Un buen profesional

Por una vez se me pasa por la cabeza abandonar el contrato, pero inmediatamente sé que es una tontería.Lo único que pasará si lo hago es que ese Vladimir contratará a otra persona... En mi profesión hay mucho pirado y mucho aficionado chapucero.

Una azafata se acerca y me despierta con suavidad. El vuelo está a punto de aterrizar. Me desperezo, pongo el respaldo vertical y siguiendo las instrucciones de la joven me ajusto el cinturón.

El capitán no es muy delicado y deja caer el avión desde unos metros de altura. El ruido de las ruedas al contactar con el asfalto me produce una sensación de seguridad. A pesar de que no me da miedo volar, me desagrada no ser yo el que está a los mandos.

Un par de minutos después las puertas se abren y me levanto, me pongo la chaqueta del traje y sin apresurarme salgo del aparato. Fuera, los pasajeros que se me han adelantado ya están abrazando a familiares y amigos y formando un pequeño atasco en esta zona  de la terminal. Yo me escurro con facilidad y me dirijo a la cafetería. Tengo suerte, mi mesa está desocupada en una esquina del local, fuera del campo visual de las cámaras de seguridad y orientada de forma que puedo ver quién entra y sale de la terminal.

Me siento y pido un pequeño bocadillo de jamón y queso  y un refresco de cola para  terminar de despejarme.  Mientras tanto veo desfilar a la gente camino de sus casas y me pregunto qué parte de todos esos abrazos y muestras de afecto serán reales. La gente desfila  sin dedicarme una mirada siquiera. Después de todo, ¿Quién se fijaría en un hombre de estatura media, cara anodina y traje de fibra barato comprado en unos grandes almacenes? Toda mi vida he pasado desapercibido. Si preguntases por mí en el instituto o en la universidad, todos tendrán recuerdos vagos,  nadie sabrá describirme o siquiera recordar mi nombre, para todo el mundo soy un Don Nadie... Esa es mi especialidad.

Doy un trago a mi refresco y tanteo debajo de mi silla. La llave del coche que me espera en el parking  está justo donde lo he exigido, pegada con un esparadrapo. De un tirón la saco y sin dejar de observar a mi alrededor la deslizo en el bolsillo interior de la americana. Miró el reloj. Son las ocho de la tarde. A pesar de que voy bien de tiempo me pongo en marcha, siempre puede haber imprevistos que me retrasen.

Con la llave en la mano me dirijo a la zona de larga estancia del parking. Apenas hay veinte coches así que al apretar el mando enseguida encuentro el coche  que me está esperando. El cliente ha seguido mis instrucciones. Una anodina  berlina alemana, de color negro, de esa marca que todo el mundo compra y no sé muy bien por qué. Para mi es perfecta. Las hay a patadas y por si fuera poco, sus modelos son todos tan parecidos unos a otros que cualquier testigo que no sea un poco entendido no sabría diferenciarlos.

Arranco y abandono el aeropuerto. Con la ayuda del navegador me alejo unos pocos kilómetros y me dirijo a un polígono industrial cercano. Tras aparcar en un lugar tranquilo y sin vigilancia salgo del coche, abro el maletero y cogiendo el maletín que han dejado dentro me meto en las plazas traseras donde puedo inspeccionar su contenido oculto de miradas curiosas tras los cristales tintados.

En su interior hay una carpetilla con toda la información necesaria sobre mi objetivo, un móvil desechable, un sobre con mis honorarios y una Ruger Rimfire del calibre veintidós. Examino el arma con ojo crítico. Es bonita, me recuerda a las viejas Luger de los nazis, pero hubiese preferido una Walther más discreta y eficiente. Tiro de la corredera para asegurarme de que no hay balas en la recámara y saco el cargador.

Huelo el interior; o no la han usado nunca, o la han limpiado muy bien. Acciono el gatillo  asegurándome de que el percutor funciona vuelvo a cargar el arma. Esta vez me cercioro de que haya una bala en la recámara antes de poner el seguro. Una última comprobación para asegurarme de que han limado el número de serie y la dejo en el asiento a mi lado mientras abro la carpeta para ver en qué consiste mi contrato.

Al abrir la carpeta y ver el rostro de una hermosa  mujer de unos veinticinco años. Pensaréis que me siento contrariado, no podéis estar más equivocados. Observo los ojos azules y grandes, la melena rubia y los labios curvados en una sonrisa, gruesos y perfectamente perfilados entre los que asoman unos dientes pequeños y blancos como perlas y lo único que trato de hacer es memorizar sus rasgos. No intento imaginar que es lo que puede haber hecho aquella mujer para cabrear a alguien hasta el punto de querer deshacerse de ella, ese no es mi trabajo.

