Un cambio de planes

Cuando el sexo y el amor te dominan no hay plan que dure mucho, ni cuerpo que lo resista.

Cuando entré por primera vez a las imponentes oficinas del Estudio Jurídico Foster, Rodin, Goyeneche & Asociados, me acobardé un poco. O dicho en buen argentino, casi me cago encima. Tanto despliegue de despachos, secretarias, teléfonos, computadoras y gente dando vueltas, me impresionó..  Yo tenía veintitrés años, casi veinticuatro,  hacía poco que me había graduado de abogado, y el sólo hecho de tener una entrevista de trabajo allí, era un acontecimiento extraordinario.  Es cierto que tenía un buen “curriculum” (hoja de vida) pero había cientos de competidores para ese puesto de abogado “junior”, al que había aplicado. La pija se me había encogido hasta perderse en mi prepucio.  Mi pobre verga se había escondido de miedo.

En una sala de reuniones, el doble del tamaño de mi departamento alquilado, sentados alrededor de una mesa enorme de madera oscura y vidrios relucientes, me recibieron dos socios y un asociado.   Uno era calvo de bigotes, con una barriga incipiente, cara de constipado, como si hiciesen días que no cagaba y estuviera haciendo fuerza, con perdón de la grosería. El otro era canoso, muy distinguido y muy bronceado con la cara surcada de muchas arrugas y el cuello rojo (hipertenso seguramente el hombre).  Esos dos cincuentones largos eran los socios.

El asociado, era más joven: tendría unos treinta y siete años ,y era sencillamente el tipo más hermoso que yo hubiera visto en mi vida:  cabello castaño claro con reflejos por el sol y ondeado que había comenzado a ralear hace un tiempo, ojos entre castaños y verdes muy húmedos, boca de labios finos y rosados, dientes muy blancos y perfectos, barba de un día o quizás barba dura afeitada a la mañana, alto,  delgado, nervioso..Vestía impecablemente.   Era, después me enteré,  el hijo del viejo Rodin, dueño del estudio, y se llamaba .Alejo Rodin.  Más allá de mis nervios, cuando lo vi, sentí que la verga se me ponía en alerta.  Un papito lindo el muchacho pensé.  A primera vista me enamoré. Me deslumbró. Si seré puto….

Cuando terminó la entrevista y nos saludamos, la mano de Alejo Rodín  me pareció fría como toda su persona. Salí decepcionado con ese papito lindo y  también con la sensación de que no me había ido bien, y eso pensé durante los 30 días que tardaron en llamarme para decirme que me contrataban a prueba por dos meses.  Mientras me iba,  aquella  primera vez que lo vi, me preguntaba si en la cama Alejo sería tan frío. Hasta pude sentir un escalofrío pensando en sus pies helados tocándome las piernas en una noche de invierno.

Llamé a mi ex pareja, Claudio, entonces todavía mi pareja,  y fuimos a comer para festejar, mi incorporación al estudio. Voy a ser franco: yo ya no lo quería a Claudio., pero no me pude negar a terminar la noche en la cama,  cogiendo. El sexo con él se había puesto aburrido, repetitivo, monótono.  Era una rutina No había pasión ni de su parte ni de la mía.  Eran polvos sin gracia.  Acabadas tristes. Un compartir sin ganas. Yo no quedaba relajado.  Algo me faltaba.

Aquella noche, no se me paraba la pija a pesar de mis grandes esfuerzos, y cuando sentí que no podría hacerle semejante desprecio, a él, Claudio, me había ayudado en mis tiempos de sequía y desempleo. Entonces,, comencé a fantasear.  Y en mi fantasía, el cuerpo de Claudio demasiado conocido, que no me atraía ya, se desvanecía, se evaporaba y aparecía la figura de Alejo una y otra vez: le imaginé una pija gorda y venosa, huevos grandes, culo chiquito pero redondo, con apenas una pelusa rubia,  unas espaldas anchas para su cuerpo delgado y una fogosidad que en realidad era la de Claudio, asombrado por mi pasión, luego de tanto tiempo de distanciamiento.

