Un caballo en plena sierra

Como una mañana en la sierra, se pudo convertir en uno de los mejores momentos de placer de toda mi vida.

Hola, me llamo Lucía. Soy una joven de 26 años muy bien parecida y a la vez bien proporcionada, por lo que mis relaciones con los hombres siempre han sido muy placenteras y nunca me han faltado, aunque si he de deciros la verdad, tampoco he llegado a tener tantas.

Desde siempre me ha gustado mucho el campo, los animales y toda la naturaleza en general, por eso, aunque soy de ciudad y muy urbanita, suelo ir bastante a él para tratar de dejar el estrés diario y buscar esa paz y esa tranquilidad que en otro sitio no suelo encontrar.

Fue así como cierto día, me pasó la historia que a continuación os voy a contar y que después de mucho tiempo de haberme ocurrido, nunca me había atrevido a contársela a nadie.

Resulta que una de esas mañanas de primavera, se me ocurrió acercarme a la sierra para ver si entre sus centenarios olivos, encontraba algunos espárragos para hacerme después una suculenta tortilla con ellos, ya que me encanta.

Para ello decidí salir muy temprano de casa para así poder aprovechar el frescor de la mañana. Al llegar, dejé el coche en una pequeña esplanada y me adentré en ella, disponiéndome a continuación a respirar de aquel aire tan puro y sano que se dejaba notar.

Después poco a poco fui recorriendo olivo tras olivo, mirando en todas las esparragueras que iba encontrando, para ver si tenían algunos buenos espárragos para mi tortilla.

Así me pasé un buen rato. Allí no había nadie más que yo. Estaba sola en plena naturaleza y era una pasada sentir aquella paz y tranquilidad, envidiable para cualquier persona.

Entonces me di cuenta de que un poco más allá de donde yo me encontraba, había un caballo pastando, el cual estaba atado con una larga cuerda, la cual estaba sujeta a un pincho que había clavado en el suelo. También pude comprobar que lo habían dejado allí maniatado por sus patas delanteras, quizás para que no pudiese irse muy lejos, aunque sí que se podía mover bastante y comer toda la hierba que quería.

Entonces, como ya os dije antes que me encantan los animales, me fui enseguida hacia él, y al ver que no se asustaba, empecé a acariciarle la frente, dándole unos suaves masajes.

Al hacerlo miré también si podía estar por allí su dueño, pero al comprobar que no era así, me figuré que lo debían de dejar allí por el día, y después al atardecer lo pasarían a recoger, por eso, me decidí a seguir buscando más espárragos y dejarlo tranquilo, aunque mi mirada desde entonces seguía puesta en aquel bonito ejemplar, el cual seguía allí pastando como si nada y pasando de mí olímpicamente.

Entonces, en una de esas miradas que le echaba, pude comprobar como en un momento empezó a levantar la cola, y a continuación a separar sus patas traseras para ponerse a mear. Luego, y tras mis atónitos ojos, empezó a desplegar un buen trozo de su polla negra, de la cuál empezó a arrojar un montón de líquido dorado hasta dejar un buen charco en el suelo.

Después cuando acabó se quedó con aquella polla colgando, que aunque flácida, se podía ver que era inmensa y eso me puso muy caliente y excitada, tanto que ya no podía quitar mis ojos de ella.

Yo desde mi observatorio privilegiado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, y al ser de capital y no estar muy familiarizada con esas cosas, la verdad es que me puse muy nerviosa, notando a la vez como mi coño de repente empezó a latirme con fuerza, comenzando a notarme ya como mis bragas se iban humedeciendo.

Entonces para mí, los espárragos fueron quedando ya en un segundo plano y mis pensamientos en ese instante se centraban solo en aquel precioso caballo y en aquella flácida polla que le había quedado colgando entre sus poderosas patas.

Así que volví a acercarme a él para verlo más de cerca, y una vez lo cambié como pude a un sitio más resguardado, continué dándole otra vez unos suaves masajes en la frente y después en el lomo, para así poderle ver aún más de cerca aquella portentosa polla con su gigantesco glande correspondiente.

Después, aunque sabía que estaba sola en aquella sierra, volví a cerciorarme de que realmente era así, y a continuación, seguí dándole al animal unos pequeños golpecitos en el lomo, así como unos suaves masajes, con los que trataba poco a poco de ir acercándome cada vez más a sus órganos genitales.

Todo eso que le iba haciendo al caballo parecía que le gustaba, ya que cada vez iba sacando más trozo de aquella negra polla que me tenía hipnotizada y que a la vez se le notaba más tiesa y dura que antes, cosa que me iba poniendo cada vez más caliente con todo aquel panorama.

Así que con aquel pedazo de carne allí colgando tan cerca y al ver lo dócil que parecía ser el caballo, decidí cogerle con una de mis manos aquella portentosa polla y empezar a sobársela y a palpársela a todo lo largo que la tenía, para poder comprobar de verdad lo dura que era.