Además de una foto solo hay un papel con un nombre, Clarice, la información suficiente sobre la joven para llevar a cabo mi misión y un número de teléfono. Cojo el móvil y llamo. Un diálogo corto y conciso. Nada de tonterías sentimentales, ella también es una profesional. Concierto una cita para esta misma noche y le ofrezco un buen fajo para tenerla toda la noche en exclusiva. Ella lo acepta sin problemas. Tras colgar meto todo en el maletín de nuevo y duermo un rato en el coche esperando que llegue la hora de la cita.

Mis sueños siempre son iguales, pólvora, muerte y sangre. Duermo tranquilamente con una sonrisa en la cara.

La alarma del reloj me despierta. Es hora de ponerme en marcha. Saco la pistola y el dinero y meto el maletín en el maletero del coche.

Pongo la dirección que me ha dado Clarice en el navegador y sigo sus instrucciones, manteniendo una velocidad moderada y obedeciendo escrupulosamente las señales de tráfico. El coche me ha llevado a un barrio acomodado de la ciudad. Las anchas calles están flanqueadas por bloques de pisos de lujo aislados unos de otros por cuidadas plazas y jardines. Aparco lo más cerca posible de mi destino y me dirijo al portal.

Llamo al telefonillo, una voz responde con una aspereza sensual. Me identifico y la puerta se abre. El recibidor es amplio y lujoso. Mármol y plantas exóticas. Bajo la cabeza para evitar cualquier cámara que pueda identificarme y me dirijo a las escaleras. Su apartamento esta en el tercer piso. Voy a llamar cuando descubro que la puerta está abierta.

Clarice me está esperando únicamente vestida con un sujetador un tanga y unas sandalias de tacón alto. La foto no le hace justicia. Su rostro es perfecto hasta casi parecer irreal. Sus ojos grandes y claros y el gesto de su boca, de leve disgusto, le dan un aire de desdén que conseguirían que casi cualquier hombre se desviviese por complacerla.

Sin precipitarme observo sus pómulos altos, su cutis suavemente bronceado y su melena rubia larga y ligeramente rizada. El cuerpo no desentona para nada. Sus piernas esbeltas y bronceadas, su busto generoso pero no excesivo y su culo grande y redondo forman un conjunto armonioso.

A pesar de lo que pueda parecer, no disfruto con mi trabajo. No vengo de una familia desestructurada, ni me dedicaba a matar los gatos de mis vecinos en mi infancia. Simplemente es un trabajo; lo hago y punto. Es una manera como otra cualquiera de ganarme la vida.

No tengo instrucciones, así que me dispongo a acabar con rapidez. Un disparo en la cabeza y todo habrá terminado. La bala del veintidós rebotara varias veces dentro de su cráneo y Clarice estará muerta antes de que su cuerpo caiga al suelo.

Pero antes de que haga un solo gesto Clarice se me adelanta.

—Así que finalmente ese viejo cobarde no se ha atrevido a hacerlo en persona y ha mandado a alguien.

—¿Cómo? —finjo no entender de lo que la joven está hablando.

—Vamos, déjate de teatro. —dice ella cogiendo un cigarrillo de un aparador y encendiéndolo con una mano increíblemente firme— Se perfectamente que te manda ese mierda de Peskov. ¿Dónde está? ¿Observando desde el otro lado de la puerta?

—Si es listo, estará en el otro extremo del país, invitando a todo el mundo a las suficientes rondas como para que todos se acuerden de él. —respondo tras desistir de seguir pareciendo un cliente inocente— ¿Cómo lo has sabido?

La mujer da una calada a su cigarrillo y me mira de arriba abajo. Cierra los labios con fuerza y me mira con frialdad, pero finalmente responde.

—Nadie que contrate los servicios de una prostituta de lujo por toda una noche se presenta con un traje de doscientos euros.

Yo asiento, me encojo de hombros y por primera vez en mi vida profesional. me pregunto qué diablos puede haber hecho esta mujer para merecer la muerte. Mientras tanto, ella permanece de pie ante mí con aparente despreocupación.

—Así que vas a matarme.

—No me parece que te haya pillado por sorpresa... —aventuro yo.

—Vladimir no debió haberme invitado si tenía que hacer negocios, pero él es así y ahora yo cargo con las consecuencias.

