Un buen hijo de puta (1) (Revisado)

Historia de una joven e interesada madrastra que cae en la redes sexuales del hijo de su marido.

N. de autor: Esta historia ha sido retocada en todas las partes que, en su día, "hirieron" la sensibilidad de ciertos lectores haciendo que se retirara la serie de la página. Han sido muchos los correos que me han mandado solictando la serie completa original y otros tantos que me han pedido en varios correos que la retocara para que volviera a poder ser publicada. La mando retocada aunque desde luego la historia completa no fue planteada de esa forma cuando se escribió.

La verdad es que, a día de hoy, se me hace muy difícil el poder narraros el porqué he llegado a los extremos en los que estoy actualmente sumida. Mi vida no puede decirse que haya sido un camino de rosas. Mi infancia transcurrió en un minúsculo pueblo castellano de la provincia de Guadalajara al que, por razones obvias del presente relato, no voy a deciros cuál es el nombre concreto del pueblo que me vio nacer y crecer.

Mi padre se dedicaba al cultivo de unas ridículas tierrecitas que, por mucho que las laboreara, no daban  apenas para vivir y mi madre, aparte de tener que lidiar con nada más y nada menos que con seis críos y llevar todo el peso de la casa, se dedicaba a cuidar de las gallinas y de dos cerdos que teníamos por aquel entonces. Toda mi niñez pequé de un excesivo idealismo e ingenuidad pero todo cambió un buen día a punto de cumplir una edad que, para muchos, sería ya de adulta, o mejor dicho, una buena noche. Me desperté para salir a la calle, atravesando el corral, a aliviar la vejiga que, con mala saña y egoístamente por parte de ella, no me dejaba continuar con mi sueño normal. Con las bragas bajadas y con un potente sonido de aguas menores que salía con inusitada fuerza de mi más tierno, virgen y dulce interior, noté unos fuertes gemidos que provenían del pajar vecino. Con más curiosidad que valentía me dispuse a averiguar la procedencia de aquellos grititos y gorjeos. Mi inocencia quedó interrumpida aquella noche cuando descubrí a mi padre con Charo La Flaca, una vecina de dos casas más abajo de la nuestra. Mi padre la tenía bien agarrada por las caderas y la estaba dando unos empujones salvajes por la parte posterior a aquel exiguo y diminuto cuerpo suyo.

Por la posición en la que yo estaba no sabía muy bien por dónde estaría entrando mi progenitor, pero por la expresión de la golfa y los gritos que ésta profería cuando se la metía, en plan gorrino que fuera al matadero, me daba en mi pequeña nariz que estaba explorando con su “aparato de pis la salida de la caca de ella”, pensé más pícara que ingenua. Ante aquella contemplación mi cuerpo reaccionó sin darme yo cuenta del suceso y mis pezones, por vez primera en lo que yo hasta entonces recordaba, pugnaron por hacer sendos agujeritos allí donde coincidían con el pijama de Mikey Mouse que me había regalado el tío Macario un día de mercadillo. Mi mente desde aquel momento quedó completamente traumatizada durante… dos meses. Dos meses en los que el trauma dio lugar a una  obsesión casi compulsiva: la obsesión de buscar respuestas y de experimentar mi propio despertar sexual que, aunque tarde, fue de alguna u otra forma, explosivo.

De esta forma, y durante los tres años posteriores me procuré el experimentar lo que me permitiera mi joven y desarrollado cuerpecito y en cuanto pude me eché un novio para tales menesteres. Lo peor de todo es que el sitio en el que vivíamos no daba para muchas elecciones y Félix, un poco gordito; con la cara comida por un incipiente y virulento acné y un año menos que yo fue el único candidato al que podía tener acceso en 10 kilómetros a la redonda.

Durante más de cuatro meses estuvimos practicando el arte de la masturbación mutua, pero, por favor, no me juzguéis mal, no es que antes no me hiciera yo misma lo que más tarde averigüé como dedo, pajillas, pitillos o como dirían algunos tíos de mi pueblo gayolas o gayoladas pues, nada más ver lo que pasó entre mi padre y La Flaca, mis molinillos entre las piernas se volvieron tan usuales para mis bajos que en más de una ocasión creí ser yo la observada por alguno de mis hermanitos pequeños o vete a saber quién más, cosa que no me extrañaba en absoluto que me descubrieran ante mis gemidos cada vez más broncos y desentonados. Mi mente quería y pedía a gritos frotar una buena polla mientras a mí me hacían el molinete de rigor que pedía mi joven y encharcada vagina, y joder si lo hicimos. El capullo de Félix argüía que tantas pajas le hacían tener más y más granos, valiente gilipollas.

