Un buen hijo de puta (5) (Revisado)

Ahora la joven y exuberante madrastra debe tomar una decisión vital que puede afectar a todo el planteamiento que tenía del sexo..., hasta el momento.

Un buen hijo de puta (5)

Tenía, como mucho como unos treinta minutos antes de que viniera Sebas a comer. El preservativo tapaba la punta con dificultad y llegaba a cubrir sólo dos cuartas partes del vergajo. Pero eso me daba igual, el caso es que tuviera puesta la capucha. Una capucha que debía escudar mi desprotegido útero ante cualquier gotita de líquido preseminal o ante una hipotética corrida del portento. Si aquella cosa escupía en mi vagina sólo la mitad de crema que antes me había echado en el cuerpo estaría verdaderamente jodida.

Una vez coronada con la goma me puse a horcajadas dándole la espalda. Él continuaba sentado en el escabel. Cogí “la cosa” desde su base con una de mis manos y la dirigí a la entrada de mi coño mientras mi otra mano separaba mis labios menores. Empecé a bajar y noté cómo la punta de aquella lanza se apoyaba en ellos intentando separarlos para entrar. Un escalofrío de gusto recorrió de abajo a arriba toda mi espina dorsal. Tragué saliva y volví a guiarla hacia su destino. Mi entrada se veía mucho más estrecha que el diámetro del gigante. Bajé un poco… nada. Lo intenté de nuevo… y tampoco. Aquel ariete era eso, un ariete y la puerta del castillo se negaba a abrirse más por lo peligroso de toda la masa que venía detrás.

La cogí con ambas manos y empecé a restregar la punta por mi coño que debía estar abierto y expectante porque dejó la goma con la primera pasada repleta de flujo. Seguí un par de veces más. Miré el reloj. Habían pasado cinco minutos. Volví a agarrarla desde su base dirigiéndomela directamente a mi agujerito. Bajé y lo intenté de nuevo… nada. Seguí rozando la punta contra mi clítoris. Bajé otra vez y esta vez casi lo consigo pero era como si no dilatara lo suficiente como para poder tragarme aquel monstruo.

De repente noté algo que irrumpía en mi culo. Era un dedo de Carlos que me lo había introducido hasta su primera falange. Miré hacia atrás por encima del hombro. Carlos estaba con las cejas fruncidas y gemía a pesar de no estar estimulándolo pues aún no había logrado meterme ni tan siquiera su capullo. Me mordí el labio inferior y le dejé hacer, yo a lo mío. Volví a bajar y… nada. Noté otro dedo que se metía en mi culito. Ese cabrón me estaba empezando a follar el culo con los dedos. La que empezó a gemir esta vez fui yo. Eso me gustaba pero el niño se estaba pasando de la raya aunque si con ello podía ayudarle a llegar a él, que al fin y al cabo era mi objetivo, también me valía.

Estaba realmente cachonda pero aún no sabía por qué no era capaz de tragarme aquella polla. Volví a intentarlo. Esta vez logré que mi vagina se distendiera más y por poco enterré la punta en la entrada de mi coño pero sentí tal dolor en la entradita que hizo que al final tampoco pudiera conseguirlo. Aquella lanza estaba a punto de penetrarme en verdad y Carlos seguía follándome el culo con los dedos. Yo empecé a sudar. Por entre el canalillo de mis pechos resbalaban gotitas de sudor que apenas podía evitar. Bajé un poco más poniendo morritos y alcanzando un poquito más de introducción esta vez pero su glande no lograba penetrarme del todo. Sólo hasta la mitad de éste. Me levanté y sentí el vacío en mi recto por la salida de los dedos que allí estaban.

-          ¿Qué haces? ¿No me irás a dejar así no? –dijo Carlos con la polla en ristre y llevándose uno de los dedos que había estado follando mi culo a la boca. Carlos se estaba revelando como un cerdo de los grandes-

-          Nos queda poco tiempo –dije volviendo a mirar la hora- No puedo es… es ese capullo tuyo que es una exageración. Debemos dejarlo para otra ocasión.