La joven me resulta cada vez más fascinante. No hay furia ni remordimientos. Solo expone los hechos fríamente, como si todo esto no fuese con ella. Esa manera de mantener la calma me fascina. A pesar de sus veintipocos años intuyo que ha vivido ya varias vidas. Por una vez se me pasa por la cabeza abandonar el contrato, pero inmediatamente sé que es una tontería. Lo único que pasará si lo hago es que ese Vladimir contratará a otra persona y probablemente no será tan limpio y misericordioso. En mi profesión hay mucho pirado y mucho aficionado chapucero.

—Bueno, ¿Y ahora cómo va esto? —me pregunta tras estrujar lo que queda del cigarrillo  en un cenicero de bronce.

Yo me pongo inmediatamente tenso. Quizás todo sea pose e intente lanzarme el pesado cenicero, pero lo único que hace es mirarme y sonreír divertida al captar mis dudas.

—Tranquilo, sé perfectamente que si no eres tú, será otro. Y por lo que veo, al menos Vlad ha elegido al mejor.

No sé por qué, pero me siento halagado. Pocas veces se reconoce mi maestría en este trabajo tan difícil y desagradecido. Yo no respondo y me limito a seguirla hasta un amplio salón dominado por un enorme tresillo y dos sofás orejeros orientados hacia una chimenea con el fuego encendido.

Como si fuese otro cliente cualquiera, se acerca a una pequeña mesa circular de caoba donde descansan un par de frascos de cristal de roca y unos vasos a juego. Sirve un par de dedos de un líquido ambarino en dos vasos y se acerca para alargarme uno.

El olor de su perfume penetra profundamente en mi nariz y solo desaparece sustituido por el aroma a turba y roble del whisky.

Tras unos instantes ella se aparta y me pregunta de nuevo.

—¿Y ahora qué?

—Nada especial. Te apuntaré con la pistola y te meteré una bala en la cabeza. Morirás inmediatamente. No sentirás nada. —el whisky corre especialmente amargo y áspero por mi garganta esta noche.

—Es eso lo que no me gusta. Yo quiero sentir. No me gustan las balas, son rápidas e impersonales, seguro que sabes hacerlo mejor...

En ese momento Clarice se baja las copas del sujetador mostrándome sus pechos redondos y sus pezones grandes y rosados. Los observo con atención, como si fueran una obra de arte, pero no reacciono, es ella la que toma la iniciativa y acercándose a mí me da un beso. El sabor de su legua impregna mi paladar sacándome de mi inmovilidad. Cogiéndola por la cintura aprieto su cuerpo contra el mío e intercambiamos caricias y saliva hasta que nos falta el aliento.

Clarice me mira. No hace falta que lo diga. Sé perfectamente lo que quiere. Sin dejar de observarla me quito la ropa. Solo dudo un instante y es cuando me separo de la Ruger, pero su sonrisa despectiva me convence. Una vez desnudo me coge por la mano y me lleva al dormitorio.

La habitación es amplia, con un enorme ventanal que se abre al skyline de la ciudad y está dominado por una enorme cama con un cabezal de vengué y  dos mesitas a juego. En una de las paredes hay un tocador y en la otra una puerta con un gran espejo de cuerpo entero, que probablemente lleva al vestidor y al baño. Justo en esa  esquina, al lado del ventanal, hay un sillón de lectura con una novela reposando abierta boca abajo, como si hubiese interrumpido a Clarice en plena lectura.

Dándome la espalda me suelta la mano y se dirige al tocador. Veo como se observa minuciosamente en el espejo, como si quisiese irse de este asqueroso mundo en perfecto estado, aunque se me antoja que en su imagen no hay nada que mejorar.

Me acerco por detrás, la abrazo y apartando su melena le beso el hombro y el cuello. Ella me mira, fría e inalcanzable desde el otro lado del espejo y da un pequeño paso hacia atrás de manera que nuestros cuerpos entran por primera vez en contacto. El tacto cálido y suave de su piel hace que mi miembro se excite casi inmediatamente. Sin dejar de besarla la rodeo con mis brazos, acaricio su cuerpo  y restriego mi pene erecto contra su culo.

Clarice es muy buena. No hay gritos, ni gestos o halagos exagerados, simplemente tensa su cuerpo y mueve sus caderas al ritmo de las mías mientras entorna ligeramente los ojos.  No es mi primera experiencia con el sexo mercenario, pero sé que esta vez es ligeramente diferente, así que en vez cogerla por las caderas y asaltarla sin contemplaciones, me lo tomo con tranquilidad y dejando que mi polla roce el interior de sus muslos, le quito el sujetador. Mis manos se deslizan lentamente por su espalda y rozando sus costados bajan hasta su culo. Lo acaricio y lo amaso suavemente antes de deslizar  mis dedos por debajo de las tiras de su tanga y tirar suavemente hacia abajo.

