Un caballo para las mujeres (3)

Ultima parte de esta historia. Ahora habían mujeres de mi propia familia involucradas.

Hace más de dos años empecé esta trilogía de "Un Caballo para las Mujeres", pero nunca terminé de contar la tercera y última parte del mismo. Recomiendo que si te interesa el tema de ponyboy, antes de leer este, le des una leída a las dos primeras partes. Te aconsejo que las busques por título.

Bueno, para dejar el tema por concluido aquí está la tercera parte:

Iba Raisa cabalgando sobre mí. Sólo con el lenguaje corporal de mi jineta, yo entendía que debía mantener el paso presuroso. Pero esto era una tortura. Hizo que me dirigiera hacia la pradera.

Al mantener este ritmo de trote, ocasionaba que Raisa diera leves brincos sobre mi espalda, causando que cada vez que sus nalgas caían sobre mi espalda, la misma me doliera cada vez más. Podía escuchar el sonido del cuero de la silla rechinando sobre mí. Sin embargo, ese no era problema de ella. Raisa era mi jineta y yo, como su caballo, debía llevarla donde ella quisiera sentada sobre mi lomo.

Luego de un rato, haló las riendas hacia atrás causando que desacelerara mi paso. Esto me alivió un poco, ya que aunque aún seguía sobre mi espalda, por lo menos no brincaba sobre ella, sólo era el movimiento de vaivén natural.

Yo seguía caminando a cuatro patas con esta mujer sobre mí. Sólo podía ver el césped y sus botas a ambos lados de mí, en sus respectivos estribos. Escuché el sonido de un encendedor y seguidamente sentí el olor de cigarrillo. Raisa fumaba mientras paseaba por la pradera sobre su caballo. La espalda me dolía terriblemente, sin embargo no me atrevía a articular palabra, sabía que debía seguir sirviéndole para su comodidad y relajación.

Luego de un rato habló dirigiéndose a mí:

Parece que has aprendido muy bien, mejor de lo que yo esperaba. Has entendido tu nuevo papel como caballo para uso de las mujeres. Aquí el negocio es rápido. Nosotras entrenamos a los hombres y se las vendemos a mujeres que acuden a buscar animales como tú. Mantener a un hombre-caballo cuesta mucho menos que un caballo real, es más seguro para ellas y sirve para aumentar el ego y sentimiento de superioridad de las clientas.

Yo solamente me limitaba a escucharla, ya que no debía emitir palabra alguna. Ella prosiguió:

Como has aprendido tan bien, el día de mañana en la mañana te vamos a vender a la siguiente cliente en la lista de espera. Más te vale que te comportes, ya que si ella no está satisfecha te regresará, y eso no es lo que queremos. Si esto sucede el castigo será insoportable! Al decir esto se elevó un poco sobre los estribos y se dejó caer sobre mi espalda. El dolor era terrible.

Efectivamente, regresé a mi establo con Raisa sobre mi lomo, me desensilló y se retiró.

A la mañana siguiente, muy temprano sentí la puerta de mi establo abriéndose nuevamente. Era Mónica, que venía a buscarme para llevarme con mi nueva dueña.

Ella tomo la silla de cuero y me ordenó que la siguiera (a cuatro patas por supuesto). Por lo que me iba contando, a la cliente se le entregaba un manual con las órdenes y la forma de trato que nos debían dar, pero además le darían un entrenamiento sobre como utilizar a su nuevo animal.

Llegamos a la habitación donde esperaba mi compradora, y para mi sorpresa era alguien que yo conocía. Una tía segunda llamada Erica, la cual tiene unos 40 años. Realmente es de esas parientes que uno sólo ve prácticamente una vez al año, pero en ese momento me sentí salvado. Yo no dije nada. Ella me miró y pude notar que me reconoció, sin embargo también se quedó seria, sin decir palabra.

Mónica empezó a ilustrarla sobre cómo me debía ensillar. Luego le explicó que cada vez que me fuera a montar debía besarle los pies, así que tuve que besarle las botas a Mónica. Así sucesivamente le fue explicando cada punto. Mónica se subió sobre mí y la fue instruyendo sobre las órdenes para caminar, trotar o detenerme. Erica le hacía algunas preguntas, parecía una verdadera clienta.

Para asegurarse de que yo no quisiera escapar, o para poder controlarme si fuera el caso, me amarraron en un tobillo una especie de pulsera de metal, la cual se activaba con un pequeño llavero similar al de las alarmas de los autos. Cuando el botón del llavero era presionado, la pulsera emitía un correntazo de electricidad que estaba supuesto a causarme dolor y paralizarme momentáneamente.