El caso es que, una vez que controlamos todos nuestros secretos más íntimos en lo que respecta al arte del mutuo toqueteo  quisimos dar un paso más y nos lanzamos a las artes amatorias orales que duraron como otros cuatro meses más. Mi obsesión era perder la virginidad pero tenía no miedo, ¡pánico! Una tarde, al salir de clase, Félix lo intentó pero el dolor me fue tan punzante que su pequeño pero joven ariete se detuvo justo antes de romper la barrera física que nos mantiene en el estado “puro” por lo que volvimos a nuestras prácticas orales pero con una variante nueva: Félix se concentró en explorar mi tierno agujerito del culo y por más de una hora me lo estuvo comiendo con fruición. Esto dio lugar a que mi virgen culito dilatara y estuviera lo suficientemente preparado como para poder recibir sin problemas mi primera enculada. Y así, de esta guisa, experimentamos el sexo anal. Fue por aquel entonces cuando empecé a sentir un orgasmo fuerte, seguido de otros más pequeñitos que hacían que mi tierno culito se contrajera en un intento de exprimir la tierna pollita que lo follaba.

Todo marchaba bien hasta que un día de verano nos decidimos a dar el siguiente paso. Félix se dedicó a comerme la almejita, como muchas otras veces había hecho, pero esta vez el objetivo era diferente. La adolescente polla se hundió en mi bollito. El dolor hizo su aparición pero las ganas de él y las mías permitieron que tras seis o siete intentos la barrera cediera dando paso a un hilillo de sangre virgen que actuó también de improvisado lubricante para la cogida. Mis jadeos se sucedían y éstos dieron paso a lo que fue, hasta aquel entonces, el mejor orgasmo de toda mi vida. Félix también lo tuvo y de igual manera que lo hacía con mi culito depositó toda su carga en el agujero follado. La cuestión, como os podéis imaginar, era bien distinta como distintos fueron también las consecuencias de nuestros actos. En apenas cuatro meses se me notaba una incipiente pancita y comenzamos a ser la comidilla del pueblo y de todos los de alrededor. La peor parte me la llevé yo. Primero por ser la chica; segundo porque decían que era mayor que él y que era una puta pervertida, ya veis que imbecilidad, y tercero porque tuve que pasar todo el embarazo encerrada en casa por la vergüenza que a mi familia híperpuritana le producía mi estado de gestación fuera del matrimonio. Mi padre me propinaba, cuando quería y le venía en gana sonoras bofetadas procurando no dañar a la criatura que llevaba en las entrañas; mi madre, bueno, mi madre se dedicaba a llorar por los rincones cuando creía que nadie la veía y mis hermanos dejaron de hablarme porque a lo largo y ancho de toda la comarca y en el colegio los señalaban diciendo que eran los hermanos de la puta del pueblo.

Tenía casi 21 años cuando Pedro, mi pequeño bebé, vio el cielo por primera vez en su vida. Apenas nació mi niño me dije que tenía que dejar toda aquella mierda de sitio en cuanto pudiera e irme a vivir mi vida sin tener que escuchar sandeces de las viejas del pueblo y de otra fauna humana anclada en el siglo XIX pero no me dio tiempo ni a planear cómo poder hacerlo. El mismo día de mi cumpleaños, y teniendo mi pequeño sólo una semana de vida, mi progenitor me dejó en la calle con una bolsa de deporte llena de ropa, 50€ en el bolsillo y mi pequeño hijo en brazos de su madre que no tenía, hasta entonces, salida ni profesión alguna. Me decidí a  salir disparada de allí a la velocidad del rayo, no quería saber nada de ese falso, recatado e infiel padre ni de aquella madre que nunca me había tratado con cariño y, en el primer autobús de línea que vi, cogí el pasaje a Madrid. Nunca jamás volvería a  ver a mis padres, o eso era lo que entonces pensé, ilusa de mí, que se fueran a carajo con su falsa y beata moralidad.

