse, ni siquiera de ponerse sus ridículos zapatitos. Yo me quedé con sus bragas en la mano, haciéndome una paja mientras los seguratas se aprovechaban de ella. ¡Qué magnífica noche!

La chica se hizo algo famosilla, aunque nunca fue gran cosa, actuando en alguna película que otra durante las décadas siguientes. Por lo visto, tenía tendencia a la depresión y se hizo adicta a la coca, vaya usté a saber por qué. Un buen día de principios de los 2000, la chica decidió que al mundo le hacía falta una putilla menos y se cortó las venas en su bañera. No sé si esta desoladora experiencia tuvo algo que ver, pero espero que sí. En cualquier caso, en cuanto me enteré, me hice una paja a su salud. Que no se diga que no pienso en mis actrices.