Un bombón relleno de puta

La novia de un amigo es sagrada... pero aquella noche tres chicos pudieron comprobar que algunas veces se pueden hacer excepciones...

UN BOMBÓN RELLENO DE PUTA

Aquella noche tenía la impresión de que algo iba a pasar. La ciudad en verano se queda muerta y los bares están siempre casi vacíos, así que esa noche de sábado habíamos decidido montar nuestra pequeña fiesta en casa de Jorge, aprovechando que sus padres se habían ido unos días a la playa.

Somos un grupo de amigos bastante numeroso, pero la mayoría se habían ido de vacaciones, así que la fiestecita iba a ser poco concurrida: tan sólo Jorge, Martín, Dani y yo. Al principio, Dani no tenía pensado venir: hace seis meses se echó novia y ya se sabe... las parejitas casi siempre prefieren salir solos o acompañados por otras parejitas. Pero finalmente ambos se decidieron a venir: Dani y su novia Mónica.

Mónica es una chica delgada, pelirroja con pelo largo y liso, con ojos verdes, no muy alta (1,65 más o menos), con una cara preciosa y con todas las partes de su cuerpo perfectamente proporcionadas. Tiene unas tetas redonditas, ni grandes ni pequeñas, en su justa medida; un culito prieto y redondo, de esos que nada más verlos te entran unas ganas tremendas de alargar las manos para agarrarlo bien fuerte; y los labios... ¡qué decir de los labios! Son gruesos y carnosos, provocadores, parecen que invitan a que los beses, que los muerdas, que les pases la lengua por encima... En definitiva, ¡está buenísima! Todo un bombón. Entre nosotros (cuando no está Dani delante, claro) a veces hablamos de lo buena que tiene que estar desnuda, y de lo que tiene que disfrutar el cabrón de Dani con ese cuerpo. Aunque es una chica que da la impresión ser una estrecha en la cama.

De hecho, la primera vez que Dani presentó a Mónica al grupo de amigos no nos cayó muy bien. Parecía una chica seca, e incluso un poco estúpida y antipática, como si siempre estuviese de mal humor. Nos dio la impresión de ser la típica tía buena a la que se le sube a la cabeza el hecho de ser una tía buena y parece que mira a todo el mundo por encima del hombro. Después de pasado un tiempo de estar saliendo con Dani, se abrió un poco más a nosotros, fue cogiendo confianza y era más simpática. A pesar de ello, siempre ha mantenido ese halo de "niña pija" arisca; a esto influye que viste siempre con ropa de marca muy elegante, tal vez más propia de gente con más edad que ella (tiene 20 años, uno menos que todos nosotros), una ropa que le hace parecer un poco estirada y arrogante, y más mayor de lo que es; su forma de vestir no potencia nada su belleza física. Tal vez todas estas cosas sean la razón de que parezca una estrecha.

Os cuento todo esto para que comprendáis mejor la sorpresa que nos causaron los acontecimientos de aquel sábado que nunca olvidaremos. Sigo con mi relato.

A las once y media ya estábamos todos en el piso de Jorge, excepto Dani y Mónica. Habíamos comprado bebidas (whisky, coca cola para mezclar y cerveza) y unas bolsas de patatas fritas; como la parejita no acababa de llegar empezamos a echarnos unos cubatas... así que cuando, por fin una hora después, Dani y Mónica llegaron, nosotros ya estábamos un poco "entonados" con los cubatas que nos habíamos bebido.

Todo iba transcurriendo normalmente: alcohol, risas, música... hasta que Dani recibió una llamada en el móvil. Era su hermana. Volvía de las vacaciones con su marido y al parecer el coche les había dejado tirados en medio de la carretera, a cien kilómetros de nuestra ciudad. Quería que Dani fuese a por ellos.

  • ¡Joder! ¡Pues voy a tener que ir a recogerlos! –dijo Dani–. Ahora que nos lo estábamos pasando tan bien.

