Un buen atracón de pollas
Doce hombres con los que follaría sin piedad (2 de 8)
Tercer día en las tierras gallegas y las emociones están siendo un no parar.
Hemos parado a desayunar en un bar de una zona de descanso en la autopista, donde nos hemos encontrado con ocho estupendos ejemplares de camioneros en su hora de asueto. El muy atolondrado cabrón de JJ se ha puesto a tontear con uno de los conductores. Me iban a dar las siete cosas cuando lo he visto salir del cuarto de baño con el tío cogiéndole por el cuello del polo, poniéndolo de maricona y diciendo que lo había pillado mirándole la churra.
Ha sido escuchar vociferar a Alain, pues así es como se llama el camionero, y tanto el público, como el personal del bar se han aproximado para saber que ocurría. Al informarse sobre lo sucedido, como una masa informe y sin cerebro, todos se han puesto a proferir improperios en contra de mi amigo, quien ha sabido guardar la compostura lo mejor que ha podido y ha ocultado hábilmente lo cagado de miedo que estaba por las posibles consecuencias de los acontecimientos.
Sin embargo, lo que parecía que iba a terminar con una buena señora paliza homofóbica ha terminado con JJ plegándose a los deseos del vasco, quien le ha pedido que le haga una mamada. Con total desfachatez, mi compañero de viaje se ha metido su polla en la boca y, bajo la atenta mirada de los diez individuos que minutos antes lo estaban poniendo de maricona, se la ha terminado tragando por completo. Individuos que al ver el buen trabajito que ha realizado a Alain, se han puesto cachondos y han empezado a tocarse de un modo obsceno el rabo por encima del pantalón.
Una vez el atractivo maduro se ha corrido, mi colega ha vuelto a hacer gala de su insensatez y con una sonrisa en los labios ha preguntado a la peña:
—¿Quién es el siguiente?
Su imagen, hincado de rodillas en el suelo, en el centro de tanta testosterona masculina y con el rostro maquillado de semen, roza lo patético. Los hombres se interrogan los unos a los otros con la mirada. Tengo la sensación de que ninguno tiene el valor suficiente para romper el hielo. Puede que, como buenos heterosexuales que parecen ser, se intenten auto convencer con la manida frase de “una boca es una boca”, no obstante, por sus ademanes me aventuro a sospechar que reconocer ese pensamiento en público les entraña todavía cierta dificultad.
El primero en tomar la iniciativa (o en echarse a la poca vergüenza, que para el caso viene a ser lo mismo) es Nikolás, uno de los camioneros vascos. Un individuo moreno, de piel oscura, a quien los años han deteriorado su rostro más de la cuenta. Aunque sigue mostrando una buena forma física y por su complexión aparenta cuarenta y largos años, sus cansados y hundidos ojos lo hacen parecer alguien mayor. Es ancho de espaldas, tiene unos brazos enormes, fruto del trabajo diario y una tripa igual de prominente que su brillante frente.
El tipo con un gesto burdo se mete mano al paquete, tras sobárselo descaradamente durante unos segundos, se coloca delante de mi amigo y se saca un oscuro rabo que ya está a media asta. Sin decir palabra alguna, le da con él en los morros a JJ. Si se siente molesto por el trato tan brusco de aquel tío, mi compañero de viaje no lo hace ver e invita al regordete cipote a pasar entre sus labios.
Observo su talante, por la cara que pone y por los pequeños mohines que hace, la verga del vasco no debe saber muy bien. Veo como se la saca de la boca y la olisquea, encoge la nariz con desagrado y con cierta resignación sigue mamándola, por lo que tiendo a pensar que no debe estar sucia, sino que simplemente huele a sudor. Subo la mirada hasta el rostro del calvete, tiene los ojos cerrados y se muerde el labio de abajo levemente, por lo que es fácil suponer que se lo está pasando de requeteputísima madre. A pesar de ese rostro suyo que denota estar de vuelta de todo, las sensaciones que la boca de Jota le está proporcionando parecen ser completamente desconocidas para él, pues arquea las cejas y mueve repetidamente la cabeza en señal de perplejidad.
Desvío la mirada hacia el resto de los individuos que se amontonan alrededor del improvisado espectáculo y compruebo que no pierden detalle de la soberbia mamada. Todos ellos me parecen bastante atractivos, no sé si por lo corpulentos y altos que son la mayoría, por el aroma a macho “cinco estrellas” que irradian o por lo tentativos que resultan sus redondos y marcaditos culos bajo los pegados pantalones de trabajo…. No hay una razón, sino muchas, para que devorarlos con la mirada sea de lo más suculento.
