Un buen hijo de puta (3) (Revisado)

La madrastra se ve demasiado tentada por los acontecimientos

Un buen hijo de puta (3)

Volví a coger aquel tronco del Amazonas. No podía en verdad creer el tamaño de aquella polla. Empecé a masturbarla, más que por el placer de Carlos por el mío propio. El movimiento de mi manita sobre aquella masa era lento, cadencioso, parsimonioso y sin embargo, en menos de 10 segundos se hinchó por completo y adquirió un tamaño cercano a los 25 centímetros. Mis dos manos asían a aquel vergajo y aún tenía más de un tercio de ella sin cubrir pero lo más asombroso era su grosor. Mi mano era incapaz de poder rodearla en su totalidad y sólo con ambas manos era capaz de poder hacerlo con facilidad, eso sí, os puedo asegurar que, nunca, y os vuelvo a repetir, nunca jamás había visto algo como aquello.

Esa auténtica masa de carne, rodeada de decenas de venas que alimentaban toda aquella inmensidad, se alzaba en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados dando muestras de seguir desafiando a la gravedad sin mayores reparos. “La cosa” mantenía el glande parcialmente cubierto por la fina y sensible piel que le protegía y obnubilada por mi propia libido me dispuse a liberar la cabeza del monstruo con las dos manos que la sujetaban. La piel se retiró hacia atrás dando paso a la cabeza de pene más espectacular vista en toda mi vida. Tras esto, “la cosa” pareció crecer aún más si esto era naturalmente posible o, al menos, a mí me lo pareció. Una pequeña y brillante gotita transparente de líquido preseminal hizo acto de presencia en aquel ojo ciclópeo que me miraba a escasos 10 centímetros de mi rostro. La razón y el miedo ante mi acto hicieron que soltara el vergajo y que me levantara como si hubiera tenido un muelle en las plantas de los pies.

-          Voy… ¡Voy a ver el asado cómo está no se me vaya a quemar!

-          ¡Mamá joder te estoy pidiendo ayuda! ¡No puedes dejarme así joder! ¡Dime qué puedo hacer con esto!- dijo Carlos señalándome su “tercera pierna”.-

-          ¡Pues está claro Carlos! ¡Si no haces nada con ella se bajará por sí misma en un par de minutos!

-          ¡Mamá no! ¡A mí eso no me pasa!

-          ¡Sí Carlitos sí! ¡Voy a ver el cordero!

Carlos se quedó en el salón. Me volví a poner el delantal y estuve mirando la pata de cordero, la removí un poco y la eché medio vasito de vino blanco para que estuviera más jugosa. Iba a quedar realmente bien. Aquel vergajo no se me iba de la cabeza, su imagen la tenía completamente fijada en mi subconsciente más profundo. Bebí un vaso de agua y sentí cómo mi bajo vientre me pedía a gritos tener algo de sexo. Carlos sería el hijo de mi marido pero lo que mi cuerpo había visto no era a mi hijo político sino una polla aún más descomunal que las que había estado soñando tan repetitivamente en las últimas semanas. Resoplé y me llevé la mano derecha a la entrepierna. ¡Cielo Santo! El tanga le tenía completamente metido entre los labios vaginales y estaba completamente mojado. Le acomodé liberándole de mi abrazo íntimo. Fui a la nevera y abriendo una cubitera de hielo me la puse en la frente y en la nuca para ver si se me pasaban los malos pensamientos. Resoplé aliviada parcialmente. Puse dos cubitos en un vaso y volví a  beber agua. Volví a resoplar. Ya me iba encontrando más tranquila. Me quité el delantal y lo volví a colgar detrás de la puerta de la cocina.  Uno, dos, tres, cuatro pasos más allá y doblo la esquina para encontrarme con un Carlos sentado en el sofá con aquella cosa completamente congestionada haciendo muecas de dolor apreciable…

-          ¡Pe… pero Carlos hijo! ¿Te has estimulado el pene o qué?

-          No mamá. ¡He hecho justo lo que tú me has dicho y no he hecho nada! ¡Pero mírala! ¡Es inútil! ¡No se me baja y me duele de tan dura que la tengo!

-          ¡Hijo mío! ¡Pobre! ¿En verdad te duele tanto? –le dije acercándome hasta donde estaba-

-          ¡Sí joder! ¡sólo se me bajará algo si logro descargarme!

-          ¿Se… se bajará…? ¿Algo, dices? ¿Cómo que algo?

-          Sí, un poco… si lo logro entonces podría conseguir que se calmara lo suficiente como para que pueda volver a colocarla en los pantalones…

-          Yo… esto… esto… no sé qué decirte hijo… Será mejor que te vayas a tu habitación o al servicio y que… bueno ya sabes.

-          Sí, voy a intentarlo. Perdona mamá.

Carlos se levantó y con “la cosa” completamente en ristre se marchó hacia su pequeño castillo. Al cabo de treinta minutos fui hacia su habitación. La puerta estaba cerrada con el cartelito puesto en el pomo de “Zona privada – paso restringido al propietario”. Pegué la oreja a la puerta y se oía un ligero ruidito de frotamiento. Llamé a la puerta…

-          ¿Carlos? ¿Estás bien? ¿Estás ya… mejor?

