Un cambio en la vida 2

Continuación de mi historia de infidelidad inciiada en "Un camino enla vida"

Ya de vuelta a nuestra ciudad, no se hubiera podido decir ya que las cosas volverían a su cauce. Para bien o para mal, había marcado un hito en mi vida que forzosamente habría de tener consecuencias. Ni yo era ya la misma mujer, ni el cauce a seguir por aquélla podría ya ser el mismo. De repente, por obra y gracia de un golpe de voluntad, asía firmemente el timón y me sentía dueña de ella por primera vez desde que viniera al mundo hacía ya mucho.

En el despacho las cosas continuaron igual más o menos, al menos en lo visible, si bien otra realidad comenzaba a dejar sentir también en él sus corrientes. Como una escena de navegación fluvial, habría sido necesario posicionar una cámara con lente parcialmente sumergida, para captar, no sólo el tranquilo discurrir de aquella sobre la superficie, sino también lo que bajo ella acontecía, agitados monstruos y esencias que desde allá arriba resultaban invisibles y cuya existencia los aburridos navegantes siquiera acertaban a intuir.

El primer día la cosa fue como siempre había sido, si nada que denotara que algo había pasado entre Pedro y yo, salvo las miradas que de tanto en tanto él me dedicaba al cruzarnos, más o menos disimuladas, y que yo respondía con una sonrisa que en nada se  diferenciaba de las habituales reservadas para nuestros empleados.

El segundo, mientras yo revisaba unos papeles en el despacho, de pie y de espaldas ala puerta de éste, entró él para consultarme algo acerca de un asunto que tenía encargado. Embebida en lo mío, sentí cómo sus brazos pasaban por debajo de mis axilas para buscar mis voluminosas tetas y, agarrándolas con ganas, sobarlas en deliciosos masajes circulares. Sonreí. Después ladeé la cabeza para besar sus labios.

Me gustaba aquello. La sensación de estar haciendo cornudo al bueno de Carlos en el mis o bufete. Sin embargo y por muy excitante que resultase, no era el lugar. Si algo aprendí pronto en la vida, es que no con viene mezclar las cosas. Mi matrimonio con él para aquellas alturas, no era ya más que una farsa. Una pantomima mantenida por inercia y puro morbo, no hubiera sabido definir en aquel momento en que proporción cada cosa. Soy sincera cuando afirmo que nada me importaba ya continuar en él o no. Mi vida y futuro estaban ya trazados y asegurados. Mis hijos criados, mi situación económica inmejorable y mi porvenir profesional garantizado y prometiendo aun cotas más altas de éxito. Todo gracias a él, claro, pero ya no lo necesitaba para nada. Cuando me hizo falta lo utilicé y ahora que ya no era así, ¿para qué lo quería a mi lado? Resultaba un pensamiento cruel y desagradecido, pero me gustaba. De un tiempo a esta parte y a raíz de mi proceso de liberación, estaba aprendiendo a ser egoísta y disfrutar de ello y sin preocuparme por nadie más que por mí misma. Insisto, es una sensación muy agradable. Cuesta lograr entregarse a ella sin remordimientos, pero  si se logra proporciona un sentimiento de poder rayano en la euforia.

Sin embargo no consideraba aun llegado el momento de cortar nuestra relación. Tampoco era que fuera a privarme de nada por mantenerla, ya lo tuve claro cuando puse las cosas idem a Pedro en el ascensor ante la presencia de Juan Carlos, asumiendo el riesgo de que éste se fuera de la boca. No pensaba que fuera a ocurrir, pero sabía que era posible que lo hiciera y decidí actuar igualmente. Tan sólo estaba disfrutando la sensación de ser mujer infiel y perversa, mal agradecida con quien tanto bien le deparó, y pretendía alargarla mientras continuara resultándome excitante. Mientras continuara inflamando mi fantasía la idea de ponerle los cuernos a mi marido, más aun con conocidos y allegados, humedeciendo mi feminidad tal perversión, continuaría siendo su esposa. Después, cuando ya no fuera así, me libraría de él de la manera más expeditiva, contándole que le había sido infiel y con gente muy cercana además y sintiéndome excitar una vez más con ese morbo final proporcionado por nuestra relación. Lo de decirle los nombres y señalar a mis compañeros de cama, eso ya se vería. Si lo encontraba excitante lo haría igualmente sin dudar. Si optaba por no hacerlo en cambio, sólo sería por no ser así o por albergar algún interés en el mantenimiento del secreto.