Ya en la capital, nos alojamos los dos en una pensión cercana a la calle Alcalá con la intención de encontrar lo más rápidamente posible un trabajo para mantener a mi pequeño y procurarle todo lo que una servidora pudiera darle. La leche se me retiró por las preocupaciones y tuve que acudir a la ayuda de don Esteban, el párroco de la iglesia del barrio, para que me ayudara a subsistir no sin antes follarme un par de veces por semana en las dependencias aledañas a la parroquia. No obstante, he de decir que tras tres meses de servir de concubina al maltrecho y sucio cura, tuve suerte, mucha suerte, y que a pesar de tener tan sólo la educación básica encontré trabajo de asistenta en una frutería cercana. Creo que el frutero, con unos bien llevados 49 años a sus espaldas, se fijó más en mi físico que en el currículum que podía aportarle y es que éste se veía verdaderamente explosivo a pesar de estar recién parida, por así decirlo. Mis 176 cm de estatura, mis 56 kilitos de peso y mi nada desestimable 95 de pecho valían ya más que cualquier currículum que cualquier otra tía pudiera aportarle al profesional hortofrutícola.

Con Seve, el frutero y mi jefe, me llevaba bastante bien. Tal fue el caso y los escarceos que tenía con él que tan sólo a los siete meses de llegar a la frutería contrajimos matrimonio cuando aún tenía yo los 21. No porque me follara de puta madre, todo lo contrario pues me dejaba en la mayoría de las ocasiones con más ganas que cuando empezaba a tocarme, sino porque necesitaba a alguien que me diera estabilidad y seguridad en mi vida. Por otro lado, Pedrito necesitaba un padre y Seve hizo su papel de una forma magistral desde el mismo día en que pisé la frutería. Mi mala suerte, hasta ese momento, cayó en el olvido y las vacas gordas aparecieron en mi vida.

Con Carlitos, el hijo adolescente de Seve, me llevaba muy bien y pronto congeniamos y coincidimos en bastantes gustos a pesar de los siete largos años que nos separaban a ambos. Éste veía a mi hijo Pedro como su hermanito pequeño y le cuidaba con tanto mimo y dedicación que era una delicia verlos juntos. Me apunté a clases nocturnas y con ciertas dificultades pude sacar el bachiller; mi Pedrito crecía lleno de inquietudes y preguntas que, difícilmente podía yo contestar. Carlos era quien contestaba didáctica y prudentemente a mi hijo ante mi, cada vez más, ego dañado. No era capaz de dar buenas respuestas a las suspicaces e inteligentes preguntas de un hijo al que, más tarde supe que era superdotado, sin embargo, allí estaba Carlitos que, diligentemente, contestaba las demandas del infante.   Por otro lado, Seve era cada vez era más cariñoso con los dos pero con su propio hijo, con Carlos, se mostraba receloso y huraño ante las buenas relaciones que nacieron entre él y yo.  De esta guisa Seve mandó a su hijo Carlos a estudiar a un colegio interno en Salamanca, colegio al que poco tiempo después pude descubrir que era, ni más ni menos, un seminario para adoctrinar a los nuevos acólitos de la Iglesia. No supe muy bien el porqué de todo esto salvo el hecho que Sebas lo hizo todo tras una conversación que mantuvo con don Esteban.

El otro lado de la moneda era el sexo y es que mi vida sexual era una auténtica ruina por lo que tuve que buscar alguna forma de poder superar mis ardores de la entrepierna, ardores que no eran pocos la verdad sea dicha. En menos de año y medio procuré tener alguna que otra aventurilla, sobre todo con Gustavo, un compañero de las clases nocturnas que me dejaba bien follada tres veces a la semana y también con Marcos, el hijo del dueño de la ferretería que estaba al otro lado de la calle, enfrente de MI frutería, que me daba algún que otro revolcón en casa los fines de semana cuando Seve estaba en la tienda. De esta forma suplí mis ardores y llené los huecos que tenía mi vida para hacerla maravillosa. Y es que todo iba bien hasta que, sin yo darme cuenta alguna, mi suerte volvió a cambiar.

Carlos finalizó el seminario y regresó a casa para matricularse en la universidad. Llevaba ya un par de meses con nosotros cuando comenzó a cambiar todo a tal velocidad que apenas fui consciente de lo que estaba pasando. En ese tiempo le noté bastante ¿distante, quizás? No sé cómo decirlo, el caso es que la relación entre los dos se había enfriado de tal forma que Carlos, que siempre me había llamado por mi nombre, no hacía más que llamarme mamá, y eso en cierto sentido, me exasperaba bastante, pero claro el caso es que tampoco podía decirle que no me lo llamara aunque en realidad no fuera su madre sino su madrastra.

