Un campeón contra las cuerdas (3)
Gorka consigue conocer al fin a su verdadero padre, y averiguar los motivos exactos del recelo irracional que siente Germán hacia su persona. Estas experiencias vitales le infunden mayor confianza en su valía profesional.
Cuando el maitre del refinado local me introdujo en el interior del comedor, el corazón me latía a mil por hora. Según me acercaba a la mesa donde se encontraba aquel desconocido cuarentón, de muy buen ver y mejor catar, dicho sea de paso, me quedé asombrado al comprobar el parecido extremo físico que había entre nosotros, algo que mi madre ya me había advertido el día que me entregó el sobrecito de marras. Rafael se mantenía tan joven en apariencia, que más que un padre parecía un hermano mayor despegado a quien hiciera años que no veía.
¿Qué pasa, campeón? ¿Cómo estamos? me ofreció su fuerte mano y se levantó para abrazarme como si me conociera de toda la vida
Bien, bien, gracias nos sentamos a la mesa, estudiando sin disimulo nuestros comunes rasgos Me sorprendió recibir tu llamada después de tanto tiempo. No la esperaba, de verdad.
Bueno, hijo, si te puedo llamar así, para mí también es algo difícil. Fue un suceso que marcó mi vida posterior de manera absoluta. De hecho, he tardado muchos años en rehacer mi vida a consecuencia de aquello. Hace sólo seis años que me casé con Patricia, y mis hijos son todavía muy pequeños, el menor tiene apenas dos años
Comprendo.,..
¿Y como está tu madre, quiero decir Begoña?
Ella está bien, se casó con un amigo de su hermano poco después
¿con un amigo de Unai? mi padre se quedó pensativo por un instante y luego, restándole importancia añadió ¿No será Aitor por un casual?
Sí, ¿le conoces?
Interrumpimos la conversación, tragándome las ganas de enterarme de su historia con mi madre, al acercarse el camarero con la comanda electrónica en ristre. Tras tomar nota y alejarse, la conversación retomó su ritmo anterior.
Perdona, te iba a decir que Aitor era uno de mis mejores amigos en Lekeitio, y fue a través de él que conocí siendo un quinceañero aún a tu tío Unai, y luego a tu madre. Aitor y yo rivalizamos por ella, pero yo me llevé el gato al agua desde un principio. Fue una historia muy bonita, muy limpia
Por lo menos hasta el verano del 84 añadí yo sin ironía, a juzgar por las marrulleras maniobras de su familia para alejar a los dos enamorados - ¿porqué te negaste a darme tu apellido, Rafael?
¡Pero si yo no me negué !- abrió mucho los ojos, sorprendido de una pregunta tan directa recién comenzada la conversación - eso fue cosa de mis padres, que eran muy antiguos. Yo era demasiado joven para tomar una decisión consciente, pero mi deseo hubiera sido casarme con Bego, o, al menos, reconocerte como hijo propio con todos los derechos. Pero mis padres se negaron en redondo, me dijeron, y perdona por la expresión, que un Arizmendi no podía casarse con la hija de unos mesoneros vascos. Así de claro, y así de contundente. Y me mandaron a estudiar la carrera a Londres, en un intento de poner tierra de por medio, al ver que yo seguía empecinado en continuar mi relación con tu madre.
Pero entonces ¿porqué no volviste a visitarnos ni te preocupaste por conocerme a lo largo de estos años?
Que más hubiera querido yo durante años no dejé de pensar en como sería mi hijo, en si se parecería físicamente a mí, que veo que sí y mucho, en que clase de persona se convertiría con el tiempo, y si le habria afectado negativamente la ausencia de la figura paterna. Pero tus abuelos maternos, que estaban conchabados con mis padres, tampoco me permitían que le llamara y las cartas que le escribía desde Londres me eran devueltas invariablemente con la leyenda "destinatario desconocido".
Si, al parecer mis abuelos enviaron a mi madre a pasar una temporada a Donosti con unos familiares. Yo nací allí de hecho, aunque llegué a Lekeitio con unas semanas de vida.