Acompaño el trayecto de la prenda hacia el suelo con mis manos y aprovecho para acariciar las piernas y los tobillos de la joven. Clarice levanta un pie para facilitarme la maniobra y yo observo y acaricio la deliciosa curva de su puente mientras me deshago de la prenda  antes de que mis manos suban de nuevo por sus piernas. Presionando el interior de sus muslos, le doy un par de golpes suaves y la obligo a separarlas un poco más .

Clarice obedece y se inclina sobre el mueble dejando que yo, arrodillado en el suelo, observe su sexo totalmente depilado.  Acerco mi mano y lo acaricio con un dedo. Por primera vez noto una ligera contracción involuntaria de sus muslos y una leve aceleración en su respiración. Con curiosidad separo los labios de su vulva y doy un suave lametón a esa carne húmeda y rosada y ella responde con otro ligero estremecimiento.

Llevado por la excitación hundo mi lengua profundamente en su interior mientras agarro firmemente sus piernas para no perderme ninguno de sus movimientos. Clarice se muerde los labios y contiene los gemidos de placer, pero siento como todo su cuerpo se tensa y se estremece y su sexo se hincha cada vez más excitado.

Incapaz de contenerme más, me levanto y me introduzco dentro de ella. De nuevo no hay gritos ni lamentos fingidos por lo grande que la tengo. Todo en ella son estremecimientos sutiles, leves movimientos de cabeza y miradas veladas que me excitan tanto como la estrechez y el calor de su sexo.

Agarrándola por el pelo la obligo a erguirse y la penetro con suavidad mientras acaricio su cuerpo. A través del espejo veo como la joven entorna la cabeza y cierra los ojos, profundamente concentrada en el placer que está sintiendo. Yo, sin embargo, los mantengo bien abiertos, intentando penetrar la penumbra con mis ojos para no perderme ni el más mínimo gesto de la mujer.

Poco a poco voy acelerando mis acometidas y haciéndolas más duras y secas. Clarice tensa sus piernas para mantener el equilibrio y comienza a gemir levemente. Entre empujón y empujón no dejo de alabar interiormente su maestría. No sé si está disfrutando realmente o solo está interpretando el papel de una mujer que está experimentando un profundo placer a pesar de que no lo desea, pero me da igual, solo sé que tengo que separarme para no correrme inmediatamente.

Clarice se da la vuelta con un ligero mohín, como si echase de menos mi polla dentro de ella. De nuevo me coge por la mano y me sienta sobre la cama. Acaricia mi polla y sopesa mis huevos antes de arrodillarse frente a mí. Una fugaz mirada y me sumerjo en esos ojos tan azules y fríos que me queman. Coge mi polla y la golpea suavemente contra sus labios antes de metérsela en la boca. Su lengua sedosa acaricia mi glande con suavidad y sus labios bajan por el tallo hasta que mi pene desaparece totalmente en su boca.

Apoyando las manos en mi vientre sube y baja chupando con fuerza y parando cada vez que nota que estoy a punto de correrme. Mi excitación se hace cada vez más intensa hasta que finalmente ella se aparta jadeando y mirando divertida como mi miembro se estremece hambriento.

Nos damos unos segundos de descanso, nos observamos y nos desafiamos hasta que ella se acerca de nuevo. Apoya un brazo en mi hombro y se quita las sandalias. Yo aprovecho para golpear suavemente uno de sus pechos y observar cómo se bambolea pesadamente.

Clarice se adelanta a mis deseos y se sienta encima de mí. Con nuestros sexos en contacto recorro sus labios, su mandíbula y sus pechos con mis boca. Me meto su pezón en la boca y chupo con fuerza haciendo que se endurezca. Clarice gime quedamente y me aprieta contra ella meciendo las caderas lo justo para mantener mi polla erecta.

Con un empujón se aparta y se tumba sobre la cama con las piernas abiertas. Girando la cabeza hacia mí me mira desafiante y se masturba. Yo, sin apresurarme, observo sus dedos largos y sus uñas pintadas del mismo rojo sangre que sus labios entrar y salir de su sexo lentamente.

Finalmente me acerco a ella y me coloco entre sus piernas. Mi falo entra de nuevo en su acogedor interior y comienzo a moverme con movimientos lentos y amplios. Clarice vuelve a gemir cada vez más excitada y mirándome a los ojos me coge la mano y se la lleva a su cuello. La señal es inequívoca y yo obedientemente aprieto a la vez que  acelero los movimientos de mis caderas.

