Un casado en la sauna

Un chico casado decide ir un día a una sauna gay para saber que se siente al chupar una polla. ¡Y lo sabrá!.

Había encontrado aparcamiento en la misma calle, a escasos metros de la sauna. Volví a mirar la publicidad que tenía en el bolsillo y, efectivamente, ese era el lugar al que me dirigía. Bajé unas escaleras y me encontré con una ventanilla junto a una puerta cerrada.

  • Hola corazón, son diez euros - me espetó un ser indefinido a medio camino entre efebo y mujercita.

Saqué el dinero, pagué y a cambio me entregó las llaves de la taquilla dieciocho en una muñequera, unas zapatillas de goma, una toalla, un trapo blanco de algodón, un preservativo y un sobrecito con lubricante íntimo. A mi lado sonó el zumbido que indicaba que la puerta se había abierto y entré.

Tenía esa sensación en el estómago de cuando estás haciendo algo prohibido. Mi pulso temblaba ligeramente, tenía la garganta seca, las manos frías y me estaba meando. Realmente estaba nervioso, me había costado mucho decidirme a hacerlo. Le había dicho a mi mujer, embarazada de siete meses que me ausentaría un par de días para hacer unas visitas por cuestión de trabajo en una ciudad cercana a la nuestra. Sabía que allí encontraría lo que buscaba: una discreta sauna gay donde no corriera el peligro de encontrarme a nadie conocido. Aunque no me atraen sexualmente los hombres, siempre había tenido la fantasía de poder acariciar, tocar y chupar un pene. No quería ni besos, ni romanticismo, ni el largo ritual de un ligue: sólo ansiaba probar una polla.

Me encaminé por un pasillo hasta unas cortinas bajo un cartel donde se leía "vestuarios". La zona de vestuarios no era más que el mismo pasillo con taquillas a un lado y bancos en el otro. Abrí la taquilla y empecé a desnudarme. Al momento entraron un chico más o menos de mi edad y un señor algo mayor. Yo me sentí un poco cohibido pero ellos continuaron charlando amigablemente sin hacer caso de mi presencia, así que continué quitándome la ropa. Me enrollé el trapo blanco alrededor de la cintura y me dirigí a los baños a vaciar mi vejiga e intentar tranquilizarme.

Los urinarios estaban oscuros, iluminados únicamente por un fluorescente de luz negra y la pantalla del televisor que emitía incansablemente escenas de sexo entre dos musculosos y depilados hombretones. Acabé de mear y salí al mismo tiempo que entraba el chico que había visto con el señor en la zona de vestuario.

  • Que rápido has ido.

Lo miré de arriba abajo, suponía que querría alguna cosa de mí, pero consideré que no era precisamente lo que yo había venido a buscar. Le sonreí afirmando con la cabeza y simplemente salí de allí. Crucé los vestuarios, pasé por un pequeño bar donde varios hombres cubiertos con sus trapos blancos estaban conversando mientras tomaban una copa y entré en la zona de saunas. Allí había varios colgadores para los trapos, una zona de duchas y dos puertas, una de madera con un ventanuco y otra de material plástico. Enseguida adiviné que la de madera pertenecía a la sauna seca, mientras la otra debía pertenecer a la sauna húmeda o baño turco.

Colgué el trapo blanco y me dirigí a las duchas. La zona de duchas estaba casi en penumbra y totalmente desierta. Mientras el agua caía sobre mi cabeza y los nervios se apoderaban una vez más de mi cuerpo, meditaba sobre que sauna debía visitar primero. Tomé la decisión que lo más adecuado, dada mi inexperiencia y mi estado de nerviosismo, sería entrar en la sauna húmeda ya que parecía estar más oscura que la otra. Y efectivamente era así: cuando abrí la puerta pude observar que aquello era una pequeña estancia de fibra de vidrio rodeada por un banco plástico pegado a su pared. En la oscuridad pude vislumbrar a un hombre de pie acariciando más abajo del ombligo a otro y otros tres plácidamente sentados en el banco que circuncidaba la estancia. Cerré la puerta tras de mí y el negro más absoluto se apoderó de aquel lugar. En mi memoria busqué un sitio en el banco donde no hubiera nadie sentado y allí me dirigí. El calor era sofocante, el aire húmedo no dejaba transpirar la piel y gruesas gotas de líquido se deslizaban por mi cuerpo.

Escuchaba la respiración de las otras personas y, en medio de la más absoluta falta de luz, creí adivinar que uno de los que estaban de pie estaba masturbando a otro mientras el que estaba sentado en el banco de enfrente de mí también debía estar gozando de una forma u otra, ya que suspiraba incesantemente. La puerta se abrió varias veces. Primero salió uno de los que estaban de pie, luego entro alguien, volvió a salir alguien más y por fin un hombre entró, se quedó unos instantes de pie tras cerrar la puerta y sentí como se sentaba a mi lado. La puerta se volvió a abrir un par de veces para dejar salir más gente y finalmente quedamos solo tres personas sentadas en el cubículo.