Cogeme, gritaba, rompeme el culo gritaba, y levantaba su orto peludo y pesado, mientras yo lo bombeaba una y otra vez, lo penetraba rápido por momentos, profundo otros,  pensando en otro hombre, en alguien a quien apenas conocía,  el hijo del  patrón del Estudio.,  Alejo Rodín. Una semana después Claudio era pasado.  No lo lamenté.   El además tenía otro y lo blanqueó cuando le dije de cortar.

Empecé a trabajar un día lunes luego de un fin de semana largo, y al terminar la primera jornada ya estaba arrepentido de haber aceptado.  Ese estudio era un infierno, los jóvenes abogados aspirantes a un empleo efectivo,  éramos tratados como si fuéramos esclavos y los demás empleados como seres infrahumanos, especialmente las secretarias y administrativas..   El mal trato era la regla y al que se quejaba, le decían que se fuera. Tuve ganas de renunciar de inmediato a aquel circo de ostentación, arbitrariedad y explotación. A la salida del primer día, para decirles la verdad, tenía los huevos por el piso.  Me fui con una tristeza enorme a mi casa.

Necesitaba ese trabajo: no podía darme el lujo de irme, de renunciar apenas empezado. Esa noche hice un nudo de mi corazón y entré al primer bar abierto que encontré por el camino, para tomar algo fuerte, y sacarme de encima la pesadumbre y el agotamiento.   Terminé medio borracho y en la cama de Juan Alberto M. un abogado del estudio, diez años mayor que yo, ebrio consuetudinario, y adicto a cuanta pastilla tranquilizante había en el mercado.  El sexo fue olvidable, pero luego de ese polvo producto del exceso de alcohol y la angustia compartida  nos hicimos amigos.  Unos meses después de aquel encuentro, Juan Alberto se casó con una rica heredera, lesbiana y simpática, que le permitía a mi amigo, tapar las apariencias. Que digan de mi que soy alcohólico, si, pero no puto,, eso no lo tolero, me dijo un día antes de casarse.

Poco a poco me fui acostumbrando a aquel lugar tan competitivo e inestable. Llegaba a mi casa luego de caminar muchas cuadras para desintoxicarme de tanta locura, de las largas horas de trabajo, de la tensión y de las presiones.  En esos meses no tuve sexo con nadie más. Era como si hubiera perdido las ganas de coger con alguien, y que toda esa energía la dedicara a aguantar aquel trabajo desagradable.

Yo sabía que era bueno en lo mío y ellos, los del estudio se fueron dando cuenta, pero eso no hizo mi vida más fácil.  Aparecieron envidias, trabas, arbitrariedades, “movidas de piso”, pequeñas deslealtades, chismes, conflictos, competencias, rencillas que ellos los de arriba, estimulaban.

A Alejo lo veía todas las noches, antes de irnos a casa.   Como responsable de la camada joven de abogados, éramos veinte muchachos y chicas menores de veintiséis años en promedio, él presidía una reunión de una hora diaria aproximadamente con todos nosotros en la que se debatian los asuntos más importantes a nuestro cargo y se recibían instrucciones sobre cómo manejarlos.

Eran reuniones sumamente tensas y desagradables.  Alejo parecía conducirlas con desagrado, y con la sensación de estar perdiendo el tiempo con gente sin experiencia y poco capacitada,, algo así como seres inferiores y torpes.  Destilaba impaciencia, desprecio y de verdad yo lo miraba y me daban ganas de trompearlo y mandarlo a la mierda.  Pero a veces mis ojos inconscientemente acariciaban su pelo ondulado que comenzaba a escasear, sus ojos de color cambiante sus manos flacas y pecosas con pelitos rubios.  Claro que sin ser demasiado evidente con mis miradas.  La verdad es que Alejo era bastante pedante, en algunos casos abusivo y, arrogante. Cuando perdía la paciencia, humillaba en vez de corregir. No tenía la menor delicadeza al criticar. No servía para enseñar nada.  Incluso no era claro al expresarse. Costaba entender qué es lo que quería.  Todo ello contrastaba con esa mirada de colores cambiantes y ese pelo de niño que daban a su cara un aspecto adolescente.  Pero aprendí a odiar su voz de flauta, sus ademanes, sus gestos, hasta su risa llena de burla.  En ese primer tiempo, Alejo me parecía un perfecto hijo de puta con perdón de su señora madre a quien no conocía  Flor de hijo de puta pensaba yo, y eso me compensaba frente a tanta angustia diaria. Pero el hijo de puta aquel me calentaba, me atraía físicamente. Cuando Alejo se paraba no podía evitar de mirarle disimuladamente el bulto o el culito redondito. Sus modales, sus gestos educados y finos. Su manera de caminar, tan segura y masculina. Estaba re caliente con él, para ser claro.