Cuando sucedió aquel fatídico día yo me encontraba sentada en el sofá de casa pintándome las uñitas de los pies de un rojo intenso, un color que le volvía loco a uno de mis amantes habituales, a Marcos. Estaba contenta, era sábado por la mañana y Seve, a pesar de que contaba ya con 53 años; una barriga más que prominente y una cabeza completamente blanca tenía aún la suficiente fuerza como para seguir atendiendo el solo la tienda y dejarme a mí en paz en casa. Yo, con mis 25 años y a punto de cumplir los 26 estaba aún mejor que con los 21 con los que me casé. Iba al gimnasio tres veces por semana, al masajista una y al spa otra si se terciaba. Vamos, que mi madurito marido me mantenía verdaderamente bien, me daba todo lo que yo le pedía a cambio de abrirme un minuto de piernas cada dos días. Más no me aguantaba, el pobre. La inmensísima mayoría de veces ni me enteraba que le tenía encima bombeándome. Y de todos los polvos que me echó, jamás en ninguno de ellos, tuve el más leve placer, no ya orgasmo, sino placer. A todo esto, nunca y repito nunca, permití que nadie, ni ninguno de mis amantes y ni tan siquiera mi marido, me metiera su verga en la vagina sin protección. La goma iba siempre por delante y es que no quería en modo alguno quedarme de nuevo embarazada, bastante había tenido ya con un embarazo. Pero como os decía todo cambió aquella mañana, motivo del presente relato y el porqué principal del radical giro en mi vida.

En el sillón de al lado estaba sentado Carlos viendo, al perecer, la televisión y digo al parecer porque en dos ocasiones en las que levanté la vista de mi tarea de pintarme las uñas de los pies le pillé viéndome la entrepierna. La verdad es que no le hice el menor caso hasta que me di cuenta que mi pantaloncito corto se había deslizado al subir el pie que estaba acicalando y dejaba ver parte del tanga y vete a saber qué más se mostraba. Ante este pensamiento me dispuse a bajarlo y sentarme normalmente a esperar que se secara la laca de las uñas pero aún me quedaban dos deditos y volví a subirlo, muy a mi pesar. Por el rabillo del ojo vi que Carlitos no dejaba de mirar…

-          Estooo Carlitos,  ¿Se puede saber qué leches estás mirando? –le dije levantando la vista justo cuando terminé de pintarme el meñique- ¿Qué te pasa, te diviertes viéndome la entrepierna?

-          ¡¿Eh?! ¡No, mamá, no! Lo que pasa es que… joer… es que se te ve un poquito y… es que… yo…

-          Dispara Carlos –le dije mirando muy seria y bajando la pierna al suelo-

-          Es que verás mamá mis compañeros de clase me dicen que soy un perdedor, que soy un looser y que es por eso porqué nunca he estado con una chica, que por eso nunca he tenido novia y que aún no he visto de cerca y al natural ningún coñito y que…

-          ¡Basta Carlitos! –le interrumpí- Tú no eres ningún perdedor, tienes sólo 18 años y es normal que con tu edad no hayas tenido aún ninguna novia cuando te has pasado toda tu adolescencia en un colegio interno. Por otro lado, sabes que no me gusta que utilices ese lenguaje conmigo. Coñito… ¡joder Carlos nos debemos un respeto!

-          Lo siento mamá pero es que esto es así. Estoy en un problema serio. Se meten conmigo, lo indecible, las tías de la uni me ven como un bicho raro y las que menos me insultan cuando les viene en gana cuando me ven pasar por los pasillos… El otro día, cuando vine con el cardenal en el brazo, ¿te acuerdas?

-          Sí le dije ya algo preocupada.

-          Me había peleado con unos del barrio porque me dijeron que tú eras una guarra que se fornicaba a media vecindad y que mi padre era un viejo cornudo.

-          ¡¡¡¿Qué?!!! ¿Qué te han dicho qué? –Le dije asustada como un flan, Dios mío ¿quién se abría ido de la lengua?- No… no te preocupes Carlos –balbuceé- eso no… eso no es cierto… eso… eso lo dicen para meterse contigo, nada más.

En ese momento Carlos se echó a llorar como un niño pequeño, mi alma se me achicó de tal forma que sentí como que me caía en el fondo de un túnel sin fondo y la culpabilidad, una culpabilidad que en cierto modo siempre me acompañó hizo que le hiciera la promesa de ayudarle en cuanto quisiera. En ese instante no lo vi venir pero fue ese momento, ese preciso momento el que hizo que mi vida cambiara de forma radical.

-          Carlos… yo… yo no sé cómo puedo ayudarte. Si lo supiera haría cualquier cosa, cariño, cualquier cosa por mi pequeño Carlitos –le dije poniéndome en cuclillas a su lado acariciándole el pelo-

-          ¿Cualquier cosa mamá? ¿De verdad que harías cualquier cosa por ayudarme?