Nunca he podido olvidar a tu madre. Para mí supuso mucho más que el primer amor. Yo hubiera estado orgulloso de casarme con ella, pero no pudo ser. Quiero que sepas que no fue culpa mía, éramos demasiado jóvenes para tomar una decisión autónoma. Mis 19 años no eran como los de los chavales de ahora, yo me dejaba mangonear demasiado por mis autoritarios padres.
Si me permites que te diga algo, Rafael, no sabes como te he echado de menos durante todos estos años de mi vida. A pesar de que Aitor me dio su apellido y el cariño de un verdadero padre, para mí el misterio de mis orígenes ha podido más que las buenas intenciones de mi familia. Me ha marcado a fuego por completo, y me ha hecho ser una persona más madura y comprensiva, creo.
Maduro sí me pareces, mucho más que yo a tu edad, desde luego. Y el hecho de que seas boxeador no me sorprende, puesto que yo mismo fui un conocido púgil amateur en mi juventud, pero en el peso welter, claro.
¿Qué me dices? me quedé muy sorprendido de que algo tan íntimo mío pudiera haberlo heredado vía genética.
Mi padre no quería oir hablar del asunto, así que combatía con el seudónimo de Rafa Ramos "el destructor de Lekeitio". Pero no llegué a competir profesionalmente, eso hubiera agotado la paciencia de mi santo padre.
Entonces..,¿vendrías a verme a algún combate importante cuando debute en el mundillo profesional este año?
Que cosas tienes, Gorka, dalo por hecho. Aunque no pueda ejercer de padre contigo, al menos cuenta conmigo como amigo. Allí estaré en primera fila.
La recién nacida relación con mi padre prosiguió su curso natural, y con el tiempo me fui convirtiendo en parte importante de su vida. Me presentó a su mujer, y a sus dos adorables criaturas, una de ellas una preciosa niña de cuatro años, llamada precisamente Begoña, "como la patrona de Bizkaia" me comentó Rafa, volviéndose hacia mí para guiñarme el ojo de manera cómplice, mientras su esposa estaba distraída colocando el babero del más pequeño de los dos, el travieso Iker. A mi me emocionó el detalle, y le quise más que nunca a partir de ese momento, no sé si como a un padre, pero sí como a un amigo muy querido y como a una fotocopia mía a los cuarenta años.
En cambio mi relación con el dichoso Germán no había prosperado lo más mínimo en todo este tiempo. Yo estaba loco de celos por lo que juzgaba una relación apasionada entre Germán y su amigo del alma, por eso me sorprendió lo que ocurrió una noche en que el dueño del gimnasio me confió la orden de echar el cierre a las once en punto y de poner de patitas en la calle a los habituales tardones de siempre. Pero aquella noche, a las once menos diez, salió el último de los chicos (el vestuario de las chicas estaba cerrado desde las diez y media ya) y me disponía a apagar las luces del vestuario cuando apareció Germán desde la zona de duchas con una mínima toalla por todo vestimenta y silbando una conocida canción de moda como si los horarios establecidos no fueran con él. Bueno, al menos tendría oportunidad de hablar con él a solas, aunque lo que tenía que decir no iba a gustarle con toda seguridad.
-¿Qué pasa, tío? ¿Tú no sabes que el gimnasio cierra a las once en punto? me crucé de brazos para darle a entender que no estaba bromeando con este tema. Me miró como si yo fuera su sirviente y él mi señor.
Ah, eres tú, el vasco creí percibir un cierto aire de desplante en sus palabras, pero hice como que no me había dado cuenta bueno, aún son menos cinco, me da tiempo de sobra.
Mas te vale que estés en punto en la puerta de la calle se quitó la toalla y me quedé asombrado al descubrir un precioso rabo en estado morcillón, que yo recordaba muy bien como aquel que me llevé a la boca en cierta ocasión hacía mucho tiempo Te espero abajo y eché un vistazo de soslayo a su espectacular cuerpo danone, que tanto me atraía desde hacía años.
