Un buen trabajo

Esa necesidad de compartir soledades los llevó a reunirse en la casa de uno a ver videos y, desde allí al sexo pasaron dos escenas; del sexo a las manos pasaron dos cuadritos; y, al cabo de otros dos cuadritos, acabaron por compenetrarse en un pacto tácito de silencio complaciente que ninguno de los dos quería romper.

“Hice un buen trabajo”, dijo.

Daniel creyó comprender que era una pregunta y lanzó: “No sé”.

Rentel no vaciló en disparar: “Sí, hice un buen trabajo, ya lo verás”.

El aire trajo el aroma florido de los naranjos de la calle.

La derecha de Rentel se posó en el culo de Daniel y, al abrir la puerta de calle, espetó: “En una semana”.

Quedó parado en el portal absorto en el meneo de las nalgas de Daniel alejándose; se prometió a sí mismo que le regalaría un pantalón elastizado que resalte sus formas, luego siguió su vida, aunque no pudo evitar sorprenderse, cada tanto, pensando en Daniel.

Mientras Daniel caminaba hacia su casa poniendo énfasis en que sus pasos luzcan despreocupados y seguros gracias al ardor en el orto que le había impuesto el porte de Rentel, los azahares le parecieron más perfumados y adictivos.

Cuando llegó, enfiló primero al baño y, luego, a su habitación, justificándose ante su familia que estaba mal del estómago por el excesivo calor de la jornada. En el baño lo primero que hizo fue revisar si sus prendas íntimas tenían restos comprometedores y, después, relajó el esfínter liberando sus intestinos.

Fue una sensación extraña. Su culo expedía algo indefinible y, a la vez, extrañaba la potencia del hombre.

Ya en la privacidad de su habitación, Daniel independizó su fantasía frente al espejo; utilizando las sábanas de su cama como tules, sedas y gasas en el jardín del edén. Enrolló sobre sí mismo el elástico del slip para transformarlo en tanga y, reviviendo las experiencias de la tarde, revivió el aliento cálido de Rentel en su cuello y evocó su voz arrulladora diciéndole “soy tuyo, me gusta cómo me comes la pija”.

Lo sintió como fuego presente en el ardor del recto y, tocándose su verga, gozó de nuevo del placer de lo sucedido.

Aunque la primera vez había pasado y acabado, para él continuaba vívida en el -ahora- grácil escozor de su traste y en la esperanza del próximo encuentro. Una semana, había dicho.

A sus fantasías habituales, ahora le sumaba los pseudos disfraces y movimientos frente al espejo en la intimidad del dormitorio y el uso de cremas de su madre con las que se masajeaba.

Ese juego se volvió tan amoroso que descubrió que los dedos en el trasero eran fuentes de placer y que, en su caso, incrementaban el gozo de la paja.

2.-

Rentel, con la paz de los huevos vacíos, grabó para sí el bamboleo de las nalgas de Daniel en su andar, se metió a su casa, se bañó meticulosamente para sacarse el olor del otro e ir a ver, como todas las noches, a Lara, su novia. Esa noche, el encuentro no fue tan apasionado como otras tantas, ya que él estaba satisfecho -y agotado- después de haber cavado un culo nuevo.

Lara no insistió porque entendía que, si insistía, debía pagarlo con su culo.

No obstante, los besos fueron fogosos y, en la única oportunidad de privacidad que tuvieron, Rentel salvó la ropa con un apurado dedo que la llevó al orgasmo.

3.-

Rentel y Daniel no eran compañeros de colegio, vivían en el mismo barrio.

Se conocieron en un club de fútbol al que asistían esporádicamente.

Coincidieron una tarde de plaza en la que compartieron soledades.

Rentel, dos años mayor, aconsejaba a Daniel en los intereses comunes.

Ambos coincidían en los versos, las palabras, el afán por escribir y, en fin, el descubrir cómo sería el universo más allá del pequeño mundo en el que se movían.

Esa necesidad de compartir soledades los llevó a reunirse una tarde en la casa de Rantel a ver videos y, desde allí al sexo pasaron dos escenas; del sexo a las manos pasaron dos cuadritos; y, al cabo de otros dos cuadritos, acabaron por compenetrarse en un pacto tácito de silencio que ninguno de los dos quería romper.

Pese a esa cercana lejanía que los unía y separaba, cada uno continuaba su vida diaria normal, comunicándose únicamente por mensajes escuetos de celular a celular para evitar que ojos y lenguas indiscretos pudieran inmiscuirse.

Al fin era un juego propio de la juventud el que dos amigos puedan reunirse a disfrutar de unas horas juntos, pudieran extrañarse, o estar expectantes del próximo encuentro.

4.-

Al fin llegó el viernes, día en que ambos debían encontrarse.

Los padres de Rentel, personal paramédico, hacían guardia en sendos hospitales, lo que le daba un plus de libertad a su hijo, en el que, como todos los padres, confiaban que solo podía hacer las cosas de su edad, avalado por la buena formación familiar.