Luego de todo esto salí con mi "nueva dueña" a su camioneta. Yo iba a cuatro patas detrás de ella. Ella llevaba la montura en una bolsa. Abrió la parte de atrás donde me metí. Luego cerró la puerta.

Después que se subió al auto ya me atreví a hablarle. Le dije:

Que suerte tuve en que fuera Ud. la que viniera a comprarme, por un momento pensé que estaría destinado a servirle de caballo a alguna mujer por un largo período.

Pero su respuesta me sorprendió:

¡Cállate!, los caballos no hablan! No tengo la culpa de que te haya tocado a ti servirme. Yo hice una inversión para adquirir un caballo, y como tal me vas a servir. Ya sea a mí, a mi hija Carol o a quien que me de la gana. Para eso te compré!

Era inaudito, un frío recorrió mi espalda. Sentí nauseas en ese momento. No sólo seguiría siendo una bestia, sino que le serviría a mi propia tía y a mi prima segunda Carol, la cual tiene unos 13 años de edad.

Todas mis esperanzas se habían esfumado. El viaje fue largo, me llevó hasta la casa de playa que tenían. El terreno era inmenso, me recordaba la pradera del establo. Soplaba una brisa fresca.

Al bajar del auto, escuché a mi prima preguntar entusiasta a mi tía si había comprado al caballo humano. Mi tía señaló a la parte trasera de la camioneta donde Carol me vio a cuatro patas. No pudo contener la risa. "...Pero si es Raúl –exclamó- qué bien!! Mamá, ya quiero montarlo!". Carol acababa de regresar de la playa, por lo que se encontraba en un precioso bikini y aún descalza. Honestamente era linda la joven, era blanca de ojos verdes y cabellos castaños, muy parecida a mi tía, aunque mi tía no era tan delgada, tenía más bien cuerpo de señora, tal vez un poco arriba de su peso, pero aún con muy buena apariencia.

Mi tía me ordeno dirigirme hasta el portal de la casa, bajo techo, donde hubiese algo de sobra. Allí colocó la silla (o montura) sobre mí y le fue explicando a Carol cómo debía ponerse para que en los sucesivo ella misma me la pusiera cuando quisiera montarme.

Cuando ya estuve listo, Erica le dijo a Carol que me halara por la rienda hasta llevarme nuevamente al césped.

Cuando Carol estuvo a punto de montarse, mi tía le dijo que cada vez que lo fuera a hacer, yo debería besarle los pies. Carol estaba muy excitada con la idea. Se veía muy contenta con su nueva adquisición. Entonces, se paró delante de mí.

Observé sus pies descalzos y me fui agachando hasta que mis labios acariciaran el primero de ellos y lo besaran. Luego hice lo mismo con su otro pie. Lo besé.

Ella reía y se veía encantada de que su primo le tuviera que besar los pies.

Luego se fue a uno de mis costados, pasó una pierna sobre mí y se dejó caer. Aunque había descansado un poco durante la noche y durante el viaje, este "culazo" volvió a lacerar mi espalda. Yo podía observar los estribos a mis costados pude ver cuando introducía sus bellos pies dentro de cada uno. Mi pequeña prima se encontraba ya sentada sobre mí. Era mi nueva jineta.

Se movió un poco sobre mí, acomodándose y luego me ordenó que caminara. Así lo hice. Sin embargo a veces me indicaba con la rienda un movimiento, tal como un giro, sin embargo la movía de forma que yo no entendía si girar o detenerme. Empezó a impacientarse y a gritarme. Mi tía, la cual ya se había descalzado y puesto su traje de baño, se aproximó hacia donde estábamos. Ella se dio cuenta que Carol estaba un poco inexperta en mi manejo, ya que no había recibido el entrenamiento, así que mi tía vino a explicarle.

Al llegar mi tía, Carol le preguntó:

¿Me bajo?

A lo que mi tía le contestó:

No, sólo córrete más hacia delante.

No podía creerlo! Me iban a montar las dos a la vez. Realmente me estaban tomando por un caballo cualquiera.

Carol sacó los pies de los estribos y se corrió más hacia delante, quedando sentada en la parte alta de mi espalda, sólo un poco más atrás de mi nuca. Sus piernas ya no estaban a mis costados sino que las pasó una a cada lado de mi cabeza. Sus piernas colgaban justo delante de mí. Mi visión en ese momento era el césped y sus pies. Al tener sus piernas a los lados de mi cabeza, prácticamente lo podía moverla para ver a mis costados. Pude ver también entonces que mi tía se paró delante de mí. Debía besarle los pies.

