Un buen hijo de puta (4) (Revisado)
La madrastra toma la decisión. Aquel pollón no ib a ganarla.
Un buen hijo de puta (4)
Volví envuelta en una toalla blanca del baño a la habitación del portento a recoger mi ropa para ponérmela. De mi moreno pelo resbalaban rutilantes y refrescantes gotas que me indicaban que todo aquello no había sido un sueño. Cuando entré a aquel santuario del, posiblemente mayor pene de todo el Cono Norte, casi se me cae la toalla que tapaba mi desnudo cuerpo ante la impresión que tuve que asumir.
Y es que, ante mis ojos, estaba Carlos aún machacándose la verga como un auténtico obseso. Una verga que se mantenía más vigorosa e inflamada que cuando la había dejado para quitarme sus engrudos vitales…
- ¿Pero…? – casi se me cae la toalla del sobresalto que fue encontrarme a Carlos, el titán, pelándose la tranca, a dos manos, más rojo que una fresa madura y sudando como un cerdo- ¡Carlos! ¿Se puede saber qué coño estás haciendo aún frotándote el pene de esa forma?
- ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Te dije que con una corrida normalmente no se me bajaba! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Necesito otra más! ¡No se me va de la mente ese cuerpo tuyo!
- Carlos… esto… esto no está nada bien… pero nada bien –dije sujetando fuertemente la toalla a la altura de mis pechos, notaba mis pezones tan duros e inflamados que posiblemente se traslucieran a través de la gruesa tela-
- ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Joder no voy a llegar a nada! – dijo Carlos parando la masturbación- ¡Tengo ya todos los músculos de los brazos agarrotados! ¡Me duelen tanto como los huevos! –dijo Carlos echándose hacia atrás de la butaca, completamente derrotado, con los brazos caídos hacia los lados y el pollón mirando al techo. Aquello parecía un misil Scud-
- ¡Ayyy pobre! ¡Lo siento Carlos lo he intentado ya lo has visto! –Le dije reincorporándome para coger mis ropas-
- ¡Me duele todo! ¡Joder no puedo llegar a nada! ¡No dijiste tú que una chica puede hacer correrse a su pareja cuando ella quiera? –dijo Carlos con la polla al aire. Aquello parecía el mástil de una bandera. Mis ojos no podían dejar de mirar aquella polla. Tragué saliva como pude-
- ¿Quéééé? –le contesté medio abstraída y es que sólo tenía ojos para la masa de carne-
- ¡Que tú me dijiste que una chica puede hacer correrse a su pareja cuando ella quisiera!
- ¡Por supuesto! ¡Pero yo no soy una chica Carlos soy tu madre joder! –le grité-
- Mamá por favor… ayúdame por favor… te lo ruego… me duele todo… -contestó Carlos gimoteando como un niño pequeño que le hubiesen quitado su osito de peluche-
Así que decidí ayudarle tumbándome en la cama para mostrarle mis encantos una vez más pero advirtiéndole esta vez que como volviera a correrse sobre mi cuerpo se iba enterar de lo mala que podía ser su madre. Unos encantos que harían que volviera a correrse como lo hizo. O eso al menos esperaba yo. Ilusa de mí. El niño de los cojones movía sus brazos sobre el mástil a una velocidad de locomotora express que más quisieran igualar los émbolos de algunas vetustas maquinarias textiles. Las venas de aquel pollón parecían que fuesen a estallar allí mismo. El músculo que hay debajo de la polla, ese que va desde el nacimiento de los huevos hasta el mismísimo inicio del glande, era tan grueso que parecía un pequeño stick de desodorante Rexona rolón… y aquellos huevos… ¡Qué huevazos! ¡Cómo se movían al ritmo frenético que las sacudidas le estaban dando! Aquello era hipnótico. No dejaba de mirar aquella masa ni un instante. Noté un calor allí, en mi bajo vientre, que no era ya normal. El clítoris le sentía inflamado e hinchado… ¡y cómo me estaba titilando pidiéndome guerra la puta pepitilla! y… mis pezones, bueno, mis pezones eran un escándalo. Bien pensé que los 18 años de existencia del hijo de mi marido los había gastado íntegramante en hacer crecer aquel ariete que tenía por polla.
Cambié de postura y me puse a cuatro patas sobre la cama separándome bien las cachas del culo para que Carlos pudiera ver también mi estrecho culito. Una gotita de transparente y sedoso flujo se precipitó de mi abierta almeja al edredón de la cama. Estaba muy, pero que muy cachonda. Al cabo de casi diez minutos que se me hicieron más que eternos porque no quería, por nada del mundo, el querer tocarme porque podría perder los papeles, Carlos se volvió a echar hacia atrás del escabel sin fuerza alguna. El chaval no podía llegar a nada.