Decidido a apropiarse del fin de semana Daniel salió de su casa a las 14 con destino al club de fútbol, al que nunca pensaba llegar, ya que atracaría en la casa de Rentel hasta las las 20 aproximadamente, volvería a su casa y, previo cambiarse, saldría para una fiesta y, de nuevo, recalaría en la casa de su amigo.

Se había preparado para eso durante toda la semana y, lo que no es menor, le había dado rienda suelta a su imaginación.

Rentel, por su parte, había hecho lo suyo calentando la pava con Lara para estar cargado el viernes y, en la madrugada del sábado, amansarla.

El día había llegado y la ruleta estaba echada.

En el horario convenido llegó Daniel a la casa de Rentel pero, como uno de los padres había dado parte de enfermo, tuvieron que conformarse con salir para el presunto club al que nunca llegarían.

Los amigos enfilaron, curva más, curva menos, directamente al río en el que, previo elegir un lugar apartado y discreto, se dieron a las suyas. En esos momentos Daniel entendió que él era importante para Rentel y que, soportar su empotramiento, era más placentero que extrañarlo.

En el ensimismamiento de ese juego de roles en el que te haré ser lo que pretendes y te haré sentir lo que quieres ser, mientras ambos desnudos estaban en lo suyo gozándose, llegó al lugar un grupo de deportistas que los agarró con las manos en la masa, es decir, con el perno en el culo, en plena faena.

La situación no pudo ser más tensa y, pasados los primeros segundos de la sorpresa, los advenedizos pasaron de su primera actitud jocosa a la erótica y, como eran más y más grandes, desalojaron a Rentel del culo de Daniel.

El despojo no fue fácil, la resistencia de Rentel hizo que su verga, antigua lozana perforadora del culo de su amigo, perdiera consistencia y se saliera de la cueva que, rápidamente, y sin romance alguno, fue ocupado por otro corcel que no dudó en cabalgar el culo de Daniel con la fuerza de una justa en la que, pese a los gritos de dolor y gemidos de placer indefinido, estaba destinada a ganar solo el montador quien, al deslecharse, lo inundó de tal forma que, desde el ano, chorreaba cuajo de macho; sin descanso alguno, fue el lubricante suficiente para que el segundo de los advenidos, le metiera sin contemplación su estandarte en el culo de un Daniel que lloraba, gritaba, suplicaba mientras le hacían más hondo el ya profundo agujero; mientras el segundo lo ensartaba con odio y placer, el primero, ya casi repuesto, le impuso su verga de mamadera y, aunque no pudo hacerlo bien porque lo serruchaban desde atrás, lo regó de semen que tragó sin disgusto. Y así, culiada va, chupada viene, los tres primeros advenedizos hicieron de las suyas en el traste y la boca de Daniel, los otros tres se las tomaron con en Rentel quien, de macho alfa, dominante, pasó a hembra alfa con solo el primer par de padrillos que lo engarzaron y le llenaron culo y la garganta de lefa.

Quien parecía ser el capitán del equipo advenedizo, mientras se hacía chupar la verga con fruición por Rentel, le dijo: “sabemos quiénes son, ahora serán nuestras mujeres”.

A las seis se retiraron los advenedizos dejándolos a los amigos maltrechos, doloridos, felices y desnudos a la vera del río, sin mirarse para encubrir su vergüenza o desvergüenza.

5.-

El camino de vuelta a casa fue duro. Ambos, macho y hembra -como habían llegado-, y ahora hembras de machos indiscriminados, no sabían cómo comunicarse sus sentimientos.

“Perdón”, dijo Rentel, “no sabía que vendrían”.

Se abrazaron y lloraron como mujeres lo que no supieron gozar como hombres.

En el fondo estaban satisfechos.

Daniel miró a los ojos a Rentel y, entre lágrimas, descargó: “Hiciste un buen trabajo, las de ellos son más grandes que la tuya”.

Rentel quiso fulminarlo, pero el otro que, con la experiencia, algo había aprendido, se arrodilló ante su bragueta y, domando a la fiera, la lamió, olió, arrancó su esencia y tragó su néctar mirándolo a los ojos.

Rentel se disolvió en su propia furia y, a pesar de que le dolía el culo de la culeada que le habían dado, dijo “uno es primo de mi novia” .

Daniel no dijo nada.

Uno y otro se acariciaron en señal de amistad, pertenencia o duelo.

A pesar de lo sucedido, por la noche concurrieron a la fiesta a la que debía ir Rentel.

Los recibieron como a tantos, Rentel enfiló hacia Lara, quien lo desdibujó, diciéndole “mañana hablamos”.

Entre los contertulios se veían rostros que podrían ser de los advenedizos.

Rentel y Daniel decidieron retirarse. A la salida ambos fueron abordados por cuatro mastodontes que, los sedujeron invitándolos ( vengan con nosotros o no los ven nunca más ), los llevaron a un galpón, donde los calentaron desvistiéndolos e hicieron con ellos lo que quisieron, a pesar de sus súplicas por estar doloridos por lo sucedido esa tarde.

Del machismo de Daniel y Rentel no quedaba ni la sombra. Eran dos putas entregadas a los mastodontes que les reventaron el culo y llenaron de semen sus rectos y sus bocas. Los cuatro eren vergudos, aguantadores y de magna eyaculación.

