Un buen viaje

Una historia real

Confieso que yo suelo volar en esas compañías de bajo costo, porque no me gusta derrochar y porque mis viajes no suelen ser muy largos.

Pero esta vez tenía que desplazarme a Colonia, a una feria de maquinaria para cine y fotografía: Cámaras, reveladoras, positivadoras, iluminación… Pagaba la empresa y se decidió que fuese en primera clase en una compañía internacional.

En principio la primera clase no se distingue de la turista más que en el espacio que hay entre los asientos, en que hay menos, pues sólo hay dos a cada lado del pasillo, y en que los auxiliares de vuelo te atienden un poco mejor.

Siempre que puedo me gusta pedir el asiento de junto a la ventanilla, no porque me guste mirar el ‘panorama’ mientras vuelo, sino porque puedo apoyar la cabeza en la pared del avión.

Como siempre suelo llegar de los primeros a todas partes; es lo que yo llamo mi ‘síndrome de la puntualidad’; en cuanto dio la hora del embarque ya estaba yo en mi asiento, con mi libro, y esperando que despegara aquel chisme.

Lógicamente el avión se fue llenando enseguida, bien que en primera un poco más despacio que en turista. Con todas mis cosas colocadas, me gusta abstraerme del ambiente y concentrarme en la lectura, se me hace más corto el tiempo interminable de puesta a punto, coger cabecera de pista y despegue, por lo que no prestaba ninguna atención a lo que ocurría a mi alrededor.

Pero hay algunas cosas que no pueden pasarte desapercibidas, como la mujer que se sentó a mi lado después de colocar su equipaje de mano, excepto un portafolio que puso debajo del asiento delantero como es perceptivo para el despegue.

Tendría entre cuarenta y cincuenta años, con pinta de ejecutiva-vampiresa; es decir, elegantemente vestida, pero sexy; vamos, como para ‘desarmar’ a la ‘oposición’ masculina en cualquier negociación.

No suelo andar por el mundo a la caza de la oportunidad, pero tampoco las dejo pasar de largo si se me ponen delante, por lo que pensé que el viaje podía ser bueno con la compañía que me había ‘tocado en suerte’. Al menos visualmente agradable, pues la mujer había cruzado las piernas dejando ver una generosa porción de uno de sus esbeltos muslos, y quién sabe si algo más podría derivarse.

Enseguida me di cuenta de que mi ‘esparcimiento’ tendría que ser sólo visual cuando la vi que hablaba animadamente con el hombre que ocupaba el asiento contiguo, pero del otro lado del pasillo. Era evidente que viajaban juntos, pero la cosa de sacar los billetes a última hora les había impedido que les diesen los asientos juntos. A punto estuve de decirles que cambiaba mi sitio por el de él, pero ya he dicho que me revienta viajar en el asiento del pasillo, así que me quedé callado.

En cuanto despegó el cacharro y las normas lo permitieron, abrió su portafolios. Yo ya me había olvidado de mi libro y mi mirada alternaba entre sus piernas, su escote, y las notas y folletos que sacaba de la cartera.

Precisamente por eso; por unos folletos; pude percatarme que su destino final era el miso que el mío: La Photokina de Colonia. Así que le comenté:

-¡Vaya! Parece que tenemos el mismo destino.

-¿Por qué lo dices? –Preguntó.

-He visto en esos folletos que vas a la feria, o por lo menos tienes documentos sobre ella, yo también voy allí.

-Sí voy. Allí nos encontraremos. ¿O tal vez antes? –Su tono había sido insinuante.

-Ya me gustaría, pero… -Señalé con un gesto de la cabeza hacia el asiento del hombre con el que había hablado anteriormente.

-Es mi marido y mi socio –Aclaró-, aunque más socio que marido. Ya hablando de socios: ¿En qué hotel te alojarás?

-En el Azimut, en Hansaring, 97, es de los más céntricos de la ciudad.

Vi que apuntaba el dato en el bloc de notas de su ordenador.

-Nosotros en el Mauritius de Mauritiuskirchplatz 3 -11. No están lejos. Alguna noche, cuando termine la jornada ferial, podríamos tomar una copa.

-¿Por qué no? ¿Quieres apuntar mi móvil, o confiamos en el azar de vernos en el recinto ferial?

-Nos veremos, pero dámelo por si acaso.

Al mover el portafolios para apuntar el número que le di, su falda subió un poco más, no sé si casualmente, pero su muslo se mostró a mis ojos, esplendoroso, casi en su totalidad. Sin duda se percató de mi mirada clavada allí, porque esbozó una sonrisa cómplice.

Ella, por su parte dirigió su mirada al bulto que ya se había formado en mi entrepierna y me guiño un ojo disimuladamente.

Evidentemente las cosas pintaban bien para mi estancia en Colonia, pero la verdad es que nunca pensé que fuesen a empezar tan pronto, porque poniendo un periódico que sacó de la cartera a modo de pantalla, puso su manos sobre mi pene, por encima del pantalón, y empezó a presionarlo como calculando su tamaño y rigidez. Pero no se iba a conformar con eso, acercándose me dijo al oído:

-Bájate la cremallera.

Naturalmente no me hice de rogar, si ella no se cortaba, yo tampoco. Metió la mano por dentro de mis calzoncillos y empezó a masturbarme lenta, pero continuamente.