  • ¡Qué putada! – replicó Mónica–

A lo que Dani contestó:

  • No te preocupes, cariño. Tú quédate aquí. Aún queda mucha bebida y es temprano, así que estaréis aquí un buen rato más. Tardaré en volver, pero en cuanto lleve a mi hermana a su casa, vuelvo para acá y sigo con vosotros la juerga. No quiero que esto te fastidie a ti también. Además, los chicos te cuidarán bien, ¿a qué sí?

Esto último lo dijo dirigiéndose a nosotros, a lo que respondimos casi al unísono:

  • Claro tío, no te preocupes. Nosotros la entretenemos mientras vas a eso.

Durante toda la noche había habido muy buen ambiente entre todos, así que a Mónica no le importó quedarse porque se lo estaba pasando bien. Dani se despidió y se fue. Y a partir de aquí la noche empezó a tomar un rumbo que jamás habríamos imaginado...

No sé cómo, tal vez influenciados por el alcohol o tal vez por el buen rollo que había, la conversación empezó a desviarse hacia temas relacionados con el sexo. Y ante nuestra sorpresa, Mónica hablaba con comodidad sobre el tema e incluso siguiendo con toda naturalidad las típicas bromas machistas que de vez en cuando soltaba alguno de nosotros. Comenzamos a hablar de los striptease, y Jorge dijo dirigiéndose a Mónica:

  • A nosotros, los tíos, nos da mucha menos vergüenza enseñar nuestro cuerpo que a vosotras. Date cuenta de que cuando se reúnen un grupo de tíos y tías para hacer una fiesta, si alguien se lanza a hacer un striptease siempre es un tío. Yo mismo alguna que otra vez he hecho un striptease...

  • Ja ja ja... No tienes ni idea –replicó Mónica–, lo que pasa es que los tíos os emborracháis antes y os ponéis a hacer burradas enseguida, creyendo que así nos vais a conquistar. Pero las tías somos tan lanzadas como vosotros.

Y acto seguido, me salió espontáneamente:

  • Claro, claro, Mónica. Si sois tan lanzadas... a ver si te atreves a hacernos un striptease aquí, ahora, a nosotros.

Lo dije bromeando, pero por un instante todos nos quedamos callados, como sopesando la idea. Sabíamos que era una idea absurda, puesto que Mónica era la novia de Dani y a las novias de los amigos siempre hay que respetarlas. A pesar de ello, seguimos bromeando con el tema y picando a Mónica, diciéndole que seguro que ni siquiera era capaz de hacerle un striptease a su novio y cosas así... Finalmente Mónica, con un tono retador y ante nuestra más absoluta sorpresa, dijo:

  • Así que os creéis que no tengo huevos para haceros un striptease, ¿eh? Ponedme una buena música y lo hago, aunque me quedaré en ropa interior, claro. Pero a cambio vosotros hacéis luego otro, pero que sea un desnudo integral. Venga, ¿no sois tan lanzados? ¿No decís nada, chicos valientes?

Los tres nos habíamos quedado estupefactos, más que nada ante la idea de ver a aquella tía tan buena en braguitas y sujetador. Pero enseguida la voz de la cordura habló a través de Martín:

  • No creo que eso le hiciera mucha gracia a Dani, ¿no?

  • Pero, ¿qué os pasa chicos? –contestó Mónica–. Sólo es un striptease, un juego. No vamos a hacer nada malo, un striptease no es poner los cuernos a Dani; yo nunca le pondría los cuernos, le quiero mucho. Y de todas formas no tiene por qué enterarse, ¿no?

Aquella frase fue como el pistoletazo de salida de una carrera. Jorge puso música sugerente, y enseguida él, Martín y yo nos sentamos en el sofá, mientras Mónica se subía encima de una mesita baja de salón que había justo delante de nosotros, a muy poca distancia del sofá: con sólo echarnos un poco hacia delante y alargar el brazo podíamos tocarla con la mano.

Al ritmo de la música, Mónica empezó a contonearse sensualmente, lascivamente. Llevaba una falda rosa muy corta que resaltaba su culo respingón y una camisa azul ajustada en la que se le marcaban los pezones. Primero se soltó el pelo y empezó a desabrocharse la camisa lentamente. Mientras, seguía moviéndose lascivamente, de arriba abajo, provocativa, como una auténtica profesional. Una vez desabrochada la camisa del todo, no se la quitó, pero pudimos ver perfectamente el sujetador; era negro y pequeñito, solo cubría una pequeña parte de sus tetas, de tal forma que casi podíamos verle los pezones. Aquella imagen me puso a cien; imaginaba cómo serían las tetas que escondían aquel sujetador y me imaginaba a mí mismo arrancándoselo para poder tocarlas y lamerlas.