Por recomendación de Juan Alberto M me pidieron que colaborase con un asociado, Fernando K. en el manejo de un asunto muy complicado, en el que se jugaba la subsistencia de una compañía de productos de consumo masivo, por peleas entre sus socios: dos viejos que según me enteré habían sido pareja treinta años atrás.   Eso me lo contó Fernando K quien como luego me dí cuenta, también tenía ojito voraz para los muchachitos jóvenes y entre ellos para mí.  A veces muy tarde me miraba con esos ojitos chiquitos y separados, como subyugado, como admirando mis evidentes atractivos, bueno no tan evidentes… Fernando K también era casado y de misa diaria. Una secretaria chismosa me dijo que era del Opus Dei….

En ese Estudio que era un antro de conservadorismo y homofobia ya conocía a dos gays, ambos casados y tapados, Juan Alberto M y Fernando K.  Me preguntaba cuántos más se esconderían entre esos pesados libros de jurisprudencia y doctrina legal,  e impecables trajes hechos a la medida.  Un día pregunté a ambos, tres tragos de por medio,  si Alejo, era puto.    Los dos se miraron con una extraña complicidad y respondieron más o menos lo mismo: está separado de su mujer pero sale con una modelo. Así que se presumía que era heterosexual sin atenuantes.  No es puto, es mata-putos así que cuidate me dijo Juan Alberto.M.

A veces en esas reuniones de última hora presididas por Alejo, mientras escuchaba sus comentarios críticos, sus contestaciones cínicas y sus risitas forzadas, sus tonos hirientes, me preguntaba si tendría tantas mujeres como se decía, porque con esa cara de culo parecía un mal cogido.  Este hombre no podría ser tan canalla si cogiera bien,  me consolaba.

Cuando me tocaba presentar un caso, me preparaba con esmero.  No quería ser objeto de sus burlas ni de sus comentarios denigratorios:  yo me documentaba, reunía antecedentes, estudiaba las implicancias legales, la doctrina y la jurisprudencia,  consultaba lo que no entendía  a Fernando o a Juan Alberto y demostraba en la reunión, una seguridad que al principio recibía su silencio como toda respuesta.  La indiferencia de Alejo me molestaba, aunque el hecho de no ser objeto de juicios desfavorables, me daba cierto alivio.  De algún modo me confirmaba que yo tenía condiciones para ese trabajo y para quedarme como efectivo, una vez vencida el período de prueba.  Eso creía.

A veces, Alejo, me decía “muy bien”, pero pocas.

Con motivo del 80 aniversario de la fundación del Estudio, se estaba organizando una fiesta con numerosos invitados, para un sábado del mes de junio, y el personal de limpieza fue instruido para encerar los antiguos pisos de roble de Eslavonia, trabajo que realizaron con gran esmero.  Los pisos brillaban como espejos. Aquel viernes, la reunión de última hora había sido especialmente desagradable pues una abogada y un abogado del grupo de jóvenes,, habían sido acusados de negligentes en el manejo de un asunto, y fueron objeto de crueles ridiculizaciones por parte de Alejo y otro asociado Finalmente los dos jóvenes decidieron presentar la renuncia. El muchacho al irse y antes de gar un portazo, le lanzó una fuerte puteada a Alejo y al estudio. Alejo se encogió de hombros. Los abogaditos jóvenes sobraban en el mercado y eran descartables.

Yo que tenía mi pequeño cubículo cerca, fingí no escuchar nada y continué escribiendo en la computadora.   Había anochecido y la calle estaba muy fría y oscura: era pleno invierno en Buenos Aires.

