Un camarero de un sitio cualquiera

Una historia de cuando un sirviente también es servido.

Un camarero de un sitio cualquiera

No tenía aquel día muchas ganas de cocinar ni de comer una pizza descongelada, así que me fui con el coche por la ciudad hasta que encontré un bellísimo restaurante que tenía mesas en una ancha acera. Muy cerca de allí encontré un parking y fui caminando calle arriba hasta llegar a la entrada. Vi allí a un camarero joven con las manos atrás y esperando, le miré y me fui hacia una de las mesas. Me pareció que aquel joven no era un camarero muy experto, pero el servicio fue rápido y la comida me pareció excelente. Cuando acabé de comer, lo llamé y le pedí alguna cosa de postre y me recomendó una crema tostada de la casa con fruta fresca. Le dije que me la sirviese, entró en el restaurante y salió al poco tiempo con una bandeja (que parecía pesada) sostenida con una sola mano. Al acercarse a mí, tropezó con el pie de metal de la mesa y vino a caerme encima toda aquella crema fría con toda su fruta.

El pobre camarero se puso rojo y no sabía cómo pedirme perdón. Entonces le dije que no tenía importancia, porque un accidente lo tiene cualquiera: «Peor sería un accidente de un taxista», le dije riéndome; y esbozó una sonrisa. Era guapísimo y me daba mucha lástima de lo que le había pasado.

Me gustaría – le dije – pasar al lavabo o a algún sitio para quitarme estas manchas.

Sí, señor – me respondió muy amable -, yo mismo le acompañaré. Le daré ropa limpia si quiere y, cuando se cambie, se mandará a la tintorería y se le entregará como nueva.

Entonces, lo miré insinuante y le pregunté si él debería pagar la tintorería. Se quedó mudo.

Sólo te pregunto esto – le dije -, porque si tienes que pagarla tú, no dejaré que me la envíes a lavar, sino que volveré a verte otra vez y comer aquí.

¡Venga usted, señor! – me dijo -. Tal vez no le agrade mucho, pero sería mejor que se quitase la chaqueta y la camisa pronto. Veo que tiene usted mi misma talla. Yo le daré mi ropa, aunque no es tan buena, y le enviaré a su casa la suya cuando esté limpia. Pero para que nadie le vea, le llevaré a los servicios del personal. Acompáñeme.

Me fui detrás de él, que no dejaba de mirarme muy apurado por lo sucedido y bajamos unas escaleras y pasamos a un pasillo que llevaba a sus vestuarios. Con sólo acercarse a la puerta, se abría. Pasamos los dos y se encendió la luz. Le miré y empecé a empalmarme. Todo automático. Un poco más adelante había unos cuantos lavabos y espejos y me quité la chaqueta y la camisa y él la recogió, pero se fue hacia la puerta y me pareció que ponía el seguro por dentro. Cuando se acercó a mí, me lavó suavemente con agua templada y me secó con una toalla y, tomándome de la mano, me llevó a uno de los vestuarios.

Esta salita pequeña – me dijo – es mi vestuario.

Y antes de que yo le dijese nada, comenzó a quitarse la chaquetilla y la pajarita que llevaba al cuello y, enseguida, comenzó a quitarse la camisa.

Mira, chico – le dije -, te agradezco mucho tu gesto, pero no puedo ir por la calle vestido de camarero.

No me contestó nada, sino que se quitó la camisa y la puso sobre una silla y luego se acercó a mí y me abrazó con furor. Mis manos no pudieron quedarse quietas y el roce con su cuerpo me hizo empalmar más de lo estaba. Él se dio cuenta y puso su mano sobre mi entrepierna y comenzó a acariciarme y yo, me fui directamente a sus pantalones, los desabroché y los dejé caer al suelo. Entonces, hizo él lo mismo, pero tiró hacia abajo de mis pantalones y de los calzoncillos. Mi polla estaba para reventar. Aquel camarero era muy guapo, pero desnudo no podía dejar a nadie sin reaccionar, así que le bajé los calzoncillos y comencé a acariciarle su polla. Entonces fue cuando hizo algo que yo no esperaba, porque tomó mi chaqueta, empapada en crema, y la pasó por mi miembro llenándolo de dulce, se agachó y me dijo:

Es la primera vez que pruebo esta crema, pero me parece que estará más buena así que en una cazuela.