Germán me dedicó una ambigua sonrisa. Tuve que salir por pies, porque mi excitación me hubiera impedido proseguir una conversación medianamente normal. Por suerte, él no trató de retenerme. Cuando finalmente se decidió a salir, pasaban dos minutos de las once. Yo estaba de pie en la reja de la entrada esperando para echar el cierre en cuanto el señor se dignara aparecer por la puerta. Miré la hora en el reloj de modo ostensible sin decir nada, lo que él pareció obviar por completo. Pero esta noche algo había cambiado en su forma de relacionarse conmigo. Y esa era la oportunidad que yo buscaba desde hacía tiempo para introducirme en su vida, y, si no me era posible tamaña ambición, al menos en su apetitoso cuerpo.
Voy para el barrio ¿me acompañas? me dejó caer para mi asombro mientras procedía a echar el cierre. De puros nervios se me cayó el candado al suelo y no atinaba con la cerradura luego. El tuvo que darse cuenta del efecto que provocaba en mí su inusitado interés en mi persona.
Como quieras, pero somos vecinos desde hace mucho tiempo y nunca has querido tener tratos conmigo ¿es porque soy vasco o qué?
No, claro que no bueno, si te soy sincero es que no me llevo muy bien con tus paisanos ¿sabes?
Terminé por fin de echar el puto cierre, y me incorporé para enfilar la calle en dirección a la Avenida de la Albufera. No podía creer que Germán me estuviera acompañando a casa por voluntad propia, pero estaba decidido a aprovechar mi suerte al máximo.
¿Y eso porqué? ¿has tenido alguna mala experiencia con algún euskaldún en el pasado o qué? si él captó la ironía de mis palabras no lo manifestó en modo alguno, su seguridad en sí mismo y la frialdad que emanaba de su persona eran aterradoras.
No exactamente, lo que pasa es que soy cántabro
Sí, eso he oído, ¿y qué tiene que ver una cosa con la otra?
Joder, está muy claro, tio. Vosotros y se dirigió a mí en un tono agresivo como si yo fuera el mismísmo lehendakari en persona nos habéis robado territorios históricamente cántabros, como las Encartaciones, por ejemplo.
Me eché a reír ante la incongruencia de sus palabras, ese tío estaba fumao como mínimo. El no se lo tomó a risa, precisamente.
O sea, que vosotros podéis reclamar Navarra, y Cantabria no puede exigir la devolución de sus territorios históricos.
Pero vamos a ver, tronco, si las Encartaciones han sido vizcainas desde la Edad Media, y son tan vascas como la Marijaia o el txacolí. ¿Qué me estás contando, pues?
Entonces explícame porqué no se habla euskera desde hace siglos en Carranza o en Arcentales. Mi madre es de Lanestosa y ella me dice que por allí nunca se conoció ese idioma.
O sea, que tu madre es vizcaina, y tú mismo eres medio vasco
Mi familia es cántabra cien por cien, de recia estirpe celta, faltaría más protestó él con estruendo de hecho sus padres habían nacido en el valle de Soba, en pleno corazón de Cantabria.
Y luego dicen algunos que si los vascos somos racistas y tal pues anda que allí os andáis cortos también.
Es que ser cántabro y celta es lo más grande del mundo.
Bueno, como digas. Y en relación a las Encartaciones, el hecho de que se perdiera el idioma propio en esa zona hace muchos siglos no significa que sean menos vascos. No hay una sola manera de pertenecer a Euskadi, igual que no hay una sola manera de ser cántabro o madrileño.
Ya, entonces explícame que coño representa el enclave cántabro de Villaverde en medio de territorio supuestamente vasco.
Bueno, una irregularidad histórica, al igual que el vergonzoso caso del condado de Treviño, mucho más grande en extensión, en Alava. Y no voy a negar que las Encartaciones sean una zona de transición entre Cantabria y Euskadi, pero Treviño y Burgos desde luego no tienen nada que ver.