El único que no hace amago de unirse a la fiesta es Alain. Se encuentra como apagado, como si le hubieran pulsado el botón “off” de la lujuria. Ha cogido una silla del salón del bar, la ha colocado justamente en frente del grupo de hombres, se ha recostado levemente sobre ella y se ha puesto a contemplar la exposición de sexo oral con cierto desdén, como si fuera una especie de rey medieval observando como sus súbditos compiten en un torneo.
Mi colega parece que se excita siendo observado por ojos extraños y, en lugar de cohibirse ante el “distinguido” público que lo acosa con sus miradas, pone más esmero en chupar aquel erecto falo, que a cada segundo que pasa está más brillante y más tieso.
En vez de pretender conseguir el orgasmo del cuarentón como hiciera antes con su compañero, él se limita a retardar su placer, deteniéndose en seco en el momento que considera que, de seguir así, el fornido camionero se va a terminar corriendo irremediablemente. Se separa de Nikolás, dándole a entender que de momento su turno ha concluido, adopta una pose mitad suplicante, mitad arrogante, coloca las manos en alto y con las palmas mirando hacia arriba, para concluir diciendo con total descaro:
—¿Quién sigue?
En esta ocasión es un dúo el que toma la iniciativa: Adam y Dominik. Los dos polacos se agarran el paquete para dejar patente su hombría y dan un paso hacia adelante casi al mismo tiempo. En un gesto de respeto hacia el otro, ambos hacen ademan de cederse el sitio. Jota, a quien parece que los efectos del sexo lo embriagan hasta el punto de hacerle perder el poco decoro que aún le queda, sonríe picaronamente por debajo del labio y los invita con un gesto a que se acerquen:
—¡No “problem”! ¡Venid los dos, no va a ser la primera vez que saboree dos nabos al mismo tiempo!
No sé si los dos rubiales entienden la desvergonzada sugerencia. Lo que sé es que ambos avanzan hasta mi amigo, descorren la cremallera de su bragueta, se bajan los pantalones hasta el muslo y sacan orgullosamente sus miembros viriles fuera. Ambos falos son de un tamaño bastante considerable, tan parecidos que me parecen iguales, seguramente sea debido a la piel tan blanca del tronco y por la clara pigmentación del capullo. Un escaso vello púbico rubio y claro hace perceptibles unos gordos testículos de piel rosácea, colgando como si quisieran desafiar la ley de la gravedad.
Juan José arrastra las rodillas por el suelo, levanta la mirada, se muerde la lengua impúdicamente, agarra las dos pollas y empieza a masturbarlas casi de manera sincronizada. En el momento que lo considera oportuno, se traga una de ellas y sigue tocando la zambomba con la otra.
Los dos sementales rubios enredados en la lascivia del momento se miran con cierta ternura, están tan cerca el uno del otro que me atrevo a presagiar un momento beso. No obstante, aunque puede que el deseo de unir los labios el uno con el otro bulla en su interior, sospecho que son demasiado grandes las barreras mentales y los perjuicios que deben superar, por lo que simplemente se echan el brazo por los hombros y se sonríen tan bobaliconamente como dos adolescentes en una noche de borrachera.
El retrato viviente de aquellos dos treintañeros, tan masculinos, tan altos, con una piel tan clara y con un inapreciable vello corporal despierta en mí un leve deseo. Deseo que es apagado por el pánico y la confusión del momento. No sé dónde va a terminar todo esto y como la niña gafe de “Annie” no me paro de repetir: «¡Esto va a acabar mal! ¡Esto va a acabar mal!»
Vuelvo a dirigir mi atención al resto de machos trabajadores, Nikolás se ha apartado levemente del grupo, a pesar de su desnudez no muestra estar avergonzado en lo más mínimo. Los demás, cada vez más excitados por el devenir de los acontecimientos, se refriegan la mano ante una cada vez más abultada entrepierna. Clavo mi mirada en Bernard, el tercer camionero de la Europa del este, y el tío no solo es guapo y tiene un cuerpo espectacular, sino que, por la prominencia que se le marca en el pantalón, me parece que está impresionantemente dotado. Aunque sigo apartado y parezco invisible para todos ellos, es simplemente imaginar desnudo al macho polaco y siento como mi pene se mueve en el interior de mi ropa interior.
De buenas a primeras Nikolás, se coloca junto a Adam y Dominik. Mi colega en vez de hacerle ascos al cuarentón, alarga la mano que tiene libre hacia su cipote que, en contraste con las blancas vergas de los treintañeros, aun se ve más moreno. Jota está demostrando ser un todo catálogo de poca vergüenza y tener más peligro que un repartidor del “Telepizza” en un ceda al paso.