-          ¿Estás loca o qué? Mira tía me duelen los huevos o eso o llamamos a una puta para que termine el trabajo- dijo Carlos.-

-          Con el preservativo no me resbala lo suficiente. Tu polla es muy grande.

-          ¡Pues zorra, tú verás lo que haces pero tengo que lograr correrme ya! O haces que me corra de una vez o llamamos a una puta. ¡Tú misma!

Su respuesta fue del todo inapropiada. Fuera de lugar. No sabía muy bien cómo interpretarla pero me sentí tonta, estúpida y también cómo no decirlo como poco hembra. A lo largo de mi vida me había considerado como una todoterreno sexual y ahora… todos los esquemas se me desbarataban como un castillo de naipes y encima con aquel mocoso, ¡mi hijastro!

Tragué saliva y entorné los ojos. Volví a mirar el reloj. Tenía quince minutos. Sebas era bastante puntual a no ser que diera con alguna cliente pesada de última hora. Empecé a calcular en cuántos días había tenido mi última regla. Esta me tenía que venir en unos nueve u diez días. Maldita sea la calavera de aquel bastardo y mi fortuna. Si no estaba en plena ovulación me faltaba un día para hacerlo. Ahora entendía también mi estado de cachondez y es que estaba en los días más fértiles de mi ciclo. Era muy probable que quedara embarazada si aquel niñito me regaba el útero. Pero estaba muy, pero que muy perra. Sentía a mi clítoris pidiendo tralla y la sensación de vacío en mis ovarios se me hacía insoportable. Me quedé mirándole unos instantes…

-          No hace falta ninguna puta – Le dije quitándole la capucha. Esta salió disparada con un sonido elástico para ir a parar a algún rincón de la habitación- Me escupí generosamente en las manos y pasé estas por “la cosa” para lubricarla bien.

-          ¿Qué haces?

-          Te he dicho que no me resbalaba con la puta goma puesta- Le dije poniéndome de nuevo en la misma posición en la que lo había intentado antes-

Tenía que ser yo quien controlara la penetración de aquel pollón en mi canal vaginal si no quería que me desgarrara. Aquel badajo me lo iba a meter fuese como fuese ¡Por mis santos ovarios que lo iba a lograr! ¡Cómo que me llamaba Lucía vamos! Allá abajo tenía un fuego que tenía que apagar con un buen rabo y aquel era, sin duda, el mejor que había visto en toda mi puñetera vida. Entendí lo puta que era al hacer aquello y el peligro que corría pero en ese momento me daba igual, y no, no hacía falta ninguna puta, allí estaba la más grande de todo el barrio. En ese momento quería, o mejor dicho, necesitaba de polla. No os voy a mentir, mi miedo al embarazo estaba en mi mente muy presente pero mi deseo de aplacar mis ardores era aún mayor. Ya pensaría más adelante cómo podría salir de las consecuencias.

-          ¡Qué zorra eres Lucía! ¡Pero qué zorra! ¡te la vas a meter sin condón! ¡De puta madre! ¡Así sentiré más ese coño tuyo de guarra!

-          ¡No lo sabes tú bien! A ver… mmmmmfff…oooogg  un pocoooo más…. Mmmfff…

-          ¡Venga que no se diga zorrita! ¡Aprieta ahí! ¡Aprieta!

-          Mmmmmmfff ¡nooo no entra!

-          A ver espera… sepárate los labios del coño yo la dirijo… eso es así venga ¡ahora baja y aprieta!

-          Mmmmmmmmmmfff yooooo parece que se abreee más y que… ¡AAAAAAHH! ¡AHORA! ¡Ah ya está la punta dentro joder! Aaaahhh ¡Joder se nota enorme! –De inmediato los labios vaginales anillaron el pollón aclimatándose como un guante a la totalidad de su diámetro. La punta la tenía dentro, ahora a ver hasta dónde era capaz de tragarme aquello-

-          ¡Ooooh cómo me aprietas la cabeza de la polla! ¡Zorra de mierda! ¡A ver hasta dónde te la calzas! –dijo Carlitos, un Carlitos que ya no era el que yo conocía pero en ese momento me daba igual, la verdad, y encima para más irrisión mía sus palabras, su tono y sus insultos me ponían aún más cachonda. Una locura pero así era.