La conversación estaba tomando unos derroteros que me resultaban poco halagüeños. Para poner la guinda a la conversación le recordé que en Castro-Urdiales, que yo sabía era su localidad de origen, residía una creciente colonia vasca, y que hoy en día el mestizaje y la interconexión entre culturas impedía hablar de compartimentos estanco como antiguamente. Aquello alteró de manera definitiva a este curioso espécimen.
Por supuesto que hay muchos "compatriotas" tuyos que residen allí me echó en cara como si fuera un crimen que eligieran Castro como residencia por su inmediatez al Gran Bilbao quieren sobrepasarnos en número y euskaldunizar mi pueblo, pero les va a salir el tiro por la culata
Pero Germán, tío, sé razonable, ¿no ves que esa gente que vive en Castro son bilbainos, y que la mayoría no habla euskera? además no sé de que te quejas, es bueno para tu ciudad, se está convirtiendo en un pequeño emporio gracias a mis "compatriotas" como dices tú. Creo que la población se ha duplicado en diez años.
Sí, ahora somos unos sesenta mil castreños, entre propios y ajenos pronunció ese "ajenos" con un toque de desprecio evidente Parece que ya no cabeis en vuestra comunidad y teneis que expandiros por las zonas limítrofes.
Vamos a ver, Germán me detuve en seco al llegar al portal de mi casa, que quedaba mucho más cerca que el suyo, unos cien metros más adelante cuéntame que es lo que te pasa con Bilbao que parece afectarte tanto ¿vive allí tu madre, verdad?.
Me miró con cara de asombro, como si le hubiera pillado en un renuncio imperdonable. Bajó la vista avergonzado, para volver a levantarla con una expresión de infinito dolor en el rostro.
No sé como te has enterado de eso, tío, no sé lo he contado a nadie en el gym.
Bueno, uno tiene sus contactos
¿Mi compañero de piso, Ramón?
No exactamente pero bueno, da igual.
Se quedó pensativo y extrañado de que conociera esa parte de su biografía. Me miró con nuevos ojos, como si fuera aquella la primera vez que lo hacía.
La muy cerda nos abandonó a mi padre y a mí cuando yo tenía sólo seis años. Mi padre trabajaba de pescador, y ella aprovechó sus continuas ausencias para liarse con un camionero vasco. Un día mi padre regresó a casa y ella le había dejado una nota en la repisa del salón explicando que se había ido a Bilbao a iniciar una nueva vida al lado de un tal Koldo. La muy hija de puta me dejó tirado para hacer de madre adoptiva de los dos hijos pequeños de aquel indeseable, que se había quedado viudo poco antes las lágrimas pugnaban por salir ahora de sus ojos almendrados No volví a verla hasta hace un par de años, cuando di con ella a través de los servicios de un detective privado. Al principio se negó a verme, decía que yo ya no tenía nada que ver con su vida, pero al final accedió, incluso me llamó al móvil para tomar algo en una cafetería del centro de Bilbao, y por fin la conocí. Fue el momento más emocionante de mi vida, y el más duro para los dos. Acabamos envueltos en un mar de lágrimas. Parecía que hubiese regresado a la infancia, y sólo podía repetir entre lágrimas: "¿Porqué no viniste aquella tarde a recogerme al colegio, mamá? ¿Porqué no me llevaste contigo?".
Ahora Germán estaba llorando abiertamente. Le abracé sin que me lo pidiera o me diera permiso para ello, simplemente fue algo que me salió de dentro.
Si te sirve de algo, yo también he vivido una situación parecida con mi padre. Pero he intentado superarlo a fuerza de voluntad, y creo que lo estoy consiguiendo. ¿Quieres subir a mi casa? Vivo sólo, estaremos bien.
No sé si es lo más correcto, pero creo que sí. No quiero que Ramón vea que he estado llorando por una tontería. Se preocupa mucho por mí.
Sí, ya lo veo - fue mi evasiva respuesta."Si tú supieras como se preocupa ese traidor" pensé para mis adentros.
Subimos hasta mi apartamento y le hice pasar al salón. Le hice una improvisada cena, porque estábamos caninos después de entrenar, que el devoró con ansia y sin disimulo. Ahora que podía verle más de cerca, me pareció más hermoso aún de lo que recordaba en nuestro penumbroso primer encuentro canario.