Poco a poco, el resto de los individuos se van poniendo al lado de los tres machotes de forma ordenada, como si fuera una especie de cola para comprar algo. Junto al camionero madurito se sitúa su compañero, Iñaki, quien sin pudor de ningún tipo se saca un nabo regordete, cabezón y, aparentemente, duro como una roca. A continuación se coloca Borja, el pijo trajeado, no se saca el pene, pero empieza a acariciarlo por encima del traje, marcando bajo la tela una especie de barra de lo más sugerente.
El siguiente lugar lo ocupan el camarero y el cocinero: Pepiño y Antoñino. Ambos aparentan estar muy nerviosos, no sé si por la inexperiencia que da la juventud o porque no dejan de pensar en la multitud de normas que están infringiendo practicando sexo en el trabajo. Sin embargo, a pesar de los miedos y las pajas mentales que se deben estar haciendo, la prominencia que se marca bajo su estrecho pantalón negro delata que están tan cachondo como los demás.
A su lado, se posiciona Bernard, quien no para de morderse el labio morbosamente al contemplar como JJ envuelve con sus labios la verga de sus dos compañeros de trabajo. Los últimos en ponerse en fila son Albert y Pedro, ambos evidencian una fuerte erección, pero ni por esas se han sacado el pájaro fuera, ni siquiera se lo tocan. No sé porque, pero tengo la sensación de que estos van de guapos, que les gusta hacerse de rogar y que se han emplazado los últimos adrede, como si se consideraran la guinda del pastel. La verdad es que los muchachos están que crujen de bueno, ¡para hacerle todos los favores que ellos te pidan y unos cuantos más!
El único que no se ha unido a la fila india ha sido Alain. Sigue todavía recostado sobre la silla, mirando lo que sucede a escasos metros de él como si no le afectara. Sigue con la churra fuera y se la toca de vez en cuando. Por lo que puedo observar, no hay ninguna señal de vigor en ella y su pajarito, más que aburrido, se me antoja derrotado por la anterior batalla.
Sin dejar de alternar los favores de sus labios entre las dos pálidas y rígidas pollas, Juan José levanta la mirada y contempla la extensa hilera de hombres cachondos que se ha formado a su izquierda. Como si ya se hubiera cansado de saborear los ricos nabos polacos, abandona a Dominik y a Adam, se desliza un poco a su derecha y se vuelve a tragar la palanca de cambio del vasco. Por el prolongado bufido que lanza Nikolás, le ha debido gustar mucho el reencuentro de su masculinidad con la caliente boca.
Impetuosamente lleva una de sus manos al cipote de Iñaki, que parece cada vez más tieso. El maduro conductor al sentir los dedos atrapar su verga, mira descarado a Jota y le guiña un ojo. Como si aquel leve gesto lo hubiera seducido, deja de mamar el oscuro tarugo del calvete y se mete el carajo cabezón del tercer madurito en la boca.
Observo detenidamente al camionero que le está chupando el nabo. Aunque es de los tres vascos el menos atractivo a simple vista, tiene un “no sé qué” que me llama la atención. Quizás sea por esas arrugas que nacen en el contorno de sus ojos y se enredan como lágrimas de erosión a lo largo de sus pómulos. Quizás sea ese mentón rasgado que te recuerda que en un momento de su vida tuvo que ser un hombre bastante guapo. No tiene físicamente nada destacable, tanto positivamente, como negativamente. Sin embargo, irradia un magnetismo animal que me dice que echar un polvo con él puede ser el no va más.
Vuelvo a mirar a JJ; me atrevería a suponer que es de mi misma opinión, pues se mete y se saca la cabeza de flecha que es su glande en la boca de un modo casi compulsivo. El cuarentón coge la cabeza de mi amigo entre sus enormes manos y empuja rudamente su nuca, con la única intención de que se trague su masculinidad al completo. Por los bufidos que emite, intuyo que ha conseguido que le haga una garganta profunda en toda regla.
Sin dejar de engullir el erecto órgano sexual, mi amigo alarga su mano izquierda hacia el pijo trajeado. El tío no para de marcar sensualmente con los dedos su erecto pene bajo la tela negra con rayas grises del pantalón, al sentir como unos dedos extraños le tocan la entrepierna, deja de recorrer la rígida barra y permite a mi compañero de viaje que continúe con el morboso toqueteo.