Traté de agacharme como pude, con Carol a cuestas. Mi prima hubiese podido quedarse de pie mientras yo me agachaba, pero no se inmutó, permaneció sentada sobre mí. Incluso cuando me incliné hacia los pies de mi tía, su nalga se deslizó un poco hacia delante, quedando sentada sobre mi nuca. Así, tuve que besarle los pies a mi tía Erica.

Luego, debía tratar de levantarme aún con Carol sobre mí. Como pude lo fui haciendo, al estar casi en posición ella volvió a correrse un poco hacia atrás, sobre la parte alta de mi espalda. Luego, vi que mi tía desapareció de mi campo visual, hacia uno de mis costados, sabía que iba a montarse en mí.

Y así fue. Pero ella no se tiró, sino que sentí cuando posó sus nalgas en la silla y fue dejando descansar su peso sobre mi espalda. Luego, sentí que un estribo se movía, colocaba su pie en él. De igual forma sucedió con el otro. Al haber ella puesto sus pies en los estribos, significaba que ya el suelo no soportaba ninguna porción de su peso, sino que todo su peso era soportado por mí, al igual que el de mi prima Carol. El peso de mi tía sola, era incluso mayor que el de Raisa. A eso se le sumaba el de mi prima.

No podía creerlo, tenía a mi prima y tía sentadas sobre mí. Madre e hija me utilizaban a la vez como un caballo. Mi tía tomo las riendas y con una clara orden me indico avanzar. Como Carol estaba delante de mi tía, ella también sujetaba las riendas para ir aprendiendo mi manejo. El peso era agobiante, sin embargo tenía una labor que cumplir. Fui avanzando con ellas a cuestas mientras que mi tía le explicaba los detalles a Carol. Yo solo podía observar el césped, el movimiento natural de los pies de mi prima debido a mi paso, y sentir el movimiento de vaivén de ambos cuerpos sentados sobre mi lomo.

Ambas iban hablando sobre mí, ya no sólo de la forma en que debían manejarme, sino de temas triviales, de chismes, etc. Yo seguía mi camino por todo el terreno en la dirección que ellas me indicaban. Madre e hija se relajaban sobre mí, disfrutando de su paseo por sus terrenos montadas en su nuevo caballo. Yo no soportaba el peso, pero ellas ni reparaban en lo que podía estar sufriendo yo. Charlaban amenamente sobre la vecina, asuntos incluso de familia, de mis parientes, sin reparar que estaban montadas sobre el que había sido uno de ellos.

Luego de un rato me hicieron detener. Querían contemplar el paisaje que se veía desde ese lugar. Allí estaban. Sentadas sobre mí observando el paisaje y platicando muy amenamente. Yo no podía moverme, tenía que soportar con ellas encima cual si fuera un caballo verdadero. No podía causarles ninguna incomodidad. Allí se estuvieron como por 20 minutos. Sentía eventualmente el movimiento de sus cuerpos cuando se acomodaban un poco. Allí me tenían.

Luego me ordenaron avanzar nuevamente.

Eventualmente mi prima soltaba las riendas para que las llevara únicamente mi tía, mientras que ella (mi prima) sólo se sujetaba asiéndome por los cabellos. Al parecer ya había aprendido bien cómo debía manejarme.

Así llegamos de vuelta a la casa, creo que el viaje completo duró un poco más de una hora. Cuando nos aproximábamos a la casa, observé a otras dos chicas de la edad de Carol que aguardaban en el portal de la casa, también en trajes de baño, al parecer eran compañeras del colegio que se habían quedado en la playa bañándose un rato más. Se pusieron contentas al ver la escena. Una de ellas le preguntó a Carol que si podían montarme. Carol les dijo que sí, pero que primero comerían algo, ya que la comida debía estar lista.

Carol se bajó de mí, deslizándose sobre mi nuca y luego sobre mi cabeza, pasando toda su entrepierna sobre mis cabellos. De esta forma sólo quedó mi tía sentada sobre mí. Ella entonces me hizo dirigirme hacia un árbol que se encontraba cerca. Todo esto me causaba nauseas. La humillación es algo difícil de describir. Sólo la sensación de saber que alguien estaba sentada paseando sobre mí, y que además fuese familiar mío, me hacía sentir mariposas en el estómago. Así llegamos hasta el árbol. Mi tía se bajó y me amarró a la sombra del mismo.