No hizo falta que le diera pie para que se decidiera a besarme a las primeras de cambio.
¿sabes, Gorka? He estado enamorado de ti desde el primer momento que pisé el gimnasio. En realidad, ya me gustabas de antes, porque debo confesar que sí que soy el chico que conociste en Tenerife.
No hace falta que lo digas, ya lo sabía. No estoy ciego, sólo buscaba que tú lo reconocieras abiertamente.
Es que por aquel entonces mantenía una relación con mi compañero de piso, Ramón. Por eso me vine a vivir a Madrid, ¿sabes? El es de Ampuero, de mi misma zona.
Bonito puerto, y buenos regatistas tienen ya salió mi vena euskérica de colocar los verbos al final de la frase y supongo que será todo muy celta allí, como a ti te gusta.
Germán se echó a reír de la ocurrencia, y me besó en los labios con una sensibilidad que desconocía en un chico de apariencia tan dura como él.
Perdona por lo que te he dicho antes. La verdad es que me has descubierto rápido. La manía que os profeso a los vascos es debido a mi padrastro, al que no termino de perdonar que me "robara" a mi madre cuando más la necesitaba. Por lo demás, los vascos que viven en Castro son gente de lo más educada y de lo menos problemática que te puedas imaginar. En realidad, han sido una bendición para mi ciudad, porque ya casi puede hablarse de eso más que de un simple pueblo pesquero.
Me alegra oírte decir eso, empezaba a pensar que estaba ante uno de esos exaltados "celtólogos" que tanto abundan por la cornisa cantábrica últimamente.
Bueno, algo de así hay, para mí Cantabria es mi vida, y ser cántabro un orgullo enorme, igual que para ti ser vasco, imagino.
No sabes hasta que punto. Pero mira por donde, hemos venido a conocernos a Madrid, a territorio neutral, digamos.
Bueno, tú estás invitado a venir cuando quieras a Castro-Urdiales, tenemos unas playas increíbles y el pueblo es digno de verse.
Lo conozco bien, pero contigo al lado sería muy distinto. Y tú estás invitado a venir a Lekeitio cuando gustes, a tomarte unas angulitas y unos txipirones en el restaurante de mis padres.
Joder, tío, que nivel, cuenta con ello.
Pero antes quiero invitarte a que conozcas otra parte de la geografía de esta casa le tomé de la mano, que apretó con su firmeza característica. Le introduje de lleno en la habitación a oscuras, encendí una pequeña lámpara auxiliar, y procedimos a desvestirnos sin prisas, en perfecta armonía.
Esta vez era yo era el que lloraba abiertamente al contemplar su cuerpo desnudo frente a mí. Disimulé como pude mi emoción, que él notó en seguida, pero es que llevaba muchos años soñando con que llegara este momento, y ahora que ocurría me parecía imposible que estuviera sucediendo en realidad.
Nos entregamos de lleno al arte de Eros, embriagados de nuestra presencia mutua y sedientos de reencontrar de nuevo el sabor sedoso de nuestros besos. Recorrimos con nuestras juguetonas lenguas cada rincón oculto de nuestros respectivos cuerpos, y dimos buena cuenta de nuestras pollas inflamadas de deseo con sendas mamadas de antología y un coregrafiado 69 que me puso el vello de punta. Después, tumbado boca abajo sobre la cama, me ofreció para ser penetrado su admirable culo de puro macho cántabro, que me dispuse a perforar (bien protegido, que ninguno de los dos habíamos sido santos en estos años), y sobre el que estuve galopando con renovada pasión durante casi un cuarto de hora, hasta que, agotados por el esfuerzo, nos corrimos al unísono sobre su abdomen.
Quedaba inaugurada así con un sonoro beso en los labios la nueva alianza de amistad eterna vasco-cántabra, que nos comprometíamos a respetar por el espacio de nuestras vidas.