Una hora después, escuché que alguien venía por el corredor de los socios, y adiviné que era Alejo, flaco alto, desgarbado, pasó cargando su pesado portafolio y gruesas carpetas, frente a mi escritorio, me miró, dijo buenas noches y siguió de largo, pero unos segundos después sentí un golpe seco: Alejo se había resbalado frente a la zona de cafetería  :por el piso demasiado lustrado.  Salí corriendo y lo encontré tirado en el suelo, con la cara y la cabeza ensangrentados y haciendo esfuerzos por levantarse.  Me acerqué, le pregunté cómo se sentía, levanté su cabeza ensangrentada y me asusté de su palidez extrema: le dije que no se moviera, que se quedase tranquilo, que llamaría una ambulancia. Pedí a la seguridad  por el celular que consiguieran una ambulancia urgente y yo lo acompañé hasta una clínica privada  El paramédico preguntó quién era yo, y le dije la verdad: un empleado del estudio.  Alejo parecía inconsciente. Pero apretaba mi mano con desesperación. Su mano estaba fría y pensé que estaba mal por lo que no me solté de su apretón.

Llamaron a su familia y su padre estaba de viaje, su madre no contestaba, y su novia, la modelo,  estaba en un desfile en las afueras de la ciudad.  Llamé a otro de los socios, y este me dijo que vendría más tarde pues tenía función de su abono de ópera.

Mientras me permitieron estar con él, el se aferraba a mi mano como tabla de salvación con sus dedos fríos y largos,  y en ese momento no pensé en otra cosa que en lo extraño de la situación:   uno de sus “esclavitos”, yo,  era la única persona que lo acompañaba en un momento tan delicado. Aunque él se hubiese portado tan mal conmigo no pensaba en eso, ni le guardaba rencor.  Quizás porque me gustaba.

Lllegaron  algunos familiares, luego la madre, luego el socio aquel que venía de su función de gala en la ópera.  Yo tomé mi porta-folios y me fui. Gracias doctor, me dijo la hermana: una muchacha rubia y delicada.

Sabía que Alejo estaría bien, cuidado por los médicos, enfermeras y auxiliares, y acompañado por sus familiares pero esa noche no pude dormir, en mi mano sentía todavía la fuerza de sus dedos fríos.  Eso me parecía raro. ¿ Porqué si yo lo detestaba, su piel tenía ese efecto en mi piel ?.

Para conciliar el sueño no me alcanzó un calmante. Comencé a pajearme.   Me destapé, tiré mi slip por el aire, levanté mis piernas y comencé a conjurar alguna fantasía que me hiciera calentar: el profesor y el alumno, el médico y el paciente, el bombero y el rescatado del incendio, el tío y el sobrino,  dos seminaristas pajeros, mis ex parejas y yo: pajas, chupadas,, poderosos 69 y luego el plato fuerte, el sexo sin fronteras, cogidas salvajes,, bomba que te bomba. Y mi mano subiendo y bajando, apretando mi sexo necesitado.  Llamándolo, llamándolo, pidiéndole que no se muriera, que no sufriera, que yo estaba cerca.  Eso por supuesto bajó mi erección, y necesité una taza de leche tibia, para por fin conciliar el sueño.   Como cuando era chico y me desvelaba tras la visión de alguna película de monstruos.

Sonó el teléfono bastante tarde y era el padre de Alejo, el dueño del Estudio. Alejo había recuperado el conocimiento y estaba algo mejor.  Me dijo  que me llamaba para agradecerme lo que había hecho por su hijo.  Soy un hombre agradecido y este gesto no lo voy a olvidar, concluyó.

Cuando corté me dije, espero que cumplas tus promesas, no me despidas al final del período de prueba…

Al día siguiente me recibieron como un héroe en el estudio: yo había “salvado” la vida del heredero,  y muchos me felicitaron, agradecieron, e hicieron preguntas, Uno de los dos colegas casados y gays, se permitió preguntarme reservadamente qué estaba haciendo a horas tan avanzadas con Alejo en el estudio;  no te lo estarás cogiendo no? Qué mal pensado che.