El treintañero es la noche y el día del hombre que está a su lado. Si el camionero atrae por ser un macho descuidado y rudo, Borja lo hace por todo lo contrario. Su cabello es castaño tirando a rubio, unos ojos verdes brillan en su cara como si fueran un semáforo que te invita a seguir mirando, unos labios carnosos para comerlos (y que te coman), una nariz aguileña que no hace sino embellecer el conjunto de sus rasgos. Embutido en un traje veraniego de diseño, el tío parece salido de un anuncio de ropa, lo que lo hace más sexy y más apetecible aún.
Desde donde estoy puedo ver, cada vez que JJ pasa los dedos sobre el negro tejido, el enorme bulto que se marca en la bragueta del guapo y elegante comercial. Se desembaraza como puede de las fuertes manos que oprimen su nuca y prosigue con su lineal viaje por la ruta de la rica polla. Sustituye sus dedos por sus labios y guarrea un poco con su boca con el enorme cilindro que se señala bajo la tela. Un reguero de babas empapa el trozo de pantalón que cubre la caliente tranca. Por la cara que pone el elegante individuo, aquel morboso gesto está lejos de disgustarle, pues, sin dejar de suspirar, emite unas cuantas palabras ininteligibles.
El modo en que Juan José controla la situación durante unos intensos segundos, hace que no solo la calentura del trajeado individuo vaya en aumento, sino que consigue que se acreciente la temperatura entre todos los que contemplan el morreo que le mete al impresionante paquete y se pongan aún más cachondo de lo que ya estaban. Tengo la sensación que lo observan con la misma expectación que a una competición deportiva, y de no ser por lo surrealista de la situación, alguno que otro lo vitorearía para que le pusiera mayor esmero.
Una vez lo considera oportuno, abandona el jugueteo, descorre la hebilla del cinturón plateado, baja la cremallera y, tras observar unos segundos el tremendo bulto que se marca bajo el bóxer, deja al firme cipote salir de su cárcel de algodón.
Al descubierto queda una morada cabeza que reina sobre un amasijo de venas que, recordando su forma a las raíces de una planta, recorren por completo el ancho tronco de una verga que se me antoja de lo más apetecible. Llego a la conclusión de que el tío no solo está como un queso, sino que, si saber usar aquella enorme prueba de masculinidad como Dios manda, puede ser un excelente compañero para los juegos sexuales. ¡Chupar ese capullo violáceo tiene que ser la hostia!
Mi compañero de viaje parece leer mis pensamientos y, por primera vez en todo el rato, dirige su mirada hacia mí. Me guiña un ojo con picardía e introduce la enhiesta polla en el interior de su boca. Su longitud y su grosor no impiden que sus labios devoren aquel mástil de carne desde la punta hasta la base. Supongo que se la debe estar chupando divinamente, pues Borja rompe el runrún reinante en la sala diciendo:
—¡Qué bien la comes, so puta!
Escuchar aquella especie de insulto degradante parece que no le hace ni chispa de gracia a Juan José, pues se saca el impresionante sable de la boca, se queda mirando al guaperas y está a punto de decirle algo. Seguramente porque no quiere estropear un momento sexual que se me antoja irrepetible, se calla. Sin embargo, interrumpe la desorbitante mamada que le estaba metiendo y avanza hacia su izquierda en busca de otra polla cuyo dueño sea un poco menos borde.
Pepiño no puede esconder su nerviosismo al ver a Jota prostrado ante él. Su excitación, dada la prominencia que se marca en su bragueta, es más que evidente, pero me temo que, a sus veinte años, la inexperiencia juega en su contra. Aunque se le ve deseoso de recibir una mamada como la que ha visto dar al individuo del traje, la cobardía y la timidez le impiden pedírselo. Mi amigo se da cuenta de ello, sospecho que su ingenuo retraimiento le parece de lo más suculento y decide jugar un poco con él, como una araña con la mosca que cae en su red.
Vuelve a repetir el ritual de comerse la polla por encima del pantalón. El muchacho se queda como petrificado, incapaz de hacer y decir nada ante la prueba de placer que está recibiendo. JJ prolonga el jueguecito durante unos breves e intensos segundos, para después sacar la churra de su encierro y regalarle una soberbia mamada.
El rabo del muchacho está ligeramente torcido hacia arriba, lo que aporta a su tremenda erección un aspecto de lo más singular. A pesar de estar circuncidado, su capullo no es demasiado grande y apenas guarda simetría con el gordo tronco, el cual está regado por pequeñas venitas azuladas que le dan un aspecto tan recio, como deseable.
No han transcurrido ni unos quince segundos y la cara del muchacho evidencia que está llegando a la cúspide del placer. Sorprendentemente los labios de mi amigo no se separan de su pene, por lo que sospecho se ha tragado todas y cada una de las gotas de esperma que han brotado de la punta de aquel joven balano.