-          Sí mi vida, todo lo que me pidas. Quizás no haya sido todo lo buena madre que debería contigo pero sabes que yo haré todo lo que esté en mi mano por ayudarte en lo que necesites.

-          Si es así mamá, si es así… ¿Podrías enseñarme el sexo? Así sabría cómo es uno de verdad y ya no podrían decirme que nunca he visto uno que no sea en una revista.

-          ¿¿¿Cómo??? ¡¡¡Tú estás loco!!! ¡Oh Dios mío! ¿Habrase visto semejante locura? –dije poniéndome en pie yendo de un extremo al otro del salón y tocándome las sienes, me estaba entrando un dolor de cabeza impresionante-

-          Mamá no es tan malo, sólo he dicho que me lo enseñaras. Nada más. Sólo verlo cómo es. Tú eres una mujer, además muy joven y coño tampoco eres mi madre, madre. ¡Tampoco es para tanto joder!

Mi cabeza estaba dando vueltas de un lado a otro. No era capaz de pensar con claridad. Carlos me pedía que le enseñara el sexo para poder decir que había visto uno. El no podía mentir. Le conocía o al menos en aquel momento creía conocerle bien. Le había asegurado que haría cualquier cosa por ayudarle ¿Cómo podía negar eso de forma inmediata? Estaba claro que diciéndole que no era posible y punto pero la conciencia y mi sentimiento de no haber hecho lo suficiente por él…

-          Está bien Carlos, te enseñaré la vulva pero no quiero que me vuelvas a llamar mamá, llámame por mi nombre, como lo hacías cuando eras pequeño ¿ok? –dije mirándole en pie-

-          Claro… no… no hay problema… sólo me dijo papá que te llamara así.

-          ¡Pues no quiero que me llames así Carlos!

-          ¡Sin problemas Luci, sin problema! –dijo levantando las manos-

-          Esto… esto es una locura… A ver, levanta del sillón así puedo apoyar mis piernas en sus brazos para que puedas verlo bien.

-          ¿De veras Luci? ¿De versas harías eso por mí? ¡Oh Dios genial! ¡Por fin veré el coño de una mujer! –dijo levantándose como un resorte, ganas me dieron de darle una colleja, pero no podía aún entender cómo había accedido a hacer eso con él, estaba en shock-

Me aproximé al sillón y bajé el pantaloncito y el tanga al mismo tiempo, ambas prendas se arremolinaron en los pies. Con uno de ellos les di un ligero empujón saliendo metro y medio de donde habían estado antes. Mi panocha quedó libre de obstáculos textiles. Carlos estaba como hipnotizado viendo mi pubis perfectamente delineado en una sutil y perfilada línea de vello púbico para usar sin ningún tipo de pudor y problema cualquier tanga de hilo dental brasileño. Me senté en el sillón y abrí las piernas apoyando las pantorrillas en los brazos del sillón. De repente noté cómo mi almejita se abría un poquito, muy, muy poco para mostrar el inicio del canal vaginal.

-          ¡Joder Lucía! Que… ¡Qué bonito! –Dijo sin apartar la vista- Lo… lo tienes completamente depilado salvo ese poquito de pelo en el pubis… es… ¡Es  alucinante!

-          Sí bueno es…, es necesario para poder llevar los tanguitas Carlos. Además  sin pelo da menos olor –dije sintiéndome más que rara al estar allí abierta de piernas delante de mi hijo político-

-          Ya… ya claro. En las revistas he visto cómo las chicas se abren los labios ¿Podrías tú hacer lo mismo Luci? ¿Ya sabes, para verlo bien?

-          Es… ¿es absolutamente necesario eso Carlos?

-          Creo que sí. Creo que es esencial para poder ver una panocha bien vista.

Ante esta contestación suspiré mirándole directamente a los ojos. Estaba abstraído, estaba alucinando con mi sexo. Para él no había nada más alrededor, sólo mi sexo. No me veía como a una madre sino como algo que a él le proporcionara la afirmación que había visto de cerca un sexo femenino. Esto en cierta forma me relajó pero no entendía cómo había podido llegar a esa situación. Mi mano derecha bajó a mis labios y con el dedo índice y el anular los separé un poco.  Mis labios menores se despegaron un poco  mostrando la vulva ligeramente abierta.

-          ¿Te… te vale así? –le dije desorientada-

-          Ooooh un poquito más Luci…, por favor… sepáratelos un poquito más con ambas manos como hacen algunas chicas en las revistas.