Ese sábado se hizo la fiesta de aniversario, Alejo seguía internado pero en franca recuperación y no podía cancelarse semejante evento.  En otras circunstancias mi presencia hubiera pasado desapercibida, entre tantas personas importantes, pero no esta vez.  No recuerdo la cantidad de gente que me presentaron, los que se acercaron a agradecerme, felicitarme, abrazarme, un par de viejas me besaron, y hasta un sacerdote me bendijo al pasar.

A la salida de la reunión, llovía y me guarecí bajo un toldo por un rato y me sentí muy solo y abandonado.   Un auto pasó a gran velocidad y me salpicó un poco, El cielo estaba negro y amenazante.  Paré a un taxi y me dirigí a la clínica.  Quería averiguar cómo estaba Alejo. Pregunté por su número de habitación y cuando la enfermera me preguntó si era pariente,  para que me dejaran entrar,  alegué ser “su pareja”.  O sea que lo hice puto al pobre de Alejo. Sin saber si lo era o no. Pero no me importó nada.

Sé que me valí de una mentira pero de otro modo no me hubieran dejado pasar.  Me dirigí hasta la habitación y al abrir la puerta vi a Alejo, totalmente entubado, con suero, con los ojos cerrados, la cabeza vendada y hasta un yeso en el antebrazo. Con sumo cuidado me acerqué a la cama, y tomé su mano no lastimada y la retuve entre las mías por un rato.  No sé porqué hice eso.  Si ese tipo no me agradaba como persona.  Cosas de puto me dije y aparté la mano, y cuando lo hice sentí frío, como un desasosiego, me sentí solo.

Un par de semanas después,  Alejo regresó al trabajo recuperado, vino a agradecerme por haberlo cuidado, me entregó un pequeño regalo y me miró con amabilidad.  Por la noche fui confirmado como abogado junior efectivo del Estudio.  Lo festejamos en el bar de siempre con Juan Alberto M y con Fernando K., y estábamos conversando cuando entró Alejo con su padre, y nos miró y me miró a mí,, sólo a mi , y esbozó una leve sonrisa.  El padre. en cambio se acercó y me felicitó por mi ingreso permanente en la firma.  Cuando se fueron, Juan Carlos M. se codeó con Fernando K y ambos comentaron por lo bajo la sonrisa que me había dedicado Alejo: ese te tiene ganas…. rieron.

La otra junior incorporada era Jazmín Acuña, una abogada de mi edad y excelentes condiciones., con quien nos habíamos hecho muy amigos. A veces comentábamos el cambio que se había producido en el trato de Alejo para con nosotros dos después de haber sido incorporados al estudio como efectivos.  A veces nos quedábamos trabajando hasta tarde cada uno en su despacho y Alejo se iba un poco antes que nosotros y se asomaba a ambas oficinas para decir “hasta mañana”.  Pero a mi me parecía que se quedaba un rato más en la mía, mirando.  Yo no decía nada, pero Jazmín me lo remarcó un día: “no sé,  si es por gratitud u otra cosa, pero este “man” te hace ojitos a vos y a mi no me da ni la hora, me dijo un día. ¿A mí?  Pregunté.   Si a vos,  contestó ella con una sonrisa pícara.

Puedo ubicar en el tiempo el momento en que me di cuenta, que aquella circunstancial presencia mía en el lugar del accidente, y no mis condiciones profesionales, me fueron abriendo camino en el estudio.  Fue aquel 31 de agosto en que me invitaron al almuerzo del Dia del Abogado con socios y asociados en un restaurante de categoría. Alejo se sentó frente mío y a mí me temblaban los cubiertos  Luego hubieron otras distinciones, participación en congresos y jornadas, fotografía en una revista de negocios, un par de viajes a USA para atender a un par de clientes en compañía de un socio “senior”…….

Juan Alberto M y Fernando K no dejaban de hablar con ironía y de sospechar que ese crecimiento mío en mi estatus dentro del estudio, se debía a algún favor sexual, lo que me irritaba.  En alguna travesura andarás me dijo Fernando K con cierta envidia.  En el fondo, siendo del Opus y todo, o precisamente por eso,  era una loca mala….