Antoñino, se queda absorto al ver como su compañero de trabajo mueve compulsivamente hacia los lados la cabeza, al tiempo que deja ver en su rostro una variedad de expresiones que van desde el inmenso placer a unas pequeñas muestras de dolor al terminar de expulsar el último chorreón de semen. Intuyo que a pesar de las muchas confidencias que ambos hayan podido compartir durante sus jornadas laborales, el chaval no está preparado para ser partícipe de un instante tan íntimo, por lo que no puede evitar que una mueca mitad pavor, mitad rubor asome en él.
Juan José levanta la cabeza, al tiempo que se relame con la puntita de la lengua los restos de esperma que resbalan por la comisura de sus labios. Sus ojos chocan con los del turbado cocinero que, por la forma de reaccionar, me hace pensar que por primera vez se está planteando el marcharse. Deslizo mi mirada a su entrepierna y compruebo que sigue igual de abultada que unos segundos antes, por lo que deduzco que la calentura no se le ha bajado. En el instante en el que la mano del hombre que está agachado ante él toca la dura prominencia, su expresión pasa a ser de satisfacción y, a los pocos segundos, termina mordiéndose el labio inferior contundentemente.
Imagino que mi amigo sigue teniendo el sabor de la leche de Pepiño en el paladar. Eso no impide que saque la polla del confundido jovenzuelo de su encierro y se la comienza a meter en la boca, sin pedirle opinión siquiera.
El pene del cocinero es corto y ancho; sus huevos gordos y peludos. Jota juguetea con la enorme bolsa testicular, al tiempo que se traga el pequeño falo hasta la base. El muchacho arquea las cejas en señal de sorpresa, aprieta los dientes y no puede evitar resoplar prolongadamente. Por la forma de responder su cuerpo, tengo el presentimiento que al chaval es la primera vez que le chupan el nabo, por lo menos con tanta maestría.
El veinteañero, pese a que evidencia un poco de sobrepeso, es bastante guapote. Luce un corte de pelo a lo militar con unas largas patilla. Unos hermosos ojos negros y unos labios carnosos son sus rasgos faciales más característicos. Es alto y bastante ancho de espaldas, sin embargo, puede ser que sea debido a su juventud o a su actitud un poco remilgada, es de los once hombres el que menos viril me parece de todos.
Al poco, mi colega abandona su polla y prosigue con su ruta gastronómica del paloduz.
El siguiente en poner su cipote al servicio de sus labios es Bernard, el camionero polaco que está como quiere. A ojo de buen cubero, su altura estará en el metro ochenta y cinco. Un físico simétrico que a simple vista no tiene ni una gota de grasa, en donde cada musculo parece estar colocado perfectamente y con el tamaño adecuado. Sus cabellos son de un tono cobrizo, sus ojos son de un gris claro y la piel de su rostro está como enrojecida por el efecto de los rayos del sol. Si todo esto fuera poco, tiene una simpatía en la cara que te seduce y hace que no puedas apartar los ojos de él.
Si algo tengo claro al mirar aquel ejemplar de macho es que la naturaleza es muy injusta: “unos tanto y otros tan poco”. Pensamiento que se hace más firme cuando una de las manos de JJ extrae de debajo de sus slips su enorme vara de carne. Es el miembro viril más hermoso que he visto en mucho tiempo. De piel clara y con un brillante glande rosáceo que parece estar gritándote: «¡Cómeme!». De ser unas circunstancias menos dantescas, incluso me plantearía tener un polvo con él, pero el pánico aprieta tan fuerte mi pecho que llego a pensar que la erección que tengo se debe más a un impulso irreflexivo que a la excitación del momento.
Todo el nerviosismo que recorre mi cuerpo, en mi compañero de viaje se transforma en tranquilidad y en saber disfrutar del momento. Ha sacado el gordo y largo pollón de Bernard, lo ha masturbado levemente y ahora se lo traga. Primero se dedica a succionar su enorme glande, me recuerda un champiñón, y a continuación acaricia sus rojizos huevos que, por el tamaño de su bolsa, deben ser de un tamaño respetable. Sintiéndose observado por mis lascivos ojos, vuelve la cabeza hacia mí, se muerde la lengua con la punta de los dientes y engulle el sugerente trozo de carne hasta el final, sin dejar de mirarme picaronamente por el rabillo del ojo.