Así pues, me gustaba que Pedro me tocara las tetas allí mismo, casi en presencia de Carlos, pero no resultaba algo recomendable. Una vida excitante y prometedora se abría ante mí, pero era base para que así fuera mi situación profesional y económica. Hacer del bufete una casa de putas hubiera acabado por tener consecuencias. Había que separar las cosas. Y sin embargo no me resultaba agradable la idea de cortarle. Era como cuando hay que reprender a un adorable niño, hijo nuestro, cuando protagoniza una adorable diablura que más merece nuestra risa e hilaridad, pero por la cual nos vemos obligados a regañarles en aras de no sentar precedente.

-Aquí no, cariño.

-¿Por qué?

-Porque no.

No pareció sentarle demasiado bien aquella negativa, no obstante lo cual no dejó en paz mis tetas. Reí feliz.

-Puedo imaginar, y cualquier otro igual que yo, que más de una vez te lo habrás montado con Carla en el despacho, y si me apuras, hasta puede que con alguna atractiva cliente.

-¡Qué dices! Te prometo…

Reí de nuevo.

-Anda, calla antes de que te crezca la nariz.

Era fácil que no resultara fundamentada la segunda de mis acusaciones, pero no tenía duda alguna acerca de la realidad en que se basaba la primera.

-Vosotros sois empleados, tenéis más margen. No es correcto igualmente, pero mientras nadie se entere no hay que poner el grito en el cielo. Yo en cambio soy una de las firmas del bufete. Me corresponde predicar con el ejemplo y poneros las pilas si os llegáis a desmadrar.

Soltó las tetas en el acto. No pude evitar reír de nuevo. Tomándolo por las mejillas, aproximé mis labios a los suyos para besarlo.

-Anda, Don Juan, coméntame acerca de eso que venías a preguntarme. Dejamos los ardores para pasado mañana si quieres. Tengo un hueco por la tarde y un chalet al lado del mar al que nadie se suele acercar entre semana y en invierno.

Una adorable sonrisa de niño malo se dibujó en su rostro.

La relación con Pedro paso a estabilizarse como algo que podríamos llamar infidelidad oficial. A parte de con él, fui infiel a Carlos con más hombres, pero él era algo fijo, mientras que los demás eran simples aventuras esporádicas. Me gustaba mucho cómo me follaba y la perversión en que nos recreábamos, regalándome orgasmos que el cornudo de mi marido ya ni soñaba. No obstante, comenzó a agobiarme cuando empezó a preguntarme por esas otras relaciones, hasta el punto que llegamos atener una fuerte discusión en el chalet, en la cual hube de poner los puntos sobre las íes antes de que la cosa fuera a más y acabara por írseme de las manos.  No me había liberado de un macho para someterme a otro, por más alfa y hermoso que fuera y océanos de placer me proporcionara. Lo de cederle el control de las riendas a uno de ellos había quedado para el pasado, que ya en mi adolescencia con Jhon tuve primera prueba de las consecuencias, y hasta no hacía mucho confirmación con mi marido.

Le dejé claro que aquello era sólo sexo. Ni yo era nada suyo ni él mío. Ni le pedía que renunciara a sus aventuras con otras mujeres y chicas –era más hasta me excitaba conocerlas con todos sus detalles y yo misma era la que le preguntaba por ellas-, ni estaba dispuesta a limitar las mías por nadie. Me acostaría con quien me apeteciera y cuando me apeteciera, sin tener que rendir cuentas ante nadie. Si le parecía bien, perfecto y si no, ya duraba demasiado aquello.