La verdad es que con una mano casi no podía abarcársela, por lo que intenté hacerlo con las dos a un tiempo. Luego, como aquel lugar estaba bastante escondido a los ojos de cualquiera, me animé a hacerle una buena paja. Yo eso se lo había hecho ya a algunos de mis novios, pero aquello era muy diferente, puesto que en ese momento tenía entre mis dedos una polla de casi un metro de largo y que además iba aumentando de grosor con cada movimiento que le iba haciendo.

Entonces, al ver que le gustaba tanto como a mí, me ensalivé bien la mano y seguí con los típicos movimientos de arriba abajo sin parar, hasta que el caballo empezó a resoplar fuerte, como dándome señales de que él ya estaba a punto para eyacular.

Así que como yo no quería que todo aquello se acabase tan pronto, lo dejé por un momento, aunque procurando de que no se le bajase la erección. A continuación, y sin dejar de mirar aquella palpitante polla, llevé una de mis manos a mi entrepierna y empecé a frotarme el coño y el clítoris sin parar. Después, antes de que empezara a guardar todo aquel arsenal de carne, me decidí a dar un paso más.

Para ello seguí otra vez acariciándole el lomo con cuidado y cogiendo su polla con mi otra mano, poco a poco me la fui acercando a la boca empezando a lamer con mi lengua todo su glande y también aquel gran orificio que tenía en el centro, del cual pude ver que le empezaban a salir unas pequeñas gotas de un líquido algo viscoso que yo poco a poco fui saboreando y bebiendo como si me fuera la vida en ello.

El sabor que tenía no me desagradaba para nada. Era muy parecido al semen de los hombres, pero a la vez más líquido y diferente, por lo que seguí chupando y lamiendo sin parar aquella gran cabezota negra, escuchando en todo momento los resoplidos del animal, el cuál como yo, debía de estar como en la gloria.

Luego intenté meterme un trozo en la boca, aunque me fue del todo imposible, por eso en ese momento me dediqué solo a lamérsela en toda su longitud hasta llegar a sus huevos, en los cuales me recreé dándole a la vez unos suaves masajes y comprobando que los tenía muy blanditos y esponjosos. Entonces el caballo empezó a girar su cabeza hacia mí, como indicándome de nuevo que ya no aguantaba más. Yo a la vez, seguía metiéndome los dedos como una loca en el coño, y con la otra mano intenté meterme otra vez en la boca aquella descomunal polla y esta vez sí que conseguí meterme en ella toda la cabeza.

Entonces me bajé las bragas todo lo que pude y me subí la falda, decidida ya a dar el último paso. Para ello cogí su polla y me la llevé hasta la entrada de mi coño. Seguidamente empecé a frotármela por entre los labios, haciéndola rozar cada vez en mi abultado clítoris, e intentando metérmela lo máximo posible, cosa que solo conseguí hacer con su glande y un pequeño trozo más, ya que mi coño no estaba acostumbrado a esas dimensiones y casi con su cabeza se quedó ya todo repleto de carne.

Luego, una vez ya me cansé de tanto meterla y sacarla en mi dilatada raja, y viendo que él ya estaba otra vez a punto, y yo no podía meterme más trozo aunque lo intentase, me la saqué y volví a llevármela a la boca, siguiendo con la otra mano masturbándome fuerte.

La sensación de notar en mis labios el sabor de mis propios jugos impregnados en aquella larga polla, era impresionante y eso aún me puse mucho más caliente. Así que empecé otra vez a succionar su glande y a chupárselo sin parar hasta que el caballo, no pudiendo aguantarse más, empezó a disparar parte de su leche caliente dentro de mi boca, llenándomela tan solo con el primer disparo y no pudiendo retener de golpe tanto líquido como me iba echando.

Entonces noté como se me iba saliendo ya hasta por la comisura de los labios, por lo que decidí sacármela y dejar que fuera cayendo al suelo, todo el resto de leche que aún le quedaba, la cual era mucha todavía como pude comprobar.

Después, y casi a la vez, yo también me corrí como nunca lo había hecho, ya que con mi otra mano no había parado en ningún momento de meter y sacar mis dedos en mi coño, hasta sentir al igual que él, los típicos espasmos del orgasmo.

Seguidamente me dediqué a limpiar con unas ramas todo el suelo como pude y una vez lo volví a cambiar de sitio, me despedí de él con un tierno beso en la frente por lo bien que se había portado conmigo, y yo tras asearme un poco, seguí con mi tarea de buscar más espárragos para la tortilla, ya que a eso es a lo que había venido.

La verdad es que ese día para mí, no podía haber sido más completo en todos los sentidos. Por un lado me llevaba un buen manojo de espárragos que tanto me gustaban, y por otro, unos momentos de placer y sexo inmejorables, dentro de un marco inusual e íntimo, que jamás me hubiese podido llegar a imaginar.

A partir de ese día, mi idea de ir a la sierra cambió por completo. Ahora voy siempre a ella dispuesta y preparada para todo, por si me vuelvo a encontrar de nuevo con algún que otro nuevo amigo equino que me esté esperando por allí.

FIN