Le encontré tan desvalido y abatido que me dio un vuelco el corazón de verle así. Los brazos verdaderamente le temblaban y aquella tranca daba pequeños saltitos de lo encabritada, dura y congestionada que estaba. Carlos, estaba llorando a moco tendido y no sé si era por dolor real o por mera frustración de no poder bajar aquel artilugio suyo…
- ¡Ay Carlos hijo! Está bien… mira vamos a hacer una cosa… yo… yo pondré mis tetas en tu polla y te masajearé con ellas quizás de esta forma puedas conseguirlo…
- ¡Genial venga vamos! –Me apremió Carlos enjugándose las lágrimas que afloraban de sus ojos-
La verdad es que no sabía muy bien cómo pude haberle propuesto a mi propio hijo hacerle una cubana con mis tetas. Pero la verdad es que se lo dije. Tiré la toalla y me puse de rodillas frente a él, una vez más, como mi madre me había traído al mundo y le aprisioné el pene con mis pechos. Aquella inmensa polla los llenaba completamente. Cada vez que bajaba mis senos sobre aquel bate de beisbol no fueron pocas las ocasiones en que la punta del ariete me daba en la barbilla con saña. Aquello se estaba saliendo de la raya. Cada vez intentaba masajearle más y más fuerte pero Carlos se mantenía como una roca…
- ¡Date prisa Carlos por favor!
- ¡Eso quisiera yo! ¡Venga nena hazme alguna técnica de las tuyas y haz que me corra ya! –Gritó Carlos. No me había llamado mamá, quizás eso le coartaba y no llegaba a nada- ¿No me habías dicho que podía cualquier chica lograrlo cuando quisiera?
Esto me jodió más de lo indecible. Hirió mi ego de hembra más básico y primitivo y a partir de entonces me olvidé de quién tenía delante. Del coño me resbalaban mis propios fluidos hacia la cara interna de los muslos de lo caliente que estaba con toda aquella situación. Sin muchos preámbulos empecé a mover mis tetas más rápido pero con una variante. Cada vez que subía aquel mástil ya no encontraba mi barbilla sino mi boquita que, como pudo, intentó meterse la punta de aquel coloso. De esa guisa estuvimos como otros 10 minutos más en los que bien pensé que Carlos iba a llegar pues cada vez gritaba y gemía más fuerte… pero sin llegar.
Aquel chaval en verdad tenía un problema o el problema lo tenía yo que no era capaz de hacerle correrse. Las tetas empezaban a dolerme de tanto masajeo y lo peor de todo es que ese mismo masajeo me estaba poniendo a mí como una burra en celo por lo que pasé totalmente de la cubana para iniciar una mamada al rabo ese que tenía delante. Por su calibre era literalmente imposible el hacerle una pero como pude me volví a meter el glande en la boca al tiempo que le masajeaba el mástil con ambas manos. Nada. El cabrón tenía más aguante que un corredor profesional de maratón. Así no conseguiría el objetivo, y la situación se hacía insostenible.
Mi coño seguía destilando un flujo sedoso y transparente, clara evidencia que necesitaba, sea como fuere algo para yo también llegar. La situación había llegado a tal extremo que a esas alturas ya me daba igual todo y ya no me planteaba si socialmente aquello que estábamos haciendo era o no reprobable. Me la traía al pairo. Me levanté y contemple durante unos breves instantes a “la cosa”. Le puse uno de mis pies sobre ella. Aquella cosa me estaba ganando y quería someterla. Mis uñitas rojas destacaban aún más sobre aquel capullo violáceo que se encontraba congestionado y amoratado al máximo. El glande estaba rojo como una granada y de él salían un par de rutilantes y deliciosas gotitas de líquido preseminal que pude saborear antes cuando se la estaba intentando comer. Aquella polla no dejaba de destilar fluidos íntimos. Me pasé un dedo por el sexo. ¡Buuuf! Estaba como un caracol. Bajé el pie y me mordí el labio inferior de puro vicio y le dije un “espera un momento” yéndome hasta mi habitación más deprisa que Usain Bolt haciendo los cien metros lisos. Le dejé unos segundos solo. Abrí la mesilla de noche de mi marido y cogí un preservativo. Iba a hacer correr esa polla fuera como fuera. ¡La iba a ordeñar como me llamaba Lucía!
- ¡Joder pensé que ya me habías abandonado con el problema! –dijo Carlitos moviendo aquella verga que me había enloquecido el pensamiento y la moral-
- ¡Cállate! ¡Voy a hacer que te corras como un primerizo!
- ¡Es que lo soy! –dijo con una media sonrisa que no me pareció muy sincera-
- Ya… a ver… déjame –le dije poniéndome de nuevo de rodillas para ponerle la goma-
- ¿Qué… qué haces? ¿Me estás poniendo un condón?
- Situaciones extremas exigen medidas desesperadas- dije consultando la hora- cuando notes las contracciones que voy a hacerte con mi vagina te correrás sin remedio…
CONTINUARÁ