A pesar de que tenía sólo el capullo introducido el grosor de éste hacía que mi coño estuviera completamente distendido. Resoplé un instante para poco después, apoyando mis manos en las rodillas, tratar de penetrarme “la cosa” un poco más pero me llegaba el dolor y automáticamente paraba. Inicié un leve movimiento rotatorio de mis caderas sin sacar ni un ápice lo que me había costado meterme. No iba en este momento a ceder nada de terreno, eso lo tenía claro. Sin llegar a meterme más y con la rotación que hacía el placer me llegó de nuevo rápidamente. Carlos no hacía nada, sólo iba subiendo poco a poco el tono de su vocabulario y fue desvelando, en realidad, lo auténticamente cabrón que era pero mientras yo tuviera aquello entre las piernas me daba todo igual. Tomé consciencia de que era la primera polla que olía mi agujerito al natural desde que lo hice con mi primer novio adolescente.

Psicológicamente esto hizo que tuviera cierto temor a las consecuencias de un posible embarazo pero el morbo que me estaba dando aquella situación era indescriptible. Por otro lado y a pesar de que aquella cosa no era para nada normal, en cuanto a su tamaño me refiero, la notaba completamente distinta, más caliente, más plena. Supuse que todas estas sensaciones y pensamientos eran de carácter anímico por el hecho de tener una polla entre las piernas sin preservativo después de tantos años desde mi despertar sexual. La verdad no sé cómo explicároslo, era una sensación de estar a merced de algo poderoso sin nada que me pudiera proteger.

A los pocos minutos mi conejito ya se estaba acostumbrando al nuevo calibre de su inquilino y empezó a dilatar en consecuencia. Me llegó rápidamente un orgasmo que hizo que mojara todo el tallo que estaba fuera de mi estrecha cueva de placer. Ante mis estertores dejé los movimientos rotatorios de aproximación y adaptación un momento para poder recuperar el aliento y empezar a follarme la entradita con aquel glande que me estaba llevando de nuevo al borde del orgasmo, cosa que hice casi de inmediato. No tuve que esperar mucho y mis movimientos hicieron que me viniera otro más intenso de improviso haciendo que mis piernas flaquearan y que temblara todo mi cuerpo. Ante esto, Carlos no hacía más que humillarme y decirme lo zorra y guarra que era…

-          Jejejejeje ¡Te estás corriendo otra vez zorra! ¡Cacho guarra estás hecha! A ver si es verdad que me haces llegar so cerda de mierda. ¡A ver si tienes lo que tiene que tener una verdadera hembra!

-          ¡Ooooooooooooohh joooooder me vengoo me vengo tooodaaaaa!

-          Jejejeje ¡Ya, ya lo siento ya! ¡Serás zorrita!

-          ¡Aaaaaaah Dios qué fuerte! –exclamé mientras temblaba incontroladamente todo mi cuerpo. Aún no sé ni cómo podía mantenerme en pie-

Estaba bañando aquel pollón con mi corrida pero bien. En la base de aquel mástil de carne se acumulaban mis densos fluidos vaginales dejando a “la cosa” preparada para poder recorrer mi sedoso, resbaloso y escurridizo canal vaginal hasta allí donde le dejara mi profundidad. El caso es que el fortísimo orgasmo había hecho que mi libido se redujera en consecuencia y que de forma, casi automática, quisiera sacarme aquel capullo que tanto me había costado acoplar a mi entrada. El cabrón de Carlos, y nunca mejor dado éste calificativo al niño en este momento, se dio cuenta de mi maniobra casi de inmediato y cogiéndome de las caderas, cosa que antes no había hecho, me empujó hacia él haciendo que el capullo volviera a estar en la misma posición que antes para, de forma inmediata, hacer de avanzadilla a la penetración de golpe como de quince centímetros de aquella enorme masa en mi interior.