La reprimenda vino a sentar como un jarro de agua fría en su hombría, con  lo cual nuestra relación pasó a enfriarse durante algún tiempo. No obstante, ambos éramos animales calientes y acabamos retozando de nuevo entre las sábanas de la cama del chalet, aquellas mismas que nos abrigaban  a mi marido y a mí en las noches de verano. Yo misma fui la que propicié el acercamiento. Sin problemas. Simplemente un día lo llamé al despacho, me insinué, lo besé y le propuse quedar. Tenía las ideas lo bastante claras como para no tener dudas, y no las tuve para hacer aquello cuando el cuerpo me lo pidió, si bien manteniendo las cosas en los mismos términos que le había aclarado. Cierto que ocurrió en el bufete y he dicho antes que no soy partidaria de mezclar las cosas, pero se trataba tan sólo de un hecho puntual, no de algo habitual, lo cual no hubiera consentido.

No tenía problemas pues para entregarme a mis escarceos con él y con otros hombres. Una vuelta de tuerca vino a dar a la cosa sin embargo, la aparición en casa de un amigo de mi hijo. Un apuesto muchacho de elevada estatura y anchos hombros, algo más joven que aquél y la media de edad de sus amigos. Tenía él diecisiete por aquel entonces y se había integrado en la pandilla por ser hermano de otro de sus miembros. El caso me resultaba curioso, pues a los cabellos morenos y ojos marrones de aquel, que si ser feo tampoco especialmente agraciado resultaba, oponía este los rubios suyos y unos azules como el cielo, guapo como un sol.

No pude evitar el natural flirteo. Nada premeditado ni con una clara intención. Simplemente el chico me gustaba y no podía evitar que él lo notase. No era la misma la forma en que a él le sonreía, miraba, hablaba… que a los demás.

La cosa resultaba más complicada sin embargo, que con mis habituales amantes. Con él no era sólo a Carlos que afectaba la cosa, sino también a mi hijo. El chaval me gustaba, y me gustaba mucho, pero aquello suponía un handicap importante.

Fueron algunas semanas de dudas y temores. Recordaba haber leído que Madonna, cuando contaba treintaitantos años, se había encerrado un fin de semana entero en un hotel con un adolescente de dieciséis. Bien por ella. Pero mi caso era más complicado. Ella no tenía hijos. Yo, no sólo los tenía, sino que el objeto de mi deseo formaba parte de su círculo de amistades y precisamente lo había conocido por ello.

Hablé del tema con  Raquel. Desde nuestro encuentro nos habíamos convertido en íntimas y confidentes telefónicas. Estaba al tanto de cada uno de mis devaneos y desde su posición de mayor experiencia al respecto, aunque dada vez la diferencia era menos notable, me aconsejaba como buenamente podía. Sin embargo aquello también resultaba novedoso para ella y no supo muy bien qué orientación darme. Finalmente optó por recomendarme hacer lo que el cuerpo me pidiera.

“Son tus hijos sí, pero también es tu vida. Yo no entiendo mucho de eso, pues no los he tenido, pero pienso que una mujer debe un respeto a sus hijos sí, pero también se debe fidelidad a sí misma. Respeto sí, pero hasta un punto y sin permitir que ello llegue a coartar tu libertad y deseos.”

En fin, un consejo que tampoco me sacaba de dudas. La posición de Raquel era fácil de vaticinar. Ella era una golfa redomada y convencida, que nada hubiera antepuesto a su placer personal. Y yo era lo mismo. No sólo eso, sino que además lo era por elección y propio deseo. No entendía muy bien a qué pues todas aquellas dudas, pero el caso es que ahí estaban, y no iban a desaparecer por sí solas.