Siguió contoneando sus caderas, se daba la vuelta y meneaba suavemente su culito, hacía botar sus tetitas de vez en cuando, y nos miraba con ojos de lujuria pasándose la lengua provocativamente por sus carnosos labios... Se le daba bien a la muy zorra hacer striptease. Los tres teníamos las pollas duras como piedras, y ella se debía dar cuenta, porque se nos notaba perfectamente la erección bajo el pantalón.

De repente (aún con la camisa puesta), se desabrochó la falda y comenzó a bajársela muy despacio, sin parar de moverse al ritmo de la música. Entonces vimos aquel tanga negro que apenas le cubría un trocito del pubis. Se dio la vuelta y comenzó a mover el culo, subiendo y bajando. Ahora sí que podíamos admirarlo bien, el tanga dejaba ver todo: ¡qué culo! Redondo, duro, torneado... que gusto debía sentir uno al morderlo, lamerlo, meter la lengua por su agujerito (que aún no podíamos ver, pero intuíamos).

Bruscamente se quitó la camisa y nos la lanzó. Se puso a cuatro patas sobre la mesa con el culo mirando hacia nosotros y empezó a moverse al ritmo de la música como si la estuvieran follando, y a emitir unos pequeños gemidos.

Aquello era demasiado. Teníamos ese impresionante culo a tan solo unos palmos de nosotros y no podíamos ni tocarlo. Era un suplicio. Y Mónica lo sabía, porque poco a poco la muy cabrona fue acercando más el culo hacia nosotros sin parar de menarlo. En más de una ocasión me entraron ganas de alargar la mano y arrancarle el tanga de un tirón, pero me resistí. No hacía más que moverse como si alguien le estuviera metiendo una polla por el culo... ¡y como se movía! Como una auténtica guarra.

Los tres estábamos babeando. Se puso otra vez de pie sobre la mesa, nos miró fijamente con ojos de zorra y se metió una mano en el tanga para acariciarse el coño. Empezó a fingir que se estaba masturbando, sin dejar de mirarnos y mientras gemía como una cerda, pasándose la lengua por los labios de vez en cuando. Así estuvo un rato, hasta que se sacó la mano del tanga y comenzó a subirla lentamente por su cuerpo. Se detuvo en las tetas, se las acarició sobre el sujetador, y luego siguió subiendo la mano hasta llegar a la boca. Comenzó a chuparse un dedo y pasarle la lengua por encima como si estuviera mamando una verga.

En ese momento me imaginé metiendo mi polla en esa boquita, sintiendo el calor de esos labios carnosos... ¡cómo debía de chuparla Mónica! Casi me corro al pensarlo.

De repente, dio un salto y se pasó al sofá donde estábamos sentados. Ahora estaba sobre el sofá, de pie justo enfrente mía, tenía su coño a escasos centímetros de mi nariz. En uno de sus movimientos casi me roza. Bajo la tela del tanga podía intuir el vello de su pubis pelirrojo. Yo nunca había estado con una chica pelirroja y la idea de aquella imagen me dio mucho morbo y me puso aún más cachondo. No sé cómo me estaba reprimiendo: tenía aquella rajita a unos centímetros de mi boca, tan solo tenía que alargar la lengua y podía tocarla sobre la tela del tanga... pero era la novia de Dani, había que dominarse.

Luego, aún de pie encima del sofá y caminando entre nuestras piernas ( a veces nos rozaba la polla con los pies), siguió meneándose al ritmo de la música. Prácticamente le metió el culo a Martín en la cara con sus movimientos, y a Jorge igual. Pero, como yo, ninguno se atrevía ni a moverse.