Ver como aquellos labios, como si fueran una ventosa, succionan el pálido cipote del polaco, da como resultado que la leve erección que tenía hasta el momento, se transforme en algo casi doloroso. Estado que se hace todavía más insoportable al ver como la lengua de Jota se dedica a lamer los cojones, dejando completamente visible el impresionante y brillante mástil. Paseo la mirada por él y tengo la impresión de que no he contemplado nunca un pene tan perfecto. Más estrecho por la parte superior que por la inferior, con una hinchada vena que lo cruza desde la bolsa testicular hasta el glande y una erección de las más potentes que he visto en mucho tiempo. Mentiría si dijera que no me gustaría ser yo quien se la tragara, pero nací siendo un cobarde y así creo que me moriré.
No obstante, por más que le guste mamar el nabo de Bernard. El vicioso de mi colega sabe que tiene que seguir con su especie de ronda y, tras dar un sonoro beso en el sonrosado glande, arrastra sus pies hacia el siguiente camionero: Albert.
El niñato catalán está bueno con avaricia. Tiene sonrisa de niño bueno y cara de no haber roto un plato en su vida. No obstante, el fuego de sus ojos color miel te anticipan el diablo que se esconde detrás de su mirada. En el momento en que siente unos dedos sobre su bragueta, cruza los brazos sobre su pecho de modo casi ceremonioso y deja que una sonrisa maliciosa asome en su rostro. Esa aparente inapetencia que demuestra por lo que le están haciendo, lo hace más deseable si cabe.
Una vez desabotona la bragueta del pantalón, JJ mete los dedos debajo de su prenda interior. Por la cara que pone, puedo deducir que el tacto de su herramienta sexual es de lo más agradable. Una vez baja el trozo de tela que impide que sus labios se puedan unir con el miembro viril del catalán, comienza a lamer el suculento capullo de forma casi compulsiva.
De buenas a primera un murmullo de disconformidad comienza a surgir desde la otra punta de la fila. La curiosidad me hace girar ligeramente la cabeza en esa dirección y veo que el artífice de todo aquello es Nikolás. Quien parece estar hasta los cojones de aguardar turno. Alain que sigue en su butaca “VIP”, le hace un gesto con la mano para que se salte la cola y se acerque hacia donde está Albert.
El cuarentón se sube el pantalón levemente y recorre la pequeña distancia en varias zancadas. Una vez se encuentra junto a JJ, acerca su regordeta y oscura verga a su rostro, incitándosela a que se la chupe. Mi colega no se hace de rogar e intercala los lametones entre ambos miembros viriles. La presencia del calvete, lejos de incomodar al catalán, parece darle morbo pues de nuevo su labio muestra una sonrisa picarona. Me da la sensación de que le gustan las “coaliciones” y demás guarrindongadas.
Pedro, quien hasta ese momento había permanecido impávido ante la bacanal sexual, se saca su miembro fuera y lo acerca a la boca de mi amigo. Como yo me temía el moreno de los ojos verdes, no solo está para comérselo de arriba abajo por lo lindo que es, sino que su hermosa polla tiene un capullo rojizo ante el que hay que santiguarse.
En el mismo instante que el mástil del madrileño recibe su premio, los siete tipos restantes que permanecían aguardando su turno, rompen el orden establecido y se comienzan a aproximar como chacales que buscan su presa.
Si hasta el momento había dominado el miedo que pugna en mi interior, es constatar como todo se descontrola y mis manos hacen el gesto inútil de aferrarse a la pared que tengo tras de mí, como si esta fuera una especie de salvavidas.
Sin embargo, no todo está perdido, pues Alain, al ver el caos que se ha montado en un instante, se levanta de la silla. En unos segundos demuestra sus actitudes de líder y organiza un poco aquello. Se acerca a los “embravecidos” machos que pugnan por ser el primero en que la mamen el nabo, hace una serie de aspavientos con las manos y les dice con cierta voz de mando:
—¡No seáis sinsorgos! El tío este si lo atosigamos no va a poder mamarnos el cipote en condiciones. Así que lo mejor será como en los guisos del campo: Cucharón y un paso atrás.
En un principio no comprendo muy bien que quiere decir con “cucharon y un paso atrás”, pero es ver como se colocan en fila india los diez hombres ante JJ y entiendo perfectamente a que se refiere: Mi amigo va a tener que chupársela a los diez hasta que se corran. Curiosamente Pepiño que ya ha eyaculado en su boca, sigue esperando su turno, por lo que entiendo que o le ha gustado mucho o no ha tenido bastante. ¡Esta juventud!
El primero en arremeter contra la boca de mi compañero de viaje es Nikolás, quien va súper caliente y no se puede esperar. Atrapa la cabeza de Jota entre sus rudas y peludas manos, le mete de golpe la polla y empieza a mover sus caderas como si estuviera realizando el acto sexual.