Pasaron unos segundos y una mano se posó sobre mi pierna para ir ascendiendo hacia mis genitales. Tomé valor e hice lo mismo: situé mi mano sobre el muslo del tipo que tenía al lado e inmediatamente la subí hasta colocarla sobre su miembro. Era la primera vez en mi vida que tocaba la polla de otro hombre, aquello era una experiencia nueva para mí. Cerré mi mano alrededor del anónimo falo y empecé un suave movimiento masturbatorio, haciendo que creciera y adquiriera dureza. La notaba extremadamente suave y dura, me gustaba sentir ese tacto en mi palma. La mía en cambio no reaccionaba, aunque me excitaba mucho lo que estaba haciendo, estaba tan concentrado en mi mano que no sentía la de mi compañero de banco en mi propio nabo.

No sabía si aquello sería lo correcto, la verdad es que ni siquiera me había informado de cómo funciona el tema de las saunas, pero decidí no andarme con remilgos, así que me dejé resbalar hasta quedar arrodillado en el húmedo suelo de fibra de vidrio de la pequeña estancia e inclinando la polla de mi desconocido amante hacia delante hice que entrara suavemente en mi boca.

Ya estaba, ya tenía lo que quería, un rabo duro y caliente en mi boca. No sabía si lo que estaba haciendo era lo que se acostumbra o si actuaba con demasiada osadía, pero el caso es que ahí me encontraba con la boca llena de polla y al amo del miembro en cuestión no parecía molestarle en absoluto.

Intenté hacerlo lo mejor posible, como me gusta que me lo hagan a mí. Con mi boca succioné creando un potente vacío, siempre intentando que mis dientes no rozaran el falo, mientras con el dedo índice y pulgar creaba una arandela que estrangulaba la base del miembro. Mi cabeza realizaba el movimiento arriba y abajo, acompañada con mi mano. El sujeto respiraba pausada y profundamente, gozando de la felación de que era objeto. Así continué durante unos escasos minutos, durante los cuales realicé algunos cambios de ritmo e intenté introducirme en un par de ocasiones el duro falo hasta lo más profundo de mi garganta, procurando controlar mis arcadas al sentir el contacto con la campanilla.

Me toqué mis genitales, buscando una reacción, pero aunque la situación me excitaba mucho, esta excitación no se veía reflejada en una erección. Todo mi ser estaba concentrado en esos momentos en la perfecta realización de mi tarea de succionador de pollas. Evidentemente, si los tíos nunca me han atraído físicamente, no era previsible una respuesta de mi líbido. Aun así no entendía por que si estaba realizando uno de mis mayores sueños eróticos, no se manifestaba una erección. De todas formas decidí no preocuparme más por esa menudencia carente de importancia en esos momentos.

Sólo habían pasado escasos minutos desde que empecé mi actividad feladora (o eso me pareció a mi), cuando el tipo empezó a emitir discretos gemidos a la vez que abría más las piernas y desplazaba su culo hasta la punta del banco. Sus manos se posaron sobre mis hombros, pero sin forzar en ningún momento mis movimientos, y yo sentí la inminencia de su orgasmo. Succioné con ganas sobre su capullo, con la cabeza quieta, mientras pasaba mi lengua arriba y abajo a lo largo de su frenillo atrapado dentro de mi boca, y con mi mano masturbaba rápidamente la parte de polla que quedaba fuera. El resultado no se hizo esperar: un ligero quejido precedió a una primera descarga de semen que fue a estrellarse en mi lengua. Le siguió un "sí" arrastrado que acompañado por un ligero movimiento de sus caderas hacia delante ayudó a depositar otra emisión de esperma en mi cavidad bucal. Y un largo pero leve "oh" guió el resto de su eyaculación dentro de mi boca.

Cuando percibí que ya había acabado su orgasmo, devolví mi mano a su posición original, con mis dedos índice y pulgar rodeando la base del pene, evitando que perdiera aún su rigidez. Abrí mi boca y, retirando la cabeza, dejé que su miembro se deslizara fuera de ella al tiempo que también salía el semen acumulado en su interior, yendo a caer sobre el húmedo suelo de la sauna. Al retirarme sus manos perdieron contacto con mis hombros y creí adivinar que quedaron depositados sobre sus piernas.

Sin ningún comentario mío ni por parte del tipo al que yo acababa de hacerle una mamada de campeonato, me erguí y recuperé mi posición inicial, sentado a su lado, pero sin tocarse nuestros cuerpos. Pasaron unos segundos y el hombre que me acababa de llenar la boca con su leche se levantó, abrió la puerta y se fue. Creí adivinar por su silueta que era un hombre de mediana edad, con algo de tripa y con poco pelo en la cabeza.

Esperé unos momentos, reflexionando sobre lo que acababa de suceder. No estaba pensando si era correcto o no lo que había hecho, sino en las sensaciones, en la situación. Por el poco tiempo que me había costado que se corriera, el tipo debía ir muy caliente o yo era un mamón de campeonato. Pese a que yo esperaba que el gusto y la textura del semen me darían mucho asco, la verdad es que prácticamente no había notado su espesa y sedosa consistencia ni había sentido un gusto tan desagradable; seguramente se debía a que no lo había mantenido en la boca el suficiente tiempo o a que el calor y la humedad de la oscura sala me embotaban los sentidos.