Lo siguiente que hizo fue echarse de espaldas sobre el sofá, encima de nuestras piernas. En esa postura, comenzó a moverse al ritmo de la música, pero fingiendo que la estaban follando. Se movía como una puta, gimiendo y gimiendo, y moviéndose cada vez con mas fuerza sobre nuestras piernas. Ahora estaba claro que Mónica no era la estrecha que pensábamos sino ¡una calientapollas de primera! Como yo estaba sentado en medio, el culo de Mónica estaba justo encima de mi verga. Tenía aquel caliente culo que no paraba de menearse sobre mi polla, y ya no pude aguantarlo más... Una de mis manos fue directa a su coño; en un instante había metido mi mano bajo el tanga y un dedo en su rajita; estaba húmeda y caliente. ¡La muy perra se había mojado de gusto haciéndonos el striptease!

Pensé que después de hacer yo aquello todo pararía, que Mónica tendría una mala reacción ante mi atrevimiento. Pero, al contrario, pareció no importarle, y la muy puta seguía moviéndose como antes. Martín y Jorge se dieron cuenta de lo que pasaba y también decidieron no aguantarse más las ganas. Mónica era la novia de nuestro amigo, pero era ella la que pedía guerra, la que nos ofrecía como una guarra ese cuerpo de diosa... y nosotros, en definitiva, no éramos quienes para negarle nada, ¿no?

Entre los tres empezamos a sobarla por todas partes, le quitamos el tanga y el sujetador, y así quedamos a Mónica desnuda sobre nuestras piernas como la zorrita que era; con su coño rojo y esas tetas duras que por fin pudimos ver; tenía unos penzones pequeñitos y puntiagudos, que pedían a gritos ser mordidos y lamidos. Y eso hice.

Mientras mis compañeros se dedicaban a sobar y chupar otras partes del cuerpo de Mónica, yo me centré en sus tetas. Primero las acaricié, y luego comencé a pasar la punta de mi lengua por sus pezoncitos... ¡Qué ricos pezones! Los mordí suavemente, los chupé con fuerza y luego abrí bien la boca intentando que entrará la mayor parte posible de sus tetas en ella, como si las quisiese devorar.

Mientras, Mónica gritaba de placer como una zorra cualquiera. Martín le estaba comiendo la almeja, yo amasándole y chupándole las peras y Jorge le metía mano por donde podía.

Menuda imagen ante nosotros: la "niña pija" prepotente había resultado ser una puta infiel que se dejaba hacer de todo, completamente desnuda, sometida a nuestros deseos. De repente dijo con voz entrecortada:

  • Sacaos las pollas, quiero mamarlas.

Se quitó de encima de nosotros y se puso de rodillas. Nosotros nos desnudamos completamente y nos volvimos a sentar en el sofá, esperando su mamada.

  • Venga zorrita, a ver cómo la chupas –dijo Jorge–.

Mónica empezó con él, luego conmigo y luego con Martín. Nos la estaba chupando a los tres a la vez. Alternativamente iba pasando de uno a otro. Mientras se estaba metiendo la verga de uno en la boca, a los otros dos les acariciaba los huevos o les masturbaba. Aquello era un gustazo.

El primero en correrme fui yo. Le eché toda mi leche sobre la cara; después de limpiarse los ojos con una mano, la muy puta empezó a pasarse la lengua por los labios intentando lamer hasta la última gota que había caído sobre ellos, mientras me miraba lascivamente diciendo:

  • Umm... ¡Qué rica! La próxima vez puedes correrte en mi boca si quieres, no me importa. Puedo tragármela toda...

Me miraba con ojos pícaros, pero hablaba como una niña inocente que no sabe lo que dice. Ella sabía que eso me ponía más cachondo aún. Jamás habría pensado que Mónica era tan guarra. ¡Menuda suerte tenía el cabrón de Dani!

  • La próxima vez –le dije– no dejaré que me hagas una mamada sino que te follaré por la boca hasta que mi polla entre por tu garganta, puta.

  • Umm... me encanta que me llamen puta y me digan esas cosas –contestó ella, mientras continuaba metiéndose la polla de Martín entre sus jugosos labios–.