-          ¿Así? ¿Te parece bien ahora? ¿Es ya suficiente?

-          Yo… oooh vaya… -dijo con cara desilusión, la verdad eso no me lo esperaba en absoluto-

-          ¿Qué pasa? ¿No te gusta ahora el potorrito? –le dije sin quitar las manos que separaban y abrían mi coño-

-          Sí, sí claro… lo que pasa es que… no sé… yo pensaba que iba a estar… no sé… cómo decirlo… es que… está seco. ¡En las revistas está siempre humedecido y pensé que siempre estaba así!

-          Pe… ¿pero será posible? Carlos tío, eso es porque antes de hacer la foto ellas se han estimulado, se encontraban excitadas o simplemente porque se han aplicado algún tipo de lubricante para sacar la puñetera foto pero normalmente las mujeres estamos así… bueno… no siempre… quiero decir que si estamos excitadas sí nos mojamos pero si no, pues no.

-          Ya… bueno, sólo es que… sólo me he llevado una decepción.

-          ¡Una decepción! –Exclamé liberando mi sexo de mis manos, mi vulva permaneció unos instantes abierta hasta que ésta se fue cerrando poco a poco- Pues vaya, lo… lo siento Carlos –le dije reincorporándome del sillón y yendo a por las prendas que había dejado tiradas en el suelo-

-          Yo Luci… yo te pediría… ¿Podría ver tu sexo excitado? Es que si no, no es lo mismo y cómo voy a decir que he visto uno si ni tan siquiera había nada de liquidillo ni nada es… es ¡como si se lo hubiera visto a mi madre!

-          ¡Carlos es que soy tu madre joder! ¿Pero cómo me puedes pedir eso ahora? ¿Estás bien de la cabeza Carlos?

-          Ya claro… no si tienes razón… de todas formas gracias por lo que has hecho hoy por mí Lucía.

-          Es que no te entiendo Carlos. ¿Cómo pretendes que me excite para que tú me puedas ver el coño mojado? –dije recogiendo las prendas del suelo-

-          ¿Mamá no decías que no debía decirse coño?

-          ¡Ahora ya me da igual Carlos! ¡Y no me llames mamá joder! ¡No me vengas con gilipolleces ahora! –le dije completamente enojada agitando las ropas recogidas-

-          Lo entiendo, soy un maldito perdedor…

-          ¡Te he dicho antes que no eres ningún perdedor Carlos! Tienes que encontrar a alguna chica para eso pero… para eso (…)

En estos precisos instantes me acordé de lo que a mí me pasó, de todo lo que yo tuve que experimentar sola sin ningún tipo de apoyo ni de información de ninguna clase. Se me nubló la mente y los recuerdos afloraron en unos breves instantes en los que nada dije y me quedé completamente en blanco. Mi hijastro se dio cuenta de ello intentando seguir con la conversación.

-          Mamá… esto ¿Lucía estás bien? Yo, joder perdóname…  ese puto seminario me ha jodido la vida y ahora papá…bueno mejor me voy a dar una vuelta por ahí solo a ver si me centro como dices… ¿mamá?

-          (…) ¿Qué? No, perdona tú Carlos yo… yo creo que… creo que quizás sí sería conveniente que me vieras el conejito un poco mojado y… sí… quizás sea necesario para tu educación.

-          ¿Lo… lo dices en serio mamá? –preguntó Carlos con los ojos desorbitados y una sonrisa que enseñaba prácticamente toda su dentadura-

-          Sí, no sé, no estoy segura pero creo que quizás sea lo mejor dentro de la peor posibilidad.

-          No he entendido esa parte mamá…

-          No tienes porqué entenderlo Carlos… lo que no entiendo –dije arrojando de nuevo las ropas al suelo y quitándome la camiseta blanca sin mangas que llevaba puesta- es que vaya a hacer lo que voy a hacer delante de ti para poder satisfacer tu curiosidad. Esto si me lo dicen la semana pasada mismo ni me lo hubiera creído –dije echando las manos hacia atrás desprendiéndome del sujetador a juego con la tanga que llevaba, cayendo, pesado, junto al resto de las prendas. Me quedé delante de mi hijastro completamente en pelotas-

-          ¡¡¡Mamá vaya tetas!!! –Dijo Carlos embelesado y sorprendido al verme mis pechos que se agitaban esplendorosos y libres de la opresión del sujetador- ¡Joder tienes un cuerpo magnífico! ¡Qué pezonacos! ¡Parecen dos galletitas María!

-          ¡Menos tacos niño o te pego un sopapo que te reviento!