Entendí que algo iba mal cuando las solitarias masturbaciones con él como protagonista comenzaron a hacerse demasiado frecuentes, así como los polvos, incluidos  con Pedro, en los cuales pensaba en él mientras era otro macho el que me follaba. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había pasado con toda aquella afirmación d hembra autosuficiente y egoísta, que tan sólo pensaba en su placer personal? ¿Había resultado la figura de mis hijos excesivamente poderoso dique de contención para las aguas de mi lujuria? La idea no me seducía nada, pero el dique aguantaba. Por más que éstas fluyeran buscando un resquicio por donde esquivarlos, aquéllos se mostraban omnipresentes y sin  resquicios. Mi instinto maternal  resultaba demasiado poderoso, más que mi instinto de hembra al parecer, y no daba opción.

Con el tiempo una aprende que la mejor maestra de todas resulta la vida, y que a menudo, las más de las veces, nos preocupamos sin tener necesidad de ello. Nos empeñamos en  trazar rutas y predecir direcciones y recodos en el camino para   decidir que dirección tomar, pero lo cierto es que las cosas venir de forma natural y resultan mucho más sencillas la mayoría de las veces.

Los chicos estaban jugando con la Wii. Francisco por su parte, que así se llamaba el chaval, permanecía más atento a mis tetas, que perfectamente se marcaban merced a mi ceñida camisa blanca, y los movimientos de mi culo, que en vaqueros se veía potente y macizo. Yo decidí tomarme un respiro, sumergida aquella tarde en la preparación de un juicio para la semana siguiente, y había bajado para pasar un rato con ellos. Que su madre estaba muy buena, era un comentario que los chavales no se cortaban a elevar en presencia de mi hijo, siempre con el debido respeto, por supuesto. A él no sólo no le molestaba sino que se sentía orgulloso de ello. Insisto, siempre mantenida la cosa dentro de los límites que el respeto a un amigo impone. Las miradas… eso ya era otra cosa. Ellos me miraban las tetas y el culo, claro. No lo podían evitar. Intentaban hacerlo sin que él se diera cuenta, pero es de suponer que en algunas ocasiones debiera haberlos pillado in fraganti . Nada violento tampoco. Resultaba algo normal, y normal también resultaba que él se hiciera el sueco .

Me estaba divirtiendo bastante, riendo mucho. Jugaban a un juego de boxeo y hasta se chocaban entre ellos en ello debido a la intensidad y ansia que ponían, Muy gracioso. En un momento dado me levanté para prepararme un tentempié. Pregunté si querían algo y algunos me pidieron alguna cerveza y algún bocado también para ellos, con lo cual me retiré a la cocina para un rato.

Al cabo de unos minutos, salió Francisco también para ir al aseo. Quedaba la puerta de éste al lado de la de la cocina prácticamente, con lo cual al escuchar sus pasos me giré, pues estaba de espaldas. Sentí un escalofrío. La puerta del salón estaba cerrada para menos molestar con las voces a Carlos, que seguía en el despacho a lo suyo. Mi marido arriba; los chicos en la estancia de al lado; él y yo solos en el intermedio.

Escuché el sonido de su orina al caer en el agua del inodoro, viniendo ello a excitarme. Una sensación extraña y, ciertamente, un tanto escatológica, pero no por ello menos cierta y evidente. Me acerqué hasta allí cuando tiró de la cadena y escuché el agua del lavabo correr, segura por tanto de que ya no lo pillaría en actitud comprometida. Tampoco entendía muy bien por qué, aunque lo cierto es que no entendía en por qué de muchas cosas en aquellos momentos. ¿Por qué razón exactamente me acercaba a él en aquel momento? ¿Con qué intención? ¿Qué buscaba? ¿Me atrevería encararlo si lo encontraba o, por el contrario, pegaría una espantada que significaría un retroceso de varios años en todo lo andado en unos pocos meses?

Lo cierto es que me acerqué con la excusa de preguntarle si quería que le preparara algo, ya que antes no me había dicho nada al respecto. Me dijo que sí, que gracias, y se aproximó como pensando qué iba a pedirme. Ingenua yo que así me pareció.