Con mi semen aún fresco en la cara de Mónica, Martín se corrió sobre sus tetas, y finalmente Jorge hizo lo propio dentro de su boca. Parece que no se había quedado muy satisfecha de polla porque nos lamió con la lengua el capullo hasta que quedó a los tres bien limpios.

Jorge la cogió por los hombros, la tendió bocarriba sobre la mesita y le abrió las piernas. Los tres pudimos ver su rajita, totalmente abierta, rodeada por el pelo rojo; los labios vaginales se le habían adelantado y se la veía completamente empapada. Le puse una mano encima y noté cómo lo tenía completamente mojado, todo su coño parecía líquido. La zorra de Mónica estaba incluso más caliente que nosotros. La miré a los ojos y le dije:

  • Te gusta comer pollas, ¿eh, Mónica?

Lo único que respondió fue:

  • Metedeme la polla en el coño, cabrones. Partidme en dos.

  • Vaya si es puta la niña –dijo Martín–.

  • Quieres polla, zorra –dije yo, dirigiéndome a Mónica–, pues te vas a hartar de polla. Te vamos a follar hasta que te salga el semen por las orejas.

Y acto seguido la agarré por el culo, la traje hacia mi y de una sola embestida le metí toda la estaca. Empecé a bombear como un salvaje, mientras ella gritaba y se contorsionaba como una cerda. Yo le decía cosas como:

  • ¿Te gusta que te la meta, Mónica? Pues voy a dejarte el coño dolorido como a una perra. Cuando acabe contigo no vas a poder cerrar las piernas, puta zorra. Vamos, muévete como la guarra que eres...

Todas estas obscenidades parecían ponerla más cachonda, porque cuanto más la insultaba más fuerte gemía y se movía. ¡Joder! Me estaba follando a la novia de Dani y me daba igual. Lo único que veía era su boca gritando, sus tetitas moviéndose arriba y abajo a cada embestida mía, sentía el calor de su culo en mis manos y la humedad de su coño en mi verga... ese coño ardiente de pelo rojo que tanto morbo me daba. Era la tía ideal, bien buena y además bien guarra: el sueño de todo tío. ¡Qué pena que estuviese con Dani!

  • ¡Más fuerte cabrón, párteme en dos, taládrame! –gritó Mónica– ¡No pares!

Vi como Martín y Jorge se estaban masturbando mientras miraban cómo me la follaba. La verdad es que la escena era digna de la mejor película porno. ¿Quién me habría dicho a mi unas horas antes que estaría tirándome a Mónica de esta forma tan salvaje?

  • ¡Joder! ¡Vaya par de tetas que tiene! ¡Estás buenísima, tía! –exclamó Martín–.

  • ¡Mira cómo mueve el culito, parece una puta! ¡Métesela bien fuerte, Roberto, que a la muy guarra le gusta! –continuó diciendo Jorge, dirigiéndose a mí–

Ya no podía más. Me corrí dentro de su chocho, le di un beso en los labios y le dejé el puesto a otro. Mónica era insaciable. Primero se la tiró Jorge en la misma posición que yo; y luego Martín la puso a cuatro patas sobre la mesa y le folló el coño por detrás mientras Jorge le metía la verga en la boca. Era estupendo tener una tía tan guarra a nuestra disposición.

Primero se corrió Jorge. La muy puta succionó hasta la última gota. Después fue Martín quien le llenó el coño de semen. Ahora fui yo quien me acerqué a ella. Se sentó sobre la mesa. Estaba exhausta de tanto follar. Respiraba aceleradamente y sudaba a mares por cada poro de su piel, como una cerda; por todo su cuerpazo de guarra corrían gotas de sudor: las tetitas, el cuello, los pelitos rojos de su pubis, el vientre... Aquella imagen me puso a cien.

  • Ven aquí, zorrita –le dije, levantándola de la mesa–

  • Déjame descansar un momento, Roberto –exhaló–

  • De eso nada. A las putitas como tú no se las deja descansar, se las folla sin descanso, se las taladra por todos los orificios de su cuerpo una y otra vez.

Aquella frase debió de ponerla cachonda, porque comenzó de nuevo a mirarme con ojos de deseo, a pesar de su cansancio.