-          Perdona mamá es que… ¿Se puede saber porqué te has quitado toda la ropa?

-          ¿No querías verme mojada? -dije yendo hacia el sofá- pues para ello me tengo que excitar y uno de mis puntos débiles son los pechos. Los necesito libres para estimulármelos. No tardaré mucho, necesitaré unos cinco o seis minutos. No estoy nada puesta.

Me tumbé en el sofá todo lo larga que era. Suspiré y empecé a agarrarme los pechos. Era mi punto erógeno de más placer al principio. Si me estimulaba directamente el clítoris sin estar previamente mojada me molestaba y me resultaba desagradable. Eso ya lo descubrió Félix y yo misma en nuestros escarceos sexuales adolescentes. Me cogí los pechos con ambas manos y empecé a masajearlos, lentamente, sintiendo la suavidad de mis manos pero agarrándolos con firmeza. Con los pulgares realizaba amplios círculos alrededor de los pezones que, rápidamente, reaccionaron poniéndose erectos y duros. Comencé a respirar más agitada. Carlitos se desabrochó un par de botones de la camisa y pasó su dorso de la mano por la sudorosa frente, lo estaba pasando mal, “que se joda” -pensé- “¿No quería esto?, él se lo ha buscado por memo”.

Yo seguí  a lo mío y volví a entronar los ojos.  Me humedecí los labios con la lengua sintiéndolos secos y me agité toda ante la sensación que iba acumulándose allá abajo. Una muy ligera sensación de vacío, un leve pero placentero picorcillo en el clítoris empezó a hacer acto de presencia en mi voluptuoso cuerpo. Empecé a cerrar y a abrir las piernas ligeramente, como si fuera una tijera en un intento de calmar esa sensación que se acumula en las mujeres que empezamos a despertar sexualmente. Los movimientos circulares de mis pechos se intensificaban, mis dientes mordían mi labio inferior en un conato por acallar los ligeros gemidos que empezaban a brotar del fondo de mi garganta.

Abrí mis ojos cerrados para ver qué hacía Carlitos y comprobar que todo estaba bien. Él seguía de pie, sin hacer absolutamente nada, a escaso medio metro de donde yo me tocaba, con los ojos completamente abiertos y desorbitados, viendo cómo la mujer de su padre de apenas siete años mayor que él se tocaba para satisfacer su curiosidad. Le miré mordiéndome los labios para, acto seguido, cerrar mis párpados nuevamente y concentrarme en el placer que empezaba a acumularse en mí. La respiración empezó a hacerse pesada y los pezones empezaron a torturarme ante la dureza que empezaron a alcanzar. Había llegado el momento de pasar a otra fase; bajé una de mis manos hacia mi sexo mientras la otra seguía atendiendo a su pecho más cercano. Abrí las piernas ligeramente para alcanzar el clítoris y… sí ya había salido de su capuchón protector. Le masajeé ligeramente con el dedo corazón. Me era agradable pero no estaba lo suficientemente mojado aún. Me llevé el mismo dedo a la boca para chuparlo todo como si fuera una diminuta y minúscula verga.

Abrí de nuevo los ojos mientras chupaba todo el dedo para encontrar a Carlos que se tocaba el paquete por encima de los pantalones. Me quedé más que sorprendida por el bulto que allí se evidenciaba. Aquello tenía toda la pinta de ser bastante grande, mucho más que cualquier verga que hubiera podido yo conocer hasta la fecha. No sé cómo aquello me calentó aún más y seguí mirando aquella cosa como hipnotizada. Abrí las piernas y llevé el dedo mojado hacia mi clítoris. Éste resbaló sedoso y placentero. Un escalofrío eléctrico recorrió mi espina dorsal haciendo que arqueara toda la espalda y que levantara el culo y el pubis del sofá. Un quejido de placer se hizo eco del salón. Continué moviendo el dedo en círculos sobre la pepitilla de mi almejita. Carlitos se empezó a tocar aquel vergajo por encima del pantalón con dos manos, aquello se adivinaba algo descomunal. No entendía de quién podía haber heredado semejante cosa, de su padre seguro que no. Quise ver si estaba ya suficientemente mojada y me penetré la vagina con dos dedos. Entraron suaves y sin dificultad. No quería, ni tampoco debía llegar a más en ese instante. Él quería ver el coño mojado y eso era lo que yo había decidido darle, ni más ni menos. Con cierta dificultad me saqué los dedos de mi gruta. Una tortura. Mi pecho subía y bajaba pesado con una respiración que acompañaba a la excitación aparecida. Me senté en el sofá y vi cómo Carlos se tocaba aquel trozo de carne en un bobo intento de tapar una erección imposible de ocultar. Miré los dos dedos que, en los breves instantes anteriores, habían penetrado en mi canal vaginal. Un hilillo transparente de flujo se deslizó de un dedo a otro cuando se los mostré en forma de V a Carlos…