Rentel y Daniel tuvieron los ojos en blanco casi todo el tiempo porque los tomaban uno seguido del otro y sus gemidos eran de dos putas apasionadas por la pija, ya en el culo, ya en la boca o en ambos a la vez.

La antigua máxima resonó en la cabeza de ambos: “cuando la violación es inminente, relájate y goza” .

Tenían el culo en carne viva. Los habían culeado por la tarde y por la noche los cogían sin reparo en sus lágrimas y ayes.

Ambos se martirizaban preguntándose el porqué; aunque, cada cual, en su siquis, se peguntaba sobre el tamaño del porqué y quien era el dueño de la causa que más le había gustado.

A lo lejos sonaba la música alocada y, cesado el barullo, sobrevinieron estrepitosos minutos de silencio en los que solo se sentía el acezar de los mastodontes, sus gemidos emputecidos y musicales, además del golpeteo de las verijas contra sus nalgas.

6.-

En el momento menos esperado, se abrió la puerta del galpón y dos gorilas se sumaron a la fiesta, preguntando a sus compañeros de gavilla cómo se habían comportado las chicas.

Gozan, contestaron. Las dos tienen buen culo, bien abierto, y ésta chupa mejor, aunque hubo quienes no estuvieron de acuerdo y el asunto se zanjó cuando los recién llegados, dijeron las probaremos nosotros.

Ni Rentel ni Daniel tuvieron oportunidad de prepararse y debieron soportar ser lo que eran para ellos, las mujeres, siendo tomados una y otra vez por distintos culeadores enseñoreados de amos.

Los machos cabrones no pidieron, sino que tomaron sin más, como propios, los culos de Daniel y Rentel sin previo calentamiento ni acompañamiento posterior, aunque esta vez con abundante ungüento.

Mientras ambos se quejaban de tener que alojar en sus culos vergas indistintas con llanto, ruegos y gemidos, cada vez mejor recibidas, todos tuvieron ocasión de llenar de semen ambos culos.

Al amanecer, ya estaban pletóricos de semen.

Birkel,, uno de los gorilas, se les reía diciéndoles “son unas vacas”.

Grosero como pocos, Birkel los azuzó mientras se vestían, se hizo mamar la verga, los meó sin estilo y los llevó a sus casas recordándoles a ambos que “ustedes son nuestras mujeres”.

7.-

El despertar del domingo fue tardío y difícil en tomar conciencia y valor para ocultar las lesiones de las culiadas recibidas y ver a sus padres cara a cara,

Rentel les dijo que la fiesta había sido larga y que se había excedido en la bebida. Daniel argumentó más o menos lo mismo, aunque denunció que sus amigos lo habían obligado a beber en forma incontrolada.

Ambas parejas de padres escucharon a sus hijos y pensaron “menos mal que están enteros”, alejándose a sus quehaceres.

Rentel consiguió un ungüento calmante que le hizo llegar, mediante un amigo común a Daniel, para que se lo unte adentro.

El caso es que el lunes todos, o casi todos, en el pueblo sabían que Rentel y Daniel eran dos putos que les gustaba hacer de mujeres y que, además, eran fáciles.

Corrida la voz, la vida escolar de ambos fue tan difícil como fácil la cosecha de vergas.

Sus culos fueron objetivos de cuantas manos quisieron ortearlos y de cuantas pijas quisieron afirmarlos.

Que, de cuantos los comieron y por cuantos se dejaron comer, son datos desconocidos que solo permanecen en la memoria de cada uno.

Rentel y Daniel no volvieron a mirarse durante los años posteriores a aquella visita al río. Se sabía que ambos, ante cualquier pedido y por caridad humana o propio gusto, se arrodillaban y tragaban la lefa de cualquier necesitado.

Cada uno hizo de su vida un candelabro, dentro de lo que su culo le permitía. Su fama comarcal hizo que en varias oportunidades tuvieron que bajarse los lienzos para aprobar materias.

Ambos se casaron en igual tiempo con sendas mujeres, haciéndolas gozar y madres, hasta que un día tuvieron la mala fortuna de encontrarse.

8.-

Después de tantos años de silencio entre sí pactaron un encuentro a solas dos días después.

Por el paso del tiempo, la ribera había cambiado lo suficiente como para establecer un ayer y un hoy, pero ellos se vieron y no hubo retorno; el abrazo se transformó en beso y, a poco, en medio de árboles y hojarascas; las lechadas de un sesenta y nueve llenó el paisaje y todo fue como entonces, macho y hembra y hembra y macho.

A la vuelta de la excursión, ambos ingresaron a la taberna donde fueron homenajeados con una noche gratis.

Salidas las estrellas, en los celulares se difundían las escenas de dos, ahora maduros, amándose en medio del monte ribereño, como adolescentes.

Era tarde para desdecirse y las escenas tan obvias no permitían ninguna mentira, por lo que el divorcio fue cantado.

Un año más tarde Daniel se acercó a su pareja: “tócame, me gusta”, pidió y la mano de Rentel no tardó en engolosinarse con los glúteos firmes y decididamente entregados a su pasión.