Todo comenzó a avanzar con vértigo, la tarde que Alejo me preguntó si tenía un “smoking” (traje de etiqueta) para ir a la función de gala del Teatro Colón: tenía dos entradas para la función de gala de esa noche .y quería que yo lo acompañara.  Le contesté que no,  sin cierto asombro “No tengo smoking nunca tuve y  no si tendré uno alguna vez”

Yo no acepto el no como respuesta, me dijo mirándome como nunca me había mirado antes.  No supe que decir salvo insistir que no tenía un smoking y el me dijo, alquile uno.   Es tarde le dije yo.  Y era tarde.   Me miró como aceptando que todo era imposible.

Cuando ya se iba, le dije que yo provenía de  una familia humilde y que no me sentiría bien vestido de etiqueta, que esas veladas de gala serían muy lindas pero no para mí. Se fue sin contestarme.   No me importaba mucho ir al teatro. Ni su enojo.

En los días siguientes no me habló.  Hasta que llegó un mensajero con un smoking para mi.  Me quise morir.  La función de gala había pasado y sin embargo insistía en que tuviera un traje de etiqueta.  Pedí hablar con el y le dije que no necesitaba ningún regalo que le agradecía,  pero que lo devolviera,

Entonces no me vas a acompañar a ningún lado? Preguntó con esa mirada pordiosera, que casi no reconocía y usando el tuteo cosa absolutamente nueva.

Como me quedé sin hablar, lo miré y no sé porque bajé la vista sin poder responder. Mientras mi cara se enrojecía comprendí que la pregunta tenía muchos sentidos.   Y concluí diciendo: “si a tomar un café.   Me sentía infinitamente infantil, tonto.  El se me acercó y se puso apenas a dos centímentros de mi y me dijo, bueno vamos, y de tan cerca que estaba de mí, pude hasta percibir su aliento a mentol.   Me tomó del brazo con decisión y casi empujándome salimos del estudio hasta el barcito de enfrente.

Fuímos hacia la parte de atrás del bar y nos sentamos a una mesa mirándonos.  La tensión era tal que yo no escuchaba otro ruido que su respiración y los latidos de mi corazón.  Tenía palpitaciones, taquicardia , arritmia  No podía creer lo que estaba pasando..  Antes que llegaran con el café, el empezó a hablar, mirándome fijamente a los ojos y nunca me imaginé que su voz pudiera tener esa emoción: era como si le subiese desde los huevos a la garganta, como si le hablara a alguien muy especial y también como si esa conversación la hubiera preparado por mucho tiempo: me dijo que tenía que pedirme perdón por todo el tiempo de prueba ,en el trabajo,  por sus actitudes, por su soberbia.  Me dijo que él no era así y que me entendía si yo lo odiaba.  Como yo negué con la cabeza, el siguió, relatando lo que había ocurrido tras su accidente y su agradecimiento. Ahí puse mi mano en su brazo pidiéndole que no continuara con el tema.    Después me dijo que me valoraba.  Que el estudio me valoraba y que quería saber qué más podía hacer para que yo me sintiera bien. Había dicho todas las palabras que yo quería escuchar pero había una distancia, y yo no me atrevía a acortarla y menos en ese lugar.  Como decirle que estaba caliente con el, que en todo ese tiempo me había pajeado fantaseando con su abrazo y sus besos. Que me odiaba por desearlo. Como decirle que yo si sabía que el me gustaba y atraía.  Si yo no estaba seguro sobre su sexualidad….

El quería a toda costa que yo lo perdonara.  Sé que hacía un gran esfuerzo para reconocerse imperfecto, y pedir perdón, siendo quien era y perteneciendo al grupo social al que pertenecía.   Sólo respondí que le agradecía lo que me había dicho. Me levanté y le dí la mano para despedirme y el la retuvo con sus dos manos. Ahí lo supe, ahí lo miré a los ojos  y  comprendí lo que significaba esa charla para él. Mis ojos se nublaron cuando vi los ojos de él llenos de lágrimas.   Hasta los más “malvados lloran por amor”. Y este hombre de cabello raleado y ojos ´húmedos no era malvado. Apenas un aprendiz…

Volvimos al estudio y parecíamos dos viejos amigos.  Cuando fue la hora, tomé mis cosas y como obligado por las circunstancias fui a su oficina para despedirme, y el me dijo, te llevo a tu casa. En el trayecto se largó a llover y casi no conversamos.  Los dos mirábamos hacia el frente, con el parabrisas moviéndose de un lado al otro barriendo la lluvia. Yo iba sentado casi contra la puerta no fuera que su cuerpo cercano me impulsara a cometer una locura.   Estaba caliente con él.  Deseaba tener su cuerpo junto al mio, que me abrazara y abrazarlo...