Se abrió la puerta y entraron un par de personas más, y tras cerrar la puerta y permanecer unos instantes de pie, se sentaron en algún lugar del banco perimétrico. Alguien salió. Alguien volvió a entrar. Alguien se sentó a mi izquierda. Alguien se puso de pie enfrente de mí. Pasaron unos segundos silenciosos. El hombre que estaba de pie se inclinó ligeramente a acariciarme la pierna. Mi mano derecha encontró la suya, le siguió el brazo hasta el pecho y bajó por su tórax y su abdomen. Tenía todo el cuerpo afeitado. Al llegar a sus genitales encontré otra mano que le estaba pajeando con una suave cadencia. Adiviné que era la mano del que tenía sentado a mi lado. No perdí la ocasión, aún así, de acariciar la base de ese miembro, duro y de considerable grosor. Intenté tomar conciencia del tamaño, procurando no interferir en el movimiento masturbatorio. Era un buen trasto, realmente. Mi mano se posó finalmente bajo los testículos del homenajeado, acariciándolos suavemente, mientras notaba el vaivén de la paja. Mi mano izquierda se dirigió, a su vez, a mi compañero de banco, para encontrarme que con su otra mano se estaba manoseando un erecto y duro nabo, largo y flaco. Le tomé la alternativa masturbándole con la izquierda, mientras con la derecha continuaba masajeando los huevos del tipo que teníamos delante.

Al cabo de un buen rato el masaje a dos manos que le estabamos dando nos recompensó con unos gruñidos y unas contracciones en su escroto que señalaban que nos estaba duchando con su leche. Sólo que a causa del húmedo calor del cubículo donde nos encontrábamos no pudimos percibir los espesos goterones salpicando nuestra piel.

El hombre se separó de nosotros y se dirigió a la puerta mientras cerca de nosotros se escuchaba una voz grave gimiendo "¡me corro, me corro!". Me pregunté dónde y como se estaría corriendo y eso me recordó que tenía una polla en la mano. Pero parece que no fui el único que se dio cuenta de ello, ya que el dueño de esa polla se levantó y se plantó delante de mí.

Yo, ni corto ni perezoso, incliné mi cuerpo hacia delante y abrí la boca, dejando que esa fina barra de carne se acomodara en ella, para después sellar los labios y succionar contundentemente, mientras pajeaba la parte de polla que quedaba fuera. Pero éste no iba a limitarse a ser sujeto pasivo de una mamada: situó sus manos sobre mi cabeza y me forzó a tragarme toda la longitud de su miembro. La primera embestida me cogió de improviso y me produjo una arcada. La segunda me obligó a que me agarrara a su cuerpo. Mis manos fueron a parar a sus nalgas. Se notaba un culo prieto y duro, muy peludo. Otra arremetida de sus caderas me provocó una nueva arcada que yo intenté contener en la medida de lo posible. Y a la cuarta presionó durante varios segundos mi cabeza, con su polla metida hasta la entrada de mi esófago, hasta que la retiró ordenándome que abriera mi boca. Obedecí y permanecí con la boca abierta mientras él se acababa masturbando y vaciando todo el contenido de su vesícula seminal en el fondo de mi garganta y sobre mi lengua. Cuando acabó y liberó su mano de sobre de mi cabeza, el mismo acto reflejo de cerrar la boca impulsó gran parte de la leche contenida en ella hacia mi estómago. Tragar esperma no entraba en mis planes, pero ya que no había marcha atrás, acabé de engullir el resto, mientras el tipo que me había follado la boca se sentaba otra vez a mi lado. El semen de ese tío con el culo peludo no tenía tan mal sabor al fin y al cabo.

Decidí que ya había llegado el momento de salir de ese oscuro cuchitril, al menos para poder respirar un poco. A oscuras me dirigí a la puerta y la abrí. Salí y me encaminé a las duchas contiguas. Después de casi media hora dentro de la sauna el aire y el agua de la ducha daban la sensación de estar sensiblemente fríos. Cerraba los ojos mientras el agua acariciaba mi cuerpo.

  • ¿Tu no eres Gómez Lasheras? - me preguntó una voz

Mi corazón dio un vuelco. Miré sorprendido hacia la persona que me estaba hablando y reconocí en ese cuerpo desnudo al profesor García del Busto, el catedrático que había sido el tutor de mi tesina de final de carrera.

  • Señor García... que casualidad...

  • Puedes jurarlo, chico. - me miró de arriba abajo - Yo ya me he retirado y he vuelto a mis orígenes, nací en esta ciudad. - volvió a mirarme

  • Pero no sabía que tú... O sea, pensaba que estabas casado.

  • ¡Sí, sí, estoy casado! Es la primera vez que vengo a una sauna. No vaya usted a pensar...

  • ¿Qué eres maricón? Tranquilo, pasa en las mejores familias, no serás el primero que deja a su mujer para irse con otro hombre.

  • No, no, se confunde. A mi no me van los hombres.

  • Pues nadie lo diría, bonito - concluyó, mientras me daba la espalda mostrándome su velludo trasero.