No transcurre mucho tiempo hasta que en el rostro del vasco se deja ver una muestra clara de que está alcanzando el culmen sexual. De seguir así creo que mi amigo se va a tragar la segunda lechada de la mañana, pues el tipo sigue apretando su nuca contra su pelvis. De buenas a primera, agarra con fuerza su cabeza y como si hubiera alcanzado una hipotética meta grita:
—¡Me coooorrooo!
Tras recuperarse un poco de la salvaje eyaculación, se retira y deja su lugar a Adam, uno de los treintañeros rubios, quien comienza a masturbarse compulsivamente con la única intención de ponerse el nabo aún más duro y, sospecho, así disfrutar más.
De la comisura de los labios de JJ brotan unas gotas de blanco líquido y tiene los ojos desorbitados como resultado de las ultimas sensaciones vividas, pero no parece tentado de abandonar e intuyo que está más que dispuesto a tragarse todo el semen que brote de las nueve vergas restantes.
El camionero polaco se masturba ante él y le introduce la churra en la boca sin contemplaciones. Por la pequeña arcada que da, creo suponer que le ha llegado hasta la campanilla. Con la misma brusquedad que se la ha metido, la saca chorreante de babas. Tras mostrarla con cierto fanfarroneo, vuelve a hundirla en su boca hasta que su pelvis hace de tope. La mantiene un momento dentro y la saca, para volverla a meter a los pocos segundos.
Cuando se cansa de repetir una y otra vez el compulsivo ritual. Tira de los pelos de mi colega para que habrá bien los morros, prosigue masturbándose ante su cara y, cuando presiente que se va a correr, echa toda la leche sobre su insaciable boca.
El primer chorro de esperma sale con tanta fuerza que va a parar en una buena parte a los labios de mi compañero y salpica un poco su cara. Los siguientes “trallazos” caen sobre su lengua, que se asoma suplicante ante el blanco maná. No contento con esto, el polaco, para que termine de limpiar los restos de semen, le vuelve a empotrar su chorreante mástil entre los labios.
El siguiente en tomar la iniciativa es Iñaki. El camionero no le asquea los restos de leche que aún quedan en el rostro de mi colega y clava sus dedos en sus pómulos, obligándole a abrir la boca al máximo para introducir su cipote cabezón en él. Ante tal muestra de violencia estoy tentado de salir en su ayuda, no obstante, cuando veo con la animosidad que se traga la negra vara del vasco, concluyo que no lo está pasando mal (sino todo lo contrario).
Unas cuantas sacudidas más tarde y la cara del cuarentón revela que está alcanzando el orgasmo. En esta ocasión, es Juan José quien no aparta la boca y hace por tragarse el blanco geiser. Como si fuera incapaz de soportar el placer que le proporciona la caliente boca, Iñaki tira de los pelos de la nuca de mi compañero y lo aparta de su nabo. De la cabeza del erecto falo, como si fuera un volcán en erupción, prosigue manando pequeños chorros de esperma.
El lugar del vasco es ocupado por Dominik, el segundo de los polacos. Al igual que su paisano, se pajea durante unos segundos. Una vez considera que tiene la polla a punto de caramelo, coloca su pelvis delante de los morros de Jota y, con la misma falta de sutileza que los anteriores, empuja sin pudor.
Por muchas tragaderas que él tenga, engullir el enorme martillo sexual le ha tenido que costar. Lo miro en busca de alguna señal de debilidad y no encuentro ninguna. Me barrunto que él, a pesar de los tintes agresivos que están tomando el sexo, sigue disfrutando de lo lindo.
De nuevo la telepatía parece funcionar entre nosotros, y si hasta ahora se había dejado hacer, mi colega cambia su actitud sumisa por otra más activa, tomando el control de la situación. Lo primero que hace es apretar los huevos del rubio camionero, quien emite un leve quejido de dolor, para a continuación, empujando desde la base, devorar por completo el gordo y largo carajo.
Es impresionante la velocidad con la que aquel pálido mortero entra y sale de su cavidad bucal. En el instante que la trepidante mamada parece alcanzar su punto álgido, Jota expulsa la enorme salchicha, saca de forma descarada la lengua y la coloca junto al brillante glande. De la punta de aquella barra rosada, con la misma fuerza que el champán de una botella recién descorchada, sale un abundante chorro de semen que es ingerido en su mayor parte por la voraz boca.