Me sentí llena allá abajo como nunca lo había estado en toda mi vida sexual. Miré hacia mi sexo y me quedé estupefacta de cómo mis labios abrazaban al coloso. Le anillaban de tal forma que parecía que las venas de la inmensa polla que quedaban fuera de mi gruta fueran a estallar de lo apretadas que se veían. Carlos había cambiado su actitud para conmigo. De mamá nada, ahora era un coño, una zorra a la se ha de follar hasta reventar, un agujero que ha de cumplir el cometido para el que había sido creado y ese cometido, ese objetivo, no era otro que el hacerle llegar a él al ansiado orgasmo que le dejara completamente vacío.

-          ¡Baja para abajo zorra! ¡Baja más y ni se te ocurra dejarme así! –sentenció Carlos empujándome hacia él-

-          Nooooo no tan deprisaaaa… aaaaaaaaaahhh! ¡Me las has clavado cabrón! –dije mirando en este momento a mi sexo que apresaba completamente a “la cosa”- ¡Me la has clavado toda! ¡Aaaaaaah! ¡Joder qué pollón! Oooooooh.

-          No toda no… ahí queda todavía… pero todo se andará… seguro que te cabe en ese coño tuyo de zorra ninfómana folla barrios. ¡Venga cabalga! ¡PLAS! –dijo dándome una palmada en el culo- ¡Venga jaca cabalga!

-          Espera Carlos… por favor… un poquito… es mucho…

-          ¡Qué cabalgues yegua! ¡PLAS!

La verdad es que dolor, lo que se dice dolor no sentía. Era una sensación de lo más extraña. Era como estar anestesiada, como de estar completamente taponada y tener casi la certeza de no poder moverte. Me imaginé empalada como una doncella medieval que hubiera sido víctima de la Inquisición y hubiera sido llevada a una plaza para su escarnio y mofa pública. Una de esas víctimas que quedaban completamente atravesadas por un palo desde sus partes hasta la mismísima boca. Llegar allí desde luego que no llegaría pero sentía a aquel pollón en el mismísimo estómago.

El inmenso capullo de “la cosa” tocó el fondo de mi cérvix y allí se paró. Volví a mirar y quedaban aún como ocho o nueve centímetros más de carne magra fuera del coño. Mi clítoris estaba completamente fuera de su capuchón protector y estaba haciendo contacto directo sobre el tronco de la enorme verga. Si empezaba a cabalgarle mi clítoris se vería estimulado al igual que mi entero canal vaginal. Y así fue. Cuando comencé a moverme me sentía como torpe ante tanta masa alojada pero esa torpeza pronto se vio disipada ante los orgasmos encadenados que iba teniendo a las pocas metidas que me proporcionaba y fui acelerando el ritmo todo lo que mis caderas fueron capaces de aguantar.

En cada penetración el capullo golpeaba mi cuello uterino y más que dolor sentía más y más placer. Era como si mi cérvix se reblandeciera o se dilatara de tal forma que diera paso a que el capullo la traspasara y tuviera acceso directo al mismísimo útero. Sé que esto es imposible, pero esa era la sensación que tenía. De tantos bombeos llegó el momento en que vi que las penetraciones eran más y más profundas y… en efecto, de los ocho centímetros que quedaban fuera tan sólo tres lo estaban. Me la había enterrado hasta el mismísimo anillo. Mis labios vaginales tocaron los inmensos huevos de Carlos. Unos huevos que estarían repletos de millones y millones de espermatozoides dispuestos a alcanzar su objetivo y fecundar el óvulo que, a bien seguro, lo tendría a escasísimos milímetros de la inmensa cabeza del pene que me estaba dilatando y reblandeciendo la mismísima cérvix. Alcé las plantas de los pies y la gravedad hizo el resto. Nada de tronco se veía. Mi gruta se la había engullido enterita.

CONTINUARÁ