El se mantuvo callado, sin mirarme, pero yo percibía o presentía que mi compañía le levantaba el ánimo, como si lo alegrara. Habíamos recorrido en una tarde un camino inexplorado en varios meses..  Cuando llegué a mi casa, aprovechando la oscuridad de la calle vacía, se acercó a mí y tomando mi cara me dio un beso en la boca.   Fue un beso silencioso, dulce y deseado pero corto, como al pasar, temeroso de que nos vieran.

Hasta mañana, me dijo, mirándome ahora a los ojos, antes de arrancar y yo repetí esas palabras, como si fuera un adolescente que han besado por primera vez.  Y bueno soy puto, iluso, romántico, me enamoré…..

Veinte minutos después sonó el teléfono:    era él, me pidió disculpas si su beso me había ofendido o molestado.  Me quedé callado.  Dije mañana lo hablamos y el se negó a dejarlo para mañana.  Entonces vení ahora le dije y el dijo voy……

Arreglé como pude el departamento: estaba hecho un chiquero, pero en cinco minutos, lo puse bastante decente: luego me cambié el bóxer, me perfumé las bolas, me peiné , me puse desodorante, y cuando me estaba admirando en el espejo, tocó el timbre. Miré el reloj : eran las doce en punto.  Hora de brujas. La hora en que la carroza de Cenicienta se convierte en una calabaza, y yo no quería perder el zapato.

Era Alejo con un libro bajo el brazo  no es hombre de traer regalos ni vinos,, no digamos flores porque no sería muy masculino, pero traerme un libro de texto de derecho, nada menos que de su abuelo, ex decano de la Facultad de Derecho.  El muchacho no es muy romántico pensé.

Me dio el libro, lo agradecí y lo puse sobre una mesita.  El me miró: y me dijo te vas a quedar parado así, y yo no me quedé parado y me acerque a él y casi lo tumbo del envión que tomé y me abracé a él y le daba pellizcones como castigo por tantos sufrimientos, y él me decía mi chiquito y yo no sabía que responder, y él me daba besitos dulces como nunca imaginé que pudiera y yo me puse al palo, y él me decía te necesité.   Levante su cara y aparté la mia y sus labios quedaron en el aire con un beso, y yo le dije, no me hables del pasado, hijo de tal por cual,  pues bastante pasé por quererte.

Su beso se posó en mi boca con pasión y yo se lo devolví una y mil veces, y el me acercó al sillón y yo me dejé llevar con su fuerza y el me tomó la cara con las dos manos y me dijo que me quería.   Que no podía vivir sin mi . ¿ Y la modelo?  pregunté con sorna.  No era lo que parecía contestó. ¿ Y tu ex mujer?  no me hablés del pasado respondió.. Y yo acaricíé su barba dura, y recorrí con mis dedos sus labios y sus ojos parecían carbones encendidos y su piel transpiraba por todas partes y le dije, que muchas veces había pensado en mandarlo a la mierda y que siempre cambiaba de planes cuando lo veía.

Y que veías en mi, me preguntó:   Esto no lo veía, le respondí acariciando su pecho levemente velludo. Ni esto, seguí mientras tocaba su verga y sus huevos a través de su bóxer celeste muy ceñido.  Y te miraba esto., dije mientras ponía mis manos por dentro del bóxer para acariciar su culito redondo y chiquito. Tenés las manos frías me dijo al fin y yo respondí , pero el corazón caliente.

El me desnudó despacito como temiendo romperme algún hueso y cuando me tuvo en bolas frente a si, apoyó su cabeza contra mi pecho y comenzó a besarme, por el torso, los flancos, el ombligo, las tetillas,  murmurando palabras que no escuchaba yo. Y yo acariciaba su pelo raleado, su barba dura, la curva de sus orejas, sus dientes y su boca.