No ha terminado de tragarse la copiosa corrida, cuando un nuevo mástil hinchado de sangre reclama su atención. Con la cara y los morros pringados de semen, levanta la mirada para ver a quien pertenece el erecto miembro, comprueba que es Pedro y no puede evitar sonreír desvergonzadamente.
El tronco del órgano sexual del madrileño es de color ocre, con un glande entre rojizo y violáceo. Es tan ancho por arriba como por abajo, medirá a ojo de buen cubero unos veinte centímetros. Lo más característico de él es el ancho musculo que recorre su reverso que le hace rezumar potencia por los cuatro costados. Quizá lo único que le falle un poco son los testículos que, para mi gusto, son un poco pequeños. Por lo demás un pollón de los que quintan el sentio.
Mi compañero de viaje, a pesar del buen número de pollas que lleva mamadas, ve aquel ejemplar delante de su boca y comienza a succionarla con las mismas ganas que si fuera la primera.
Desconozco si es por lo mucho que le gusta o porque el tío, a diferencia de los demás, todavía está limpio de polvo y de paja, el caso es que le mete un lavado de cabeza de los que hacen época. Primero le chupa el capullo como si fuera un helado, después pasea su lengua vertiginosamente por su tronco desde la copa hasta las raíces de su vello púbico, para después metérsela por completo hasta la garganta y menear su cabeza ante su pelvis como si fuera una especie de resorte.
En el momento en que considera que está a punto de llegar al clímax, empieza a pajearlo y coloca sus labios cerca de la parte superior del pene. Unos segundos más tarde, la punta de la uretra expulsa un tremendo “trallazo” del blanco líquido vital que es engullido por mi amigo sin contemplaciones. Como si su apetito sexual no hubiera quedado calmado, envuelve de nuevo el pene de Pedro con sus labios y absorbe cualquier resquicio de esperma que pueda quedar sobre él.
Me da la sensación de que el camionero este disfrutando con el momento post polvo, no obstante, creo que no es el momento y lugar para estas cosas, por lo que Albert le pide que se aparte con cierta urgencia.
Sin tiempo para saborear la esencia vital del madrileño, JJ coge el nabo del niñato catalán con una mano, las pelotas con la otra y se lo traga hasta la base. Al igual que hiciera con el polaco, busca que se corra cuanto antes mejor. El arrogante camionero se da cuenta de ello y saca abruptamente su herramienta sexual de entre los labios de mi amigo. Se agacha levemente, dejando su cara frente a la de mi colega, lo coge por la barbilla y le dice:
—¡Déjate de rollos y no tengas prisas! ¡Me la vas a mamar con la misma tranquilidad con la que se las ha mamado a mi compi ! ¿OK?
En la cara de Juan José se dibuja una pequeña mueca de fastidio, pero asiente sumisamente a la petición del engreído niñato, seguramente porque está tan cagado de miedo como yo.
La mamada se reanuda a un ritmo más pausado y aunque su glotona lengua recorre cada pliegue del tremendo tranco del catalán con parsimonia, con la tremenda calentura que este lleva encima, se termina corriendo más pronto que tarde. Tengo la impresión de que la chulería del engreído niñato le ha ocasionado cierto rechazo por parte de JJ, quizás por ello no deja que eyacule en su boca y le pone uno de sus cachetes para que derrame su semen sobre él.
En el mismo momento que Bernard, el tercer de los polacos se dispone a dar el biberón a mi compañero de viajes. Alain, quien había permanecido impasible hasta el momento, se levanta de su asiento y camina hacia donde se está desarrollando la pequeña bacanal con cierta soberbia. Por lo que puedo apreciar, la virilidad ha vuelto a acampar en su entrepierna. Al llegar llega junto al grupo de hombres se agacha al lado de JJ, quien ante su intromisión interrumpe lo que está haciendo, el vasco sin remilgos de ningún tipo soba los glúteos de mi colega. Por la cara de satisfacción que pone le debe estar gustando mucho lo que está tocando. Haciendo alarde de su chulería característica se levanta y dice:
—¡Pero mira que sois torrototos ! El maricón tiene un culo de apretao que ya quisieran algunas putas y a vosotros os ha dado por darle el bibi . ¡Sois unos tontolabas ! ¿A ninguno se le ha ocurrido petarle el culo?
Un silencio fulminante se hace entre el nutrido grupo de hombres. Aunque no dicen nada la proposición de Alain les parece de lo más sugerente. El atractivo madurito, sin esperar algún tipo de repuesta, se dirige al camarero y le dice:
—¡ Chiqui , tráete un par de cajas de condones de los buenos! ¡Que este culo no pase hambre!
Continuará dentro de dos viernes en: Once machos con los huevos cargados de leche.
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