Y comenzó a chupármela de tal forma que tomé su cabeza de pelo negro y rizado y comencé a acariciarla. Hice luego el intento de que se pusiera en pie, pues yo quería también saborear su cuerpo, pero se resistía y seguía chupando sabiendo muy bien cómo hacerlo. El placer era enorme, tanto, que ni siquiera pensaba que estaba en un vestuario. Me fue viniendo el placer y le pedí que parase, pero no me hizo caso y siguió chupando y yo no comprendía qué estaría haciendo con la lengua, porque el placer era enorme. Y sabiendo que quería que me corriese en su boca, aguanté todo lo que pude y, conteniendo un grito, se dobló mi cuerpo sobre él con contracciones y lo abracé con todas mis fuerzas.

¡Vale, vale! – le dije -, que ya no me queda más que echar.

El señor está servido, de momento – me dijo -, porque si me deja su dirección, yo mismo le llevaré la ropa ya limpia. Tome esto (abrió su taquilla y sacó una camisa muy bonita).

Es suficiente con esto, gracias – le dije -, no hace frío. Aquí tienes mi nombre y mi dirección, pero no para que me lleves la ropa, sino para que dejes tenerte un buen rato en mis brazos en un sitio más cómodo. Y, si no te importa, no me llames señor, que tengo tu edad, guapo.

Iré a verte, Julián – me dijo -, te lo prometo; esto ha sido un error mío lamentable, pero hubiese dado todo mi sueldo de este mes por conocerte.

Ya me conoces – le dije -, pero… ¿cómo te llamas tú?

Valentín, señ… - se quedó cortado -. Me llamo Valentín y el error que he cometido me parece imperdonable, pero conocerte ha sido

Lo entiendo – me acerqué a él tomándolo por la cintura -, pero no me gustaría que me pagaras tu error con esa magnífica mamada.

¡Nooo, Julián, no – me dijo asustado -. No creas que lo he hecho para compensarte; estaba deseando de comerte.

Pues mira – le dije -, yo ya he comido, pero no he tomado postre. Me encantaría comerme…. a ver…. tu polla.

Y haciendo un gesto de reverencia aún desnudo, me dijo:

Sírvase el señor.

Así que fui bajando desde su boca mi lengua por todo su pecho, le di la vuelta agarrándolo por el culo y saboreé sus nalgas y las abrí con cuidado y vi cómo se inclinaba y él mismo las abría hacia los lados. Ante mí vi su precioso agujero y lo fui saboreando con la punta de mi lengua. Y fue entonces cuando comencé a oírle gemir de placer. Seguí así un rato, pues nadie puede resistirse a esto, pero tiré de su pecho para que se incorporara y volví a rotarlo. Tenía ahora ante mí su hermosa polla y apretándole por los muslos, abrí mi boca y la dejé entrar entera. Contuvo un gemido de placer y comencé yo a chupársela y mi mano se fue poco a poco hacia atrás de su cuerpo y le fui acariciando su precioso y suave ano sin dejar de mamar hasta que comencé a meterle el dedo con mucha suavidad y entonces, empezó a empujar y a tirar y me agarró la cabeza y la fue moviendo adelante y atrás cada vez con más velocidad. Sus piernas se iban tensando y su respiración se oía salir de su boca cada vez más a prisa: «Ya no puedo más». Acaricié su cuerpo por dentro con mi dedo y apoyó sus manos en su cintura y echó su torso hacia atrás: «Dale, Jacinto, dale, por favor». Y en un temblor, empujó su cuerpo llegándome su polla a la garganta y sentí un fuerte chorro de semen caliente; y otro y otro entre gemidos de placer, hasta que retiró despacio su cuerpo de mi cara y tiró con suavidad de mi mano.

El día que esté el traje – me dijo – y vaya a tu casa, te voy a dejar seco.

No laves la ropa, Valentín. Métela en una bolsa y vete a casa cuando termines ¿Puedes?

¡Claro que puedo!... si el señor lo desea.