-Toca tú también algo –Dijo susurrando de nuevo, al tiempo que descruzaba las piernas y las abría para ofrecerme su intimidad.

Alcancé su sexo apartando un poco las bragas y noté que estaba totalmente húmedo. Las manipulaciones de ambos eran cada vez más descaradas, pues la excitación nos impedía contenernos demasiado, pero dado que las condiciones no eran las óptimas tardamos casi una hora en corrernos, aunque ella lo hizo antes que yo.

Si alguien se percató de aquello no dijo nada, ni siquiera las azafatas que pasaron por el pasillo un par de veces.

Después de pasar ambos por el lavabo para paliar, en la medida de lo posible, los efectos de la corrida, ya estábamos a punto de tomar tierra.

-Creo que esta noche tenemos que completar y ampliar esto –Me dijo- En cuanto estemos instalados te llamo.

En efecto, a eso de las ocho y media de la tarde sonó mi teléfono.

-Hola –Dijo una voz femenina al otro lado-, soy Carlota, tu amiga del avión, me pregunto si estás disponible para cenar esta noche.

-Claro que sí –Respondí.

-Pues pásate a eso de las nueve y media por el restaurante de nuestro hotel. ¿Sabes llegar?

-Desde luego, no te preocupes, estará ahí a esa hora.

-Pues nos vemos entonces.

Cuando llegué me estaban esperando en una mesa ella y su marido-socio, a mí me dio como un poco de corte que estuviesen los dos, porque a él no le conocía de nada, pero si ella le había llevado sería porque no había problemas.

Tras las presentaciones de rigor; el hombre se llamaba Mario; y tras hacer la comanda, fue el propio Mario quien me contó su historia.

LA HISTRIA DE MARIO Y CARLOTA

El hombre empezó su relato diciendo:

-Como creo que te habrá contado Carlota, nosotros somos, más que nada, un matrimonio de conveniencia, nuestros padres eran los dueños del negocio que regentamos ahora y les pareció bien que nos casáramos para que el patrimonio siguiese en las mismas manos.

Claro que echamos nuestros polvos de vez en cuando, pero en realidad nuestras vidas sexuales son independientes, ella tiene sus ligues y yo los míos, aunque es cierto que le encanta compartir a alguna de mis chicas.

-Si me gusta -, intervino Carlota-, pero a él tampoco le importa que me folle otro hombre mientras mira y se hace una paja, o participa.

-Claro-, dijo él-, es muy excitante ver como te revuelcas y gritas como una loca cuando estás experimentando un orgasmo tras otro.

-Bien-, apostilló Carlota-, pues ahora lo que quiero es follar con Jose, tú decides, lo que quieres hacer, mirar, participar, o irte a dar una vuelta por ahí.

-Yo tengo una idea mejor-, rebatió él-, Si me dais unos minutos trato de localizar a alguna de mis amigas que vienen también a la feria y nos montamos un numerito los cuatro juntos.

-¿A ti te apetece eso?- Me preguntó Carlota.

-Por supuesto que sí-. Respondí.

-Pues venga Mario, y trata de traernos un bombón.

-Por descontado, todas mis amigas lo son.

Cuando terminamos de cenar ya había localizado Mario a una amiga “dispuesta a todo” y habíamos quedado para las diez y media en su habitación.

Nosotros subimos al terminar la cena y se ve que Carlota no estaba dispuesta a perder el tiempo, pues ya en el ascensor me desabrochó el pantalón y se agachó para hacerme un ‘inicio’ de mamada. Y en cuanto estuvimos en la habitación me tumbó sobre la cama y sin ni siquiera quitarse la ropa se puso sobre mí diciendo:

-Venga, métemela, llevo toda la tarde soñando con follarte, esto es un polvo preliminar.

En menos de cinco minutos se corrió entre gritos y aspamos de placer mientras Mario, sentado en un sillón frente a la cama, se la meneaba, aunque creo que no llegó a correrse, ni yo tampoco.

El tiempo que empleamos en quitarnos la ropa, que evidentemente sobraba en aquellas circunstancias, fue el que tardó en llegar la amiga de Mario que, cumpliendo las expectativas, era un bombón.

Tendría alrededor de 36 años, dijo llamarse Carmen y ser de Albacete, aunque llevaba ya cinco años residiendo en Colonia.

-Veo que estáis ya preparados para la batalla -, fue lo primero que dijo tras las presentaciones-, pues voy a ponerme a la altura. ¿O prefieres desnudarme tú, Jose?

-Encantado-, respondí , y me puse a la tarea mientras ella acariciaba suavemente mi erecto pene.

Carlota siguió el ejemplo y empezó a pajear a Mario lentamente.

Cuando estuvo desnuda dijo:

-Carlota, a Mario ya le conocemos bien, creo que tendríamos que empezar por probar las dos al ‘nuevo’.

-Ja, ja-, respondió la otra-, yo ya me lo he follado, pero me encantaría repetir.

-Pero ahora no le vamos a follar, vamos a sacarle la leche para nuestras bocas. Cuando se corra aguantará más para los próximos polvos.

-¿Y por qué no ‘ordeñamos’ a los dos al tiempo? –Propuso Carlota.

-Tienes razón, dos pollas mejor que una.

De forma que nos tumbamos los cuatro en la amplia cama…

FIN