EPILOGO
Aquella velada era importante en mi vida porque se decidía el título de campeón nacional de los pesos semipesados, y además porque competía con mi inefable adversario, el canario Goyo Martinez, aquel impresentable que iba por la vida de matón de barrio desprestigiando de paso el boxeo. En este tiempo había hecho grandes progresos, y ostentaba desde hacía tiempo el cinturón que le hacía acreedor del título nacional en su categoría hasta esa noche al menos.
El pabellón de Alcobendas, localidad cercana a Madrid donde se desarrollaba el combate estaba a reventar, porque había varios combates de boxeo y K-1 alternativos, y los precios de las entradas eran realmente competitivos. Allí estaban todos los que contaban algo en mi vida, mis padres, que habían dejado los fogones por una noche para ver la primera noche de gloria auténtica de su retoño, mis colegas de Lekeitio, aquellos que aún me conocían con el sobrenombre de Kaio, mi hermana Miren, con su noviete Joseba, mi padre biológico, que tuvo la deferencia de acercarse a saludarme al vestuario a desearme suerte antes del combate, y, por supuesto, Germán, con quien llevaba conviviendo varios meses, porque me daba igual lo que dijeran los demás, empezando por mi entrenador y manager, que no dijo nada al respecto, por cierto, fuera de reconocer que le había sorprendido enterarse de mi tendencia sexual de un modo tan repentino (nunca había escuchado rumores al respecto). El muy astuto de mi novio llevaba una pancarta pintada con letras de molde negro al estilo tradicional vasco, donde se leía en grandes caracteres: " MAITE ZAITUT, LAZTANA ", (literalmente, "te quiero, cariño" en euskera batúa), y que sujetaba a medias con mi hermana Miren, con quien había hecho buenas migas. Rodeado por amigas de ella, resultaba difícil saber a simple vista quien era el motivo de mi pasión entre todos ellos, pero pocos sospecharían que precisamente se trataba del único varón presente bajo la pancarta, mi adorado Ger.
Toda la energía que me transmitian mis seres queridos pareció concentrarse en el ring, en el que había de ser el día más importante de mi vida hasta entonces, y, a pesar de las clásicas triquiñuelas de mi rival, que yo conocía bien, de su intento de no luchar en absoluto y sorprenderme con un golpe fulminante como la vez anterior (él se había negado hasta ese momento a concederme la esperada revancha, a pesar de mis vanos intentos de combatir con él. Ahora lo hacía, sí, pero porque no le quedaba más remedio si deseaba defender su título, o le sería arrebatado de todos modos con el reglamento en la mano, pero era evidente que en el fondo temía mi estilo de boxear, valiente y decidido).
Los primeros asaltos, en que saltamos al ring como dos toros salvajes sedientos de gloria, estuvieron muy igualados, llegando incluso a rozar la lona ambos en alguna ocasión a consecuencia de un golpe bien colocado, pero fue en el quinto asalto cuando conseguí imponerme claramente, tanto en las cartulinas de los jueces, con el vigoroso estilo fajador que me caracterizaba, como en el inesperado K.O.(estas cosas son como los amores, nunca se sabe cuando llegarán) que le provoqué de un fulminante uppercut que le lanzó de espaldas a la lona, y le hizo agotar la cuenta de seguridad, siendo declarado campeón nacional de los pesos semipesados, mi sueño desde los quince años, y haciéndoseme entrega del cinturón correspondiente. En todo momento tuve especial cuidado en mostrar un comportamiento noble y deportivo con el vencido, a pesar de que no lo merecía en absoluto, y es que el boxeo sin caballerosidad y buenas formas no es más que una pelea callejera entre gañanes, y la ciencia dulce, como también la llaman, está muy necesitada de reglas y valores morales para conseguir atraer la atención de un público exigente que no se conforma con ver a dos tíos liándose a mamporros sin ton ni son. El boxeo es otra cosa, afortunadamente para todos, y ojalá que dure así por muchos años más, porque este es el aspecto que más me atrae de este deporte de caballeros con las manos vendadas y enfundadas en vistosos guantes de ocho onzas de peso.
FIN