-          Nooo

-          ¿Aún no has podido…?

-          ¡No!

-          ¿Te puedo ayudar en algo cariño?

-          ¡No creo que puedas mamá! ¡Joder no puedo más, no puedo!

-          Pero hijo qué te ocurre… ¡Me tienes preocupada!

-          ¡No lo sé mamá! ¡Entra si quieres! ¡Me duele mucho!

Cuando entré Carlos estaba sentado en el butacón que tiene a los pies de la cama como escabel, con las piernas separadas y literalmente machacándose el enorme pene con las dos manos. Sí, eso es, lo habéis leído bien. ¡Con las dos manos! Aquello estaba completamente congestionado y parecía que iba a estallarle. Jamás había visto algo parecido….

-          ¡Mamá estoy roto! ¡Me duele todo! ¡Los brazos ya ni los siento!

-          ¡Hijo de mi vida! Creo que… no sé, al ser tan… tan grande creo que lo que necesitarías es más estimulación para poder llegar… No lo sé. Aunque visto lo visto… tú problema en verdad no va a ser ese en realidad.

-          ¿Cómo dices?

-          Que creo, Carlos, que vas a tener difícil en encontrar a una mujer que quiera meterse esa cosa tuya entre las piernas.

-          Mamá, ¿Cómo me puedes decir eso ahora? ¿Pero tú has visto cómo estoy? ¿Tú has visto cómo la tengo? ¿has visto en verdad mi problema? ¡ Esto es todo por tu culpa!

-          ¿Por mi culpa?

-          ¡Sí por tu culpa! ¡Hasta que no te vi masturbándote lo controlaba más o menos! ¡Bueno algunas veces! ¡Me duelen los huevos un montón joder! ¡Y encima vas me la coges y me comienzas a hacer una paja!

-          ¡Ayyyy! –suspiré- Está bien Carlos lo siento no quería… no quería masturbarte es solo que… que ¡hay hijo!, en verdad no puedo verte así. ¿Puedo ayudarte en algo?

-          No lo sé mamá… ¡Quizás! Mira, túmbate en la cama y mastúrbate otra vez. Así estaré aún más excitado al ver a una hembra bien buena como tú, en pelotas y en vivo… ¡Quizás así pueda llegar correrme de una maldita vez!

-          ¿Qué? Oye rico yo no soy una hembra bien buena soy tu madre… ¡Habrase visto semejante majadería!

-          ¿No querías ayudarme? –me replicó Carlos cogiéndose aquel montón de carne, parecía que me quisiera golpear con ella-

-          Sí pero… ¿Así?

-          ¡Sí así¡ ¿Se te ocurre otra cosa?

-          Está bien Carlos, está bien. En fin… no sé en qué va a deparar todo esto –le dije quitándome la falda y el tanga. Un tanga que estaba como si le hubiera sacado de la lavadora… ¡Calado!- Pero si tú crees que de esta forma podrás llegar y calmarte…

-          ¡Gracias mamá! ¡Últimamente me estás intentando ayudar mucho!

-          ¿Últimamente? –le repliqué frunciendo el ceño. La verdad es que hasta ese momento Carlos había sido un chaval de lo más autónomo-

Me tumbé en su cama. Carlos retiró la butaca de los pies de la cama y se puso de tal forma que podía ver todo lo que yo me hacía. No hizo falta que me estimulara ninguno de mis pechos. Estaba tan salida que con tan solo tocarme y a los escasos treinta segundos después estaba llegando ya al orgasmo. Entre tanto, Carlos continuaba meneándose la tranca. Parecía que se la fuese a partir. El chaval lo intentaba pero no llegaba…

-          ¡Caray qué dedito me he hecho! –dije recuperándome-

-          ¡Zas! Zas! ¡Zas¡ ¡Zas! –sonaban los intentos de Carlos sobre aquel inmenso y congestionado mástil-  ¡Abre las piernas! ¡Abre las piernas y déjame ver el coño! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¡Aaaay Dios qué cruz! ¿En serio que esto podrá ayudarte?

-          ¡Mamá por favor joder! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¿Así te vale? –le dije separando más mis piernas-

-          ¡Sí! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Más o menos! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¿Puedes…? ¿Podrías separarte los labios para verte bien el agujero? ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¿Crees que eso te hará…? –intenté contestarle incrédula-

-          ¡Joder sepárate los labios del coño a ver si llego ya! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! –En verdad Carlos no me estaba viendo a mí. Tenía la mirada perdida en mi rajita. Como si todo lo que importara en la vida  estuviese allí. No veía a mí. Veía una rajita ¡Veía un coño!-

-          Está bien Carlos… ¿Te vale así? – le dije abriéndome los labios vaginales de forma exagerada. En ese preciso instante sentí cómo  el canal vaginal se me abría bastante. Nunca hasta ese momento me había sentido tan expuesta-

-          ¡Joder que pedazo de conejo tienes! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Aaaaahhh ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Más! ¡Ábretelo más! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¡Más no puedo! ¿Qué quieres que me raje? Date prisa Carlos por favor… -le contesté intentando separarme aún más los labios- estará por venir tu padre para comer en poco más de una hora….