-Qué guapa estás hoy, Ángela –me dijo mirándome de una forma especial, como nunca me había mirado en presencia de los otros chicos. Aquello me cogió por sorpresa, haciéndome retroceder hasta que mi espalda encontró la pared del pasillo u metro más atrás aproximadamente.

Debía haber duda en mi mirada, que ciertamente no rechazo, pues él avanzó para acercarse de nuevo. Pasó su brazo entonces por detrás de mi cintura y me atrajo hacia él. Nos besamos. Y sentí un nuevo escalofrío. Era como besar al Diablo. Estaba haciendo algo mucho más perverso que nada que antes hubiera hecho.

-No puede ser –le dije-. Aquí no. No ahora.

-¿Por qué?

-Enrique y los demás están en el salón. Mi marido arriba.

-Me da igual –se mostró él seguro, buscando mi cuello para besarlo y mordisquearlo.

Se me escapó una ligera risita. ¡Aquel chico me volvía loca!

-No puede ser cariño.

-¿No quieres?

-No, no es eso. Tengo tantas ganas como tú o más, pero no puede ser ahora, Vamos a hacerlo bien. Te doy mi número y quedamos para otro momento. Te haré de todo –le prometí con una sonrisa y un guiño.

-No –se mostró él disconforme buscando de nuevo mi cuello-, llevando ahora también sus manos hasta mis tetas para sobarlas con ansia-. Quiero que sea ahora.

Un suspiro de placer traicionó mi resistencia. No dicho nada y entendido que el que calla otorga, desabrochó el osado mancebo los botones de mi camisa para sacar mis tetas fuera de ellas y poder tocarlas al natural, piel contra piel. Luego comenzó a comerlas y mamar de ellas con ansia.

-Estás loco –le dije, no obstante no oponerme a su avances-. Puede salir alguien en cualquier momento. Puede salir Francisco…

-Si sale le rompo la cara.

Aquello me cogió por sorpresa. Se trataba de una afirmación vacía, una fantasmada, o así al menos lo entendí yo, pero que cogió excitarme y azuzar mi pronunciado lado perverso. Me entregué así pues al placer sin más, despreocupándome de todo y disfrutando del morbo del momento, pendiente en todo él de si la perta se abría y nos descubrían. ¿Qué hubiera pasado de ser así? Ni lo sabía ni me importaba. Incluso me excitaba la idea de que ocurriera, el cerebro inflamado de lujuria, dejada de lado la razón.

Fueron varios minutos de serio magreo a mis tetas y culo, mamando de ellas él y suspirando yo de gusto.

-Está bien -me decidí finalmente, empujándolo para llevarlo contra la pared de enfrente y bloquearlo a él ahora-. Te voy a dar lo que quieres.

Me arrodillé entonces ante él para desabrochar su bragueta y meterme su miembro en la boca. Tenía una buena polla el chaval. No estaba mal. Nada mal. Comencé a mamársela mirándole a los ojos con lascivia y perversión.

-A ver si eres tan valiente de verdad. Porque no voy a dejar de mamártela hasta que te corras en mi boca, ocurra lo que ocurra. A ver qué les dices si nos pillan.

Era cierto. Abandonada finalmente la prudencia en pro de la irreflexión y morbo del momento, todo me daba ya igual. Si mi matrimonio con Carlos hacía mucho que había dejado de importarme, tampoco lo hacía ahora el respeto debido a mis hijos. Ni lo más mínimo. Era más, me excitaba terriblemente la idea de que Enrique nos pillase en aquella tesitura. Tanto que hasta llegué a desearlo y no me corté a la hora de mamar con ganas, sin intentar siquiera evitar el sonido que se producía cuando su rabo escapaba de mi boca en los movimientos de vaivén de mi cabeza.

Finalmente se vació abudantemente y con ganas en mi boca, tragándolo yo todo golosa sin dejar de mirarle a los ojos.