La puse de nuevo a cuatro patas sobre la mesa y metí mi lengua en el ojete de su culo. Tenía un precioso agujero redondito y pequeñito, aunque se notaba que ya la habían enculado alguna vez. Al rato, con una mano comencé a amasarle las tetas y pellizcarle los pezones, mientras con la otra me ocupaba en acariciarle el culo y la espalda. Después le metí un dedo en el ano y comencé a hurgar en él, mientras le seguía sobando los pechos.

Cuando ya me di por satisfecho, le di la vuelta, la volví a poner tendida bocarriba sobre la mesa y me dispuse a realizar una de mis fantasías que nunca había llevado a cabo: masturbarme sobre una tía y correrme a gusto sobre ella, embadurnándola por todas partes. Pensé que a una guarra como Mónica no le importaría. Así que le dije:

  • Me voy a hacer una paja para que puedas verme bien y me voy a correr sobre tus tetas y tu cara de puta.

  • Pues mánchame a gusto –me contestó sonriendo y con una mirada lasciva–

¡Joder! Se dejaba hacer cualquier cosa y encima le gustaba. Ya me gustaría tener una novia así. Era fantástica. ¡Menuda guarra! Me coloqué a horcajadas sobre ella y empecé a masturbarme mirándole sus pechos y sus pezoncitos duros, y los labios carnosos y rojos, aún con restos de semen de alguna de las mamadas anteriores.

Parece que a Jorge y a Martín les gustó mi idea porque, sin mediar palabra, se pusieron a ambos lados de la mesa y también comenzaron a menearse la polla. Al rato nos corrimos sobre Mónica, casi al mismo tiempo los tres. Le echamos toda la leche sobre la cara, los pechos y el vientre. Verla allí sucia y humillada como una perra, llena de nuestro semen, y sin importarle en absoluto esa humillación, me puso a cien.

  • Mónica, ponte otra vez a cuatro patas que voy a darte por culo como a una buena putita.

Se dio la vuelta, se colocó a cuatro patas, puso el culo bien en pompa y me dijo:

  • Ahí lo tienes, abierto sólo para ti. Encúlame bien, me encanta que me metan una polla por detrás.

Me gustó que me dijera eso, porque no hay muchas tías que disfruten realmente cuando se la meten por detrás. No sé si lo decía de veras o por ponerme caliente, pero me dio igual. Le escupí en el ojete y tras meterle dos dedos, le endiñé la polla. Comencé a embestirla mientras ella me decía, entre gemido y gemido:

  • ¡Sí, sigue cabrón! ¡Soy tu putita! ¡Métela bien dentro! ¡Rómpeme el culo!

¡Qué guarra estaba hecha la tía! Era increíble. Me encantaba. ¡Y como movía el culo! Lo subía y lo bajaba al mismo tiempo que apretaba las nalgas contra mi verga. Desde luego no era la primera vez que lo hacía, ya tenía experiencia. Al cabo de un rato, me corrí sin sacar el nabo de su ano.

Los cuatro estábamos agotados. Martín y Jorge estaban sentados en el sofá, yo en un sillón y Mónica se había tendido bocarriba y con las piernas abiertas sobre la mesa donde los tres nos la habíamos follado.

Me deleité mirando su cuerpo desnudo por última vez ese día y le acaricié el vientre, las tetas y el pubis: tenía el cuerpo pegajoso del sudor y nuestro semen. Me miró y me sonrió con complicidad. Era la novia de Dani, pero la sola idea de poder volver a follar con ella me hizo tener una última erección. Estaba allí tirada como una perra, sucia y pegajosa, con sus tetitas y sus pezones tan ricos, el coño de pelo rojo (y ahora enrojecido), el culo redondo de puta que acababa de follarme, y la boca tragapollas con sus labios carnosos y calientes... todo lleno de nuestros fluidos y los suyos... y todo a nuestra disposición... Entonces tuve la segura convicción de que podíamos hacer con ella lo que nos viniese en ganas porque se iba a dejar, cualquier cosa, por muy guarra y pervertida que fuese... y que no sería la última vez que veíamos su cuerpo desnudo y disponible para nosotros.

Dadate