-          ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¿Y qué te crees que estoy haciendo mamá? –me contestó sin apartar la mirada del espectáculo que le estaban dando mis piernas y labios vaginales separados-

-          Sólo te digo que te des prisa que estará tu padre por venir mmmm… joder.

-          ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Eso es lo que yo quisiera! ¡Zas! ¡Zas! No sé… ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¿Puedes quitarte la camiseta y enseñarme las tetas? ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Quizás así pueda conseguirlo antes!

-          ¿Cómo? ¿Pretendes ahora que me despelote totalmente? ¡Esto es el colmo! Bueno, en fin… llegado a esto… -dije sentándome en la cama para liberar los pechos de la camiseta y el sujetador. Me quedé en pelota picada en la propia cama del hijo de mi marido, abierta de piernas, separándome los labios del conejito una vez más de forma desmesurada para que el chaval pudiera ver bien mi interior que, a bien seguro estaba viendo mi propia cérvix de lo abierta que estaba y él, bueno él tocándose la zambomba a lo bestia, como si le fuera la vida en ello-

-          ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡joder mamá qué buena que estás! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Aaaaaah ¡qué gusto! Aaaaaaaahh ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Creo que ya me llega!

-          ¿Ah sí? –le dije con cierto rintintín. Si a mis 25 años no estuviera bien vete a saber cómo podría estar en 10 años más.- ¿Qué te pasa Carlitos, te gusta mi conejito? Nunca he visto a nadie pelársela tan deprisa ni con tanto brío como tú lo haces.

-          ¡Sí! ¡Sí! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Aaaaahhh ¡Sí! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¡Joder y con las dos manos! ¡Estoy flipando!

-          ¡Ah joder que cuerpazo tienes mamá! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

-          ¡Pues si te gusta tanto no sé a qué esperas para vaciarte Carlos! ¡Y date prisa por Dios que se me va a enfriar el coño de lo abierto que lo tengo!

-          No si esto…¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Siempre tarda un poco! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Pero ahora parece que me llega! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Sí joder! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!  ¡SIIIIIIIIIIIIIÍ JODEEEER QUÉ CORRIDAAAAAAA! ¡PEDAZO DE LECHADAAAAAAAAAAA!

-          ¡Aaaaaaaggg Carlos cabronazo apunta hacia otro sitioooo!

Sí, y es que el cabrón niño no hizo otra cosa que bañarme, literalmente, en crema. Una leche pastosa y espesorra que tenía pegotones de grumos aquí y allá. El chaval iba de lo más cargado. No me extrañaba, lo más mínimo, que le dolieran aquellas inmensas bolas que le colgaban a los lados de la masa de carne y que se balanceaban locos aquí y allá ante tantas sacudidas. Y lo más gracioso de todo, si es que puede decirse que fuera gracioso, es que el chaval disparaba las andanadas a una velocidad y una distancia apabullantes. Yo estaba a metro y medio, más o menos, de donde él se la estaba pelando como un auténtico mandril del Orinoco y no por menos hubo de hacer diana en mis tetas, barriga, pubis y pies con espesos chorros de lechada adolescente. Si alguno de aquellos cuajarones me llega a alcanzar el chumino de lo abierto y expuesto que lo tenía me desgracia fijo.

Como pude me levanté de la cama. Una cama en la que había aquí y allá alguna que otra salpicadura de leche condensada. En tanto mi hijastro seguía allí, dale que te pego a la zambomba. La verdad, no lo entendía. No entendía como aquel vergajo no había bajado ni un ápice su vigor. Me quedé unos brevísimos segundos mirándole y me fui, resoplando, con un cabreo que no te menees hacia el baño a quitarme como pudiera aquellos restos de lechada que se estaban solidificando a pasos agigantados sobre mi piel. Me dieron ganas de castigarle o de darle un par de collejas allí mismo por hacer lo que hizo pero le vi tan necesitado y a pesar de la reciente corrida tan jodido de necesitar correrse de nuevo para bajar aquel instrumento suyo que me largué de su habitación dando media vuelta.

De mi mente no se me iba la imagen de esa inmensa polla. De cómo Carlitos se la estaba pelando, su ritmo acojonante… en fin, los pezones me estaban advirtiendo: “¡Luci, Luci cuidao , Luci cuidao que te pierdes!” Lo mejor era, sin duda alguna, meterme en la ducha y desprenderme de toda aquella porquería de un plumazo y también por qué no decirlo, de toda aquella calentura que me estaba embargando.

Mientras el agua me caía cálida y purificadora sobre mi piel no podía quitarme de la cabeza la polla que se calzaba aquel hijo mío. Era un auténtico portento. El rey de todas las pollas. Me llevé una mano a la entrepierna y… joder, estaba como una moto recién sacada del taller y engrasada; estaba a punto.

CONTINUARÁ