Clarice sonríe y gime con más fuerza. Yo me muevo con todas mis fuerzas a la vez que aprieto su cuello con las dos manos hasta convertir sus gemidos en roncos estertores. No lo deseo, pero ella se lo merece. La miro a los ojos y veo como su cara se va poniendo roja por el esfuerzo de respirar. Yo apenas puedo aguantar más y con dos salvajes empujones me corro dentro de Clarice a la vez que veo como ella abre los ojos y se estremece. El calor de mi semen y la falta de oxigeno le provocan un orgasmo descomunal y solo cuando el placer se agota y ella deja de estremecerse siente el primer aguijonazo del miedo.

Yo sin embargo no aflojo mi presa. Después de todo es mi trabajo. Lo único que puedo hacer por ella es acompañarla hasta el final. Observo como los capilares se rompen en su esclerótica y por fin ella hace un gesto por intentar liberarse. Sus manos se agarran sin fuerza a las mías, pero ya es demasiado tarde, yo sigo apretando y besando sus labios temblorosos hasta que la joven pierde definitivamente el conocimiento. Sus ojos se cierran y una lágrima solitaria corre  por su mejilla. Yo observo su avance y continuo apretando hasta estar seguro de que su corazón a dejado de latir.

Me separo y mi polla, ya relajada, sale de su sexo aun tibio. Clarice yace boca arriba con los brazos estirado y las piernas retorcidas por los últimos estertores de la muerte.  Me siento en el sofá y observo como la palidez va adueñándose de su cuerpo elevando su belleza hasta un nivel sobrenatural.

Jamás pensé que un asesinato por encargo pudiese convertirse en algo tan íntimo. Clarice me ha proporcionado una experiencia tan profunda de algo tan oscuro y terrible como la muerte que me pregunto cómo voy a continuar con esta profesión. Medito y me recreo en esa última mirada desesperada. La he entendido. Sus ojos para mí son  transparentes. Con su muerte he firmado un nuevo contrato.

Con un suspiro me levanto, limpio meticulosamente su cuerpo, y tras rebuscar en el armario encuentro un camisón para ocultar su desnudez. Conozco a los polis y sus comentarios estúpidos y no quiero que la encuentren desnuda. Coloco su cuerpo laxo como si durmiese, con un brazo bajo su cabeza y la melena rubia descansando sobre la almohada y abandono la habitación.

Lavo los vasos y los coloco en su sitio. Limpio todas las superficies que he tocado y sin apresurarme me visto y salgo del apartamento. Monto en el coche y voy a un descampado. Quemo el expediente y el maletín y me deshago de la pistola en una acequia pero la foto de Clarice se queda conmigo. Tres horas después estoy en el avión, de camino a casa.

Dos meses después.

El bosque es oscuro y las lluvias de la primavera lo hacen casi intransitable. El suelo esta esponjoso y la maleza se enreda en torno a nuestros tobillos entorpeciendo nuestro avance.

Mi objetivo tropieza y cae de bruces. Con las manos atadas a la espalda no tiene con qué amortiguar el golpe y su frente golpea una rama caída. Un fino hilillo de sangre se desliza entre sus ojos mientras Vladimir se pone dificultosamente de rodillas.

—No tienes por qué hacer esto, ¿Sabes?  ¿Quién te paga? Yo te daré el doble.

Le ignoro y de un tirón de su gabardina lo obligo a incorporarse. Ese cabrón no merece ni una sola respuesta. Se ha pasado todo el viaje lloriqueando y suplicando. Cada vez que lo miro, la mirada serena de Clarice se me aparece en la mente empequeñeciendo cada vez más a este hijoputa.

—¡Dime algo, cabrón! —exclama mi objetivo haciéndome frente por fin— Dime al menos quién te envía.

—No lo mereces.

Las nubes vuelven arremolinarse por encima de nosotros y un viento frío y húmedo del norte levanta susurros entre las hojas. No tengo ganas de mojarme. Aquí será suficiente. No creo que nadie lo encuentre antes de que los bichos acaben con él.

Le doy un patada justo detrás de las rodillas. Vladimir cae como un saco y antes de que intente incorporarse de nuevo le descerrajo un par de tiros en el hígado. Me siento en un tronco caído y mientras fumo un cigarrillo observo cómo se desangra poco a poco entre intensos dolores. Espero que Clarice considere  cumplido nuestro contrato.

Un par de gotas me caen en la cara. Con desgana me levanto y abandono a Vladimir retorciéndose de dolor y pidiendo ayuda entre gemido y gemido, a pesar de que sabe que no hay un alma en cien kilómetros a la redonda y que aunque la hubiese nada podría hacer por él.

En mi casa, la foto de Clarice me espera dentro de un marco de plata, su sonrisa ahora es de satisfacción.