-          ¿Ves Carlitos? Ya estoy mojada. Ahora podré enseñarte el coño como tú querías –dije utilizando la palabra que poco antes había servido para interpelar al vástago de mi marido, sin duda alguna, me encontraba muy, pero que muy cachonda-

-          Jo…joder mamá eso… eso que has hecho… era… ¿era una paja? ¿Es así como os hacéis las pajas las mujeres? –dijo tragando saliva mientras su nuez subía y bajaba-

-          Más o menos –le contesté con una leve sonrisa- no ha sido propiamente un dedo pero sí, es así como nosotras nos lo hacemos, con varias variantes y de diferentes formas pero sí, más o menos.

-          ¡Joder Dios mío! Y… y… los… ¿los pezones se ponen así de puntiagudos?

-          Sí, eso es porque están excitados –le dije levantándome del sofá para sentarme con las piernas completamente separadas en el sillón y apoyando las pantorrillas en los brazos de éste como lo había hecho antes- Bueno Carlos vas a ver un coño mojado le dije separando mis labios con ambas manos. Éstos se abrieron con un leve sonido de chapoteo, sin duda, aquello debía estar cómo él quería que estuviera-

-          ¡Joooder qué coño! ¡Joder mamá qué coño!... ¡Joder qué pedazo de coño!

Lejos de molestarme las exclamaciones de Carlos, esta vez me estaban gustando. Pasé mi lengua por mis labios para humedecerlos. Mi cintura cimbreaba como una culebrilla. Me encontraba cachonda de verdad. Mis manos ejercieron más presión con el fin de abrir bien mi sexo y que Carlos pudiera contemplar sin obstáculos lo que me había pedido.

-          ¡Mamá joder qué coño! ¡Es… es flipante! ¿Pu…puedo olerlo? ¡Por favor! ¡Por favor mamá! ¿Podría olerlo? –dijo Carlitos poniéndose de rodillas-

-          ¡No lo toques Carlos! ¿Me oyes? ¡No lo toques! –le grité cuando ya tenía a escasos centímetros toda su cara de mi sexo completamente abierto-

-          Sniiiiiifff oooooooh ¡Esto es la gloria! ¡Qué olor! ¡Es para volverse loco! ¡Nunca me imaginé en el seminario algo parecido a esto!

-          Sí bueno…. eso me dicen – le contesté advirtiendo, demasiado tarde, que estaba diciéndole de forma velada que tenía o había tenido varios amantes. No debí haberlo dicho y esto me cohibió de repente y cerré las piernas- ¡Ya es suficiente Carlos! Espero que tu curiosidad haya quedado más que satisfecha –le dije poniéndome en pie y recogiendo las ropas-

-          Eeeeeh sí mamá… muchas gracias, me has ayudado mucho. Como nunca lo has hecho.

-          Gracias hijo- le dije utilizando esa palabra que desde que creció  y marchó al seminario siempre evité usar con él. Me sentía satisfecha. Tenía el convencimiento que le había dado una lección que se tarda bastante más tiempo en aprender. Él lo había hecho en tan sólo 10 minutos lo que otros pueden tardar meses en descubrir y eso… ¡Gracias a mí!-  Me voy a dar una ducha hij… esto… Carlos, a ser posible fría.

-          Sí mamá… -contestó Carlos, aún de rodillas y agarrándose aquello que debía ser una tercera pierna-

La ducha que me di fue fría… pero se tornó caliente. No por menos tuve que continuar con lo que había empezado en el sofá. Mis gemidos fueron tan sonoros que por fuerza tuvo Carlos que oírlos. Salí de la ducha a los 20 minutos, envuelta en una toalla. Más relajada pero no satisfecha. Carlos estaba en su habitación, sin duda. Había cerrado la puerta y puesto ese tonto cartelito que solía poner cuando era pequeño y quería que no le molestaran. Yo sabía qué era lo que estaba haciendo. Era normal. Sonreí y me alejé en dirección a mi habitación. Debía hacer una rápida visita a mi vecino, el hijo del ferretero. El bulto de Carlos no se me iba de la cabeza. Había despertado la Caja de Pandora…, sin saberlo.

CONTINUARÁ.