Allí me había dejado la criada un plato preparado con avena y otro con agua. Comí desesperadamente la avena para tener energías y tomé casi toda el agua para reponerme del cansancio.

Incluso, me las arreglé para orinar detrás del árbol ahora que nadie me veía. Era humillante. Allí tuve que aguardar por mis próximas jinetes.

Luego de un rato las escuché salir. La que llegó primero fue Carol. Se paró delante de mí y tuve que besarle los pies nuevamente. Me desató. Pero a diferencia de otras veces, no fue directamente a mi costado, sino que la sentí alejarse mucho más detrás de mí. Luego la escuché decir a sus amigas: "Miren como me subo sobre mi caballo, igual que en las películas". Entonces sentí que se aproximaba corriendo hacia mí. Intuí lo que estaba por hacer, así que preparé mi espalda. Efectivamente apenas llegó pegó un brinco cayendo violentamente sentada sobre la silla, y consecuentemente arqueando mi espalda al límite. Sin meter los pies en los estribos, tomó las riendas y me dio con los talones en el abdomen, clara señal de que avanzara. Al tiempo giró la rienda hacia la derecha haciéndome girar como toda una experta. Volvió a darme fuertemente con los talones en el abdomen indicándome que debía acelerar el paso. Así lo hice. En poco tiempo ya me manejaba con destreza. Cabalgaba sobre mí mostrando a sus amigas su dominio sobre su primo.

Las chicas reían entusiasmadas. Carol se aproximó nuevamente hacia ellas y les preguntó que si querían subir, a lo que eufóricamente contestaron que sí. Carol les indicó que primero yo debería pesarles los pies. Así, la primera de las jóvenes se paró delante de mí y como pude, con Carol a cuestas, me incliné a los pies de la jovencita. Mi boca tocó sus pies y se los besé. Igual tuve que hacer con la otra.

Nuevamente me incorporé y ambas chicas se me subieron encima. una detrás de Carol y la otra delante, en la parte alta de mi espalda. Tres chicas adolescentes me montaban y ahora era mi deber pasearlas por donde ellas quisieran, para que se divirtieran y entretuvieran a costa de mi dolor.

Mientras cabalgaban hacia fuera de la casa en dirección a la playa, la jovencita que venía sentada delante de Carol, encontró muy gracioso subir un poco sus piernas y presionar con sus pies ambos lados de mi cara. Aunque a decir verdad eran sus talones los que estaban en mis mejillas, y el resto de uno de sus pies quedaba cubriendo mi boca y el otro, tapaba mi nariz y uno de mis ojos. El olor de la planta de sus pies me recordaba más la humillación en la que me encontraba. Ahora además de que debía llevarlas a cuestas, no me permitían respirar bien. Así se mantuvo un rato haciendo mofa de mí con sus amigas hasta que los dejó colgar nuevamente a ambos lados de mi cabeza.

Llegamos hasta la playa y me fue muy difícil avanzar por donde estaba la arena seca, ya que la misma se hunde mucho y se me hacía difícil con las tres chicas sobre mí. Me fue mucho mejor cuando llegamos a la orilla de la playa donde la arena está mojada. Así se deleitaron paseando sobre mi a lo largo de la playa. Las rodillas prácticamente ya no me molestaban porque había desarrollado callosidad allí. Mi espalda se estaba acostumbrando a estar arqueada para proporcionar comodidad a las nalgas de mis jinetas, de las actuales y de todas las que me habían montado. Incluso me costaba ya tratar de ponerme en una posición natural. Me estaban convirtiendo en un verdadero caballo humano. Llegaría el momento en que ya no podría ni ponerme de pie, en dos pies. Todo esto aseguraría la perpetuidad de mis servicios como caballo para mi tía Erica y mi prima Carol.

El estado en el que me encontraba en ese momento era indignante. La playa era privada, por lo que ellas podrían hacer conmigo lo que se les antojase y no habría nadie más que fuera testigo de esto.

El tiempo pasaba y daba el atardecer. Y yo aún paseando a las adolescentes. Tal vez si alguien se pudiese imaginar la escena, podría ver un atardecer en la playa, con el sol rojizo reflejándose en mar, y a la orilla de la playa observar la silueta de tres jóvenes mujeres riendo y charlando entretenidamente, cabalgando sobre un pobre hombre, cómo símbolo de la superioridad femenina sobre el hombre.

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