El tomó mi pija y comenzó a besarla, a chuparla, a adorarla como un tótem sagrado, a chupar y a chupar hasta que se dio cuenta que si seguía iba a llenar su boca con mi leche y el tenía otros planes.  Yo busqué su pija, que era gorda y venosa como yo la imaginaba, y grande, bien grande y cuando me la metí en la boca, y comencé a felarla, el dio un grito, un grito seco como si algo le doliera, como si le hubiera clavado una espina y despacito y con cierta pena la fui dejando de a poco para su alivio y volvía una y otra vez a chupetearla como si el mundo fuera a acabarse en ese instante. Era tan sensible que el solo intento de tragármela hacia que el sintiera la necesidad de apartarme para no acabar dentro de mi boca.

Me di vuelta y comencé a acariciar sus espaldas anchas, su cintura estrecha, la delicada curva de su culo, la suave textura de la piel fría, de su culito hermoso, sus piernas, sus huevos a través de sus piernas. Y después con la lengua fui abriendo de a poquito el hueco de su culo, a golpes de lengua, a besos, a mordiscos suaves, estirando con mis dedos su piel húmeda, sus entrañas calientes mientras el gemía, gemía como si el instante fuera una antesala al paraíso del placer .Cuando me levanté para tomar aire y lo miré para percibir su éxtasis inacabado, le pregunté , si se daba cuenta de cuanto lo “odiaba”.  Y el respondío que mi “odio” le gustaba, que mi lengua era la llave de una puerta a su infierno.  Quiero quemarme en ese fuego dije y el abrió las piernas y puso los pies sobre mis hombros invitándome a que me lo cogiera. Pero yo me tomé mi tiempo, con la pija dura y gorda bien parada, apoyada en la raya de su culo, busqué un forro y lubricante, y recubrí mi piel enardecida con aquella barrera que ahora era un puente lubricado hacia su interior.

Se quejó, me pidió que lo dejara, que no podía soportar el dolor pero no hice caso a sus ruegos, y levanté una de sus piernas largas y comencé a garcharlo como nunca hubiera pensado y como alguna vez soñé: Fuerte, profundo, sin pausa, arremetiendo, poniendo, sacando, haciéndolo gritar de placer, pedir tregua, pedir por favor que no interrumpiera, que continuara con esa locura que se introducía en sus tripas e iba perforando el largo camino hacia su corazón. Cogeme, cógeme, por favor cógeme……Ahhh asi, asi , así.

Después nos besamos.  Su boca es finita pero dulce.  Sus besos son cariñosos y húmedos.  Me acuesto sobre su pecho, y todavía respiro con dificultad, y su corazón palpita fuerte bajo mi cabeza.  El acaricia mi pelo, recorre una y otra vez mi cabeza,  y su mano flaca me estremece. Tiemblo y él me toma entre sus brazos y a veces me dice cosas bellísimas que luego no recuerdo.  Más tarde haremos el amor otra vez y el buscará mi culo para hacerlo suyo, levantará mis piernas por sobre sus hombros, y me la pondrá despacito, despacio, tratando de no hacerme doler, acompañando cada embestida con un beso, con una palabra, con una caricia.  Le entrego el culo buscando que me complete, que se hunda en mi, que convierta en su feudo toda la pasión de mi cuerpo. Y cuando acaba, cuando me llena de su leche, con un largo suspiro, me jura que me ama.   Y yo con su pija adentro todavía, y empapado con su simiente, le creo, porque necesito creer.  Porque lo amo. Y se lo digo.

No sé si va a durar.  No sé si mañana cuando salga el sol estaremos juntos. Solo sé que por las noches, me despierto a cada momento y busco su cuerpo para asegurarme que esté a mi lado, y que él se despierta de sus pesadillas, para abrazarme como si fuera un náufrago que se aferra a su tabla de salvación.  No sé cómo se define al amor, pero esto es lo más parecido que conozco.  Además, he comprobado, afortunadamente, que no tiene los pies fríos….

galansoy   Mucho se discute sobre si existe el amor entre dos hombres. Este relato pretende contestar esa pregunta.  Ojalá les agrade.g.